Nadie es perfecto

By DianaMuniz

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A los ojos del mundo, Adam Alcide es el flamante heredero de la A&A. Pero bajo su perfecta fachada se encuent... More

1- Nadie es perfecto (1ª parte)
1- Nadie es perfecto (2ªparte)
1-Nadie es perfecto (3ª parte)
1-Nadie es perfecto (4ª parte)
2- Navidades Perfectas (1ª parte)
2-Navidades Perfectas (2ª parte)
2-Navidades Perfectas (3ª parte)
Navidades Perfectas (4ª parte)
3- Lo que está muerto (1ª parte)
3.-Lo que está muerto (2ª parte)
3.-Lo que está muerto -3ª parte-
4.-Sombras del pasado (1ª parte)
4.-Sombras del pasado (2ª parte)
4- Sombras del Pasado (3ª parte)
4- Sombras del pasado (4ª parte)
4-Sombras del pasado (5ª parte)
5-El pájaro enjaulado (1ª parte)
5-El pájaro enjaulado (2ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (4ª parte)
6.-El otro lado del cristal (1ª parte)
6.-El otro lado del cristal (2ª parte)
6.-El otro lado del cristal (3ª parte)
6.-El otro lado del cristal (4ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (2ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)
8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)
9.- Hoja de Ruta (1ª parte)
9.- Hoja de Ruta (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (1ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (2ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)
Unas palabras a los lectores...

3.- Lo que está muerto (4ª parte)

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By DianaMuniz

Era difícil mantener la mirada de sus ojos azules. Lo peor era que Adam no parecía ser consciente del malestar que generaba al fijar la vista de esa forma. Era como si cada simple gesto significara un reto.

—No hagas eso —le pidió Null mientras continuaba con el examen médico—. No fijes tu mirada así. Es muy desagradable.

—Yo… —El chico pareció confuso, paro agachó la cabeza—. Lo siento. Sigo sin saber hacerlo.

—¿El qué? —preguntó Null sin prestarle mucha atención, demasiado centrada en auscultar sus pulmones.

—Tratar a las personas. Las normas de cortesía dicen que es importante mirar a una persona a los ojos mientras hablas con ella. Pero a la mayoría les molesta, creen que intento intimidarles. Supongo que no todo lo que dicen los libros es cierto.

No había sombra de burla o reproche en sus palabras.

—No me pareces una persona con problemas de integración —dijo Null midiendo con cuidado sus palabras. Se suponía que no debían saber nada de la vida de ese chico pero era difícil ignorar sus últimos años de fiesta en fiesta. Verle comentar eso era, cuanto menos, paradójico.

Adam no dijo nada, lo que la desconcertó aún más.

—Sabe quién soy, ¿verdad? —preguntó finalmente.

—Adam Alcide, el rico heredero de la mitad de la A&A —dijo Null sin dudar ni un momento.

—El dueño, en realidad. Hace tres años que la mitad de la empresa me pertenece legalmente —la corrigió—. De todas formas, no me refería a eso.

—Si te refieres a lo de tu origen, sí, lo sé. Como ya debes saber, todo tu archivo médico está puesto al servicio de la comunidad óptima para su estudio y como referencia. Es un caso muy interesante que ha permitido establecer unos importantes… —Nullien se contuvo, no sabía muy bien cómo toda esa palabrería podría afectar al sujeto. Pero Adam no parecía afectado, seguía con la cabeza gacha, tal y como estaba hace un momento, pero no se movía. Null le dio un golpecito y Adam se sobresaltó.

—Perdone, ¿me decía algo? —preguntó con inocencia.

—Te has dormido —comentó Null, sorprendida.

—¡No! —exclamó Adam abriendo mucho los ojos—. No quiero dormir.

—No te lo estoy preguntando, Adam —dijo Null—. Creo que acabas de dormirte. Has tenido un microsueño. Has perdido la consciencia durante unos segundos, ¿es la primera vez que te pasa?

—No…  —Adam dudó—. No estoy seguro.

—Tomaré eso como un no —gruñó—. Te daré algo para que duermas. Necesitas dormir ahora mismo, antes de que empieces con…

—¡No quiero! —la interrumpió el chico sin dejar que acabara su explicación—. No voy a dormir. No quiero dormir. No pienso tomarme nada para dormir.

—Adam…

—¡Zero! —gritó él—. ¡Me llamo Zero! Adam solo es… el nombre del traje.

—Está bien, Zero —dijo remarcando el nombre con el que decía identificarse, pensando que ese chico necesitaba con urgencia una consulta psiquiátrica—. Necesitas descansar, si lo que temes son las pesadillas…

—Tienes un… —Adam, o Zero, la miró de reojo, se señaló la mejilla y desvió la mirada en un gesto nervioso.

