La Sombra del Reloj: Un Oscur...

By Mariano_San_Miguel

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(Primera entrega) El Ministerio del Tiempo es un ente regulador de la continuidad del Tiempo y Espacio. Los... More

Capítulo I: Antes del Viaje
Capítulo II: Cartas
Capítulo III: Reencuentro
Capítulo IV: Melisa
Capítulo V: Una llamada inesperada
Capítulo VI: Compañera de viaje
Capítulo VII: Oscura Ternura
Capítulo IX: Presente, Pasado y Futuro
Capítulo X (Final): Punto de encuentro
Segunda parte

Capítulo VIII: De Regreso

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By Mariano_San_Miguel

VIII: "De regreso"

Adriel: - ¿Qué es lo que está pasando, si bajamos hace sólo unos segundos del tren?

Melisa: - El tiempo, se adelantó.

Adriel: - ¿Y qué haremos con Tom? Necesitamos encontrarlo.

Melisa: - Esto se está yendo de las manos. Si no lo resolvemos lo más rápido posible, el tiempo va a ser un desastre.

Adriel: - Tenemos que ir a su casa, espero que aún siga viviendo ahí.

Melisa: - Si sabes un camino rápido, va a ser mejor que empecemos a caminar.

Comencé a mirar a mí alrededor y pude notar a un muchacho que avistaba para todas partes. Pocos segundos tardó en encontrarse con mi mirada. Se trataba de un Agente, como él seguramente habrían algunos más, teníamos que perderlo de vista lo más rápido que podíamos. Las cosas empeoraban, lo menos que necesitábamos en ese momento eran Agentes. Melisa y yo empezamos a apresurar el paso. Otros dos individuos más se integraron a nuestra captura.

Adriel: - No quiero asustarte Melisa, pero lamento informarte que no es uno sólo el que nos persigue, ahora son tres.

Melisa: - Que noticia. Sea uno o sean tres, tenemos que perderlos de vista.

Adriel: - ¿Pero cómo?

Melisa: - ¿Sabes saltar paredones?

Adriel: - No ¿Qué tienes pensado?

Melisa: - Entonces con esto te vas a acordar, o al menos, aprender.

Nuestros ligeros pasos se transformaron en unas apresuradas corridas. Los Agentes detrás de nosotros elementalmente siguieron nuestros movimientos y se echaron a correr para poder alcanzarnos. Doblando por cada esquina que se nos cruzara, llegamos a un callejón, en donde una pared de aproximadamente unos cuatro metro de alto obstaculizaba nuestro paso. Melisa flexionó sus piernas justo antes de llegar al paredón y se lanzó primero hacia él, apoyando las palmas de sus manos como si lo sostuviera. Con el envión del salto, sus pies llegaron a la altura de las manos que se encontraban apoyadas en la pared y nuevamente se impulsó para agarrarse de la viga final del paredón. Con la fuerza de sus brazos logró saltar y pararse sobre el gran obstáculo. Me miró con indiferencia.

Melisa: - ¿Qué?

Adriel: - Nada, nada.

Melisa: - ¿Qué esperas? Salta.

Adriel: - No sé si pueda.

Melisa: - Tú solo salta y haz lo mismo que hice yo.

Con miedo pero sin opción, seguí los pasos de Melisa y doblando mis piernas, salté los más alto que pude con los ojos cerrados. , apoyé mis manos en el paredón, sentí cómo mis pies casi pisan mis dedos y sin pensarlo dos veces, volví a impulsarme para agarrarme del final de la pared. Las manos de Melisa me ayudaron a levantarme, abrí mis ojos y miré hacia abajo.

Adriel: - Wou, no sabía que podía hacer eso.

Melisa: - ¿Te piensas que somos Agentes sólo por ayudar a mantener orden en el tiempo? Hay tantas cosas que puedes hacer y no te acuerdas. De prisa, nos alcanzan.

Dimos otro salto para bajar del paredón por el otro lado y seguimos corriendo. Dos de los tres Agentes que nos seguían saltaron de la misma manera la gran pared del callejón. Melisa tomó mi mano, y de un salto nos subimos a un contenedor de basura que se encontraba a la derecha nuestra, inmediatamente dimos otro brinco para subirnos arriba de un auto a nuestra izquierda. Un último salto nos ayudó a llegar al techo de uno de los departamentos que se encontraban a los costados del callejón.

Adriel: - ¡¡Esto está para escribir un libro!!

Melisa: - ¡Cállate y sigue corriendo!

Uno de los agentes nos estaba por alcanzar, al parecer, se habían separado como estrategia para poder atraparnos. Un pequeño poste de metal, que se encontraba pegado al cemento de la terraza como soporte para las líneas telefónicas, se nos cruzó por el camino.

Melisa: - ¡Adriel agáchate!

