11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)

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—¡Lenda! —gritó Myrella.

Lenda dio un salto y ya corría por el pasillo sin ser consciente de lo que estaba pasando. Agradeció a su cuerpo la reacción a la adrenalina que le despertó en un segundo antes de entrar como una tromba en el dormitorio de Zero.

—¡Está sangrando y no deja de temblar! —exclamó la mujer. Sujetaba con su cuerpo el del joven que, como ella había indicado, era preso de violentas convulsiones.

—¡Manténle sujeto! —gritó el óptimo mientras rebuscaba entre sus cosas. ¿Dónde estaba? Sabía que la había dejado a mano por si eso sucedía, entonces... Buscó con la vista la jeringuilla y las cápsulas y las encontró, en la mesita, al lado de la butaca, por si las necesitaba con urgencia. Cogió el instrumental y lo cargó todo lo deprisa que pudo, soltando uno cuantos juramentos por el camino y sin dejar de mirar el cuerpo que convulsionaba en la cama—. Sujétale fuerte —dijo a la leónida, y él mismo sujetó sus hombros mientras exponía su pecho y clavaba la aguja directamente en el corazón, vaciando todo el contenido en un par de eternos segundos.

Todavía tembló durante medio minuto más, antes de quedarse completamente inmóvil. Lenda hizo un gesto para que Myrella se apartara y comprobó las constantes vitales del muchacho. Suspiró, aliviado, al escuchar los latidos de su corazón.

—¿Está...? —dijo Myrella, sin acabar la pregunta.

—Todavía no —suspiró Lenda—. Pero esta vez ha estado muy cerca.

—Te he llamado en cuanto ha empezado —dijo, poniéndose a la defensiva.

—Lo sé, lo sé —la tranquilizó—. No quería echarte la culpa. Las convulsiones... eso es nuevo. Y la sangre... —Recogió una lágrima carmesí—, normalmente solo sale de la nariz. Si sale de los ojos es muy malo. Puede que hayamos retrocedido —dijo, pensando para sí.

Myrella no dijo nada. Cogió un pañuelo de papel y le lavó la cara de restos de sangre, con cuidado y de forma minuciosa. Lenda la contempló en silencio, parecía muy confundida.

—Parece tan joven... —dijo en voz baja—. Es... demasiado joven, ¿verdad?

—Tiene veinticuatro años —contestó Lenda—. Su aspecto puede parecer un poco infantil pero te aseguro que es mayorcito.

—Veinticuatro... —murmuró Myrella—. La diferencia de edad sigue siendo... considerable. Casi podría ser su hijo.

—Eso es cosa de ellos, ¿no crees? —dijo Lenda con una mueca—. Además, no es que tu marido aparente la edad que tiene.

—Cuando se casó conmigo todos hablaron de la diferencia de edad —explicó Myrella—, y sin embargo, ahora la duplica.

—Si crees que lo tuyo con Tristan no ha funcionado por la diferencia de edad es que eres muy tonta —dijo Lenda con desdén—. Por si no lo sabías, a tu marido no le gustan las mujeres.

—Ya... lo sabía —dijo Myrella, parecía confundida. No le miraba a él cuando hablaba, no podía apartar sus ojos de Zero—. Lo sabía, todos me lo dijeron, pero, de alguna forma estúpida, yo misma me había convencido de que todo eran habladurías. Incluso cuando él mismo me lo dejó claro y me ofreció el divorcio. Pero yo me negué. Seguía sin poder creerlo hasta que lo viera con mis propios ojos. Me dijo: «siéntete libre de ir con quien quieras y rehacer tu vida. No me debes nada». Pero yo le quería tanto... Era mi... príncipe, mi salvador.

—¿Por qué me cuentas todo esto, Myrella? No puedo ayudarte, y Zero no tiene la culpa de existir. Puede que si no estuviera él hubiera otro y puede que no, y aun así, Tristan no te correspondería.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now