BREVES RELATOS DE AMOR

By strawberryclue

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Compilación de cuentos. Breves historias de amor nace como una compilación de historias breves, todas ambient... More

PREFACIO
Un folleto escandaloso
House of commons
El sombrero de copa
El gato a rayas
Calor de oriente

Flores para Mary

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By strawberryclue


La hija de un jardinero y una cocinera no tenía el futuro comprado como la hija de un Lord.
Muy por el contrario, para asegurarse un buen pasar no bastaba con comprometerse con un joven afable y trabajador, si no que además, y antes de siquiera pensar en ello, debía buscarse un trabajo decente que le permitiese subsistir dignamente y ayudar a sus padres. Por suerte para Mary, sus padres habían conseguido, antes de contraer nupcias, muy buenas colocaciones en Penshurt's Place , un antiquísimo castillo en Kent regentado por la familia Hardinge.

El barón de Penshurt de entonces, había sido un hombre sosegado y calmo, pero que exigía de su servicio únicamente el mejor de los desempeños. Su esposa, la baronesa, había sido una dama seria y respetable, preocupada de cada detalle de los cuidados del castillo, los jardines que le rodeaban y el bosque. Así, el padre de Mary nunca se había visto falto de trabajo, ya que se dedicaba con esmero al cuidado de los muy extensos jardines de la finca, manteniéndolo al gusto de su ama. La madre de Mary, por su parte, había llegado a al castillo como una simple asistenta de la cocinera, y había logrado ganarse la confianza de la señora de la casa con rapidez, por su empeño en el buen trabajo, su buena mano con la comida, y su extrema pulcritud. En esas circunstancias, la cocinera y el jardinero se habían conocido y enamorado en los jardines del castillo, a la sombra de lo que ocurría en la casa principal.

Sus señores, tan buena estima y tan buenos amos, incluso les habían proporcionado de una buena casita en Tonbrige, el pueblito aledaño a la finca, para cuando la madre de Mary comenzó a quedar encinta y decidiera finalmente, dedicarse a la crianza de sus retoños.

Mary había sido la quinta hija del humilde hogar, en el que si bien nunca echaron en falta la comida, tampoco crecieron con lujos, institutrices ni tutores. ¡Ni pensar en bailes, chales de cabritilla, guantes de seda turca o vestidos de finísimo encaje!

Sus hermanos mayores supieron labrarse camino en la vida: El más mayor, partió a Londres siendo aun muy joven y se enlistó en la marina. Ahora se hallaba destinado en algún exótico paraje del territorio del imperio, en algún rincón de Indochina. Solo sabían de él por las cartas que, sin falta, enviaba a su madre dos o tres veces al año.

El siguiente de los hermanos consiguió trabajo en las oficinas de correo de Tonbridge, y aunque siguió viviendo con sus padres hasta su matrimonio, se las arregló para arrendar un decente apartamento en el pueblo una vez se hubo comprometido.

Su hermana, la tercera de ellos, se había desposado con un sastre local. Trabajaban arduamente y vivían en el segundo piso de la trastienda en la que recibían a los clientes para tomar medidas y cocer los trajes, por lo que, a punta de trabajo y esfuerzo, también gozaba de un buen pasar.

El menor de los varones, en cambio, decidió seguir los pasos de su padre, de quien había aprendido el oficio desde pequeño. Colocándose primero como asistente de jardinero, y luego como el jardinero oficial, fue el reemplazo natural de su padre cuando ya este estaba muy viejo y cansado.

Cuando Mary cumplió los catorce años, encantada con las historias que su padre y hermano le habían contado toda su vida sobre los bellísimos jardines y el castillo, rogó a su madre que la ayudase a conseguir un puesto en la casa. Estaba dispuesta a hacer lo que fuere necesario: limpiar chimeneas, bañar niños, lavar ropa, cuidar de los jardines, lo fuera que pudiera hacer.

Su padre, tras explicarle que habían ciertas labores destinadas a las jovencitas como ella y otras a los varones como su hermano, le prometió que intercedería en su favor lo mejor que pudiese. No fue una sorpresa que a la semana, su padre regresara de Penshurt's Place con una oferta de trabajo para su pequeña hija, y con gran agrado comunicó el puesto que le ofrecían: Requerían de una doncella.

La madre de Mary, que tanto cariño guardaba por la familia Hardinge, lloró de emoción. Ser doncella era un trabajo duro y arduo, pero de los más deseados en el servicio de una casa. Alabó a los cielos, agradecida por la oportunidad que los buenos Barones le brindaban a su pequeña, y se dedicó a recordarle cuanta instrucción le hubiera dado en su vida, aconsejándole con la esperanza de que cuidase del puesto que la buena fortuna le obsequiaba.

Mary llegó al castillo radiante y emocionada. Sabía bien lo afortunada que era. En todo Tonbridge se hablaba del buen Barón de Penshurt y su hermosa segunda esposa. A diferencia de las historias que había oido de otros nobles de la zona, sabía que si trabajaba duro nadie la molestaría y podría granjearse un buen pasar por si misma durante muchos años, como lo habían hecho sus padres.

En un comienzo, sus labores correspondieron a la limpieza de las habitaciones vacías, cuando los miembros de la familia no se encontraban ocupándolas. Luego de un tiempo, la ama de llaves de la casa, la señora Bowen, una delgada y seria, aunque muy amable viuda que regentaba la casa, le tomó aprecio, por lo que comenzó a destinarla al servicio en espacios más íntimos de la familia, como ayudar a servir el té, o durante la cena.

De inmediato Mary tomó gran cariño por la familia. El Barón era un hombre muy serio, pero amable. Nunca se mostró molesto o maltrató a ninguno de los sirvientes en su presencia, muy por el contrario. Correcto y educado, hacía ver sus necesidades sin aspavientos. Su mujer, Lady Penshurt, era una dama muy bella. Aun hablaba con acento francés, a pesar de llevar tres años viviendo en Londres, desde su matrimonio. La familia se completaba con el heredero del barón, su primogénito, Charles, nacido de su primer matrimonio, que alcanzaba los once años de edad, de buen humor y rostro agraciado, y una pequeña niña, adorable y risueña de casi tres, Charlotte, fruto de la segunda unión.