Yo me tiré al suelo rodando hacia adelante haciendo caso a la advertencia de Melisa. Ella se agarró del caño sin dejar de correr y con la fuerza con la que venía corriendo, giró sobre la gruesa vara de metal derribando al agente que mordía nuestros talones. Sin perder su velocidad ni su gracia siguió corriendo a la par mía.

Adriel: - Wou, cada vez me sorprendes más ¿Qué viene después? ¿Esquivar balas?

Melisa: - Tú haciendo esos comentarios en momentos como éste. Los extrañaba.

Uno de los Agentes restantes corría por las terrazas que se encontraban a nuestro costado izquierdo. Inevitablemente las terrazas se terminaron, y de un salto llegamos al suelo para seguir corriendo. Doblamos a nuestra derecha para perder de vista a nuestros perseguidores. Una señora delante nuestro llevaba consigo una bolsa con naranjas, que supuse acababa de comprar en la verdulería donde se encontraba parada. Tomé su bolsa de las manos, con la velocidad con la que íbamos, ni siquiera tuvo tiempo de gritarme.

Adriel: - Se ven ricas estas naranjas.

Melisa: - ¿Justo ahora piensas en comida?

Adriel: - Observa, algo tengo que hacer ¿No?

Miré hacia atrás y el Agente que nos seguía parecía no cansarse de tanto correr. Nos sumergimos en otro de los callejones que encontramos. Frente a nosotros se encontraba lo que parecía ser una especie de chatarrería, al final de callejón. No tardamos mucho en llegar al lugar. Empecé a tirar las naranjas una por una hacia atrás.

Melisa: - ¿Piensas derribarlo a naranjazos?

Adriel: - No intento pegarle a él.

Una de las naranjas dio justo en el blanco, golpeando una pequeña cerradura, que abría una reja fijada en la pared que contenía cubiertas de todos tamaños para autos de distintas clases. El Agente no se percató del derrumbe de ruedas y la avalancha lo tomó de sorpresa por la espalda. El segundo Agento había caído.

Melisa: - Por esas cosas me enamoré de ti.

Adriel: - Seguramente.

Todavía nos quedaba un Agente merodeando por el lugar. No podíamos quedarnos tranquilos hasta que no librarnos de él. Unos segundos de incertidumbre nos acompañaron mientras disminuíamos nuestra velocidad, alertas a cualquier movimiento extraño. Melisa paseaba la vista por todas partes.

El Agente no se hizo esperar, saltó por detrás de mí desde el techo de una de las tarrazas. Un forcejeo comenzó y juntos rodamos por la vereda, mis manos intentaban soltarse de aquel Agente, mientras posicionaba mis piernas para derribarlo y poder liberarme. Tal movimiento resultó y el joven cayó hacia un costado. Nuevamente corrimos hacia adelante con ligereza para perderlo, pero de la misma manera, el muchacho se levantó y nos siguió.

El cansancio empezaba a notarse, el Agente estaba alcanzándonos, mis piernas perdían fuerza y la velocidad con la que corría comenzaba a disminuir.

Melisa: - ¡Vamos Adriel, nos alcanza!

Adriel: - Intento no perder el paso.

Miré para adelante en busca de algún lugar para escondernos por unos instantes, pero no lo conseguí. La cuadra se nos terminaba, decidimos seguir derecho y no doblar; creo que fue casi instintivo. Cuando cruzamos a la esquina, inmediatamente una pala envistió la cara del Agente que corría detrás de nosotros. El sonido del golpe nos aviso que el peligro había pasado. Miramos hacia atrás y un joven se encontraba con la pala levantada mirando a aquel Agente tirado en el suelo. Melisa intentó seguir y no darle importancia, pero el muchacho nos habló antes de que pudiéramos retomar el escape.

Joven: - Creo que los acabo de salvar, no estaría mal por lo menos agradecerme en vez de irse.

Melisa: - Muchas gracias pero no tenemos tiempo.

Joven: - No te hablaba a ti, le hablaba al otro.

Adriel: - ¿A mí?

Joven: - Si a ti. Si no me equivoco tú tienes que ser Adriel ¿Verdad?

Adriel: - Si ¿Cómo sabes?

Joven: - Eres igual al muchacho de las fotos. No puedo creer que todo esto sea cierto.

Melisa: - ¿Qué fotos?

Joven: - No importa. Vengan conmigo, tengo que llevarlos.

Melisa: - ¿A dónde nos quieres llevar?

Joven: - ¿No tienen que encontrarse con Tom?

Adriel: - ¿Qué sabes de Tom?

Joven: - Muchísimas cosas, pero no creo que tengamos tiempo de ponernos a hablar menos que quieran que los agentes que están viniendo los atrapen. Tengo el auto cerca, vamos.

