Nadie es perfecto

By DianaMuniz

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A los ojos del mundo, Adam Alcide es el flamante heredero de la A&A. Pero bajo su perfecta fachada se encuent... More

1- Nadie es perfecto (1ª parte)
1- Nadie es perfecto (2ªparte)
1-Nadie es perfecto (3ª parte)
1-Nadie es perfecto (4ª parte)
2- Navidades Perfectas (1ª parte)
2-Navidades Perfectas (2ª parte)
2-Navidades Perfectas (3ª parte)
3- Lo que está muerto (1ª parte)
3.-Lo que está muerto (2ª parte)
3.-Lo que está muerto -3ª parte-
3.- Lo que está muerto (4ª parte)
4.-Sombras del pasado (1ª parte)
4.-Sombras del pasado (2ª parte)
4- Sombras del Pasado (3ª parte)
4- Sombras del pasado (4ª parte)
4-Sombras del pasado (5ª parte)
5-El pájaro enjaulado (1ª parte)
5-El pájaro enjaulado (2ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (4ª parte)
6.-El otro lado del cristal (1ª parte)
6.-El otro lado del cristal (2ª parte)
6.-El otro lado del cristal (3ª parte)
6.-El otro lado del cristal (4ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (2ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)
8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)
9.- Hoja de Ruta (1ª parte)
9.- Hoja de Ruta (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (1ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (2ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)
Unas palabras a los lectores...

Navidades Perfectas (4ª parte)

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By DianaMuniz

La visita de Iván le había enseñado dos cosas: la primera era que todavía podía tener algo de esperanza en la humanidad; la segunda que, a pesar de todo, no debía confiarse porque siempre había alguien dispuesto a aprovecharse de él.

O, en este caso, dispuesta.

Quizá Elaine no había planeado que el leónida intentara conquistarle por su cuenta pero toda la historia de la mujer carecía de base. Como sospechaba, su perfil no aparecía en ninguno de los ofrecidos por la agencia Valicourt para el crucero así que solo era alguien intentando sacar partido. Otro más.

Se había encontrado con bastantes y, a pesar de que intentaba mantener una política de confianza, cada vez tenía la sensación de que era más difícil pensar bien de las personas. Seguro que había gente buena por allí, seguro, pero no se acercarían a él sabiendo quién era. Por eso el comportamiento de Iván le parecía tan extraño. ¿En verdad alguien podía sentirse atraído por él? No por su cuerpo, ni por su dinero... ¿En verdad alguien creía que merecía la pena conocer lo que había debajo?

Por ahora solo le había dicho su nombre. El estúpido nombre con el que se llamaba a sí mismo porque nadie más lo utilizaba. Había sido agradable oírlo en los labios de otra persona para variar.

Se puso bien las mangas de su camisa y se ajustó las solapas de su esmoquin dividiendo sus pensamientos entre lo que haría con Elaine y lo que haría con Iván. Una parte muy fuerte de él quería creer en el leónida. Necesitaba creer en él. El espejo le devolvía la imagen de la perfección, el negro del traje contrastaba con su melena plateada y acentuaba aún más el azul eléctrico de sus ojos.

Cuando la puerta de su camarote se abrió, Elaine abrió los ojos al verle. Ella estaba también muy bonita, era una mujer preciosa y sabía sacar partido a sus curvas, eso no podía negarlo. El vestido rojo era del mismo tono que su pintalabios y los pendientes, con formas de bolitas, que colgaban de sus orejas. Muy rojo. Quizá demasiado, pero a ella le quedaba bien.

—¡Feliz navidad! —dijo con una sonrisa nerviosa—. Me alegra que quisieras conservar nuestro trato —añadió, agradecida—. No te preocupes, haré que merezca la pena.

—No lo dudo —dijo él con fría cordialidad ofreciendo su brazo con galantería—. ¿Nos vamos?

Elaine se agarró, parecía nerviosa, otra muestra más de que la muchacha no se dedicaba a eso. Quizá solo intentaba salir de un apuro, Zero estuvo tentado de no seguir adelante, de decirle lo que iba a pasar y darle una oportunidad para que desapareciera. Pero no, lo que iba a pasar sería solo fruto de sus acciones.

—¿Cómo es que no te has vestido de Navidad? —preguntó Elaine mientras avanzaban por el pasillo.

—Estoy vestido para una cena —se limitó a observar.

—No es eso, tonto —bromeó Elaine con una risa ligera—. En Navidad es común vestirse de rojo y verde. ¿No lo sabías?

