The twilight of our love (Re...

By MadameCiel

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En la escuela pública puedes encontrar a todo tipo de personas, en un lugar tan grande como ese, eres una hor... More

The twilight of our love
Capítulo uno: Comité de decoración.
Capítulo dos: Asesino en serie.
Capítulo tres: Miradas.
Capítulo cuatro: Francia.
Capítulo cinco: No alimentar a los patos.
Capítulo seis: Amiga del psicópata.
Capítulo siete: Amelia.
Capítulo ocho: Juego de tronos.
Capítulo nueve: Química.
Capítulo diez: Química II.
Capítulo once: Reunión familiar.
Capítulo doce: Reencuentro.
Capítulo trece: El grupi.
Capítulo catorce: Partido.
Capítulo quince: Detención.
Capítulo dieciséis: Primera tarde.
Capítulo diecisiete: Cena desastroza.
Capítulo dieciocho: Confesiones.
Capítulo diecinueve: Celos.
Capítulo veinte: Revolución secundaria.
Capítulo veintiuno: Mi maravilla.
Capítulo veintidos: La guarida.
Capítulo veintitres: Feria de química.
Capítulo veinticuatro: Cena
Capítulo veinticinco: Enfermedad en casa.
Capítulo veintiséis: Malas noticias.
Capítulo veintisiete: Vacaciones.
Capítulo veintiocho: Una gran oportunidad.
Capítulo veintinueve: Vídeollamadas.
Capítulo treinta: Siempre.
Capítulo treinta y dos: Regreso a clases.
Capítulo treinta y tres: Burbuja.

Capítulo treinta y uno: Cambios

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By MadameCiel

Eran las siete y media de la noche cuando llegamos a mi casa. Ignoré todas las llamadas que mi papá me había hecho y me arrepentí al instante, porque sabía que me iría peor. Ayy, Natalia, ¿desde cuándo? ¡Qué decepción!

Aparcó al frente de mi casa. Todo estaba oscuro y silencioso, lo único que emitía luz eran las ventanas de luz y el viejo poste de luz. Suspiré y me mordí el labio.

-Tengo que irme ya.

Me acerqué a él, plantando un beso intenso pero rápido, que luego se fue prolongando y en ese momento la puerta de la casa se abrió. Me volví hacia mi papá que me esperaba sereno en el umbral de la puerta, pero de lejos se podía ver el humo hirviente salir por sus orejas. Nunca le había hecho algo así, ni siquiera se le había cruzado por la cabeza que sería capaz de hacer algo así.

-Parece no tener ánimos para un chiste -dice él, y yo le miro-. Lo siento, fue mi culpa.

Negué.

-No, fue la mía.

-Será mejor que te acompañe.

-No, está bien.

-Insisto. -dijo, tomando mi mano.

-De verdad, no te metas en problemas.

Él sonríe.

-Ya los tengo. Los dos los tenemos.

-Cristóbal.

-Estamos metidos en un gran lío.

-Por favor-

-Será mejor que te lleve ya, o sino, se enojará más.

¡Ah, qué insistente!. Suspiré resignada.

-Bien.

Me quité el cinturón rápidamente y bajé de su montero, dirigiéndome hacia mi casa con Cristóbal detrás. ¿Cómo debía sentirme en estos momentos? Es la segunda vez en el año que desaparecía en toda la tarde. Dios, ¿la segunda vez? Me estaba fallando mucho últimamente.

-Alice Natalia. -fue lo único que dijo, cuando llegué hasta el umbral. Me había llamado por mis dos nombres. Iba en serio, estaba muy enojado. Bastante.

Dios, era mi fin.

-Buenas noches, señor Pettit. -habló Cris.

-Buenas noches, Cristóbal.

-Antes que nada, quisiera pedirle disculpas por la hora. Fue mi culpa. Se nos pasó el tiempo volando y a la entrada de la ciudad había mucho tráfico.

Bueno, eso era verdad. Se nos había ido todo el tiempo en los dos, y habían kilómetros de tráfico, para mi gran suerte.

Mi padre sólo asintió.

-Espero no incomodarlo.

-No hay problema. -Cristóbal frunció el ceño confundido por el repentino cambio de actitud de mi papá. No sabía si irse o quedarse, asegurándose de que estuviera bien. También dudó en besarme. Le advertí cin la mirada. Estaba mal ¡Claro que estaba mal!

-Que tengan buena noche. Señor Pettit -le apretó la mano-. Natalia.