—¿Qué sucede? —preguntó Null sin saber a qué se refería.

—G-gusano. Tienes un gusano en… la… cara.

—¿Un gusano? —se alarmó. Se levantó de golpe y empezó a golpearle la mejilla con pequeño toques, allí donde le había señalado. Para su sorpresa, lo único que encontró fue un mechón de pelo, algo más corto y rebelde que los otros, completamente blanco. Null frunció el ceño y se giró hacia el joven, pero toda la ira que había acumulado se disipó en un momento al ver su expresión confusa. Él había visto un gusano. No le cabía duda.

—Solo es… pelo —murmuró.

—Y eso, Zero, son las cosas que pasan cuando no duermes. ¿Quieres que te cuente algunas más, o prefieres esperar a descubrirlas por ti mismo? Las alucinaciones pueden ser llamativas y desagradables, pero no se acabará con eso.

—Estoy bien —murmuró.

—¿Y eso lo dices para convencerme a mí o convencerte a ti mismo? Necesitas dormir. Tu cuerpo necesita dormir y te lo irá recordando cada vez más. Entiendo que sea difícil conciliar el sueño pero te puedo dar algo para que te ayude.

—No necesito ayuda para dormir, es solo que no quiero hacerlo, ¿vale? No quiero. Estoy bien, de verdad, doctora. ¿Qué va a pasar conmigo? —preguntó en un evidente esfuerzo por cambiar de tema.

—No lo sé —dijo Null.

—Pero… ¿por qué no lo saben? ¿Qué hay que decidir? —preguntó el joven.

—No lo sé —confesó—, pero no te preocupes. Lo sabrás en cuanto lo sepamos.

***

A pesar de que su jefe estaba a miles de kilómetros de distancia y con varios planetas por medio, la imagen holográfica era capaz de impresionarle tanto como hacía en persona. Y no había un motivo claro para sentirse intimidado, era más bajo y delgado que él y, aunque sabía que era un par de años mayor, parecía que el tiempo le esquivaba y solo algunas canas parecía desenmascarar su edad real.

Fenris contemplaba con atención las grabaciones que habían estado realizando de Alcide, desde su llegada al complejo médico. El rostro de su jefe parecía, como siempre, esculpido en piedra. Pero Dorrick se sorprendió al distinguir algo, ¿o había sido una ilusión?, que parecía ira y dolor. Esperaba que no fuera por su culpa, no deseaba estar en el centro de las iras de alguien con tanto poder.

—Parece muy herido —dijo.

—Nada serio —informó Dorrick restándole importancia—. Se recuperará. Al menos, físicamente. Pero puede que… bueno, que esté volado —comentó con una mueca—. ¿Qué vamos a hacer con él, Fenris?

—Lo primero es averiguar cómo ha llegado allí. No hay mucha gente en el Elíseo, interrógalos a todos si es necesario, alguien ha tenido que ver algo.

—Estoy en ello —dijo Dorrick. ¿A qué creía que se había dedicado los últimos días?—. Pero me refería a qué vamos a hacer con él. Ulises me ha informado de que ofrecen una recompensa por…

—No —dijo Fenris con sequedad—. Lo más probable es que la A&A le haya metido allí dentro. No vamos a devolvérselo.

—Pero… es lo más seguro —protestó Dorrick—. Oye, sabes que no soy precisamente un leónida agresivo al uso pero… Ese chico es un gran problema ambulante. Debemos deshacernos de él cuánto antes. Lo más sensato sería borrar todo su rastro con el Elíseo, dejar que lo encuentren lejos de aquí y cobrar la recompensa.

—¿Y cómo vas a borrar su memoria? —preguntó Fenris, pero Dorrick sabía que era una pregunta retórica.

—También dan recompensa por hallar el cadáver —dijo—. He dicho que sería la opción más sensata, no la más humanitaria.

—No —dijo Fenris simplemente, en un tono que no admitía réplica. Pero aun así, Dorrick necesitaba algo más.

—¿Por qué no? —inquirió—. ¿Desde cuándo te importan los niños ricos de Origen? ¡Si fuera al revés, ese chico nos entregaría a trozos y preguntaría si los quieren más pequeños!

—No —repitió—. Nadie matará a Zero y tú te ocuparás de que llegue a la Odisea sano y salvo.

—¿Qué? —exclamó Dorrick incapaz de dar crédito a lo que había escuchado—. ¿A la Odisea? ¿Estás loco?

—Puede, pero cumplirás las órdenes de todas formas.