—No —dijo Zero, apretando las mandíbulas. Había revisado el Fondo de Conocimiento buscando información sobre la Navidad, muchísimas tradiciones diferentes de cientos de países y ritos a lo largo de los años. Lo de vestirse de colores se le había escapado.

—Oh, vamos, ¡todo el mundo la sabe! —exclamó ella, divertida.

—Rojo por San Valentín, verde por San Patricio —repasó mentalmente—. No he encontrado esa tradición en ninguna parte.

—Deberías estudiar menos y vivir más —comentó la joven—. De todas formas, es igual, estás muy guapo. Todo el mundo te mirará.

—Genial —masculló Zero para sí.

El comedor era el mismo que el de esta mañana pero ahora había mudado completamente y parecía un sitio completamente nuevo. Árboles, regalos, coronas, estrellas... Una recargada decoración había invadido el lugar mientras de fondo se escuchaban cancioncillas cantadas por coros infantiles. La planta baja estaba llena de gente que, tal y como había predicho Elaine, se quedaron mirándole al verlos pasar rumbo a las escaleras que les llevaría a la terraza privada de la segunda planta, la que tenían reservado para ellos.

Al pie de la escalinata le esperaba su tía Grace, que le saludó con la mano al verle llegar.

—Oh, la Valicourt —dijo Elaine, palideciendo bajo el maquillaje.

—Sí, Grace Valicourt para todos, pero para mí es la tía Grace —dijo con fingida inocencia—. ¿No lo sabías?

—Sí, claro —replicó Elaine con una mueca nerviosa—. Es solo que, cuando hablamos de que me contrataras, pensaba en algo más... íntimo. Ahora será como pasar un examen delante de mi jefa. No, no me apetece mucho.

—No necesito contratar a nadie para mantener relaciones sexuales satisfactorias, gracias —dijo Zero con frialdad—. Necesito a alguien que me acompañe en una cena familiar. Pensaba que eso era lo que diferenciaba un amante profesional de alguien que ejerce la prostitución —dijo con cuidada indiferencia, pero pudo sentir como el brazo de su acompañante se tensó y casi puso notar las uñas atravesando la manga de su esmoquin—. Cálmate —le dijo en un susurro—, es tu jefa, pero es mi tía y sus amigos, no se arriesgará a hacer una escenita aquí delante. Será discreta.

—¿Eso debe consolarme? —murmuró ella.

—No, eso te da tiempo para pensar una salida. Tía Grace —dijo saludando con la cabeza a la mujer que se acercó a ellos. El modelito que vestía parecía haber sido diseñado por el mismo que había vestido a Elaine, también era en rojo puro, rematado en esta ocasión por un borreguillo blanco.

—Hola, cariño —dijo la mujer dándole un beso en la mejilla sin dejar de estudiar a su acompañante—. ¿Y tú eres...?

—Oh, lo siento, ella es mi acompañante Elaine... Lo siento, no sé tu apellido.

—Elaine Golemon —dijo ella con voz temblorosa.

—Encantadora, parece un pajarillo asustado —bromeó su tía, con una sonrisa postiza. Sí, la había reconocido, pero tal y como había supuesto, no montaría un numerito delante de sus amigos—. Pero tú, querido Adam, estás espectacular. El negro parece que se creó para ti. Sencillamente perfecto. Y te aseguro que sé mucho sobre hombres perfectos. Vamos a sentarnos —dijo, señalando con un gesto vago de la cabeza las mesas que se adivinaban en la planta superior—, solo faltamos nosotros.

La mujer empezó a caminar por el pasillo de comensales y Zero avanzó con la intención de seguirla pero se quedó quieto al sentir cómo Elaine tiraba de su brazo.

—Por favor, Adam —susurró, ni todo el colorete del mundo habría servido para ocultar su rostro lívido—. Tengo que hablar contigo.

—¿Sobre qué? —preguntó fingiendo sorpresa—. Por cierto, ¿no te ha parecido extraño que mi tía no te reconociera? Bueno, sé que tiene cientos trabajando para ella pero me ha dicho que solo tenía a cinco profesionales destinados al crucero, pensaba que sabría el nombre y apellidos de cada uno.

—No, no puedo sentarme allí —murmuró Elaine—. Tengo que... No sé cómo empezar.

—Podrías empezar por la verdad, no has dicho ni una sola desde que nos conocemos —replicó con sequedad.

