BAJO LA PIEL

Par Lady_Calabria

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Max parece manipulador, arrogante e inteligente; un fuckboy de manual. David es nuevo en el mundo de los rico... Plus

Personajes.
1. DAVID
2. MAX
3. NICK
4. ALEX
5. TODOS
6. TODOS
7. RYAN
8. DAVID
9. TODOS
10. MAX
11. NICK
12. ALEX
13. DANTE
14. TODOS
15. DAVID
16. MAX
17. TODOS
18. TODOS
19. NICK
20. ALEX
21. DANTE Y RYAN
22. DAVID
23. TODOS
25. TODOS
26. TODOS
27. TODOS
EPÍLOGO.

24. DAVID y MAX

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Par Lady_Calabria

Max miró la casita frente a él con ojo crítico.

Era una edificación muy pequeña y destartalada pegada a un diminuto jardín trasero lleno de hierba salvaje y barro.

Estaba seguro de que solo su caseta de  la piscina, donde sus jardineros guardaban los filtros y el cortacésped,

ya doblaba el tamaño de la casa.

—¡David! —gritó una mujer. David corrió hacia la puerta y abrazó en cuanto salió a una mujer regordeta con cara de buena persona.

—Abuela ¡Te echaba de menos! —le dijo muy feliz de volver a estar en casa, con su familia.

Max miró la escena desde lejos, y sintió un ligero pinchazo de envidia. Su madre nunca le había dado un abrazo tan cariñoso, como si no quisiese soltarse de su nieto por miedo a perderle, a punto de romperle las costillas por la intensidad.

Max apenas sabía lo que significaba una familia, se había pasado años autoconvenciéndose de que las escenas familiares de películas eran pura farsa, fantasía, mentiras.

Pero no. Porque frente a él se respiraba el cariño y el amor de una familia.

Y deseó tener aquello. Le importaba poco la casa del tamaño de una caja de zapatos, estaba dispuesto a pagar millones por un abrazo así.

—¿Cielo, este es tu amigo? —le preguntó la mujer mirándole.

Max reconoció los ojos de David en su rostro, la pieza que faltaba para ser igual que su padre.

David sonrió y asintió. Se fue junto a Max.

—Este es Max, abuela,Max esta es mi abuela —le dijo David haciendo las presentaciones.

—¿De verdad eres el hijo de Margerite Leblanc? —le preguntó ella con los ojos brillantes de ilusión contenida. Max asintió. La mujer esbozó una sonrisa y casi dio un saltito. David frunció el ceño contrariado por ver a su abuela como una fan adolescente- ¡Es mi escritora favorita! ¡No puedo creerlo!

Max esbozó su sonrisa de agradecimiento más usada en las fiestas de ricos.

—¿Y el abuelo? —preguntó David intentando aligerar ese ambiente tan extraño, notaba a Max realmente incómodo.

—Está en casa de tu tío Juan —le dijo ella como si eso no tuviese mucha importancia— ¿Mando a Eric para que vaya a buscarle?

—¿Está Eric aquí? —exclamó David muy feliz. Su primo, su mejor amigo— ¿Dónde está?

—En el jardín —le dijo ella sin prestarle demasiada atención mientras colocaba un mantel en la mesa del comedor— Le puse a hacer trabajos forzados. Alguien debe encender la barbacoa.

—Vamos a verle —le dijo David a Max. Max asintió dejándose llevar como un niño bueno.

—Encantado de conocerla, señora —le dijo por pura costumbre, de forma encantadora y enormemente educada.

Ella asintió con complacida por sus buenos modales.

David tiró de Max, que caminaba con paso vacilante, hasta la parte trasera de la casa, cruzando un salón lleno de objetos; jarrones, figurillas de porcelana, cuadros, muñecas. Demasiado recargado, era el museo del kitsch. La casa era tan pequeña que no hizo mucha falta caminar para llegar al otro lado.

Max miró el jardín, pequeño para no variar, en una esquina estaba un chico arreglando unas flores. Estaba sin camiseta y a cuatro patas.

Debía tener dieciséis o como mucho diecisiete.

