4.-Sombras del pasado (1ª parte)

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«El tiempo es relativo».

Quien dijera eso, seguramente no había estado encerrado en una habitación durante días, sin más mecanismos para medir el paso de las horas que las visitas de sus carceleros y los platos que con ellos portaban. Zero suponía que los sucedáneos lácticos y las galletas eran el desayuno, y eso marcaba su pauta de que un nuevo día comenzaba.

Ya que se habían acabado las visitas médicas, los interrogatorios y la amabilidad, solo restaba el breve espacio en el que alguien entraba con su plato y formulaba un cortés «buenos días», antes de dejar la bandeja encima de la mesa.

Al miedo de los primeros días, le sucedió la curiosidad de saber cuál sería su destino. Pero ni siquiera ella había perdurado lo suficiente y ahora solo el aburrimiento hacía mella en él.

El aburrimiento y las pesadillas.

Miedos viejos, miedos nuevos, terrores del pasado y de un futuro probable, horadaban su cordura  en la duermevela y atacaban sin piedad desde las sombras de su subconsciente cuando el sueño se adueñaba de él.  Para su desgracia, demasiado a menudo.

Era demasiado pronto para que la puerta se abriera y entrara un nuevo plato. Así que, cuando lo hizo, supo que ese silbido marcaba el fin de un periodo. Puede que no de su cautiverio, pero había algo diferente y eso era algo.

Era extraño ver a un léonida con el pelo del color de las zanahorias y el rostro cubierto de pecas. Dorrick era desgarbado, casi demasiado alto. Nariz afilada, rostro de facciones angulosas, ojos azules y despiertos… Cogió la única silla que había en la habitación y tomó asiento. Bien, eso significaba que la visita iba para largo. Zero aparcó el libro que había leído por enésima vez y se sentó en la cama, dispuesto a ejercer de buen conversador. Cualquier cosa por romper la monotonía.

—Te ha crecido el pelo —comentó el leónida tras un largo silencio.

—Me crece deprisa —contestó Zero, recordando su intención de colaborar, aunque su interlocutor se lo pusiera difícil. Se pasó la mano por el cabello, sí, estaba más largo, pero distaba mucho de ser lo que había sido. Aun así, podía esconder los dedos dentro de la nueva mata—. ¿Cuánto tiempo…?

—El necesario —dijo Dorrick—. Pero ya llegamos.

—¿A dónde? —preguntó.

—A donde teníamos que llegar. ¿Cómo debo llamarte: Adam o Zero? ¿Prefieres algo más impersonal? ¿Señor Alcide, tal vez?

—No… no quiero problemas. —Todo su cuerpo le pedía que contestara Zero, pero sabía que eso podía ser problemático en determinados contextos. A veces, lo más sencillo era decir el nombre del traje.

—Ni yo —replicó el leónida—. Tengo muchas preguntas, muchísimas, y lo más probable es que consiga pocas repuestas. Pero esta pregunta no tiene truco ni trampa y esperaba una respuesta sencilla. En Elíseo dijiste que te llamabas Zero. Es más, te enfadaste cuando te llamamos Adam.

—Me llamo Zero pero es… complicado —se defendió. Procuró controlar el tono de voz, que no delatara su ansiedad, y desvió la mirada. A la gente le molestaba que les mirara a los ojos. Él no quería molestar a nadie. Ya había jugado a eso antes, ¿verdad?

—Está bien, Zero —suspiró Dorrick—. Oye, esta situación… No sé a ti pero a mí me molesta bastante. Creo que me estoy perdiendo una parte grande de la historia y eso empieza a desquiciarme.

—Si pudiera… —comenzó.

—No —negó su interlocutor—, ni se te ocurra ir de modosito. Yo encontré los cadáveres, ¿sabes? Vi lo que les hiciste. Y me dan igual las órdenes y los objetivos y toda esa mierda. Esta es mi casa y no voy a dejarte suelto por ella.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now