Se fue, mirando hacia atrás constantemente. Se montó en su montero y se fue. Mi padre permanecía sereno, era sospechoso, y eso me mantenía intranquila.

Entonces clavó sus venenosos ojos en mí, dejándome helada. Con la cabeza me indicó que entrara, y así lo hice.

Yo sí sabía que mucho cuento tenía su trama.

Cerré la puerta despacio mientras él caminaba lentamente por la sala, con las manos en la cintura. Su espalda y hombros estaban tensionados, trataba de respirar tranquilamente pero se le complicaba. Jamás lo había visto así.

Dios.

Ayuda.

-Treinta y cinco llamadas perdidas. -habló al fin.

-Papá, yo-

-Estuve mirando las noticias -me interrumpió-, y sí, es verdad, todos están volviendo de sus vacaciones ¿Pero sabes qué es lo que me tiene molesto? -prosiguió-. Que no me contestaras. ¡Ni una sola llamada, Alice Natalia! -alzó la voz.

Dios mío, me estaba gritando. Era la primera vez que me gritaba.

-Si viste las llamadas, ¿¡Por qué no las devolviste?! ¡Me hubieras mandado un mensaje o cualquier cosa! ¿¡Sabes lo muy preocupado que estaba?!

-Lo siento, papá.

-Ese tipo-

-Cristóbal. -le corregí.

-Cristóbal, puede aparentar ser muy buen chico, pero es que... Tú... Has cambiado mucho, tú... No...

¿Qué?

Fruncí el ceño.

-Papá, Cristóbal es una excelente persona. Jamás me cambiaría para mal, si es lo que estás pensando.

-No lo sé, Natalia. No lo conoces.

-Sí lo conozco, tú lo conoces. Podría hasta apostar por él, sin duda.

Suspiró.

-No dejes que nadie se interponga entre ti y decisiones. Entre tu verdadera actitud. Esta no eres tú.

-Nadie lo está haciendo, porque esta soy yo.

Se rascó la cabeza.

-Sube a tu habitación. Estás castigada hasta que las vacaciones terminen.

Asentí y subí en silencio.

¿Qué le pasaba a mi padre? Hace menos de 24 horas pensaba que era un buen chico, parecía que se llevaban bien ¿qué lo habría hecho cambiar de opinión? Bueno sí, la impuntualidad no es algo que apoye mucho mi padre, pero había dudado por las llamadas, fue mi culpa, no tenía nada que ver con él. Decidí no hacer caso.

Me recosté sobre mi cama, agotada. Quería ir a bañarme y sacarme toda la sal que tenía encima pero el cansancio me retenía ahí. Miraba la puerta del baño con constancia. No seas sucia, Natalia. Si no lo hacía ahora, no lo haría nunca. Al menos no esta noche. Como pude, me dirigí al baño. Me estuve un buen rato bajo la ducha, lavando mi cabello y cuerpo, librándome de todo lo que posiblemente habría adquirido mientras estaba en el mar con Cristóbal.

Cristóbal. Sonreí al recordarlo.

Al salir, lo primero que vi fue a mi teléfono iluminarse con la droga cara de Cristóbal. Hablando del Rey de Roma. Corrí a contestar pero cuando lo cogí ya había colgado. Quise devolverle la llamada pero opté por que él lo hiciera. Suspiré y volví a dejar mi teléfono donde estaba.

Jodido orgullo. Vaya, qué tonta.

Me puse mi pijama y sequé mi cabello, y entonces sonó de nuevo mi teléfono, pero ni siquiera se me dio la gana ver quién era.

-¿Sí?

-¡Oye pero qué cosa! Te había tragado la tierra todas las vacaciones, ¿o qué? ¿ni una sola llamada? Pero claro, siempre tengo que ser yo la que la llama, no ella.

Sonreí.

-¡Lú! Qué alegría me traes, no sabes lo mucho que te he extrañado.

-¡No pues, cuánto se nota! -habló irónica y acepté la culpa.

-Ay, Lú. Te juro que no he tenido tiempo. Tengo mucho por contarte.

-Y ya me imagino quién te lo ha ocupado -bufé-. Yo también, y no sólo de mí, sino que también te tengo la de chismes.

-¿Qué importan los chismes? A esa gente le pueden estar dando por el culo.

-Pero sé que te van a encantar, es más, uno es de tu guapo amigo jugador vampiro.

¡Cuántos adjetivos!

-¿mi qué?

-Cristóbal Pettit, querida.

-¿Por que no vienes mañana y hablamos?

-Veámonos en el parque o en un Mall.

-No puedo salir, estoy castigada.

