El día en que mi reloj retroc...

By Marluieth

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¿Qué harías si un día lograras regresar tu vida desde el principio? Helena Candiani pudo hacerlo. No sabe có... More

Prólogo
1. Lo que fuí
2. El veneno que no quise ver
3. El acabose
4. Cuando despierta una estrella
5. Mi comienzo
6. Una nueva vida
7. Charly
8. Déjà vu
9. Argelia
10. Lucha de egos
11. Contra corriente
12. Una deuda pendiente
13. San Valentín
14. Detonante
16. La historia de un riñón
17. El jardín de las pitayas
18. Una fiesta de niños
19. La casa del monje
20. Bajo una nueva luz
21. Zona Cero
22. Principio de doble efecto
23. Damasco Cortés
24. Indicios
25. Corvus
26. Carpe Noctem
27. Remembranza
28. Estigma
29. La serpiente del Edén
30. Las hermanas de la Merced
--•Espacio para fanarts•--
31. Bajo Juramento
32. No todos los caminos llevan a Roma
33. Una descarga y una verdad
34. El museo
35. Cuando las máscaras caen
36. Marbella Duchamps
37. Una fachada perfecta
38. El novenario luctuoso
39. Alyeska Bélanger
40. Puesta de Sol
41. Las cartas
42. El mensaje oculto
43. La hoguera y el pájaro
44. Planes y costumbres
45. "V" de Vendetta
46. Verónica Burdeos
47. La madre superiora
48. La pieza que faltaba
49. Lyoshevko Lacroix
50. El Coliseo de las Bestias
51. La marca y la lechuza
52. Suspensión Activa
53. La hora de las bestias, los espíritus y los malditos
54. Bailes que matan
55. La Resistencia
56. Libertad
57. La Máscara Tribal
58. La Permuta del Siglo
59. Herejía
60. Resplandor
61. Hypnos I
61. Hypnos II
62. La prima hora I
62. La prima hora II
63. La Pastorela
64. El último cuervo blanco
65. EL día en que mi reloj retrocedió
꧁༒☬ Epílogo ☬༒꧂
❧Dudas y Curiosidades del Reloj❧

15. Adicciones y otras cosas

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By Marluieth

Era un día lluvioso, frío... a principios de Marzo. Las flores comenzaban a romper sus capullos para salir a la vida pero el agua aún se congelaba dentro de las tuberías o goteaba hasta formar pequeñas estalagmitas de hielo, sobre todo por las noches.

La luz de la mañana dejaba ver el techo escarchado de los autos y un delgado manto blanco cedía lentamente sobre los jardines que a su vez luchaban por teñirse de verde, para mudar la vestimenta amarillo ocre con que los había pintado el invierno.

Habían pasado tres años desde la muerte de Ana.

Argelia prefería pasarse las tardes en mi casa en vez de estar en la suya... nos gustaba leer, dibujar y también habíamos comenzado a practicar haciendo videos caseros para cuando apareciera YouTube en el mapa entre el año 2005 y 2006... claro que por aquel entonces todo era mucho más ortodoxo.

Las cámaras digitales por ejemplo, tenían una resolución bastante rústica y las computadoras a pesar de que comenzaban a popularizarse, aún no se parecían en nada a lo que son hoy en día... más bien se veían como televisiones enanas, rechonchas y bastante pesadas, salidas de algún programa futurista y mediocre de los años 80's.

Las de nuestra escuela eran color menta con blanco, con coraza de plástico grueso semi transparente. Eran los tiempos en que Apple y Windows aún no se separaban así que por supuesto que en ellas sobresalía la manzanita característica de antes de que Bill Gates y Steve Jobs tuvieran sus respectivos problemas conyugales y se divorciaran.

Por supuesto que moví mis hilos de niña "genio" para orillar a mis padres y a los abuelos de Argelia a invertir en la pequeña compañía nacida del resentimiento, en la que nadie tenía fe, que crearía Steve Jobs después de su aparatoso divorcio mediático... pero bueno, aquello sucedió unos cuantos años más tarde.

Por mi parte, aquella mañana en vez de prestar la debida atención a las clases de computación en las que pretendían enseñarme todo lo que ya sabía hacer, me las ingeniaba audazmente para jugar este increíble juego que todas las computadoras traían de cajón, al igual que PacMan.

Trataba sobre una hormiguita, jugado en primera persona... tenía que recolectar gotitas de agua sobre un pequeño artefacto hecho de hojas más verdes que el Hulk de Avengers, después las llevaba a un enorme hormiguero que al parecer había construido yo sola porque siempre estaba vacío, pero en el camino siempre me topaba con lo que parecían ser bichos malandros que puntualmente encontraban la forma de hacer mi trabajo mucho más difícil. Después de todo ese era literalmente su propósito de vida.

El pasto era gigantesco en comparación mía...

Las flores parecían edificios.

