A STORM LIKE HER ━ Gale Hawth...

By andreasinfinity

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A STORM LIKE HER | Thyra sabe que no puede rendirse, porque si lo hiciera, la muerte de su hermana Eyna no ha... More

A STORM LIKE HER
BOOKTRÁILER
ACTO PRIMERO
  i. Juegos de palabras
  ii. El nuevo destino de Thyra
  iii. Los Juegos del Hambre
  iv. El chico de los ojos grises
  v. El caos de la chica en llamas
  vi. El odio que nos une
  vii. El juego del traidor
  viii. Grábalo
  ix. Si nosotros ardemos, tú arderás con nosotros
  x. La caza del cobarde
  xi. Rosa roja
  xii. Negro
  Epílogo: Por Eyna
ACTO SEGUNDO
  i. Distracciones
  ii. Algo personal
  iii. Que comience el Juego
  iv. Hoy no
  v. No cometen errores
  vi. Comandante al mando
  vii. Voy a por ti
  viii. El caos está aquí
  ix. Acércate
  x. Un mundo mejor
  xi. Con vida y con traición
  Epílogo: Panem libre
ACTO TERCERO
  i. Volver a casa
  ii. En nuestra nueva casa
  iv. Con ella
  v. Sanar
  vi. Sí quiero
  vii. Baila conmigo
  viii. Derecho y deber
  ix. No voy a perderte
  Epílogo: Una tormenta como ella
ACKNOWLEDGMENTS

  iii. Primera pesadilla

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By andreasinfinity

CAPÍTULO TRES: PRIMERA PESADILLA

LE ABRO LA PUERTA DE CASA y le doy su copia de las llaves antes de que entre. Meto la maleta dentro mientras Thyra mira a su alrededor.

—Está algo vacía, pero supongo que con el tiempo podemos decorarla un poco más —murmuro.

—Es preciosa.

Ella se quita el abrigo y se lo cojo de la mano antes de ponerlo en el perchero. Lo cuelgo y ella camina alrededor de la planta baja de la casa. Se sienta en el sofá y suspira.

—¿Te apetece algo de comer? No es muy tarde aún.

Ella parece pensárselo y luego asiente.

—Bueno, pero algo ligero, tampoco tengo mucha hambre.

Abro la nevera y saco un poco de carne que me ha sobrado de la comida. Se la enseño y ella asiente. La pongo en el microondas y saco un par de cervezas.

Llevo las bebidas y un plato de comida a la mesa. Se lo ofrezco con un tenedor y ella empieza a picar del plato.

—¿Una cerveza? Para celebrar nuestra vida el común.

Thyra se ríe, pero asiente.

—Claro, Hawthorne. Ya veo que te vale cualquier excusa para beber.

Me encojo de hombros, pero tras abrir las botellas le doy un trago a la mía.

—Es sólo una.

Ella asiente y brindamos.

Nos quedamos en silencio hasta que se acaba la carne. Dejo el plato en el fregadero y vuelvo a sentarme junto a ella.

Está tan cerca. Quiero abrazarla, pero me contento con que mi muslo se roce contra el suyo por nuestra proximidad.

—¿Cuántos años tienes, Gale?

La pregunta me toma por sorpresa, pero más me impresiona el hecho de que tenga que pensar la respuesta bien. Me rasco la cabeza.

—Pues ya he cumplido los veinte. No me había dado cuenta.

Ella asiente y le da un trago a su cerveza.

—Papá y yo nos dimos cuenta hablando de que yo cumplí los diecinueve mientras estábamos en el Trece. Es como si nuestra vida hubiese quedado atrás y ya no nos acordásemos ni de nuestros cumpleaños —dice con pesar.

Asiento, intentando calcular si alguno de mis hermanos ha cumplido años durante la guerra.

—¿Cuándo es?

—¿Qué?

Miro la calle por la ventana. Las demás casas son muy parecidas a esta.

—Tu cumpleaños. ¿Cuándo es?

—El veintiocho de octubre. ¿Y el tuyo?

Le doy una sonrisa de soslayo.

—El cinco de noviembre.

Ella me sonríe y me da con el codo.

—No se aleja del mío.

Elevo las cejas mientras bebo de la cerveza. Nos invade otro silencio mientras miramos por el ventanal hacia la calle, pero con ella los silencios no suelen ser incómodos, y este no es una excepción.

—¿Qué tal el trabajo?

Me encojo de hombros.

—Bien —le digo—. Ya sabes, voy a la oficina del Ministerio en ese cochecito negro, me siento tras una mesa, hago papeleo, compruebo que todos los agentes nuevos se comporten y sean aptos para el trabajo... —Suspiro—. Sólo llevo dos días y ya me aburre.

Ella se ríe. Dejo la cerveza en la mesa y le cojo la mano. Me late el corazón muy deprisa cuando ella entrelaza sus dedos con los míos. Miro nuestras manos unidas: la suya es muy pequeña en comparación con la mía.

