Nadie es perfecto

By DianaMuniz

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A los ojos del mundo, Adam Alcide es el flamante heredero de la A&A. Pero bajo su perfecta fachada se encuent... More

1- Nadie es perfecto (1ª parte)
1- Nadie es perfecto (2ªparte)
1-Nadie es perfecto (3ª parte)
1-Nadie es perfecto (4ª parte)
2- Navidades Perfectas (1ª parte)
2-Navidades Perfectas (3ª parte)
Navidades Perfectas (4ª parte)
3- Lo que está muerto (1ª parte)
3.-Lo que está muerto (2ª parte)
3.-Lo que está muerto -3ª parte-
3.- Lo que está muerto (4ª parte)
4.-Sombras del pasado (1ª parte)
4.-Sombras del pasado (2ª parte)
4- Sombras del Pasado (3ª parte)
4- Sombras del pasado (4ª parte)
4-Sombras del pasado (5ª parte)
5-El pájaro enjaulado (1ª parte)
5-El pájaro enjaulado (2ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (4ª parte)
6.-El otro lado del cristal (1ª parte)
6.-El otro lado del cristal (2ª parte)
6.-El otro lado del cristal (3ª parte)
6.-El otro lado del cristal (4ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (2ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)
8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)
9.- Hoja de Ruta (1ª parte)
9.- Hoja de Ruta (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (1ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (2ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)
Unas palabras a los lectores...

2-Navidades Perfectas (2ª parte)

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By DianaMuniz

 Zero se despertó sobresaltado al sentir que se abría la puerta de su habitación.

—D-disculpe —dijo un joven fotosintético de piel esmeralda que vestía el uniforme del servicio. Parecía azorado y su rostro adquiría coloraciones que oscilaban del glauco al pardo en función de si la sangre llegaba o no a sus mejillas—. No ha puesto el cartel en la puerta y... he llamado. De verdad, he llamado y como no contestaba nadie creí que... Si quiere, vuelvo más tarde.

Zero asintió con la cabeza e hizo un gesto con la mano para que entrara sin preocuparse.

—No pasa nada —dijo levantándose, completamente desnudo. El rostro del chico dibujo un nuevo abanico de colores al sonrojarse, mientras hacía todo lo posible por mirar hacia otro lado sin resultar descortés. Zero sonrió recordando que no hacía mucho tiempo él también solía comportarse así, pero no le dio más importancia—. Me daré un baño largo —informó—, puedes ocuparte de la habitación mientras tanto.

—¿Es necesario que cambie sábanas y...?

Zero miró la habitación, parecía que había habido una batalla campal en ella y las sábanas de raso con puntas doradas estaban haciendo rebullos por el suelo, mezcladas con la ropa de más de un propietario. Sobre la cama solo quedaban los cojines y la colcha de terciopelo bermellón. En algún momento de la noche, alguien había tirado la lamparilla de cristales de colores que había sobre la mesita.

—Cámbialas todas —ordenó—. Y las toallas. Si ves ropa de mujer déjala sobre una silla, supongo que volverá más tarde a buscarla. La de caballero, puedes llevártela a lavandería, también. Espera —dijo, antes de cerrar la puerta. Cabía la posibilidad de que Iván también se hubiera dejado algo—. Mejor deja toda la ropa.

A solas, en el cuarto de baño, abrió los grifos de la bañera y se sentó en el suelo embaldosado, a esperar que se llenara. Fue una mala idea. El diseño de aquel lugar correspondía a cierta tendencia en las clases altas de usar el baño como una habitación más de la casa y era casi tan grande como el dormitorio. La bañera era gigantesca. Estaba tallada en mármol, o algo que se le parecía, y tenía decoraciones doradas y arcaicos grifos que harían las delicias de un anticuario. En ella, cabrían sin problemas cinco personas. El cuarto estaba dividido por un tabique transparente que separaba el baño del cuarto de ducha, y la pared del fondo, la que en ese momento estaba enfrente de él,  estaba completamente cubierta de espejos de arriba abajo y su imagen se reflejaba en él; nítida y perfecta.