Miré a Melisa tan desconcertado como ella se encontraba. No sabíamos de quién se trataba, pero no podíamos negar que nos había salvado el pellejo y que era buena idea viajar en auto para no ser reconocidos por la calle.

27 de Noviembre.

Las rojizas luces de los semáforos hacían que el camino se tornara más lento. Su cabeza llevaba muchas más cosas de las que podría soportar. Sus problemas no eran situaciones que ella expusiera muy a menudo, siempre prefirió disfrutar del momento en vez de sentirse mal por cosas que no tenían remedio. La partida de su amigo fue la desembocadura de su reacción.

Ella esperaba llegar a tiempo. Con su cabeza en poder abrazar a su amigo antes de partir aceleró el auto y condujo con apuro. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver como el taxi que llevaría a Adriel a la Estación se alejaba lentamente. Charlotte frenó el auto, bajó de él con una mirada triste, el abrazo que esperaba regalar no había podido ser entregado, fue lo suficientemente doloroso como para marcarla para lo que vendría. Con sus manos en los bolsillos, ella siguió a Adriel con la mirada hasta perderse en el camino.

Las lágrimas de sus ojos fueron secadas por sus manos, su corazón latía de manera extraña, tomó aire para caer en cuentas de que su amigo ya partía hacia su nueva vida. Tomó coraje y se dirigió lentamente a la puerta de la casa de Adriel para apropiarse de la caja que su amigo le había encomendado. Ella se paró frente a la puerta de entrada y golpeó con pocas ganas.

El momento de la entrega de la caja no tardo demasiado. Fue más tiempo el que tardo en asimilar que Adriel ya estaba a varias cuadras y alejándose aún más, que el que tardó en recibir el encargue.

Charlotte subió al auto, y con la caja en el asiento del acompañante, emprendió el regreso a su casa. Por cada semáforo que paraba, su mirada se dirigía hacia ese misterioso cofre de cartón. La desconfianza se notaba en su mirada, tanto que sin pensarlo dejó caer su abrigo sobre ella para evitar volver a mirarla. Todas las dudas se aclararían al llegar a casa. Pero necesitaría de valor para enfrentar las respuestas

Una vez más el semáforo de la avenida hizo que Charlotte frenara el vehículo. Su atención fue captada por una sombra al final de la calle perpendicular a la que se encontraba, justo hacia su costado derecho. Una oscura figura yacía en el medio de la calle. Como si ella fuera la única persona que se percataba de su presencia. La muchacha quedó mirando fijo al lugar donde se encontraba el animal. Un caballo negro miraba el suelo, como esperando encontrar algo de pasto, como esperando que alguien lo viniera a buscar. Ella no pudo dejar de observarlo por un momento. El mamífero, con un brillante pelaje levantó la cabeza, mostrando sus rojos ojos, tan rojos como el mismo color de la sangre. Una de sus patas traseras barrió el suelo, la mirada se clavó en sus ojos, como desafiándola a un duelo. Con un pequeño movimiento hacia abajo, el caballo tomó impulso y relinchado fuertemente levantó sus patas delanteras haciéndolas revolotear por el aire. En ese mismo instante, el sonido de la bocina del auto que se encontraba detrás de ella la hizo sobresaltar, por lo que por un momento perdió la conexión visual con el animal.

Charlotte: - ¡Ya lo vi, que apresurado!

Al querer voltear nuevamente para observarlo, el oscuro caballo había desaparecido. Con una extraña sensación y exaltada por lo visto, puso en movimiento el vehículo y prosiguió hacia su casa.

Joven: - Me llamo Leonard. Tú tienes que ser Melisa, la acompañante de Adriel.

Melisa: - Si, su compañera.

Adriel: - ¿Cómo sabes nuestros nombres y a dónde tenemos que ir?

Leonard: - Eso no importa. Tengo que llevarlos donde se aloja Tom.

Adriel: - ¿Le pasó algo?

Leonard: - No que yo sepa. Solamente cuidamos que no lo vengan a buscar.

Melisa: - ¿Por eso das tantas vueltas en el auto?

Leonard: - Tranquila, sé por donde tenemos que ir.

Adriel: - A esta altura no queda mucho por hacer, confiamos en él o no tenemos chance de salir.

Melisa: - No confío en él.

Leonard: - Cariño, a mí tampoco me caes muy bien. Esto lo hago por Tom y Adriel.

Melisa quedó en silencio, tragándose las palabras dedicadas a Leonard, no era momento de ponerse a discutir. Las vueltas que daban por la ciudad desembocaron en una ruta silenciosa y desolada.

Leonard: - Ya nos deshicimos de los agentes.

Adriel: - ¿Estabas dando vueltas por los tres agentes que nos seguían?

Leonard: - Por ellos, y por los que rondaban por la ciudad.

