El día en que mi reloj retroc...

Marluieth tarafından

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¿Qué harías si un día lograras regresar tu vida desde el principio? Helena Candiani pudo hacerlo. No sabe có... Daha Fazla

Prólogo
1. Lo que fuí
2. El veneno que no quise ver
3. El acabose
4. Cuando despierta una estrella
5. Mi comienzo
6. Una nueva vida
7. Charly
8. Déjà vu
9. Argelia
10. Lucha de egos
11. Contra corriente
12. Una deuda pendiente
13. San Valentín
14. Detonante
15. Adicciones y otras cosas
16. La historia de un riñón
17. El jardín de las pitayas
18. Una fiesta de niños
19. La casa del monje
20. Bajo una nueva luz
21. Zona Cero
22. Principio de doble efecto
23. Damasco Cortés
24. Indicios
25. Corvus
26. Carpe Noctem
27. Remembranza
28. Estigma
29. La serpiente del Edén
30. Las hermanas de la Merced
--•Espacio para fanarts•--
31. Bajo Juramento
33. Una descarga y una verdad
34. El museo
35. Cuando las máscaras caen
36. Marbella Duchamps
37. Una fachada perfecta
38. El novenario luctuoso
39. Alyeska Bélanger
40. Puesta de Sol
41. Las cartas
42. El mensaje oculto
43. La hoguera y el pájaro
44. Planes y costumbres
45. "V" de Vendetta
46. Verónica Burdeos
47. La madre superiora
48. La pieza que faltaba
49. Lyoshevko Lacroix
50. El Coliseo de las Bestias
51. La marca y la lechuza
52. Suspensión Activa
53. La hora de las bestias, los espíritus y los malditos
54. Bailes que matan
55. La Resistencia
56. Libertad
57. La Máscara Tribal
58. La Permuta del Siglo
59. Herejía
60. Resplandor
61. Hypnos I
61. Hypnos II
62. La prima hora I
62. La prima hora II
63. La Pastorela
64. El último cuervo blanco
65. EL día en que mi reloj retrocedió
꧁༒☬ Epílogo ☬༒꧂
❧Dudas y Curiosidades del Reloj❧

32. No todos los caminos llevan a Roma

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Marluieth tarafından



"La verdad: ese triste personaje de nuestra historia que el miedo sustituyó después de que enfermara"

Se dice que al que madruga Dios lo ayuda, pero la horrible verdad es que madrugar a veces solo sirve para recibir las malas noticias más temprano.

Habían pasado casi dos años desde que había vuelto a Las Hermanas de la Merced y a pesar de que el recibimiento y el trato que me había dado el instituto no había sido precisamente lo que denominaría como cálido, las cosas en mi vida habían transcurrido con relativa normalidad y hasta me atrevería a decir que habían mejorado un poco.

Yo seguía siendo esa niña flaca, ojerosa y solitaria de siempre, y suponía que esa sería una constante que me definiría por el resto de mi vida, pero al menos ahora era voluntario.

Porque en una de mis tantas idas a rezar a las capillas del colegio había descubierto cómo en una especie de serendipia que mientras durmiera ahí, podía descansar como una persona normal. Así que digamos que me había vuelto toda una experta en el arte de dormir mientras fingía estar rezando.

Y eso era hermoso... o no tanto... ya que ahora utilizaba mis noches para investigar, crear teorías con las pocas pistas que ya tenía o cerrar los ojos para tratar de abrir esa maldita puerta.

Una parte de mí sabía que al otro lado encontraría las respuestas que llevaba años buscando, pero mi cuerpo nunca resistía y eso de algún modo, me estaba deteriorando. Porque si ya de por sí durante las noches mis sueños eran todo menos un mecanismo reparador, ahora inclusive se volvían algo exhaustivo... Y mi cuerpo de 13 años lo estaba tomando bastante mal.

Aún no entendía muchas cosas... ¿por qué mis visiones horribles no se manifestaban dentro de esa escuela? ¿Qué o quién estaba ahí? Mi primer Déjà vu había sido ahí... ¿Que había cambiado? ¿Y por qué solo veía las caras en las noches?