Su cabello era cabello color chocolate y tenía unos músculos bien torneados dorados por el sol.

Bastante guapo.

—¿Dónde está mi primo? —gritó David. El chico les miró y se puso en pie de un salto.

Abrazó a David tan fuerte que casi lo ahogó.

—¡David! —Dijo riendo— ¡Estás más alto!

—Todo crece, amigo —le dijo David apartándose. Eric esbozó una sonrisa amplia.

—Menos tu picha.

A Max le cayó bien aquel chico casi de inmediato. David rio y pensó que no sabía cómo había aguantado tanto tiempo sin su primo. Sin sus bromas estúpidas y sus combates de playstation. Tenía tanto que contarle que el chico iba a flipar. 

—Eric, este es Max —le dijo David. Max miró mejor al chico.

Tenía cierto aire familiar con David. Aunque el parecido con su padre le diferenciaba bastante de la familia de su madre, que tenían la estructura facial angulosa y de pómulos marcados.

—¿Tú eres el rico?

—El mismo —dijo Max sonriendo.

—Pues vivirás de coña —le dijo Eric riendo— ¿Qué hay que hacer para compartir tu dinero?

—Casarte conmigo —le dijo Max también bromeando.

David los miró a los dos y decidió dar fin a esa conversación tan extraña.

—Dice la abuela que vayas a buscar al abuelo —le dijo David a su primo.

—Y una mierda —le dijo Eric de malos modos— Os venís conmigo, porque todo el mundo quiere conocer al rico.

Max sonrió.

—¿Y a mí que me jodan? —le dijo David indignado de que su familia no quisiera verle.

—Oye, que ahora tú también eres rico —le dijo Eric— Ahora te querrán más que nunca.

David rio y salieron a la calle mientras el primo Eric le decía a Max que si le apetecía podía comprarle una moto para navidad, si es que no sabía qué regalo hacerle.

—¿Dónde vamos? —le preguntó Max muy bajito para que no le oyese Eric. David sonrió. Nunca haba visto a Max tan nervioso, estaba callado y le seguía a donde fuese, estaba manso, y fuera de lugar.

—Vamos a casa de mi tío —le dijo también bajito.

—¿Si tienes un tío porque te llevaron con tu padre? Creía que solo podía ocuparse de ti él —le dijo sin entender.

David sonrió.

—Ahora lo entenderás.

Y cuando llegaron Max lo comprendió a la perfección.

Estaba claro que David no podía quedarse con su tío, incluso aunque el hombre así lo hubiese querido (que no quería).

El momento exacto en el que lo comprendió fue cuando vio a todos los primos de David salir corriendo hacia él.

David solo tenía un tío. Y ese hombre tenía, doce hijos, ni más ni menos, entre distintos matrimonios e infidelidades.

Era imposible poder mantener también a David. Los servicios sociales se habían negado en rotundo.

Max se quedó mirando en un primer momento como salían corriendo esas preciosas siete hijas que tenía.

Todas abrazaron a David a la vez, y le tiraron al suelo.

Max pensó que eso parecía divertido, tanta mujer encima. Se quedó mirando como David intentaba ponerse en pie con todas esas chicas tirando de él y abrazándole.

Pero luego le dejaron y se fueron a saludar a Max. David se puso en pie.

—Chicas, este es Max —le presentó limpiándose el polvo de los pantalones. Ambos vieron como sonreían de distintas formas. Timidez y lujuria, en su mayoría—Max, estas son mis primas.

David ya contaba con que el atractivo de Max no pasaría desapercibido para aquellas adolescentes, pero no esperaba que se comiesen con los ojos tan descaradamente a su novio.

—Chicas, es demasiado para vosotras así que borrad esa esa idea —les dijo intentando ocultar sus celos con una broma hiriente de primo protector.

—Oh, no llevas aquí ni diez minutos y ya tengo ganas de pegarte —dijo una de brillante cabello negro.

David rio.

Max seguía a su lado con su porte de galán de cine, mirándole con una sonrisa divertida. 

La mayoría no destacaban demasiado. Pero Max posó su mirada en la que era sin duda la más hermosa. Su cabello era rubio y lo llevaba recogido en una trenza a la altura de su amplio pecho. Unos pechos, al juicio de Max, dignos de ser enseñados.

