Capítulo dedicado a MauryMelisa. ¡Gracias por tu apoyo y cariño!
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62. Contrato. Parte II
IVANNA
—¿Ahora qué? —Me cruzo de brazos.
—Te hablaré de mí —dice Luca, todavía evitando que se cierre la puerta del elevador.
—¿De ti?
¿Es broma?
—Sí. —Saca del fólder su Hoja de vida real y me la enseña como si fuera prueba de inocencia—. Mi nombre es Luca Bonanni, nací el 18 de febrero de 1993 a las 07:30 de la mañana; y sí, fui sietemesino, me enredé con el cordón umbilical, mi mamá necesitó de una cesárea, pero no morí en el proceso y eso me hace un luchador.
¿Intenta comparar esta Hoja de vida con la de broma? Dando al instante respuesta a mi duda, continúa leyendo:
—Tengo veintidós años, soy soltero y la dirección de mi casa es...
—¿Cuál es el punto? —Lo detengo.
—Empezamos mal. Por leer una Hoja de vida de broma tuviste una primera impresión errónea mí y quiero cambiarla.
—No me interesa.
Para demostrárselo me distraigo con mi bolso y él termina de entrar al elevador.
—Mi correo electrónico es LucaBonanni93 correos.com —continúa—, soy Licenciado en administración de empresas, tengo un diplomado en Finanzas corporativas y otro en Ingeniería empresarial y sistemas de gestión.
Hago a un lado mi bolso y salgo del elevador. Luca, para que las puertas no se cierren, se instala otra vez en la entrada.
«No puede ser».
—He sido mesero, cajero de supermercados, repartidor de pizzas y dependiente de mostrador.
—Luca... —Niego con la cabeza viendo del pasillo a él. No puedo regresar a la sala de juntas. Menos con el grupo de chismosos alrededor del dispensador de agua todo el tiempo mirando.
Estamos dando un espectáculo.
—Y no, no había trabajado en una oficina, pero no porque no quisiera. Por mi edad y por mi inexperiencia no se me dio antes la oportunidad. Pero tengo iniciativa y sé escuchar.
»Como parte de mis fortalezas, en un trabajo que tuve antes llevé la caja e inventarios, y también sé de informática y contaduría.
Decide salir conmigo al pasillo. Sin embargo, molesta, regreso al elevador y él, siguiéndome, una vez más se vuelve a anclar en la puerta.
—¡Luca, basta!
Coge aire.
—Y sí, recibí muchas estrellitas en el Jardín de niños de la señorita Lucy, siempre fui bien portado, pero en mi historial académico tengo otros galardones más importantes; como Primer lugar en dibujo, de esos tengo muchos y participé como oyente en la Facultad de arte de la Universidad de Ontiva; también fui reconocido en Redacción y ortografía y Trabajo en equipo.
Vuelvo a salir del elevador y él me sigue, entro otra vez y se queda en la puerta. Así dos veces más. Lo suficiente para continuar llamando la atención. El resto de ejecutivos de Doble R y asistentes al igual ya salieron de la sala y esperan su turno para bajar.
—Luca —mascullo.
—Por obvias razones, una de mis habilidades es dibujar...
—Vamos —digo, tirando de su corbata para callarlo y me siga de forma definitiva dentro del elevador.
Aun así, al entrar de golpe el resto de personas, nos arrinconan hasta quedar nariz con nariz uno frente al otro.
Me obligo a contener la respiración y desvío la mirada hacia otro lado. No obstante, por el rabillo del ojo me percato de que Luca mira mi boca.
— Juego videojuegos en mis ratos libres —continúa, bajando su tono de voz para nadie más escuche. El peso de su cuerpo descansa ligeramente en mis senos y la calidez de su aliento acaricia el lado izquierdo de mi cara—. Y no creo que sea malo.
—Luca...
¿Qué tan enferma estoy si esto me excita y quiero tener sexo con él aquí? Ahora.
—Como dibujo e intento escribir, aunque más que pasatiempo eso es un sueño; tengo muchos borradores de novela gráfica, pero nunca he terminado ninguno. No encontraba la... inspiración ni motivación.
Ahora también miro su boca. Quiero que me vuelva a llamar «musa».
—Parezco bastante inmaduro. Todavía vivo en casa de mi madre con mi abuelo y mi hermana pequeña, pero porque ayudaba en casa. Sin embargo, como lo que aporto ya no es indispensable, hace un par de días le avisé a mi madre que pronto me mudaré.
Mis ojos saltan a los suyos con interrogante.
«¿Qué?»
—Evito beber, soy bastante mala copa —pasa su lengua por encima de sus labios y mi atención regresa ahí—. Pero ya mencioné que sé divertirme de otras maneras. Y soy creativo. —Al salir gente del elevador lo empujan y me aprisiona más, lo que le hace estremecer, también está excitado—. Te prometo que, contrario a lo que parezco, si me llegas a conocer —jadea y a voluntad lo sigo—, te darás cuenta de que disto mucho de ser un niño.
