BREVES RELATOS DE AMOR

By strawberryclue

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Compilación de cuentos. Breves historias de amor nace como una compilación de historias breves, todas ambient... More

PREFACIO
Un folleto escandaloso
Flores para Mary
House of commons
El sombrero de copa
Calor de oriente

El gato a rayas

193 20 15
By strawberryclue

Evangeline Teagarden había nacido en una modesta familia de clase media. Sus padres, el dueño de un periódico local y una maestra de escuela, se habían desvivido por ofrecerle la mejor educación dentro de sus posibilidades. Siendo ambos amantes de las letras y las artes, le habían inculcado desde la infancia la pasión por la lectura, la pintura, la música y el teatro en todas sus expresiones. Lamentablemente, el ilustrado futuro que habían diseñado para ella, no salvaba la falta de linaje, por lo que de poco le serviría en el mundo matrimonial. Sus padres habían aspirado a enlazarla con un respetable vicario o maestro y hasta hacía muy poco, ella no había manifestado ningún interés en recibir atenciones. Por el contrario, se había contentado con la lectura y el estudio de todos los tópicos que se le permitieran por su género. Su sueño secreto en realidad se hallaba en convertirse, como sus madre, en una respetable maestra en algún apacible pueblo. Eso, hasta que el gran desastre sobrevino, por su puesto.

Fue justamente por ello que, cuando la hermana de la señora Teagarden, la señorita Sarah Jones, también profesora, propuso llevarse a la joven a pasar una temporada con ella en Bournemoth, sus padres no lo dudaron un instante. La perspectiva de verla rodeada del particular grupo de amigas de su tía, no solo les parecía una gran idea si no que resultaba una gran oportunidad para su desarrollo intelectual, y por supuesto, para alejarla del escándalo, por lo que aceptaron encantados. Le concedían así una gran oportunidad a su hija, de conocer mundo y salir de casa, distraerse y aprender, y además tendría el beneficio de conocer a la mismísima Lady Whilelmina Manners, una influyente dama que reinaba en el balneario, bastante anciana, y reconocida entre intelectuales y filántropos. Los Teagarden habían oído mucho sobre Lady Manners, y si bien no comulgaban con todos sus planteamientos, reconocían su intelecto y confiaban en la educación que habían impartido en su hija, así como en los cuidados que la estricta tía Sarah le daría.

Evangeline también había oído toda su vida sobre la increíble Lady Manners, por lo que la noticia del viaje a Bournemoth la recibió con alegre expectación, y con tanto entusiasmo como si se tratase de su regalo de navidad. Guardaba la esperanza de sanar sus heridas lejos de quienes la habían visto tropezar de tan escandalosa forma, y le alegraba conocer la bella ciudad-balneario, tranquila y pequeña, con modernas instalaciones y lugares disponibles para agradables paseos. Pero especialmente ansiaba conocer a Lady Manners.

La dama en cuestión era una señorial anciana, hija menor de un importante duque y de quien se decía había renegando con fiereza de su rol social como mujer, declinando las ofertas de matrimonio con las que había sido asediada en su juventud, para permanecer férreamente soltera, dedicada al cuidado del prójimo y el desvalido. Esta intrigante mujer, conocida en los círculos intelectuales por su afición a la lectura de las más connotadas autoras femeninas, ejercía de líder de un Club de señoras que funcionaba en su propia casa de campo, del que la tía Sarah era parte. Evangeline había oído sobre ella desde muy joven, ya que tía Sarah no había dejado una sola carta sin mencionarla. Ansiaba tenerla al fin en frente para oír lo que tuviera para decir sobre todas las cosas y deseaba tener la oportunidad de charlar con respecto a sus ideales, con la esperanza de enfocar sus propias creencias y pensamientos. Confiaba en que le ayudaría a sanar sus heridas y encausar su futuro.

Tan ansiosa estaba que a su llegada a Bournemouth solo podía pensar en eso y saltó con entusiasmo cuando al fin llegó entre el correo la primera invitación para asistir a una reunión del club de señoras, la tarde siguiente a su arribo al balneario. Apenas pudo contener un gritito ansioso, antes de entregársela a su tía.

—No te entusiasmes tanto, querida—le llamó a la calma tía Sarah, observándola sobre sus lentes de medialuna con su sonrisa dura y maternal a la vez—. Somos solo un grupo de viejas aburridas que se reúnen para coser mantas para los pobres y organizar jornadas de caridad... no esperes ninguna aventura con el club de señoras.

Pero Evangeline no perdía la esperanza. No de una aventura, por su puesto. Sabía bien que el club se conformaba por señoras de avanzada edad, la mayoría solteronas o viudas que dedicaban sus últimos años a la beneficencia de los más necesitados. Para ella eso era más que suficiente. Con el pasar de los años, y ahora que se acercaba a cumplir los 23,—y especialmente debido al gran desastre, por supuesto—había perdido toda esperanza de asentarse junto a un buen hombre y criar a sus propios hijos, por lo que las ideas radicales de Lady Manners le atraían especialmente, así como conocer de cerca el destino apacible y reconfortante que podría llegar a tener en la soltería. Su principal curiosidad estaba en compartir con estas mujeres lo suficiente para evaluar sus nuevas perspectivas: ¿Podría ella misma unirse al club de señoras, ya que su tren había pasado gracias al "escándalo", o debía esperar a ser... mayor?

Encantada, saludó a cada una de las damas que conformaban el Club, probablemente con más confianza de la apropiada ya que nunca las había visto, pero sabía todo lo necesario de ellas, gracias a su tía. Casi como si las conociera: La primera en saludarla fue la hija del boticario, la señorita Cora Rawson, una mujer de mediana edad con cabello negro entrecano tomado en un bonito moño de institutriz y cuyo vestido negro expelía un extraño aroma químico. Evangeline sabía que el aspecto amable de la mujer en realidad ocultaba un cerebro inquieto que gustaba de experimentar con fórmulas y hierbas para crear nuevas recetas de remedios caseros y cosméticos. Su misma tía se declaraba una fanática de la crema exfoliante que la señorita Cora había inventado con agua de mar. A su lado, le sonrió una dulce ancianita de cabellos plateados y ojos celestes, que reconoció de inmediato como la señorita Sabine Stone, hermana del médico del pueblo. Parecía frágil y delicada, pero la tía Sarah le había contado como hasta hacía poco era la encargada de asistir en cada parto que ocurría en el pueblo, haciendo las veces de una dura y fuerte partera. Ningún niño en Bournemouth durante los últimos 20 años había llegado al mundo sin su presencia. Frente a ellas reposaba en una mecedora la signora Ellisabetha Mauri, una anciana viuda italiana que sufría del reuma hacía años, motivo que la había llevado a instalarse en el balneario para su tratamiento. De su aspecto enfermizo resultaba imposible sospechar que era la causante de toda la fortuna de su familia, proveniente de sus infalible habilidad para reconocer una obra de arte invaluable, identificar piezas originales de las réplicas ordinarias, y descubrir artistas nacientes, con la que había llevado a su esposo a convertirse en un acaudalado vendedor y mecenas de arte en Italia. La más joven del grupo, y ciertamente muy joven para formar parte de aquél grupo, teniendo apenas unos 30 años, era Lidia Billinghurst, la esposa del vicario del pueblo. De aspecto pulcro y sencillo, mostraba siempre una amable sonrisa y apacible energía. Parecía ser que observaba el mundo con una sabiduría propia de una mujer mucho mayor de lo que en realidad era, y se decía de ella que había arrastrado a su esposo a renovar su estilo de prédica, atrayendo más adeptos al culto; y que se había abocado a formar grupos de madres y de cuidados de niños en las tardes para aquellas que debían realizar labores remuneradas para ayudar en la solvencia de sus hogares.