Zero se contempló. No solía hacerlo, no le gustaba ver su reflejo. Pero en esa ocasión no desvió la mirada y se enfrentó a aquello que los demás veían en él; el traje ideal. Había sido diseñado mediante una ligera variación del cánon griego para ajustarlo a las corrientes estéticas más actuales. Aun así, los músculos de su cuerpo se perfilaban con precisión anatómica como si hubieran sido esculpidos por un avezado artista del renacimiento. Rasgos suaves, mandíbula fuerte y pómulos marcados, y unos ojos de un color azul eléctrico que, sin duda, la naturaleza no podía crear. El cabello blanco y largo le llegaba casi a la cintura y captaba la atención de todo el mundo. Eso tenía una fácil solución, una visita a la peluquería y su problema estaría resuelto. Pero todavía no lo había hecho porque de alguna forma, eso le indicaba que era él quien que estaba dentro de su cuerpo.

Cualquiera en su situación pensaría que pensar así era cuanto menos extraño, pero Zero debía su nombre al experimento que le había ocasionado. Zero como nada, como el control negativo que era. Un organismo de diseño creado para ser el cuerpo perfecto garantizado por más de ciento cincuenta años. Un cuerpo creado para ser un recipiente, un traje.

Por diversos motivos el trasplante no se había realizado y él había acabado siendo Adam Alcide, el heredero de un imperio financiero que no quería pero que no quería que otros tuvieran. Ver el reflejo de su cuerpo perfecto, sin ninguna marca, ninguna cicatriz, nada... Era como ver el cuerpo de un muñeco. Bien dotado, eso sí. ¿Eso era lo que todos veían en él? ¿Un cuerpo perfecto con mucho dinero? 

«Podrías ser otra cosa», dijo una vocecita en su interior. «Podrías ser lo que tú quisieras».

—Sí, claro —se replicó en voz alta metiéndose en la bañera—. Como si pudiera escoger.

*

Hacía rato que la hora del desayuno había pasado, Zero era consciente de ello pero se sentó en una mesa. El restaurante estaba vacío. Gran parte de las mesas tenían las sillas giradas y la mayoría de los camareros estaban ocupados recogiendo los restos del desayuno y preparando el comedor para el servicio de almuerzos que comenzaría en breve.

—Señor Alcide —dijo un camarero con aire compungido. Casi todo el servicio de la nave estaba formado por fotosintéticos de color esmeralda, los únicos que no parecían ajustarse a ese requisito eran los oficiales y el servicio de seguridad, estos últimos,  leónidas en su mayoría—, la cocina está cerrada. Los almuerzos no comenzarán a servirse hasta...

—Quería desayunar —le interrumpió.

—Ya no servimos desayunos.

—Entonces, ¿no puedo pedir nada? —preguntó con aire inocente.

—Supongo que tratándose de usted, podríamos hacer una excepción. ¿Qué puedo traerle?

—Café, zumo de iowuts y uno de esos panes con frutos secos.

—Como si fuera un desayuno, ¿no? —dijo el camarero tomando nota.

—Se parece, sí —corroboró Zero con una sonrisa.

—Oh, un desayuno de media mañana —dijo una mujer de mediana edad sentándose en la misma mesa—. Me apunto. Que sea para dos —indicó al camarero.

—Tía Grace... —saludó Zero con desgana sin dirigirle la mirada. Se había acostumbrado a que la gente de su círculo de París se presentara sin avisar cuando menos se lo esperaba, aun así, la visita de Grace Valicourt era algo preocupante—. No esperaba encontrarte en un crucero de placer hacia Óptima-prima. Y menos, cuando llevo dos semanas de crucero y no habías dado señales de vida hasta ahora, así que deduzco que me estás buscando por algún motivo, ¿no?

