Cuando la muerte desapareció

Por onrobu

3.3K 462 390

¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... Más

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 6

65 16 11
Por onrobu

Hacía más de un mes que Alma había desaparecido. Y ahora tres días desde que lo había hecho la chica. Pero a diferencia de Alma, de ella no tenía con quién hablar. Áleix, Naia y Elia no la habían visto. Y nadie parecía haber reparado en una joven que deambulaba por los pasillos del instituto envuelta en una bata de hospital.

Porque era una bata de hospital, ¿no? Por más que le daba vueltas no le hallaba sentido alguno. A no ser que su mente le estuviera jugando una mala pasada, que poco a poco se estuviera adentrando en la locura. Era la única explicación que parecía plausible, que parecía encajar. Quizás incluso se había inventado a Alma. O a sus amigos.

Sus ojos cerrados se abrieron con el pensamiento.

«Cálmate» se ordenó a sí mismo.

Pero ya estaba calmado, o al menos exteriormente. Solo su mente era un continuo de movimiento a toda velocidad. De cuerpo para afuera se mostraba como la máxima expresión de la serenidad.

Sentado de piernas cruzadas sobre la manta de hojas caídas que ocultaba el suelo, con el corazón latiéndole a extrema lentitud, la respiración perfectamente regular y las manos unidas, parecía estar en la más profunda calma. Meditativo e imperturbable.

A su alrededor, su cabello (que ostentaba ya una longitud notable) se agitaba al compás de la misma fría brisa otoñal que había teñido su nariz y pómulos de un brillante rojo.

Cerró los ojos de nuevo y volvió a adentrarse en su mente, en el continuo de preguntas sin respuesta y respuestas sin pregunta, de dudas y certezas, de posibilidades e imposibles. Últimamente había pasado mucho tiempo en ella, alejado del mundo, ajeno a todo aquello que lo rodeaba.

Y eso estaba desquiciando a Naia.

Aunque podía sumergirse durante horas en la lectura sin descanso, la inquietud era inseparable de ella. Era incapaz de estarse quiera. En la mano siempre había un bolígrafo danzando entre sus dedos, o se cambiaba de postura cada pocos minutos, o si se hallaba en una silla de oficina no dejaba de dar vueltas en ella. En su estuche había más trastos con los que jugar (pulseras de cuentas que nunca adornaban sus muñecas, alambres, pelotas de todo tipo de materiales, envoltorios de caramelos consumidos tiempo atrás...) que utensilios de escritura.

Tampoco podía dotarse de esa máscara de la más absoluta nada con la que él contaba. No podía suprimir aquellos sentimientos indeseados o ocultar toda expresión de su rostro.

Pero lo que más la estaba sacando de quicio era saber que la estaba engañando. Y tenía clarísimo que era lo que su amigo estaba haciendo.

Todos habían presenciado perfectamente su extraño comportamiento durante la conversación sobre las actividades extralegales de Elia. Todos habían visto como había dejado la frase a medias, como sus ojos se perdían en la distancia y de súbito su respiración se volvía completamente irregular. Y entonces había echado a correr de manera abrupta.

Naia contemplaba la posibilidad de un ataque de pánico, pero no tenía certeza alguna que lo corroborase. Isaac se había cerrado herméticamente después de aquello. Y aunque era habitual en Isaac se guardase las cosas para él, nunca había llegado a dejarlos fuera por completo. Hasta ese momento.

Lo peor de todo no es que no quisiera compartirlo, que eso podía llegar a comprenderlo, sino que negaba que nada hubiera sucedido cuando era obvio que algo había pasado. Que algo estaba ocurriendo.

Luego estaba el hecho de que los estaba ignorando la mayor parte del tiempo. No con mala intención, lo sabía, pero eso no lo hacía más soportable. Era como tener una sombra siguiéndolos a todos lados.

—Tierra llamando a Isaac. Tierra llamando a Isaac. ¿Estás presente?

Un quejido de afirmación fue la única respuesta que recibió.