El Club se completaba con la tía Sarah, la profesora de la escuela rural, a la que todas oían con atención y respeto ya que se trataba de una de las mujeres más instruidas y rectas del pueblo, que además había hecho de profesora de todas las hijas y sobrinas que habitaban la zona. Y por supuesto, estaba la mismísima Lady Manners.

Cuando Evageline llegó hasta ella para dedicarle una reverencia, por poco la abrazó. Sentía como si la conociera de toda la vida, y al mismo tiempo, como si tuviera enfrente a la heroína de su novela favorita. Su aspecto resultaba cautivador y terriblemente contradictorio: imponente e inteligente, pero dulce y amable a la vez. Le ofreció una sonrisa de bienvenida tan sincera y cálida que la conmovió. Era todo lo que su esperanza había guardado.

—Gracias por recibirme, mi Lady—aceptó Eve sinceramente, mientras realizaba la reverencia nuevamente.

—Oh, querida, con los antecedentes que Sarah ha dado de ti, créeme que estábamos ansiosas por conocerte—asintió Lady Manners, conforme—. Ahora, ven acá, toma una tacita de té y cuéntanos todo sobre ti.

—Vivir a través de los jóvenes—comentó la señorita Sabine con una sonrisa de ensueño—. Es lo único que nos queda, y lo que más disfrutamos al final de nuestros días...

—Nadie vive a través de nadie, Sabine—la reprendió Cora, tomando un pastelillo de la bandeja frente a ella—. Pero es muy cierto que disfrutamos mucho oír las historias de los jóvenes....

Las demás rieron divertidas, para darle paso a Evangeline a que les relatara sobre sus padres, su hogar y su viaje, sus intereses en lectura y actividades, sus amistades. Y su soltería, por supuesto.

* * *

Se acostumbró tan rápido al campo, al balneario y a las señoras del Club de Lady Manners que pronto sintió que había vivido allí toda la vida. La señora Bishop, la anciana ama de llaves de Lady Manners, la había adoptado prontamente y constantemente le repetía lo mucho que se le hacía parecida a la actual Lady Penshurt, antes señorita Evergreen, la sobrina nieta de Lady Manners que hasta hacía un par de años había vivido con ellas.

—La extrañamos mucho—le contó la ama de llaves—. Pero es tan feliz junto a su esposo que no podemos reprocharle nada. Usted se le parece mucho: callada, solitaria y amante de la lectura. La he visto. La señorita Evergreen hacía lo mismo, paseaba por aquél bosque hasta el estanque para leer con el sol de la mañana y llegaba tarde a la hora del té. Hasta que se casó con Lord Penshurt, por supuesto.

Evangeline sonreía y asentía, agradecida de sentirse tan a gusto en aquél hogar, a pesar de que comprendía el mensaje que la ama de llaves le ofrecía... Ella también creía que pasaba ya su edad de conseguirse un esposo. Y es que no se equivocaba. El desastre había sobrevenido cuando ya se hallaba con el tiempo en contra. Tal vez debería unirse de una buena vez al Club de beneficencia.

—Deberías pasear a caballo, o salir a recorrer el terreno—la alentó Lady Manners esa tarde, cuando terminaron de trabajar en las mantas de puntilla que preparaban para regalar a los más necesitados—. Es una suerte que el clima haya estado tan agradable estos días, pero en cualquier minuto nos atrapará la lluvia y quedaremos todos encerrados bajo techo. A tu edad, estar encerrada no te trae beneficio alguno.

Por supuesto, Evangeline no pudo hallar excusa para oponerse y decidió disfrutar de una pequeña excursión. La casa estaba instalada en lo alto de una colina, rodeada por un jardín franqueado por un pequeño bosque que acababa en un íntimo claro. Decidió que lo mejor sería dejarse guiar por el sendero, con una manta y un libro bajo el brazo como todo equipaje.

Se adentró entusiasta en el sendero, pero apenas a unos cuantos metros de la casa, un extraño ruido llamó su atención. Parecía como si un pequeño bebé llorara entre los arbustos. ¿Podría ser realmente un niño oculto entre los matorrales que lloraba perdido?. Contuvo la respiración para identificar la procedencia del llanto, hasta que el sonido se repitió con más fuerza. Intentado no emitir ruido alguno avanzó hacia unos matorrales que flanqueaban el camino.

Un viento fuerte e inesperado se levantó, pasándole por entre las piernas y zarandeándole las faldas y el cabello. El sonido que la había atraído se oyó más fuerte, como si el viento le hubiese asustado. Lady Manners tenía razón. Muy probablemente el mal clima llegaría hasta ellos en cualquier instante.

—Hola pequeño, no tengas miedo, te ayudaré— susurró, intentando encontrar el origen de los lamentos.

Por un instante solo pudo oír el viento que se irguió con fuerza, haciéndola temblar en un escalofrío. Pensó en regresar a casa pero el llanto se oyó con más claridad y supo entonces que no se trataba de un niño. Le pareció más bien el grito de ayuda de un animal. Se inclinó sobre las plantas crecidas, moviendo un par de hojas entre las que halló unos enormes ojos amarillos, que la observaban entre las ramas fijamente. El dueño de aquellos ojos brillantes emitió un sonido nada propio de un humano, sino más bien similar a un gruñido, sorprendiéndola. Dio un respingo asustada y cayó sentada junto al matorral, con el pulso agitado.

No alcanzó a componerse cuando el verdadero terror la invadió, al notar que una mano envuelta en un guante negro cubría su boca de improviso. Con los ojos muy abiertos y a punto de gritar, apenas pudo distinguir que aquella mano pertenecía a un brazo, y este a su vez a un cuerpo masculino que se hallaba en cuclillas junto a ella, y de cuya cabeza emanaba un suave murmullo que le ordenaba mantenerse en silencio.

Los ojos temerosos de la joven, más abiertos de lo normal, se toparon entonces con el hombre que la rodeaba. Aterrada, pensó que su vida acabaría, pero su captor no la observaba a ella, si no que a los brillantes ojos amarillos que aún se mantenían fijos hacia ellos por entre las hojas del matorral.

Un suave "miau" se oyó entre las ramas y el hombre que apresaba a Evangeline sonrió.

—Hola amiguito—le susurró, soltando a la joven para gatear hasta el matorral con cuidado de no pisar una rama—. Ven aquí, ¿estás bien?, ¿necesitas ayuda? Te oímos llorar amigo...

Evangeline no podía creer lo que sus ojos veían. Paralizada aun del miedo, vio al hombre que pasaba de ella para acariciar un bonito gato de pelaje gris rayado en negro y blanco, para luego alzarlo con cuidado de entre las hojas. El gato soltó un bufido en reclamo por haber sido alejado del suelo, pero el desconocido le susurró amables palabras de calma.

—¿Está... está bien? — dudó ella, intentando ponerse en pie con la mayor dignidad posible—. También lo oí llorar...

Recién entonces el hombre se giró hacia ella. Asintió lentamente.

—Me parece que está pidiéndonos ayuda. Aparentemente está bien, pero me temo que debemos revisarlo—dijo el desconocido—. Mi casa está a un buen trecho por el sendero cuesta arriba, si está de acuerdo, puedo llevarme al gato.