—Bueno, aquí estaré yo cuando vuelvas mañana.

Apoya la cabeza en mi hombro y suspiro.

Nos quedamos en silencio, ella ahí quieta, las cervezas en la mesa, y nuestras manos entrelazadas como si de verdad fuéramos pareja, como si la razón por la que mañana me va a dar la bienvenida en este salón fuera porque estamos juntos.

Cuando me doy cuenta, está dormida. Suspiro, soltando su mano y dejando las cervezas vacías en la encimera. Me debato sobre si debería llevarla en cuello arriba o no, pero luego me doy cuenta de que probablemente quiera ponerse el pijama antes de meterse en la cama.

Me pongo en cuclillas frente a ella y le sacudo el hombro con delicadeza.

—Thyra, oye, vete a dormir a la cama.

Ella levanta la cabeza del respaldo del sofá y se frota los ojos.

—Ah, claro.

Me río. Cojo su maleta y la guío a la parte de arriba de la casa. Le señalo el baño y su habitación.

—Yo duermo en esa —le indico la puerta de enfrente.

Ella asiente, arrastrando la maleta hacia su habitación con gesto somnoliento. Aprovecho para usar el servicio, y cuando salgo ella ya está metida en la cama, con la maleta abierta en el suelo y sin deshacer. Me acerco para cerrarle la puerta.

—Buenas noches, Thyr.

Ella me sonríe desde el colchón.

—Hasta mañana, Gale.

Cierro la puerta y me voy a la cama.

Oigo ruidos en el piso de arriba, pero cuando recobro el sentido veo que el reloj dice que son las tres y cuarenta y cinco de la mañana. Oigo la puerta del baño de nuevo y después a Gale bajar por las escaleras, dando pisotones y muy deprisa.

Suspiro, saliendo de la cómoda cama, y me pongo unos calcetines antes de abrir la puerta y bajar abajo.

La luz de debajo de la campana extractora está encendida. Gale me da la espalda porque está apoyado contra la encimera. No lleva camiseta, y la luz refleja todas las cicatrices que lleva grabadas en la piel. Trago saliva, acercándome despacio.

Se le sacuden los hombros y me lleva un momento darme cuenta de que está llorando.

—Gale... —murmuro, intentando no sorprenderle.

Da un pequeño saltito, pero se limpia la cara con las manos antes de girarse.

—Perdona —susurra, la cara contorsionada en una mueca de dolor, y los ojos grises vidriosos con terror—. Te he despertado.

—¿Estás bien? ¿Qué pasa?

Me acerco a él, pero él se gira para coger un vaso y llenarlo de agua. Entiendo que no quiere que le vea en ese estado.

—Nada, de verdad —suelta con tono monótono que no me engaña—. Vete a la cama, anda.

Aprieto los labios.

—¿Has tenido una pesadilla?

Bebe todo el contenido del vaso sin mirarme, de un trago. Acaba asintiendo mientras se seca la boca con el lateral de la mano.

—No tiene importancia —repite en el mismo tono tranquilizante.

Pero sus ojos grises no me miran mientras lo dice. Tiene la mandíbula tensa, la cara ensombrecida y el pelo revuelto.

Doy otro pasito hacia él y le abrazo. Me apoyo contra su pecho y oigo cómo él deja el vaso en la encimera para rodearme la cintura con los brazos.

—Deberías irte a dormir —me dice después de un rato, pero sin soltarme.

—No soy yo la que tiene que madrugar mañana para ir a trabajar.

Me acaricia la espalda. Supongo que lleva teniendo pesadillas varios días y que esto no es nada nuevo. Yo soy la que he tenido suerte de que no me intenten dar caza; de momento.

—En serio, no pasa nada, Thyr —su voz vuelve a ser monótona y seria—. Vamos.

Suspiro, y nos separamos. Le agarro la mano y subimos juntos las escaleras.

Le llevo hasta su habitación, y él se echa en la cama. Me siento a su lado y me agacho para darle un beso en la mejilla.

Él me sonríe un poco y hace un gesto con la cabeza hacia el pasillo.

—Anda, vete a dormir. Un mal sueño no va a poder acabar conmigo.

Se da un golpe en el pecho como para demostrarlo. Sacudo la cabeza mientras me río.

Esa noche, duermo con la puerta abierta, por si acaso.

Cuando vuelvo a despertarme, estoy sudando. No recuerdo qué he soñado, pero seguro que nada bueno. Me paso las manos por la cara, pensando que quizás ha sido por levantarme en medio de la noche. O quizás por pensar que a mí no me afectarían los malos sueños como a mi compañero de casa.

El reloj dice que son las ocho, y Gale ya no está en la casa. Me ducho y me pongo leggins y un jersey azul.

Bajo a la cocina, y en la encimera hay una nota esperándome. Se nota que la ha escrito con prisa, en diagonal, con su letra casi ilegible.

