El día en que mi reloj retroc...

By Marluieth

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¿Qué harías si un día lograras regresar tu vida desde el principio? Helena Candiani pudo hacerlo. No sabe có... More

Prólogo
1. Lo que fuí
2. El veneno que no quise ver
3. El acabose
4. Cuando despierta una estrella
5. Mi comienzo
6. Una nueva vida
7. Charly
8. Déjà vu
9. Argelia
10. Lucha de egos
11. Contra corriente
12. Una deuda pendiente
13. San Valentín
14. Detonante
15. Adicciones y otras cosas
16. La historia de un riñón
17. El jardín de las pitayas
18. Una fiesta de niños
19. La casa del monje
20. Bajo una nueva luz
21. Zona Cero
22. Principio de doble efecto
23. Damasco Cortés
24. Indicios
25. Corvus
26. Carpe Noctem
27. Remembranza
28. Estigma
30. Las hermanas de la Merced
--•Espacio para fanarts•--
31. Bajo Juramento
32. No todos los caminos llevan a Roma
33. Una descarga y una verdad
34. El museo
35. Cuando las máscaras caen
36. Marbella Duchamps
37. Una fachada perfecta
38. El novenario luctuoso
39. Alyeska Bélanger
40. Puesta de Sol
41. Las cartas
42. El mensaje oculto
43. La hoguera y el pájaro
44. Planes y costumbres
45. "V" de Vendetta
46. Verónica Burdeos
47. La madre superiora
48. La pieza que faltaba
49. Lyoshevko Lacroix
50. El Coliseo de las Bestias
51. La marca y la lechuza
52. Suspensión Activa
53. La hora de las bestias, los espíritus y los malditos
54. Bailes que matan
55. La Resistencia
56. Libertad
57. La Máscara Tribal
58. La Permuta del Siglo
59. Herejía
60. Resplandor
61. Hypnos I
61. Hypnos II
62. La prima hora I
62. La prima hora II
63. La Pastorela
64. El último cuervo blanco
65. EL día en que mi reloj retrocedió
꧁༒☬ Epílogo ☬༒꧂
❧Dudas y Curiosidades del Reloj❧

29. La serpiente del Edén

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By Marluieth



"El problema no es la máscara. El problema es frente a quien cae..."

Nunca antes había sentido curiosidad por la Iglesia del pueblo —hasta ahora— o por cualquier otra siendo honesta... Pero decir que me quede muda en cuanto la vi era poco... La construcción que se erguía frente a mis narices era una réplica exacta pero mucho más pequeña de La Saint-Germaine-des-Prés. Sí, la espeluznante iglesia parisina de mis sueños.

Al principio me costó trabajo darme cuenta... los colores eran otros, las pinturas religiosas estaban hechas por pintores locales, y no había enormes candelabros colgando o columnas góticas detalladas con figuras esculpidas hasta el hartazgo, ni tampoco habían decorado cada esquina del lugar con pintura de oro; la modestia puede ser un excelente disfraz, pero también es cierto que cuando de primeras impresiones se trata, tanto el manto nocturno como el dorado astro solar, tienen el poder de jugar con la identidad hasta de una simple roca.

Aquel día selló nuestro destino para siempre. Y jamás voy a poder perdonármelo. Lo siento... lo siento muchísimo... ¡Si tan solo hubiera sido más prudente! ¡Más valiente!

La ignorancia puede llegar a ser aterradora, pero tampoco te exime de la culpa, y siempre seré culpable, lo sé.

Se me hizo tan fácil utilizar aquella nueva, joven y encantadora amistad que había forjado con Damasco Cortés. Y sí, tristemente esa sed de respuestas que se había anidado en mi garganta cual pájaro carroñero privado de alimento hasta el desquicio, me hizo sacar lo peor de mi.

¿Fue el destino?

Quizás... pero es una palabra que considero demasiado fuerte como para usarla con tanta ligereza.

¿Quieres seguir leyendo? Este no es tu típico cuento de hadas, te advierto que te haré odiarme.

Bien... ¿Empezamos?