—No soy de la agencia Valicourt —admitió en un mohín—, pero no soy una prostituta. Quiero ser amante profesional, de las buenas, pero las Valicourt controlan todo el pastel y es imposible hacer nada sin pasar por ellas. Por eso pensaban que si me enrolaba en un crucero como este, podría conseguir una cartera de clientes lo suficientemente buena como para que no importara si pertenezco a la agencia o no. Así que... he dicho alguna mentirijilla.

—¿Cómo que pertenecías a la agencia pero preferías facturar en mano? —preguntó sin poder evitar preguntarse si era el primero o el último de una lista.

—Nadie ha sospechado —dijo con una voz preñada de orgullo—. Todos acabaron satisfechos.

—Cada uno de sus amantes profesionales pasa por la escuela de placer y eso va mucho más allá que ser bueno con el sexo —recordó Zero—. Se trata de dar al cliente lo que pide, de saber lo cliente necesita antes de que lo diga y eso, muchas veces significa decir que no al sexo. Hay veces que... —La sombra de la sospecha le hizo vacilar un momento—. Hay veces que necesitas más un abrazo y un beso que un polvo.

—¡Puedo hacerlo! —exclamó ella con seguridad—. Puedo ser buena. Sé que soy buena.

—Quizá en el futuro —dijo Zero—, ahora mismo solo eres una puta con pretensiones.

Zero soltó su brazo y no le dirigió la mirada, se giró y continuó caminando hacia la mesa dónde su tía le esperaba. Elaine había incumplido diversos delitos, pero eso no era asunto suyo, eso era algo que arreglarían entre las autoridades y su tía. Quizá podía pedirle que fuera magnánima con ella, pero la tontería de la historia de la prometida... esa le escocía por dentro. Y no era lo único.

No había llegado a las escaleras que le llevarían a la segunda planta cuando un grito le hizo girarse con una velocidad que algunos caracterizarían de sobrehumana. Zero esquivó la botella de cristal que iba dirigida a su cabeza.

—¿Estás loca? —exclamó Zero, previendo una nueva acometida de una exaltada Elaine.

—¡Eres un hijo de puta! —gritó ella, arremetiendo de nuevo, botella en mano, sin importarle que al agitarla su contenido se desparramara por el suelo, las mesas y los asistentes que estaban cerca. Zero agarró su muñeca y, con un movimiento rápido, se colocó a su espalda desarmándola.

En seguida, uno de los camareros se personó para ayudarle y Elaine, llorosa, se derrumbó en sus brazos.

—Lo siento —sollozó—, lo siento.

—Solo está... un poco borracha y... exaltada, acabamos de cortar —la disculpó Zero ante el agente de seguridad que acababa de llegar. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué la ayudaba? Quizá algún día sabría la respuesta porque, en ese momento, ni él mismo la tenía—. Lo siento, preciosa, no podía durar.

Dejó que se la llevaran tras convencer al agente que no tenía sentido encerrarla, que no era peligrosa. Su tía le esperaba con una expresión extraña. El numerito había llamado la atención de todos los presentes en el concurrido comedor, Zero enrojeció al sentir todas las miradas puestas en él pero alzó la barbilla y caminó con paso firme hacia su grupo.

—Disculpen el espectáculo —dijo, con una sonrisa y una inclinación de cabeza, al resto de los comensales—. No... —dudó un momento y al final desistió; mentir no se le daba bien—, no tengo una excusa convincente que darles. Solo espero que me disculpen y actúen como que no ha sucedido. Por favor.

Los comensales se rieron con aprobación y Zero pudo respirar tranquilo, pero no muy profundo, sabía que en esa mesa todos eran hienas y él tenía la sensación de no ser más que un cordero. Miró a su alrededor, a la mayoría les conocía de vista. Identificó al capitán del crucero y a su mujer, y a dos de los accionistas minoritarios de su empresa. Le sorprendió reconocer a William Alcott, el empresario y socio parecía haber encontrado muy divertida la situación y en ese momento relataba una de sus aventuras con una fotosintética fogosa y sin educación. De vez en cuando, su tía le interrumpía con algún comentario mordaz sobre la poca clase de sus gustos sexuales. Zero mantuvo la sonrisa forzada y asentía cortésmente cuando alguien le preguntaba mientras contaba el tiempo para que acabara la cena.