—Ay, cielo, tan encantador y paranoico como siempre —sonrió Grace Valicourt dándole un sonoro beso en la mejilla—. No me habías visto antes porque subí en la estación bolla de ayer, mientras repostaban. Estoy aquí por negocios. El capitán de la nave tiene contratados a cinco de mis chicos y se han detectado algunas irregularidades.

—¿Servicios no facturados?

—Entre otras cosas —dijo, arrugando la nariz en un mohín huraño que no duró más de unos segundos—. Creo que puede ser una cosa más seria pero no quiero apresurarme. Y entonces Gabriel —añadió, recuperando la sonrisa— me ha dicho que tú estabas en el mismo crucero y no he podido evitar la tentación de hablar con mi sobrino favorito.

—No soy tu sobrino —recordó Zero, agradeciendo con la cabeza el plato que el camarero depositaba delante de él.

—No, pero tenemos más cosas en común que muchas familias, ¿no crees?

Las Valicourt nacían por partenogénesis y era casi imposible distinguirlas unas de otras. Mantenían un imperio económico basado en el diseño genético y en las agencias de amantes profesionales. Las Valicourt eran conocidas en todo el sistema por su gran causa filantrópica, acogiendo a cientos de pequeños leónidas que escapaban de su planeta. Casualidades de la vida, estos mismos leónidas acaban trabajando en sus agencias de placer.

Diseño genético y amantes profesionales, cómo ambas cosas podían estar relacionadas era algo que las Valicourt se guardaban en secreto, mientras vendían los diseños para nuevos animales, plantas resistentes a la baja luminosidad, vida para lunas en terraformación... Hasta él mismo había sido en parte diseñado por ellas. En parte porque la mayoría, incluyendo los genes que codificaban su inmortalidad, había sido el trabajo de un único hombre, el Doctor Milo, que había desaparecido misteriosamente junto con todas las pruebas de su proyecto. Excepto Adam Alcide, el clon perfecto e inmortal, único en su especie.

Por mucho que odiara la compañía de las arpías que sobrevolaban su compañía, entre las que contaba a la dama que tenía sentada en frente, tenía una deuda tremenda con las Valicourt y ellas lo sabían. Cuando tras la muerte de su predecesor su naturaleza como clon de diseño se hizo pública, intentaron quitárselo todo, incluso el derecho a ser considerado una persona. La presión de las Valicourt y la máquina legislativa que pusieron a su disposición consiguieron que un tribunal lo declarara humano y, por lo tanto, descendiente, como ningún hijo podía haber sido, de Néstor Alcide, ratificando así la herencia que le habían legado.

Su propia vida era una deuda que tenía con ellas y lo sabían.

—Estás tan guapo como siempre —suspiró Grace—. Todavía me pregunto cómo lo hizo Milo para que los años no te afectaran.

—Tengo veintidós años —recordó Zero, frunciendo el ceño—. Vuelve a hacer ese comentario cuando tenga ochenta y tu observación, sentido.

—Cuánta amargura... ¿dónde ha quedado ese muchacho adorable y encantadoramente ingenuo? —Zero no contestó. Grace sonrió—. Supongo que era de esperar que crecieras. ¿Qué te ha sucedido, Adam? ¿Una chica?

—No —negó Zero. Empezaba a creer que lo del desayuno no había sido tan buena idea—, aunque una tuvo algo que ver. De todas formas, no volverá a pasar.

—Entonces sí hay una chica.

—Hubo una chica, en pasado —remarcó—, y supongo que tu extrañeza se debe a mi historial de cliente. Pensaba que era confidencial.

—Y no se lo he dicho a nadie —aseguró Grace con una amplia sonrisa—. Tengo curiosidad por saber qué pasó con esa chica.

—Nada —murmuró Zero.

—¿Mal de amores? ¿Te rompió el corazón? ¿Se rio de ti?