—Tengo nombre, ¿Sabes? —le dijo esa chica, Max le sonrió.

—¿Y cuál es? —le preguntó. Ella le sonrió de manera zalamera.

—Me llamo Virginia.

David analizó la cara de Max y reaccionó rápidamente. Le agarró del brazo con fuerza.

—Tenemos que hablar tú y yo —le dijo y se lo llevó apartado— ¿Estás coqueteando con mi prima?

—Esa tal virginia está muy buena —le dijo mirándola por encima de su hombro— Menudo par de tetas... son perfectas y yo soy un hombre débil...

—Tú lo que eres es imbécil —le espetó muy serio. Pero luego se giró para mirar—Pues a mí no me parecen la gran cosa.

Max rio por lo enfurruñado que parecía.

—Porque tú no las miras desde el punto de vista adecuado. Es difícil apreciar ese tipo de vistas metido en un armario —le dijo el pelinegro sin darle importancia.

—Vale, lo que tú digas. Pero hazte a la idea de que no vas a meter tu sucia polla en ninguna de mis primas. Son niñas inocentes, joder. Y me las respetas. Mira, tira para la casa que todavía te coso a hostias, eh.

Max rio a carcajadas mientras David le empujaba para que entrase en la casa de su tío para conocer al resto de su familia. Era tan pequeña, como la de sus abuelos.

Allí estaban el resto de los hijos del tío de David. Cinco chicos. Algunos eran niños todavía, pero también había de su edad, y mayores. ¡El tío de David era todo un semental!

—¡Abuelo! —exclamó David y abrazó a un señor no tan mayor como esperaba. Tenía la nariz como David, aunque más grande.

—David, cuánto te he echado de menos— le dijo. Max pensó que si la familia de David era muy numerosa se pasarían la vida para saludarse y despedirse. Pero los chicos no eran como sus hermanas. Ellos se limitaron a saludar con educación, y nada más.

*********************************************************************

Como David ya le había dicho. La habitación era pequeña y el sofá era viejo. Así que los dos dormirían en la misma cama. Cosa que no molestaba a ninguno de los dos.

—Buenas noches, chicos —le dijo la abuela antes de irse y cerrar la puerta. Max se volvió a la vez que lo hacía David, así que quedaron frente a frente.

—¿Qué te parece todo esto? —le preguntó David.

—Pues es muy diferente a lo que estoy acostumbrado —le dijo pensando que decirle— Tu abuela es muy simpática, y cocina de miedo. Tu casa es pequeña. Puedo ir de una punta a otra en quince pasos. Los he contado cuando fui al baño.

David rio.

—Acostumbrado a hacer kilómetros en ese casoplón tuyo... Tienes que caminar quinientos metros para buscar un vaso de agua en la cocina.

Max rio. Ambos estaban de buen humor.

—Tus primos son guapos —dijo Max de pronto.

—¿Qué?

—Son monos, me gusta Eric.

—¡Son mis primos! No son monos son...primos, son una categoría anulada. Eso les quita todo el atractivo sexual de un plumazo. Están borrados. Cancelados. Aborten misión —le dijo David con el ceño fruncido.

—Para ti. Pero yo a alguno de ellos les daría un buen viaje.

—¡Max! —Exclamó David escandalizado y divertido.

—Pero yo te prefiero a ti —le dijo antes de besarle. David no se movió, sintió sus labios contra los suyos y sintió que no solo quería dejarlo en un simple beso, pero sus abuelos dormían en la habitación de enfrente. Max sonrió contra sus labios— Oye David, si alguna vez te quedas impotente, manco, cojo, ciego y sin lengua ¿Me dejarás tener algo con tu primo?

—Vete a la mierda —le dijo sonriendo también contra su boca— ¿Así de rápido me cambiarías?, ¿Por Eric?

—No, a ese solo me lo follaría —le dijo tranquilamente— tal vez unas cuantas veces, pero con tu prima Virginia... Me ha enamorado. Amor del bonito. Me casaré con ella y tendremos muchos retoños. Ya sabes, tiran más dos tetas que dos...