Melisa: - ¿Ahora que sigue, llevarnos a una casa abandonada en la mitad de la nada?

Leonard: - Que molestas que pueden llegar a ser algunas personas cuando quieren.

Melisa: - ¿Dónde vamos?

El muchacho frenó el auto en el que viajaban, lo detuvo en la banquina y dándose la vuelta para mirar a Melisa a la cara le respondió.

Leonard: - Ya les dije que los voy a llevar con Tom. Si consideras alguna otra manera de encontrarlo no tengo problema en dejar que se bajen y lo encuentren por sus propios medios. Si la prioridad es encontrarlo me parece que no tienes otra alternativa, si quieres que los lleve, quédate en silencio.

Adriel tomó el hombro de Melisa, impidiendo que actuara impulsivamente. Ella lo miró enojada por el trato que recibía por parte de Leonard. Adriel asentó con su cabeza, y prosiguió a responderle a Leonard.

Adriel: - Disculpa la insistencia y las contestaciones, está bien, vamos a confiar en ti. Lo único que nos interesa es llegar a Tom, que evidentemente no vive en el mismo lugar que recuerdo, y si tú eres la única persona que sabe dónde encontrarlo, entonces no tenemos opcion.

Leonard volteó su cabeza, encendió el auto, tomó con su mano derecha la palanca de cambio, apretó el acelerador, y siguió su camino. La mirada de Melisa no disimulaba su incomodidad e insatisfacción por el misterioso personaje. El silencio incondicionalmente nos acompañaba como siempre. El viento hacia que el cabello de Melisa flameara con gracia y extrañamente combinada con su mirada de furia la hacía lucir más hermosa que lo habitual.

El tiempo pasó, tiempo que ya no sabía si era tiempo o alguna especia de sensación. Cerré mis ojos y el aire que entraba por la ventana me hizo sentir tan vivo como antes de que ocurriera todo tipo de insólitos acontecimientos.

Las miradas que compartíamos con Melisa eran cada vez más preocupantes. Habíamos entrado en una ciudad, pero seguíamos dando vueltas.

Adriel: - ¿Cuánto falta Leonard?

Leonard: - Ya llegamos, no se preocupen, solo un par de calles más.

Melisa: - Ya era hora.

Leonard: - Tarde pero seguro, nadie salió lastimado. Creo que eso es lo importante ahora.

Melisa: - Como digas.

Adriel: - ¿Por qué tan lejos el lugar?

Leonard: - Por los mismos agentes que te quisieron arrestar. Él te lo va a saber explicar mejor. Tiene la suficiente información como para aclararles muchas cosas.

Leonard miró fijo a Melisa, y en forma de susurro me comentó.

Leonard: - Fobia estuvo aquí. Él nos dio indicaciones de qué hacer.

Adriel: - Todo esto es muy confuso, no sé en qué momento todas las personas de mi cercanía se encontraron involucradas. Es una especie de epidemia.

Leonard: - Ja, epidemia. Eso sería la punta del iceberg, no tienen idea de lo que se avecina. Hay muchas cosas de las que te podrías llegar a sorprender. Ya no es lo mismo, nada es lo mismo, todas las cosas que creías ahora no van a tener sentido, te lo advierto antes de que te lleves grandes sorpresas.

Melisa: - ¿Tú que sabes de esto?

Leonard: - Mucho más de lo que imaginas. Prepárense. Estamos llegando.

El joven estacionó el vehículo frente a una tienda, una relojería. Los seguros de las puertas se abrieron. Leonard levantó el freno de mano, dejó sin cambio el auto y abrió su puerta mirándome con una sonrisa pintada en el rostro.

Leonard: - ¿No van a bajar?

Sentada sobre su cama, con la incertidumbre a cuestas, ella miraba intensamente la caja que Adriel le había dejado. Su curiosidad se contradecía con su temor a lo ignorado, conociendo a su amigo, el contenido dentro de la caja podría dejarla perpleja.

Mojando sus labios con su lengua, dejó escapar un suspiro que le ayudó a conseguir la determinación para abrir la tan misteriosa caja que Adriel había encomendado. Sus manos temblorosas por el suspenso del contenido, hacían que tardara más tiempo en decidirse a sumergirse en el laberinto de cosas que su amigo había dejado a su cargo.

Lentamente la tapa fue levantada, ella volvió a suspirar con sus ojos cerrados, una brisa acarició su cabeza, un escalofrío recurrió su nuca, dándole una extraña sensación de tristeza. Al abrir sus ojos una carta y un sobre es lo primero que avistó. Sin entender mucho de lo que trataba el sobre, tomó la carta y comenzó a leerla. La rara y extraña sensación recorría cada vez más su cuerpo, su garganta la obligaba a tragar saliva para humectarse.