"¡Candiani todavía te faltan dos vueltas y si sigues corriendo como si estuvieras cazando moscas van a ser tres!" —gritó el profesor de educación física desde las gradas.

Volqué los ojos. No odiaba correr, pero mi condición física era peor cada día. A veces me daban ganas de solo tirar la toalla... pero no podía hacerlo, esa no era yo.

"¡Osa perezosa refunfuñona!" —gritó Argelia dándome una nalgada mientras me rebasaba. Siempre fue muy ágil y cuando corría me recordaba a una gacela en su hábitat natural.

Le quise contestar pero comencé a marearme. Todo daba vueltas y el corazón me palpitaba con fuerza dentro del pecho, sobre la frente, a lo largo de mis piernas, dentro de la nariz.

Sentí como si todo el líquido que habituaba mi cuerpo estuviera haciendo efervescencia.

Las cosas giraban acercándose hasta casi chocar conmigo y luego se alejaban hasta convertirse en puntos caleidoscópicos.

Por el rabillo del ojo me pareció ver que Argelia corría hacía alguna parte, pero ni siquiera fui capaz de distinguir si se estaba alejando o acercando.

"¡Helena! ¡Tú nariz!" —la escuché gritar desde algún sitio.

Mi nariz se sentía caliente y mi visión era borrosa.

Me costaba enfocar.

Sentí el pasto seco rasparme las rodillas y ahí fue cuando me di cuenta de que había caído.

Algo sonaba muy lejos.

¿Un silbato?

¿Una voz?

"¡Candiani!"—gruñó el profesor trayéndome de vuelta a la realidad—"¿Qué no me escuchó? ¡Vaya inmediatamente a lavarse la cara y luego a la enfermería!"—gritó mientras soplaba con fuerza el silbato plateado que traía colgando alrededor del cuello—"¡Y usted! ¡Acompañe a su compañera! ¡Es el colmo que sucedan este tipo de cosas por falta de condición! ¡No están en edad de comer puro Mc Donald's y otras chatarras! ¡Frutas y verduras señoritas! ¡Frutas y verduras!"—nos siguió regañando mientras nos alejábamos.

"No necesito ir a la enfermería. Solo necesito dormir" —le dije a Argelia en voz baja, sin oponer resistencia ante su agarre.

La sentí asentir ligeramente con la cabeza—"Al menos lávate la cara" —musitó mientras me arrastraba a los lavabos abiertos que estaban situados frente a la cancha de soccer.

Me encogí de hombros. Tenía razón, yo misma sentía mi playera empapada y mi cara pegajosa, despidiendo ese olor a fierro tan característico de la sangre.

En el campo contiguo, el de atletismo, estaban entrenando Verónica, Alan y Deimos para el próximo evento deportivo Inter escolar. Mientras un montón de estudiantes los apoyaban con entusiasmo como si fueran decenas de hormigas alrededor de un dulce que suelta su miel bajo los rayos del Sol.

Ignoré la escena y proseguí con lo mío. La frescura del agua salpicando mi piel se sintió agradable. Envidié a los países de primer mundo que tienen un sistema lo bastante higiénico como para permitirte beber directo del grifo sin temor a contraer amibas o alguna tifoidea.

Los chiflidos y las bullas de los estudiantes comenzaron a sonar con una emoción exorbitante. Estábamos en una escuela católica así que seguramente su entusiasmo no significaba gran cosa. Tal vez era Alan dándole uno de esos termos llenos de jugo de fresas, uvas, guayabas o todas las frutas del mundo combinadas, a Verónica que acababa de terminar la carrera marcando su mejor tiempo, pero también podía ser Deimos mandándole besos al aire a todas esas niñas a las que traía locas.

"El amor esta en el aire"—suspiró Argelia frustrada—"Ojalá todos esos besos fueran solo para mí"

"¿Sabes que otra cosa está en el aire?"—susurré mientras me secaba la cara con una toallita de papel. Ella volteó a verme con una mueca—"Los complejos, los miedos, la lucha de egos, las mentiras, los celos y la soledad"—añadí—"Ah, y dejando de lado las metáforas, también los virus y las bacterias"

"Alguien necesita un café con urgencia"—se quejó.