—Cojones —completó David cambiando el refrán con una sonrisa divertida— Pues que sepas que si tú te quedas impotente yo te cambiaré a ti en un pestañeo.

—Eso no pasará —dijo Max muy serio de pronto.

—Bueno eso tú no lo sabes. Y como eso no se te levante. Yo me voy con otro bien rápido.

—Bueno pues habrá que aprovechar mientras a los dos nos funcione ¿No? —le dijo arrimándose. David se entremetió.

—Mis abuelos —le dijo intentando apartarle. Pero Max no le hizo caso.

—No tenemos que hacer ruido, no te ofendas, David, pero los viejos no tienen muy buen oído.

—Pues él sí —le dijo— Ya sabes, él. Mi abuelo homófobo con problemas de corazón.

Como le pillase con Max haciéndolo bajo su techo les castraba a los dos. David pensó que algún día tendría que contarlo, pero prefería atrasar esa fecha hasta que estuviese preparado para lidiar con esa conversación.

—¿No te da morbo? —susurró Max pasando una mano por su cuello. Su arrollador atractivo le atrapó como de costumbre.

—Sí, pero... —musitó sintiendo esa cálida mano en su piel. Acariciando con solo la yema de los dedos.

—Es tan excitante —le dijo con voz más que sugestiva. Metió una mano bajo su camisa.

—Oh, sí.

—Y puede ser tan bueno...

—Un polvazo —le dijo David sonriendo.

—Sí, señor.

—Que le den a mis abuelos —dijo antes de casi lanzarse hacia su boca. Llevaban todo el puto día fingiendo ser solo amigos. Cierto era que como nunca habían tenido muchos gestos cariñosos no les había costado mucho, pero fastidiaba querer mirar, tocar o besar y no poder hacerlo.

Entonces se oyó un ruido como de pitido y el ladrido de un perro. Y a continuación el ruido de dos personas levantándose de la cama en la habitación de enfrente.

Se separaron rápidamente.

—¡Me cago en la puta! —oyeron decir al abuelo. David decidió dejar esa noche de pasión y cambiarla por una de buen nieto.

Fue a ver qué pasaba.

En el parking frente a su casa le habían dado una pedrada a un coche, así que había sonado la alarma antirrobos. La luna y el capó estaban aboyados por el gran tamaño de esa piedra.

Pronto medio barrio estaba allí comentando la maldad de los vándalos que habían hecho tal fechoría. Llegó la policía y el dueño del coche.

Y Max lo miraba todo ceñudo porque le habían quitado su premio.

*********************************************************************

Una semana. Una larga semana junto a David y su familia.

Max se sentía bien allí, a veces le discriminaban un poco por ser rico y le llamaban pijo. Pero estaba bien porque siempre había querido sentir eso.

Max le estaba tomando un enorme cariño a la abuela de David. Esa mujer era como una madre para todos, tenía un instinto maternal que parecía un paraguas que arropaba a todos, y a Max le encantó esos pequeños detalles de amor.

Como preguntarle si quería repetir el postre o acomodarle el cabello cuando le juzgaba despeinado.

Max solo le encontraba una cosa mala a aquella situación. El sexo. No podían follar. Max estaba muy mal acostumbrado y nunca, desde que lo hizo por primera vez, había estado tanto tiempo sin sexo. Estaba que se subía por las paredes como un gato en días de celo.

David en cambio, aunque le fastidiase la abstinencia de placer, estaba llevándolo mejor, tenía fuerza y voluntad para decirle que no a Max por las noches, no era inteligente tentar a la suerte.

Aunque le hacía gracia la situación, era divertido. Como volver al principio. El acoso de Max era un buen entretenimiento, aunque peligroso.

—Chicos poned la mesa —le dijo su abuelo. Ellos asintieron. Max no estaba nada acostumbrado a ayudar con labores de la casa.

Fue todo un reto poder una lavadora. Y David se rio de lo lindo de él por ello.

Pero ya estaba aprendiendo. Ponía la lavadora, colocaba los platos en la mesa, tendía ropa. Estaba hecho todo un manitas.