Sin saber por qué, miró hacia atrás, sentía como si alguien estuviese observando cada movimiento, como esperando el momento justo para darle un gran susto. Su respiración acompañaba la situación. El latido de su corazón se escuchaba como retumbe en la habitación de manera diferente, un latido sometido a la tristeza, miedos y desesperanzas. El frio recorría su piel desde la nuca hasta los pies, un escalofrío logró acariciarla en tan interminable situación.

Charlotte leía atentamente la carta de su amigo con dificultad, las lágrimas que empañaban sus ojos impedían que ella leyera con fluidez. Ella bajó sus brazos con la carta en las manos y dirigió su mirada hacia el sobre marrón. Una antigua y trabajada llave se deslizó sobre el papel cuando ella lo levantó. No era muy grande, Charlotte dudaba de que esa llavecita abriera alguna puerta o cerradura, era más bien de candado o algo parecido.

Una suave pero tenebrosa y firme voz susurró a su oído en una especie de suspiro forzado, la reacción fue la de esperar, el susto hizo que Charlotte girara bruscamente y con temor. La pequeña llave cayó de sus manos, golpeando lentamente sobre la alfombra roja de su habitación.

Una extraña niebla espesa y oscura, aquella que cubría el suelo debajo de la cama de Charlotte, comenzó a sobresalir. Una mano se formó de tanta niebla oscura, acercándose lentamente hacia la llave, intentando arrebatarla sin ser notado por la muchacha.

Alice (Mamá de Charlotte): - La cena está preparada. ¡Bajen a comer!

Charlotte: - ¡Ahí voy!

Ella tomó con ligereza la llave que se encontraba reposando sobre el suelo. La nieva se disipó rápidamente ante la reacción de Charlotte por el llamado a cenar. Ella bajó las escaleras ligeramente, y allí, en su habitación, parado en una de las esquinas, en dirección opuesta a la puerta, a la derecha de la ventana, se encontraba una sombría figura, una extraña niebla tomaba forma. Un brazo parecía salir del inmenso humo negro, una mano extendida hacia la puerta se podía distinguir.

El tic tac de los relojes me carcomía la cabeza. Leonard dejó que crucemos la puerta de la tienda en símbolo de caballerosidad. El sonido de los llamadores de ángeles me hacía acordar al comercio del hombre que nos había alojado, la casa de antigüedades. La habitación llena de relojes se encontraba a media luz, pude ver miles y miles de relojes de distintos tamaños y formas, de diferentes materiales y colores, colgantes y de mano, cada uno de ellos en diferentes horarios.

Leonard: - Pasen por aquí.

Detrás de unas cortinas de hilo y lentejuelas se encontraba un cuarto lleno de defectuosos relojes, algunos desarmados, otros que solamente servían como repuestos. Allí de espalda, se encontraba un hombre de edad mayor, de pelo largo y nevado de canas que se hallaba cubierto por una especie de manto que simulaba polar. Al escuchar el sonido de las cortinas moverse, detuvo su trabajo, dejó los utensilios en la misma mesa donde se encontraba reparando un reloj pulsera. Con unos extraños lentes de relojero, de esos que usan para ver muy de cerca y su abundante barba del mismo color de su cabello, nos miró. Sin levantarse del lugar, se retiró los lentes que lo hacían lucir como un loco futurista.

Viejo: - Adriel, tantos años. No cambiaste nada.

Adriel: - ¿Tom?

Al fin habíamos llegado a destino, el viejo Tom se encontraba frente a nosotros.

Tom: - Tú debes ser Melisa. Encantado. Desde ahora lo digo, no hace falta que me escondan nada, sé todo lo necesario, y tengo las respuestas necesarias para ustedes. No perdamos tiempo, que el tiempo es valioso, hablando con seriedad ¿verdad?

Decía el viejo Tom mientras sonreía. Yo todavía no podía entender de qué se trataba todo esto. Esperaba encontrarme con mi amigo tal y como lo recordaba, pero en su lugar pude toparme con una versión de él con muchos años encima. Sin titubear ni pensarlo, hice caso a mis impulsos por acomodar mis ideas y le pregunté la fecha en la que nos encontrábamos, en qué año estábamos parados.

Tom: - ¿Eso importa? El tiempo juega con nosotros, espere demasiado para encontrarte, pero no puedo desviarme del objetivo, de los deberes, tengo que entregarte algo que vas a necesitar para enfrentarte a lo que se viene. Esto se fue de las manos de cualquier persona con la idea de recuperar el tiempo, de cualquier agente, de cualquier ministro e incluso del mismísimo Señor del Tiempo.

Tom se dio vuelta bruscamente y comenzó a moverse con rapidez, como si estuviese buscando algo entre las pilas de relojes descompuestos que yacían por todas las mesas.

Tom: - Tiene que estar por algún lado, yo sé que estaba por acá.