Al abrirse por fin las puertas del elevador en Recepción, lo empujo y salgo sintiéndome mareada.
«¿Qué demonios pasó ahí dentro?»
Camino sacando el pecho y él me sigue hasta un otro elevador que nos llevará al estacionamiento subterráneo. No obstante, contrario al anterior, en este no hay apiñamiento de personas; aun así, al entrar, Luca, me toma de la cintura, impulsa hacia atrás y nos vuelve a arrinconar uno delante del otro.
—Quítate o te cojo de las bolas —amenazo, consciente de cuánto se pausa mi respiración.
Debo parar esto ya.
Me conozco.
Él es el carbohidrato de mi dieta.
Cuando se aparta mis piernas flaquean y tengo que contenerme para no gritar.
¿Es síndrome de abstinencia?
Lo miro y lo quiero dentro ya, pero si doy rienda suelta al deseo no voy a parar y... no sé que suceda después. Respiro miedo.
No puedo volver a cruzar la línea.
—Lo de agarrar mis bolas suena más como un aliciente —broma, por igual afectado. A los dos nos cuesta parar.
Tomándolo como un reto, aprovechando que aún lo tengo a la par, llevo mi mano hacia sus bolas y las aprieto demostrando otra vez quién manda.
—¿Sigue siendo un aliciente? —pregunto, mordiendo mis labios y asiente.
Las aprieto más.
—¿Aún lo es?
—Diablos, sí. —Deja salir un resoplido.
«Le gusta», por lo que, sin dejar de sonreír, las aprieto todavía más.
—Tengo uñas acrílicas —Muevo las bolas en mis manos—. ¿Sigue siendo un aliciente?
—No, ya no tanto —ríe, pero justo en ese momento las puertas del elevador se abren dejándonos frente a la secretaria de Contabilidad y finanzas.
Otra chismosa.
—¿Entonces... no me hizo daño a largo plazo el haber tenido paperas? —me pregunta serio Luca y vuelvo a sacudir sus bolas.
Mis bolas.
—No —se las aprieto una última vez—. Estás bien.
Lo suelto y con una sonrisa en la boca los dos salimos del elevador dejando a nuestra espalda un nuevo cotilleo a propagar.
—¿Ya no importa que sospechen que tenemos algo? —Me pregunta Luca al llegar al Maserati. Él se queda del lado del copiloto mientras yo continúo avanzando.
Abro el coche y lanzo mi bolso al sillón trasero en lo que él espera para entrar.
—Hace un par de semanas Rodwell me vio acomodar de forma sospechosa el cuello de tu camisa y hoy tirar de tu oreja. Mientras tenga claro que para mí esto es un juego, no habrá problema —resuelvo, pero de inmediato soy consciente de lo mal que sonaron mis palabras.
Me incorporo y miro a Luca por encima del techo del Maserati. De vuelta luce apagado.
—Lo que resolvimos allá dentro fue laboral —dejo en claro, seria—. En lo personal seguimos igual.
Sin dejar de mirarme, coloca los folders sobre el techo y rodea el Maserati hasta encontrarse conmigo.
Vuelvo a sacar mi pecho y me giro hacia él para recibirlo.
Otra vez frente a frente.
—Somos jefa y asistente —repito—. No me hagas... —Haciendo referencia a los Post-it de la otra noche, muevo mi mano como si escribiera en un papel y después se lo lanzara—. No me enojes.
—Pagaste por los trajes que me dieron en Chevalier y me mentiste al decir que Doble R pagaba por mi comida —expresa, volviendo a tirar de mi cintura para pegarme otra vez a él. Nuevamente ve mi boca y yo... yo la de él. «¿Qué mier...?»
—Los primeros trajes de Chevalier te los regaló Anette porque le ayudaste, el que te dio para la gala de Becker Steak House si lo pagué yo... lo mismo la comida. ¿Por qué? —Lo vuelvo a ver los ojos—. Ya comprobé que no se te encogieron las bolas.
A l c o n t r a r i o.
—Entonces me ayudaste —Lo dice con agradecimiento.
—Ya te dije que sé lo que cuesta empezar.
Luchando contra si mismo, termina de aproximarse y me besa con tal viveza que debe sostenerme firme; lamiendo las esquinas de mi boca, robándome el oxígeno, alejando de mi interior cualquier tipo de frío.
«Plus s'il vous plaît»
Al empujarlo un hilo de saliva queda colgando entre los dos.
—Quand tu m'embrasses mes jambes tremblent —No sé qué intenta, pero desde que me besó la primera vez estando ebrio no había tenido la necesidad de ponerle freno. Aunque sin duda los estacionamientos lo prenden.
—¿Qué significa eso? —pregunta Luca con sus manos todavía cerca.
—Que te apartes. —Lo vuelvo a impeler para que se aleje más—. Oso... Baboso. Odioso. Castroso. Todo eso también termina en oso —enfatizo, alzando mis cejas.
No debo permitir que se vuelva a acercar, no mientras exista esa necesidad punzante de retenerle a pesar de las consecuencias. Para él esto es sobre nosotros. Solo sobre nosotros. No tiene más en juego.