Y en aquel momento iban y venían colocando, platos, tenedores, vasos...

Max venía por el pasillo sujetando la barra de pan en la mano. Se cruzaron en el pasillo y el pelinegro le cortó el paso con la barra de pan a modo de espada.

David intentó esquivarlo, pero el chico le acorraló contra la pared. Max se acercó a su oído.

—Ahora no puedo —le dijo contra su piel, David apartó la cara porque se ponía nervioso. Estaba demasiado cerca como para no pensar en lo mucho que le deseaba— porque tu abuela esta en la cocina, pero esta noche voy a comerte la polla hasta que grites.

—Ssssh... —dijo mirando a ver si alguien estaba cerca. La oferta sonaba tentadora.

—Voy a follarte hasta hacerte ver estrellas, David —le dijo con una encantadora sonrisa. Esas de hombre modélico, la sonrisa de niño bueno que dedicaba a sus profesores, la personificación de la buena educación.

—No —le dijo aunque en realidad quisiese decir que sí.

—Ya veremos —dijo tozudamente el pelinegro apartándose.

David se giró para mirarle el culo mientras marchaba hacia el salón.

**********************************************************************

En la hora del almuerzo David comía en silencio.

Su abuelo estaba criticando, como siempre, a los homosexuales.

En la televisión había salido una noticia sobre la nueva normativa que permitía casarse a las personas del mismo sexo en un país del norte de áfrica.

Y eso a su abuelo no le parecía bien.

—Es antinatural, es asqueroso —decía.

David miró a Max. Tenía cara de rabia, y estaba seguro de que quería dejar bien claras algunas cosas. Pero para su sorpresa eso no pasó. El rostro de Max se relajó y miró a David de reojo.

Max apoyó su mano en su propia rodilla. Y con toda la mala intención del mundo la cambió a la de David. El chico se quedó tan quieto como le permitió la sorpresa.

Esa mano se movió lentamente acariciando con suavidad hacia arriba. David intentó disimular, pero a medida que esa mano tan hábil se acercaba a la zona entre sus piernas, se ponía más y más nervioso.

—¿Chico, estás bien? —le preguntó su abuelo. David asintió muy colorado. Así que Max estaba empeñado en incomodarle ante sus abuelos... Pues a ese juego bien podían jugar los dos.

Acarició con la mano esa zona sensible sobre el pantalón. Max dio un bote sorprendido y se le cayó el tenedor.

—¡Muchachos! —exclamó la abuela— ¿De verdad estáis bien?

—Claro que sí —dijeron ambos al mismo tiempo. Y ninguno de los dos apartó la mano de ese lugar.

Pero hubo un momento en que David ya no pudo aguantar, no era posible. Le iba a estallar el pantalón y los abuelos empezaban a sospechar. Necesitaba acabar con eso.

—Me duele la cabeza —dijo David. Se puso en pie y Max le imitó enseguida.

—¿Te duele mucho? —preguntó la mujer preocupada— ¿Te doy un Paracetamol?

—No, pero creo que me voy a dormir un rato...

—Yo le cuido —le dijo Max. Ella les miró extrañada pero asintió.

Ambos se marcharon como alma que lleva el diablo, o la pasión, hasta la habitación.

David le empujó y Max cayó en la cama. David casi se tiró sobre él.

—Esto no está bien —dijo a pesar de que era él quién le estaba quitando la camiseta a Max. Max negó.

—Te equivocas va a estar muy bien —le dijo sintiendo esos tiernos labios de David sobre su pecho, le gustaba que la lengua del chico pasase por sus pezones. Era electrizante.

—¡David! —gritó una voz. Se separaron rápidamente. La puerta se abrió.

—¡Abuela! ¿Qué quieres? —le dijo David como un gruñón.

—Nos vamos —le dijo ella. Ambos chicos se miraron con cara de entendimiento. ESE era el momento—, Tu tío ha llamado. Elena está en el hospital.

—¿Qué ha pasado? —preguntó preocupado.

—No pasa nada, cielo —le dijo con una sonrisa tranquilizadora—Tiene apendicitis y le van a operar.

—Pobre.