—Hay... un poco de eso —se vio obligado a admitir—. Pero yo no hablaría de más amor herido que el propio.

—Las primeras veces suelen ser duras —dijo la mujer. Zero no quería hablar de ese tema. Lo había pasado mal pero había quedado atrás. Le sirvió para darse cuenta de cómo era la gente que le rodeaba. Le sirvió para no decir a nadie más que se llamaba Zero y no Adam. Le sirvió para guardar su historia solo para sí. Nadie quería saberla, aunque preguntaran por ella. Y si se referían a su cuerpo perfecto, solo estaban preguntando si la tenía grande, nada más.

—No era la primera vez —murmuró Zero, casi para sí. La primera vez había sido perfecta comparada con aquella. «Y comparada con todas las otras, ¿no es cierto?». Después, las cosas no habían acabado muy bien. Había sido un estúpido. Ahora, con el tiempo y la distancia, era consciente de ello. Y de que era demasiado tarde.

—Todo el mundo habla de la decepción que supone la primera vez —dijo Grace con tono maternal—, pero es mucho peor si esta es buena. El listón será demasiado alto para cualquiera que venga detrás.

—¿Has venido a darme una charla familiar? ¿Consejos gratis? —bromeó Zero, estaba molesto. No le gustaba que sus intimidades salieran a la luz pero era un mal mentiroso y esa mujer era retorcida y sabía sonsacarle con palabras amables. Porque ese era su principal problema: seguía siendo demasiado confiado con las palabras amables. Quizá por eso se había vuelto tan arisco, una actitud fría no solía corresponderse con amabilidad, mantenía las distancias y se protegía. Era más fácil para todos.

—Te he dicho que he venido por trabajo —recordó Grace—, hablar contigo es placer, no negocios. Esta noche celebran Navidad, ¿lo sabías? —Zero asintió mientras bebía algo de zumo. Recordaba que Iván le había hablado de ello—. Hay cenas, bailes y todas esas cosas típicas tan exóticas.

—No sé qué es Navidad —reconoció Zero encogiéndose de hombros—. Supongo que una de esas cosas que hacen los organizadores del crucero para darnos un motivo para emborracharnos.

Grace se rio y asintió.

—Sí, es una de esas cosas. Antes, en la Tierra, se celebraba. Y algunos tipos importantes que se jactan de tener un linaje puro y que...

—Qué casualidad, como yo —se burló Zero con acritud.

—Sí, como tú. O como tu padre —asintió con una sonrisa—. Néstor celebró la Navidad unas cuantas veces, aunque después dejó de hacerlo. Antes, todo el mundo sabía cuándo era Navidad, ahora, sale en las noticias de las tres junto con la predicción del tiempo. Pero bueno, siempre es divertido hacer fiestas y recibir regalos aunque no se sepa qué se celebra. ¿No crees?

—Por supuesto, como si necesitara una excusa para emborracharme —bromeó Zero.

—Ya, eso he oído —dijo Grace, y Zero se sintió observado. Alzó la mirada desafiante y la mujer no tardó en apartar la vista con aire cansado—. Pero eres joven, guapo y rico, Gabriel tendría que haberlo previsto. No sé de qué se sorprende. Tu tío ha insistido en que te haga volver, pero yo me limitaré a darte su recado. ¿Sabes? No te lo he contado nunca, pero sabía quién eras antes de que saliera todo a la luz. Tu padre contrató a una de mis chicas para que te instruyera, ¿la recuerdas?

Zero asintió.

—Era un niño, ella se negó —dijo, encogiéndose de hombros. Toda esa información se había hecho pública junto con el informe médico que él había hecho llegar a su profesora.

—Me preguntó por ti —dijo Grace—, me preguntó por el niño que tocaba el violín. Dijo que le habría gustado que la hubieran llamado más adelante, cuando estuvieras preparado. ¿Te gustaría verla? Sigue en París, podría conseguirte una cita cuando volvieras. Sería como un regalo de bienvenida.

