Recuerdos De Un Infinito || V...

By TaraMesis

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La Primera Noche (Prólogo)
La Puerta
Decisiones Costosas
Realidades Distorsionadas
Problemas en el Paraíso
Un Viejo Amigo
Conversaciones
Vapor
Nuevas Experiencias
El baile de Judas
Déjà Vu
La Habitación
La Mejor Interrumpción
Una Visita Inesperada
Un Encuentro con el Pasado
La Charla
Recuerdos Tormentosos
Mareos
Preparación
La Primera Cita
La Confirmación
Anecdotas de el "Agente H"
La Investigación
La Cena
Flashback: Primera Parte
Flashback: Segunda Parte
Sangre Perdida
Una Vida Sin Él
QRR
Recuerdos de Medianoche
A.G.
Arrepentimiento
Mensaje Importante

Adrenalina

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By TaraMesis

    ~Volkov POV~

    No podía entender por qué cuando se trataba de la seguridad de Horacio todo en mí quería volar hacia el punto exacto donde él se encontraba. Escalofríos seguían mi cuerpo, escalofríos que no sentía ni siquiera cuando me apuntaban con un arma. Mi cuerpo me traicionaba cuando se trataba de él y me costaba aceptar el hecho de que me ponía nervioso que algo le ocurriera. Yo era alguien de hielo, con nervios de acero, ¿por qué con él eran diferentes las cosas? ¿Qué me ocurría?

    Manejé a toda velocidad hasta llegar al hospital. Pude ver la patrulla del alumno Harrison afuera. Me estacioné detrás de él sin acomodar mi patrulla bien y salí con tranquilidad pero prisa, no quería que notaran algo extraño en mí. Llegué hasta las puertas y ahí encontré a Gustabo, quien parecía tranquilo y ni siquiera se percató de mi presencia. Parecía no importarle el hecho de que Horacio no estuviera bien. Mi puño se apretó, quería romperle la cara, quería hacerlo trizas por todo lo que había hecho. Era la primera vez que lo veía desde el incidente. Me detuve, ahora no era lo primordial.

    Empecé a caminar por los pasillos con rapidez, debía encontrar a un EMS y preguntarle por Horacio. No encontraba a nadie, 2 pasillos y no había nadie. Me di la vuelta para tomar el pasillo que estaba atrás y choqué con alguien.

    –Por el amor de Dios, fíjese por donde...–Me detuve en seco. Ahí delante de mí, con varios snickers en los brazos, estaba Horacio. Su cara mostraba pánico–. ¿Horacio? ¿Usted está...?

    –Por favor no le diga a Conway ni a Gustabo –me interrumpió, no entendía a qué se refería, ¿no quería que les dijera lo nuestro? ¿Por qué ahora mostraba preocupación?–. Si se enteran se enfadarán muchísimo conmigo.

    –¿Se enfadarán por... nosotros? –pregunté con algo de enojo.

    –¿Qué? –Horacio dejó ver una sonrisa en su rostro. Por un momento se me olvidó que estaba sucediendo y le tomé de la cabeza para acercarlo a mí y abrazarlo. Horacio me abrazó con dudas–. ¿Volkov?

    –Lo siento. –Lo solté antes de que pudiera confundirlo nuevamente. Tenía que controlarme más–. Solo venía a comprobar que estuviera bien porque escuché a unas detenidas hablar de un chico con cresta que había tenido un accidente en moto y quería verificar que estaba bien. Con permiso, Horacio. Buen servicio.

    Me alejé de él sin mirar hacia atrás, si lo hacía sabía que su cara demostraría confusión y tristeza y sabía que habría preguntas. Probablemente terminaría lastimándolo más porque no podía darme el lujo de tener algo con él o siquiera amarlo, así que tendría que cortar sus esperanzas siendo grosero. No quería hablarle mal a Horacio, ni tratarlo mal, él no lo merecía.