"¡Moco!"—gritó Alan con un tono entusiasta y demasiado lleno de picardía, mientras se acercaba con su séquito de súbditos, cruzando la inmensa cancha a trote lento.

Torcí los ojos —Genial, lo que me faltaba.

"Aún estás a tiempo de correr" —me sugirió Argelia con preocupación.

"Yo digo que no huir por pereza también cuenta como valentía" —me encogí de hombros.

"¿Qué haces aquí? ¿Viniste a ver el entrenamiento?" —preguntó con genuina curiosidad, mientras se acomodaba esa cabellera qué nunca fallaba en reflejar la luz del Sol.

Últimamente siempre trataba de acercarse utilizando las excusas más estúpidas que su pequeño cerebro humeado podía formular y por supuesto yo había descubierto que tenía un talento innato para ignorarlo.

Comencé a lavarme las manos, haciéndole el mismo caso que se le hace al zumbido de un mosquito.

"¿No vas a contestar? Si lo haces tal vez te regrese tú broche..." —trató de negociar.

¿En serio? ¿Piensas que puedes comprar mi orgullo con un broche?—suspiré con frustración y proseguí a secarme las manos en el pants de mi uniforme para irme de ahí cuanto antes.

"Apuesto a que te quedaste sin aliento después de ver la carrera" —exclamó con orgullo Deimos, mientras colocaba una mano en el bolsillo de sus pantalones deportivos con prepotencia y volteaba a ver a Argelia solo para obtener la satisfacción de ver sus mejillas encenderse. A veces parecía como si coleccionara ese tipo de reacciones por parte de las niñas como si fuera un deporte más.

Verónica soltó una risilla, pero no dijo nada, se limitaba a observar la cutícula de sus uñas para evitar confrontaciones. Se le veía incómoda, si por ella fuera seguramente estaría en cualquier otro sitio.

"¿Por fin se te acabaron las respuestas agrias de siempre moco?" —se mofó Alan mientras se inclinaba con ligereza hacia el frente y levantaba una ceja—"¡Gracias Dios!"—añadió con una sonrisa torcida.

Y como siempre, todo ese público que tanto amaba y que lo seguía a todos lados a ojos cerrados, rió ante el comentario. Aunque seguramente si en ese momento hubiera salido un balbuceo indescifrable de su boca igual se habrían reído con las mismas ganas. Sus ganas de lamerle la suela a sus zapatos eran mucho más fuertes que esas de conservar su dignidad.

"Bostezar es una respuesta tan valida como cualquier otra, Garcés" —le dije mirándolo hacia abajo. El hecho de que los baños estuvieran un par de escalones arriba me ayudaba a hacerlo.

Rió por lo bajo y chasqueo la boca.

"Al menos te hice decir algo"

"Yo siempre tengo muchas cosas que decir pero hoy estoy cansada. Y con sueño, mucho sueño"—bajé por las escaleras para dirigirme a la capilla.

Frunció el ceño con molestia, pero pronto su expresión fue remplazada por esa de evidente sorpresa.

Sus cejas se alzaron de par en par en cuestión de segundos, se veían algo humedas, por el esfuerzo que había hecho minutos antes en el campo.

"¿Que te pasó?" —quiso saber, acercándose instintivamente hacia mi con sus clásicas zancadas largas.

Yo retrocedí un par de pasos a modo de defensa.

Luego lo mire de arriba a abajo como si estuviera demente y continué mi camino, fingiendo que no acababa de preguntar absolutamente nada.

No di más de cinco pasos cuando sentí su agarre insistente en mi brazo.

"¿Por qué tienes sangre en tu playera?"

Quise zafarme de un tirón pero él era más fuerte. Exhale con impotencia y hastío.

"Suéltame"—advertí

"Contéstame primero"—gruñó

"Haa-ah"—musité con hartazgo—"¿Quién crees que eres?"