No pudo evitar percatarse de la inquietante presencia de otro comensal, un silencioso óptimo con cabellos tan blancos como los suyos y unos iris tan claros que parecían transparentes. Ese individuo le miraba fijamente, como si esperara encontrar algo con solo mirarle. Aunque, molesto, Zero no le dio importancia. La mayoría de óptimos consideraban muy interesante su caso. No era la primera vez que uno se acercaba para pedirle un autógrafo. Después de todo, él era el milagroso fruto de la genética de diseño. Si lo pensaba con frialdad, el asunto rozaba el ridículo, era como pedir el autógrafo de la nave más rápida o a una de las máquinas de terraformación.

Su tía se puso en pie y golpeó su copa llena con un tenedor, captando la atención de los presentes.

—Hacía mucho que no lo celebrábamos pero siempre hay una buena excusa para una cena en familia —dijo con voz clara—. A todos nos gustaría vivir para siempre, ¿no? —Zero sintió como su vello se erizaba ante ese comentario, en apariencia, inocente—. Por todos los que faltan, y querríamos que estuvieran aquí. Porque en estas fiestas, las ausencias pesan más y buscamos, con fervor, reencontrarlos en los que nos rodean. Épocas en las que miramos al pasado con nostalgia y al futuro con una esperanza renovada. Por todo, os deseo, Feliz Navidad.

Zero asintió con la cabeza y aplaudió, pero sus labios apenas rozaron el interior de la copa. Quizá se estaba volviendo paranoico pero le había parecido detectar una velada amenaza en el discurso de su tía.

«Tonterías», se dijo.

—Espero que disfrutes con mi regalo —le susurró su tía al oído.

—¿Regalo? —se extrañó Zero—. ¿Qué regalo?

—Ya lo sabrás a su debido tiempo —dijo con aire misterioso—. Me ha costado decidirme, pero creo que es el regalo perfecto, tranquilo.

—¡Cantemos una canción! —exclamó el capitán. El hombre llevaba demasiadas copas encima—. ¡Es Navidad! Hay que cantar. Nooche de paaaaz... —empezó a cantar animando al resto de comensales a que se les uniera.

Zero no conocía la canción así que se quedó en silencio, escuchando el coro de alcohólicos que le rodeaba. Todos cantaban, hasta su tía. El único que permanecía callado, casi ajeno a toda la conversación, era el extraño óptimo que seguía mirándole como si fuera fruto de un experimento, y así era.

*

Se disculpó de buenas maneras cuando la cena se dio por concluida. Allí seguían; el alcohol desfilaba por la mesa pero la conversación agonizaba. Nadie dijo nada cuando el joven decidió marcharse.

Tenía planes, había quedado. Pensó en ir directamente a la sala de fiestas donde la música estridente se combinaría con la decoración navideña y las mujeres vestidas de rojo. Seguramente, Iván esperaría que fuera allí pero algo le decía, que el leónida le encontraría donde estuviera. Así que fue hacia la cubierta exterior.

Normalmente, la cubierta de observación estaba abarrotada de gente pero con las celebraciones, todos estaban en las fiestas que se realizaban a lo largo y ancho de la nave. Zero necesitaba quitarse de encima el regusto amargo de la cena y las sospechas. Se apoyó en la inútil barandilla que confería al lugar cierto aire arcaico. Ante él, un océano interminable de estrellas y mundos por descubrir. Parecía que si alargaba la mano, sería capaz de cogerlas. Pero no era más que una ilusión, un truco de perspectiva, algo parecido a lo que sucedía en todas sus relaciones.

—Eres difícil de localizar —dijo Iván caminando hacia él con las manos en los bolsillos. Llevaba una vaporosa camisa roja de la que se había descuidado abrochar los primeros botones—. He tenido que pelearme con la IA para que me diera tu ubicación. Pensaba que estarías en alguna de las fiestas.

—Quizá más tarde —dijo con tristeza, girándose de nuevo, para contemplar el mar de estrellas.

—Como prefieras —dijo el leónida, apoyándose con los codos, tan cerca de él que si respirara hondo sus cuerpos se tocarían—. A mí me gusta más esto, la verdad, aunque podríamos ir a algún sitio más... íntimo.

—¿Eres mi regalo de Navidad? —preguntó Zero sin preámbulos y sin alzar la vista del océano de estrellas.

Iván suspiró y escondió la cara entre las manos.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó—. ¿He hecho algo mal?