Y cuando intentabas ver hacia el cielo el ratón del mouse se te rebotaba tirándote sobre tus patitas traseras... pero podías verlo a lo lejos.

Era casi tan azul como el cielo estrellado de Vincent Van Gogh, claro que mucho más pixeleado.

Era el mundo de la eterna primavera.

Pero no había forma de salir...

Casi todo estaba rodeado de agua y no te dejaba ir más allá sin ahogarte...

Tampoco podías caminar eternamente por los escasos senderos en los que no había agua... llegaba un punto en que todo parecía un espejo gigante, porque a pesar de darte a entender que había un mundo más allá, no había forma de avanzar, pero podías ver mariposas y otros insectos atravesarlo sin problemas.

Era un pequeño bosque encerrado dentro de una burbuja de bordes irregulares que al parecer, a la única que encapsulaba era a mí.

Lo recuerdo muy bien porque varios años más tarde descubriría exactamente lo que esa hormiguita sentía dentro de ese pequeño mundo ficticio.

También recuerdo que Argelia era malísima jugando. Todo lo hábil que era cuando jugaba basquetbol lo perdía en cuanto tocaba una computadora. En cambio yo, siempre fui un desastre en los deportes, sin importar cuál fuera.

Y sin importar en qué vida...

Bueno —pensé, —no se puede ser bueno en todo.

Aquella mañana Argelia estaba jugando el juego de la hormiga con bastante concentración. Era el cumpleaños número 32 de su madre y necesitaba un escape en el que fuera lo bastante mala como para agotarse mentalmente.

La clase había terminado y nuestras compañeras cuchicheaban entre sí, riéndose.

Verónica cada vez se ponía más bonita. Tenía el cabello casi dorado y unos ojos grandes color miel a juego, su piel era blanca pero sus mejillas sonrosadas parecían casi como si se hubiera maquillado, por supuesto que no lo hacía... solo tenía 11 años.

Normalmente traía el cabello suelto, adornado por diferentes diademas hechas a mano por su madre; todas blancas, como lo exigía la escuela.

Era la personificación misma de como siempre me he imaginado que deben verse las hadas.

Nuestra relación por otro lado, pésima como siempre. Nunca fue abiertamente una persona desagradable conmigo pero siempre secundó a quienes lo eran.

Y yo nunca fui de las que cedían, así que para comunicarnos inventamos un nuevo lenguaje hecho básicamente de miradas hostiles y señas obscenas.

Su relación con Alan Garcés también continuaba. Aunque, por supuesto que ahora ya no jugaban a ser los power rangers rojo y rosa, salvando al mundo del recreo con la fuerza de su amor y el poder de sus loncheras.

Oh no.

La relación había evolucionado.

Adiós Power Rangers.

Hola, irse de misiones y retiros por parte de la escuela a comunidades remotas habitadas por gente extremadamente pobre que seguramente no había comido más que un pan duro y frijoles en días pero que ahora tendrían que alimentar a este par de tórtolos mientras les hablaban de la palabra de Dios como si no tuvieran otra cosa mejor que hacer.

Porqué al parecer la pobreza se acababa con una buena dosis de evangelización y fotografías. Muuuuchas fotografías que servirían después para decorar nuestro periódico escolar y así mandar el mensaje perfecto a los padres de familia: "Somos una institución dedicada a formar gente de bien".

Torcí mis ojos ante la crítica social mental que había hecho.

Necesitaba café.

Me dirigí a hurtadillas a la máquina expendedora de instantáneos que estaba en la parte trasera de las oficinas de profesores de nuestro edificio... al fondo del pasillo, dando vuelta a la izquierda, frente a la última puerta de la esquina, a lado de una terraza generalmente vacía, que usualmente entre clase y clase cumplía con el propósito de transmitirme la paz que tanto necesitaba, sobre todo durante esos días en que mi cerebro se esforzaba descomunalmente por estresarme.

Me detuve en seco casi brincando sobre mis talones.

Mi pequeño escondite parecía haber sido usurpado.

Levanté una ceja sorprendida ante mi hallazgo.

—"Moco..."—dijo Alan con una sonrisa casi de culpa, dándose cuenta de que no había tenido el tiempo suficiente para esconder su cigarrillo. 

—"Ah... el creativo autor de mi más icónico apodo"—no pude evitar ocultar el evidente disgusto en mi voz —"¿Qué edad se supone que tienes?" —me apresuré a ir al grano.

Levantó las cejas ante mi pregunta, arrugándo su frente —"¿Por qué? ¿Importa?"—me cuestionó mientras sacudía un par de veces su muñeca para dejar caer la ceniza acumulada justo al final del cuerpo de aquel cigarro que ya no le importaba seguir ocultando.

Me encogí de hombros y me enfoqué en buscar las monedas que necesitaba, dentro de la bolsa oculta al costado de mi falda— "Supongo que para emprender el camino hacia el maravilloso mundo de las adicciones cualquier edad es buena" —le contesté sin pensármelo mucho.