    Salí hacia el lobby del hospital donde aún estaba Gustabo, quien por cierto me veía fijamente de manera cínica. ¿Qué quería? ¿Quería retarme? Él sabía que me molestaba y mucho su simple existencia, estaba seguro de eso. Era un psicópata manipulador, y ahora mismo hacía esto con una razón, pero no caería en sus provocaciones. Salí de ahí y me dirigí a mi patrulla.

    –¡Comisario Volkov! –gritó una voz masculina y me di la vuelta para ver quién me hablaba. Era Harrison–. Comisario Volkov, ¿está todo bien? En la radio sonaba preocupado.

    –Así es alumno, todo está bien, solo un problema menor. –Noté que el alumno tenía raspones en los brazos–. ¿Harrison se encuentra bien?

    –Oh, lo dice por los raspones, –se rió con nervios–, sí. Aparentemente estuve en un código 3 y estaba siguiendo a un atracador en una Mary y me resbalé, incluso provoqué que él se resbalara. Estaba un poco en shock cuando llegué al hospital, pero me comentaba mi compañero que me ayudó un agente del FBI con cresta hace unos minutos, pero yo no lo recuerdo.

    –Sí, Horacio. Él suele ser así.

    –Pues le agradezco mucho por ayudarme. –Harrison era el menor de nuestro cuerpo, siempre parecía ser positivo por todo y con una alegría grande. Me daba miedo como el tiempo cambiaría la percepción que tenía de este trabajo–. Bueno, debo irme a esperar que salga el atracador. Por cierto, él también llevaba cresta, es algo loco ¿no cree? Bueno, con permiso comisario.

    Sonreí. Me acababa de dar cuenta de mi gran confusión y como había salido completamente enloquecido porque había escuchado "chico de cresta" y mi mente de alguna manera, había pensado que Horacio era el único "chico de cresta" que existía en el mundo entero. Y en cierta forma, era cierto, porque para mí el único "chico de cresta" que me importaba del mundo entero era Horacio. Subí a mi patrulla de manera calmada y me dirigí de nuevo a la estación.

    ~Horacio POV~

    –Bueno, le doy segundo y medio por el 15% –empezó a negociar Gustabo con el atracador–. Venga, que eres buena persona, seamos civilizados.

    –Por el 10% segundo y medio. Venga tú, el otro que ambos tenemos cresta y re sufrimos boludo.

    –Que yo sé que la situación está difícil amigo, –seguía Gustabo–, pero no nos la pongas complicada, que si no tendremos que empezar la cuenta regresiva.

    –Está bien boludo, pero que sepas que dejás a mi hija sin comer.

    –Venga ya, que encontrarás alguna manera de resolverlo.

    Mientras ambos negociaban yo solo podía recordar cómo eran las cosas con Gustabo, antes de la mafia, antes de "Fred y Dan" y antes de... el regreso de Pogo. Estas negociaciones me recordaban a los tiempos de "Fred y Dan", de los éxitos, de cómo teníamos que cuidar nuestras identidades con máscaras, capuchas y cosas por el estilo. Ahora podíamos ir con libertad sin cubrir nuestro rostro, pero me había acostumbrado tanto a llevarla que ahora mismo llevaba la capucha negra con un esqueleto dibujado. El badulaque en el que estábamos ahora mismo era el mismo en el que Volkov me había abrazado, nuestro primer código 3. Que tiempos. Siento que Gustabo seguía igual que antes de lo de Pogo, pero algo en mí había cambiado para siempre. Solo quería ser Horacio y de alguna manera ahora lo era, pero ¿realmente era esto lo quería?

    –¡Horacio! –Gustabo me sacó de mis pensamientos con ese regaño–. Joder tío, ¿te vas a subir al maldito coche o te vas a quedar viendo la persecución? Que estás en otro mundo hoy.

    –Ya voy tío.

    –¿Qué te sucede hoy? –Gustabo lucía preocupado, pero tampoco demasiado, él era un psicópata después de todo, no podía preocuparse por alguien–. ¿Qué, recuerdos de Vietnam?

