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By Bluecities

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00:00 ¿Qué pasa a medianoche? Tres chicos, cuatro chicas. Un grupo, un reto. ¿Log... More

Medianoche
Reparto
INTRODUCCIÓN | Prófugo
CAPÍTULO 01 | La última vez
CAPÍTULO 02 | Iremos a esa fiesta
CAPÍTULO 03 | Totalmente sola
CAPÍTULO 04 | Valientes
CAPÍTULO 05 | Pista de baile
CAPÍTULO 06 | Crímenes perfectos
CAPÍTULO 07 | Broma pesada
CAPÍTULO 08 | Alguien sin experiencia
CAPÍTULO 09 | Así era yo
CAPÍTULO 10 | Actitud de superioridad
CAPÍTULO 11 | El riesgo es lo principal
CAPÍTULO 12 | ¿Cuál es el peligro?
CAPÍTULO 13 | Siete chicos, siete vidas
CAPÍTULO 14 | ¿Quién ganará, quién vivirá?
CAPÍTULO 15 | La pureza en la soledad
CAPÍTULO 16 | Miedo, ansiedad y nervios
CAPÍTULO 17 | Tic, toc
CAPÍTULO 18 | La culpabilidad de matar
CAPÍTULO 20 | Código de medianoche
CAPÍTULO 21 | Cinco, cuatro, tres, dos, uno
CAPÍTULO 22 | Recuerda que morirás
CAPÍTULO 23 | Mientras te arriesgas
CAPÍTULO 24 | Eva
CAPÍTULO 25 | Veneno y remedio
CAPÍTULO 26 | Contrólate a ti mismo
CAPÍTULO 27 | Los héroes también caen
CAPÍTULO 28 | El circulo no puede romperse
CAPÍTULO 29 | Tempus fugit
CAPÍTULO 30 | Ya nada es real
CAPÍTULO 31 | No son miedos, son signos
CAPÍTULO 32 | Mis demonios me llaman amigo
CAPÍTULO 33 | No más mentiras
CAPÍTULO 34 | La chica que llora sangre
CAPÍTULO 35 | Salvar a alguien
CAPÍTULO 36 | Avanza para no morir
CAPÍTULO 37 | Seguimos siendo libres
CAPÍTULO 38 | Las puertas de Roma
CAPÍTULO 39 | Constante pesadilla
CAPÍTULO 40 | Libre de ser libre
CAPÍTULO 41 | Si te pierdes, te encontraré
CAPÍTULO 42 | Perdiendo el sentido
CAPÍTULO 43 | Ciudad de luces
CAPÍTULO 44 | ¿Quién estaba haciendo lo correcto?
CAPÍTULO 45 | Prueba al poder
CAPÍTULO 46 | Más allá del arcoíris
CAPÍTULO 47 | No dejes que se rindan
CAPÍTULO 48 | Ducha de sangre
CAPÍTULO 49 | Morir o salvar
CAPÍTULO 50 | Rogarás por piedad
EPÍLOGO | Luchen siempre, jugadores

CAPÍTULO 19 | No necesito ayuda

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By Bluecities

ESTHER

Me sorprendí al día siguiente, al despertarme e ir a la cocina y ver que sobre la mesa había siete juegos de tazas y platos, todos distribuidos como para que alguien llegara y se sentara a comer. Estaban llenos, las tazas de café y los platos de tostadas. Me acerqué sin poder creérmelo, era un desayuno simple pero no creía que... no esperaba tenerlo.

No esperaba despertar y encontrar algo como eso. Pensé que conseguir comida iba a ser algo de pocas veces, de suerte. Sonreí. En el centro de la mesa había un contenedor, tenía manzanas. Tomé una y estaba a punto de morderla cuando oí su voz.

—Eh—me regañó Aarón, apareciendo por la puerta de la cocina—, deberías dejar eso. Es lo único que no nos dieron de a montones.

Me detuve, aun sonriendo.

—¿A qué te refieres?—cuestioné sin bajar la manzana.

Aarón se acercó a mí, con cuidado se extendió hasta que sus dedos alcanzaron los míos y alejó la fruta de mis labios. Lo observé.

