Nadie es perfecto

By DianaMuniz

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A los ojos del mundo, Adam Alcide es el flamante heredero de la A&A. Pero bajo su perfecta fachada se encuent... More

1- Nadie es perfecto (2ªparte)
1-Nadie es perfecto (3ª parte)
1-Nadie es perfecto (4ª parte)
2- Navidades Perfectas (1ª parte)
2-Navidades Perfectas (2ª parte)
2-Navidades Perfectas (3ª parte)
Navidades Perfectas (4ª parte)
3- Lo que está muerto (1ª parte)
3.-Lo que está muerto (2ª parte)
3.-Lo que está muerto -3ª parte-
3.- Lo que está muerto (4ª parte)
4.-Sombras del pasado (1ª parte)
4.-Sombras del pasado (2ª parte)
4- Sombras del Pasado (3ª parte)
4- Sombras del pasado (4ª parte)
4-Sombras del pasado (5ª parte)
5-El pájaro enjaulado (1ª parte)
5-El pájaro enjaulado (2ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (4ª parte)
6.-El otro lado del cristal (1ª parte)
6.-El otro lado del cristal (2ª parte)
6.-El otro lado del cristal (3ª parte)
6.-El otro lado del cristal (4ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (2ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)
8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)
9.- Hoja de Ruta (1ª parte)
9.- Hoja de Ruta (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (1ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (2ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)
Unas palabras a los lectores...

1- Nadie es perfecto (1ª parte)

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By DianaMuniz

Zero bajó del ovotransporte y miró a su alrededor sobrecogido por la multitud multicolor que se agolpaba en la plaza central de Galileo. No en vano, era la estación social del año y los actos culturales prodigaban por doquier.

Ya había pasado cinco años desde que obtuviera su ansiada libertad y, sin embargo, todavía no se acostumbraba a tratar con otras personas. Fueron demasiados años condenado a ver poco más que su rostro repetido en el espejo y en sus hermanos. Apretó los puños al recordar la de cosas que había perdido por el camino. Pero no era momento de entristecerse, por fin estaba allí, en Galileo.

Azalea hablaba de Galileo a todas horas y para él, acabó siendo lo más cercano al paraíso. Pero desde las cuatro paredes que por aquel entonces conformaban su existencia, el poder siquiera imaginar la luz de Eos ya suponía un milagro inalcanzable. Pero eso había sido hacía cinco años. Ahora Zero había cambiado. No tanto como su «padre» habría querido, eso desde luego, pero había cambiado.

El hall del Hotel Venecia mostraba la misma actividad que había en el exterior. Un continuo ir y venir de personas bien vestidas, humanos originales en su mayoría, aunque también podía distinguir a muchos fotosintéticos y algún que otro óptimo. Un mosaico de las razas surgidas tras la Revolución Genética que se mezclaban entre sí sin hacer distinciones de origen. Sí, Azalea tenía razón; Galileo era diferente y allí la diferencia no importaba.

—¿En qué puedo ayudarle? —dijo la amable señorita de piel esmeralda que le atendía tras el mostrador.

—Tengo una reserva a nombre de Alcide —dijo.

—¿Alcide? —la joven revisó su pantalla antes de responderle—. Aquí está. Ha sido previsor, es muy difícil encontrar habitación por estas fechas.

—Eso me dijeron —recordó, esbozando una mueca nerviosa que pretendía ser una sonrisa, mientras cogía la tarjeta que le brindaba la recepcionista.

—¿Ha estado alguna vez en el Venecia? —preguntó ella. Zero negó con la cabeza—. Con esta tarjeta puede acceder a cualquiera de las instalaciones del hotel. También pueden brindarle algunos servicios más... exclusivos —dijo jugueteando con la llave antes de devolvérsela—. Todo de primera calidad y con certificados oficiales, por supuesto.

—G-gracias —tartamudeó Zero sintiendo como la mujer le desnudaba con la mirada. Había aprendido a distinguir ese tipo de miradas pero todavía no sabía muy bien cómo reaccionar ante ellas. Por ahora, solo servían para incomodarle y hacerle ruborizar.