    –Más como recuerdos de Volkov. –No sabía de dónde había sacado el valor para decir eso.

    Gustabo me miró con un claro signo de pregunta marcado en la frente. Era claro que no sabía qué contestarme a tal declaración. Abría la boca como si quisiera hablar pero no salían palabras de su boca.

    –Pero... –empezó a decir sin saber cómo continuar–. O sea, ¿te sigue gustando Volkov?

    –Se fue hacia la derecha –dijo el alumno que había venido al atraco por radio–, pero lo estoy perdiendo. ¡Arg!

    –¿Alumno? –pregunté por la radio–. ¿Se encuentra bien?

    Gustabo vio el GPS y fue hacia donde se encontraba el alumno. Al llegar al lugar notamos que el alumno y el atracador se habían caído de la moto y dos mujeres estaban ayudando al atracador, probablemente eran cómplices. Me bajé del patrulla con rapidez.

    –Ve por ellas, yo ayudaré al alumno.

    Gustabo siguió con el patrulla mientras yo me dirigía hacia el alumno. Otro alumno que había asistido se me acercó en su patrulla. Me agaché hacia el alumno para tomarle el pulso. Por fortuna sí tenía. El otro alumno se bajó del patrulla y se paró a mi lado.

    –¿Quiere que haga algo agente? –me preguntó el alumno del patrulla.

    –¿Cuál es el nombre de su compañero y cuál es su nombre? –pregunté.

    –Mi compañero es Harrison, y yo soy Brown.

    Al escuchar Brown reí, nuevamente habría otro agente Brown en la policía, pero esperaba que esta vez no se repitiera la historia del anterior. Sin decir nada más saqué mi celular y pedí una ambulancia a mi localización. Obtuve respuesta inmediata con un «vamos en camino.» Cogí al alumno Harrison con cuidado en mis brazos y lo aparté de la avenida. Lo acomodé con cuidado de nuevo en el suelo.

    –Tranquilo Harrison, todo estará bien. –Le acaricié el cabello. Estaba un poco consciente pero no lo suficiente, probablemente olvidaría el atraco y todo esto–. Me tengo que ir alumno Brown, pero cuide usted de su compañero por favor.

    –Claro que sí agente, lo cuidaré.

    Tomé la moto del alumno, la cual aún servía, mientras le marcaba a Gustabo. Me acerqué el celular al oído y empecé a conducir despacio.

    –¿Horacio?

    –Gustabo puto, ¿dónde estás?

    –Estoy en el hospital, ven para acá bebé, atrapé al atracador y el sargento que estaba con nosotros se llevó a las otras dos.

    –De acuerdo voy para allá.

    Al llegar al hospital me di cuenta de lo mucho que extrañaba la adrenalina de este trabajo, y cómo de estar todo bien podía pasar a todo mal en un segundo. Los tiroteos, las persecusiones, joder, como había extrañado esta sensación de no saber cómo acabaría el día. Pasé al lobby y me encontré con Gustabo, quien estaba sentado en la sala de espera.

    –Joder, –me senté a lado de él–, tengo mucha hambre.

    –Pero no comas mierdas ¿eh Horacio? Que te conozco perfecto y perderás los logros que obtuviste con el balón gástrico.

    –No tranquilo, iré por un sandwich.

    Me levanté y me dirigí hacia la máquina expendedora en búsqueda de un asqueroso sándwich con sabor a que llevaba 3 días en un frigorífico. Miré de reojo a Gustabo por un segundo, estaba mirando su móvil y seguro no se daría cuenta si me iba por un segundo a otra máquina expendedora... por Snickers. Me alejé con lentitud hacia los pasillos del hospital para buscar otra máquina expendedora.