—No quiero volver, tía Grace —dijo con tono cansado, no era la primera vez que mantenía esa conversación, aunque no fuera con ella—. No hay nada para mí en París.

—Está bien, insistiré en ello en la cena de esta noche —dijo, levantándose para irse.

—¿Cena? Esta noche tengo planes.

—Guárdalos para después de cenar, querido sobrino; la Navidad se celebra en familia.

*

Matar el tiempo era una práctica de caza que se le daba bien. Lo hacía a diario y días enteros se colgaban en su pared de trofeos junto con las horas y los minutos. Ejercicios, fiestas, alguna conferencia, macro-proyecciones, conciertos... Sus pasos, sin rumbo, le llevaron a la cubierta de observación o como llamaban a la parte superior y abovedada de la nave que permitía observar, valga la redundancia, el espacio exterior. Era poco práctico y muy caro, pero a los turistas les encantaba. Imitaba una de esas cubiertas de barco, con el suelo de madera y una barandilla que invitaba a asomarse. Incluso alguien había colocado arcaicos e inútiles salvavidas con el nombre de la nave.

Zero no prestó mucha atención a la gente que paseaba por allí, apenas les dedicó una mirada antes de perderse en el interior del jardín hidropónico que crecía como una exuberante selva en el interior de la semiesfera acristalada. Desde que había empezado el crucero, Zero se había perdido un par de veces por allí dentro. Le gustaba hacerlo. Era estar solo, solo de verdad, solo sin nadie alrededor. De alguna forma, era la forma natural de soledad y esa, ahora, no le importaba.

Cuando era pequeño, pasó mucho tiempo solo, encerrado en una habitación, observado como si se tratara de una rata de laboratorio. Entonces habría dado cualquier cosa por estar rodeado de gente. Lo que entonces todavía no sabía era que estar rodeado de gente no implicaba estar acompañado.

Buscó un sitio a salvo de las miradas curiosas y sacó su cuaderno de dibujo. Un cuaderno de verdad, con papel rugoso, nada de esos sucedáneos tecno-orgánicos. Era papel comprado en Galileo en el barrio de los artistas. Él no podía considerarse uno de ellos, su tío se arrancaría los pelos si se le ocurriera decirlo en voz alta. Y quizá por eso no lo hacía, ese era su secreto. No lo hacía por fastidiar o porque se esperaba que lo hiciera, dibujaba porque le gustaba y si alguien lo descubría, sería como con el violín, tendría que ser más y mejor porque era perfecto, y cualquier cosa por debajo de las expectativas que eso generaba no merecía ser tenida en cuenta.

No sabía si lo hacía bien o mal, y la verdad era que no le importaba.

—¿Quién es? —preguntó Elaine, apareciendo entre la maleza sin que él se diera cuenta. Zero dio un respingo y ocultó el cuaderno, un segundo demasiado tarde.

—Elaine, ¿qué haces aquí? —preguntó, intentando disimular el rubor embarazoso que cubría su rostro.

—Oh, qué bien, recuerdas mi nombre —bromeó la joven de cabello oscuro, sentándose a su lado. Estaba distinta. Apenas recordaba nada de ella más que el vestido vaporoso y poco opaco que cayó al suelo a la segunda caricia. En ese momento, vestía uno mucho más comedido y parecía más joven—. Tenía que hablar contigo y te he seguido. No me esperaba que tuvieras tanto talento, la verdad —dijo, intentando arrebatarle la libreta—. ¿Quién es? ¿A quién dibujabas?

—A Nadie —gruñó Zero guardando la libreta en su estuche—. ¿Qué quieres de mí, Elaine? ¿No es un poco pronto para una fiesta?

—Mi vestido.

—No lo llevo encima, pásate luego por mi habitación y podrás recogerlo —gruñó molesto, y se levantó con la firme intención de irse.