Luciana se quedó callada.

-¿Tú, castigada? Vaya que me he perdido mucho. Pero claro, como la señorita siempre, de un momento a otro, desaparece del mapa.

-Es una larga historia.

-¿Tu papá se ha enterado del castigo del semestre pasado?

-No, ni lo hará.

-Bueno, entonces estaré allá temprano. Ténganme listo el desayuno y un lugar dónde dormir.

Me reí.

-Nos vemos.

-Chao, querida.

Colgué y papá me llamó a cenar. Como siempre, no hablamos mucho, el que sí no dejaba de hablar era Henry, y no había poder humano que lo callara.

-Henry, come.

-Espera, papá, esta es la mejor parte. Entonces la chica se fue detrás de Toreto y-

-No es Toreto, es la Roca.

-Por eso. Así le dicen a Torero. No hay ningún otro pelón en la película.

-Henry, la Roca y Toreto son dos personas completamente diferentes.

-¿¡Qué?! ¿¡Estás de broma?!

-Henry, que comas. Se va a enfriar.

-¡Es imposible!

Cuando me recosté sobre mi cama, no pude dormir, recordando cada cosa, cada beso. Sonreí y no pude dejar de sonreír. Luego caí en cuenta de algo.

¿Qué pasaría luego, se quedaría como si no hubiera pasado nada como la otra vez?

No me gustaba la idea. Ya estaba lo bastante metido en mis entrañas como para hacer como si nada.

Quién lo diría, Cristóbal Pettit me había robado el corazón, como nunca antes lo había hecho alguien.

¡Ja, ja! Qué novedad. Si alguien me lo hubiera dicho a comienzos del año escolar me le habría reído en su cara.

Ni siquiera me enteré a qué horas me había quedado dormida, pero cuando fui recobrando poco a poco el conocimiento, sentí un peso a mi lado. Sentía su mirada sobre mí y luego fue cuando escuché su risa.

-Natalia, sé que no estás dormida.

Abrí los ojos de golpe y sonreí ampliamente. Me lanzé a sus brazos y Luciana empezó a chillar.

-¿Qué te pasa, loca? -me reprende entre carcajadas.

Estaba bastante cambiada, se había cortado el cabello hasta los hombros y pintado de rubio. Se veía fantástica, hermosa. Le lucía en verdad, todo le quedaba bien. En cambio yo... Bueno, no hay mucho que decir, me creció un poquito el cabello y ya, pero ni siquiera se me notaba.

-Estás hermosa, Lú.

-Gracias, querida. No sabes lo feliz que me hace volverte a ver.

Me reí.

-Me tienes que explicar muchas cosas. Sé que tú y Pettit tienen algo, ¿me equivoco? -me ofrece una sonrisa pícara.

-Joder, Lú. ¿Por dónde empiezo?

-Tenemos todo el fin de semana.

Miré al duelo y me reí al ver su enorme maleta a sus pies.

-Siéntate, querida. Tenemos mucho de qué hablar.

Sonreí nerviosa mordiéndome el labio cuando terminé de contarle todo, sobre el iPod y las canciones, la guarida y el primer beso, como nos veíamos casi todos los días, mi viaje y las vídeo llamadas, los mensajes, las visitas a media noche, la tarde en la playa, el túnel. No era de esas que les gustaba contar absolutamente todo, menos si era sobre algo tan íntimo como lo que sea que tuviéramos Cristóbal Pettit y yo, pero Luciana, entre las pocas amigas y conocidas que tenía, era en la que más podía confiar, además, tenía la necesidad contarle lo que me pasaba, lo que sentía a alguien, y ese alguien era sin duda, Luciana. Claramente, los secretos de Cristóbal me los guardé, porque eran importantes, y eran de él, nadie podía saberlo. Era una tumba. Punto.

Luciana no me decía nada, sólo me miraba bastante impresionada, y eso me hizo sonrojar. Luego de un momento a otro, se empezó a reír.

-¡Natalia, estás enamorada! -gritó.

La puerta se abrió y mi papá salió a la vista. Quedamos en silencio y mis mejillas se volvieron rojas. Rojo tomate.

-Bajen a desayunar. -fue lo único que dijo, luego de un largo y eterno silencio. Un incómodo silencio.

Estaba boquiabierta, y horrorizada. ¿Qué diría mi papá? Sólo pensarlo, me daba mucha vergüenza. Cuando se fue, fulminé a Luciana con la mirada, y ella sólo se encogió de hombros inocente.