Para cuando la baronesa quedó nuevamente encinta, Mary ya había cumplido cuatro años al servicio de la casa y alcanzado su mayoría de edad. También, se había granjeado sin contratiempos el cariño de la Baronesa, por lo que se había convertido en su doncella principal, y confidente. Pasaban el día juntas, recorriendo los jardines, recolectando flores junto a la pequeña Charlotte de ahora unos 7 años, vitoreando a Charles en sus lecciones de esgrima o cabalgata cuando pasaba el verano en casa, y charlando durante las horas del té, junto a la institutriz de Charlotte, la señorita Bates, una amable mujer, algo regordeta y parlanchina, con la que Mary no tardó en forjar una cercana amistad.

Sus padres estaban inmensamente orgullosos de ella, y le auguraban un futuro prometedor. Su vida se desarrolló en calma y confortable. Se hallaba conforme con su trabajo, al que amaba y al que dedicaba todas sus energías. En incontables ocasiones la señora Bowen, la señorita Bates y la mismísima Baronesa le insistieron en que debía aprovechar su juventud y aceptar las atenciones que recibía de uno u otro muchacho, buscarse un esposo, formar una familia, pero para Mary nada de ello importaba.

Amaba su vida tal y como estaba. Sus días libres partía junto a su hermano hasta Tonbridge y disfrutaba de la compañía de sus padres o visitaba amistades. Se sentía libre y poderosa al saber que no solo había conseguido una muy buena plaza, si no que la había mantenido con dignidad y esmero, asegurándose un buen pasar para ella y una ayuda económica a sus padres. No necesitaba más que eso.

Lamentablemente, la apacible vida en Penshurts Place sufrió un grave revés, apenas año y medio después del nacimiento de la pequeña hija de Lord Penshurt, Clarisse: La Baronesa, durante un primaveral día de paseo con su esposo y sus hijos, poco antes de la temporada social, resbaló y sufrió una terrible caída. Al comienzo el golpe no fue más que una herida en la cabeza, y la misma Mary, asistida por la señora Bates, limpiaron con cuidado la herida.

La familia cenó con normalidad, pero esa noche Mary despertó con los quejidos provenientes de cuarto de su señora. Había decidido pasar la noche en el camastro de la habitación de vestir, donde acostumbraba alojar cuando imaginaba que su señora podría necesitarla, como durante sus embarazos o enfermedades. Y no había estado equivocada al hacerlo.

Corrió a asistirle, pero la halló doblada sobre si misma, vomitando y al borde del desmayo. Aterrada, intentó asistirle y gritó por ayuda. El primero en aparecer fue el joven Charles, que con terror se acercó a tomarle de una mano. Mary no supo que fue lo que la mujer alcanzó decirle al muchacho, que lo hizo correr despavorido fuera del cuarto llamando a gritos a su padre. Para cuando el médico llegó, ya era demasiado tarde. La bella esposa del barón había fallecido.

El Barón no era capaz de asimilar lo que ocurría, y en un estado de profunda negación, atendió lo justo y necesario los funerales, para luego partir a Londres a instalarse durante la temporada social, tal y como tenía planificado. Su hijo mayor, aunque no era hijo biológico de la baronesa, sufrió terriblemente el golpe. Se ensimismó y dedicó sus vacaciones a vagar por el bosque como alma en pena, y el poco tiempo que pasaba dentro del castillo, se encerraba en su cuarto sin permitir a nadie el ingreso. Las dos pequeñas apenas comprendían lo que ocurría. Charlotte constantemente volvía a preguntar por su madre, olvidando que ya no regresaría cada dos por tres, y la pequeña Clarisse, aun un bebé, lloraba por las noches, llamándole.

A Mary se le partió el alma. El castillo se sumió en el dolor por la pérdida de su señora. La señora Bates, y otros sirvientes más antiguos comentaban lo terrible de la situación, con tristeza y cierto morbo, preocupados del golpe que habría significado para el Lord el perder no a una, si no a dos esposas. El mayordomo de la casa, el señor McCluskey, un escocés que alguna vez fuera pelirrojo, y que comenzaba a perder el cabello por el paso del tiempo, fue quien atrajo la atención de las preocupaciones a los hijos. Las niñas, muy jóvenes se criarían sin su madre y Charles, aun acabando sus estudios en la escuela, había perdido la única madre que conoció.

-El barón está demasiado inmerso en su dolor como para ocuparse de ellos- dijo, seriamente una noche tras la cena en las cocinas-. Tendremos que encargarnos nosotros.

Y tal como el mayordomo dijo, así se hizo. La señorita Bates intensificó su trabajo, ocupándose a cada hora de las niñas, y a pesar de la asistencia de una niñera, hizo las veces de una madre para ellas. Charles, que mantenía sus distancias con todo el mundo, fue vigilado de cerca. La señora Bowen se encargó de que toda la casa siguiese sus pasos a cada momento, ordenando a los más jóvenes acompañarle y a los más adultos guiarle en cuanto pudiese necesitar. La casa completa se puso a disposición de los niños, y Mary no fue la excepción. A medida que pasaba el tiempo, su madre insistía en que debía casarse, buscar un buen hombre con el que tener hijos, formar una familia, pero ella sentía que no la comprendía. Se lo debía a la baronesa, que tan amable había sido con ella, estar allí para cuidar de sus hijos.

Tres años más tarde, fue el barón quien partió. Según el médico, el infarto le había sobrevenido en medio de la noche y había partido en el sueño. Charlotte, algo más grande, lloró por su padre, pero Charles pareció derrumbarse. Además de perder a su padre, con 20 años apenas cumplidos el peso del título caía sobre sus hombros. En sus manos quedaba el castillo, la finca y sus hermanas.

