Cuando salí de la oficina de Blanc, fui rápidamente a contárselo a Claude y él se emocionó por mí aunque se notaba la envidia porque lo único que sabía de sus padres era que eran mercaderes.
Claude y yo comenzamos a hablar de cómo serían nuestras vidas sin nuestras dificultades físicas y también hablamos de cuando seamos libres, y entre charla y charla ideamos un plan.
Todo empezó cuando vimos como Jerome, el gato que manteníamos en el ático secretamente, bajaba por el no tan alto edificio como si fuera una escalera. Era un edificio con 4 pisos y desde el ático podías arrastrarte como en una rampa o bajar como en una escalera para luego salir deslizándote. Claude comenzó a llorar porque su enfermedad no lo dejaría escapar y yo le dije que dejaríamos su silla de ruedas en la entrada por la noche y nos levantaríamos 2 hora antes de que Madame hiciera su rutina a las 6:00 a.m. de vigilancia y yo lo cargaría hasta el ático para deslizarnos y salir corriendo hasta las calles de la gran París.
Claude aceptó y bajamos a los dormitorios.