Dejó caer su cabeza hacia atrás mientras se reía lo suficientemente fuerte como para que yo lo escuchara y lo bastante suave como para que las maestras no lo descubrieran.

—"No entiendo como le haces para siempre salir con tus comentarios de abuela"—me dijo mientras se llevaba lo que quedaba de su cigarro a la boca —"No es tan malo"—me aseguró soltando una bocanada de humo en mi dirección mientras se le dibujaba una sonrisita burlona muy tenue que curveaba una sola comisura de sus labios—"Deberías probar, igual y te gusta"

Lo vi de arriba a abajo y contesté en automático, tratando de frenar lo que él creía que era un discurso lleno de sabiduría de supuesto bad boy, católico y misionero doble-moralista cuya única base eran los 2 años de edad que biológicamente me llevaba.

—"No gracias. Tengo 11 años de abstinencia y pretendo seguir así." —me arrepentí casi al instante de mi vomito verbal producto de mi estado de ánimo.

—"¿Qué?"—se burló abiertamente —"¿Cuantos años crees que tienes? ¿Cuarenta?"

Touché.

Me apresuré a sacar mi expresso con un shot de almendras de la máquina expendedora mientras lo ignoraba, vaciando mi gloriosa compra dentro de un termo púrpura que traía, para que las consagradas pensaran que era agua de frutas.

Luego lo mire a los ojos, que me miraban a su vez con una creciente curiosidad.

Aclare mi garganta —"Solo pienso... qué hay formas mucho más sanas de hacer que tus dientes terminen amarillos... como tomar café"— continué mientras inhalaba su aroma preparándome para darle el primer sorbo a mi droga mañanera.

—"No me gusta el café. Es amargo" —me confesó arrugando la nariz con mueca de asco. Sus pecas se notaban más cuando hacía eso.

Casi me atraganto con el café de la risa.

—"Ay sí. Se me olvidaba que el tabaco sabe a fresas con crema. Deberías probar succionar directamente del escape de un auto, es deliciosísimo... definitivamente un manjar digno de su majestad el power ranger rojo de la evangelización" —me tomé la libertad de reprenderlo y burlarme. Después de todo en mi disfraz de niña de 11 años ambos no eran mutuamente excluyentes.

Frunció el ceño decidiéndose a apagar su cigarro en el piso, no precisamente contento de estarlo haciendo.

"Gracias" —le dije con sinceridad porque lo de la abstinencia lamentablemente era cierto y aunque el no lo supiera estuve a punto de encarnar al mismísimo Chandler Bing en cualquiera de los capítulos en que tiene contacto con el cigarro.

Siguió sin dirigirme la palabra.

Creo que todo hubiese terminado de una manera menos caótica de habernos aferrado al disgusto mutuo que nos teníamos por aquel entonces.

Decidí ignorarlo también mientras seguía degustando mi café.

Tenía meses sin poder descansar mientras dormía, era realmente agotador porque a raíz de la muerte de Ana mi vida había dado un giro bastante desagradable.

Todo había comenzado con aquel sueño sobre el paradero de su cadaver ¡y ojalá así como eso había comenzado hubiese acabado también! Pero no...

A veces me despertaba agitada, después de haber visto en mis sueños desgracias, o cadáveres abandonados, o asesinatos, o niños secuestrados por gente enferma para no ser encontrados jamás....

A veces me anticipaba a algunas cosas... caídas, conversaciones, sitios... era algo bastante esporádico pero el momento siempre iba acompañado por esa sensación de hormigueo que terminaba en mis codos, con la que me iba familiarizando cada día un poco más, pero nunca del todo, a fin de cuentas era un tipo de alerta.

Pero lo peor de todo (y por mucho) eran aquellas pesadillas en las que estaba segura de que me estaban persiguiendo a matarme. Mi cuerpo terminaba adolorido por días, como si en verdad hubiera estado corriendo y al despertar, mi pijama siempre estaba empapada en sudor. Eran vivencias tan escalofriantemente reales que en cuanto abría los ojos me costaba discernir entre lo que era real y lo que no lo era, y también me costaba comenzar a moverme, sintiéndome como un bulto pesado. Y los minutos parecían horas...

Sin embargo, durante estos tres años... de alguna forma había conseguido llevar mi vida con relativa "normalidad" a pesar de todo... claro que, eso fue antes de ver pasar justo frente a mis narices al pequeño Santiago Villafuerte.

Porque yo ya había soñado con su muerte un par de días atrás...

Y porque su destino estaba ligado a un sinfín de desgracias mucho más grandes que nosotros.

Y porque en esta ocasión, sí no hacía algo, le estaría abriendo la puerta a un montón de eventos desafortunados pero igualmente ligados entre sí.

Y lo peor... el hacer "algo" no iba precisamente ligado con salvar su pequeña vida.

Aquella fue de las últimas mañanas en que logre solucionar mi día con una simple taza de café.

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