No pudo con el deber y no dio la talla de su padre. Partió a Londres a despilfarrar su herencia en alcohol, juergas y mujeres.

Las niñas nuevamente quedaron abandonadas en Penshurt's Place, al cuidado de sus sirvientes. Mary las adoraba y decidió abocarse a sus cuidados. Las vio crecer, y con orgullo convertirse, una en una jovencita alegre y hermosa, y otra en una niña alocada y enérgica.

Del nuevo Barón, en cambio, poco sabían.

La señorita Bates, que había iniciado un colegial coqueteo con el administrador de la finca, obtenía de él la información que las paredes y jardines gritaban a voces: El barón estaba arruinado. El hermano de Mary le hablaba de la falta de materiales, de cómo hacía cuanto podía con los jardines. La señora Bowen del retraso en los salarios, y el señor McCluskey de la falta de reparaciones. Poco a poco, el castillo debió cerrar habitaciones, despedir sirvientes. Mary a veces lloraba de angustia al ver el estado en que se hallaban las cosas, y rezaba al cielo por que Charlotte y Clarisse consiguiesen buenos enlaces que les evitaran un destino en la pobreza. En sus días libres, relataba sus temores y pesares a su madre, quien le insistía que con mayor razón, debía hacer su propia vida, buscar un nuevo trabajo antes de que fuese ella una de las despachadas, a pesar de que lamentaba muchísimo la situación de los Hardinge.

Mary no estaba dispuesta a abandonarles, y tampoco tenía interés por salir con alguno de los muchachos que la cortejaba. Para ella, su fin en la vida era ayudar a los hijos de sus patrones, de los que estaba eternamente agradecida.

Durante los siguientes años, Mary se mantuvo firme en esa posición, ayudando en cuanto podía a la señora Bates a sacar adelante la casa, y a la señorita Bowen a cuidar a las chicas. Preocupados, y evidenciando el desgaste de las arcas familiares, todos los miembros del servicio apostaban por el día en el que el joven Barón al fin sentase cabeza y desposase a una dama que reviviera Penshurt's Place, como había hecho la difunta Lady Penshurt.

Y el milagro, si bien tardó, finalmente llegó a la familia.

Mary había sido una de las sirvientas enviadas a Bath para asistir a su señor en su estadía en dicha ciudad. En un comienzo se sorprendió al oír que abrirían la casa familiar en el balneario, y más aun que su señor ofrecería un baile en ella, pero cuando corrió el rumor de que el Barón se había comprometido aquella misma noche, al fin lo comprendió, aliviada.

La muchacha en cuestión era un jovencita dulce y tímida, de mejillas redondas y sonrosadas.

Mucho se habló de ella, de que habría atrapado al barón por su título, por su posición, que su belleza resultaba insignificante junto a un hombre tan apuesto y galante como Lord Penshurt, que alguna artimaña debía haber usado para atraparle.... pero Mary supo de inmediato que en caso alguno podía tratarse de eso.

Si bien se encontraba tan sorprendida como los demás miembros del servicio por la atípica pareja, más se inclinaba a dudar de los motivos que habían llevado a su señor a atrapar a una dama tan dulce y noble, que lo contrario.

Si la esposa de su primer patrón había sido una mujer amable y de buen corazón, esta nueva señora de la casa era un terrible encanto. Apenas permitía que la asistiese en sus mudas de ropa o peinados, odiaba ver a los sirvientes trabajando solos sin que ella también se encontrase ocupada con algo, e incluso, cuando el momento llegó, luchó con fiereza para que en las próximas festividades, los sirvientes gozaran de una cena como dios manda. Al parecer, contaba con fondos personales más que suficientes, ya que tras su arribo al castillo, pronto comenzaron las reparaciones y volvieron a pagarse los sueldos del servicio. Las hermanas del barón la adoraban y por primera vez en muchos años, los sirvientes tuvieron ocasión de encontrarse nuevamente con su amo, risueño y distendido, en sus terrenos.

La vida en Penshurt's Place retomaba su rumbo apacible. Mary estaba encantada, y no había dejado de relatarle a su madre, en cada visita de libre en su casa, de los encantos de la nueva Baronesa y la maravillosa nueva vida que se orquestaba en el castillo.

-Veo que todo va viento en popa- asintió sonriente la anciana, mientras pelaba las patatas en el fregadero, de espaldas a ella-. Dios es grande y la ha dado una nueva oportunidad en la vida a Lord Penshurt.

Mary asintió, complacida. Estaba orgullosa de su señor, apenas unos años menor a ella.

-¿Y que hay de ti, querida?- insistió la madre, como en cada visita, ya con menos ímpetu que antes- ¿Cuándo conseguirás un joven atento que cuide de ti?

Y ahí estaba de nuevo aquél tema. Su madre llevaba años insistiéndole al respecto y Mary debía reconocer que si bien toda su vida había rechazado sin miramientos los comentarios al respecto, ahora que frente a sus ojos se desarrollaba día a día el más dulce de los romances (entre sus patrones, por su puesto), una chispa de añoranza había nacido en ella.

Mary nunca había buscado el amor, pero con esta bella pareja ante sus ojos, le hacía desear algo así para su propia vida.

Se despidió entusiasta de su madre ya que al día siguiente emprendería viaje a la ciudad natal de Lady Penshurt, como su dama de compañía.

Esa noche, cuando regresó a su habitación en el sector de sirvientes del castillo, un sencillo ramillete de peonias rosas esperaba sobre su cama. El dulce aroma inundaba el espacio y no pudo si no sentirse alegre. Por más que buscó no halló nota alguna. Corrió al cuarto de la Señora Bowen, decidida a interrogarle, pero ni ella, ni las doncellas que remendaban delantales en las cocinas, ni la señorita Bates, que regresaba de un paseo con su enamorado, supieron decirle de dónde habían salido. Nadie había visto nada. Entre los sirvientes varones, menos aun halló respuesta, y solo recibió una que otra broma al respecto.