—No —dijo Zero en un murmullo—. Lo has hecho muy bien. Demasiado bien. Si algo no encajaba era porque todo era demasiado perfecto. —No quería llorar pero había sido un día muy largo. La cena había sido mentalmente agotadora. Todo el problema con Elaine... Solo en ese momento era consciente de lo que hubiera agradecido que lo que le ofrecía Iván hubiera sido algo real.

—Siento haberte mentido —dijo Iván—. No me gustan este tipo de trabajos, la verdad. Prefiero ser sincero. Pero mi... clienta insistió en que no debías enterarte. Todo debía parecer casual.

—¿Y si hubiera aceptado la invitación al partido? —preguntó con una mueca y una ligera inclinación de cabeza que hizo que su melena actuara de telón, ocultando su rostro.

—Habríamos jugado un partido —dijo el leónida—. Se trataba de complacerte. De hacerte sentir querido.

—No necesito sentirme querido —dijo Zero mientras sentía que algo se rompía en su interior—. Necesito que me quieran. Nunca nadie me ha querido. No es una queja ni me estoy poniendo dramático, me limito a exponer la verdad. Nunca me han querido. Nunca. No he tenido madre, ni padre. Ni siquiera alguien que me abrazara cuando era pequeño. Nadie intentó consolarme cuando lloraba, ¿para qué? No soy humano. ¿Sabes lo que es tener cuatro años y saber que no sirve de nada llorar? Lo intenté, de verdad. Pero no conseguí más que un cubo de agua fría. Durante un tiempo tuve a mis hermanos —recordó, y dejó que unas  lágrimas hirvientes se escurrieran por sus mejillas encendiendo la piel a su paso—. Durante un tiempo tuve a mis hermanos. Eran retrasados, ¿sabes? Su cerebro no podía crecer al ritmo de su cuerpo. Pero eran mi mundo y se los llevaron y nunca supe si ellos se daban cuenta, o sentían algo por mí. No sé lo que significa sentirse querido, Iván, pero creo que si te pagan por ello, carece de sentido.

—No quería hacerte daño —murmuró el leónida con voz queda.

—No es culpa tuya —dijo girándose, dando la espalda a las profundidades del espacio y sus promesas de estrellas distantes—. Solo hacías tu trabajo.

—¡Zero! —le llamó instándole a detenerse. Zero apretó las mandíbulas y se secó las lágrimas con un gesto descuidado. Sentía vergüenza de sí mismo y de su debilidad, solo quería marcharse de allí—. Esto no tiene por qué acabar así —dijo Iván—, puedo hacer que te sientas mejor.

—Yo también —replicó él mientras caminaba marcha atrás, tenía prisa por alejarse—. Lo hago todos los días; solo tengo que olvidar quién soy.

—¡Zero! —insistió Iván. El leónida aceleró el paso y no tardó en darle alcance—. No hagas tonterías, por favor.

—No te preocupes —dijo—, hablaré bien de tu trabajo. No necesitas seguir...

—¡Escúchame! —le interrumpió agarrándole del brazo. Zero miró la mano que le retenía y luego a los ojos color miel del leónida que le impedía el paso—. No te trates así. Deberías aprender a quererte a ti mismo.

—Suéltame —pidió con voz tajante. Iván tragó saliva y soltó la presa.

—Solo una cosa más —dijo el leónida antes de que se alejara—. Es sobre el retrato que tenías. Es... es peligroso, Zero. No sé qué tipo de relación mantienes con él y no me importa, pero es peligroso. Muy peligroso.

—¿Le conoces? —se extrañó Zero, pero esta vez era el leónida el que no quería continuar la conversación.

—Mantente alejado de él o acabarás muerto.         

*

¿Cuántas copas llevaba? Eso preguntaba el camarero cada dos por tres. ¿Y él qué sabía? Ni que se hubiera parado a contarlas. Más que muchos, seguro, pero podía pagarlas. Que no se preocuparan tanto, podía pagarlas. La propaganda decía que lágrima-púrpura eliminaba los problemas con una gota. Ya podía ser, llevaba tres y apenas recordaba su nombre ni por qué estaba tan mareado. La música sonaba demasiado alta, ocupando hasta sus pensamientos que escapaban del caos, sumiéndose en algún lugar oscuro y alejado.

—Perdone —dijo alguien vestido de uniforme.

—¿Quieres follar conmigo? —preguntó Zero con desgana, agitando los cubitos de su copa vacía. Apenas podía distinguir a su interlocutor tras la bruma etílica que lo envolvía todo.