—Fenris… Haré lo que me pidas, lo sabes pero, ¿va todo bien? —preguntó—. ¿Hay algo más que deba saber? ¿Por qué… la vigilancia? ¿Por qué… es importante ese chico? —Fenris no dijo nada. Por un momento pareció que no era así, que de verdad iba a contarle lo que pasaba con Adam Alcide. «¿Adam? No, le ha llamado Zero. Como si…». Dorrick dudó, eso podía significar algo que nunca había creído posible—. Le has llamado Zero. Cuando despertó dijo que se llamaba así pero, ese no es su nombre. ¿Cómo…?

—Tráele a la Odisea —dijo Fenris—. Por favor —añadió antes de desaparecer.

—¿Ha dicho por favor? —murmuró Dorrick, sorprendido—. Estamos jodidos.

***

El aire frío que golpeó su rostro fue como una caricia helada que le ayudó a despejarse. Al menos, por un momento. El planeta ocupaba casi toda la cúpula celeste y dos lunas, una azul y otra rojiza, aparecían a su lado como sendos ángeles de la consciencia.

«Tú eres el demonio, y la otra es el ángel», bromeó sin saber muy bien qué era lo que estaba diciendo. Zero arrastró los pies, le costaba mucho caminar.

—¡Vamos! —dijo Sybill caminando delante de él, retrocediendo unos pasos cuando veía que quedaba rezagado. Era un ir y venir continuo.

«Como un yoyó. Ahora se va…. Ahora vuelve».

—Ya voy —acertó a decir, pero a duras penas podía moverse.

—¿No querías dar un paseo? —dijo Sybill con una sonrisa nerviosa—. Si abandonamos las luces del pueblo, podrás ver la nebulosa de la Fractura.

—Estuve una vez en la Fractura —dijo Zero, o eso creyó, porque su voz parecía provenir de un sitio muy lejano—. Había muchos colores, más de los que creí que existieran. Era… bonito. ¿Podemos ir más despacio, Sybill? Estoy cansado.

—No tenemos mucho tiempo —murmuró nerviosa—. Solo tienes que esforzarte un poquito más, Adam.

—¿Sabes? —dijo Zero con una risita floja que hasta a él le parecía extraña—. No creí que la doctora óptima me dejara salir. Pensaba que era un prisionero. Me alegro de no estar encerrado. Estuve mucho tiempo encerrado. No me gusta.

—¿Estuviste encerrado? —preguntó Sybill. Ya no iba y veía, ahora tiraba de su brazo instándole a que avanzara más deprisa. Y Zero lo intentaba, de verdad que sí. Era solo que sus piernas no respondían como él quería.

—Sí, con mis hermanos. Pero todos murieron. No es justo. —Zero dejó de caminar y se sentó en el suelo. No se había dado cuenta de cuánto tiempo llevaba así pero estaba llorando. Estaba muy cansado—. No… no me acordaba de ellos. Les fallé. Les dije que les cuidaría y no pude hacer nada. Se los llevaron. A todos. Y les mataron. Les… sacaron el cerebro, o el corazón, o… no sé. Delta… a Delta no se lo llevaron. ¡Ojalá se lo hubieran llevado! Yo… yo le maté —confesó entre lágrimas, incapaz de parar—. No podía dormir, dolía mucho. Hacía ruido, olía mal, eso es la muerte. ¡Se pudrió delante de mis ojos y nadie hizo nada para ayudarme!  No… Yo le quería pero le maté. Por eso me merezco las pesadillas, ¿verdad? Por eso merezco que me entierren entre cadáveres, como cuando era pequeño.

—¡Adam! —insistió Sybill tirando de él—. ¡Tienes que levantarte!

—No —dijo echándose en el suelo y adoptando posición fetal.

—¿Qué estás haciendo?

—No necesito dormir para vivir pesadillas —dijo Zero—. He tardado mucho en comprenderlo. Ahora podré descansar.

—¿Dormir? ¿Ahora? ¡No, no! —exclamó Sybill fuera de sí—. ¡Tienes que levantarte! Verás… Hay… algo que quiero enseñarte.

—¿Algo que no quieres que vea la doctora? —preguntó Zero alzando la cabeza—. ¿Algo que explique por qué no me llamas Zero?

—Porque te llamas Adam y pensé que si sabías que conocía tu verdadero nombre y no me importaba que no me lo hubieras dicho, me acompañarías de buen grado.

—Mi nombre es Zero —dijo con hastío mientras cerraba los ojos—, pero ni siquiera conseguiré que lo pongan en mi lápida, ¿verdad? Déjame dormir —murmuró—. Ya no puedo más. Estoy demasiado cansado.