Resignada, se conformó con poner las flores en un jarro con agua sobre el escritorio junto a la ventana, y pensando en quién habría tenido un detalle tan amable con ella, se durmió viendo el delicado ramillete.

A Mary no le agradaba viajar en general, y mucho menos aun, utilizando medios de transporte como el escogido por los Barones para este viaje.

Visitarían a Lady Manners, la tía abuela de la baronesa y casi su único familiar vivo, a la que al parecer quería y extrañaba mucho. Solo por ella y buscando su bien, Mary había sido capaz de despedirse de las hermanas del barón, que dolían inmensamente la partida de su hermano y su esposa, soportar el frío en la parte posterior del carruaje en el primer tramo del viaje y contra su propia voluntad, montarse en un ferrocarril.

Lo peor de la travesía, eso sí, e incluso más que el horroroso monstruo que le parecía el bendito tren, fue pasar tanto tiempo junto al torpe muchachito que hacía las veces de lacayo del Barón.
Se trataba de un muchacho veinteañero, blancucho y escuálido, con el cabello rubio traslúcido y fino, y de sonrisa tensa y torpes maneras. Constantemente perdía una que otra pieza del equipaje de su señor, confundía las órdenes recibidas, y - lo que más exasperaba a la doncella- era capaz de tropezar, caer y chocar con cuanto objeto se pusiera en su camino. Oliver, a secas, le llamaba su señor, con gesto amable y paciente. Mary apenas comprendía que tipo de habilidades ocultas podría tener el muchacho para mantenerse al servicio de tal noble, y más aun, en una condición de tanta cercanía, pero concluía con simpleza que debía relacionarse a los malos hábitos que tan famoso habían hecho al Lord.

Seguramente, el joven guardaba muy bien los sórdidos secretos de su amo.

Le exasperaba tanto su presencia, que ante la tensión del viaje en un asiento muy agradable de segunda clase junto a él, acabó tratándole con excesiva rudeza y respondiéndole con mal talante por la cosa más nimia. El pobre joven solo consiguió ponerse más nervioso y tartamudear en vez de hablar.

Mary estuvo cerca de bajarse del tren y echarse a correr en cualquier estación que se detuviese, sin destino, con tal de alejarse de él.

Para su suerte, llegados a Bournemouth, el pobre lacayo se vio obligado a actuar cual dama de compañía de su señor, que viéndose rodeado de las autoritaria tía de la Baronesa, Lady Manners, y sus voluntariosas amigas, no tuvo más remedio que usar al pobre lacayo de compinche en los paseos y actividades orquestadas por las damas.

Mary, aliviada, se vio libre de soportar la tensa compañía de aquél joven, con la excepción de un agradable paseo al muelle y las comidas, en los que acompañaban a sus amos en segunda escena.

De regreso a Kent, un nuevo ramillete de sencillas margaritas la esperaba sobre su almohada.

Esta vez ni siquiera intentó interrogar a sus compañeros del servicio.

El corazón le palpitó con fuerza en cuanto las vio, y entonces lo supo: ya estaba lista para hallar el amor.

Esa noche soñó con un rostro varonil, difuso e inexacto, al que a veces veía con barbas, otra sin vello, otra con largos cabellos rojizos, y otras con corto cabello negro...

***

Poco antes de navidad, y en una lluviosa tarde, el Barón decidió escaparse en medio de la tormenta al pueblo.

La misma Mary pensó lo que su señora verbalizó, al insistir que fuera enviado Oliver en su lugar, pero el Barón declinó, riendo sobre la torpeza característica de su sirviente.
Mary no comprendía, ni aprobaba, que un noble como Lord  Penshurt dependiese del servicio tan deficiente que Oliver le daba. ¡Bien podría conseguirse algo mejor!, incluso por poco dinero. Ella misma conocía a unos cuantos jóvenes que harían el trabajo con gusto... Pero por alguna razón, Hardinge se resistía. Bromeaba al respecto, e inclusive, cuando el joven lograba servirle una copa de brandy sin tamabalear, le felicitaba.

Mary estaba segura, y así se lo había dicho a la señora Bates, que esa indulgencia se debía a los secretos que el joven le debía de conocer.

Pasadas las horas y llegada la hora de dormir, el barón no aparecía. Era la segunda vez en aquella semana que se escabullía de improviso. Mary, secundada por la señora Bates, que conocían bien a su señor, y bien recordaban los motivos que lo sacaban de casa antes de casarse, convencieron a la joven esposa de que seguramente la nieve lo habría atrapado  en el pueblo y se habría hospedado en alguna posada para resguardarse del clima. Pero ni ellas mismas lo creían.

Como su doncella personal, había aprendido a leer rápidamente a Lady Penshurt, por lo que prácticamente sufría en su propia piel la angustia que reflejaba su rostro. Estaba asustada, y Mary no podía más que culpar mentalmente a su amo, y a su inepto lacayo de paso. No dudaba en creer fervientemente que la salida del barón podría haberse evitado si el joven no fuese un lacayo tan deficiente.

Cuando le ofreció a su ama prepararla para acostarse, y ella declinó, anunciando que leería en la salita que conectaba su recámara con la del barón, Mary decidió dormir en el camastro del cuarto de vestir, para asistirla de ser necesario. Se metió a la cama refunfuñando en contra del consentido Barón, invocando a sus fallecidas señoras por que le guiasen de regreso al buen camino, sin dañar  a la dulce y amable Lady Penshurt, y maldiciendo de paso al torpe lacayo que le asistía.

Los gritos de su ama la despertaron en medio de la noche. Con la oscuridad, apenas pudo calzarse la bata y los zapatos, pero corrió a asistirla.

El caos reinaba la casa y un caballo con un hombre colgándole de la montura, completamente desmayado se había aprestado en el hall de ingreso. Mary  acabó sintiéndose horrendamente culpable, unas horas después, al comprender que el hombre en cuestión no colgaba borracho como se imaginara al inicio, si no que se hallaba apenas sin vida por un disparo furtivo recibido en el costado, y que se trataba nada más que del mismísimo Barón.