—La casa de Lady Manners está aquí apenas a unos minutos—se apresuró ella, notando como el viento tomaba fuerza entre ellos. La chaqueta del joven aleteaba sobre su espalda y el vestido de Evie se envolvía a su cuerpo, enmarcándole las piernas como si llevara pantalones. El gatito se contrajo contra el pecho del desconocido, que lo cargaba. Evangeline le tendió la manta que traía bajo el brazo con la que el desconocido envolvió al gato—. Venga, podemos llevarlo hasta allí, estoy segura de que será bien recibido y alguna de las señoras del Club de beneficencia seguramente sabe algo sobre gatos...

—Pues la sigo, entonces—aceptó con amabilidad y cubriendo con su propia chaqueta el cuerpo del animal, que no dejaba de maullar con angustia—. Soy Mark , por cierto. Sir Mark John MacTaggart.

Evangeline apenas fue capaz de ofrecer una breve reverencia mientras murmuraba su propio nombre. Nunca había conocido a un Sir, después de todo. Y menos aún en circunstancias tan peculiares como aquellas.

* * *

La señora Bishop les abrió la puerta con premura, entre alaridos en contra del mal clima.

—La lluvia comenzará en cualquier instante, ya lo verán. ¡Han de estar entumidos! — fue la frase que utilizó como saludo, obligándolos a adentrarse a las cocinas, y tirando de ellos hacia la mesa- Vengan, preparé chocolate caliente, una taza los hará entrar en calor y... —de pronto la ama de llaves notó la presencia del completo desconocido en su cocina—. Oh, lo siento, creo que no lo conozco, señor...

—Es Sir Mark John MacTaggart—anunció Evangeline, con una elocuente mirada a la ama de llaves.

La señora Bishop miró a uno y luego al otro con una ceja en alto.

—Baronet de Southwick—continuó explicando él, como si sirviera de algo—de Kirikcudbrigth y Blaiderry en el condado de Wigtown... En Escocia.

—Y supongo que ha venido de vacaciones en pleno invierno—comentó la señora Bishop, obviando la presencia masculina para dirigirse solo a Evangeline.

—No tengo idea que hace en Bournemouth, pero nos hemos encontrado con este gatito fuera y pensé en traerlo aquí para...

Mientras Evangeline hablaba, el joven sacó de entre sus ropas el gato, que no parecía muy dispuesto a despojarse de su refugio y ahora se aferraba con toda la fuerza de sus garras al puño de su chaqueta y al costado de su chaleco, obligándolo a soltar un gruñido de dolor.

—¡Vamos, amigo!—gruñó el joven, intentando quitarse al gato de encima sin salir tan lastimado. Evangeline intentó ayudarle, y el gato bufó y mordió el brazo de su captor... o de su presa, ahora que lo pensaba bien, escurriéndose de la manta que terminó derramada en el suelo.

—Tal vez una taza de leche, señora Bishop, tibia si es posible.

La ama de llaves asintió, alejándose hacia la estufa, pero un movimiento rápido detuvo todos los intentos. Mark soltó un gruñido y con un grito dejó caer al gato que lo había arañado sobre la mesa. Este maulló, molesto y corrió, escapándose de la habitación.

—La señora se espantará si se encuentra con un gato dentro de la casa—anunció la anciana ama de llaves, provocando con ello, la ridícula situación que prosiguió: Evangeline, que conocía la casa pero no vivía allí y su nuevo amigo, Sir Mark MacTaggart, que nunca en su vida había puesto un pie allí dentro, se adentraron corriendo tras el gato, llamándole con sonidos extraños y escurriéndose en movimientos lentos que no asustaran al animal.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con una ceja en alto Lady Manners, de pie en el umbral de su sala, apoyada en su bastón, observando a Eve agachada tras la mesa de arrimo del hall de acceso—. Ven a beber una copa con nosotras... Cora, Sarah y Lidia han comenzado una partida de muerto.

—Busco un gato, mi Lady—explicó la joven, arrodillada tras la puerta que daba a la galería del jardín—. Encontramos un gato llorando en el bosque y quisimos traerlo para analizar su estado, pero cuando Sir Mark MacTaggart ha intentado dejarlo en la mesa de la cocina, se nos ha escapado.

—¿Un gato? ¿Sir Mark MacTaggart? —Lady Manners casi se larga a reír—. Ven hija, deja ese juego, ya estás muy mayorcita para perseguir mascotas con amigos imaginarios, querida.

Evangeline se puso en pie, pero entonces ocurrieron dos cosas exactamente al mismo tiempo: por una parte, Sir Mark MacTaggart bajó las escaleras corriendo hacia ella anunciando que no hallaba el gato, por lo que Lady Manners se llevó un susto de muerte y soltó un grito de espanto tan desgarrador que todo su club de señoras se aprisionó en el vestíbulo para asistirla. Al mismo tiempo, Evangeline divisó los ojos brillantes del gato, con las pupilas negras tan dilatadas que apenas se veía el color ámbar en ellos, justo debajo de la falda señorial de Lady Manners. Sin pensarlo, se arrojó al suelo con los brazos estirados, golpeando en seco su estómago contra la alfombra. El griterío y la locura a su alrededor apenas le importaron cuando logró sacar la cabeza desde bajo las faldas de Lady Manners, con el gato entre sus manos cuál trofeo, que se crispaba sobre sus dedos, mordiéndole y arañándole. Sir Mark MacTaggart corrió a ayudarle y envolvió el gato en su propia chaqueta, para tomarlo entre sus brazos como si se tratase de un bebé pequeño. Sólo que éste bufaba y gruñía

—¿Quién es este? —preguntó finalmente la señorita Sabine, que asomaba el cabello plateado desde atrás de Lady Manners, la que a su vez era asistida por sus amigas y el ama de llaves para calmar su estado.

—Es un gato, Sabine—bufó la signora Ellisabetha, rodando los ojos—. ¿Qué no ves bien ya, querida?

—Es Sir Mark John MacTaggart—anunció Evangeline, mirando al hombre y el gato en sus brazos—. De algún lugar en Escocia que no recuerdo...

—¡Por supuesto que es un gato! —replicó Lady Manners, quitando el animal de los brazos del desconocido que lo acunaba, para acariciarlo con ternura—. Y está muy asustado. Venga Sir Mark John MacTaggart, le daremos una taza de leche caliente y unas tiras de pescado seco.

—No soy particularmente fan del pescado—comentó el hombre, con gesto sorprendido y provocando que todas lo mirasen.

—Sir Mark John MacTaggart es el hombre...no el gato, mi Lady—replicó Evangeline comprendiendo la confusión.

La dama alzó los temibles ojos azules, implacables, hacia el joven que seguía de pie frente a ella.

—Sir Mark MacTaggart—proclamó él, con una reverencia. Ciertamente no ofrecía el mejor de los aspectos y Lady Manners era conocida por su rechazo al género masculino, por lo que Evangeline temió por su salud—. Baronet de Southwick, de Kirikcudbrigth y Blaiderry en el condado de Wigtown, Escocia.

—¡Qué lástima! —se oyó a la señorita Cora unas cabezas más atrás, provocando las risitas de las señoras—. ¡El nombre quedaba perfecto para el gato!

—Venga usted también entonces, Sir MacTaggart—decidió tras un instante la dueña de casa—. También le vendrá bien algo caliente.

