The Things We Lost In The Fire

By sweetgrlx

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Arien ha dedicado más de media vida a descubrir cada rincón de la Tierra Media, lo que le ha proporcionado gr... More

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Rivendel
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Historias en la noche
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Temores
El Bosque Negro
Confesiones
Gal I
Smaug
Gal II
El Despertar
Gal III
El secreto de los recuerdos

El pasado

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By sweetgrlx


Su pelo mojado dibujaba figuras en el agua, balanceándose con la suave corriente. Movía brazos y piernas a un ritmo pausado, pero lo suficientemente dinámico como para no hundirse en las frías aguas del lago. Por su lado pasaban leños chamuscados, y aún quedaba algún fuego sin extinguirse en la antigua Esgaroth, quemando poco a poco las contadas casas que se mantenían en pie. La imagen era desoladora.

Entreabrió los ojos lentamente, como si sus párpados le pesaran tanto que era incapaz de abrirlos completamente. Encontrándose con un cielo azul sobre su cabeza, si uno era capaz de ver más allá de la neblina grisácea que cubría el lago. Y ella podía. Siempre había podido ver más allá, descifrar cosas que los demás nunca entenderían; pero ahora era incapaz de comprender nada. Su mente, hasta ahora en blanco, comenzó a bombardear las imágenes de la noche anterior tan rápido que apenas era capaz de asimilar todo lo que estaba viendo.

Se vio envuelta en fuego. Pero el fuego no la quemaba, emanaba de ella. Después recordó los ojos de Smaug, primero temibles y luego asustados; así como sus grandes fauces y sus largos colmillos abalanzarse sobre ella. También recordaba a Bardo, con su flecha negra preparado para disparar al dragón.

Y por último agua y frío.

Sacudió la cabeza tratando de eliminar los recuerdos de su cabeza. Dejó de flotar a la deriva como los leños que la sobrepasaban y comenzó a nadar hacia la orilla. 

- Ai? (¿Hola?)-Preguntó con un hilo de voz, apenas audible incluso en el silencio que la rodeaba. Pero Arien no esperaba que nadie respondiera. Los que no estaban muertos, se habrían puesto a salvo, temerosos de que el dragón desde lo más profundo del lago aún pudiera darles caza. Algo que sin duda Smaug haría en los sueños de muchos.   

Su mano al fin tocó la orilla. En el momento de ejercer presión con ella para levantarse, se dio cuenta de que todo su cuerpo dolía y que sus fuerzas la había abandonado. Tenía los músculos atrofiados y con ligeros calambres.
Era extraño que ella, una elfa, se encontrara así de cansada y dolorida después de una batalla; de hecho, era incapaz de recordar ninguna otra vez que hubiera sentido tanta fatiga en su cuerpo. Pero los fugaces recuerdos de la noche anterior hacían imposible encontrar una explicación de por qué se encontraba tan débil. 

Haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedaban, consiguió subir su cuerpo a suelo firme, respirando el olor de la tierra mojada. Se arrastró por a hierba a duras penas, manchándose las ropas, aunque poco le importaba en aquel momento que el árbol plateado de Lorien que lucía en el pecho acabara tapado por el de verdin. 

Casi sin aliento se dio la vuelta tumbándose boca arriba. Cerrando los ojos dejó sus brazos estirados a los lados y las piernas abiertas; al igual que cuando de pequeña y la nieve de invierno cubría los jardines de Caras Galathon, y las hojas doradas de los mellyrn  resaltaban entre el suelo blanco. Deseó volver a ser una niña sin más preocupaciones que las que pudiera tener un infante que pasa los días corriendo, saltando y metiéndose en líos ella sola. Una ligera sonrisa se formó en sus labios al recordar aquellos momentos en los que una pequeña Arien había sido feliz, siempre sonriente y vivaz. 

Morie. Morie. Morie. 

Pero pronto esa sonrisa se tornó en una mueca. A su mente llegaban ahora recuerdos que por primera vez tenían un tono distinto a como siempre los había rememorado. Ya fueran de ella con sus padres, o las clases con Gandalf, e incluso las continuas visitas a Rivendel; todos se tornaban ahora con una sombra, y los rostros de las personas que conocía parecían esconder miles de secretos detrás. 

Morie. Morie. Morie. 

Aquel nombre resonaba en su cabeza como un martillo, pero más claro y más alto de lo que lo había hecho hasta ahora; llegando al punto en el que por unos segundos el nombre de Arien le pareció ajeno a ella. Su respiración aumentaba la velocidad, al tiempo que todo su alrededor daba vueltas y vueltas, y se sentía mareada. Sus ojos se abrieron repentinamente, mostrando por unos segundos un color rojo sangre, hasta que el verde esmeralda volvió a emerger. 