—Tierra llamando a Isaac. Tierra llamando a Isaac. ¿Estás presente?

Y otra vez. El maldito quejido.

—Tierra llamando a Isaac. Tierra llamando a Isaac. ¿Estás presente? —Su voz había ido adquiriendo un tono cada vez más agudo a medida que repetía la frase.

—Sí, estoy aquí —dijo con cansancio. Y finalmente se dignó a abrir los ojos.

Ese rollito zen la estaba desquiciando.

A pesar de la rabia que ardía dentro suyo ante tanto monosílabo (aunque un gruñido seguramente estaba por debajo de esa categoría), pronto la preocupación ganó la batalla y se estableció como vencedora.

—¿Qué te pasa? ¿Es por lo del otro día? —le preguntó obligandose a suavizar la voz.

» Sabes que puedes contarnos cualquier cosa, ¿no?

—Estamos aquí unos para otros —añadió Áleix con incomodidad. Ese tipo de conversaciones lo ponían en un compromiso.

Isaac les regaló una sonrisa y un asentimiento y Naia vio con claridad como se volvía a adentrar en sus cavilaciones, como sus ojos dejaban de ver y sus oídos de escuchar.

—¡Isaac!

—¿Qué?

No había enfado en su voz. Ni frustración. Ni hastío. Nada. Era la máxima expresión de la nada. Y no podía con eso. Ella no era un robot. No tenía ese férreo control con el que él estaba dotado.

Masculló un insulto entre dientes.

Y tampoco hubo reacción alguna.

Nada.

—¿Creéis que entrará la gramática del tema ocho...? —Empezó a preguntar Áleix con la intención de aliviar el ambiente.

Y justo en ese momento Isaac habló.

Esos ojos que parecían tan dados a cerrarse, de pronto se encontraban abiertos y llenos de atención. Algo lo había sacado se su estado de taciturno.

Naia lo examinó con atención buscando cualquier indicio de qué podía ser, mas su rostro seguía tan vacío de expresión como lo había estado unos segundos antes.

—No reaccionéis —susurró apenas moviendo los labios al hacerlo—. Detrás del árbol hay una chica que nos está observando.

Las cejas de Naia se elevaron de golpe en una clara muestra de la estupefacción que le habían causado sus palabras. ¿Podía ser eso? ¿Una chica?

Si ese era caso, se iba a enterar. Aparte, lo estaba haciendo bastante mal. A no ser, claro, que a la muchacha le gustaran los calladitos meditativos. Puede que fuera el caso. Aunque en ese momento se le hacía inconcebible cómo a alguien le podría atraer esa falta de vitalidad.

Naia contuvo el impulso de girarse bruscamente para satisfacer su curiosidad y se obligó a volverse disimuladamente para poder contemplarla.

—¿Dónde? —preguntó Áleix con una voz tan baja que tuvieron que esforzarse para oírlo por encima de las conversaciones indistintas de otros alumnos.

—Está sacando la cabeza desde detrás del árbol del centro del patio —murmuró. Y aunque cerrara los ojos la seguiría viendo. Su cuerpo la intuía, la sentía.

La había notado en el exacto momento en que había aparecido. La nada y de repente, el todo. Aunque sí que era verdad que con menos intensidad que las veces anteriores. La embriaguez, la atracción, el adormecimiento... estaban presentes. Pero no el dolor. No el lacerante tirón en el pecho ni el abrumador dolor de cabeza que se habían adueñado de todos sus sentidos las veces anteriores, que lo había cegado, torturado durante una breve lapso de tiempo que había parecido eterno.

En esa ocasión solo hubo un pitido al fondo de su cabeza. Y la certeza que le aseguraba que ella estaba allí, aunque no hubiese podido verla, aunque el dolor hubiese sido tan cegador que le impidiese saber donde se encontraba o quién era. Su cuerpo la veía. La reconocía.

La observó fijamente. Ella también a él.

—No la veo... —volvió a insistir Áleix.

—Isaac, yo tampoco veo nada —corroboró Naia examinando en profundidad la zona que había indicado su amigo.