—Solo hay siete manzanas—dijo finalmente—, supongo que es una para cada uno. ¿De verdad quieres comer la tuya ya? Yo la guardaría. Quién sabe, quizás la comida se termine y sea lo único que nos quede.

—O quizás se pudran y ya no podamos comerlas más adelante—masculló de repente alguien, entrando a la cocina. Heather.

Se acercó a nosotros, deslizó una silla y se dejó caer sobre ella. No tardó en tomar una de las manzanas y, observando sin vacilar a Aarón, darle un mordisco. Miré su cabello despeinado, la ropa que llevaba encima era más grande que ella. Enarqué una ceja ante ese detalle, Heather me vio.

—Sí, Esther—farfulló poniendo los ojos en blanco—. Se la robé al grandulón.

—¿Daniel?—aventuró Aarón.

Heather asintió con cuidado, le dio otro mordiscón a la manzana.

—Ni siquiera piensen en decírselo—nos amenazó, medio en broma medio en serio.

No dijimos nada, Aarón y yo nos limitamos a sentarnos en sillas continuas. Había tres frascos sobre la mesa, no tenían etiquetas pero tomé uno y en cuanto lo abrí supe que era miel. No era una fiel fan de la miel, sí de las abejas, pero de todas formas la usé sobre una de las tostadas que más tarde devoré.

Maia no tardó en aparecer, ella a diferencia de Heather llevaba el cabello arreglado y la ropa de su talla. No se sorprendió al ver la comida, en silencio se acercó a una silla y se sentó frente a Aarón. También tomó la miel y mientras la untaba, noté que sus movimientos eran lentos y algo forzados.

Tenía bolsas bajo los ojos, no había dormido bien.

—¿Una mala noche?—susurré en su dirección, volviendo a esbozar una sonrisa.

Maia alzó la mirada y negó con la cabeza.

—No sabría decirte—musitó, alzando la tostada y llevándosela a la boca—. Solo me quedé hasta tarde.

Heather se inclinó sobre la mesa, de repente sonreía con picardía.

—¿Haciendo qué?—dijo, dedicándole una mirada divertida.

Ambas se observaron, Maia abrió la boca para decir algo pero justo entonces alguien más llegó a la cocina.

—Hablando conmigo—comentó Zayn. También llevaba el cabello despeinado y parecía estar tan cansado como Maia. Se acercó a nosotros y se sentó justo al lado de mi amiga rubia, pero observaba a la pelirroja—. ¿No que tú no podías hablar?

Heather seguía sonriendo con ese toque de diversión y maldad único en ella. Le sostuvo la mirada.

—¿Me ves incapaz de enviarte a la mierda?—cuestionó, señalándose a sí misma. Zayn no respondió—. Desperté y ya había desaparecido, al igual que esto.

Se incorporó un poco para levantar su camisa y enseñarnos su abdomen, justo esa parte en la que se suponía que había sido herida. Pero no había nada, no podíamos ver ningún rastro de lo que había sucedido. Zayn silbó antes de tomar la taza y llevársela a los labios, volteándose. Heather bajó su camiseta otra vez y se sentó, sin perder su sonrisa. Comenzaba a darme miedo.

No quedaban secuelas, ninguna señal, de lo que había ocurrido. Era como si no hubiese pasado nada, como si Maia no se hubiese manchado nunca las manos de su sangre, como si Aarón nunca hubiese tenido esa batalla consigo mismo preguntándose si debía hacerlo o no, como si yo nunca hubiese estado tan aterrada como para cuestionarme si de verdad siempre hay alguna luz en la oscuridad. Porque era eso lo que me gustaba creer, lo que me hacía seguir siendo optimista y, como Heather había dicho, lo que me hacía tener "esa extraña manía de buscarle siempre el lado bueno a todo".

Siempre hay luz. Era fiel a esa idea.