—Bueno, volveremos tarde. Max cuida de él, que ese dolor de cabeza no vaya a más.

—Será un placer —le dijo sonriendo. David se puso colorado. Y los dos se quedaron quietos hasta que oyeron el sonido de la puerta al cerrándose.

Y fue entonces cuando ninguno de los dos pudieron soportarlo más.

Max sintió el peso de David sobre su cuerpo, ya estaba caliente y ni siquiera se habían besado de nuevo,ny creyó arder en aquel momento.

A David le gustaba eso, estar sobre él, tener el control hacerle vulnerable.

Y a Max le gustaba todo. Le gustaba poseerle, ser el amo, le gustaba estar a su merced, le gustaba confiar.

Empujó al chico, pero se agarró al cuerpo de Max con las uñas, Max se dejó arrastrar. El suelo estaba frío, y duro (como era de esperar).

David no quera hacer eso tan rápido, tenía ganas de jugar.

Se escabulló de Max y huyó hacia la puerta a gatas. Max le agarró de los tobillos después de varios intentos fallidos. Tiró de él, arrastrándole hacia atrás.

Se lo acercó hasta estar entre sus piernas.

—No puedes calentarme la polla y luego huir arrastrándote por el suelo —le dijo riendo al oído. David le agarró la entrepierna con una descarada sonrisa.

Max jadeo con los labios entreabiertos.

—¿Por qué no? —le dijo. Apretó un poco. Max iba a contestar cuando David consiguió apartarle y salió corriendo. Max le siguió.

Tenían la casa entera para ellos.

Todo en silencio menos sus pasos, sus risas, las maldiciones, palabras malsonantes de Max y las burlas y palabrotas de David.

Acabaron en la habitación del piano. A Max le había parecido increíble que tuviesen un puñetero piano en una casa tan pequeña que parecía de Playmobil. David le explicó que era de su madre, y que allí se quedaba para ella, para cuando se recuperase. Max no comentó nada sobre que la esquizofrenia que sufría la mujer no tenía cura, porque David sabía de sobra que su madre nunca iba a volver.

Max le empujó contra el piano. David se apoyó con las manos en las teclas a pesar del ruido que emitió el instrumento. Y no tuvo fuerzas para escapar más.

—Me encanta este culo —le dijo Max agarrándoselo con las dos manos, con los diez dedos, con el alma entera.

David cerró los ojos y entreabrió los labios.

—¿Sí? —le preguntó— ¿Más que el de Virginia?

—Sí —le dijo y se pegó a él tanto por detrás que podía notar lo duro que estaba el chico.

—La tienes muy dura —se le escapó al dueño de la casa, jadeante de la excitación y con una sonrisa malévola—La castidad te mata, ¿Eh?, Max.

Le oyó gruñir contra su cuello asintiendo mientras metía las manos bajo su pantalón.

—Necesito follar —le susurró— te necesito

Le bajó los pantalones y la ropa interior de una sentada. David se quedó quieto, muy quiero, como si fuese una fotografía, cuando Max se encargó de desnudar a los dos.

Llenó de besos y caricias su cuerpo. David se estremeció con el contacto de su cuerpo, por sus labios, por sus manos.

Iba a reventar, necesitaba más, mucho más.

Se giró para mirar a Max a la cara. Apoyó el culo en el teclado del piano y las teclas emitieron de nuevo un sonido carente de sintonía, una simple agrupación de sonidos.

—¿Qué dijiste que ibas a hacerme? —le preguntó con voz jadeante, mordiéndose el labio. Max sonrió y se acercó de nuevo tanto como pudo.

Los labios de Max le besaron el cuello, y Max fue bajando por su pecho y sus abdominales. David fue consciente de lo rápido que respiraba cuando bajó la mirada para ver como su novio iba bajando y bajando; enredó los dedos en su pelo sedoso.

Gimió bajito sintiendo esa electrizante sensación que le ofrecía el calor de esa boca en su polla. Despacio, demasiado despacio.

—No te corras...—le dijo Max, notando los espasmos que recorrían su cuerpo.