    Después de unas cuantas vueltas encontré una en la parte final de uno de los pasillos. Me acerqué a ella, le introduje 2 billetes y presioné 5 veces el mismo botón en el que se encontraban los Snickers. Miré mi reflejo en la máquina expendedora, «Voy a perder muchas cosas al hacer esto –pensé–, pero qué más da, a nadie le importará si subo unos cuantos kilos. A parte de que fue un día duro, lo que sucedió con Volkov... luego la tensión del atraco. Me lo merezco.» Tomé los snicker en mis brazos y empecé a buscar un lugar donde sentarme para poder comer agusto. Giré unos cuantos pasillos hasta que de pronto choqué con alguien.

    –Por el amor de Dios, fíjese por donde...–Desde que escuché su voz me pareció imposible pensar con claridad. Llevaba muchos Snickers en brazos ahora mismo, si le contaba a Conway o a Gustabo cómo me había visto ambos me regañarían–. ¿Horacio? ¿Usted está...?

    –Por favor no le diga a Conway ni a Gustabo –lo interrumpí, ya que era obvio que se había dado cuenta que estaba a nada de alimentarme mal–. Si se enteran se enfadarán muchísimo conmigo.

    –¿Se enfadarán por... nosotros? –preguntó con una mueca de molestia. Sonreí al instante, pensó que le decía que no le contara sobre lo que había sucedido anoche y le hablaba sobre los Snickers.

    –¿Qué? –Pregunté aún sonriendo. Le iba a explicar que me refería a los Snickers, pero me empezó a ver de una manera extraña, como si se hubiera encontrado con que su botella de vodka aún servía. Sin que me lo esperara me tomo de la nuca y me acercó a su hombro, con la otra mano me abrazó la espalda. Estaba inseguro de si esto era un abrazo. Con mis manos rodeé su espalda con dudas–. ¿Volkov?

    –Lo siento. –Me soltó como si hubiera dicho que tenía sarna, con una rapidez inmediata. Lo miré confuso–. Solo venía a comprobar que estuviera bien porque escuché a unas detenidas hablar de un chico con cresta que había tenido un accidente en moto y quería verificar que estaba bien. Con permiso, Horacio. Buen servicio.

    Quería decirle algo, pero caminó por el pasillo principal hasta llegar a las puertas que daban al lobby del hospital. Este encuentro tan extraño, el saber que se había preocupado por mí porque escuchó a unas detenidas hablar de un chico de cresta accidentado y el abrazo me hacían pensar que lo de anoche había sido más que solo sexo. Sonreí levemente y regresé los Snickers a la máquina expendedora. Sabía que tenía un problema mental que resolver, porque comía en vez de resolver mis problemas, ahora comía chatarra en vez de comerme los problemas. Tenía que ir con un terapeuta.

    Salí al lobby donde vi a Gustabo recibiendo al detenido y esposándolo.

    –¿Y esa sonrisa? –preguntó Gustabo molesto.

    –Nada, es que el sándwich estaba muy bueno.

    –Sí sí, el sándwich, no veas ¿eh? Estaba hecho de cabeza pequeña de cerdo ¿no?

    Jamás había podido engañar a Gustabo, me conocía demasiado bien. Ignoré su comentario por completo y lo seguí hasta el patrulla con el detenido. Gustabo lo llevaba con demasiada fuerza, en algunas ocasiones el atracador se quejaba, pero preferí no decirle nada.

    Mientras íbamos a las oficinas del LSPD le iba leyendo sus derechos al detenido, cuyo nombre ahora sabíamos "Nicolás Santana", quien venía de Argentina. Este había sido su primer atraco, y había venido solo con un paliacate amarrado en la boca, así era más fácil identificarlo.

    –¿Ha entendido sus derechos?

    –De una papá.

    –Bien. –Prendí la radio y la puse en nuestra estación favorita, pero Gustabo la apagó casi de manera inmediata–. Gustabo ¿qué haces? Quería escuchar música.

    –¿Qué? Te querías poner algo romántico a que sí –dijo sin apartar la mirada del camino, y con una pasivo agresividad impresionante.

    Esto se había convertido en una discusión e iría para largo, ya lo veía venir; pero por el momento estaba cansado, por lo que me limitaría a ver por la ventana y a ignorarlo hasta que se le pasara.

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