Su cuerpo había sido diseñado para ser perfecto, en más de un sentido. Y seguro que su predecesor habría sabido muy bien qué hacer con él y con la joven recepcionista. Por desgracia, Zero apenas sabía tratar a las personas. No pudo menos que preguntarse si la reacción habría sido la misma si la recepcionista hubiera sabido todo lo que implicaba su cuerpo. Pero no tenía sentido alarmarse por ello, en Galileo no le conocía nadie, allí era tan libre como el resto. Dirigió una tímida sonrisa a la señorita y se despidió.

Ya estaba en el ascensor cuando recordó que no había dicho nada de su equipaje. Suspiró y pensó en volver a bajar pero el recuerdo del gentío en recepción le hizo cambiar de idea. Todas sus pertenencias estaban marcadas con su nombre. El Venecia era un hotel respetable y competente, con seguridad, alguien se ocuparía de hacerle llegar sus bártulos.

Miró una vez más la numeración de su tarjeta. No era que lo necesitara, tenía una excelente memoria, pero estaba ante la puerta de su supuesta habitación y estaba abierta. Quizá estaban limpiando, o puede que el anterior inquilino no la hubiera desocupado aún. De cualquier forma, Zero asomó la cabeza. No parecía haber nadie en el amplio salón, quien quiera que fuera el intruso, estaba en el dormitorio.

El desconocido estaba de pie y contemplaba las vistas de la plaza desde la ventana con una expresión ausente en su rostro. El cabello oscuro como el espacio profundo enmarcaba una cara rosada de facciones agradables y de una edad indeterminada que podía oscilar entre la veintena y la cuarentena. De alguna de las lunas de Origen, probablemente. Llevaba el uniforme de Seguridad Interorbital.

«¿Un policía? ¿Aquí?», se preguntó Zero, sintiendo la fría presencia del miedo atenazando su garganta. El juicio sobre su legitimidad todavía pendía como una soga sobre su cabeza. El resultado se había decidido hacía poco, a su favor. Pero, sin embargo, todavía sentía que en cualquier momento alguien vendría para decirle que no tenía derecho a seguir viviendo.

—D-disculpe —dijo, sin poder evitar que le temblara la voz. El extraño se giró para mirarle y Zero sintió como unos ojos negros le atravesaban. Mantuvo la mirada, pero más como un acto reflejo de rebeldía que porque sintiera que debía hacerlo—. Esta es mi habitación.

—Sí —respondió el extraño mirando a su alrededor, parecía súbitamente cansado—. Disculpe, ya me marchaba.

—¿Hay algún problema? —preguntó Zero. Ese curioso personaje emanaba una especie de oscuro magnetismo.

—No —dijo con un largo suspiro—, solo recordaba. Hubo un tiempo en que esta habitación era el único sitio seguro del sistema.

—Yo, no... —De nuevo esa molesta sensación de bochorno—. Oiga, para mí no es más que una habitación. Si quiere, podemos hacer un cambio.

—Eso es muy amable por su parte señor...

—Zero —dijo, antes de deparar que había dicho su verdadero nombre—. Adam —se corrigió rápidamente—, Adam Alcide.

—Zero... —repitió el desconocido, ignorando el resto, como si supiera que era lo único que le importaba—. Solo es una habitación. Lo que la hacía especial hace tiempo que desapareció. Gracias por su oferta, de todas formas. Es extraño encontrar tanta amabilidad en alguien con el apellido Alcide —añadió con una sonrisa apenas perceptible.

—¿C-conocía a mi...? —Se suponía que tenía que decir «padre», algo no tan lejano de la realidad, pero no podía pronunciar esa palabra sin que su almuerzo amenazara con saltar al vacío desde su boca—¿... predecesor?

—Solo de oídas, señor Alcide, no pretendía ser grosero —dijo dirigiéndose hacia la puerta—. Ha sido un placer conocerle, Zero.

—Igualmente, señor... —La pregunta quedó en el aire. La puerta se cerró y Zero se quedó sin saber la identidad del misterioso desconocido que había irrumpido en su dormitorio.

«¿Por qué estoy temblando?», se preguntó al quedarse solo. Sentía el corazón latiendo como el de un pájaro asustado pero él no tenía miedo. Esa vez no. «Entonces... ¿por qué?». Miró a su alrededor  esperando encontrar lo que hiciera de ese sitio el más seguro del sistema y no lo encontró.