Mary prestó cuanta ayuda le fue posible, pero la Baronesa misma, y el torpe lacayo, no tardaron en tomar las riendas, encargándose de todo. Inclusive, cuando el Médico llegó al fin, Mary apenas pudo llevarse de la habitación del Lord a su esposa y su sirviente, y a rastras logró encerrarlos en la salita que unía las habitaciones de los lores.

Les sirvió un trago y el torpe lacayo, que Mary apenas soportaba, recobró la compostura. Consolaron a la señora lo mejor que pudieron. Intentaron limpiarle la sangre que manchaba sus manos y convencerla de cambiarse la bata de satín blanca cubierta de manchas rojizas, pero la joven se mantuvo reacia.

Oliver, torpe y ansioso como siempre, o peor aun dada las circunstancias, se ganó algo del respeto a ojos de Mary esa noche.

No solo estaba dispuesto a cuidar del Lord, incluso contra la voluntad de su esposa que luchó con fieeza por ese rol, si no que además,  cuando Lady Penshurt, que aun temblaba, regresó dentro de la habitación, llamada por el médico, Mary pudo notar, de reojo, como el joven soltaba un suspiro cansado y se cubría un instante el rostro con amabas manos.

-Estará bien- se atrevió a decirle con tono amable, deseando reconfortarle.

Verlo en tales condiciones la llenó de culpa. Muchas veces le había hablado con más rudeza de la necesaria y había pensado mal de él constantemente, pero verle en tal estado de preocupación la hizo comprender que su posición al servicio de Lord Penshurt tenía motivos ajenos a su conocimiento, como una fraterna lealtad entre ambos.

-Lo sé- dijo el joven, tras respirar hondo, aun con el rostro hundido en sus manos- Mi Lord siempre tiene buena suerte... No es la primera vez que cargan un arma en su contra...

Ella fue hasta él enternecida y, sin saber como más reconfortarle, le dio una palmadita en el hombro.

-Pasaré la noche a su cuidado, anunció él, poniéndose en pie y acomodándose los ropajes con nerviosismo- Mi Lady necesitará descansar...

Mary lo observó alejarse, curiosa y sorprendida.

Desde aquella noche su actitud hacia el joven cambió. Ciertamente no se trató de un mágico y radical cambio, pero de pronto se vio a si misma más indulgente ante sus torpezas, y comenzaron a causarle gracia sus despistes. Podía decirse que, en cierta forma, comprendía la actitud que el barón mismo tenía para con el joven. Su torpeza y falta de habilidad en el servicio eran innegables, pero también que se trataba de un joven leal que admiraba y respetaba a su señor.

Oliver, ante la nueva actitud de Mary,  en un comienzo se mostró aun más ansioso en su presencia, sin poder adivinar el motivo que guiaba a la doncella, pero al poco tiempo se fue mostrando más distendido y, Mary tuvo que reconocer, incluso  agradable. hasta llegaron a bromear una que otra vez durante la cena en las cocinas, compartido una copa de vino antes de la hora de dormir, o incluso, en una ocasión, un paseo por los jardines de media tarde.

Por suerte para todos en Penshurt Place, el Barón estuvo muy pronto recuperado, y pudo participar sin mayores problemas del baile de navidad que la Baronesa había organizado. Mary trabajó arduamente en aquél baile, asistiendo a su señora y apoyando en las cocinas, por lo que cuando regresó a sus aposentos, muy entrada la noche, por poco se echa encima del bello ramo de violetas que la esperaba sobre la cama, agotada.

¡Hacía tanto que no recibía de aquellas flores secretas! ¡Y ahora, con la nevada, se las habían arreglado para conseguirlas!

El corazón le palpitaba con fuerza mientras hundía el rostro entre los pétalos para tomar el suave aroma.

Fue entonces que descubrió una tarjetita pequeña escondida entre las hojas.

"Feliz navidad mi querida Mary", rezaba sencillamente en tinta verde, con elegante caligrafía.

Soltó una exclamación, encantada. Querida, le llamaba. ¿Quién podría ser?

Aun con el corazón palpitándole en la garganta corrió a las cocinas cargando el ramo, imaginando las miles de posibilidades que ya había soñado que guardaban el secreto de la identidad de su enamorado secreto.

Rebuscaba entre puertas y cajones de las despensas en busca de un jarrón, aun con el ramo entre los brazos y quejándose entre dientes cuando un carraspeo tras ella la sobresaltó.
Se volteó de entre las puertas de vajillas para hallar a Lord Penshurt. El joven, tan apuesto como siempre, vestía un impecable. La imagen galante solo era arruinada por el brazo que traía vendado colgando sobre el pecho, producto de la herida causada por la bala.

-Mi Lord- saltó Mary, espantada, doblándose en una exagerada reverencia-¿Puedo ayudarle en algo? Ya no quedan sirvientes en pie...pero si desea que le prepare algo...

El Baron sonrió, divertido.

-Veo que recibiste las flores-apuntó, con un gesto hacia el ramo entre los brazos de ella.

Mary se petrificó. Algo seco y pesado le golpeó en la boca del estómago.

Había oído de amigas de su madre y de otras doncellas que cosas como estas ocurrían en otras casas, pero ella había tenido la suerte toda su vida de no ser objeto de ellas.Le faltó el aire y sintió un mareo terrible. Deseaba dejar caer las flores inmediatamente.

Si venían de su señor, no las quería. Charles Hardinge era un hombre apuesto, si, pero un Lord, casado por lo demás... Nunca le ofrecería lo que una doncella como ella buscaba de un cortejo, muy por el contrario...

Supo que algo de lo que pensaba se había reflejado en su rostro cuando el Barón alzó la mano buena y entre ellos, batiendo la cabeza con gesto negativo.

-No, no, Mary- se apuró él, con las cejas en alto- Me he expresado mal... Un amigo... mi amigo me ha pedido que las consiga para ti. ¡No yo! ¡No he sido yo!