—De preferencia, una taza de té, mi Lady—comentó él, haciendo al grupo de mujeres soltar risitas por lo bajo—. Tampoco soy particularmente fan de la leche.

* * *

Horas después, con el alboroto controlado, la señorita Sabine, que tenía experiencia en medicina humana pero no por ello su vida había estado falta en atenciones de animales, anunció a sus amigas del Club y Sir MacTaggart —al que ahora llamaban Mark, sin pudores—que el gato que habían hallado en el bosque estaba en perfecto estado, aparte de hambriento y con mucho frío... y que en realidad no se trataba de un gato, si no que de una gata.

—Y está preñada—continuó Sabine, causando la expectación de sus auditores—. Por lo menos cuatro cachorros.

Luego de la algarabía que provocó el anuncio, se decidió por Lady Manners que la gatita se hospedaría con ella al menos hasta que se recuperara de su parto, y siempre y cuando Evangeline y Mark, que la habían encontrado y llevado a su residencia, se comprometieran a visitarla a diario y a proveerle los cuidados y atenciones que una gatita en tal estado pudiera requerir.

Así, las próximas semanas el tiempo de Evangeline se vio brutalmente absorbido por la gatita desconocida. Habían preparado un cuarto trasero en la despensa en el que acomodaron una especie de guarida con mantas y telas para procurarle calor y protección, y la visitaban con frecuencia para acariciarla, jugar y chequear su estado. Sabine había dicho que no quedaban más que un par de semanas al embarazo, por lo que tanto Mark como Evangeline intentaban turnarse para estar atentos a que el parto comenzara.

En esas condiciones, acabaron forzosamente compartiendo mucho tiempo juntos, y por ende conociéndose mutuamente. En las tardes junto a la gatita—que habían decidido nombrar provisoriamente "Lady", en honor a la dueña de casa que la había acogido—Evangeline se había enterado que el joven Baronet se hallaba en Bournemoth tomando las aguas para recuperar su pierna herida en un ridículo accidente de caza, que lo había dejado casi inválido. Había recibido una bala en su rodilla de parte de su torpe hermano menor, y si bien se recuperaba bien, aun le causaba dolores y le impedía ciertos movimientos.

—Por poco deben cortarme la pierna... podría haber muerto de gangrena—le había dicho, mientras rascaba entre las orejas del pequeño animal que ronroneaba en sus piernas, mientras tomaban el té y pastelillos en la cocina—. Al principio me sentí muy frustrado, y la verdad me opuse a la idea de mi madre de que me instalara en un balneario... pero luego comprendí que una temporada a solas, alejado de mi familia y distanciando de mi hermano, podría ayudarme a perdonarle.

—¿Y ya le ha perdonado? —preguntó ella, comprendiendo casi al instante que había sido muy impertinente al entrometerse en algo tan íntimo.

Mark negó con la cabeza, mientras le ponía el gato en el regazo.

—Llevo apenas unas semanas en el pueblo, no creo que haya pasado el tiempo suficiente lejos de él para olvidar su torpeza.

Evangeline también acabó confesando algunos de sus temores y pasiones en aquellas tibias tardes en el cuarto de la cocina. No habló en profundidad ni detalle, pero la atmósfera familiar y de confianza que los envolvía sentados allí dentro, sobre las mantas mullidas, acariciando a la bella gatita atigrada, la llevó a revelar poco a poco el secreto que guardaba en su corazón y el dolor con el que cargaba. Fue por culpa de un comentario sencillo que hizo el, seguramente sin ninguna intención, sobre lo buena madre que sería algún día si legaba a ser tan atenta con sus hijos como lo era con la dulce "Lady", que acabó confesando más de lo que deseba.

—He decidido no casarme nunca—le comunicó entonces ella, severa, con la mirada fija en algún punto infinito—. Jamás podré confiar en ningún hombre. Así que nunca seré madre.

El la observó un instante, para luego sonreír.

—Me parece una verdadera lástima, señorita Teagarden—le comentó con naturalidad.

Se trataban con la familiaridad obligatoria que la casa de Lady Manners permitía a sus visitantes, pero a veces él jugaba a llamarla con formalidad.

—¿A qué se refiere, Sir Mark?—dudó, sobresaltada.

—Me parece que usted cumple con todos los requisitos para convertirse en una buena esposa. De seguro más de un buen hombre se vería bendecido con tenerla a su lado, y estoy convencido de que sería una gran madre...

—Juega usted conmigo—negó ella, comprendiendo entonces que le tomaba el pelo—. Sabe de sobra que mi edad no me hace merecedora de tal cumplido.

—Está usted siendo sumamente ridícula, si me lo permite—añadió él, con una ceja en alto.

—Y usted sumamente entrometido, si me lo permite—repuso ella, molestándose.

Él, dándole unas tiras de jamón cocido con adoración a su querida Lady que ronroneaba entre sus piernas, se hundió de hombros, para luego cambiar por completo el tema y retomar la charla sobre las travesuras que hacía cuando niño a su hermano menor en nombre de unos supuesto duendes que habitaban la finca de su familia.

Para Evie resultaba increíble que un Baronet fuese en realidad un hombre tan sencillo. Mark parecía sometido a un autocontrol casi indiferente a su entorno, lo que le hacía verse siempre despreocupado sin parecer alegre o infantil. Simplemente, era como si el mundo no le afectara. Salvo cuando hablaba con la gata, por supuesto. Parecía conmovido por su situación, y se había desvivido en conseguir los pescados más frescos, y otros bichos marinos con que alimentarla. Decía estar preocupado de que estuviera fuerte y sana para la llegada de sus hijos, a los que alimentaría ella misma. Le hablaba con cuidado y la acariciaba con ternura, con una adoración casi antinatural. Evie se halló sintiendo una pizca de envidia al respecto. Y no le sorprendió, ya que después de todo, al menos "Lady "contaba con un enamorado a su haber...

Por supuesto, la lluvia no se hizo esperar e inundó la zona, golpeando techos y ventanas con violencia. Aun así, Mark no dejó de aparecer, tarde tras tarde con un poco de pollo cocido y frutas para "Lady", rogándole a Evangeline que lo acompañase a alimentarla y revisar que el cuarto no se estuviera inundando o pasado de humedad, obligándola a fortalecer las comodidades de la gatita y calentar con braseros el diminuto espacio, lo que los mantenía por largas horas encerrados en el cuartito, evitando que la gatita se acercara a las brasas que pudieran dañarla.

—Nunca había conocido a un Sir amante de los gatos—se quejó la señorita Bishop una tarde, mientras correteaba por la cocina para preparar una sopa caliente a petición del Baronet, al que le urgía calentar a la gata—. ¡Habráse visto!

Evie ayudó como pudo a la ama de llaves, secretamente conmovida por las atenciones que apasionadamente prestaba el joven a la gatita.

* * *

—¿Por qué sigues soltera?—le había preguntado sorpresivamente un día Lady Manners, mientras bebían el té en su salita, mientras Mark se las arreglaba por sí solo unos momentos con la gata—. ¿Tus padres no pueden pagar una dote?, ¿te enamoraste de un hombre casado? o ¿no te atraen los hombres?...

Evangeline sintió un golpe seco en el estómago ante sus palabras. No esperaba que ella, en todo el mundo, la cuestionara. Dejó su tacita sobre la mesa, temblorosa y bajó la mirada.