"Helena..."

"¿Mágicamente ya deje de ser moco y pase a ser Helena? ¡Wow! ¡Logró desbloqueado! Ahora suéltame" —gruñí

Pero no lo hizo, así que le di un puntapié en la espinilla con todas las fuerzas que me quedaban.

"Agh" —se quejó—"A ti el cielo te queda cada vez más lejos"

Fue mi turno de soltar una risa amarga.

"Ay Alan"—lo miré con una condescendencia que incluso me resultó impropia de mí—"A éstas alturas ya deberías haberte dado cuenta que eso a lo que le llamas Cielo es más una colección de momentos que un lugar"

Ni siquiera voltee a verlo después de habérselo dicho. Mi cuerpo se sentía torpe de tanto cansancio.

Dentro de la capilla de inmediato se inhalaba una especie de paz, de esa que solo se consigue cuando te alejas de todas las personas.

Los vitrales en tonos pastel a lo alto de la cúpula, reflejaban sus colores sobre el piso de mármol blanco, como realizando una danza de tonalidades mágicas que bailaban al vaivén de lo sagrado.

Me acomodé en una esquina y me deslicé hacia abajo, recargado mi espalda sobre la pared.

Mis ojos se cerraron casi al instante, con pesadez. No supe cuánto tiempo pasó pero cuando los volví a abrir, me sentí claramente desorientada, y con la garganta seca. Eso siempre me pasaba cuando me dormía con la boca abierta.

Inhale el aire hasta sentir que había llenado por completo mis pulmones. Lo hice varias veces. Era uno de mis trucos cuando necesitaba terminar de despertar rápido: oxigenar mi cerebro con bastas bocanadas de aire para sacarlo del trance.

Por la mañana las monjas habían mandado nuevamente un correo rechazándome para poder participar en un programa que te permitía realizar tu primera comunión y tu confirmación en Roma, en el Vaticano.

Llevaba casi tres intentos y todos me los habían negado. El clasismo, el elitismo y la burocracia siempre han sabido cómo aplastarle los sueños a la meritocracia, utilizando las excusas más estúpidas.

Froté mi entrecejo con frustración.

A veces sentía como si todos los caminos que quería tomar, se me cerrarán sobre las narices mucho antes de acercarme.

Fijé mis ojos en la mesita de las ofrendas, estaba tallada en piedra gris y tenía esculpido una especie de Sol naciente que se desdibujaba dentro de una copa delineada en metálicos.

Se me arrugó el corazón cuando no pude evitar acordarme de Damasco, de su par de soles desvaneciéndose.

En estos dos años lo había intentado contactar tal vez mil veces, hasta rayar en lo ridículo. Me había vendido la idea de que lo hacía porqué quería ayudarlo. Suspiré derrotada... muy en el fondo sabía que yo lo necesitaba a él mucho más de lo que él a mí. Y eso dolía.

Una sonrisa llena de melancolía apenas y se dibujó sobre mis labios.

Tal vez si hubiera sido más paciente y no hubiera cedido ante mi súbita explosión de sentimientos para pedirle ahí mismo que se quedara conmigo, las cosas ahora serían diferentes.

Pero nunca he sabido cómo contar hasta diez sin llegar a tres y lanzarme.

Y lo había arruinado todo.

En casa las cosas transcurrían casi con normalidad, pero había algo que no dejaba de darme una mala espina.

Mis padres habían podido realizar con éxito todos los trámites de adopción correspondientes para adoptar al pequeño niño que había logrado rescatar de La casa del Monje. Y ahora se llamaba Jonathan. Y me alegraba muchísimo que le hubieran puesto así y no Charly.

La cosa con Jonathan era que había tomado de bastante tiempo y esfuerzo el llevar a cabo las distintas terapias y evaluaciones por parte de los especialistas en el área de la salud mental, para que la pobre criatura dejara de ser un sudoroso manojo de nervios e incontinencia y pudiera recuperar el habla.