Mary asintió, con la respiración agitada y el ramo aun firme contra su pecho.

-Lo siento mucho- rió el Barón, sorprendido- Tiendo a hablar antes de pensar...

Mary se sentía aun tan débil, que apenas pudo dejarse caer en una silla de la mesa donde almorzaban los sirvientes, a unos pasos. Lord Penshurt pareció  comprender lo que ocurría, ya que fue el mismo hasta el fregadero y le ofreció un vaso con agua.

-Lo siento- repitió entonces- No fue mi intención espantarte de esa forma...

Ella asintió tras darle un sorbo al vaso.

-No se si debo sentirme insultado, pero al menos podré informar a mi amigo que la dama que corteja le es fiel...

Mary apenas prestó atención a su señor y se limitó a ofrecerle una reverencia antes de que se marchase. Regresó a su cuarto con las flores aun firmemente apretadas, para luego lanzarlas con desprecio sobre su escritorio.

Se sintió ridícula. Un amigo del Barón jamás sería un joven que pudiera casarse con ella... Dolida, se sentó en su cama y se lanzó a llorar por su ingenuidad.

-¿Mary?- dijo una voz cortada por una ruptura. parecía preocupado, y en su natural nerviosismo adivinó de inmediato quien se hallaba del otro lado de su puerta.

Se levantó, secando como pudo su rostro, y abrió una pequeña franja, por la que apenas pasó un rayo de luz de la vela que cargaba su visita. El tenso rostro rojizo y los ojos brillantemente claros de Oliver la esperaban ansiosos del otro lado.

-¿Estás bien?- susurró entonces. Parecía genuinamente preocupado y su respiración se notaba levemente agitada, como si hubiese corrido hasta allí.

Mary asintió, alzando una ceja con curiosidad. ¿Sería acaso...?

Oliver dudó, lanzando una nerviosa mirada al pasillo, con clara intención de evitar ser descubierto en el sector de damas.

-Entonces, será mejor que me vaya...

-Oliver- lo llamó ella, un instante antes de que comenzara a caminar por el pasillo.

El joven se volteó tan rápido que se golpeó la canilla con el canto de la puerta. 

Ahogó un gruñido y se sobó rápidamente, antes de erguirse de nuevo para verla, cuidando no apagar la vela que casi se voltea con el brusco movimiento.

Mary rió suavemente.

Oliver, con timidez, se hundió de hombros.

-Lo siento- murmuró, y ella alzó la mirada con una amplia sonrisa.

-¿Estás bien?- preguntó ella con una sonrisa de medio lado, a lo que el asintió, sonriendo también.

-¿Decías que...?- le recordó él, enrojeciendo.

-¡Oh, si!- asintió ella, enternecida. Sonrió de medio lado antes d añadir suavemente:- Gracias por las flores...

Oliver asintió sonriendo al comienzo, pero pronto se paralizó y negó con la cabeza.

-¿Qué flores?- balbuceó, metiendo ambas manos en sus bolsillos, inquieto, y desviándole la mirada.

-No importa- asintió Mary, divertida. Bien, ya sabía quién estaba detrás de sus flores misteriosas...- Buenas noches.

Oliver se retiró tras una torpe reverencia, y Mary regresó dentro de su cuarto, con un secreto al fin develado.

¿Pero que haría con esa información?

¡Claro que Oliver era un buen muchacho...! Y su madre estaría encantada de verla convertirse en esposa del lacayo personal del barón...pero justamente ahí estaba el mayor problema: Era un muchacho. Apenas pasaba los veinte años ¿no? Y ella ya se acercaba a los treinta. ¿De qué servían aquellas flores si solo eran la demostración de un encaprichamiento? ¡Y Lord Penshurt avalando aquél triste juego! No era un cortejo como tal, era solo un muchacho enamorado ...

Mary suspiró, cansada, comprendiendo que en el camino que había tomado su vida debía resignarse a estar sola...

Pensó en desechar las benditas flores, pero acabó tendida sobre la cama con ellas presionadas contra su pecho hasta que, sin percatarse, se durmió rendida. Esta vez, el rostro que apareció en sus sueños, se tornó claro y definido.

***

Llegada la fecha,  tal y como correspondía a todos los miembros de la corte, los barones se trasladaron a Londres para disfrutar de una nueva temporada social, con la perspectiva además, de la presentación en sociedad de la mayor de las hermanas del Barón, Lady Charlotte.

Por la situación económica desmejorada que aun arrastraban, decidieron instalarse en la residencia del primo mayor de Lord Hardinge, el Conde de Derby, junto a la esposa de éste, que se hallaba encinta.

Mary por supuesto les acompañó, como doncella de su señora, así como Oliver fue llevado como lacayo personal del Barón. Tras aquél último encuentro, y con una completamente nueva perspectiva respecto del joven, esta vez Mary decidió mostrarse amable con él durante el viaje. Disfrutaron como viejos amigos de su mutua compañía, entre bromas y tropiezos de Oliver, y así fue que Mary llegó a comprender que muchas de las cosas que había hecho, que tanto le irritaron en el viaje a Bournemouth, solo las hacía para distraerla y ayudarla a sitender sus temores.

Desde navidad no había vuelto a recibir flores, pero estaba segura de que él era su enamorado secreto, y aunque compartió esta información con su señora, no obtuvo el apoyo que esperaba sobre sus conclusiones al respecto.

Lady Penshurt, con su característica dulzura, se burló de ella, recordándole que Oliver había cumplido veinticuatro años el invierno pasado y que ella era apenas unos años mayor a Lord Penshurt.

-Tienen menos diferencia de edad que Charles y yo-había aclarado la baronesa, sencillamente- No veo cuál es el problema...

-Soy yo la mayor, mi Lady-había insistido Mary, intentando hacerla entrar en razón- Soy ya muy vieja. Tal vez no pueda darle hijos y...

-Oh, Mary- había suspirado en una sonrisa la señora- Si al menos te oyera decir que él no te atrae... pero todo lo que oigo son excusas, y querida: ¡No puedes dejar pasar una oportunidad, ocultándote en excusas! El amor no funciona así...