—¿Qué ocurrió?—insistió Lady Manners, con la mirada aguda y feroz—. Tus padres son gente decente, con buenos contactos. Tu familia es suficientemente respetable y tú eres una muchacha bella y con cualidades ideales para convertirte en la esposa de un adusto vicario, profesor, comerciante, médico u abogado. ¿Por qué no lo has hecho?

La tía Sarah, sentada entre ambas, le ofreció una mirada de apoyo.

—Puedes confiar en ella, querida—la instó—. Nadie te juzgará en esta casa.

Evangeline se hundió de hombros. No quería recordar. Había llegado hasta Bournemouth con la esperanza de hallar un lugar apacible en el que pasar sola el resto de su vida, con la única compañía de las amigas ancianas de su tía. No esperaba que la interrogaran así. Aunque, cuando alzó la mirada y vio el gesto de complicidad entre la tía Sarah y Lady Manners, comprendió que su unión justamente se trataba de eso: de apoyarse incondicionalmente a pesar de conocer los dolores y secretos de las otras.

—Estuve comprometida—anunció, con la voz temblorosa—. O eso creí. Estuve comprometida hasta que supe la verdad...

—¡Era un cretino! ¡Un patán! —bufó la tía Sarah sin poder contenerse, con un puño apretado sobre su regazo—. ¡Engañó a la dulce Evie, y a mi hermana y cuñado! Los estafó con sus ahorros, se llevó todo...

Evangeline desvió la mirada, avergonzada.

—El amor puede ser confuso y traicionero-—apuntó Lady Manners, asintiendo en complicidad—. Pero eso no quiere decir que le cierres la puerta para siempre, querida.

—No podría confiar nunca más en ningún hombre.

Alzó la vista para hallar los cálidos ojos azules de Lady Manners sonriéndole con ternura.

—No todos los hombres son iguales—continuó, hundiéndose de hombros—. Sé que no es lo que siempre digo, pero he conocido en mi vida unos cuántos especímenes de lo más...agradables. ¿Acaso tu padre es de aquellos que arrebatarían todo a una familia decente? ¿Sir Mark te parece un hombre desconfiable? Querida, no arruines tu vida convirtiéndose en solterona tan joven. Aun puedes mantener la puerta abierta y dejar entrar a alguien más... y quizás sanar.

Evangeline no supo qué pretendía la amiga de su tía con su discurso, pero una confortable calidez creció en su pecho, que solo se vio interrumpido con la llegada de Mark a la estancia, preparado con tiras de cueros y un par de gigantes guantes. Por supuesto que ofrecía una de las imágenes más confiables que un hombre pudiera otorgar.

—Evie, si no es mucha molestia, ¿podrías asistirme?—rogó él, mientras se limpiaba con un pañuelo los innumerables cortes que cubrían sus desnudos antebrazos—. Intenté peinar a "Lady", pero no salió muy bien. La señora Bishop consiguió estos cueros con el jardinero para atármelos a los brazos, y conseguí también estos guantes, para poder sujetarla...

Por supuesto, las burlas no se hicieron esperar.

* * *

—¿Crees que se han dado cuenta ya? —preguntó la tía Sarah en confidencia a su amiga, una vez que Evie se hubiera marchado con el Baronet, discutiendo entre murmullos sobre cómo procederían a peinar a la gatita.

Lady Manners soltó una risita traviesa.

—Por supuesto que no, querida. Los jóvenes son terriblemente incautos—se jactó, divertida—. Evangeline no tiene idea que Sir Mark había sido invitado a tomar el té a esta casa el mismo día que la envié personalmente a dar un paseo. Por supuesto que sabía que se encontrarían a solas. Claro que no esperaba aquél entuerto del gato...

—Después de todo, tu plan ha resultado de maravillas, querida amiga—sonrió Sarah satisfecha—. Y no sabes cuanto te lo agradezco. Tenía que hacer algo por mi pobre sobrina...

—El placer es mío—asintió Lady Manners—. Sabes muy bien cuanto disfruto entrometerme en los asuntos de las otras personas...especialmente si se trata de jóvenes adorables.

Ambas sonrieron, divertidas.

—La madre de Sir Mark es una de aquellas viejas amigas a las que una no puede negar un favorcillo de vez en cuando—comentó Lady Manners, con solemnidad.

—Y todo el asunto de la gatita ha sido de lo más favorecedor—comentó Sarah, asintiendo— ¿Él ya ha mencionado a su madre algo al respecto?

Lady Manners negó con la cabeza.

—Es un joven algo extraño—comentó—reservado y sencillo. Le ha mencionado a su madre la gata en cada una de sus cartas, pero de Evie solo ha hecho una que otra mención... Lo que no podemos dejar de considerar como un signo favorable.

Tía Sarah soltó un suspiro, pero las risas que provenían de las cocinas la hicieron sonreír, esperanzada.

—Esperemos que pronto veamos los resultados de tu experimento, querida.

—No te quepa duda de que todo saldrá según lo he planeado—asintió lady Manners, con una falsa sonrisa inocente surcándole el rostro.

* * *

Fue la señorita Sabine, asistida por la señorita Cora, quienes se percataron que aquél día ocurriría el alumbramiento, por lo que prepararon toallas hervidas y paños limpios para ayudar a la pobre gatita en su proceso. Afortunadamente el nacimiento resultó exitoso y luego de una intensa jornada, tuvieron entre ellos a 4 nuevos gatitos, dos completamente negros y dos atigrados en blanco, gris y negro, idénticos a su madre. Eran una terrible belleza, por lo Evangeline y Mark estaban fascinados atendiéndolos, cargándolos y cuidándolos a fin de darle uno que otro momento de descanso a la pobre madre agotada. Pasaron los días siguientes, en que aún eran demasiado pequeños e indefensos para soltarlos a corretear por la casa, encerrados junto a ellos en el pequeño refugio de la despensa. Si Mark había sido devoto a la madre, ahora con los cachorros era aún peor, no deseaba despegarse de ellos, y se acalambraba constantemente sentado en el suelo de cuclillas con los bebés durmiendo en sus piernas.

—No creo que sirva al tratamiento de su pierna estarse sentado en el suelo todo el día—comentó Eve con un sonrisa traviesa, viendo como el Baronet sobaba con fuerza su pierna mal herida—. Y menos si no la mueve por horas para que puedan dormir en ella los gatos.

—Mi pierna está mucho mejor, Evie—confesó el, sin darle mucha importancia—. El médico ha dicho que no tardaré en estar por completo recuperado, y que ya podría volver a casa.

Un golpe de decepción inundó por un instante el pecho de la joven, pero logró contener lo que sentía, o al menos lo intentó. Por supuesto no esperaba que Sir Mark viviera el resto de sus días en Bornemouth, pero hasta ahora no había pensado en que llegara el momento de despedirse.

—Su madre debe estar ansiosa por tenerlo de regreso—comentó, fingiendo un tono alegre que en realidad resultó más parecido a un maullido de gato—. Y su hermano por reconcentrarse.

Mark sonrió divertido, viéndola de reojo.

—Supongo que no llorará usted mi partida—bromeó. Por un instante Evie creyó que esperaba que realmente llorara.

Ella rodó los ojos por toda respuesta.

—Al contrario, ahora podré contarle a todo el mundo sobre mi amigo que vive en algún lugar impronunciable de Escocia, amante de los gatos.

Mark río de buena gana.

—Si "todo el mundo" es Lady Manners y sus amigas, adivinarán de inmediato de quien habla.