—Si no quieres que... Me corra... —dijo David entre jadeos agarrándole del pelo para que parase— deja de hacer esto. Llevo sin follar tanto tiempo como tú y voy a reventar.

Max rio y se separó de él. Le miró y se apartó más.

—Max —le dijo David con el ceño fruncido— Si me dejas así, te la corto.

Se dejó empujar de nuevo aunque su novio se riese de su cara entre dientes.

—Hagamos música- le dijo Max al oído. David sonrió notando como le empujaba contra el piano. Mezclando los sonidos de los acordes mal tocados con sus jadeos.

El sonido de un coche al llegar interrumpió la sinfonía.

-No me jodas- soltó David. Max se apartó de su cuerpo con expresión resignada y recogió la ropa desperdigada por la habitación.

El sonido de las llaves.

—¡Es mi abuelo! —exclamó David. Max asintió como si ya lo supiera y tiró de él hasta la habitación. La puerta se abrió. Ellos se metieron en la cama y se taparon con las mantas hasta el cuello  apenas dos segundos antes de que la puerta de la habitación se abriese. Ellos se hicieron los dormidos.

—¿Ves, mujer?  —le dijo el abuelo de David a su abuela— Son buenos chicos.

—Son como angelitos.

Max tuvo ganas de romper reír.

¿Angelitos? Sí, ángeles pecadores en potencia, si tenían la oportunidad, como el mismísimo Lucifer.

Si ese pobre hombre supiese que nieto no era ningún santo... Y que él era el anticristo.

********************************************************************

Estaban todos en la calle disfrutando del frío viento en la cara, como solían hacer por la tarde en aquel barrio sin nada para entretenerse.

Solo se sentaban en aquel parque y dejaban las horas pasar.

David estaba muy aburrido, sus primos se peleaban, y Max miraba algo en su móvil sin prestar mucha atención a los demás.

—¡Cuidado! —empezó a gritar uno de sus primos más pequeños. ellos miraron a ver que era lo que pasaba. La pelota había pasado justo al lado de un chico que pasaba por la acera frente al parque, cargado con bolsas de la compra en cada mano y no parecía tener mucha agilidad.

—¿Cómo has fallado un blanco así de fácil?- le dijo su primo más mayor con malicia.

—Cuidado con el maricón, a ver si le gustas y te empala– le dijo otro, a la derecha de Max

—Yo creo que a este le va más que le empalen —dijo Eric.

David y Max fruncieron el ceño casi al mismo tiempo.

y con la misma expresión y el mismo pensamiento miraron al chico.

Era alto, delgado y delicado. No tenía un cuerpo musculoso bajo su vieja chaqueta, ni ningún rasgo destacable a excepción de los piercings que decoraban su cara.

Sus vaqueros ajustados dejaban intuir unas piernas flacuchas y un poco torcidas.

Su cabello castaño claro era muy fino, y carecía de vida. Pero sus ojos, enmarcados en oscuras ojeras, brillaban con una fuerza que sobrecogió a David.

Solo con verle, se notaba que era un muchacho raro. Y desentonaba en aquel barrio como una moneda en medio del fango.

Uno de los niños pequeños se apartó de él como si fuese un apestado. A la fuerza, el chico tuvo que cruzar la calle y pasar a su lado para dirigirse a su casa.

—Eric —le dijo Virginia perversamente, sabiendo que su tono burlón haría daño— Vigila tu culo.

El chico les dedicó una la mirada, a ellos. Quizás notando que eran los únicos que no le observaban con asco o rabia.

Tanto David como Max se fijaron en que tenía los ojos preciosos, verdes, como el musgo.

Esos ojos parecían querer matar.

David miró a su novio. Conocía lo suficiente a Max para saber que se estaba mordiendo la lengua con todas sus fuerzas para no intervenir para parar aquella injusta escena, Y que el único motivo por el que no decía nada era para evitarle una escena incómoda a David. 

Max, por su parte comprendió por qué a David le costaba tanto aceptar sus propios sentimientos cuando le conoció. Creciendo rodeado de esos comentarios intolerantes lo último que había deseado hacer David era aceptarse a sí mismo, temeroso de ser él también blanco de prejuicios parecidos. 

