Mayra acostumbraba dormir antes de que fuesen las cuatro de la tarde parecía vulnerable, pero aquella tarde no quería dormir, era simplemente algo que ella sentía en su conciencia que no la dejaba dormir. Pero al final de cuentas la costumbre venció. Llevaban tres semanas solos, Mayra y su padre, fingiendo cínicamente que aún no sabían que probablemente solo ellos dos vivían en ese mundo muerto y abandonado por la humanidad.