"Buenos días, Comandante Walsh:

Salgo a las dos del trabajo. Espérame para comer, si eso. Hay pan en el armario grande y el tostador está bajo el fregadero. Si quieres café, hay cápsulas donde el pan. Te veo enseguida, y no hackees nada mientras no estoy. (Es broma).

Te quiere,

Tu soldado."

Chasqueo la lengua, sonriendo. Me hago una tostada y un café mientras rebusco por la nevera. Hay que ir a hacer la compra, porque todo lo que tiene Gale aquí dentro son envases de plástico llenos de carne cocinada de diferentes maneras. Debe de ser todo lo que le gusta.

Encuentro un tarrito de mermelada de mora que parece estar hecho artesanalmente, y le pongo un poco a la tostada.

Después de desayunar, aprovecho para limpiar un poco la cocina y deshacer la maleta.

El dormitorio no es increíble, pero es la primera vez que tengo una habitación para mí sola. Las paredes son blancas, y el suelo es el mismo parqué que hay por toda la casa.

Las colchas de la cama son blancas, y hay un armario de color crema y un espejo apoyado contra el lateral de este.

Meto las cosas en el armario y dejo la nota de Gale en la mesita de noche. Aparto la maleta hacia una esquina y cuelgo en las paredes un par de fotos que me he traído de casa. Hay una de mí y de papá y otra de la familia al completo, de unos meses después de que yo naciera. Las demás las tiene papá.

Me pongo la chaqueta que pone "COMANDANTE WALSH" y agarro las llaves para salir a dar un paseo.

Me paso el día caminando por el Dos, observando el patio del colegio que hay cerca, las carreteras con vehículos, y a las únicas personas que, como yo, han decidido aventurarse a dar un paseo. Paso así el tiempo hasta que empieza a nevar de nuevo y vuelvo a casa.

Para cuando estoy de vuelta ya son las doce y media.

Me siento en el sofá a ver la tele, pero después de un rato acabo jugueteando con el transmisor que hay en el salón hasta que descubro que hay una opción de radio. Emocionada, busco la canción que escuché en el reproductor en el Tres.

Me lleva un rato encontrarla, porque no me acuerdo del nombre del cantante hasta que lo veo, pero cuando lo hago salto y me pongo a bailar. No es que se me dé muy bien cantar, pero yo lo intento.

La pongo en repetición hasta que me la sé de memoria. La música está tan alta que no oigo a Gale entrar por la puerta.

Lleva puesto una camisa negra y pantalones igual de oscuros. Al parecer su trabajo también hace que se peine el pelo castaño meticulosamente. Me mira con el ceño arrugado, dejando las llaves en la mesa de la entrada mientras posa el maletín en el suelo con gesto molesto.

—¡Thyra!

Me giro y bailo como si fuese tonta. Le canto la canción y él se ríe mientras deja una bolsa en la encimera.

Tienes las manos en el aire, bailas en mi camioneta —le canto—. La radio está encendida y cantas todas las canciones. Yo estoy en piloto automático, le estoy perdiendo el agarre a todo lo que tengo: estás terriblemente guapa.

Él intenta sentarse en el sofá, pero le agarro de la mano para ver si baila un poco conmigo. Se sigue riendo.

—¡Que yo no bailo! —se niega.

Acaba alargando la mano hasta el transmisor para parar la canción. Arrugo los labios.

—¿Y esta fiesta que te tienes montada? —me recrimina, pero con una sonrisa—. Acabamos de mudarnos y ya nos van a echar los vecinos, Thyra.

—Eres un aburrido, Hawthorne. ¡Y esos vecinos también!

Él se encoje de hombros y se gira para buscar algo en esa bolsa de papel que ha traído.

—Si tú lo dices, Walsh.

—¿No te cansas de ser tan serio? —Salto a su lado para sentarme en la encimera mientras él no despega los ojos de la bolsa—. Ya sabes, de estar siempre así.

Pongo una cara extraña, intentando imitar su expresión seria de siempre. Él me mira y alza una ceja.

—¿Te has bebido el resto de las cervezas?

Sacudo la cabeza y él suspira sin saber qué decir.

—No puedes aburrirte conmigo aquí —le aseguro.

Él me mira con cara de sorpresa antes de responder con tono sarcástico.

—No me había dado cuenta. —Saca dos envases con comida de la bolsa. ¿Es de ahí de donde ha estado sacando los tuppers que hay en la nevera?—. He traído la comida.

Agarro uno de los envases y lo abro. Es arroz con verduras, y huele que alimenta.

—Menos mal, porque yo no he cocinado nada. —Se ríe—. A ver, es que sólo tienes carne ya hecha en la nevera.

Él pone los ojos en blanco.

—Es mi madre, que me ha hecho un montón. Debe de pensar que volvemos a la guerra.

Nos sentamos a la mesa en silencio. No sé qué responder a eso, y de repente, él parece muy sumido en sus pensamientos. Intento entablar conversación un par de veces, pero parece que el Gale que está comiendo frente a mí tiene la cabeza en otro lugar.

En un lugar donde vuelan flechas y balas y estallan bombas.

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