Después de pasar todo el día en la playa, al caer .la noche vuelves a la zona de fiesta con tus amigos. Scott, Stacy y tú se quedan rezagados al final del grupo y para cuando se dan cuenta el resto ya ha desaparecido entre la maleza.
—Shhhh, ¿escuchan eso? —Stacy exige silencio con un dedo sobre sus labios y la mirada perdida, intentando escuchar algo que aún tú no eres capaz de oír.
Al igual que Scott, agudizas tus sentidos, te quedas quieto en tu sitio y ladeas la cabeza para poder escuchar mejor. De esa forma logras captar un zumbido constante que, aunque no eres capaz de relacionar con nada conocido, parece provenir de todos lados y a la vez de ninguna parte.
Abres la boca para decir algo, pero la vuelves a cerrar. El sonido es cada vez más intenso, más molesto y nítido. Ahora sabes que no se trataba de un pitido sino de un potente gruñido, y eso te hiela la sangre. Empiezas a correr junto con Scott y Stacy, tomando el camino de la derecha al llegar a un cruce. Sigues corriendo hasta que en un determinado momento te das cuenta de que has tomado un camino sin salida. Horrorizado, te das media vuelta para decírselo a tus amigos, pero estás solo. Han debido de tomar el camino contrario. Lo confirmas al mirar al otro lado del acantilado y ves a tus amigos llegar hasta otro punto sin salida, solo que ellos han corrido peor suerte que tú.
La bestia, una criatura de unos tres metros de altura, cubierta de pelo por todo su cuerpo y unas enormes fauces, les ruge con los ojos inyectados en sangre. Te llevas las manos a la cabeza e intentas pensar con claridad, pero no eres capaz de hacerlo. El miedo te invade, la duda te asalta. Si te hubieses quedado con el silbato podrías haberlo utilizado para llamar la atención de la criatura, pero ya es demasiado tarde. Contemplas la escena y, aterrado, ahogas un grito con las dos manos para que el gigantesco ser no te escuche. La sangre salpica por todos lados, los gritos de dolor de tus amigos te taladran los oídos, pero en poco tiempo se hace el silencio.
La culpa te abraza y te martirizas pensando que si hubieses tomado el silbato podrías haberlos salvado, pero ya no hay nada que hacer. Te obligas a reemprender la marcha y contarles a tus amigos lo sucedido, aunque puede que te tomen por loco.
—Scott y Stacy han muerto —Empiezas a contar, pero no puedes terminar porque te vienes abajo y rompes a llorar.
Después de explicarles cientos de veces que no es una broma los llevas hasta el lugar en el que ha ocurrido todo, les enseñas sus cadáveres y es ahí cuando cunde el pánico. Todos quieren marcharse de la isla.
—Resguardémonos en nuestras cabañas. Que nadie salga hasta que se haga de día —ordena Isabella con la voz rota y todos siguen sus indicaciones sin añadir nada al respecto.
Llegas a tu cuarto y buscas alivio rompiendo todo lo que encuentras a tu paso. Como era de esperar, hacerlo no mejora el cómo te encuentras, así que empiezas a golpear la pared con los puños hasta que los nudillos te sangran. La culpabilidad te mata, pero no te planteas confesarles a tus amigos que tú eres el responsable de que Scott y Stacy estén muertos. Jamás te lo perdonarían.
¡Enhorabuena! Has sobrevivido a la segunda noche.
Te acuestas e intentas dormir, pero eres incapaz de conciliar el sueño. Cierras los ojos y los gritos de dolor se vuelven más reales, más intensos, como si los estuvieses escuchando por primera vez. Te levantas, intranquilo, y te das por vencido. No vas a poder pegar ojo en toda la noche, así que te planteas...
a) Elaborar un plan para escapar de la isla (ve al capítulo 37).
b) Salir de expedición tú solo para buscar respuestas y tal vez encontrar una forma de matar a la bestia (ve al capítulo 38).