Rememorando las dos veces anteriores que se habían encontrado, intuyó que la espantaría si señalaba en su dirección. La parte más cautelosa y precavida de su mente le advirtió de no hacerlo, pero se encontró alzando el brazo para indicar a sus amigos dónde se encontraba.

La chica no se movió de detrás del tronco.

Sus amigos siguieron la dirección de su dedo, pero no tardaron en abandonar el árbol y volver a mirarlo a él fijamente.

—Isaac, ahí no hay nadie. —La voz de Naia se había teñido de preocupación.

Mas Isaac no reparó en ello. Solo estaba ellos dos y la fuerza que los unía. ¿La sentiría ella también? ¿O solo él? No. La última vez que se habían visto sus miradas se habían encontrado a pesar de los centenares de alumnos que transitaban el pasillo. Sus miradas se habían encontrado como si del destino se tratase. Ella también lo sentía. Tenía que sentirlo. Solo así tenía sentido.

Mientras su mente divagaba entre nubes de algodón, sus ojos todavía clavados en los de ella, una parte de su cerebro aullaba a todo volumen: «Esto no está bien». «Esto no está bien». «No la ven». «No la ven». «¡Te estás volviendo loco!».

Y aunque quería hacerle caso, aunque sabía que tenía que hacerle caso, fue incapaz. Su mente se encontraba adormecida, letárgica, espesa. Nunca había tenido ningún tipo de experiencia con las drogas, pero imaginaba que así se sentiría: la incapacidad de tomar el control de uno mismo, la sensación de dejarse llevar, la embriaguez más absoluta.

Se levantó con movimientos extremadamente largos y pausados, y dejando a sus amigos atrás, estupefactos, empezó a andar en su dirección.

En ese momento la chica también empezó a caminar, aunque en dirección contraria a él. Comprendió al instante su intención. Quería que la siguiera. Así lo hizo.

Dejó atrás la pequeña zona ajardinada donde había estado, un vestíbulo atestado de gente, unas aulas llenas de estudiantes, y cuando llegaron a un pasillo desierto, la chica giró bruscamente y se coló por la pequeña apertura de la puerta entreabierta de una de las clases.

Aunque la perdió de vista momentáneamente, Isaac sabía perfectamente donde estaba. Aun así, se obligó a aprovechar ese breve lapso de tiempo para serenarse. Aparcó por el momento todos esos pensamientos que le aseguraban que algo estaba mal y se centró en recuperar el control de su mente. No podía desaprovechar la oportunidad que se le estaba presentando, y eso implicaba estar al cien por cien. Centrado. Consciente. Despierto.

Tenía que descubrir quién era.

Se frotó las manos entre sí para hacerlas entrar en calor y entró en el aula. Consciente de que no debían estar allí, cerró la puerta detrás suyo.

No tuvo tiempo para idear una estrategia, un plan para descubrir qué estaba pasando. La chica le lanzó una pregunta tan pronto sus miradas se cruzaron de nuevo.

—¿Quién eres? —preguntó con fingida seguridad. Se había colocado en el centro de la clase y lo observaba con una mirada determinada pero unas manos temblorosas retorciendo los bajos de su vestido. «De su bata de hospital» rectificó.

Intentó leer el pequeño emblema que llevaba en la parte superior izquierda, pero las letras habían perdido gran parte de su color, resultando así ilegibles. Al menos desde esa distancia.

¿Podría ser la bata de algún centro psiquiátrico? ¿Como se explicaba si no, que alguien hubiese abandonado un centro médico sin quitarse siquiera la bata antes de ir a deambular por un instituto? La misma bata de hacía tres días. No se había cambiado en todo ese tiempo.

¿Cómo nadie no había reparado en ella?

—¿Quién eres tú? —Se encontró preguntando. Al ver que la chica no parecía tener intención alguna de responder se obligó a tranquilizarse y cambiar de táctica. Obligó a su corazón a disminuir las pulsaciones y sus músculos a destensarse—. Me llamo Isaac. ¿Cómo te llamas? —le preguntó con voz suave.

