Huida

By bluekalei

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La vida de Nastya era aburrida y depresiva, solo tratando de no destacar demasiado y sobrevivir día a día sin... More

Advertencia: leer con precaución
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Flashback 1
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Veinte.
Veintiuno

Uno.

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By bluekalei

—Rayos... No tengo nada para ponerme.

Miré desolada entre toda la ropa que había arrojado sobre la cama. Poco a poco se había convertido en una pequeña montaña.

Suspiré. Si no encontraba nada impresionante para vestir, iba a ser sujeto de las crueles bromas de mis amigas... Nuevamente.

Mi relación con ellas era difícil. Supongo que las quería, y ellas a mí. Ellas me llenaban de maltratos y yo lo soportaba porque simplemente no quería estar sola. ¿Cómo iba a sobrevivir los años que me faltaban en la Universidad si estaba sola? No lo quería saber, ya había pasado mucho tiempo así y prefería no recordarlo. Aunque últimamente me estaba sintiendo muy mal conmigo misma y todo lo que hacía. No había nada que me hiciera feliz y prefería quedarme en mi departamento, navegando en internet antes que salir de fiesta. No siempre eran malvadas conmigo pero cuando lo eran, dolía mucho. 

        Hace un par de meses, nos encontrábamos en una clase en la universidad. Levanté la mano para preguntar algo al profesor, eso sucedía muy rara vez gracias a mi timidez, luego de que me contestara amablemente sentí a Maureen mirándome fijamente. 

Que preguntas más estúpidas que haces dijo antes de reírse en mi cara y volver la vista al frente.

Me quedé de una pieza. Me había dolido ese comentario pero no podía dejar que ella lo supiera. Puse una sonrisa en mi rostro y fingí tomar apuntes.

Al final me decidí por unas leggins negras, una camiseta holgada de un color entre verde y gris, y zapatillas negras. Podría haberme puesto zapatos de tacón pero no me sentía con muchos ánimos, me daba un poco lo mismo lo que pudieran decirme. Solo un poco. 

Por eso, me maquillé y me hice una coleta alta en la cabeza. Lo que más me gustaba de mi, era mi pelo rubio. Claro que me lo había teñido. En realidad lo tenía oscuro, se notaba en las raíces incipientes. Aunque me gustaba ese look descuidado y todavía no me habían dicho nada malo sobre el. 

Me puse la última capa de brillo labial, guardé mi movil entre otras cosas en un bolso y salí rumbo a la casa de mi amiga, Maureen. 

No era un viaje tan largo así que fui caminando, deseando no cruzarme con nadie en el camino. Sentí deseos de sacar un cigarrillo y fumarlo pero me contuve, si me sentían el olor a humo sería peor. En menos de diez minutos llegué a la mansión, porque no se podía llamar casa a eso. Era enorme. Estaba en un barrio apartado, con pocas casas pero todas eran igual de impresionantes.

Maureen salió a recibirme, se había puesto unos jeans desgastados y una simple remera negra pero me sentí insignificante a su lado. Observé en silencio el hermoso collar que le habían regalado sus padres, era antiguo y tenía piedras preciosas engarzadas, solo alguien como ella podía llevarlo con tanta liviandad; una cosa que valía miles de dólares exhibiéndose a diario por la universidad.

—¡Hola tú! Al fin llegas, ya está Cass aquí.

Pasé adentro, admirando una vez más los cuadros que había en las paredes del largo pasillo de la entrada. Los padres de Maureen eran fanáticos de ir a las subastas de objetos antiguos, y tenían un gusto exquisito. Además de tener mucho dinero para poder permitírselo.

Dejé mi bolso en una mesa de la sala y me senté en el sillón junto a mis amigas. Cass se había puesto un vestido verde largo, lo que combinaba de una extraña forma con su cabello negro y ojos verdes.

—Estábamos pensando qué película ver. ¿Que sugieres?

—¿Cuál tienen en mente ustedes?

— Sí, ésta. ¡No sé de qué trata esta pero el actor es hermoso!

Debo haber hecho una mala cara porque me miraron enojadas. Maureen tiró hacia atrás su pelo cobrizo y expulsó aire por la boca.

—¿Tienes una mejor idea? —dijo dándome una mirada desafiante.

Decidí jugar mi papel y dije que lo que ellas eligieran estaba bien para mí. 

Había logrado calmar las aguas de momento.

Ya había pasado media hora desde que estábamos viendo la película y comiendo comida chatarra cuando sentimos un golpe cerca de la entrada de la casa.

—¿Qué fue eso? —dijo Cass.

Miré a las dos y me sentí en la obligación de decir que seguramente había sido el viento. 

Pasaron unos segundos de tranquilidad y luego un golpe de nuevo. Maureen se levantó al tiempo que clavaba la vista en el pasillo, seguro que pensaba en porqué no había sonado la alarma. Cuando se produjo un estallido de vidrios, Cass corrió hacia el hueco de las escaleras para esconderse.

Y entonces irrumpieron en la sala. Eran altos, hermosos y peligrosos. 

Eran dos chicos de entre 20 y 25 años. Uno tenía el cabello oscuro y con rulos, el otro -que parecía más joven- estaba teñido casi igual que yo, se le notaban las raíces oscuras, pero su cabello estaba atado en una pequeña coleta. 

