Cuando la muerte desapareció

De onrobu

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¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la p... Mais

Prólogo
PRIMERA PARTE: Una pieza clave en el juego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
SEGUNDA PARTE: Búsqueda y huida
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
TERCERA PARTE: Las marcas que deja en la mente
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
CUARTA PARTE: La muerte
Capítulo 48 (I)
Capítulo 48 (II)
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52

Capítulo 3

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De onrobu

No estaba. Al igual que el día anterior, Alma había desaparecido. No había rastro alguno de ella. Se había esfumado.

Sintiéndose un poco más confiado, pero todavía asustado y desconcertado a partes iguales, Isaac se atrevió a abandonar la aparente protección que proporcionaba el interior de la vivienda. Desde el porche se asomó a la calle en un intento de vislumbrarla. No había ni rastro de ella. ¿Se habría ido? ¿o se habría metido en un jardín...?

¿O...?

Su hermana pensó exactamente lo mismo que él.

—¿Dónde está? —preguntó mientras observaba con nerviosismo la calle y posteriormente se giraba para contemplar el pasillo detrás suyo—. ¿Y si ha entrado?

Naia le echó un brazo por encima de los hombros. Parecía ser la que más tranquila estaba del grupo.

—No puede haber entrado —aseguró Isaac—. Esta es la única entrada potencial y nosotros estamos aquí.

—¡No hables como los de CSI! ¡No somos como los de CSI! —le gritó su hermana.

Isaac se permitió un último vistazo antes de apagar la luz del porche y cerrar la puerta.

—No hay nada. No está —repitió en un intento de tranquilizarla dejando el asunto zanjado.

» ¿Seguimos con la peli? —propuso imaginando ya la respuesta que recibiría. Un rotundo «no».

—¡Sí, claro! ¡Me voy a poner a ver una película de terror! ¿¡Estás tu?! —Dejando entrever su habitual ironía, Áleix parecía estar recuperándose del susto.

Isaac le regaló una sonrisa tranquilizadora.

Y ya estaban empezando a dejar el asunto atrás, cuando de repente el ruido de algo cayendo al suelo hizo que tanto Elia como Áleix soltaran una exclamación. Naia e Isaac se miraron fijamente, sus respectivos corazones martilleando con fuerza entre sus costillas. De nuevo.

El sonido venía de la planta de arriba.

—Voy a ver. Debo haberme dejado alguna ventana abierta —afirmó intentando convencerse a sí mismo.

Naia y él compartieron una nueva mirada antes de reanudar la marcha hacia las escaleras. De nuevo, Áleix y Elia los siguieron de cerca sin siquiera considerar la opción de quedarse atrás, solos y desamparados.

—¿De verdad vamos a subir? —preguntó el chico con un deje de incredulidad asustada en la voz.

—Podéis quedaros aquí —propuso Isaac. Era como si en cierto modo, la negativa de sus amigos lo empujara a continuar.

—¡No! ¡Ni hablar! ¡Ni hablar! —Elia empezó a lloriquear.

Pero su hermano no podía contenerse. La curiosidad tiraba de él cómo un imán atrae a otro. ¿El miedo? Solo hacía que aumentar la necesidad de respuestas.

Empezó a subir las escaleras.

Y de nuevo, otro ruido de algo cayendo al suelo rompió el silencio de la noche, esta vez acompañado por un gruñido y un golpe sordo.

—Voy a llamar a la policía —anunció Áleix.

—¡Oh! ¡Por favor! ¡Será el viento! —exclamó Isaac, ahora ya nada convencido.

—Eso no es el viento —corroboró Naia, pero, aun así, siguieron subiendo.

Su miedo era infundado, acababan de ver una película de terror, era comprensible que se estuvieran imaginando cosas. Nadie podría haber subido a la primera planta sin pasar por el salón sin que lo hubieran oído ¿no?

No se habían atrevido a encender más luces que las de la planta baja, por lo que, una vez llegaron arriba, no contaban con más luz que la que se colaba por la ventana del final del pasillo.

Isaac agradeció infinitamente que su madre hubiera decidido poner una alfombra, evitando así que el parqué crujiera bajo sus pies.

Aún así, el lloriqueo de Elia, las maldiciones en voz baja de Áleix al no ver nada y las pisadas nerviosas de los cuatro sustituían todo posible ruido que pudiera hacer el suelo.

Y entonces empezaron los quejidos seguidos de un fuerte estruendo, como de una onda expansiva o algo así.