***

—¿Cómo que no está? —preguntó Dorrick contemplando la habitación vacía.

—Sybill me dijo que quería llevárselo a dar una vuelta —explicó Null que no entendía el nerviosismo de su marido—. Yo le dije que no, que no estaba para dar vueltas, que lo que necesitaba era dormir pero no pensé que necesitara vigilancia, Dorrick. Lleva con él desde que lo encontramos. Ella lo encontró. Supongo que regresará en un par de minutos después de llevarse a Zero a dar un paseo. ¡Un paseo, Dorrick, no es para tanto!

—¿No es para tanto? ¡Esa es buena! —exclamó con una risita nerviosa—. No tienes ni idea de lo que puede pasarnos si le pasa algo a ese chico. Ni te lo imaginas. Manda a todo el mundo a buscarle, yo bloquearé las salidas de la luna, no puede desaparecer. Y será mejor que recemos porque aparezca vivo.

***

Había mil formas de despertar y se le ocurrieron novecientas noventa y nueve menos bruscas que un golpe contra la pared. Tardó un segundo en darse cuenta de que el fuerte sonido que había escuchado era su propia cabeza rebotando contra la estructura de hormigón. Zero se llevó las manos a la nuca mientras el dolor se extendía como una mancha de aceite.

—Joder, princesa, siempre que nos vemos estás dormida —se burló el tipo que tenía delante y que, sin duda, era el que le había despertado—. Aunque ya no pareces tan princesa sin tu melena de plata.

—Pensaba que ibas a llevarlo con su familia —murmuró Sybill. Parecía nerviosa, no dejaba de dar vueltas de un lado a otro y se frotaba los puños en un gesto histérico—. ¿Por qué la doctora no ha dicho nada a su familia? ¿Por qué no se lo han llevado?

—Porque cuando la A&A sepa que el chico apareció en una base de la corporación Mar-en-Calma se armará una buena. No pasará más de un mes antes de que un accidente destruya todo esto. ¿Quieres apostar?

Zero empezó a comprender parte de lo que había estado sucediendo. Ese era el motivo por el que nadie había contactado con la A&A todavía. Estaba en casa del enemigo. Su tío Gabriel se molestaba en pasarle periódicamente un listado con las últimas actividades de la corporación. La mayoría de las veces, Zero ni siquiera se molestaba en abrir los archivos anexos pero alguna vez los había leído en diagonal. El nombre de la corporación Mar-en-Calma aparecía en varias ocasiones. ¡Con razón estaba rodeado de leónidas suspicaces! Pero… ¿eran los leónidas un daño colateral de la vendetta en su contra o, por el contrario, era él que había sido arrastrado en una guerra que no sabía que libraba? La idea de que solo había sido utilizado le desmontaba por completo.

—¡No! —exclamó Sybill—. ¡No puedes dejar que destruyan el Elíseo!

—Eso no depende de mí, muñeca. Verán al chico y llegarán a la conclusión de que ha sido torturado —dijo el leónida. Para demostrarlo, agarró su mano y enseñó a la mujer su mano, con los dedos vendados, sin uñas—. Deja de mirarme así —le dijo, y golpeó de nuevo su cabeza contra la pared.

Zero ahogó un gemido y, de nuevo, se llevó las manos a su dolorida nuca que comenzaba a latir como si tuviera un corazón propio. Casi podía sentir como la adrenalina corría por sus venas y liberaba del entumecimiento a sus cansados músculos. Sin darse cuenta, estaba sonriendo porque ya se sabía el final de la historia. Ya sabía lo que iba a suceder a continuación cuando llegaran a la conclusión de que solo había una forma de conseguir el dinero y salvar el Elíseo.

—No hemos sido nosotros —dijo Sybill agitando la cabeza—. Han sido otros. Tienen que saber que han sido otros.

—No se van a parar a investigar, muñeca. Solo hay una cosa que podemos hacer.

—Dijiste que le llevarías con su familia.

—Y eso haré: devolveré el cadáver a su familia para que le entierren como es debido. No hay elección, muñeca, es el chico o tu pequeño cielo.

No tenía que ser muy listo para saber cuál iba a ser la respuesta de Sybill. No podía culparla por ello, o eso le decía la parte de él que todavía podía pensar, la verdad era que estaba furioso. Había confiado en ella y le había traicionado. «Otra vez. ¿No aprenderás nunca?».

—¡Tiene que haber otra salida! —exclamó Sybill—. ¡Lo sabías desde el principio! ¡Sabías que le ibas a matar y me engañaste!

—Te has engañado tú sola, cielo. No te hagas la inocente ahora, nunca has sido inocente.