Por eso, quiero asumir, no me detuve mucho a darle vueltas al asunto de lo normal que se sentía ese ambiente a pesar de todo. Hacia tan solo unas horas la vida de uno de nosotros estuvo en juego, en ningún momento dejábamos de estar expuestos al peligro, pero en ese instante nada de eso parecía importar. Como si nada, el desayuno estaba servido. Como si nada, nos sentamos a disfrutarlo. Como si nada, la charla se volvió similar a la de un grupo de amigos que vuelven a encontrarse luego de una fiesta.

Las circunstancias avanzaban así. Como si nada sucediera.

En algún momento observé las sillas. Había sólo dos que no estaban ocupadas.

Me giré para observar la puerta, tuve la suerte de que justo en ese instante Daniel entrara a la cocina.

—¡Eh, Daniel!—exclamé entonces, y en cuanto alzó la mirada le lancé la manzana que tenía en mis manos, él la atrapó al vuelo y me observó—. ¿Puedes buscar a Victoria?

Vaciló pero terminó por asentir. Dio media vuelta sobre sus tobillos y salió de la cocina.

DANIEL

¿Por qué no podía buscarla ella?

Avancé por el corto pasillo hasta llegar a la última puerta y, antes de llamar, observé el cartel que esta tenía. No tenía un número sino una letra. A. Fruncí el ceño sin comprender el porqué de ese orden y, aun observándolo, con los nudillos toqué tres veces el metal.

No entendía qué había tras todo eso, tras los números y los colores de los carteles, pero tampoco quería pensarlo demasiado. Me daba igual si era una especie de ayuda, mensaje o lo que sea, estaba demasiado perdido como para querer o poder descifrarlo.

Durante la noche había soñado otra vez con lo mismo pero algo había cambiado ese día porque, en cuanto desperté, el pecho seguía doliéndome igual que en mis pesadillas. No había sangre, ni siquiera una herida, pero era como si el sueño hubiese dejado de ser sueño y hubiese pasado a ser más real, algo que de verdad estaba ocurriendo.

Sentía que estaba perdiendo mi cabeza pero por sobre todo me sentía enfadado. Conmigo, con Zayn, con quien sea que se dignara a hablarme. Aunque también estaba un poco confundido, lo notaba en el hecho de que no podía recordar en qué momento me había acostado, mucho menos cuándo había caído dormido. Incluso las imágenes de lo que había ocurrido a medianoche eran confusas y borrosas para mí. Solo veía oscuridad, a Maia alzando un cuchillo en mi dirección y después nada más.

Tras eso sólo había oscuridad.

—¿Victoria?—solté de repente cuando me di cuenta de que nadie había dado respuesta alguna. Volví a llamar, esta vez con más fuerza—. ¿Está todo bien?

Pegué mi oído al metal e intenté oír algo, su voz, quizás incluso su ronquido, pero en lugar de eso sólo pude distinguir el sonido del agua corriendo. Pensé al instante que Victoria era la culpable de dejar el agua así, que algo le sucedió y no había nadie para cerrarla. Busqué el picaporte y lo giré, la puerta se abrió y al instante la oscuridad de la habitación me recibió. La luz del baño estaba encendida y la puerta abierta, no tardé en acercarme y cerrar la canilla.

Justo entonces la vi. Estaba arrodillada frente al váter, tenía sus manos cubiertas de algo que apestaba como la mierda, toda su cara estaba colorada y lloraba. Alzó la mirada en mí dirección y por alguna razón recién ahí entendí qué estaba sucediendo.

Se estaba haciendo vomitar.

—¿Qué mierda?—exclamé mientras ella se incorporaba—. ¿Victoria?

Retrocedí hasta salir del baño, ella se acercó otra vez al lavabo, volvió a dejar que el agua corriera y se inclinó para limpiarse. La observé en silencio, desde donde estaba podía ver que el espejo, idéntico al que mi baño también tiene, estaba roto, había cristales sobre el suelo. Observé las rodillas de Victoria, ambas tienen cortes de la misma longitud que los de sus manos.

Intenté no pensar demasiado pero, en cuanto ella terminó de limpiarse y me observó en silencio, no pude evitar soltar lo que supuse que ocurría.

