Bendecida Por Los Dioses (Lib...

Door Chopy090

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Una lucha por la salvación del mundo, a eso se acerca Elizabeth Thompson luego de perderlo todo. Su vida está... Meer

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Epílogo
Agradecimientos
Libro 2

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Door Chopy090

Elizabeth Thompson. 22 de agosto del 2017, el Olimpo.

Se sentía extraña con ese vestido rozando sus muslos, llevaba mucho tiempo sin usar uno, el cabello le caía por la cara y sentía la ausencia del brazalete en su muñeca.

—Párate derecha —le murmuró Evan.

Llevaban cinco minutos ahí, Elizabeth sentía que su espalda y sus costillas la mataban por mantenerse lo más erguida posible.

Los dioses sólo veían a la albina, cómo si esperaran que ella empezara a hablar por su cuenta.

—Eso intento —le devolvió el susurro apretando los dientes.

—Honestamente, yo siento que tu prueba de hace once días fue un total fracaso —comenzó Hera con desdén.

—Cierra la boca —murmuró Zeus sin dejar de ver a la albina.

Elizabeth frunció el ceño, un poco confundida por la respuesta que Zeus había dado.

—El resultado de tu prueba pudo haber sido mejor —siguió Zeus, con una voz tranquila—, sin embargo sobreviviste el tiempo suficiente y no te rendiste hasta el final. Te doy la bienvenida al Olimpo de forma oficial, Elizabeth Thompson.

La albina no pudo contener su sonrisa por mucho tiempo, así que lo disimuló lo más que le fue posible.

—Le agradezco enormemen… —empezó a decir mientras se inclinaba, pero Zeus la interrumpió.

—Aunque en realidad, esa es la bienvenida que te tuve que dar apenas llegaste —confesó el dios.

—¿A qué te refieres? —cuestionó Hera después de unos segundos.

Todos trataban de entender las palabras de Zeus, por ello el salón se había mantenido en silencio durante unos interminables segundos. Elizabeth se incorporó sin finalizar sus palabras, con el ceño fruncido.

El dios del rayo se paró, caminó hacia la albina con los brazos detrás de la espalda y la miró directamente hacía los ojos, aquellos diamantes tan brillantes y llenos de confusión.

—No sé… no sé cómo no reconocí esos ojos y esa magia desde antes. Ese poder es tan poderoso, que sólo le podría pertenecer a una persona —murmuró.

—¿A qué persona? —se atrevió a preguntar Atenea, curiosa de saber si sus sospechas de hace tanto tiempo eran ciertas.

—A mi hija —sonrió ligeramente con orgullo.

Elizabeth retrocedió, o al menos eso intentó ya que su pierna herida flaqueó e hizo que cayera de espaldas al piso con un ruido que resonó en el silencioso lugar.

—Mierda —maldijo entre dientes al sentir el dolor de su cuerpo al impactar contra la fría y dura superficie de mármol.

Evan la ayudó a pararse rápida y cuidadosamente, dándole su brazo izquierdo para apoyarse y pasando el derecho por su cintura para mantenerla erguida.

—¿Cómo diablos esa mundana va a ser tu hija? —gruñó Hera llena de desprecio, parada junto a su asiento.

Zeus no se molestó en responder, conociendo de siempre la envidia y odio que la diosa siempre le había tenido a sus descendientes.

—Con todo respeto, señor —comenzó Elizabeth, en un tono tan bajo que Evan apenas podía escucharla—. Yo no soy su hija, mi madre fue abandonada por un hombre cualquiera luego de dejarla embarazada y, aunque su sangre llegara a correr por mis venas —se separó de Evan, adoptando una posición firme y seria mientras sus pies la sostenían por sí solos—, yo nunca lo consideraría mi padre.

No supo exactamente qué vio en los azules ojos de Zeus, no supo si fue tristeza, decepción, rabia o todas juntas, ya que no le dio tiempo a responder, tampoco se dio cuenta de si enserio creía lo que había dicho, pero aún así, salió del lugar con la cabeza en alto y dejando atrás a Evan junto con sus miedos e inseguridades.

No sabía si se arrepentiría de haber dicho todo aquello, no sé atrevió a pensarlo ya que no podía dejar de pensar en esos ojos, tan parecidos a los propios. Aquellos que curiosamente habían estado llenos de… pesar.

Dejó de darse cuenta en el dolor que recorría cada hueso de su cuerpo y empezó a notar las saladas gotas que caían por sus mejillas, una por una, hasta llegar a su barbilla y finalmente caer al suelo.

Lloraba por frustración, después de tantos años de soledad, años de llorar por una atención que no tenía, una vida entera sufriendo con el pensamiento… “si papá no nos hubiera abandonado… ¿algo sería diferente?”.

Ahora lo sabía, todo habría sido tan diferente, lo supo cuándo vio la sonrisa orgullosa que el dios lo mostró, al menos parte de ella. Lo supo cuándo vio sus ojos tristes al recibir el rechazo de su hija. Quizás lo supo cuándo vio esos ojos azules al despertar de su desmayo.

Dio media vuelta y corrió, corrió lo más rápido que su cuerpo destrozado y adolorido le permitió.

Pero esta vez no corría para huir, corría para tomar lo que encontró después de tanta búsqueda; un cariño que podría llegar a recibir.

Zeus. 22 de agosto del 2017, el Olimpo.

Los dioses se retiraron justo después de Elizabeth, Evan también se fue, diciendo que tenía un entrenamiento que dirigir, claramente todos escapaban para pensar en aquello que habían descubierto.

Zeus se quedó sólo, pensando en el reciente momento.

No sabía que tenía una hija, había sido ignorante de ella durante tantos años. Pero no más.

Lo supo cuándo aquella ola de poder brotó de Elizabeth el día de la prueba, en ese momento supo que era su hija.

Al final reconoció esos electrizantes ojos azules, aquel rostro de alguna forma similar al de aquella mujer a la que amó durante un tiempo.

Reconoció esa magia igual o más poderosa que la suya, y justo cuando lo hizo, se arrepintió de haber seguido la sugerencia de Ares para su última prueba.

Por su culpa su hija casi había muerto aquel día, y nadie más que él, el dios del rayo, se tenía la culpa por eso. Aquello lo mortificaba.

Se levantó de su trono, permitiéndose derramar unas lágrimas de decepción de sí mismo en la soledad que lo rodeaba.

Estaba dispuesto a irse, pero unos pasos apresurados lo hicieron mirar hacia la puerta de mármol, aquella que se abrió pocos segundos antes de que un cuerpo delgado chocara con el propio.

—Lo siento… —sollozó la albina que lo abrazaba, en un murmuro. Con voz y brazos inseguros pero firmes.

Pronto notó que su hija estaba esperando su rechazo, así que la abrazó, pasó sus brazos por sus hombros y la apretó contra él, sintiendo la calidez de su hija por primera vez.

El cuerpo de Elizabeth se sacudió con fuerza gracias a los sollozos, estaba feliz, realmente feliz por recibir finalmente un abrazo, se sentía protegida en aquellos brazos que la sostenían con tanto cariño.

—No, yo lo siento.

[ EDITADO ☑️ ]

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