Apenas fue consciente de que se había puesto en pie, sus captores estaban demasiado ocupados discutiendo entre ellos como para darse cuenta de ello. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo saldría de allí? Zero no lo sabía. En realidad, solo era consciente de una cosa.

—No quiero morir —dijo.

***

Les habían encontrado. No habían tardado mucho, apenas media hora desde que habían dado la señal de alarma, pero media hora era demasiado tiempo según el contexto y ya podría ser demasiado tarde.

Dorrick no rezaba. Los leónidas no creían en ningún dios como hacían en Origen ni creían en una iluminación pseudomística de la ciencia como hacían en Óptima, pero en ocasiones como esa, echaba de menos algo a lo que encomendarse y pedir ayuda. Ahora solo cabía cruzar los dedos y desear  que de verdad no fuera muy tarde.

«No te matará por ello», pensó. «Sería demasiado visceral». Claro que hasta hace un par de horas no habría creído que su jefe fuera humano, si ahora resultaba serlo, no podía imaginarse lo que podía suceder con su fría ira desatada. «Puso el mundo del revés solo para dar una lección a su hermano», recordó, aunque sabía perfectamente que eso era simplificar hasta el absurdo las dinámicas que habían provocado los últimos cambios en la sociedad leónida.

De cualquier forma, no quería fallarle.

Así que, cuando entró en aquel viejo cobertizo y vio las marcas de sangre en el suelo, se temió lo peor. Salpicaban las paredes sin ton ni son, en una particular exhibición del macabro gusto artístico de la muerte. Había tres cuerpos en el suelo,

El primero era un leónida de Sparta, o al menos, uno que no había entrado en contacto con el inhibidor hasta una edad bien avanzada. No lo conocía, pero tampoco lo habría hecho de haberlo visto antes. Su cabeza había quedado reducida a un amasijo sanguinolento en el que trozos blancos de hueso astillado, destacaban entre la masa amorfa de tonalidades grisáceas y brillos carmesís que componían los restos de su cerebro.

Dorrick tragó saliva y se centró en el siguiente cuerpo. Este si lo reconocía, era la mujer, Sybill. No tenía marcas visibles, pero el cuello estaba retorcido de una forma que la naturaleza no habría permitido. Tenía los ojos abiertos, y todavía lloraba.

Zero estaba alejado de todos, en una esquina. Encogido sobre sí mismo, hecho un ovillo en el suelo. Tenía el rostro ensangrentado, y las manos teñidas de un color escarlata que empezaba a oscurecer. Dorrick contuvo la respiración antes de poner los dedos en su cuello y suspiró aliviado al comprobar que su corazón latía con fuerza.

Pero el alivio duró poco. Se incorporó de nuevo y miró a su alrededor con preocupación. Se suponía que era un chico débil, llevaba tres días sin dormir y apenas había comido. ¿Cómo había destrozado a un leónida bien desarrollado? «La sorpresa», se dijo, pero no pudo menos que pensar que alguien no le había contado todo lo que sabía sobre Adam Alcide, y que ese chico era cualquier cosa menos el niño rico y mimado que había dado por supuesto que era.

—¿Quién o qué eres tú, Zero?

***

—¿Sigue dormido? —le preguntó Dorrick en cuanto la vio entrar en la habitación que compartían en las instalaciones médicas del Elíseo.

Null asintió y se sentó en la cama. Ella tampoco había dormido mucho en los últimos días y lo que más quería en ese momento era cerrar los ojos y olvidarse del mundo.

—Una falta de sueño prolongada puede provocar despersonificación y brotes psicóticos —explicó. Dorrick no se lo había preguntado, pero ella necesitaba decirlo en voz alta. Tenía que haber una explicación plausible para lo sucedido en aquel lugar—. La adrenalina puede  incrementar…

—No necesito que me des explicaciones —la tranquilizó su marido—. El chico actuó en defensa propia no creo que…

—Yo las necesito —replicó Null—. Yo necesito saber que ese chico no va a despertarse y matarnos a todos.

—Estará bajo vigilancia. Día y noche. Siempre bajo llave. Así evitaremos tanto nuevos brotes psicóticos como que alguien quiera llevárselo de paseo otra vez.

—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Nullien al borde del llanto—. ¡Quiero irme a casa! ¡Quiero salir de esta maldita luna y volver a la Odisea!

—Ah, sí, respecto a eso… —Dorrick carraspeó mientras buscaba las palabras—. Te alegrará sabes que volvemos a casa —dijo, pero la expresión de su rostro borró la sonrisa que Null había empezado a esbozar—. Y… Zero se viene con nosotros.

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