—Solo es una habitación —se dijo. Pero no pudo evitar una punzada de envidia. Él no tenía ningún lugar así.

***

Azalea estuvo soberbia. Zero la escuchaba desde su palco, ensimismado en cada nota que arrancaba su preciado violín. Deseando al mismo que tiempo que durara eternamente y disfrutar de la melodía, y que acabara rápido para poder acercarse a ella. Apretó el ramo de flores en un gesto nervioso. ¿Se acordaría de él? Apenas tenía catorce años la última vez que se vieron y ella era su profesora, la que le había enseñado a tocar el violín, la que le había hablado de Galileo, la que le había enseñado a creer en una vida mejor. ¿Sería consciente de la huella que había dejado en él?

«Me enseñaste que valía la pena vivir», se dijo en silencio.

Repasó mentalmente la conversación que llevaba planeando desde había decidido su viaje a Galileo mientras caminaba por entre bastidores rumbo a su camerino. Allí estaba: Azalea Coelho, primer violín. Sonrió y repasó con los dedos el nombre de la placa. Ella había soñado con eso tanto tiempo... Pero en París se había visto obligada a dar clases para el extraño niño rico condenado a quedarse eternamente encerrado en su habitación. Por supuesto, su naturaleza como clon había sido un oscuro secreto. Ni siquiera en Origen estaba bien visto sacrificar vidas humanas en pos de la inmortalidad. Para ella, solo era un niño excéntrico con un problema inmunitario que hacía que no pudiera salir al mundo exterior. La piel fotosintética de Azalea la había mantenido lejos de las grandes orquestas, más preocupadas por las apariencias que por el talento real. Esa barrera no importaba en Galileo. Zero sintió de nuevo el regusto amargo de la envidia, pero... ¿por qué? ¿Acaso sus sueños no se habían hecho realidad? Estaba vivo. Eso era más de lo que tenía cuando se conocieron.

Tomó aire y se armó de valor para llamar a la puerta, pero un sonido en el interior le hizo cambiar de opinión. Azalea estaba riendo.

—¡Thomas! —exclamaba entre risas—. ¡No hagas eso! —Besos, jadeos entrecortados... No era necesario entrar en la habitación para saber lo que estaba pasando tras esa puerta.

—¿Qué sucede, primer violín? ¿No puedes mezclarte con la plebe de la orquesta? —se burlaba una voz masculina—. Vamos, Azie, tengo ganas de celebrar tu éxito y no puedo esperar a llegar a casa.

—¡Thomas! —protestaba ella, pero por su tono se entendía que no era en serio.

Zero agachó la cabeza, avergonzado de escuchar una conversación que no era para sus oídos. Contempló las flores que llevaba en la mano y las dejó en la puerta. Había escrito una tarjeta. Dudó un momento y la recogió. Flores sin nombre, no decían mucho a su favor pero tampoco condicionaban la memoria de nadie.

***

—¿Una mala noche? —preguntó una voz conocida sacándole de sus pensamientos.

Zero alzó la vista, estaba en el ascensor del Venecia, rumbo a su habitación. A su lado estaba el mismo desconocido de Seguridad Interorbital que había encontrado antes en su dormitorio. Zero se llevó la mano a la cara y se encontró la mejilla húmeda. No era consciente de haber estado llorando pero debía presentar una imagen deplorable.

—No, yo.. eh... —No tenía ninguna buena excusa. Ni siquiera sabía por qué la estaba buscando.

—Suelen programar ligeras lluvias con el atardecer —dijo el desconocido—, si no es previsor, puede acabar empapado.

—Lluvia... —Zero sonrió—. Sí, me ha pillado la lluvia. Gracias por el consejo, señor...

El desconocido sonrió, pero no contestó. Le miró un momento y luego agitó la cabeza como si acabara de caer en un chiste que solo él conocía.

—En la cuarta planta hay un restaurante bastante bueno. ¿Ha cenado ya? —Zero le miró, sorprendido por la invitación y no supo qué contestar. Apartó la mirada y se encontró estudiando el dibujo de la moqueta del ascensor. De nuevo estaba temblando—. Bueno, no importa —dijo el desconocido encogiéndose de hombros ante su silencio—. Ha sido un placer saludarle de nuevo, señor Alcide.

La puerta del ascensor se abrió y el extraño salió por ella.

—¿Qué estoy haciendo? —murmuró Zero y metió la mano entre las puertas para evitar que se cerraran—. ¡Espere! —gritó al desconocido. Este se giró extrañado al ver a Zero salir de golpe del ascensor—. Espere —dijo de nuevo recuperando el aliento—. T-tengo hambre —se atrevió a decir.

El extraño le miró divertido y Zero no pudo evitar sonrojarse.

—Bien —dijo llamando de nuevo al ascensor—, yo también.

***

El local era agradable y poco concurrido. No era visible desde la calle así que no atraía muchos clientes casuales. La mayoría eran los propios huéspedes del hotel aunque la cocina y la fama habían conseguido atraer a una clientela bastante fiel que, con toda probabilidad, estaría congregada en alguno de los múltiples actos que se organizaban por doquier. Música suave e iluminación ambiental ayudaban a dar la tan necesaria sensación de estar en otro mundo, lejos de los problemas.

—¿No piensa decirme su nombre? —se atrevió a preguntar Zero tras media hora de comentarios vacíos sobre el contenido de la carta y la decoración del sitio. El desconocido sonrió de nuevo. No era una sonrisa feliz, apenas torcía la comisura de los labios. Era una sonrisa casi burlona, una sonrisa que decía que tenía muchos secretos y que no quería compartirlos.

—Preferiría no hacerlo —confesó—. Si su curiosidad puede con usted, puede preguntar por mí al camarero o en recepción. No creo que tenga muchos problemas en conseguir mi nombre. No es un secreto.

—Pero no quiere decírmelo —observó Zero con curiosidad—. ¿Por qué?

—Déjeme disfrutar de mi anonimato, por favor —pidió, y aunque no mudara el tono, pareció una súplica—. Solo durante la cena.

—¿Tan famoso es? —preguntó.

—¿Famoso? —El desconocido se rio con suavidad—. No, esa no es la palabra. Pero no suelo tratar con personas que no me conozcan o que no crean conocerme. Es agradable mantener una conversación trivial para variar.

—Pero... tengo que llamarle de alguna forma.

—¿Es necesario?

—Creo que sí —contestó—. Me gustaría poder dirigirme a usted y... no sé cómo hacerlo.

—Póngame un nombre —le invitó su extraño interlocutor con un gesto divertido—. Escójalo usted mismo. No se preocupe; no me molestaré.

—Un nombre, ¿eh? —Zero se sintió retado. Le gustaban los retos, le permitían demostrar de lo que era capaz—. ¿Qué tal Nadie?

—¿Nadie? —repitió el extraño antes de permitirle justificar su elección—. Es un buen nombre. Apropiado. ¿Y qué hay del tuyo, Zero? ¿Qué significa?

—No tiene mucho misterio, la verdad —dijo. Primero pensó que ese era su turno de sonreír y mantener secretos, pero recordó que ya no era necesario. Ya no era un secreto, ¿verdad? Aquel tribunal había decidido que tenía derecho a ser considerado humano. Ya no tenía nada que ocultar, sin embargo, vaciló. Que tuviera todos los papeles para ser considerado humano no significaba que en todas partes fuera tratado como tal. Su llegada a Galileo y su relativo anonimato, había hecho que la gente no le mirara como un extraño objeto. No sabía si podía permitirse renunciar a eso, pero sabía que no tenía sentido seguir adelante si no era sincero—. Significa control negativo. Todos mis hermanos fueron tratados con telomerasas activas para acelerar su crecimiento, yo era el individuo control. Así que Zero significa cero. Pero si lo escribo con zeta queda más exótico —confesó encogiéndose de hombros, sorprendiéndose a sí mismo por su verborrea. No solía hablar mucho de sí mismo. La gente le daba bastante miedo y, al juzgar por las reacciones que provocaba, acostumbraba a ser  un sentimiento recíproco.

—Deduzco que tienes un pasado interesante —murmuró Nadie, invitándole a continuar con un gesto de su mano—. Eres un...

—Un clon —concluyó él. Era la primera vez que lo decía en voz alta. Siempre lo había sabido pero pronunciar esa frase...—. Sí, soy un clon pero mejorado. Fui diseñado genéticamente para ser el cuerpo perfecto. —No pudo evitar una sonrisa vergonzosa. Quizás sonaba demasiado prepotente.

—Eso explica muchas cosas —dijo Nadie con una sonrisa ambigua que tanto podía ser una invitación como una burla. Zero no supo interpretarla.

—Se suponía que mi... —De nuevo la palabra que se resistía a ser pronunciada— predecesor ocuparía mi cuerpo. Pero murió antes de poder hacerlo. Aunque primero me nombró heredero universal de todos sus bienes. Claro que... contaba con estar aquí dentro cuando sucediera —dijo señalándose la sien.

—Es una suerte que no fuera así —comentó Nadie con una caída de ojos que provocó que Zero se ruborizara—. Has hablado de hermanos, ¿qué paso con ellos?

—Sí... mis hermanos —Zero procuraba no pensar mucho en ellos, pero solo tenía que mirarse al espejo para recordarles—. No lo consiguieron —dijo—. El desarrollo acelerado no funcionó muy bien y... la mayoría sufrieron problemas de crecimiento y... envejecimiento prematuro —Intentó sacarse la cabeza de su hermano Delta, moribundo, ahogado en su propio vómito, incapaz de mover su cuerpo decrépito. Zero cerró los ojos y no pudo evitar una mueca de dolor al recordar la escena: el hedor nauseabundo que llenaba la habitación, el sonido agónico de cada respiración, mientras cruzaba los dedos para que fuera la última...

—¡Zero! —le llamó Nadie con insistencia sacándole de su pesadilla.

—Lo... Lo siento —murmuró avergonzado. Podía sentir los ojos enrojecidos. No podía ponerse a llorar en ese momento; no delante de Nadie. Era demasiado embarazoso—. La mayoría de mis hermanos murieron delante de mí y no pude hacer nada. Cada vez que pienso en ellos me siento... muy impotente. Lo siento —añadió de nuevo tras un silencio incómodo que, aunque no debió de durar más de unos segundos, se le antojaron eternos—, solo hablo de mí.

—No me importa —dijo Nadie negando con la cabeza—, me parece un buen tema de conversación. Si no es indiscreción, ¿cuántos años tienes?

—No, no es indiscreción. Ahora mismo tengo los que aparento; veinte. Pero dentro de veinte años, seguiré teniendo veinte. Y dentro de cuarenta, y de ochenta, y de cien... Los eternos veinte —bromeó, aunque él no le viera la gracia.

—¿Eternos?

—Mi cuerpo está garantizado por ciento cincuenta años de juventud —explicó—. No es la eternidad pero es mucho tiempo. O eso me lo parece a mí. ¿Puedo hacerte la misma pregunta?

—Mi edad... —Nadie pensó un momento—. Más de los que aparento.

—Supongo que una cifra concreta era pedir demasiado —suspiró Zero—. ¿No vas a darme ninguna respuesta directa?

—No estoy seguro, pero creo que no —dijo, parecía estar disfrutando—. Me lo estoy pasando muy bien haciéndome el misterioso.

—Yo debo parecer un poco idiota por seguirte el juego —comentó Zero.

Quizá debiera sentirse molesto pero no lo estaba, por algún motivo extraño, disfrutaba de la compañía de Nadie. Apenas había abierto boca pero aun así, Zero le había revelado los secretos de su oscuro pasado. «No tan secretos», se corrigió. «Al menos, desde que trascendió el secreto de sumario. Por lo menos no me mira como si fuera un juguete roto». Eso le había quitado un peso de encima, Nadie actuaba con naturalidad y no parecía tratarle como un engendro diabólico.

—No creo para nada que seas idiota —dijo Nadie—. Quizá un poco ingenuo, pero tu inocencia me resulta refrescante. De cualquier forma, no creo que seas estúpido.

—Pues debe de ser el único —murmuró—, la mayoría de la gente que conozco se siente muy decepcionada conmigo. Supongo que esperaban a otra persona.

—¿Y a ti te preocupa decepcionarlos?  —preguntó Nadie enarcando una ceja.

Zero se quedó sin palabras. ¿Le preocupaba decepcionarlos? Esos hombres no le esperaban a él, esperaban a su predecesor. Y si algo tenía claro Zero era que no quería ser como su predecesor. Entonces... ¿por qué le importaba?