Adriel: - ¿Qué estas buscando?

Tom: - El amuleto. Tiene que estar por aquí. Yo se que lo vi.

Leonard traspasó la cortina que dividía la tienda del lugar donde nos encontrábamos. Nos miró con su rostro demostrando temor.

Leonard: - No quiero apurar lo que sea que estén haciendo. Pero les cuento que varios agentes vienen hacia acá. Ya cruzaron la avenida del norte y no vienen solos.

Adriel: - No me digas que hay más cosas aparte de los agentes.

Leonard: - Lamento informártelo, pero vienen acompañados por Ertémpides.

Adriel: - ¿Ertémpides?

Melisa: - Correctores. Son las encargadas de borrar lo que no sirve para el avance del tiempo. Su trabajo es eliminar de forma instantánea cualquier amenaza que ponga en riesgo la continuidad del tiempo. Nunca pensé que fueran capaces de jugar con la artillería pesada.

Adriel: - Eso suena feo.

Tom: - ¡Ya lo encontré!

Leonard: - ¿Escuchaste algo de lo que dije? Las Ertémpides están viniendo.

Tom: - Si ya sé, de todas maneras vamos a dejar de existir cuando esto termine.

Leonard: - Ja, es verdad. Creo que no me acostumbro a la idea de desaparecer. Cuando todo esto termine ni siquiera voy a nacer.

Melisa: - ¿Quién eres?

Leonard: - Esa no es información que necesite saber una Agente.

Melisa: - No estoy del lado del Ministerio no te preocupes niño.

Leonard: - Gracias por lo de niño, Señora.

La tensión entre Melisa y Leonard se hacía notar, era evidente que ninguno de los dos le caía bien al otro. Mientras ellos se desafiaban en un duelo de miradas, Tom bajaba de una estantería una caja negra, cuadrara de base, pero de una altura diminuta, tal como el estuche de una cadena de oro de esas que se regalan los personajes de alta sociedad.

Tom: - Cuídalo con tu vida, esto es la única cosa que puede detener a la oscuridad y puede hacer que los demás vuelvan a ti.

Adriel: - ¿De qué me estás hablando?

Tom: - De Terror y Fobia. Este amuleto representa el presente, los demás están ocultos en diferentes zonas del tempo. Hay que encontrar los demás, el que está sujeto al pasado y al futuro, seguramente la oscuridad tomó otros cuerpos.

Adriel: - ¿De qué estás hablando?

Tom: - No hay tiempo. Fobia se encontrará con ustedes más adelante. En tanto vayan con ella, se los va explicar bien. Vayan con la guardiana del amuleto del futuro. Diane se esconde en el lugar donde las figuras celestes dejan de brillar, y las noches permanecen en eterno silencio. Sigan al este y allí las verán.

Mis oídos intentaban interpretar lo que el viejo Tom quería decirme. Pero solamente alcancé a escuchar sus indicaciones cuando el sonido de quebradura brutal del vidrio frontal de la tienda nos alertó a todos.

Leonard: - ¡No hay tiempo, váyanse! Tomen las llaves del coche de atrás.

El joven que nos ayudó una vez más lo hacía. Con su mano derecha tomó unas llaves que se encontraban en un cajón cerca de su pierna derecha en el mueble donde se había estado apoyando y las arrojó hacia mí sin perder un segundo.

Leonard: - Atrás del edificio hay un auto azul con vidrios polarizado, súbanse y váyanse lo más lejos posible.

El sonido de los agentes entrando al local nos hizo correr sin poder mirar hacia atrás, pensaba en cómo mi amigo de la vida se quedaba con Leonard en el lugar esperando ser arrestados por los agentes, o lo que era peor, esperando ser borrados por las Ertémpides.

Los agentes rápidamente invadieron el lugar, sosteniendo a ambos por los brazos. Antes de perderlos de vista pude ver como una mujer de pelo ondulado color rojizo entraba por la ventana con demasiada tranquilidad. A medida que nos alejábamos por el pasillo podía distinguir cada vez menos, lentamente la muchacha acercaba su mano hacia la cabeza de Tom, quien se encontraba de rodillas sostenido por sus brazos por los agentes que habían invadido la relojería. La desesperación de Leonard por soltarse al ver que el viejo Tom estaba por ser eliminado hacía sacar fuerzas de algún lado, varios agentes tuvieron que adherirse a sostenerlo para poder someterlo. Poco a poco se oscureció todo y la puerta de salida nos revelaba el camino a seguir. Un desgarrador grito hizo que mi corazón dejara de latir por un instante. Sentí como a Leonard derramaba sus lágrimas por la desesperación.

Leonard: - ¡¡¡¡¡¡PAPAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!

Melisa tomó mi mano y corriendo me sacó de la tienda por la puerta trasera cruzando el oscuro pasillo.