Nos recuerdo escondidos, ocultándonos entre las alargadas bancas de madera de la Iglesia. Nuestros menudos cuerpos de niños nos permitían hacer eso, y por supuesto que todo había sido idea mía. Él tan solo había ido detrás de mí, como la palomilla condenada que busca siempre la mortal llama de la vela.

Llevaba semanas prácticamente acosándolo hasta el hastío, para que me dijera todo lo que sabía con respecto a la Iglesia y esos planos misteriosos que estaban en vísperas de salir a la luz, después de llevar años guardados y empolvándose bajo llave, ocultos de los ojos del mundo.

La última misa de la tarde había terminado y las decenas de pasos de los feligreses se escuchaban alejarse envueltos en murmullos y el típico tumulto de las masas... Y muy a pesar de todo el ajetreo recuerdo haber visto a su inconfundible par de ojos color color ámbar dudar. Quería irse, escapar... pero no lo dejé.

El egoísmo ganó la batalla por vez primera en aquella ocasión, luego le siguieron muchas...

"No seas cobarde Damasco Cortés... solo son un montón de papeles" —mascullé agarrando su muñeca, esa que nunca volvió a ser tan delgada como lo era por aquel entonces.

Su piel se erizó bajo mi tacto.

Tal vez era su cuerpo diciéndole que debía estar alerta.

O tal vez era su instinto de supervivencia gritándole que aún estaba a tiempo de huir.

Pude sentir su pulso acelerado retumbar contra mis dedos.

Su par de soles se clavó sobre mis ojos como agujas, afilados y molestos. Con la fuerza de un par de rendijas que apenas y dejan pasar escasos rayos de luz... sin saber que serán suficientes para calcinarlo todo.

"Exacto, solo son un montón de papeles, no entiendo porque estamos haciendo esto... No es el cofre de un tesoro Helena" —me reclamó zafándose de mi agarre con la intención de escabullirse hasta la salida a rastras.

¡Ojalá hubiera sido un tesoro y no un montón de malditos papeles! ¿Verdad? Pero no corrimos con esa suerte.

Me abalancé sobre él y presioné mi cuerpo sobre el suyo. Ahogando su quejido bajo mi peso. El comer como cerdo en engorda no me había hecho ágil, pero sí pesada, y estaba dispuesta a utilizar todas las armas que tenía a mi alcance de ser necesario.

No había vuelta atrás.

"¿Q-que haces?" —preguntó sorprendido. La luz de las velas iluminó su cara; dejándome ver un color rojizo escalar por su cuello hasta acentuarse sobre sus mejillas.

"Shhhh" —puse mis manos sobre su boca—"Ya casi es hora de la cita entre el arquitecto y el padre, tú único trabajo es acompañarme, no quiero que me regañen a mí sola si me descubren, ademas tú te llevas bien con los dos"

Frunció el ceño y apartó el rostro. Sus mejillas se rehusaban a perder su color. Y su rostro estaba invadido por una incomodidad que parecía jamás haber experimentado antes.

"Eres una niña. Deberías estar interesada en comprarte zapatos o vestidos o muñecas ¡No en esto!" —se quejó.

"¡Shhhhh dije!" —lo asesine con los ojos— "¿Por qué tanta prisa por abandonar nuestra misión? ¿Tantas ganas tienes de regresar a tu casa para que tu tío borracho vuelva a romperte la cara como siempre? ¡Por una vez en tu vida fájate los pantalones!"

Golpe bajo, lo sé.

Pero eso lo hizo callarse.

Su cuerpo se volvió blando bajo mi peso.

No pasaron más de 20 minutos cuando escuchamos —por fin—a la gigantesca puerta de la entrada, crujir anunciando la llegada de tan esperada visita.

"¡Padre Francisco!" —gritó una voz, desde el sendero de luz que se había formado con el movimiento de la puerta—"¡Soy yo, el arquitecto Gabriel!"

El padre terminó de acomodar la copa de la comunión detrás de una pequeña puertecita dorada que dibujaba una cruz, a un lado del estrado y habló.