Conversación propia de niños de parvulario.

Isaac se quedó delante de la puerta, inseguro de si avanzar o no hacia ella. Tenía la sensación de que si lo hacía la chica desaparecería como ya lo había hecho la última vez, que se desvanecería sin dejar rastro. Y nada le aseguraba que volvería a aparecer. Aunque en ese momento no encontraba como podría huir, tenía la única puerta detrás suyo. Ella también lo había notado.

Isaac la rodeó para dejar el camino a la puerta libre. Lo último que quería era hacerla sentir prisionera.

—Asia —contestó finalmente revelando al fin su nombre. Inspiró y expiró temblorosamente un par de veces—. ¿Por qué...? ¿Por qué puedes verme?

Fue apenas un susurro, pero bastó para que toda la piel de Isaac se erizara. Fue como un cubo de agua fría corriéndole por la espalda, helándole el cuerpo y acabando con todo rastro de estupor. Fue como despertar de una pesadilla, perfectamente consciente de todo lo que te rodea, perfectamente consciente de que el sueño ha quedado atrás y has vuelto a la realidad.

Solo que la realidad era la propia de los sueños. O de los locos.

—¿No debería? —preguntó ya imaginando la respuesta. Todo su cuerpo se había echado a temblar, al menos internamente. Sabía perfectamente la respuesta que recibiría.

Asia negó imperceptiblemente con la cabeza.

Entonces fue Isaac quien tuvo que coger fuerzas para atreverse a preguntárselo.

—¿Soy... el único que te ve?

La chica asintió con la cabeza lentamente sin despegar sus ojos de él, atenta a todas y cada una de sus casi imperceptibles reacciones.

—Creo que soy un fantasma —murmuró en apenas un susurro.

Isaac tardó unos segundos en admitir que lo había escuchado correctamente. Aun así fue incapaz de comprenderlo. O de aceptarlo.

—¿Un fantasma? —repitió con incredulidad.

—Sí.

El silencio se hizo presente. También el dolor de cabeza, sordo, muy al fondo de su mente. Lo ignoró.

La chica se atrevió a continuar.

—Morí. Vi mi propio cuerpo. Ahora nadie me ve. Y puedo atravesar cosas. —Y en ese momento su mano pasó a través del pupitre más cercano.

La mente de Isaac explotó.

Fantasma. ¿Isaac está viendo un fantasma? ¿o se está volviendo loco? Creo que podemos admitir sin demasiado problema, que todxs sabemos que está viendo un fantasma, pero no un fantasma cualquiera ¿no? Esta conexión que se traen...

Isaac ha mencionado el destino... ¿será eso? ¿O hay algo más?

¿Qué haríais vosotrxs en una situación así? ¿Se lo contaríais a vuestros amigos? ¿Fingiríais que nada ha ocurrido? ¿Correríais hacia el hospital para que os ingresen en psiquiatría? Yo creo que me quedo con la segunda opción...

Pronto descubriremos que hará Isaac.

¡Nus vemus!

onrobu

Seguir leyendo

También te gustarán

247K 36.3K 47
•∘˚˙∘•˚˙∘•ꕥ 𝐍𝐔𝐍𝐂𝐀 𝐅𝐔𝐈 𝐓𝐔𝐘𝐎 ꕥ•∘˙˚•∘˙˚•∘ Park Jimin un joven que es obligado por su familia a contraer matrimonio con un hombre mayor que e...
383K 15K 28
Estro: Inspiración ardiente del artista o poeta. Todos soñaban con una musa para sus inspiraciones, Shakespeare contaba con una, Jane Austen se inspi...
360K 39.1K 33
Segunda parte de Adoptada Por La Muerte. Una promesa que debe ser cumplida. Un desafío que sobrepasa las barreras de lo sobrenatural. Una nueva ide...
3.9K 365 5
MOROCHA┊danilo sanchez apache fanfiction ━━━ summer-cullen ─ ❝ Por la noche espero tu mensaje y sé que no crees, pero morocha...