-¿Cómo se te ocurre gritar ese tipo de cosas aquí, más aquí? mi papá tiene oídos de búho, siempre está pendiente, y más ahora que desconfía de Cristóbal.

-Bueno, eso no es una novedad.

-Pero es que Cristóbal es un buen chico. Es... Gracioso, atento, tierno. Es inteligente. Pero nunca sería una mala influencia, eso no.

Luciana me mira fijamente.

-Te veo y no lo creo. Ya era hora de que te enamoraras, que alguien te robara la atención, el corazón. Ya que tú siempre los sacas espantados.

Me reí fuerte.

-No estoy enamorada, ¿cómo voy a estarlo, si apenas llevamos varios meses conociéndonos?

-Ah. Entonces...

-Me... Gusta, además, lo quiero, y mucho. -dije tímidamente.

Lucinana estaba que se moría, muy sorprendida, anonadada, impactada. No se lo creía.

-¿Cómo mucho?

-Como a nadie.

Sonreí y me dejé caer a la cama, con Luciana mirándome y negando con la cabeza, sin creerlo.

-Pero, no sé Lú, temo que no pase nada.

-¿Cómo nada?

-¿Me estás escuchando? -le dije irritada.

-Sí, lo hago. Siempre lo hago. Me refiero a que, ¿qué quieres que sean?

-No sé, algo más.

-¿Novios?

Me sonrojé.

-Pues... Sí, creo. ¿qué tal que todo vuelva a ser "como antes"? Ya sabes, como si nada.

Se rió y le lanzé un cojín.

-Querida, desde que andan juntos, se le nota que muere por ti. Vamos, será mejor que bajemos ya.

Pasamos la mañana juntas, hablando de todo lo que teníamos pendiente. Estaba muy feliz de volver a tener de vuelta a Luciana, a mi Lú, mi amiga de toda la vida. La había extrañado en todas las vacaciones.

-Natalia, la otra semana entramos de nuevo, ¿no crees que deberías, no sé, cambiarte algo?

Fruncí el ceño.

-Cambiar... qué.

-No sé, quizás el corte. Luces igual siempre.

-Me despunté el cabello hace un mes. También me lo corté en Diciembre.

-Pero quizás deberías hacerte algún copete o -sonrió-, tinturarlo.

-Ni que estuviera loca.

-Vamos, Nata, quedarás mucho más hermosa con el cabello negro, o quizás un rojo.

¿Negro? Nunca. Tengo la piel blanca, parecería un fantasma. Pero rojo... No suena mal, aunque prefiero tenerlo como siempre, caramelo, mi color natural. Sería muy extraño, y le tengo pavor a los cambios extremos.

-Di que sí.

Me lo pensé.

-Yo no tomo las decisiones, mi papá es el que autoriza.

Cinco minutos después, Luciana estaba besándole los pies a mi padre. Me hacía mucha gracia su expresión, estaba más que claro que no estaba de acuerdo con la idea, y que le espantaba que Lú se hubiera agachado a besar sus zapatos, literal.

-Por favor, señor , Natalia se merece un cambio. De vez en cuando, es bueno.

-No.

-Vamos, señor Pé.

-No. Cuando tenga 25.

-Diga que sí, por favor.

Mi padre lo pensó un buen rato, y suspiró, clavando su mirada en mí.

-Natalia, ¿es lo que quieres?

¿De verdad era lo que quería? Bueno, era cierto lo que había dicho Luciana, un cambio no hacía daño, y de vez en cuando era bueno. Además, me merecía un look nuevo, aunque me aterrara la idea.

-Sí.

-Bien, pero yo no voy a costear nada, sale de tu dinero.

-¿O sea que es un sí? -Luciana levantó la mirada, esperanzada.

-Sí. -respondió irritado.

-¡Sí! -saltó-. Ya verás, Natalia, vas a quedar de infarto.

***

Cerré mis ojos mientras lavaban mi cabello, luego los envolvieron en una toalla, secándolo. Joder, qué nervios. A mi lado estaba Luciana, quien estaba anciosa. Cuando quitaron la toalla, cerré de nuevo mis ojos, negándome a mirar.

Cepillaban y alizaban mi cabello. Presioné mis párpados. Estaba todo listo, estaba terminado.

-¡Estás preciosa! -grita Luciana.

Entonces, abrí los ojos y veo a una pelirroja mirarme confundida. Estaba horrorizada. Maldita sea, ¿acaso esa era yo?

-Santo Dios.

-¿Qué?

Me miraba, me examinaba. De mi boca se pudo dibujar una sonrisa. Una sinsera.

-Me gusta.

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