Raanan: la tierra oculta

By RavenYoru

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Gabriel es un hombre de veinticinco años que ejerce como veterinario en su ciudad. Una noche se encuentra con... More

Agradecimientos y notas de autor
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21

Capítulo 22

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By RavenYoru


—Eso es, canaliza tu magia y llévala hacia tus manos. —Jigen se paró detrás de Gabriel para sostener sus brazos—. Recuerda escoger un buen recuerdo y enfocarte en él.

—Lo tengo —dijo Gabriel, manteniendo sus ojos cerrados.

Jigen vio cómo las manos de Gabriel comenzaron a iluminarse. Cuando aquella luz finalmente logró tomar forma, el Joia soltó los brazos del muchacho y exclamó:

—¡Ahora, suéltalo!

Con un sutil movimiento de sus dedos, el haz de luz salió disparado de las manos de Gabriel. En el camino se transformó en un aro incandescente que atrapó el cuerpo de Mael, quien estaba actuando como señuelo.

—¡Ah!, duele, duele, ¡suéltame! —exclamó, revolcándose por el suelo.

—Bien, Gabriel, ahora ordénale a tu magia que regrese.

El muchacho obedeció. Extendió sus manos frente al cuerpo de Mael, y la magia pareció ser captada como por un imán hacia sus manos.

—¡Lo logré!

—Has hecho un excelente trabajo.

Mael, luego de levantarse del suelo, se acercó a ellos sobándose los brazos. Hizo un mohín, dejándoles saber que estaba molesto. Tanto Gabriel como Jigen supieron que estaba a punto de llegarles el reclamo.

—Ya no voy a actuar de señuelo, la próxima vez te tocará a ti, Jigen, ¿escuchaste?

Jigen le sonrió, y la mueca de disgusto del Joia se transformó en un par de mejillas arreboladas que inútilmente intentó ocultar, ladeando el rostro.

Regresar a Raanan después de un mes en la tierra de los humanos era como un respiro para su alma. No echaba de menos su vieja vida, su casa o a sus vecinas. Sentía como si aquella tierra hubiese sido su hogar desde el principio.

Mael y Jigen se pusieron manos a la obra para entrenarlo y desarrollar más sus poderes. Juntos descubrieron que los recuerdos negativos no eran los únicos que despertaban su magia. También, que la magia que yacía en su interior no era igual a la de las demás criaturas. Todos tenían una habilidad única que los caracterizaba y los diferenciaba del resto; los Joia tomaban la esencia de los animales, podían transformarse en ellos. Los Nhaides eran capaces de crear espejos que reflejaban otros mundos, y los Nho usaban los poderes de la naturaleza para crear diferentes hechizos mágicos. Hasta el momento solo había una sola criatura que era capaz de combinar varias de esas habilidades y tranformarlas en un tipo de magia muy especial; esa era Lugh.

—Hagamos una última prueba. Intenta canalizar tu magia otra vez.

Gabriel volvió a cerrar los ojos y a extender sus manos. Cuando la magia hizo su aparición, Jigen volvió a darle indicaciones.

—Ahora toca el suelo.

El muchacho se inclinó, apoyando las dos palmas abiertas en el suelo. De inmediato, la tierra se abrió y de ella emergió un árbol enorme, con ramas retorcidas llenas de hojas amarillas, rojas, naranjas y marrones.

Gabriel abrió los ojos de par en par, completamente sorprendido. Se miró las palmas de las manos, sin terminarse de creer lo que acababa de suceder.

—¡Es increíble! —exclamó Mael, acercándose al árbol—. ¿Ya viste, Jigen? ¡Hizo crecer un Thelmug!

—¿Un qué? —preguntó Gabriel.

—Un thelmug —explicó Jigen—. Es un tipo de árbol muy especial, que solo crece en lo más profundo de Lesra. Se dice que sus hojas guardan la esencia de las estaciones de la tierra. El otoño, la primavera, el invierno y el verano.

—oh, ¡ya lo recuerdo! Mi madre solía hablarme de él cuando era pequeño. Me decía que era un árbol hermoso, y que los Nho creaban sus casas allí porque su tronco es hueco.

—Así es —dijo Jigen.

—¿Pero por qué Gabriel pudo hacer esto? —preguntó Mael —Ninguna criatura además de Lugh puede crear cosas.

—Eso es porque él es un creador, igual que la diosa. Los Nho tenían razón después de todo. Gabriel heredó sus poderes.

—Entonces... ¿él también es un dios?

—¿Yo, un dios?

Gabriel pestañeó. Apenas lograba asimilar que acababa de crear un árbol, y sus amigos ya comenzaban a sacar conclusiones loquísimas.

—Creo que podrías ser un semidios. Sigues siendo mortal y humano, pero tienes magia.

—¡Eso es genial, Gabriel! —Mael tomó al muchacho por el cuello y le sobó la cabeza de forma un tanto brusca—. No puedo esperar para verte transformarte. ¡Voy a enseñarte a convertirte en un puma gigante y vamos a correr juntos!

—Oh, no, todo menos un puma. Me trae muy malos recuerdos.