Max llevaba el suficiente tiempo con aquella familia como para saber que convivían en un ambiente de amor y cariño sincero, pero también que sus opiniones eran anticuadas e intransigentes. Y que por mucho que amasen a David, si supieran que no era como ellos consideraban oportuno le repudiarían más preocupados del escarnio social de una sociedad homófoba que de su propio cariño hacia su primo, nieto y sobrino. 

Era tan triste que a veces Max sentía ganas de llorar encerrado en el baño, pensando en como debía sentirse David al respecto. Por mucho que ocultase su dolor con resignación indiferente sus ojos hablaban solos.

Y aunque pensaba que David debía dar un golpe en la mesa y decirle a todos la verdad, dejando bien claro que o le aceptaban o se podían ir a la mierda... Max comprendía que aquellos sentimientos eran difíciles de procesar y que debía respetar las decisiones de David sobre su vida y su familia.

El muchacho se paró un momento frente a ellos mientras los niños se burlaban de él.

—Que os jodan —les soltó tranquilamente. Tenía la voz suave. Algunos se pusieron tensos, otros se escandalizaron. Max y David sonrieron— Sí, me habéis oído bien, gilipollas. Que os jodan a todos, a ti, y a ti, que os den fuerte, mucho y mal.

—¡Maricón!

—Sí, sí, ya te había oído antes —le dijo marchándose tranquilamente.

Todos se quedaron tan sorprendidos que decidieron ir a casa de Eric a jugar a la playstation para alejar cualquier pensamiento.

—¿Quién cojones era ese? —preguntó Max.

—Es el nuevo en la calle —le dijo una de las niñas— vive justo en la casa de al lado de la de mis abuelos.

—¿Es mi vecino? —preguntó David sorprendido, intentando parecer casual y fallando estrepitosamente en el intento—¿Por qué no le he visto hasta ahora?

—Es un chico muy raro -le dijo Eric- no suele salir a la calle.

—Oh —dijo David. Pero Max había notado su sonó y su mirada, le conocía demasiado como para caer en su intento de ocultarlo. De modo que se atrasó lo suficiente para poner distancia entre ellos y su familia.

Max llevaba un tiempo dándole vueltas a cómo su novio se ponía barreras a sí mismo constantemente, David tenía una clara idea de lo que estaba bien y lo que estaba mal; de lo que era normal y lo que no. Y por eso contenía una y otra vez lo que era, lo que le gustaba y deseaba. Max sabía que dentro de él había un grandísimo pervertido esperando la oportunidad de dejarse llevar para sentir experiencias nuevas por el camino de las parafilias. 

Pudiera ser que por eso se llevaban tan bien, Max no hubiese tenido una relación tan estable con una persona que fuese común. Por eso, por ser David un voyeur y un exhibicionista al mismo tiempo, en vez de romper su relación cuando ambos se enrollaron con Dante se contaron con lujo de detalles como había sido y acabaron follando como locos contra los azulejos del baño. 

Pero de todo eso David no se había dado cuenta todavía, Y cuando supo que no iban a escuchar le agarró del brazo y tiró un poco de él.

David parecía sonrojado, y le miró detenidamente.

—Te conozco, David, ese chico te ha gustado, ¿Verdad?

David lo meditó. Max le apretó la mano y dejaron de caminar en una esquina que olía intensamente a gato y a orín de perro.

—Es diferente —le dijo como excusándose. Sintiéndose culpable. Porque sí, le había gustado. Su cuerpo, su forma de vestir, de moverse, de hablar. Incluso su forma de poner en su sitio a sus primos.

—A mí me ha gustado —le dijo Max en voz baja, casi susurrante. David elevó la mirada para mirarle a los ojos. Por algún motivo que no comprendió su corazón se aceleró bruscamente. Se mordió el labio distraídamente. Y Max se acercó más a él. Podía sentir el pecado susurrándole al oído, la pura lujuria latiendo en su interior— Y si a ti te la ha puesto tan dura como me la ha puesto a mí... podríamos hablar con él.

—Oh, sí —le dijo a Max cruzando con él una mirada llena de intenciones– Hablemos.

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