—Tengo otras amistades, en casa—bufó, ofendida.

—¿Las tiene?—dudó el, acomodando a los bebes dormidos en una camita de mantas junto a su madre. Guardó silencio un instante, mientras se levantaba del suelo y esturaba sus piernas, y pronto se volteó a verla a los ojos—. Aun no comprendo por qué decidió una joven como usted encerrarse junto a un grupo de adorables, no lo niego, ancianitas.

Eve resopló y se puso en pie dispuesta a salir del refugio, pero Mark la retuvo sosteniéndole por el codo.

—No se ofenda, Evie, por favor—se disculpó tan sinceramente que ella desistió de su enfado. Bajó la cabeza y se agachó de regreso junto a los gatitos, acariciándolos.

—¿Recuerda que le dije que no me casaría nunca?—suspiró, dispuesta a confesarse.

—Recuerdo que le dije que era una verdadera lástima—asintió el, sentándose frente a ella.

—Estuve comprometida—explicó, sin verle a los ojos—. Con un hombre encantador, durante tres años. Mis padres pagaron mi dote, con gran esfuerzo, con todo lo que tenían. Dispusieron de todos sus ahorros, de todo su dinero para la boda y para rentarnos una casa en Londres. Él decía ser abogado, que había obtenido una gran colocación en una oficina importante, gracias a los vínculos con importantes familias que supuestamente tenía su tío. Era todo mentira. No era abogado, no tenía ningún puesto, no tenía vínculos con nadie, ni mucho menos un tío... y por supuesto, estaba casado. Huyó con el dinero de mis padres y yo me convertí en la burla del pueblo. No hay nadie en casa que no me vea con lástima, que no me hable con condescendencia. Todo el mundo sabe que perdí mi oportunidad de casarme cayendo en una vil estafa. Necesitaba salir de ahí, y venir aquí con tía Sarah, con Lady Manners...

Evie guardó silencio un instante. Odiaba hablar de la gran desgracia que había traído a su familia por su ingenuidad y torpeza, y se odiaba profundamente por haber creído en aquél hombre.

—Cuando alguien desea engañar, y pone todo de su parte en mentir, es imposible que no le creamos, y no es justo sentirse culpable por eso— fue la sentencia con que Mark irrumpió el silencio. Se observaron un instante, hasta que ella asintió.

—Siempre he creído que pude percatarme antes de lo que ocurría...

—Mi accidente—confesó ahora Mark, viéndola fijamente. Evie nunca lo había oído tan serio, pero al mismo tiempo sonaba enormemente sincero—. No debo perdonar a mi hermano solo por su torpe disparo. Nos batimos a duelo por mi prometida.

Evie casi grita de la sorpresa, pero contuvo su impulso llevándose una mano a la boca. Mark solo asintió.

—Mi madre la escogió para mí, y hace un par de años nos comprometimos. Al parecer debió haberse comprometido con mi hermano, como lo han hecho ahora, luego de que los descubrí juntos, y me llevé una bala en la rodilla por confrontarlos—un sonrisa sardónico se asomó en sus labios, y se hundió e hombros—. Como vez, tardará un poco menos en sanar la pierna, que yo en perdonar a mi hermano. Y como puedes imaginar, no tengo ninguna intención de reencontrarme con él.

Uno de los gatitos lloró, atrayendo la atención de ambos a asistirle, cortando la conversación momentáneamente. Mientras Mark acariciaba el lomo de un pequeño cachorro negro, Evie se acercó e involuntariamente, puso su mano sobre su hombro.

—Siento mucho lo que te ocurrió—le dijo, honestamente. Él se volteó a sostenerle intensamente la mirada.

—Y yo siento mucho lo que te ocurrió a ti y tu familia—asintió el finalmente, alzando el gatito para tendérselo—. Pero sigue siendo ridículo que pienses en no casarte nunca. La vida sigue, señorita Evergarden.

Evie recibió al gatito y lo acunó en su mano con cuidado, sintiendo como una llama se encendía en su pecho y la ahogaba.

—Son increíblemente pequeños—comentó, conmocionada de ternura.

Mark sonrió ampliamente, tomando un segundo bebé que lloriqueaba desde su camita.

***

—Es un macho y una hembra por cada tipo—explicó Cora a las demás cuando, pasadas un par de semanas, al fin pudieron llevarlos a la sala para acariciarlos y brindarles atenciones—. Son una maravilla, y la madre se encuentra ya en excelente estado.

—¿Ahora qué haremos con todos estos gatos aquí?—dudó la señora Bishop, con gesto preocupado—. ¡Con la madre son cinco en total!

—La madre puede quedarse—anunció Lady Manners, hundiéndose de hombros—. Después de todo, la nombraron en mi honor, es lo menos que puedo hacer. Y sus hijos también, a menos que encuentren un buen hogar.

—El vicario y yo tomaremos uno, si es posible Mi lady—sonrió Lidia a la pequeña gatita negra que tenía en el regazo—. Podría enamorarme de estos gigantes ojos azules...

—Y a mí no me vendría mal algo de compañía—confesó la tía Sarah, tomando el macho atigrado que correteaba entre sus tobillos—. ¿Es todo un encanto, no es así? Los niños de la escuela estarán encantados con su visita.

—Mi sobrina está buscando una mascota para sus hijitos, podría llevarme uno de los que no han sido escogidos—anunció la signora Ellisabetha, conmovida por los pequeños maullidos que lanzaba el gatito negro a sus pies.

Evangeline casi se larga a llorar. Su corazón palpitaba rápidamente y sacaba cuentas a toda velocidad. ¿Quedaba algún gatito para ella? ¿Sus padres le permitirían regresar con un gatito a casa? ¿Podría llevarse uno a casa de tía Sarah mientras vivía con ella? Se le partía el corazón imaginar que nunca más los vería. Al menos, uno se quedaría con su tía.

—Pues solo quedaría esta dama—sonrió sir Mark, alzando a la pequeña gatita atigrada, la más pequeña de la manada—Creo que sería una gran compañía para mí...

Las mujeres alabaron con ternura su disposición, entre risas y comentarios, pero Evangeline no pudo soportarlo y salió de la estancia. Sin saber dónde refugiarse se metió al cuarto de "Lady", donde la gata madre dormía una relajada siesta entre plumones y cobijas, cálida y mullida.

Se sentó junto a ella, entre los cojines, para acariciarle el cabello suave y brillante.

—Te tengo buenas noticias—le susurró—. No tendrás que volver al bosque si no lo deseas. Lady Manners dijo que puedes quedarte. Y tus hijos consiguieron muy buenas casas. Tía Sarah se llevará a León, y Sombra se irá con el vicario. Y la sobrina de la signora Ellisabetha se llevará al señor Black, y... Sir Mark se llevará a la más pequeña, ¿qué nombre la habíamos puesto, recuerdas Lady?

—Sara—dijo una voz desde la puerta del armario, sobresaltando a la joven y a la gata en sus piernas. Sir Mark se hallaba allí, con el sombrero bajo el brazo y una sonrisa amistosa en los labios—. La habíamos llamado Sara, por tu tía, ¿recuerdas?...

—Recuerdo que dije que no me agradaba nombrarla como mi tía—negó ella, desviando la mirada con vergüenza, e intentando ponerse en pie, a pesar de que Lady en su regazo no estaba dispuesta a salir de ahí—. Nunca decidimos el nombre...