—Estos días lejos de ti han sido un infierno —dice con un gesto de dolor.
«¿Por qué insiste en ser tan...?»
—A mi bedel le dijiste que el infierno soy yo —le recuerdo.
—Pero contigo y sin ti son dos fuegos distintos, Ivanna.
—¿De nuevo nos podemos poéticos? —me burlo pero mis labios tiemblan al hablar.
«¿Fuegos distin...?». La verdad sonó hermoso. Pero tiene que parar.
—Lo que pasó en el elevador no significó nada
—Entendí mal las señales entonces.
—Sí —aliso con mis manos mi falda—. Típico. Porque nada ha cambiado.
—Nada —contesta, apretando sus labios.
—Nada —zanjo—. Jefa y asistente. Solo eso. Si accedí a pedirte que te quedaras es porque...
—Te ayudo a conseguir cuentas.
—Sí —Hago un gesto afirmativo agradeciendo que lo tenga claro—. Es todo. —Peino con mis dedos mi cabello—. Y no quiero...
—Que insista con más —termina de nuevo por mí.
—Sí. ¿Ves como si pareces entender?
Mete las manos dentro de sus bolsillos y mira sus pies.
—Ya no veas señales donde no las hay —sigo—. No asumas. Eso te lo recomendé hace mucho.
—Porque cuando tú ya tenías una lista de amantes, yo ni siquiera había dado mi primer beso —concluye, volviendo a mirarme.
—Exacto.
—Aunque sin duda soñaba con dárselo a una mujer como tú —añade, sin titubeos, sonriendo... me.
—¡Basta!
De nuevo me preparo para subir al Maserati. No tengo porqué escucharlo.
—¿Cuál es el nombre del tipo de la otra noche? —pregunta inmediatamente.
—Giacomo —digo, con orgullo, de nuevo mirándolo.
—Ah, él es Giacomo.
—Sí. Un tipo importante. Es arquitecto. Tiene un apartamento de lujo en Roma y una casa en la Toscana.
—Wow.
—Sí.
—¿Se va a quedar mucho tiempo?
—Está de paso. Mañana se marcha.
—Deberías pedirle que se quede.
Mi boca se abre con interrogante antes de decidir contestar.
«Pedirle que se quede».
Una directa álgida.
—Sí, ¿por qué no? A muchos les puedo pedir que se queden. No solo Marinaro... no solo Giacomo.
—Yo.
—Tú. Ahora mismo puedo llamar a Giacomo para pedirle que se quede. Y no solo a él. En mi lista de amantes, como la llamas, hay un tipo por cada letra que tiene el abecedario o signo zodiacal —continúo—, signo zodiacal tanto del horóscopo chino como del occidental.
—También hay horóscopo árabe y celta —me recuerda.
—Sí, de esos también.
—Me he acostado con dos o tres al mismo tiempo.
—Que ruda, jefa.
—Sí...y han sido tanto tipos solteros como casados, Luca —Él vuelve a ver mis labios— o divorciados... o pronto ha estar divorciados; morenos, caucásicos, asiáticos... —Enumero a cada uno.
—¿Te has dado cuenta de que cada vez que dices «Luca» tus labios se juntan como si estuvieras a punto de lanzar un beso? —dice, interrumpiéndome.
Estoy a nada de coger las llaves del Maserati para lanzárselas.
—Perdón. Perdón. Me distraje —se «disculpa» de nuevo sonriendo—. ¿Qué decías? — Horóscopo chino, celta, asiáticos y... ¿árabes?
Me meto al Maserati y lo dejo ahí solo.
«Insolente».
Sin perder la calma, hace el camino de vuelta hacia la puerta del copiloto, coge sus folders del techo y abre. No obstante, se queda de pie allí sin entrar.
Al intentar entender qué pasa, sigo la dirección de su mirada: la alfombra del asiento del copiloto aún tiene la basura de los pies y del chocolate. He olvidado sacarla.
—Pipo estuvo conmigo el fin de semana y tenía mucha hambre —digo, levantando todo.
—Lo iré a tirar yo —se ofrece y le entrego cada cosa.
De modo que, aprovechando que se retira un momento, dejo caer mi frente sobre el volante.
«No debiste pedirle que se quede», me reclamo. No después de lo que hablé con Pipo, Giacomo y Marinaro.
No con todo Doble R pendiente de nosotros.
No cuando me cuesta tanto mantener la compostura.
No con él... queriéndome.
No conmigo perdiendo el piso.
No en competencia.
No con un viaje a un Resort en puerta.
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Uy. ¿No les dio diabetes? Seee Nos pusimos curshis :3
En fin. Yo sé que piensan no tener idea de cómo acabará esto, pero sí lo saben D:
Decidí añadir este contenido al capítulo anterior y el que se viene subirlo independiente. ¡En fin! Yo sola me hago un queso xD , pero el caso es que dividir todo me está ayudando a actualizar seguido... y también estar en cuarentena :/
¿Ahora sí qué sigue? :p
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