Venía nada más y nada menos que de su habitación.

—Mierda —susurró Isaac. Por más que intentara autoconvencerse, eso no había sido el viento. Ni una ardilla o un gato. Nada racional. Nada lógico. No se le ocurría ninguna excusa verosímil. Y sinceramente, tampoco ninguna inverosímil. Su mente estaba demasiado centrada en su corazón golpeando sus costillas, el incipiente dolor de cabeza que estaba volviendo a aparecer, los ruidos de sus amigos y la cada vez más próxima puerta de su habitación como para ponerse a imaginar hipotéticas situaciones.

Elia tomó la iniciativa. Empezó a marcar el número de emergencias, pero antes de que pulsara en el botón de llamar, su hermano la frenó colocándole una mano en el brazo.

—Espérate un segundo. Vamos a ver que es primero. Solo para asegurarnos —murmuró. ¿Estaba cometiendo un error? La mayoría de las veces que alguien se preguntaba algo así la respuesta era afirmativa, de manera que, sabiendo que la estaba cagando monumentalmente, avanzó por el pasillo tan sigilosamente como pudo y temiendo lo que iba a encontrarse, abrió la puerta de su dormitorio.

Su mente no habría podido crear un panorama como el que se encontraron.

Parecía que un tornado hubiese entrado por la ventana de su habitación, ventana que él estaba convencido de haber dejado cerrada. Cajones arrancados de la cómoda, ropa y papeles esparcidos por la habitación sin patrón alguno, libros tirados por el suelo... los estantes de encima su cama habían sido arrancados de la pared y habían volado por la habitación hasta clavarse en el armario. Y en la pared... habían dibujado unos extraños símbolos con... era eso ¿sangre?

Y en medio de todo ese caos, de pie, observándolos como si hubiera cometido el mayor error de su vida, y sangrando, sangrando mucho... allí estaba ella. Alma.

Un corte le abría la palma de la mano derecha, tenía también la ceja partida, pero lo más preocupante sin dudas era la puñalada en el costado que se apretaba cada vez con menos fuerza. La sangre escapaba de entre sus dedos.

Se derrumbó en el momento en que entraron en la habitación.

Las rodillas le fallaron y de pronto se encontraba en el suelo, incapaz de levantarse. Tampoco lo intentó.

Naia fue la primera en reaccionar. Corrió hacia ella y bajo su atenta mirada le presionó la herida con ambas manos.

El olor de la sangre que fluía entre sus dedos le inundó las fosas nasales hasta llegarle a la boca. Podía sentir su sabor metálico, incluso su textura. La arcada que le subió por la garganta la hizo salir de su estado de conmoción.

—¡Áleix! —gritó sin apartar la vista de la herida—. ¡Ve a por una puta toalla! ¡Joder!

Este pareció dudar unos segundos, pero no tardó en salir de la habitación tan rápido como sus piernas se lo permitieron.

Naia observó sus manos manchadas de rojo unos instantes más antes de levantar la vista de la herida. Alma mantenía sus oscuros ojos clavados en ella sin siquiera pestañear. No había miedo en su rostro, solo una especie de intensidad, de interés, de atención.

La chica no consiguió mantenerle la mirada, levantó la vista hasta la más pequeña del grupo. Parada todavía en la puerta, Áleix había tenido que empujarla ligeramente para poder salir. Con sus grandes ojos abiertos de par en par había empezado a balancearse adelante y hacia atrás ligeramente, el móvil ya olvidado en su mano.

—Elia, ¿puedes llamar de una vez a emergencias? —La aludida asintió un par de veces con la cabeza, sin control.

» E Isaac ¿puedes hacer el favor de cerrar la ventana?

Escuchar su nombre le hizo finalmente reaccionar. Al igual que su hermana, se había quedado parado en la entrada, completamente sorprendido ante lo que estaban viendo sus ojos. Pero había algo en la escena que... no... era... no... el dolor de cabeza se estaba haciendo cada vez más intenso, su mente espesa, confusa, pesada. Aun así, fue capaz de seguir la orden.

Sin apartar la vista de su amiga y de la chica que se estaba desangrando en el suelo de su habitación se acercó a la ventana. Estaba completamente agrietada, pero aún así, de alguna manera, permanecía intacta. La cerró con dificultad. Hasta ese momento no se había fijado, pero había empezado a llover, y no poco precisamente. Tenían una tormenta encima.