—Ahora podemos hacerlo, ya que será permanente—continuó él, tendiéndole una mano para ayudarle.

—Ahora puedes hacerlo—repuso ella, a pesar de que aceptó la mano que le tendía. Se impulsó para ponerse en pie, pero no contaba con que él también tiraría de ella. La fuerza excesiva la obligó a chocar contra su pecho. Un recio, agradable, tibio y aromático pecho. Alzó la vista para hallar la barbilla de Sir Mark frente a sus ojos—. Según entendí te llevarás a la más pequeña...

Mark sonrió, divertido, y bajó la mirada para fijarla en ella.

—Sabía que ansiabas adoptar uno de los cachorros.

—¿Y sí lo sabías, cómo pudiste acaparar a la última? Creí que al menos existía entre nosotros una amistad sincera...

El rio nuevamente, y forzándola a comprender la íntima cercanía en que se hallaban, le depositó un beso sobre la frente.

—No creo que sea sincera, Evie—sonrió el, pero ello no fue capaz de entenderle. Algo en su voz la estremeció, y se alejó unos pasos.

—Vendré por ella mañana, he conseguido una nodriza—anunció el, aún con aquella extraña forma de verla—. Espero que la pequeña ya tenga un nombre definitivo para entonces.

Y se marchó, dejándola confusa, sorprendida y... furiosa.

* * *

Viéndose al reflejo del espejo que adornaba la sencilla habitación en la que se hospedaba donde su tía, mientras acomodaba los rizos de su cabello confirmó que continuaba furiosa. Durante la cena su ira había aumentado, en silencio, con cada mordida de espinaca fresca que había acompañado su cena. ¿Realmente debía escogerle un nombre a esa adorable bebé gatita que se quedaría con Sir Mark, cuando ella no podría quedarse con ninguna de esas pequeñas crías? Se sentía terriblemente traicionada. Mark tenía el mismo derecho que ella a quedarse con uno de los gatitos, ni un poco más. Habían cuidado con el mismo esmero y amor a la dulce Lady. Pero por supuesto, siendo él un hombre, un sir, un baronet... podía decidir lo que quisiera.

Ella, en cambio, dependía de quienes la mantenían, de quienes decidían por ella su vida. Había sido sumamente ilusa al pensar que la vida de soltera de Lady Manners podía compararse a la que ella llevaría de soltera: Toda su vida dependería de parientes, familiares que le brindaran caridad. Ella nunca podría disponer de un dinero propio que le permitiera dedicarse a la caridad, como lo hacía Lady Manners, con tanta seguridad. Quizás, podría aspirar a una vida como la de su tía Sarah... ¿Le permitiría quedarse con ella? ¿Le ayudaría a formarse? Si conseguía un trabajo decente, como el de su tía, podría...

Un suspiro casado se le escapó mientras se dejaba caer en su catre, al tiempo que la risa de su antiguo amor se le colaba por los oídos, burlesca, hiriente. Había sido muy ilusa, otra vez. Y encima ahora demostraba una capacidad infinita de comportarse de modo infantil. No podía ser tan inmadura. Mark había demostrado enorme devoción por Lady y sus cachorros, resultaba lógico que quisiera quedarse con uno de ellos... incluso si se trataba del último de la camada, la más pequeña de todas... ¿Qué nombre podría darle a la gatita de Mark?... Se burló imaginando nombres ridículos que pudieran avergonzar al Baronet al responder la pregunta sobre el nombre de su mascota, hasta que al fin pudo dormir. El problema fue que entre sus sueños no dejó de colarse aquella mirada, esa sonrisa altanera con la que Mark se había despedido de ella, la forma en que la había consolado...

***

Llovía terriblemente al día siguiente, lo que por supuesto evitó que todas las amigas de Lady Manners, especialmente aquellas de edad más avanzada, concurrieran a la hora del té.

—El mal clima nos mantiene alejadas—comentó la anfitriona, con una sonrisa—. Pocas valientes salen con la lluvia que arrasa hoy.

—Por supuesto, Evie no podía quedarse en casa hoy, querida—sonrió tía Sarah, con poca sutileza—. Ya sabes, hoy se llevan a la pequeña.

—Si es que el Baronet se atreve—continuó Lady Manners—. Con este mal clima, nadie sale de casa. Y llevarse a un bebé tan pequeño, tal vez deba posponerlo.

—Dijo que contaba con una nodriza...—suspiró Evie, de mala gana—. Estoy segura de que ha de tener planeado cada detalle para la recepción de la pequeña gatita.

Lady Manners se hundió de hombros, con fingida ingenuidad.

—Si es así, no podrá quedar en mejores manos la cachorra—sentenció, sonriendo—. Después de todo, le vendrá de maravillas como compañía para acabar de sanar. Estoy segura de que ha de haber resultado un tedio horrible tener que entretenerse visitándonos a nosotras: Un grupo de viejas aburridas sin nada interesante para hacer.

—Creo que la personalidad de Sir Mark se ajusta exactamente a este tipo de entretenimientos: tardes de té, cuidado de gatos, charlas junto al fuego. No lo imagino en un lugar mejor para pasar su reposo—comentó Evie, casi apenas sin notarlo y con voz soberbia.

Las mujeres intercambiaron una mirada traviesa.

—Parece que conoces muy bien el ánimo y carácter de Sir Mark—bromeó su tía, con picardía.

Evie, regresando de sus propios pensamientos, alzó la vista hacia su tía y su amiga que la miraban con sorna, haciendo que sus mejillas se encendieran con vergüenza.

—No—musitó, con un hilo de voz y ni un gramo de confianza—. Es solo como lo imagino...

—Y yo imagino que han tenido mucho tiempo para compartir intimidades, secretos...confesiones—se burló tía Sarah con un tono de voz peculiarmente agudo, que ocasionó un escalofrío en su sobrina.

—Solo somos amigos, tía—la reprendió Evie consternada de la insinuación.

—No te molestes, querida—llamó a la calma Lady Manners, con una sonrisa ingenua—. A cierta edad te ocurrirá lo mismo, ya lo verás: Vivimos a través de los más jóvenes.

Evangeline no alcanzó a comentar nada más en su defensa, cuando se vieron interrumpidas por un chorreante Sir Mark. Su capa empapada, que era recibida con torpeza por la ama de llaves a su lado, así como su abrigo, permitían adivinar las condiciones en las que había llegado hasta ellas. Temblaba de pies a cabeza y su respiración se hallaba entrecortada.

—¿Ha venido a pie? —saltó lady Manners, mientras Evie se levantaba para recibirlo, con los puños apretados. A todas luces intentaba contener las ganas de correr hacia él y asistirle. Se veía terriblemente imponente y desvalido al mismo tiempo.

Con un gruñido, el Sir se arrastró hacia la chimenea encendida en el centro de la habitación, intentando secar sus botas.

—Fue imposible conseguir un coche con este diluvio—explicó—así que caminé por el sendero del bosque, no es un tramo especialmente largo, pero con esta lluvia.

Evie no podía creer su obstinación por llevarse a la gatita. ¿Y con este temporal, pensaba sacarla a la calle?

—No parece buena idea llevarse a la cachorra en estas condiciones. Tendrá que ser otro día—apuntó entonces, conteniendo la ira en su voz. Comprendía que Sir Mark deseaba su compañía, pero no que la expusiera al frío y la lluvia—. Sin siquiera un carruaje que la resguarde de la lluvia, sería muy peligroso...