Nos miraron fijamente. El de rulos tenía una especie de sonrisa socarrona en su rostro, junto con una pistola en su mano derecha. El rubio solo estaba en posesión de una especie de palo.

Mi amiga les clavó la misma mirada que me había dado anteriormente, los estaba desafiando e incluso en esas condiciones yo también le hubiera tenido miedo.

—¿Quienes son y qué hacen en mi casa?

—Digamos que, venimos a buscar lo que es nuestro —dijo el moreno y le dio un vistazo descarado al escote de Maureen.

—Aquí no hay nada suyo —mientras decía eso, se cruzó de brazos.

El rubio se le acercó, la miró fijamente y arrancó de su cuello el mismo collar que yo había estado observando hasta hace poco.

—¿¡CÓMO TE ATREVES!?

Ella estaba tan enfurecida que comenzó a gritar y a propinarle golpes mientras él solo la esquivaba, lo que no hacía más que enfurecerla peor. Entonces cuando ella fue dispuesta a golpearlo de lleno en el pecho, él la empujó y Maureen cayó hacia atrás. Su cabeza golpeó el suelo. 

Todos nos quedamos mirándola fijamente. No se movió como por cinco minutos y de pronto empezó a convulsionar.

Debería haber reaccionado, poner una almohada debajo de su cabeza tal como había aprendido en el curso de primeros auxilios. Estaba inmovilizada, casi sin respirar.

La observé en silencio, como su cabeza chocaba violentamente con el suelo. Su largo y brillante cabello se extendía como una cortina alrededor de su cara, su delicado rostro lucía extraño y su ropa que tanto había admirado estaba ahora arrugada en millones de lugares a la vez, siguiendo los movimientos de su cuerpo.

Otro recuerdo me invadió.

Estábamos sentadas esperando entrar a una clase, ninguna hablaba y para alivianar el ambiente quise contar algo que me había pasado.

¿Saben que? Estos días no he tenido agua caliente en el departamento, me he bañado en agua helada.

Y a mi qué me importa dijo Maureen.

Cass inmediatamente se rió a carcajas. Y el resto del día me ignoraron, sólo hablaron entre ellas.

Y de pronto se detuvo. Contuve la respiración, deseando que se levantara mientras sacudía su ropa y nos decía que todo esto había sido una de sus típicas bromas, que quería asustarnos pero que en realidad esos chicos eran amigos de ella.

Esperé. Nada de eso sucedió. Un pequeño charco de sangre se comenzó a acumular debajo de la cabeza de mi amiga, mojando su cabello.

Ahogué un grito. Estaba petrificada en el mismo lugar donde me había sentado y desde entonces seguía allí, observando todo en silencio. Recién en ese momento se dieron cuenta de mi presencia.

El chico de los rulos me miró con la mandíbula desencajada, sin poder creer lo que había pasado en menos de quince minutos. Los ojos del rubio delataban el mas profundo pánico pero al clavarlos en mí, adoptó una nueva postura mas decidida y un poco desquiciada.

—Tenemos que deshacernos de ella.

—No creo que sea lo más conveniente seguir añadiendo cadáveres a nuestras espaldas.

—Si la dejamos libre nos va a delatar —dijo el rubio desesperado.

Quise decir que no los delataría, salir corriendo o por lo menos poder respirar con normalidad pero ahí me encontraba con la mirada clavada en ellos sin poder hablar.

El que no tenía intenciones de matarme (al menos de momento), se acercó hasta donde yo estaba y me tomó de la mandíbula.

—¿Nos vas a delatar? —preguntó.

Traté de balbucear que no lo haría, todavía no salía del trance. Sentí que empezaba a temblar, ¿podía ser capaz de llorar sin darme cuenta? 

Me dí cuenta que no solo yo temblaba, todo se estaba moviendo. Desde los exquisitos candelabros hasta los cuadros de las paredes, incluyendo a los dos tipos que ahora tenían los ojos desorbitados.

—¿Qué rayos sucede? 

El que todavía sostenía mi cara me soltó y salió corriendo por el pasillo. El rubio dudó:

—¡Espera! ¿Qué hacemos con ella?

—¡Déjala y apresúrate!

Se quedó pensando mientras todo se caía a nuestro alrededor. Entonces me agarró de la mano, obligándome a levantarme y me arrastró por el pasillo no sin antes agarrar todos los bolsos que habíamos dejado en la mesa.

Nos quedamos parados afuera de la casa viendo cómo se derrumbaba poco a poco. 

—¿Por qué la trajiste?

—Tengo mis dudas acerca de que nos delate.

—Escúchate por favor, ¿todo se está desmoronando a nuestro alrededor y a ti te preocupa eso?

Se encogió de hombros. Reparé que el de rulos (y que ahora ya no me defendía tanto), tenía sujeto de la mano a un niño pequeño de cabello oscuro que estaba visiblemente asustado.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó el rubio a la vez que acomodaba los bolsos en su brazo para que no se cayeran al suelo.

Empezó una nueva ola de temblores, ahora comenzaba a creer que se trataba de sismos que seguramente seguirían sacudiendo la tierra a nuestros pies. 

—Tendremos que correr.

Otra vez me tomó de la mano y corrimos sin rumbo. O al menos eso creía yo.


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