Mael se carcajeó.

—Vamos a contarle a Lugh lo que lograste, de seguro va a estar muy orgullosa de ti, Gabriel.

Como era de esperarse, la diosa Lugh se puso feliz al saber que su hijo era un creador como ella. Junto al líder de los Joias, hicieron una fiesta para celebrar los logros de Gabriel, y el nacimiento de un posible nuevo líder, aunque para Gabriel, aquel título pesaba demasiado sobre sus hombros.

Su madre le dijo que aquello no era una razón para agobiarse, sin embargo, Gabriel sabía que todas las criaturas esperaban que él se convirtiera en un sucesor digno, que estuviera a la altura de su madre.

En medio del festejo, aquellos pensamientos lo llevaron a buscar un poco de tranquilidad a solas, pero Lugh, que conocía muy bien a su hijo, sabía que había algo que lo inquietaba.

—¿Nuestras fiestas son demasiado abrumadoras para ti?

Se acercó por detrás y le tocó con sutileza el hombro derecho. Gabriel ladeó el rostro y esbozó una débil sonrisa.

—No es eso, la fiesta es genial. Me encanta ver a Mael peleándose por la comida —comentó entre risas.

—Sé exactamente qué es lo que te inquieta. No tienes porqué sentirte presionado a nada, Gabriel. Yo elegí ser la diosa de este mundo, pero ese destino no tiene por qué ser el tuyo si no quieres. Recuerda que el futuro todavía no está escrito. No aquí.

—Lo sé, lo sé. Mi problema más grande es que me aterra no cumplir con las expectativas. Todos creen que como soy el hijo de la gran diosa soy tan genial como ella, pero lo cierto es que no es así. Apenas estoy descubriendo que tengo magia y aprendiendo a manejarla. Volvería a defender esta tierra con mi vida si fuese necesario, pero no estoy a la altura para ser... tú.

Lugh sonrió. Abrazó a su hijo por la espalda, apoyando su mejilla entre sus dos omóplatos.

—Mi pequeño Gabriel. Ahora mismo acabas de hablar como todo un líder. ¿Recuerdas los cuentos que solía contarte cuando eras niño? Los grandes reyes eran valientes, humildes y generosos. Así eres tú, eso es más que suficiente. No hace falta que seas como yo, solo basta con que seas tú mismo. La magia es parte de ti, la llevas dentro, tiene vida. Solo es cuestión de que la dejes fluir, lo demás vendrá solo. Eres mi hijo, pero no quiero que eso resulte una carga para ti.

Gabriel sonrió. Las palabras de su madre siempre conseguían reconfortarlo en sus peores momentos. Se sentía listo para enfrentarse al mundo si ella creía en él.

—Ser tu hijo es lo más genial del mundo, mamá. Quiero decir, soy el hijo de una diosa, ¿puedes creer eso? ¡Es fantástico! Si papá estuviese con nosotros, apuesto a que estaría presumiéndote por todas partes.

Los dos sonrieron, pero aquella sonrisa estuvo cargada de melancolía.

—Papá está con nosotros. Siempre lo estará.

. . .

—¿Crees que Gabriel estará bien aquí?

Mael y Jigen se habían apartado de la fiesta para tumbarse sobre el pasto a ver la lluvia de estrellas. El cielo se había teñido de un azul brillante, ofreciéndoles una vista clara y preciosa.

—Claro que sí. Tiene magia y le estamos enseñando a usarla. Si mi padre o Rogh logran escaparse de la prisión que les hizo Lugh y quieren intentar algo, todos estaremos listos para enfrentarlos.

—Sí, eso creo.

Mael se incorporó, apoyándose sobre sus codos. Miró a Jigen, que aún permanecía tumbado.

—Deja de preocuparte. Nosotros vamos a cuidar de él hasta que pueda valerse por sí mismo. Fue lo que estuvimos haciendo hasta ahora y al menos sigue vivo, ¿verdad?

Jigen sonrió.

—Sí, lo sé.

—Entonces quita esa cara. Te ves mejor cuando estás feliz.

Mael volvió a tumbarse, con las manos en la nuca. Jigen se incorporó, y tomándolo desprevenido, se inclinó sobre él para regalarle un cálido beso en los labios. el Joia, sorprendido, se sentó de golpe.

—¿Qué...? ¿Por qué tú...? Ya me habías dado tu beso antes, en la tierra de los humanos. ¿Por qué me lo quitaste?

Jigen se carcajeó.

—No te lo quité. Solo te di otro. Todavía me quedan muchos, y quiero dártelos todos a ti.

El Joia se tocó los labios con el dedo índice y el medio. Aquel sentimiento volvió a apoderarse de él, acelerándole los latidos.

—¡Entonces yo también...!

Tomó a Jigen de la nuca y le devolvió aquel beso. Jigen lo abrazó por el cuello, enredando los dedos en su espesa cabellera blanca, llena de ramitas y hojas. El cielo estrellado fue el único testigo de aquel intercambio de besos, y de la promesa implícita de que los dos Joias estarían juntos por siempre. 

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