Y lo había hecho, ya comenzaba a hablar y a conducirse como se esperaba que lo hiciera un niño de su edad. El problema venía cada vez que me veía, porque no importaba cuantos avances hubiera hecho siempre retrocedía e incluso empeoraba.

Comenzaba a temblar.

Sudaba frío.

Tartamudeaba hasta perder el habla.

Sus ojos se tornaban vacíos

Sus pupilas se dilataban como lo hacen las de quien se sabe perdido.

Y luego se orinaba sobre sí mismo, cediendo ante los impulsos de un cuerpo que no puede manejar ni procesar la impresión.

Los especialistas nos habían dicho que eran tan solo los estragos de un estrés postraumático, y me había permitido creerlo, tenia sentido. Y lo tuvo... hasta que una noche nos cruzamos en el baño por accidente y entonces su semblante se había convertido en uno de verdadero terror, perdiendo su color por completo, como si acabara de ver un fantasma.

Lo peor había venido después...

Se abrazó los brazos con tanta fuerza, como si estuviera tratando de usarlos para protegerse y ni siquiera se percató de que se había rasgado la piel con las uñas y había comenzado a sangrar.

Y ante semejante escena traté de acercarme para tranquilizarlo pero gritó:

"¡Noooo!"—retrocedió con una rapidez desmesurada hasta estrellarse violentamente contra el mosaico del baño, el estruendo de sus huesos crujiendo contra la loza, se escuchó en toda la casa—"¡No quiero! ¡Ojos! ¡No quiero!"—se llevó las manos al rostro mientras comenzaba a ensuciarse con sus propios orines—"No... ojos... oscuridad"

Luego se había quedado tan lánguido y derrotado, como un pequeño muñeco sin vida que me observaba con un pánico que se rehusaba a irse y seguía repitiendo apenas en un susurro y casi en forma mecánica— "No... ya... no... ojos... ya... no"

Su corazón se veía latir con tanta fuerza a través de la tela de su pijama que estaba segura de que estaba a punto de darle una taquicardia.

Entonces mis padres habían aparecido y en su intento por tranquilizarlo y meterlo a la regadera para asearlo y cambiarle la ropa orinada, antes de llevarlo a la clínica, se había retorcido tanto y con tantas fuerzas, que primero tuve que irme yo antes de que pudieran hacer algo.

Afortunadamente las distintas inversiones que los había hecho hacer, comenzaban a dar sus frutos y eso les daba la holgura y la tranquilidad de poder llevarlo con los mejores especialistas para poder tratarlo.

Pero Jonathan claramente no me quería cerca. Había algo en mí que lo perturbaba al punto de hacerlo perder los estribos.

Una oscuridad de la que sólo el y yo éramos conscientes.

Ese episodio me hizo sentir curiosidad por revisar sus expedientes psicológicos y entonces, con sumo cuidado y cautela, había logrado hacerme con una de las muchas pruebas que le había hecho su psicoanalista para evaluarlo: un dibujo.

Un dibujo que mostraba su percepción de nuestra familia, de mí familia.

En ese dibujo mis padres estaban representados por un par de hermosos muñecos hechos de torpes bolitas y palitos que traían una sonrisa que abarcaba casi la mitad de sus caras. Y sus brazos eran dos curvas largas que lo rodeaban como si lo estuvieran protegiendo.

Mi hermana era una especie de princesa con alas que le aventaba una pelota roja para jugar. Ella también sonreía.

Él estaba al centro de dibujo, en cuclillas, pero no tenía rostro.

Y luego estaba yo. Dibujada en una esquina como un horrible manchón oscuro haciendo una mueca tétrica, mis ojos estaban desdibujados, torcidos y tan oscuros que mis pupilas parecían haberse apoderado de toda mi cuenca ocular. Y lo veía, acechándolo como lo hace un depredador listo para clavar sus fauces en la yugular de su presa designada.

Batí mis pestañas con incredulidad y entonces sus palabras inundadas en pánico, resonaron aún con más fuerza dentro de mi cabeza.

"No quiero"

"Ojos"

"Oscuridad"

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