Mary había soltado un gruñido. Para la Baronesa el amor debía ser algo muy hermoso, ya que vivía en una  idílica burbuja de amor con su apuesto esposo, pero para Mary las cosas no funcionaban así.

Además...¿debía asumir que Oliver la cortejaba solo porque le enviaba flores? O creía que se las enviaba, después de todo no se lo había confirmado...

Ya instalados en Londres, Oliver pareció marcar una lejanía.

Tal vez solo estaba muy ocupado con los asuntos del Lord, pero Mary prácticamente no le veía. Y las pocas veces que se cruzaban en un pasillo o a la mesa en las cocinas, junto a los miembros del servicio de Lord Derby, parecía atareado y distante. Apenas charlaban y parecía como si cada vez que compartían una habitación, tuviera la necesidad imperante de abandonarla de inmediato.

Mary también acabó comentándolo con su señora, a la que le pareció sumamente divertido lo que oía.

-Si deseas hablar con él, solo ve y háblale, Mary- le dijo divertida, mientras bordaba concentrada en la salita de los Derby, mientras esperaba el almuerzo.

-Mi Lady- había suspirado Mary, ayudándola a enhebrar su aguja- Creo que usted solo está tomándome el pelo.

Temperance sonrió, divertida.

-¿Estás interesada en él entonces?

Mary negó con la cabeza, frunciendo el ceño.

-Solo no me agrada verle distante...

La baronesa soltó una suave risa divertida ante su comentario, antes de continuar con su labor.

***

Esa noche, sintiéndose solitaria en aquella casa desconocida, luego de preparar a su señora para un baile al que asistirían los barones y los condes, Mary se metió a su cuarto. 

Le habían dado uno de buen tamaño en la buhardilla de la casa, en el sector de sirvientes, por el pasillo de mujeres.

Al ingresar, descubrió que su chimenea estaba encendida, lo que agradeció inmensamente. Pudo imaginar fácilmente quien tendría un gesto tan amable como ese con ella, pero pronto desechó la idea con amargura al recordar que el sujeto en su mente ahora apenas le hablaba.

Se volteó desganada, dispuesta a dejarse caer en su cama a leer, cuando notó que en la mesita de noche la esperaba una sola rosa blanca y un sobre cuya única anotación era su nombre.

Corrió hasta allí y, tras detenerse un breve instante a olisquear la rosa, abrió con premura la nota que guardaba el sobre. El corazón le palpitaba con fuerza.

"No te enfades conmigo, mi querida Mary. No te he olvidado", rezaba simplemente una fina caligrafía en tinta verde.

El corazón le dio un vuelco. ¿Cómo es que él lo sabía? ¿Por qué es que simplemente no le hablaba en persona, pero enviaba aquellas notas, tan sencillas y tan claras a la vez?

Dudó un instante, pero las palabras de su señora retumbaron en su mente. No dejaría escapar una oportunidad tan clara como esta solo por perderse en excusas sin sentido. No pasaría por alto la reacción de su propio corazón ante lo que le ocurría.

Este juego era ridículo, y definitivamente infantil.

Cruzó el pasillo y corrió hasta la puerta en el sector de varones en que esperaba hallarle, decidida. Llamó con firmeza, esperanzada. Un ímpetu desconocido la movía.

La puerta se entreabrió, asomándose de ella el rostro ansioso de Oliver, completamente sorprendido de hallarla allí.

-Dime una cosa- le ordenó, sin siquiera saludarlo.

Oliver pareció confuso y tiró de ella para adentrarla de inmediato a la habitación, cerrando la puerta tras él con premura, y rogándole entre gestos que guardara silencio.

-James, el mayordomo de Lord Derby es un hombre de temer, Mary...- explicó, cerrando también las cortinas y bajando la voz- Si te atrapa aquí, puede hacer que te despidan...

-Solo dime una cosa y me iré- murmuro ella, asintiendo.

Oliver se volteó a verla fijamente, demostrando que le prestaba atención.

-Solo dime si eres tú...- dijo entonces la doncella, tras tomar una bocanada de aire, con la mirada fija en el lacayo.

-No sé de que hablas...

-De las flores, Oliver- insistió ella, alzando una ceja exigente- ¿Eres tú quien me envía esas flores? ¿Y esas notas?

Oliver respiró hondo y fijó su vista en el techo.

Parecía dispuesto a quedarse en silencio eternamente, pero entonces asintió, acercándose hacia ella, con la vista fija en sus zapatos.

-Desde tu estadía en Bath que... -murmuró en un suspiro, y negó con la cabeza.

Retrocedió un paso y luego avanzó dos. Mary  expectante, lo observaba fijamente y con la barbilla en alto.

-Luego, esa noche en que mi Lord regresó herido...- continuó, sin apenas terminar la idea anterior- El decidió ayudarme y... consiguió las violetas para navidad... y luego me contó de su charla en las cocinas...

Oliver soltó un suspiro cansado y bajó la cabeza.

-Oí que no estabas satisfecha con mis intenciones... creí que el plan estaba arruinado...Que era ridículo y que sentías nada más que lástima por mi..

-Pero ...¿y esto?- inquirió ella, alzando la rosa blanca que traía aun en una mano, entre ambos. Notó que las  manos le temblaban y la voz apenas había salido de si garganta.

Oliver apretó la mandíbula y avanzó hasta ella, llenándose de valor para alzar una mano y, con presteza, atraparla por la cintura.

-Lady Penshurt dijo algo sobre que te disgustaba verme distante... y no pude resistirme- confesó en un bajo murmullo- No sabía como decírtelo y...

-Soy mayor que tú- anunció entonces ella, apoyando la rosa sobre el pecho del joven, como marcando distancia, pero sin dejar de verle a los ojos- varios años...

Oliver alzó una ceja, curioso.

-Y yo un peor sirviente que tú- se sonrojó, para luego tragar saliva.- Y soy torpe y... muy tímido. Pero supongo que eso lo sabes...