Pestañeó varias veces, y se encontró desorientada, como quien despierta de un profundo sueño. ¿Cuánto llevaba ahí tumbada? ¿Minutos? ¿Horas? Más bien le pareció que había pasado una Edad entera. Miró a su alrededor mientras se ponía en pie y no pudo ver nada más que tierra y niebla. Su cabellera mojada caía como un manto sobre  los lados de su cara pegándose a sus mejillas, sus ropas estaban hechas girones, llenas de verdín y con un ligero olor a azufre. Arien arrugó la nariz.

- Ai? - repitió, ahora con la voz más entera. Pero allí  seguía sin haber nadie. 

Instintivamente fue a coger su lanza por posibles peligros, pero no la encontró en su espalda. Su corazón empezó a latir desbocado. No podía perder la lanza. 

Metió la mano entre sus ropas y suspiró aliviada al comprobar que el colgante aún seguía atado a su cuello y descansando sobre su pecho.

Echó a correr por el borde lago con unas energías renovadas debido a la preocupación sin dejar de buscar su lanza flotando sobre el agua. Pero era imposible desde donde ella estaba poder ver la otra orilla del lago incluso sin aquella niebla, pues el Lago Largo no fue nombrado así por pura casualidad. Tampoco sabía en qué orilla estaba ni hacia dónde debía ir. Solo sabía que estaba sola. 

Pero, al mirar hacia su izquierda, entre la niebla, una silueta negra parecía dibujarse. Le pareció que la figura hablaba, con un tono tan susurrante que ni la elfa pudo entender. Arien se acercó lentamente hacia ella esperando ver de quien se trataba.

-Ai - saludó, pensando que tal vez sería Legolas que había venido a buscarla; o tal vez Tauriel; o aquel hombre que había sacado de la cárcel, Bardo. En aquel momento se habría alegrado de ver incluso al Rey Thranduil con su flamante corona de hojas, su larga capa bordada y su mirada de condescendencia. 

Pero la sombra no respondió, y Arien no podía ver de quién se trataba. Pero de lo que si estaba segura era de que la altura de aquella figura era bastante mayor que la del más alto de los elfos. Arien se sobresaltó, pues la sombra no dejaba de aumentar y había alcanzado los trece pies de altura. Dos ojos rojos como rubíes la observaban. Y, pese a que su corazón latía veloz contra su pecho mientras la mirada incesante de la figura la traspasaba, no tenía miedo. 

Con movimientos lentos se acercó hasta estar apenas a seis pasos de la criatura. Ahora podía ver perfectamente sus rasgos. Como su un humo negro la envolviera, la figura compartía características con un humano o un elfo pero en mayor tamaño. Era capa de ver perfectamente la silueta de aquel espíritu que se encontraba delante de ella. 

La figura extendió su mano hasta ella, con la palma abierta, y continuó observándola. Arien vaciló. 

- Aphado nin, Morie.(ven conmigo, Morie)- susurró una voz ubicua, que ocupaba todo el espacio que la rodeaba. - Aphado nin. Aphado nin- repitió más deprisa y con más insistencia, casi con impaciencia- Aphado nin

La sombra comenzó a dar pasos hacia ella al mismo tiempo que Arien los daba hacia atrás. Por nada del mundo quería acercarse más de los seis pasos que los separaban. De pronto la sombra se detuvo, y sin apartar su mirada de la de Arien su tamaño comenzó a disminuir hasta tener la altura de un hombre. 

Un escalofrío recorrió la espalda de la elfa al ver aquellos ojos azules que tanto echaba de menos. Pensó que estaba soñando, como tantas veces lo había hecho mientras dormia e incluso despierta; pero aquello no parecía un sueño. Gal estaba de pie en frente de ella con aquellos grandes ojos azules, pero su mirada no era la misma. Porque aquella "cosa" no era Gal. Y Arien lo sabía. Pero por unos segundos deseó que lo fuera, que nada hubiera pasado, y que él volviera por arte de magia a su lado. 

Quería sentir sus labios en su frente cuando volvía a casa depués de un día de trabajo en la herrería; sus dedos asperos trazando una línea por su espalda desnuda aquellas mañanas en las que el sol se colaba por las pequeñas ventanas de su cabaña e incidía sobre su cama; quería esuchar su risa cada vez que Shanga saltaba encima de él con una amenaza fingida y ambos rodaban ladera abajo en los campos amarillo de Rohan; verle recogerse el largo pelo en una coleta cuando estaba concentrado trabajando y que algunos mechones rebeldes cayeran por su frente; quería escuchar su voz cuando cantaban alrededor del fuego o cuando la contaba historias sobre su pueblo a la luz de la luna mientras Shanga movía la cola contento por escuchar otro cuento antes de dormir. Quería tenerle allí con ella. Pero eso no era posible.

Una lágrima cayó por su mejilla y se le formó un nudo de la garganta, recordando por qué hacía lo que hacía. No pudo ayudar a Gal, que se fue en el momento más feliz de su vida, y desde entonces tenía la necesidad imperiosa de ayudar a todo ser vivo. 