La pequeña llave colgaba de su cuello sostenida de una delicada cadena, moviéndose para los costados con el avance de sus piernas al caminar, un caminar curioso, inseguro y sin entendimiento de nada. Las luces del alumbrado público impedían que la oscuridad de la noche absorbiera la calle por donde Charlotte caminaba. Con las manos en los bolsillos y su campera de cuero, se dirigía a la casa de su amigo Tom. Sus ojos brindaban un espectáculo de sensaciones y sentimientos encontrados mientras apuntaban hacia la apenas iluminada calle.

Todo se mezclaba, las sensaciones en aquella habitación, la despedida de Adriel, el misterio de la llave. Tanto pensó, que por un momento se vio perdida en el lugar, aparentemente la calle que debió haber tomado no era la correcta. Su rostro daba una expresión de duda, incertidumbre y extrañez, ella comenzó a mirar a sus costados intentando encontrar algún lugar para poder ubicarse. De noche la calle se veía más vieja. Casi como si a mente estuviera jugando con ella, cambiando las cosas de lugar y mezclando sus ideas.

Charlotte se paró frente a la casa de su amigo Tom. La expresión de su rostro demostraba que en su cabeza revoloteaba una sensación de extrañez, de incertidumbre, de asombro, al ver que la casa de aquel amigo yacía más cambiada aún. Un cerco de madera en lugar de las altas rejas negras que solían tener se encontraba rodeando la entrada.

Por su cabeza rondaba la idea de una especie de remodelación de la casa, sin que ella se haya enterado. Pero le llamó la atención aquellas persianas de maderas parecidas a las que recordaba en su niñez, aquellos días en los que jugaban en el patio delantero. Mientras caminaba por el sendero que llevaba a la puerta principal Los recuerdos de su infancia se presentaban en forma de secuencias. El banco mecedor que se encontraba a un costado de la puerta le hizo rememorar aquella vez en la que prometieron ser amigos para siempre.

Cerrando sus ojos, respirando profundamente, tomando todo el aire que podía, dejó que todas las extrañas sensaciones liberen su cuerpo para poder llamar a la puerta. Un delicado golpe encendió el sonar de unos pasos que se acercaban lentamente. La puerta se abrió y Elisabeth atendió.

Elisabeth: - Hola.

Charlotte: - Hola Eli.

Charlotte pudo notar que ni la ropa, ni la forma de peinarse de Elisabeth eran las que acostumbraba la madre de Tom. Ella se encontraba con un vestido de primavera floreado, con predominio de verde y blando. El habla se le cortó al ver el abdomen de la mujer. Elizabeth se encontraba embarazada.

Elisabeth: - Si ¿En qué puedo ayudarte?

Ella solo pudo mirarla con ojos de susto y preocupación.

Charlotte: - Tom...

El nombre de su amigo fue solamente lo que pudo decir en ese momento. Elizabeth levantó sus manos y las apoyó sobre su panza de ocho meses de embarazo un poco asombrada. Mientras miraba a los ojos a la muchacha, relajó su rostro brindándole una sonrisa en señal de agrado.

Elisabeth: - Ese es el nombre de mí bebe ¿cómo es tu nombre? ¿Te ha mandado mi marido por algún tipo de mensaje? Ya le había dicho que no hacía falta que mandaran a verme, estoy bien, que no se preocupe no hay contracciones.

Charlotte no supo que responder, su boca se abría para dejar escapar alguna palabra pero el asombro no dejaba que saliera con facilidad.

Charlotte: - Soy Charlotte

Elisabeth: - Charlotte, que lindo nombre, tienes el mismo nombre que la hija de una compañera, hace poco tuvo una niña, tus ojos me hacen acordar a ella.

Charlotte: - Yo... solamente...

La amiga del todavía no nacido, se quedó sin palabras al ver un periódico en sus pies, reposando junto a la alfombra de la entrada, con un titular que no llamó su atención, pero la fecha de aquel diario la dejó sin palabras.

Charlotte: - Ese diario...

Elisabeth agachó su mirada al suelo, y con delicadeza se agachó a levantarlo.

Elisabeth: - Si, el de hoy, se ve que no lo había levantado.

Charlotte: - ¿Qué fecha tiene?

Elisabeth: - La de hoy, 15 de Octubre.

Charlotte: - ¿Qué año?

Elisabeth: - 1986.

El corazón de Charlotte comenzó a acelerarse, sus manos comenzaron a temblar discretamente. Sus ojos demostraban una mezcla entres miedo, incertidumbre, desesperación, asombro y nervios.

Elisabeth: - ¿Estás bien? Te noto un poco perdida.

Charlotte: -¿eh?, no, no es nada, disculpe las molestias señora.