Ella asintió lentamente, con una sonrisa de medio lado.

Oliver se rascó la cabeza torpemente con una mano, mientras alzaba un brazo dudoso hacia el rostro de la joven. Mary pensó que al fin se inclinaría y depositaría un suave beso sobre sus labios, pero el alboroto que se oía proveniente del primer piso, lo alertó.

Oliver cambió completamente de postura, volviéndose  tenso y ansioso de pronto. negó con la cabeza, reprochándose a si mismo algo que Mary apenas comprendió.
-Mi Lord ha regresado...-murmuró Oliver, apenas viéndola antes de ofrecerle una torpe reverencia de cabeza a modo de despedida y salir de su propia habitación, abandonándole dentro, completamente anonadada.

***

Fue horas más tarde, cuando la familia ya al fin se hubo reunido por completo, y la casa regresó a la calma, que Mary y Oliver se reunieron nuevamente.

Esta vez se hallaban a la mesa de la cocina de Derby's Mannor, junto a Lucy, la doncella de Lady Derby, y James, el mayordomo de la casa.
Bebían una copa de brandy a cuenta del Conde, que el mismo Lord les había ofrecido a modo de resarcimiento por el ajetreo y consecuente trasnoche que habían vivido. Al parecer, Lord Penshurt había descubierto y atrapado a la persona que le había disparado ese invierno, y había acabado envuelto en una peligrosa aventura que lo había llevado a arriesgar su vida nuevamente, y por supuesto, regresar a altas horas de la madrugada.
Lady Penshurt, había pasado la noche en vela esperando atentamente su regreso, pero antes, junto a los Condes de Derby había recibido la visita de una antigua amistad que les había ayudado a resolver el misterio.

Dadas las circunstancias, el mayordomo se había visto obligado a permanecer en pie para asistir a sus señores y visitas, Lucy había atendido a su ama, en avanzado estado de embarazo, hasta que al fin se durmiera, y Mary se había mantenido en pie intentando hacerle compañía a su señora, que no parecía dispuesta a descansar hasta el regreso del barón.
Oliver, por su parte, había pasado la noche correteando de un lado a otro intentando obtener información sobre el paradero de su amo. Había sido el mismo quien recibiera al hombre que Lord Derby había enviado a por información, y quien lograra calmar a la Lady Penshurt con noticias. Y solo entonces Mary había logrado convencer, entre palabras de aliento a su señora de que debía descansar.
Horas mas tarde, ya casi amaneciendo, el barón había regresado a casa, sano y salvo. Mary vio a Oliver salir disparado a recibirle, y pudo observar que ante el entusiasmo casi se lanzó al cuello del barón a abrazarle, acribillándolo con la información de los acontecimientos ocurridos durante su ausencia.
Solo cuando el Barón, agradecido de su lacayo, se marchase a sus aposentos, despachándolo con la firme orden de descansar,  el joven se atrevió a beber aquella copa de licor que tan amablemente el Conde les había ofrecido.
Brindaron los cuatro, y pronto Lucy y James se fueron despidiendo y retirándose a descansar, pero Mary no sentía las fuerzas para levantarse. Estaba agotada, por una parte, y por otra una extraña opresión en su pecho le anunciaba que no deseaba estar a solas aquella noche.

De pronto, Oliver se puso en pie, anunciando que lo mejor sería que descansaran algo antes de los quehaceres matutinos. Le mostró una sonrisa tímida y le tendió una mano temblorosa, ofreciéndole ayuda para ponerse en pie.

Mary entonces lo supo definitivamente: Aquél hombre sería su esposo.

Le sonrió decidida y aceptó la mano que le tendía, tomándola con firmeza, pero en vez de apoyarse en el para levantarse, tiró del joven para atraerlo hacia ella.
Oliver, desprevenido e inestable como siempre, trastrabilló torpemente y cayó con todo su cuerpo sobre Mary, apenas logrando sostenerse con la mano libre del respaldo de la silla en la que ella se hallaba.
-Lo... siento- tartamudeó un instante, observando con espanto el desastre que había causado, quedando prácticamente con el rostro pegado al de ella.
Mary sonrió divertida y se hundió de hombros, para luego alzar tímidamente una mano. La acercó lentamente hasta acomodarle un mechón del rubio cabello tras la oreja, mientras lo observaba fijamente.
Oliver tragó con fuerza, desviando la mirada, pero ella entonces, en avezada actitud, alzó el rostro justo lo suficiente para permitirle besarla.

Por un instante Mary pensó que Oliver nunca lo haría, e incluso llegó a sentirse completamente ridícula mientras cerraba lentamente sus ojos, decepcionada.

Pero, sorpresivamente, el ímpetu decidido atacó a Oliver y de pronto la tomó con inesperada firmeza por la nuca, atrayéndola hacia él para besarla lenta y apasionadamente.

***

Apenas unos meses después, la pareja se instalaba en sus aposentos compartidos, de dos amplias habitaciones, en las instalaciones del ala de sirvientes  de Penshurt's Place, ya oficialmente como marido y mujer.
Mary daba instrucciones y organizaba  con entusiasmo, mientras Oliver asentía y se mostraba de acuerdo.
Los padres y los hermanos de la doncella habían acudido a ayudarles. No podían estar más encantados con el nuevo miembro de la familia, y de ver a Mary tan radiante.
La felicidad la había alcanzado de otra forma y sabía bien que tendrían juntos una vida apacible y placentera, tal y como siempre había deseado, y como había tenido hasta entonces, pero ahora con la satisfacción adicional de la compañía de hombre al que amaba profundamente y que bien sabía cuidar de ella, consentirla y acompañarla. Y por supuesto, no faltaría ocasión de las risas, gracias a las torpes maneras de su esposo.

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relatos+18 By woonyoung

Historical Fiction

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solo entra y disfruta. Primero que nada, los relatos no son mios son sacado de páginas de Internet. No se olviden darle a la estrellita.