—Naia... —susurró Elia. El brillo del teléfono en la oscuridad de la habitación le confería un siniestro aspecto de marcadas luces y sombras. Isaac intentó encender la luz de la habitación, pero la bombilla se había roto. Tuvo que conformarse con la lamparilla de noche, que, miraculosamente, seguía de una pieza. No sirvió de mucho, solo hizo que acentuar el claroscuro de la habitación, aumentando todavía más las sombras que devoraban el dormitorio—. No puedo llamar...

Esta levantó la mirada con brusquedad de la hemorragia que estaba intentando detener.

—¿Cómo que no puedes llamar?

—La llamada se finaliza... Se cuelga...

—¡Vuelve a probarlo! —gritó Naia, empezando a sucumbir al pánico. Alguien aparte de Alma (porque Isaac dudaba que se hubiera apuñalado a ella misma) había entrado en la casa sin que se dieran cuenta. Habían destrozado su habitación con una fuerza increíble, habían herido a Alma y habían pintarrajeado la pared (que no sería lo más preocupante de la situación si no fuese un conjunto de extraños símbolos que evidenciaban que se trataba de una panda de locos). Además, ¿no podían pedir ayuda?

Elia negó con la cabeza mientras lloraba. No podía llamar. Isaac se adelantó con largos pasos y le quitó el móvil de la mano. Pero su hermana tenía razón. Al llamar al número de emergencias la llamada se cortaba al momento sin dar siquiera tono.

Parecía una puñetera película de terror con la ironía que eso comportaba. Si esa tarde hubiesen estado viendo películas de unicornios, ¿habría aparecido uno?

Isaac se reprendió por el sarcasmo de sus pensamientos.

En ese momento llegó Áleix con todas y cada una de las toallas que había encontrado en el baño de la primera planta. Había escuchado toda la conversación.

—Mi móvil tampoco funciona —susurró mientras se apuraba a pasarle una de las toallas a Naia. La chica la presionó con fuerza contra el costado de Alma. Esta seguía observándola atentamente, aunque no tardó en pasar la mirada por la habitación y sus ocupantes, como si estuviera evaluando cada detalle de la situación. A Isaac no le pasó desapercibido.

—¿Qué hago ahora? —le preguntó Naia a Áleix. Este la miró como si estuviese loca.

—Soy diabético, no enfermero.

Naia le regaló una cara de «¿Y eso no es lo mismo? Sabes poner inyecciones», pero en esta situación, las inyecciones de insulina que seguían en la planta baja no eran útiles en lo absoluto. O al menos Isaac no era capaz de verles una utilidad. Le faltaba la carrera de medicina para hacerlo.

Se volvió a reprender mentalmente.

Los tres, Elia había empezado a sollozar en silencio bastante ajena a la situación, compartieron una mirada para decidir qué hacer. Sus rostros eran la clara expresión de la gravedad de las circunstancias.

Isaac se acercó a Alma. Sin ser él consciente, dentro de lo que le permitía la habitación, se había mantenido lo más lejos posible de ella.

—¿Qué está pasando? —preguntó. Fuera por la conmoción o porque no le daba la gana, la chica no contestó—. Los que te han hacho esto ¿siguen aquí?

Alma apartó la mirada de Naia hasta clavar los ojos en Isaac. Negó con la cabeza observándolo atentamente. El chico no se encogió ante el obvio juicio que Alma estaba llevando a cabo. En la inexpresividad de su rostro, no supo descubrir si el veredicto era positivo o negativo.

—¿Volverán? —preguntó Naia todavía presionándole la herida.

Alma asintió, pero esta vez no la miró. Sus ojos seguían clavados en Isaac.

—¿Cuándo?

La chica se encogió ligeramente de hombros.

—Puede que mañana. Puede que dentro de un tiempo. Puede que hoy —dijo finalmente. Tenía la voz áspera, teñida de dolor, pero no parecía preocupada en exceso. Su rostro era una máscara que no eran capaces de leer.

Naia observó la reacción de Isaac de refilón antes de volver a clavar la mirada en ella.

—¿Quiénes son? ¿Qué quieren de ti? ¿Por qué aquí?

De nuevo no respondió.

—Estoy mantenido tus entrañas dentro de tu cuerpo, así que puede que te salga a cuento contestar si no quieres que dejen de formar parte de ti. —El semblante de Naia reflejó sorpresa ante las palabras que habían siseado sus labios. Pero también furia hacia la chica que se hallaba entre sus manos. Mucha furia.

La amenaza no tuvo efecto alguno. Al contrario de lo esperado, a Isaac le pareció que habría sonreído si no fuese por el dolor.