Charlotte se dio media vuelta y sin dejar que Elisabeth pudiera decirle algo, regresó por donde había venido. La mujer quedó en el lugar, como esperando que la joven se diera vuelta para regresar, pero Charlotte cruzó el cerco y comenzó a recorrer la calle vacía y poco iluminada.

La noche nos acompañaba en silencio mientras recorríamos la ruta hacia el Este. Melisa no encontraba las palabras para contenerme. La angustia por perder a un amigo era inmensa, mi mente se encontraba recordando los momentos vividos con Tom antes de que todo esto sucediera. El cielo despejado de nubes, llenos de estrellas parecía no importarme, conducía por inercia mientras mi compañera de andanzas perdía su mirada en las luces blancas de la triste noche.

Melisa: - Se que no es el momento para intentar hablar del tema.

Adriel: - Entonces no lo hagas.

Ella tomó mi mano que se encontraba en la palanca de cambio. Mi mirada se encontraba en la ruta por la que íbamos. No pude evitar sentir la compañía de Melisa en ese momento tan pesado. Sin dejar que su mano soltara la mía, intenté seguir con la cabeza en la nueva misión que me habían encomendado. Intenté, pero no pude recordar lo que me había dicho el viejo Tom con exactitud.

Melisa alzó su mirada hacia el estrellado cielo. Ella repitió en voz alta las primeras líneas de las últimas palabras de Tom.

Melisa: - "Diane se esconde en el lugar donde las figuras celestes dejan de brillar, y las noches permanecen en eterno silencio". Detrás de esas montañas. En el cielo se pude ver una parte que no tiene estrellas. Casi como un círculo, no hay destellos en ella. Ahí tiene que ser.

Alcé mi mirada hacia allí y pude notar esa especie de hueco faltante de estrellas, como si las hubieran sacado con una especie de cortante circular.

Adriel: - Tenemos que encontrarla, esto se tiene que terminar de una vez por todas. Nadie más tiene que salir herido. Ya no.

Melisa apretó fuerte mi mano y pude sentir una tranquilidad inmensa, el simple hecho de estar a mi lado hacía que el impacto de las cosas fuera menos doloroso.

Caminando sobre una calle desconocida para ella, la calma de a poco volvía a su cuerpo. El sol se había ocultado de su vista y la luna ocupaba su lugar iluminando sus pasos con un celeste resplandor digno de su belleza.

Sus ojos se perdían en la inmensidad del vacío de la calle que recorría sin rumbo, desconcertada por la idea de no pertenecer a la época que se encontraba, sin siquiera saber que estaba pasando. Aunque se encontraba sola, enfrentando esta situación, sus ojos no registraban señal alguna de lágrimas, esa sensación de miedo por lo desconocido y tristeza por la soledad se encontraban bloqueados de alguna extraña manera. Por más que pensara en ello, todo tipo de angustia había desaparecido.

Con sus manos en los bolsillos poco a poco se acercaba al final de la calle. Una figura con un sobretodo negro se encontraba esperándola. Un sombrero oscuro cubría su rostro. Ella se paró frente al sujeto sin miedo a ser atacada. Sin retirar las manos de sus bolsillos mantuvo su mirada en alto para identificar la figura.

Joven: - Sé que por ahora estas con muchas dudas en la cabeza. Pero necesito que vengas conmigo.

Charlotte: - ¿Qué te hace pensar que voy a irme con la primera persona que se me cruce por el camino?

El sujeto sonrió, y para captar la atención de Charlotte se sacó el sombrero, alzó su mirada y dejó que la muchacha se sorprendiera de lo que veía.

Charlotte: - No puede ser. Tú no puedes estar aquí. Estamos en otra especie de tiempo, no podrías estar en este lugar.

Joven: - Tantas cosas que no deberían haber sucedido. Déjame que te explique la situación. Ya no puedes estar sola. La oscuridad te encontró, y ahora está buscando la manera de librarse de ustedes.

Charlotte: - ¿Ustedes? ¿De quiénes hablas?

Joven: - De ti y el conjunto de tus miedos. Es largo, prefiero que lo hablemos en el camino. No es coincidencia que tus emociones fuertes y negativas hayan desaparecido y después de un par de cuadras hayas viajado al pasado.

Charlotte: - ¿Cómo sabes lo que me pasa, lo que estoy sintiendo?

Joven: - Porque sino ya te hubieses puesto a llorar y hubieras corrido a abrazarme, aunque no sea la persona que piensas que soy.

Charlotte: - O realmente conoces una mirada mía, o esto es una especie de sueño de esos verdaderamente locos.

Joven: - Ya vas a poder sacar tus propias conclusiones.

Charlotte: - ¿Por qué me dijiste no ser la persona que creo que eres?... Adriel.

Joven: - Porque no soy Adriel, mi nombre es Fobia.

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