—Tienes problemas—murmuré—. Con la comida.

Su mirada se oscureció, creo que intentó responderme pero de repente se tambaleó. Estuvo a punto de caer, sin embargo me acerqué a ella y la tomé antes de que pudiera hacerlo. Cuando volví a observarla tenía ambos ojos cerrados y ya no podía sostenerse a sí misma. Así que eso hice yo. La llevé hasta su cama y la dejé ahí, sin saber qué más hacer. Me senté a su lado, comencé a pensar en las miles de cosas que quería evitar.

Victoria. Anorexia. O quizás bulimia.

Cualquier maldito trastorno alimenticio.

¿Pero qué mierda estaba haciendo? Sólo la había visto haciéndose vomitar.

No sabía qué hacer así que no hice nada. Me limité a observarla, a ver cómo su cara estaba incluso más pálida de lo normal, a ver cómo su respiración agitada de a poco se volvía tranquila. Tomé su mano, esta estaba cálida y no pude evitar maldecir. ¿Por qué? ¿Por qué si no le hace falta?

Me dolió, pero especialmente me dolió ver que se trataba de ella, de Victoria, la chica que al parecer todos consideraban una odiosa sin sentimientos. No lo era, no tenía respuestas a todo lo que creíamos que ella sabía, en definitiva no era tan fuerte como aparentaba ser, estaba tan aterrada—o quizás más—como nosotros. Era parte de eso, del supuesto grupo, y nadie se había detenido a pensar en por qué actuaba de esa forma.

Ella no era así, no quería serlo. Pero estaba obligada a actuar de esa manera.

Darme cuenta de eso parecía cambiarlo todo.

VICTORIA

Estaba en mi mente, lo sabía. Por eso no podía explicarlo.

Desperté recordando que me había escabullido durante la madrugada para comer algo y al instante maldije. No tenía que hacerlo pero ya no había podido resistirme. Nunca antes me había hecho vomitar pero tampoco pensaba dejar que esa manzana de mierda destruyera también esa parte de mi defensa, esa parte que me mataba pero que a la vez era indestructible y esencial.

Porque sí, según mis doctores yo era anoréxica. No quería consumir nada y lo había hecho así que tuve que recurrir a hacer algo que no sabía hacer: devolverlo.

Eso era lo que recordaba, lo que se repetía en mi mente como una película. Me veía a mí misma en el baño, mi mano empujando dos dedos dentro de mi boca sintiendo otra vez las arcadas. Y luego la confusión. Todo se volvió borroso, la vista se me nubló, alguien entró a la habitación. Entonces no pude más y me desmayé.

Intenté abrir los ojos, sentía que estaba en mi cama y que alguien estaba sentado a mi lado pero no sabía quién era, no sabía si estaba a salvo o en peligro. Parpadeé hasta que la luz dejó de cegarme, todo se aclaró y vi al tipo grandulón, Daniel, sentado a mi lado.

Me observaba con miedo, quizás estaba pensando en lo estúpida que era por hacer lo que hacía.

—¿Cuánto viste?—conseguí preguntar, intentando sentarme.

Todo seguía girando pero lo conseguí. Mi voz sonó ronca, me sentía extraña, incluso mi garganta me molestaba un poco y tenía un sabor a mierda en la boca. No podía estar más incómoda. Carraspeé mientras Daniel corría la mirada, evitando la mía.

—Lo suficiente como para suponer que—dijo, vacilando. Terminó por lanzar un suspiro, acompañando sus palabras—... que algo no está bien.

Me dejé caer otra vez, maldiciendo por lo bajo. Cerré los ojos y noté un sabor amargo en mi boca, el cual ignoré.

—¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?

—Sólo unos minutos.

—¿Cuántos?—insistí.

—Doce.

Los suficientes como para hacer correr el rumor.

Daniel volteó para observarme por encima del hombro, entonces fui yo la que corrió la mirada.

—Eres patético—maldije—. ¿Contaste los minutos? ¿Es en serio?