El Baronet se giró hacia ella con una mirada por completo sorprendida, como si Evie estuviese hablando en algún idioma prohibido. Ella, sin comprender, se hundió sobre sí misma, sintiéndose sobrecogida. ¿Qué había dicho que fuera tan ridículo? Buscó con la mirada el apoyo de su tía, pero ésta y lady Manners, al contrario, intercambiaban sonrisas con el Baronet, como si todos a su alrededor conspiraran contra ella, para hacerla sentir estúpida. Se sintió inmensamente furiosa y las ganas de llorar la invadieron, cerrándole la garganta. ¿Es que acaso siempre sería la burla de los hombres, de todo el mundo? ¿Cómo es que había creído que el Baronet la podría tomar seriamente por una amiga, por un par?

—¿Ha decidido ya el nombre de la gatita?—preguntó de pronto él, avanzando con el ceño fruncido hacia ella.

Al alzar la vista, se halló con la mirada profunda e inquisidora del joven. Sintió que su boca se secaba y carraspeó nerviosa. Buscó nuevamente a su tía y lady Manners con la mirada, pero entonces notó que se escapaban por la puerta, dejándoles a solas. ¿Por qué los dejaban a solas? ¿De qué se habían estado riendo?

—Estuve pensando en algunas opciones pero...—dudó, sintiendo como su corazón aceleraba el ritmo, ansiosa. ¿Acaso Sir Mark había avanzado más hacia ella?

—Dígamelas, por favor—pidió él entonces.

Si, se estaba acercando a cada instante. Lo sabía porque ahora podía distinguir las perladas gotas de lluvia que le recorrían el rostro, le perfilaban la nariz y la mandíbula. E incluso pudo notar el suave temblor de frío que lo había sacudido. Sin apenas pensarlo, estiró una mano y limpió unas cuantas gotas de su mejilla.

Inmediatamente comprendió lo imprudente que había sido, al tocar de una forma tan inapropiada a un varón, pero no alcanzó a retirarse ni mucho menos a despedirse, pues él le había atrapado la muñeca con un helado y húmedo guante.

Teacup—murmuró entonces ella, con un hilo de voz, más cercano a un leve suspiro. Él alzó una ceja, sorprendido y dejó escapar la muñeca prisionera—. Había pensado en Teacup...—. Evie continuó, nerviosa, fingiendo que su corazón no estaba por salírsele del pecho—. Ya sabe, por mi apellido, Teagarden. Pensé que sería justo que me recordara una vez que se haya ido. No sé si opinará que es ridículo o...

—Me parece perfecto—asintió él, viendo muy resuelto hacia la alfombra. Parecía buscar algo en el suelo entre ellos, mientras asentía y murmuraba "perfecto, perfecto".

Intentó ayudarle mirando también el suelo, y estuvo a punto de preguntar qué buscaban, cuando de pronto ocurrió, haciéndola al fin comprender de que se trataba: Sir Mark John MacTaggart, Baronet de Southwick, de Kirikcudbrigth y Blaiderry en el condado de Wigtown, Escocia, había hincado una rodilla frente a ella y, con la misma determinación con que le había ordenado mantenerse en silencio frente a los matorrales el día que hallaran a Lady, le tendía ahora un anillo.

—Se que te entristece que me lleve a Teacup lejos—murmuró, con un leve temblor en la voz—. Pensé que tal vez, estarías dispuesta a venir con nosotros.

Evie dudó. Abrió y cerró la boca un sinnúmero de veces. Parpadeó tantas y tan rápido como pudo, y dejó escapar unos cuantos suspiros en medio. Se tomó con ambas manos la cabeza, luego el cuello y luego posó una dramáticamente sobre su pecho, y otra sobre su boca. Sintió deseos de devolver los bocadillos de ternera que habían tomado a la hora del té a pesar de que le habían parecido deliciosos, para luego desear inmensamente echarse a llorar o a reír, no lo tenía muy claro.

—Le he dicho que no me casaría nunca—logró pronunciar finalmente, con una voz tan aguda que le pareció que no era de ella.

El joven, sin moverse de su sitio, asintió.

—Y yo, que su idea era ridícula—le recordó, ofreciendo una sonrisa.

—Si recuerda bien, dijo que YO estaba siendo ridícula, no que mi idea lo era...

—Y si usted recuerda bien, dijo entonces que yo estaba siendo entrometido...

Evie dio un respingo, ofendida. Alzó ambas cejas y tomó aire, dispuesta a replicar, pero un leve escalofrío recorrió al Baronet a sus pies, conmoviéndola. Comprendió entonces el verdadero motivo que había hecho salir a pie por el bosque a aquél hombre en medio de la tormenta.

—Está usted empapado—comentó, acercándose—. Y entumido. ¿Realmente pensaba llevarse a Teacup en esas condiciones?

—Evie, si no me da usted una respuesta, le aseguro que pescaré aquí un resfriado—. Replicó él, tendiéndole el anillo—. Si vine hasta aquí, en medio de la lluvia, es porque no puedo dejar pasar una noche más sin oírla.

Ella sonrió de medio lado, inclinándose hacia su rostro.

—Creí que ya se la había dado.

—Lo único que ha hecho es reprenderme.

—Y debería continuar, ha obrado usted con total descuido hacia su salud...

—Evie... —suspiró él, cerrando por un instante los ojos.

—Si—suspiró ella sobre sus labios, antes de depositar un suave y cálido beso en ellos. Se retiró de inmediato, pero él no le permitió mucha distancia antes de abalanzarse de un salto a abrazarla y hundir su rostro en su cuello, aspirando profundamente.

—Realmente está usted empapado, Sir Mark—se urgió ella, notando como sus propios ropajes se mojaban en el abrazo—. Tendrá que cambiarse de inmediato... Y esperemos que no haya pescado una gripe, o tendremos que instalarlo en una de las habitaciones de alojadas de lady Manners...

—Si eso quiere decir que me cuidarás como lo hiciste con "Lady" y sus cachorros, Evie... —sonrió él, dejándose llevar por ella hacia las cocinas.

***

Por supuesto que Sir Mark MacTaggart había caído terriblemente enfermo luego de su aventura bajo la lluvia, por lo que fue acomodado en una de las habitaciones de invitados. Una pequeña y poco agradable, destinada a invitados varones, por supuesto. Evie, sintiéndose terriblemente culpable por haberlo hecho esperar tanto un respuesta, se había instalado en la antigua habitación de la sobrina de Lady Manners, para desvivirse abocada a sus cuidados, hasta verlo por completo repuesto. Para cuando el médico dio el alta, ya ni la pierna por la que una vez había sufrido, ni las fiebres que lo habían mantenido atado a la cama, ni ningún otro malestar existían. Evie se había lucido en sus dotes de cuidadora, y especialmente gracias a la ayuda de las amigas de su tía, y en particular de Cora y de Sabine que tantos conocimientos en ungüentos, remedios y tratamientos tenían.

Ya recuperado, nada les impidió al fin celebrar el anuncio de la boda, y organizar, al arribo de los padres de Evie y de la madre y el hermano de Sir Mark al balneario, una sencilla ceremonia que el fin los unió en matrimonio. Por supuesto, decidieron quedarse a terminar el invierno en Bournemouth mientras su pequeña Teacup seguía al cuidado de su madre en casa de Lady Manners, y no fue hasta que pudo comer por sí misma sin inconvenientes que al fin la trasladaron a la casa de campo que ahora habitaban como familia los MacTaggart.

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