Porqué, por más que mantuviera una expresión neutra, se podía intuir el dolor que estaba sintiendo. La saliva que tragaba cada poco con fuerza, la tensión en su mandíbula y cuello, la lentitud de sus pestañeos... lo sorprendente es que no hubiera perdido los nervios, que no estuviera gritando, gimiendo o al borde de la inconsciencia. Parecía completamente lúcida, serena. Tranquila.

Logró que sus labios se curvaran ligeramente en una sonrisa apretada.

—Tranquila, niña. No puedo morir.

¿No podía morir? ¿Qué quería decir con eso? ¿Se consideraba... inmortal? La teoría de Isaac se corroboró: se trataba de una panda de locos. Puede que estuviera drogada, eso explicaría que pudiera manejar el dolor.

Intentó ver si tenía las pupilas dilatadas, pero abandonó la idea con hastío tan pronto llegó a su mente. Entre las sombras de la habitación apenas le veía siquiera los ojos. Además, si no se equivocaba, eran completamente negros, ¿cómo iba entonces a distinguir iris de pupila?

La expresión de Naia se endureció todavía más.

—¿De verdad? —preguntó mientras aflojaba la presión que seguía ejerciendo en la herida.

—De verdad —corroboró esta con seguridad pese a que una nueva mueca de dolor surcó su rostro.

Naia se dio por vencida, seguramente sintiéndose incómoda al dejar que otra chica se desangrase. Volvió a apretar.

Rehuyendo la mirada de Alma, soltó un suspiro furioso antes de girarse hacia Isaac.

—Isaac, ¿puedes traerme...? Yo qué sé... ¿algo para vendarla? Y tijeras, gasas y una palangana con agua y alcohol.

Asintió, pero en ese momento su hermana los interrumpió.

—¿Qué vas a hacer...? ¿Y si vamos a buscar ayuda? Yolanda sabrá que hacer... —Isaac la miró con orgullo. Su vecina era enfermera. Era la mejor opción si se tenía en cuenta que...

—No —tajó Alma. Todos la miraron fijamente—. Nadie sale de esta casa.

—¿Qué? ¿Por qué? —le preguntó Naia, desafiándola.

La chica clavó los ojos en Isaac.

—Nadie sale de esta casa. —Volvió a repetir marcando cada una de las silabas como si estuviera hablando con niños pequeños.

Áleix, quien hasta ese momento se había mantenido bastante al margen, volvió a preguntar lo obvio con voz temblorosa.

—¿Por qué?

Por primera vez Isaac pudo interpretar el rostro de la chica. Pudo ver como su cerebro hacía los cálculos: iban a seguir insistiendo hasta lograr una respuesta, por lo que tenía que ceder, dejar ir un mínimo de información de forma controlada antes que perder el control de la situación.

Contestó, crípticamente y de una forma horrible, pero con una respuesta, al fin y al cabo.

—Si salís estáis muertos. Debemos esperar hasta mañana. Solo necesitan a uno, de manera que haced los cálculos. Si salís, tres de vosotros estáis muertos. Al cuarto le espera un destino todavía peor.

» Y algo me dice que serás tú.

Tenía la mirada clavada en Isaac.

No había horror, miedo, ni ningún tipo de emoción en su voz. Estaba recitando meros hechos como quien afirmaba que dos más dos eran cuatro.

Pasaron unos segundos hasta que uno de ellos se atrevió a hablar.

—¿Y a ti...? —preguntó Naia con voz dudosa—. ¿Qué te pasaría a ti?

—¿A mí?

» Nada.

» ¿Por qué crees que no entran ahora mismo, niña?

—¿Por ti...? —Se atrevió a suponer Isaac con reticencia.

Y a pesar de la situación, del dolor que debía estar sintiendo, de las amenazas que implicaba lo que estaba diciendo... le regaló una gran sonrisa astuta.

—¿No es eso obvio?

¿La chica que se estaba desangrando era la única que los mantenía a salvo? ¡Si estaba totalmente loca! Estaban completamente jodidos. 

Y hasta aquí los primeros tres capítulos de 'Cuando la muerte desapareció'. Intensos ¿no? Pues la cosa irá a peor 😏

Y yo me pregunto... ¿qué demonios está pasando? *dejad aquí vuestras teorías* ¡Os leo!

Muchísimas gracias por leer y que paséis un buen Halloween, Día de Muertos o Castanyada 🧡

Tiako ianao,

onrobu

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