Sé que tratarlo de esa forma era ridículo, si ya había hecho saber lo de mis problemas no había nada que pudiera hacer para solucionarlo. En 00:00 es lo que todos hacen cuando ven algo raro, ir a buscar a alguien más para que los ayude. Enfadarme con él era una buena opción pero no tenía tiempo para ese tipo de idioteces, así que decidí ir directo al grano.

—¿A quiénes les dijiste?—solté.

De repente se vio ofendido.

—¿De verdad crees que soy de ese tipo? ¿Crees que no pensé que si tú no lo dijiste antes fue por algo?

Lanzó una fingida carcajada cargada de ironía.

—¿Acaso no podías pensar que iba a ser una situación estúpida?—solté, hablando con rapidez—. ¿Qué iba a decirles? ¿Hola, soy Victoria y soy anoréxica? No es un tema sencillo, no puedes soltarlo así como así. Mucho menos cuando las prioridades son otras.

Se dejó caer a mi lado, ambos nos observamos.

—Sólo quiero oír una explicación—dijo entonces, hablando en voz baja—. Tu secreto está a salvo conmigo.

Me contuve de responder "¿qué secreto?" sólo para dejar de llevarle la contraria a todo, y no sé por qué con exactitud, comencé a hablar.

—Bueno, comenzó cuando tenía catorce—expliqué, observando el techo blanco. Sentía su mirada sobre mí—. Era bastante, ya sabes, gorda. Y tenía que usar lentes. Yo estaba cómoda con mi cuerpo pero de repente... no lo sé, creo que me di cuenta de que no era lo que quería ser.

Había hablado de eso tan pocas veces que hasta se volvía extraño. Ni siquiera con mis doctores había estado dispuesta a dar muchas explicaciones, pero sin embargo ahí estaba. A veces contarles tus problemas a desconocidos parece sencillo, y a veces eres inteligente y te das cuenta del peligro que eso representa.

Quién sabe por qué yo, que suelo estar alerta a cada peligro, decidí tirar la toalla por una vez en la vida y dejar de defenderme. Por supuesto, después de tanto tiempo me costaba sentirlo como algo bueno.

Seguí hablando de todas maneras.

—Mis amigas me decían que estaba bien pero durante las clases de gimnasia todos, incluso el imbécil del profesor, se reían de mí porque no podía hacer ningún maldito ejercicio sin acabar como la mierda. Yo misma comencé a sentirme incómoda, a ver que de repente todas usaban ropa más ajustada o que mostraba un poco más de piel pero en mí eso no se veía bien. Y en mi familia me llamaban "gorda" de cariño, pero entonces entendí que no me gustaba serlo, que quería poder usar ropa sin sentir que me quedaba horrible, que quería poder verme en el espejo y ver alguien... eso, atractivo.

Mis propias palabras me avergonzaban. Intenté borrar a Daniel de esa escena, convencerme a mí misma de que en realidad estaba hablando sola, que nadie iba a escucharme ni a juzgarme. Eso debería haberlo hecho más fácil.

Fallé.

—Y sólo actué, dejé de comer. No sé cómo, ni siquiera recuerdo cuándo empecé, no hice nada y antes de poder darme cuenta estaba escuálida, engañaba a todos diciéndoles que iba al gimnasio pero luego me moría de hambre, me mataba a mí misma pero al menos la ropa me quedaba bien, podía salir sin tener miedo, las personas se fijaban en mí y las chicas me preguntaban cómo hacía para estar tan... bien.

Acabé sin querer hacerlo. Había más, mucho más, pero decidí dejarlo ahí. Todo mi ser estaba temblando de miedo. Las palabras no bastaban para definir esa parte de mí que tanto dolía, que tanto me acomplejaba antes, cuando mi vida podía ser normal.

—Mierda, no estaba bien. Ni un poco—se me escapó.

Daniel permaneció en silencio, observándome. No sabía qué decir. Yo entendía muy bien eso. ¿Qué respondes a algo así? ¿Hay algo que se pueda decir?

Para mi sorpresa, Daniel encontró algo.

—Vaya, en realidad esperaba que soltaras algo como "¿Y a ti que te importa?" y me echaras.