" ¡Ah, buenas tardes arquitecto! Ya lo esperaba" —sacudió sus manos— "Pase por favor... ¿Vino solo, verdad?" —quiso saber.

"Como usted pidió"

"Bien, bien... muy bien"—asintió quitándose la la parte púrpura de la sotana que había adornado su vestimenta durante el día —"cierre la puerta y sígame"

El hombre hizo lo que le pidió.

Los pasos de ambos hombres hicieron un eco tétrico por el lugar.

La respiración caliente y acelerada de Damasco me rozaba el cuello.

"¡Tanto misterio solo por la remodelación de una cúpula y unas campanas!" —se quejó el arquitecto.

"¿Que puedo decirle Gabriel? ¡Ya sabe cómo son estas cosas!" —río nervioso el padre—"Son órdenes que vienen desde Roma ¡Imposibles de ignorar!"

"Ya, ya..."—musitó el arquitecto—"Pero, ¿desde Roma y hasta acá? ¡Se me hace muy exagerado! ¡Con perdón de Dios!"

El padre soltó una carcajada divertida.

"No es un hasta acá arquitecto es más bien un sobre todo acá..."—observó el padre—"La iglesia siempre ha sido muy celosa con algunas cosas, pero no lo quiero aburrir hablando de más Gabriel ¡Usted sabe que soy el más interesado en la remodelación! ¡Así que estamos en el mismo barco!"

"Aún así padre... ¿tanto rollo por unos planos viejos?" —cuestionó el arquitecto con incredulidad.

"Es lo mismo que yo digo..." —me susurró Damasco al oído.

Le patee la ingle con suavidad. La próxima iba en serio.

Vi su manzana de Adán moverse hacia arriba y hacia abajo cuando tragó saliva, nervioso.

"¿Que le puedo decir arquitecto? La iglesia aún le tiene terror a sus viejos demonios..." —escuchamos nuevamente la voz del padre acompañado de un breve sonido a madera crujiendo y el inconfundible chillido del pretil de una puerta clamando su tan necesario baño de aceite—"Como sea, aquí están los planos, revíselos todo lo que quiera, pero no se le vaya a ocurrir sacarlos de la capilla de las penitencias"

"¿Puedo tomar fotos?"

"Mi trabajo es decirle que no, pero yo no estaré aquí después de las 8:00 pm de cada día, haga lo que necesite hacer para que quede bien mi Iglesia"

"¿Y los va a dejar ahí? ¿Así como así?"

"Estamos en un pueblo arquitecto... a nadie le interesan esos planos más que al Vaticano, y nadie aquí usa la capilla de las penitencias de todas formas, la gente prefiere hacer penitencia en la comodidad de su casa, ya sabe..."

"Pues gracias por la confianza padre, le echaré un vistazo a los planos para empezar con el presupuesto y que esto arranque de una buena vez"

"Haga lo que tenga que hacer, pero hágalo con discreción" —habló el padre, alejándose de lo que suponíamos era esa famosa capilla obsoleta.

La luz de la vela que sostenía con las manos cuando se fue, nos hizo saber que dirección tomar cuando llegara el momento de movernos de nuestro improvisado escondite.

"Si sabes que no eres ligera como una pluma ¿verdad?" —me cuestiono Damasco acentuando su gesto de enfado. Sus ojos estaban tan embriagados por la molestia que casi ardían hasta emitir su propia luz entre la oscuridad.

"¿Te vas a comportar?"'—quise saber

"¿Me dejaste opción?"—gruñó—"Si salgo ahora el arquitecto me va a dejar sin trabajo"

Estudié su expresión con la mirada y luego de un rato, me bajé de encima, rodando sobre mi costado.

"No se te vaya a ocurrir hacer un show para que nos descubran" —lo amenace, agarrando su sudadera para que me viera a los ojos, iba en serio.

Apartó mi mano como si le hubiera dado una descarga—"Créeme que a estas alturas del juego el más interesado en que no lo hagan soy yo"

Sonreí.

