6.-El otro lado del cristal (3ª parte)

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En sus sueños, la luna teñía de azul el cuerpo dormido de Zero y él bajaba esa sábana en vez de subirla. En sus sueños, recorría el paisaje del placer abriendo senderos de besos con la lengua, provocando terremotos que erizaban la superficie de ese mundo y se adentraba en sus profundidades para arrancar los gemidos de sus entrañas. Pero eso era en sus sueños, y al despertar, la ausencia le asfixiaba tanto como la tela de sus pantalones.

-Fantástico -masculló al verse traicionado por su subconsciente. No era la primera vez que le pasaba y sabía que no sería la última-. Esto empieza a ser enfermizo -se dijo, pensando que tenía que hacer algo para poner fin a esa obsesión. Si lo que necesitaba era sexo, bien, no era la primera vez que contrataba los servicios de un amante profesional. Pero ahora no estaba en Galileo, estaba en la cama de la Odisea. Allí no había amantes profesionales. Allí solo estaban... Una idea se abrió paso a través de su mente como un gusano se abría paso hacia el corazón de la manzana. ¿Por qué no? Los androides Eros habían sido destinados para ese fin. Habían resultado muy útiles para solucionar ciertos problemas en la población adolescente de la nave.

-Yo no soy un adolescente -se dijo, e intentó conciliar de nuevo el sueño. Pero no había cerrado los ojos cuando las imágenes que le habían despertado le asaltaron de nuevo sin piedad acrecentando el vacío y la presión-. Mierda -murmuró de nuevo al ver que su problema se hacía más grande. Por supuesto, había muchas formas de remediar el asunto de la presión pero eso solo aliviaría la parte fisiológica-. Ulises -llamó, intentando que la vergüenza que sentía no se transparentara en su voz-, envíame a uno de los Eros.

-Por supuesto. El Eros X-359, llamado Telémaco, llegará en un tiempo estimado de un minuto y cuarenta y cuatro segundos.

-Bien -dijo y no necesitó preguntar quién era cuando escuchó abrirse la puerta de la habitación.

Telémaco tenía la apariencia de un joven fotosintético de cabello castaño, alguien que no pasaría desapercibido en una tripulación compuesta casi exclusivamente por leónidas. Los Eros tenían terminantemente prohibido adoptar las formas de ningún miembro de la pequeña comunidad. Tristan sabía que no siempre aceptaban esa orden a rajatabla, pero en las contadas ocasiones que esto no había sucedido, había sido más un remedio que un problema. De todas formas, el aspecto que tenía ahora Telémaco, no era el que necesitaba. ¿Qué forma podía darle? Pensó en alguna de sus visitas al catálogo de la casa de placer de Galileo, pero a quién quería engañar, no era eso lo que buscaba en ese momento.

«Sé lo que quiero, ¿por qué no tengo el valor de pedírselo?».

Sin haber dicho nada, el androide transmutó su apariencia para adquirir la de un leónida de ojos azules y dorada melena rizada. Un sentimiento de nostalgia y amargura se hizo grande en él y le invitó a cumplir con un deseo que llevaba mucho tiempo dormido en su interior. Pero no era ese deseo el que quería calmar ahora.

-No -gruñó, y se enfadó con Telémaco por resucitar sus fantasmas-. Esa apariencia no.

-¿Cuál debo tomar, entonces? -preguntó el androide con voz solícita.

-Tienes acceso a los bancos de datos de Ulises, ¿verdad? Reúne la información correspondiente a Adam Alcide. Sé que tenemos imágenes cedidas ya que nos encargaron su eliminación.

-La orden fue anulada -observó Telémaco.

-Lo sé, pero los datos siguen allí. Quiero que adoptes la apariencia de Adam Alcide.

El cambio fue instantáneo y asombroso. Era él, no había ninguna duda pero... le faltaba algo. «Después de todo, no solo era sexo», se recordó y sonrió para sí, pensando si aquel joven algún día sería consciente de la huella que había dejado. Ordenó a Telémaco que se quitara la ropa mientras él hacía lo mismo.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now