Capítulo veintiséis: Malas noticias.

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10:30 pm.

Habían pasado exactamente dos horas con 43 minutos y no había recibido ni una sola llamada. Era como si mi teléfono se hubiera muerto. No es que esté obsesionada.

Sólo me preocupa.

Pero para llamarlo... Claro, le doy mi número pero no le pido el de él. Bien, Natalia.

Daba vueltas por mi habitación pensando lo peor, cada vez peor. ¿Y si el vándalo principiante con mala puntería se había fijado en él?

¡Cállate, Natalia! ¡Esto es serio!

Sólo a mí se me ocurre pensar en ese tipo de cosas en una situación como esta.

Quise tranquilizarme y despejar mi mente adelantando trabajos pero no podía concentrarme, ya que miraba mi teléfono constantemente. Ni un sólo mensaje, nada.

Entonces bajé a la sala y tomé el directorio. Papá hacía la cena de domingo, y me miraba de vez en cuando.

-¿Necesitas llamar? -dijo papá.

-Ehmm... Sí.

-Pero ese directorio es de hace dos años.

-Quizás me sirva.

-Natalia, ahora son pocos los que tienen teléfono fijo en la casa.

-No, yo vi un teléfono en su... Casa.

-¿en la casa de quién?

-De Cristóbal. -balbuceé. Pero papá lo había entendido, y frunció el ceño.

-Ya. ¿Y por qué necesitas llamarlo?

-¡Papá!

-Tengo derecho a saberlo.

-Pues para saber si llegó bien.

-Pero Calabaza, él se fue como a las 7. Será mejor que hables con él mañana, tienes escuela y no te vas a desvelar. Guarda eso y a dormir.

-Papá, es sólo un momento-

-Te dije que no -me cortó-. Sube a tu habitación y ve a dormir.

-Pero, ¿qué tal que le haya pasado algo?

-Déjale un mensaje a su teléfono, ¿no?

-Es que no tengo su número. -dije, mordiéndome el labio y se cruzó de brazos.

-Natalia, ¿sabes qué hora es?

Asentí.

-Faltan un cuarto para las 11 de la noche. ¿Cómo vas a llamar a esta hora?

Tiene razón.

-Será mejor que te acuestes, hija. Tienes escuela mañana.

-Buenas noches, papá. -dije sin ánimos y subí a mi habitación.

Estará acupado, me dije. Me recosté sobre mi cama, y aunque no pude conciliar el sueño, luego de un rato, me dormí.

3:11 am y mi teléfono sonó. La luz de mi teléfono me ciega, pero cuando veo que es un número desconocido, salto de la cama.

Espero a que timbre un poco más para que no sepa que estoy ansiosa. Decido contestar y finjo una voz soñolienta.

-¿Sí?

-¿Natalia? -abro los ojos como platos, sé que es él.

-¿Quién habla?

-Ehm... Soy Cristóbal, te llamaba para decirte que ya llegué a mi casa. -fruncí el ceño.

-¡Me debiste llamar hace horas! -le reproché.

-Natalia, iba llegando a mi casa y me alarmé al ver una ambulancia estacionada al frente.

Me quedé helada.

-Cris, ¿tu madre esta bien?

-Se dislocó la cadera. -dijo con cierta tristeza en su voz.

Me callé por un segundo y suspiré.

-¿cómo?

-Se paró de su silla, y cuando iba bajando las escaleras, sus pies se enredaron.

-Dios, Cris, ¿y ella está bien?

-Ahora sí, la operaron porque no quería que nadie la tocara. Acabo de llegar del hospital, Reb se quedó con ella mientras yo vengo a llevar unas cosas. Como me pediste que te llamara apenas llegara... Bueno, te estoy llamando.

Al día siguiente, Cristóbal no fue a la escuela. Se podría decir que mi día fue muy largo, cada vez que pasaba al lado de los de preparatoria, no podía evitar voltear a buscarlo, claramente, nunca faltaban los susurros de la gente.

-Mira disimuladamente, allí está la momia que fue novia de Pablo Sanín.

-¿En serio? Casi no la reconozco, cada vez está más pálida y delgada.

-Pues imagínate que ahora anda detrás de Cristóbal Pettit, el nuevo Mariscal.

-Se lo nota el hambre por los jugadores, igual Cristóbal está con Abigail.

Paré en seco y traté de contener las ganas de ir a decirles unas de cositas a ese par de chismosas. Luciana también escuhó, ya que ese grupi no sabe qué es susurrar, pero me detuvo.

-Vámonos.

Seguí mi camino mientras sentía la mirada de todos sobre mi espalda.

Por la tarde, fui junto a papá al hospital a visitar a Amelia. Cuando nos vio, no nos reconoció, pero luego entró Cris y le recordó quiénes éramos. Se puso contenta cuando vio las flores que papá le había traído, Cristóbal se acercó a mí y me abrazó.

-Gracias por venir.

-¿Cómo estás?

-Ahora, muy bien. No te imaginas -sonrió-. ¿Qué tal la escuela?

-Aburridora, llena de susurros.

-No hagas caso a lo que dicen.

-No lo hago, que se metan un dedo. -Cris reprimió una risita.

-¿Y tu resfriado? Te veo mejor.

-Sí, ya me siento mejor.

-Me alegra oírlo.

-¿Cómo está tu madre?

-Amaneció bien, pero adolorida.

-Y yo que me había enojado. -pensé en voz alta.

-¿Por qué? -me puse roja. Malditos glóbulos.

Torpe. Torpe. Torpe.

-Porque... Tú, bueno... No me habías llamado. Y me preocupé. ¡Ni siquiera un mensaje!

-¿Te preocupé? -me miró intensamente y con curiosidad, y cuando nos dimos cuenta, todos en la habitación nos miraban.

The twilight of our love (Re Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora