El inesperado cliché

karina2019 által

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En un instituto donde las cámaras son el motivo de alegría, las porristas son la sensación, y los futbolistas... Több

Sinopsis:
Capítulo 1 ( ¿Debería llevarte a tu casa? )
Capítulo 2 (Quizás quieres que te encuentren)
Capítulo 3 (¿Te gustan los parques?)
Capítulo 4 ( ¿Te gusta? )
Capítulo 5 ( Nos veremos pronto )
Capítulo 6 ( Eres efímero? )
Capítulo 7 (Entrégamelo, y lo cuido por ti)
Capítulo 8 ( El juego y la pantalla )
Capítulo 9 ( ¿Te sirvió de algo? )
Capítulo 10 ( Un melodrama )
Capítulo 11 (Desastre)
Capítulo 12 (¿y si lo intentas y es peor?)
Capítulo 13 ( Y eso me estaba doliendo )
Capítulo 14 (Dos deseos)
Capítulo 15 ( El caos )
Capítulo 16 ( Prometí convertirme en tu prioridad )
Capítulo 17 ( Eres un hermoso desastre )
Capítulo 18 (Tienes que estar bromeando)
Capítulo 19 ( ¿Puedes volver a mí? )
Capítulo 20 (Decepciones)
Capítulo 21 (Pagar por tu error)
Capítulo 22 (Algo que nunca esperé)
Capítulo 23 (El primer paso)
Capítulo 24 ( Cuando tuve el placer de conocerte )
Capítulo 25: (¿Qué pensaste la primera vez que me viste?)
Capítulo 27 (Capítulo final)
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Capítulo 26 (Tú y yo hacemos arte)

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karina2019 által

Ashton no había despertado, y yo apenas abría los ojos. Me levanté lentamente y no pude dejar de observarlo cautelosamente, imaginándome qué sería levantarme con él cada vez que quisiera. Me acerqué, viéndolo por encima, su respiración lenta, la forma en que su pecho subía y bajaba con tranquilidad, una que me acorbadaba el corazón, pues solo pensé en cuánto lo extrañaría si se me escurría de las manos alguna vez.

—¿Te gusta la vista? —su voz me alarmó hasta el punto de casi caerme de la cama de un sobresalto.

—Oh, por Dios, ¡Ashton! —llevé mi mano al pecho intentando controlar mi ritmo cadíaco. Él empezó a reirse, y se sentó con pesadez.

—Estoy levantado desde hace una hora —me miraba con diversión, y me sentí como si me hubieran descubierto en una travesura. Mi cara se tornó roja de la verguenza.

—Y... ¿Por qué te quedaste ahí? —intenté no sonar tan tonta.

—No quería levantarte. Además, es lindo verte dormir, pareces un gato —se estaba burlando de mí.

Lo reproché con la mirada.

—Hasta sin peinar te ves genial, ¿Cómo lo haces?

Abrí los ojos de más y me escondí entre las sábanas. No, Dios, no me podía ver de ese modo.

Su carcajada se apoderó del espacio y me apretujé más contra la cama y escondí mi cara en la almohada.

—Eve... —empezó a jalonear la sábana, pero se lo impedí.

—Ni se te ocurra. No me verás en esas condiciones.

—Sabes que si nos casamos te veré así todos los días y para mí continuarás siendo perfecta, Eve Giordano. Porque fuiste y serás hermosa, de eso que no te quepa duda.

Me tomé un momento para reconocer sus palabras, para entender que eran para mí, y lo que en verdad quería decir ¿Me vería con las mejillas rojas? ¿Era tan notoria?

—Vamos, rubia... —siguió intentando quitarme la sábana. Abrí un hueco para sacar mi rostro y me quedé mirándolo.

—Nunca me propusiste matrimonio, y nunca te dije que sí.

—Nunca te pedí ser mi novia, y nunca dijiste que sí —se encogió de hombros —cuando las cartas están sobre la mesa —se acercó coquetamente hacia mí, con una media sonrísa juguetona —preguntar que tienes está de más —me envolvió completamente hasta ahogar mis sentidos y olvidar la manera en que circulaba la sangre en mi sistema. Solo algo estaba funcionado y era mi sistema nervioso, aumentando el ritmo, el latido de mi corazón. Sentía ese delicioso martilleo en el pecho que me indicaba que estaba cegada por una locura de la cual no querí salir.

Quedó a centímetros de mí, rozando su nariz junto a la mía y podía jurar que no había momento más tranquilo que este. Su voz era melodía para mí, su tacto, se estaba convirtiendo en adicción sin él saberlo.

Le sonreí de una manera que no suelo hacer: retadora, curiosa, divertida, provocadora. Nunca me había sentido a tal grado de querer más de alguien.

Quedé casi a horcadas en el. Me agarró la cintura, acariciando la parte de piel debajo de mi blusa.

Podía verlo en sus ojos, por esa cabeza ingeniosa, pasaban muchas cosas.

Me besó la nariz con ternura y dijo:

—¿Ian está aquí verdad? Es mejor... —tomó en su dedo un mechón, y empezó a juguetear con él —demostrarte cuanta atención puedo posar en tí, en otro momento, aunque me cueste —le sonreí con ternura esta vez. Tenía razón. Aún en estás situaciones, lograba pensar con claridad.

—No se te pierde ningun detalle, ¿Eh? —me paré vagamente —haré el desayuno, ¿Qué te gustaría?

—Oh, no, Rubia, hoy cocino yo —llegó hacia mí.

Asentí lentamente.

—Antes de mostrarme más de tus habilidades culinarias, alistémonos para bajar —me solté el pelo, y mientras me lo arreglaba para hacerme una cola alta, aunque sea descuidada, tomó mi barbilla y me plantó un suave beso, con tanta delicadeza, que mi corazón dio un vuelco. Esos simples gestos, me drenaban completamente, tomaban todo de mí.

—Ahora sí —susurró.

Le sonreí sin darme cuenta, sin pretenderlo siquiera.

Me arreglé rápidamente. No quería mal gastar ni un segundo, sentía la necesidad de estar con el las 24 horas que el día me regalaba.

Luego de alistarme y estar presentable, mientras me maquillaba, él se bañaba en el cuarto de servicio.

Tenía el leve temor de que Flavio lo encontrara, no sabía cómo reaccionaría, ya que nadie había entrado a esta casa más que la chica de cuidaba de Ian cuando lo ameritaba.

Cuando salió del baño, pude sentirlo sin que hablara.

—¿Te maquillas todos los días? —estaba detrás de mí, mirándome por medio del reflejo en el espejo, mientras estaba sentada, poniéndome un poco de rubor.

—Aunque no salga necesito sentirme bien. No puedo estar sin mi maquillaje —le fui sincera. Temí un poco de lo que pensara.

Se agachó un poco, como si fuera a contarme un secreto.

—Con maquillaje o sin el, estás preciosa, de eso que no te quepa duda —rozó su nariz en mi cuello, juguetón y me reí.

Dioses, daba las gracias por encontrarlo.

La puerta de la abajo sonó y daba ya por hecho que Flavio se había ido a beber.

Bajamos para hacer el desayuno, pero aún tenía una leve molestia ¿Y si regresaba y armaba un escándalo? Quería un día de paz, solo eso.

—¿Ian? —preguntó mientras encendía la hornilla.

—Se despertará en unos momentos, tiene un horario.

—Ese horario al parecer es muy temprano.

Suspiré, recostándome de la encimera.

—No te imaginas.

—Sabes, cualquier día puedes llevarlo a mi casa, digo... no es que piense que no puedes, decir, es solo... —empezó a ponerse un poco nervioso al pensar que mal interpretaba lo que decía y reí.

Frunció el ceño al notarlo y me tapé la boca, disimuladamente.

—¡¿Por qué ríes?! —preguntó como un niño al que le robaron un dulce y no entendía por qué.

—Eres gracioso cuando te pones nervioso —me encogí de hombros y me acerqué. Lo abracé. Él era lo bastante alto para mí, eso quería decir: perfecto.

—No me molestaría cuidarlo.

—Lo sé.

—Has hecho un buen trabajo con él —sonreí pegada a su pecho. Era bueno escucharlo, me llenaba de alivio, y sentí unas leves ganas de llorar.

Me sentía apoyada.

Su aroma era delicioso. No el del jabón, el de él propio. Su persona Irradiaba tranquilidad, aire fresco, paz en todo el sentido. No quería soltarlo, quería quedarme entre sus brazos, pero temía incomodarlo.

—¿Estás pensando en enamorarme más? Porque si es eso, tenlo por seguro que lo estás haciendo —se rio y yo hice lo mismo.

—No puedo contarlo, o sino no funcionará —le guiñé.

—¿Panqueques entonces?

Asentí como una niña.

—Panqueques —le sonreí.

¿Algo más satisfactorio que te cocinen? Ver a Ashton cocinar. No sabías exactamente de qué tenías hambre. Era un hombre en toda su gloria, y era mio.

Pensé aquella palabra, y tuve que repetirla varias veces, porque sí, él era mio.

Una sonrísa tonta salió de mí y él lo notó.

—¿Qué piensas? —había acabado de hacer todo, se tomó su tiempo, y yo esperé como una niña buena encima de la meseta, observándolo, grabandome aquella viva imagen de él ahí en la cocina.

—En tí —le fui sincera.

—¿Y cómo? —esa pregunta me tomó desprevenida y el soltó una carcajada —pensaré que estás roja por el rubor que te pusiste —se acercó a mí con los panqueques y nos dirigímos a las escaletas. Nos sentamos ahí no más.

Ninguno de los dos dijo que quería hacerlo, fue como si hubieramos estado conectados, y desde que pasamos cerca, nos quedamos ahí. Me sorprendí al saber lo bien que se sentía estar así.

Yo estaba en un escalon más alto que él y aún así, estábamos tan cerca.

Ashton hasta para hacer un simple plato como ese, le salía perfecto.

Lo saboreé y pensé en decirle que hiciera más para más tarde.

—Tienes un don en la cocina.

—Ese don se va a quedar sin ser explotado entonces —se rio.

—¿No te gusta cocinar?

—No soporto estar en un mismo sitio parado, esperando. Soy un poco inquieto.

—¿Un poco? —me reí —Ashton, eres el chico más inquieto que conozco.

Por un momento se desconectó como si estuviera pensando algo.

—No me has puesto ningún apodo —dijo con sutileza.

Me encogí de hombros.

—No suelo hacerlo

Se quedó callado, y noté como intentaba tragarse sus pensamientos. Me inquietaba saber que no sentía que podía decir algo.

—¿Quieres que te ponga uno? —añadí con cuidado.

Él levantó la cabeza y asintió. De verdad parecía un niño. Su alma era tan pura.

Le sonreí.

—Algo así como su majestad no estaría mal —añadió.

Lo miré para ver si estaba hablando enserio y vi que se burlaba de mí.

—Digamos que no eres bueno para los apodos, lo entendí.

—Rubia es un lindo apodo.

—Para tí las rubias son tontas, ya me lo has dicho —contesté, mirándolo esta vez.

—¿Siempre tienes buena memoria? —preguntó como si se rindiera.

—Para lo que me importa, sí —respondí.

—Te importa mucho lo que piense entonces.

Lo miré detenidamente. ¿Estaba jugando o no? Con Ashton nunca se sabía. Era impredecible.

Se acercó a mí sin darme tiempo a reaccionar y me besó. Atrapó mis labios y no los soltó. Iba a un ritmo sumamente lento, dedicado a tomar notas de cómo se sentían mis labios sin apresuramiento alguno. La energía que teníamos era algo... indescriptible. Nunca creí posible sentir algo de eda manera. Nunca pensé tener a alguien como él, esa alma libre, refrescante, nueva.

Cuando se separó de mí, me tomó un momento entender que ya se había apartado, que tenía que controlarme, y caí más en que seguía existiendo cuando dijo:

—Tú y yo hacemos arte, Eve.

Arte...

Arte. Esa palabra empezó a resonar en mi cabeza.

Abrí los ojos de más, empecé a sentir ese entusiasmo recorrerme el cuerpo entero. Me paré con apuro y lo levanté para que me siguiera.

—Vamos, vamos, hay algo que quiero mostrarte.

Pensé que nunca le enseñaría esas cosas a alguien. Pero, me sentía bien al pensar que, tal vez... ahora tenía la libertad de hacerlo sin nada que se interpusiera.

Aceleré el paso, dejándome llevar por la emoción.

Llegamos a mi cuarto y empecé a rebuscar entre las hojas que habían en una gaveta.

—Cierra los ojos —le pedí, llevando las hojas a mi pecho.

—Rubia, ¿Qué me quieres enseñar? —se rio un poco.

—Hazlo.

—Mandona —susurró.

Me tomé en ese momento un segundo para pensar en lo que iba a enseñarle. Quizás a él le resultara extraño. Quizás ni debería.

La sonrisa se fue desvaneciendo en mi rostro, me puse nerviosa.

—Eve... —lo miré apresuradamente, sintiéndome atascada.

Me reproché por haber sido impulsiva.

¿Qué diría al saberlo?

Carraspeé incómoda.

Ya no había tiempo para dudas, tenía que enseñarselo.

Tragué fuerte.

Le estaba entregando una parte de mí que nadie había visto. Y al principio sonó como una buena idea  pero ahora...

Respiré hondo y lo hice sin contar, para no darme tiempo a pensarlo más.

—Ábrelos —soné indecisa. Abrió los ojos lentamente con una leve risita, pero al ver el dibujo, se deshizo.

Sentía que me apretujaban el corazón con toda la fuerza del mundo.

No respires fuerte, no dejes notar nada...

Me llevé un mechón de cabello detrás de la oreja como un tick nervioso.

Oh, por Dios. Debía de pensar que estaba loca al pintarlo. Apenas estábamos empezando, eso es una muestra del tiempo que llevo pensando en él, del tiempo que me tomo pensando en cada parte que  formaba su rostro.

Habían distintos dibujos. Diferentes momentos que habíamos pasado juntos, pero solo estaba él, y solo el dibujo final éramos nosotros, en las rocas, el día que fuimos a la playa.

Me quedé callada, aquel silencio pensaba matarme.

Se acercó lentamente.

—Eve —no despegó sus ojos del dibujo. Parecía muy concentrado y solo pensaba en todas las cosas malas que podría verle.

Me acercó a él, plantándome un firme beso en mi frente y sentí que volví a respirar.

—Esto es hermoso —susurró.

Me mordí el labio para luego soltar un suspiro profundo.

El alivio me vino de lleno, me recorrió el cuerpo entero.

Siguió analizando cada dibujo como si no quisiera desperdiciar ningún detalle. Acunó mi rostro entre sus manos, dejando las hojas en la cama con delicadeza y me besó, de manera profunda, como si no se quisiera contener.

Sentí que volvía a vivir cada vez que me besaba.

Olvasás folytatása

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