La sudadera vieja que lo había visto usar más veces que otra cosa, hacía un contraste bastante acertado con sus ojos, y su piel, y también con el resto de sus facciones, esas que apenas y comenzaban a aventurarse por el camino de la pubertad.

"Tienes una cara muy linda, pero tu experiencia con niñas da asco" —lo molesté para pasar el rato y aligerar la tensión—"¿Te puse nervioso? ¿Tan rápido te enamoraste de mí?" —el color regresó a sus mejillas más fuerte que antes —"Y espera a probar mi pay de queso crema con zarzamoras, vas a querer estar pegado a mi todo el día"

Quiso decir algo pero no pudo. Su cuerpo entero parecía estar ardiendo con miles de emociones que le bloquearon el habla.

"Es broma Jafar" —le aseguré—"Excepto lo de que tu experiencia con niñas da asco, porque es obvio. Y lo del pay de queso crema con zarzamoras también es verdad, solo que jamás en la vida te dejare probarlo, porque me gusta demasiado como para compartirlo"

Frunció el ceño.

"¡No creo que tengas más experiencia que yo con chicos!" —exclamó ofendido, cruzándose de brazos.

"Te sorprenderías..."

"Yo he besado a muchas niñas"

"¿Y luego? ¿Te aplaudo o te aviento confeti?" —reí

"¿Haz llegado más lejos?" —la sorpresa le sentaba bastante mal a su cara.

"Un beso no es llegar lejos..."

"¿Que tanto? ¿Que tan lejos?"

"No quieres saberlo Jafar, solo te dire que te sorprenderías muchísimo a pesar de que la historia no tiene aliens ni espartanos" —reí aún más.

"¡Claro que no! ¿Por qué? ¿Por qué me sorprendería?"

"Porque mis experiencias en el amor están para morirse" —jaque mate—"Y ahora cierra la boca que ya viene tu arquitecto adorado de regreso"

El enfado en su cara permaneció, pero se calló de todas formas.

El arquitecto salió de la Iglesia a paso veloz mientras hablaba con alguna persona en su celular. Su timbre de voz cargaba tintes de urgencia.

La luz de las velas apenas e iluminó su silueta cuando pasó apurado a un lado de nosotros sin siquiera imaginar que llevaba tiempo siendo acompañado. Sus canas brillaban como cuantiosas hebras de plata, que se apagaban y se volvían a encender a cada paso.

Escuchamos a la inmensa puerta de madera crujir detrás de su figura e intercambiamos miradas tan pronto como el hombre se había ido.

"¿Carreras a la capilla de las penitencias o qué?" —me retó estirándose con soltura en cuanto consideró que ya podía levantarse sin que le costara un acertado puntapié en la ingle.

Me puse de pie también.

"¿Y esa nueva valentía? ¡Habría estado bien que hubiera aparecido una media hora antes!"

"Ya nadie puede despedirme Helena, no te quejes" —torció los ojos como si fuera lo más obvio del mundo—"¿Entonces qué? ¿Cuento hasta tres y corremos?"

Solté la carcajada. Era un tremendo fracaso en todos los deportes habidos y por haber, pero en eso de huir por mi vida había demostrado ser bastante hábil.

"Esta bien"

Contó y corrimos, y nuestros pasos se escucharon como pequeños ecos apresurados golpeando el lugar por aquí y por allá. Causando un divertido estruendo en aquel espacio que ahora era completamente nuestro.

Pero para mí sorpresa, perdí la carrera... no conté con que si había alguien mejor que yo en eso de huir por su vida, era Damasco Cortés. Que corría con todas sus fuerzas cada tarde hasta escalar la torre más alta y evitar ser golpeado por un tío alcoholizado.

La imagen de un humilde samaritano implorando perdón y siendo consolado por la mano celestial de un ángel, yacía justo frente al lugar por el que había salido el arquitecto y un poco antes, el padre.

Tan pronto nos acercamos al par de puertecitas de madera calada, que nos separaban de la capilla de penitencias, sentí un nudo en el estomago, pero lo ignoré, más o menos... porque entre mi ola de nerviosismo tomé la mano de Damasco antes de comenzar a caminar otra vez, apretándola contra la mía para desacelerar mi corazón. Él me devolvió el gesto, pero la enorme diferencia fue que eso hizo que el suyo comenzara a latir como demente.

Ese fue uno de mis más grandes errores. Tuve tres antes de caer al abismo, o la grieta... que es aquí, desde donde te escribo.

La oscuridad que nos rodeaba era sofocante, y casi podía escuchar mi corazón retumbar dentro de mis tímpanos, y sentir el de Damasco a través del piel.

La capilla tenía forma de un pequeño óvalo y los famosos planos yacían desplegados sobre una vitrina rectangular que albergaba la estatua de una virgen con los ojos cerrados, como si fuera la versión católica de la bella durmiente; arropada de pies a cabeza con el verde de la naturaleza y estrellas doradas de grande a chica, como toda buena imagen guadalupana. Su tez morena clara había comenzado a pelarse, y su larga y oscura cabellera se dejaba caer alrededor de su rostro con soltura.

Estar rodeados por tantas estatuas religiosas daba miedo, muchísimo... sobre todo cuando sentías que todos esos ojos ocultos entre las sombras estaban fijos sobre tu espalda, acariciandote las vértebras.

Sentí los músculos de la mano de Damasco tensarse, pero nunca soltó la mía. Podía haberlo molestado bastante hacía unos minutos pero la verdad para tener solamente catorce, los pantalones le sobraban.

Y en cuanto vi el montón de inmensas hojas amarillentas y rasgadas desplegadas frente a mí, un pequeño torbellino de emociones varias se desplazó a través de mis huesos y de inmediato sentí una extraña atracción casi magnética que me hizo caer en una especie de estado hipnótico y antes de que pudiera pensármelo dos veces, pose mi mano sobre el exquisito papel para sentir su textura, como si necesitara hacerlo más que cualquier otra cosa en el mundo.

Una aguda ventisca fría me caló los huesos y por la expresión de Damasco supe que el había sentido lo mismo. Pero no nos dió tiempo de decir nada, porque todo a nuestro alrededor comenzó a temblar con una violencia alarmante y desconocida.

El sonido de la madera quejándose ante el movimiento se apoderó del lugar.

Las campanas comenzaron a golpearse entre sí a lo lejos, creando un estruendo que ensordecía, que dolía.

Y de pronto el vidrio bajo los planos se desmoronó como arena frente a nosotros, acompañado de la aguda risa de una mujer.

¡Jajajajaja!—

La risa se escuchó como afilada guadaña por todo el lugar. Quise gritar, correr, pero la impresión había paralizado nuestros cuerpos por completo; dejándonos sin habla, sin nada.

La estatua de la virgen de Guadalupe, se levantó del piso; sonriendo. Su cabeza torcida tardó unos segundos en enderezarse, y su cuerpo tronó como si se estuvieran rompiendo un millón de copas cristal.

¡Quién hubiera pensado que las agallas de un cuervo insignificante llegarían tan lejos!— sus ojos se clavaron sobre mí, los sentí aunque se veían como un par de agujeros sin fondo; ínfimos y huecos.

¡No se supone que tú debías despertar criatura! Tú terquedad ha echado a andar nuevamente la maldita rueda—me acarició el rostro con sus dedos de cerámica. Uno de ellos se trozo y cayó al piso, pero no pareció importarle o sentirlo.

Aún no sabes lo que eres y ya tienes incompleto tu dibujo la cerámica en su rostro se cuarteó, dibujándole una sonrisa macabra que le llegó hasta las orejas—¡Patético!— gritó.

Sentí mi cuerpo comenzar a romperse justo en los lugares en donde había visto los extraños símbolos dibujados sobre mí piel; como si se estuviera cuarteando un cascarón, o como si mis venas estuvieran bombeando magma. El agudo dolor me hizo arquear la espalda y tuve la breve impresión de que mi propio cuerpo emitía una especie de luz.

Grité con todas mis fuerzas pero no pude emitir sonido alguno: mis cuerdas vocales estaban congeladas dentro de mi garganta; y el hielo que se había apoderado de ellas, quemaba, ardía, sofocaba.

Mis ojos le pidieron clemencia a la vida, al mundo, a Dios...

La figura se rio aún más, torciéndose y dejando caer más pedazos que se hicieron añicos en cuanto golpearon el suelo.

¡Se burlaron de nosotros! ¡Nos cazaron como ratas y nos prendieron fuego!— continuó gritando mientras la pared se abría en dos, dejando ver a una gigantesca serpiente negra que se escurría con destreza entre las tinieblas, hasta colarse a la habitación.

No les temas criatura... las han hecho ver como quienes te hacen doblegarte a la tentación, pero ella solo viene a darte un regalo— susurró, volteando su cabeza hasta torcerla de forma inhumana, sus cabellos se enredaron sobre el cuerpo de la serpiente, decapitando a la figura de la virgen en el acto—¡Corre!

Volví a sentir los músculos de mis piernas vibrar y comencé a correr, aterrada. Mi mano seguía unida a la de Damasco pero él parecía tan solo un saco sin vida, completamente dócil ante mis movimientos.

La bestia atravesó la iglesia rompiendo una hilera de bancas de madera a su paso. La cabeza de cerámica rebotaba en su espalda y los pedazos de madera cayeron a nuestro alrededor como si algo hubiera explotado.

Sentí algunas astillas volar hasta clavarse en mi piel.

No había forma de esconderse, iba a por mí.

Seguí corriendo pero cada vez la sentí más cerca. La risa de la mujer inundaba el lugar.

Y las campanas seguían retumbando con furia, como si estuvieran vivas. Las figuras comenzaron a llorar sangre y sus cabezas comenzaron a torcerse, cayendo cerca de mí para cortarme el paso o amenazar con morderme las piernas.

El gigantesco animal se irguió inmenso frente a nosotros, doblándonos la altura, sus ennegrecidas escamas destellaban amenaza y respeto, pero sobre todo, terror.

La risa de la mujer cesó.

Extraña forma de dar las gracias antes de recibir un regalo—dijo desde algún sitio, pero se sintió como si me estuviera susurrando al oído.

La serpiente siseo mostrando sus inmensos y afilados colmillos blancos y sin darme tiempo a nada, se lanzó directamente hacia mi rostro, con las fauces completamente abiertas.

Cerré los ojos a la espera del desgarre, pero la mordida nunca llegó.

El corazón me palpitaba con tanta fuerza que sentí que podía abrirme el pecho y escaparse.

"¡Ahhhh!" —escuche a Damasco gritar.

Abrí los ojos de súbito, y volteé a verlo, horrorizada.

El animal lo había prensado del brazo con fuerza. Al parecer había podido reaccionar en cuestión de segundos para escudarme la cara.

Intentó zafarse de su agarre pero eso solo hizo que la serpiente se retorciera aún más para afianzarse a el; tensando sus inmensas fauces para dejar en claro su papel de depredador.

La sangre caliente comenzó a escurrir a borbotones, tiñendo el inmaculado piso de rojo.

¡Pero que lástima!—exclamó la voz de la mujer vibrando desde la cabeza de cerámica que se balanceaba sobre el lomo de la serpiente, controlando sus movimientos como si fuera un ventrílocuo infernal.

Las campanas dejaron de sonar.

Mi regalo se ha desperdiciado en un estúpido humano. De esto te arrepentirás cuando te des cuenta quien eres —gruñó la mujer.

La serpiente abrió la boca, dejando ver sus alargados colmillos de marfil empapados de rojo carmín, y lo soltó sin más, aventando su cuerpo como si hubiera comenzado a quemarle.

"Con este brazo le cerrarás los ojos al ser que te ame más"las paredes crujieron ante el peso de las palabras.

La figura de la serpiente se convirtió en humo negro, desapareciendo en el aire.

Y luego todo regreso a la normalidad como si hubiera sido un mal sueño, con excepción del brazo de Damasco, que siguió tiñendo el piso de rojo.

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