—Es una propuesta tentadora pero no, creo que es hora de que vuelva a su habitación, señor Alcide.

—No me llames Señor Alcide —dijo arrastrando las palabras—. Alcide es malo. Maaalo.

—Como usted diga —aceptó el hombre del barco. ¿Era oficial o de seguridad? Tenía que mirarle a los ojos, pero todos los ojos brillaban. Todo brillaba—. Debería regresar a su dormitorio.

Se hizo el remolón un poco más y seguro que tardaron horas en cruzar las cubiertas hasta llegar a su camarote. Tenía la vaga sensación de que la nave espacial oscilaba como si en verdad fuera un auténtico crucero y además hiciera mala mar. El tipo del uniforme le dejó encima de la cama sin muchas contemplaciones, y se marchó cerrando la puerta tras él.

Zero dio una patada para quitarse los zapatos y trepó por la cama abrazándose a los cojines mientras, entre sueños fruto de algunas de las cosas que había tomado, sentía como si los cojines le devolvieran el abrazo que necesitaba tanto. Una pequeñita alarma sonó en un interior de su cabeza. Si iba a dormir, tendría pesadillas. No quería pesadillas. No le gustaban las pesadillas. En ellas soñaba que mataba gente o que él estaba muerto. A veces notaba cómo los gusanos se abrían paso a través de sus tripas. Era muy desagradable.

Le costó tres intentos levantarse de la cama, dando tumbos, llegó hasta el baño y encontró las pastillas para dormir. Esta vez se había acordado. No habría pesadillas.

Dormir. Eso le gustaba. Dormir mucho, profundo y sin sueños.

*

No sabía cuánto tiempo había estado durmiendo pero cuando despertó, creyó que estaba de nuevo en una de sus pesadillas. El techo era blanco y brillaba con una claridad cegadora. Las paredes eran blancas y hasta la ropa de la cama tenía el tono níveo y estéril. Además, el lecho era mucho más pequeño y duro que el suyo. ¿Qué había hecho esa noche? ¿Dónde había acabado?

Entreabrió los ojos y, a través de las cortinas de sus pestañas vislumbró un botellín de misterioso contenido que colgaba sobre su cabeza. Un pinchazo, al intentar moverlo, le alertó sobre la posibilidad de que el tubo que salía de la botella se insiriera en algún punto de su brazo.

«¿Un hospital?», se extrañó. «¿Qué ha pasado?»

—Bien, ya está consciente —dijo una óptima vestida de médico—. Debería dejar la fiesta por un tiempo —aconsejó—, le arrastrará a la tumba. Esta vez ha tenido suerte, pero la próxima...

—¿Qué ha pasado? —preguntó Zero con voz pastosa. La cabeza le iba a estallar, era como tener una orquesta desfilando tras sus ojos y un pájaro carpintero en la sien.

—Ha tomado algo, o mucho de algo, o mezclado con algo que le ha provocado un shock tóxico. Dígame la verdad —dijo, mientras le examinaba las pupilas— ¿Ha intentado suicidarse?

—¿Suicidarme? —repitió Zero extrañado— ¡No! ¡No, seguro que no! —exclamó al darse cuenta de lo que la doctora insinuaba. «¿Morir? ¿Está loca?»—. Me da pánico morirme. Nunca se me pasaría por la cabeza suicidarme. Tuve... —Los recuerdos acudieron a su llamada—. Tuve una mala noche. Bebí mucho y tomé algunas cosas. Quizá algo me sentó mal.

—Podría ser —asintió la doctora—. Pero en su organismo han encontrado una fuerte cantidad de un potente relajante muscular. Eso no se toma para ir de fiesta.

—No, de fiesta no. Eso lo tomo para dormir desde que tengo once años —dijo con pesar—. Tengo fuertes pesadillas recurrentes. No hace mucho me han subido la dosis para ajustarla con mi metabolismo. Quizá es demasiado alta.

—Pues la próxima vez, decida entre su fiesta y las pesadillas —dijo la doctora—. Mezclar ambas puede hacer que no vuelva a despertar. En esta ocasión ha tenido muchísima suerte. Si no fuera por el servicio de habitaciones... Casi diría que tiene un ángel de la guarda cuidando de usted.

—¿Un ángel de la guarda? —murmuró Zero con una sonrisa triste, hacía demasiado tiempo que había perdido la esperanza—. No se preocupe, nada de ángeles. No hay nadie.

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