—Está bien —dijo Elaine tirando de su pantalón para hacer que se sentara de nuevo. Zero no se movió. No se sentó a su lado, como ella parecía querer, pero tampoco se marchó como había sido su intención inicial—. Quería verte a solas así que he ido a tu camarote. No estabas. He dado una vuelta y te he visto hablando con la Valicourt. Me he asustado un poco, ¿sabes? —admitió con una sonrisa nerviosa—. ¿Podría poner en mi agenda que estuve contigo anoche?

—Es que estuve contigo anoche —observó Zero—, contigo y con Iván. ¿Hay algún problema con ello?

—No, no, al contrario —dijo Elaine agitando la cabeza—. Pero... ¿te importaría pagarme como si hubiera hecho un servicio? ¡Te lo devolveré, lo prometo, no te preocupes! —se  apresuró a añadir—. Es que últimamente me divierto mucho y facturo poco. Eso es... poco profesional por mi parte —admitió con una sonrisa nerviosa—. Pero... Bueno, hay algunas circunstancias atenuantes pero son muy difíciles de exponer.

—Oh, entiendo, esta noche supuse que Iván era tu amante profesional pero es al revés, ¿no es así?

—No exactamente; Iván es mi prometido.

—Entiendo... —murmuró Zero, aunque tenía que admitir que la revelación le había sorprendido, y más, si recordaba la conversación que habían mantenido mientras ella dormía—. Y no le gusta tu trabajo.

—A Iván no le importa mi trabajo y... lo viste ayer, le encanta colaborar... Pero se supone que tengo que informar a la agencia de cualquier relación ajena a la profesión y este viaje era trabajo, no placer. Él no debería estar aquí. Desde que está aquí yo... trabajo poco. Lo de anoche no era más que diversión, Adam. Eso fue antes de saber que la Valicourt estaba a bordo.

—Y ahora se supone que tengo que hacerte de coartada —dijo Zero, sintiéndose muy idiota. Vamos, de qué se extrañaba, ya debía de estar acostumbrado a que siempre quisieran más de él.

—Te lo he dicho, solo es poner por escrito lo que pasó anoche. Te devolveré el dinero casi en el acto.

—No me importa el dinero —dijo dándose la vuelta—. Me molesta que me hayas engañado. Juraría que os obligaban a identificaros y mostrar las tarifas antes de abordar a un cliente.

—Te lo he dicho; no eras un cliente. Adam, por favor, haré lo que me pidas pero...

—¿Puedo pensármelo? —preguntó Zero.

—¿Qué tienes que pensar? —se extrañó Elaine, parecía realmente nerviosa.

—Tengo que pensar mucho para no decirte que no y punto —replicó—. ¿Por qué no haces que te contrató Iván? —Elaine agachó la cabeza—. Vaya, a ver si acierto: porque es el único que lo ha hecho y no ha pagado cláusula de exclusividad, ¿no es cierto?

—En este tipo de trabajos estoy asignada al barco, no al pasajero, así que no están permitidas las cláusulas de exclusividad. Y también se supone que debería ser más solícita y dar menos negativas. ¡Pero la Valicourt te adora! —insistió—. Mis negativas serán papel mojado si supone que he ido a por un pez mayor, nada más.

—¿No has pensado en cambiar de trabajo? Es obvio que este no se te da muy bien.

—No dijiste eso anoche —gruñó ella.

—¿No has insistido en que lo de anoche no era trabajo? —recordó Zero.

—Por favor —insistió de nuevo con mirada suplicante.

Zero resopló, sabía que tenía perdida esa batalla de antemano, pero al menos, la perdería con sus condiciones.

—No te pagaré por lo de anoche —dijo—. No se me da bien mentir y anoche no fue un servicio. Te contrataré para esta noche. Lo haré bien, te reservaré en la agenda y todo eso y pagaré el plus de compañía. Tengo una horrible cena de Navidad con mi tía y sus amigos y vendrás conmigo.

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