Suspiré de alivio sin poder evitarlo.

—No es mi estilo. Lo habría hecho amenazándote.

Daniel me sonrió un poco, ante lo cual bajé la mirada en su dirección y noté que de verdad estaba sucediendo. No lo había ni siquiera intentado pero ahí estaba, me había hecho hablar sin insistir demasiado.

—Nadie supo nunca esto de mí—murmuré entonces, dejando de dudar tanto—, ni siquiera mis padres. Mis doctores quisieron explicarles pero creo que no les interesó tanto. Y mis amigas... no lo sé. Era terrible porque me estaba haciendo daño, me lo estoy haciendo, y nunca tuve nadie a quién contárselo. Nadie a quien le importara, nadie que quiera detenerme o ayudarme.

Quizás porque nunca quise eso.

Silencié el resto de pensamientos que daban trasfondo a mi situación. No podía explicarlo en voz alta. Expresarme era un suicidio para alguien como yo, para alguien que toda su vida aprendió primero a defenderse antes que confiar, a frenarse antes de ser capaz de mostrar cualquier atisbo de debilidad frente a otros.

Mi peor lado me aterraba y atormentaba en partes iguales. Por eso vivía enterrándolo, ocultándolo de quien sea que intentara alcanzarlo. Me mostraba fría por fuera, tanto que no hubo persona que quisiera ver por dentro, principalmente porque yo no lo permitía.

Nunca dejaba ver ese lado, esa Victoria aterrada pero real que vivía dentro de mí. Mis peores pensamientos me lo impedían. Me repetían mil veces las mismas preguntas.

¿Qué pasaría si te vieran?

¿Te odiarían tanto como te odias a ti misma?

—Te entiendo—susurró Daniel entonces.

Hizo lo que menos esperaba que hiciera. Extendió su mano para tomar la mía y comenzó a acariciarla con su dedo pulgar. Me detuve a tiempo, por suerte. No estaba acostumbrada a estar tan cerca de alguien, a ser cariñosa ni al contacto físico. Lo detestaba de alguna forma, lo evitaba todo el tiempo. Pero, y aunque me estaba molestando un poco, dejé que lo hiciera.

—Te ayudaremos, déjanos intentarlo—dijo.

—No necesito ayuda—lo interrumpí y ya no pude resistirlo, alejé mi mano de manera brusca—, no quiero ayuda.

Me incorporé, él no tardó en hacerlo también. Intenté abrazarme a mí misma y ladeé la cabeza en dirección a la puerta, dándole la espalda. Daniel no se movió. Tuve que girarme y observarlo, ser dura y lo conseguí. No vaciló, caminó hasta que alcanzó la puerta y, justo entonces, se detuvo. Bajó la mirada, al igual que el picaporte, y cuando la abrió se giró. Me observó por encima de su hombro.

Comprendí que no estaba dispuesto a dejarlo ir así como así. Parte de mí se alegró ante eso, más la otra parte permaneció indiferente.

—Entonces déjame ayudarte, yo lo haré—anunció con decisión, de repente lanzó una manzana en mí dirección, la atrapé y lo observé mientras sacaba su cuerpo de la habitación—. Saldrás con un problema menos de aquí, te lo prometo.

Quería decírselo. Alguien tenía que advertirle a tiempo, no podía permitirle creer una mentira. Acaricié la manzana como si fuera lo último a lo que me quedaba aferrarme, esa esperanza que es imposible mantener en los peores momentos.

—No puedo dejarte hacer tal cosa—le dije, bajando la mirada. Me estaba sintiendo tan débil que incluso no podía terminar de creerlo—. Hablo en serio, Daniel. No puedo. No... no puedo. Incluso aunque quiera.

Mirarlo tampoco era necesario. Sabía que seguía ahí, que intentaba tranquilizarme.

—Yo te salvaré. No pienso dejar que nada malo te suceda ni ahora ni cuando nos vayamos de este lugar, Vic—afirmó.

Yo solo pude cerrar mis ojos y suspirar para mis adentros.

Si es que llegamos a salir, Daniel.

Si es que llegamos.

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