Sus ojos aún seguían clavados en el falso Gal cuando Shanga le abordó por la espalda haciendo que su figura se disolviera en el aire.

::::::::::

- Contadme de nuevo que pasó, os lo ruego 

- Yo... no lo sé, había mucho fuego y humo. Es posible que mis recuerdos estén nublados

- Una última vez , os lo ruego- Gandalf esperaba que al repetir la historia, el chico recordara algún detalle nuevo que podría haber pasado desapercibido. 

- Se hundió. El fuego la rodeó y se hundió- Bain pasó la mano por su pelo nervioso, y miró a su padre pidiendo permiso para abandonar la tienda. Llevaba largo rato contandole a aquel mago lo mismo una y otra vez 

Bardo asintió con la cabeza sabiendo que su hijo había dicho, por poco que fuera, todo lo que sabía. Lo que ambos sabían. Entendía la preocupación que el mago mostraba desde la noche anterior, pero dudaba que alguno de los allí presentes pudiera darle respuestas. Arien había desaparecido en el lago hacía ya tres días y lo más probable era que no volviera. Bardo y su hijo la habían visto abalanzarse con tan solo una lanza contra el dragón, después una sombra lo cubrió todo. No vieron nada más hasta que Smaug se alzó entre el humo y Bardo pudo lanzar la flecha acertando en el hueco de la escama. Y aquel día, mientas observaba a Gandalf ir de un lado a otro de la tienda farfullando, se cuestionó si fue verdaderamente su flecha lo que mató al dragón o cuando el acero se clavó en su piel Smaug ya estaba encaminado a la muerte. 

- Debemos volver a enviar una patrulla- dijo Legolas acercándose al mago y posando una mano en su hombro- Guiaré a un grupo de exploradores y recorreremos toda la orilla hasta encontrarle. Nos zambulliremos en el río si es necesario, pero la traeremos de vuelta- le aseguró 

- De ninguna manera harás eso, hijo mío -Thranduil se levantó del la silla de madera sobre la que descansaba a modo improvisado de trono- Ninguno de mis soldados va a abandonar estas ruinas por una desagradable elfa.

- Padre... 

- No- dijo Thranduil tajante mientras se servía una copa de vino - Arien ha obtenido el final que merecía.

- ¿Que final, Rey Thranduil?- La voz de Gandalf se volvió amenazadora- ¿Acaso ahora nos alegramos de la muerte de nuestros amigos?

- En ningún momento la consideré mi amiga, bien lo sabes. Y tampoco deberíais de haberlo hecho vosotros. Da gracias a que esto ha sucedido ahora y no cuando fuera demasiado tarde para pararlo. - Thranduil bajó el tono al encontrarse cara a cara con él mago, pero su soberbia seguía - ¿O acaso me vas a negar que tu asunto en Dol Guldur no ha tenido nada que ver con ella?

- ¿De que estais hablando?- preguntó Legolas, pero ninguno de los dos esuchó sus palabras. Bardo miraba entre atemorizado y espectante la discusión que estaban teniendo el elfo y el mago, intentando descifrar algo de lo que decían y esperando a que no terminasen con las armas desenfundadas.  

- Tus acusaciones están vacías Thranduil. Lo han estado desde el principio. ¿Tan seguro estás de tus supersticiones? ¿Que has hecho para evitarlas? Nada. Señalas con el dedo desde tu trono de madera sin mover si quiera un dedo y sientes que tienes todo el saber. No, no sabes nada de ella y no sabes nada de nadie. No dejaré que ningún elfo que no sale de su fortaleza me de lecciones sobre como actuar, por muy rey que se crea ser. 

- Creeme Mithrandir, desde mi trono de madera se ven las cosas muy claras.

La puerta  de la tienda se entreabrió dejando pasar de nuevo a Bain al interior. El chico traía el rostro pálido y miraba con nerviosismo a los allí presentes. Bardo se giró hacia él y viendo su semblante se preocupó. 

- Hijo, ¿que ocurre?

-Arien... -dijo con apenas un hilo de voz 

Gandalf se abrió paso apartando a Bardo. Posó sus manos en los hombros del chico y lo miró fijamente.

- ¿Has recordado algo nuevo? ¿Es eso?Cuentame. 

- N-no... Arien. - Todos los presentes en aquella tienda miraban expectantes al joven. Bardo intentaba descifrar que era aquello que había sorprendido a su hijo, aunque no tuvo que esperar mucho para saberlo- Arien acaba de entrar por las puertas de la ciudad.

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Si me quereis matar lo acepto porque me lo merezco. Se que he tardado como miiiiiiiil años pero chicxs estas cosas a veces van lentas y llevan más tiempo del que creemos jajajjaj. 
Peero aquí os traigo un nuevo capitulo en el que parece que van florenciendo secretos y misterios en torno a nuestra protegonista jejej. 

Espero vuestros comentarios y mil gracias por leer 

Besis de fresixxx

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