—Es como si necesitara demostrar que yo también soy capaz. Creo que me ven como un cuerpo sin cabeza. Si no me hubieran declarado humano en el juicio, quizá alguno me habría heredado con el resto de las posesiones de mi predecesor. Soy como un traje caro que quiere pensar por su cuenta; el esmoquin rebelde. Suena a novela de terror juvenil —bromeó. Nadie no rio, ni siquiera sonrió. Le miraba con sus ojos oscuros como si viera más allá del traje. Zero no apartó la mirada—. Tus ojos son extraños —comentó. Nadie cambió de expresión, parecía perplejo—. ¡Lo siento! —se apresuró a añadir Zero—. No quería decir... Solo... No sé qué es.

—Este ojo —dijo Nadie señalándose el izquierdo—, es más claro. No es mío, lo perdí en un... accidente. ¿Te incomoda? —preguntó.

—No, por supuesto que no —se apresuró a responder—. No sabía lo que era, apenas se nota. —En realidad, ya se había dado cuenta de eso pero lo había atribuido a una anécdota genética. Era otra cosa. O eso quería decirse, porque así podría entender por qué le atraía tanto esa mirada—. Pero... ¿no piensas parpadear?

Nadie rompió en carcajadas y Zero rio también, aunque con timidez.

—Hacía tiempo que no me reía así —confesó entre risas—. Llegué a creer que ya no sabría hacerlo. Eres extraño, Zero, y lo digo en el sentido positivo. Es difícil encontrar a gente como tú.

—¿Gente que te haga reír? —preguntó Zero.

—Sí... —Nadie desvió la mirada y la perdió en algún punto entre las copas de la mesa, tal vez recordando cosas que no estaba allí—. Sí... ha pasado mucho tiempo.

—¿Por qué has venido a Galileo? —preguntó Zero, intentando desviar la conversación hacia otro tema—. ¿Negocios? ¿Placer?

Nadie le devolvió la mirada y la sonrisa.

—Negocios —respondió—. Trabajo, trabajo y más trabajo. ¿Y tú?

—Vacaciones —dijo—, y una chica.

—¿Una chica?

—¿Decepcionado?

—Pues... debo admitir que un poco —confesó Nadie. Pero no parecía molesto.

Zero sonrió, sintiéndose alagado. Agachó la cabeza al darse cuenta de que empezaba a ruborizarse. Estaba temblando, otra vez. De repente, la historia de Azalea parecía ridícula e infantil, pero no estaba siendo justo con ella.

—Era mi profesora de violín —se explicó. Sentía la necesidad de hacerlo—. Ella siempre hablaba del exterior. Por aquel entonces vivía encerrado en una habitación y me prohibían el contacto personal con los profesores y los preparadores, así que nadie me hablaba. Pero ella era diferente. Creo que no podía estar callada. —No pudo evitar sonreír al recordar su charla incesante—. Hablaba sobre cosas, sobre sueños... Sobre vivir. Yo había llegado a asumir que no tenía vida, que nunca la tendría y ella... me hizo querer seguir viviendo. Es una estupidez —murmuró.

—¿Te enamoraste? —preguntó Nadie. Zero se sintió violento, era una pregunta demasiado personal para ser contestada a la ligera. Pero...

—No lo sé —confesó—. Tenía catorce años, estaba completamente solo y tenía una cuenta atrás sobre mi cabeza. Me habría enamorado de cualquiera que me hubiera dado los buenos días con una sonrisa —recordó con una mueca amarga—. Pero ella... Hoy tenía que verla. Hoy se suponía que hablaría con ella y que sería el rencuentro. Pero no pude. Sencillamente... no pude. ¿Seguro que no te aburre mi historia de pobre niño rico? —preguntó con cierta desesperación.

Había hablado demasiado. Se había desnudado completamente ante un desconocido. Ya no tenía catorce años ni una cuenta atrás sobre la cabeza, pero seguía estando solo y seguía enamorándose de aquel que le diera los buenos días con una sonrisa. «¿Es eso lo que ha sucedido? ¿Por eso tiemblas?».

—Yo también tengo una aburrida historia de pobre niño rico —dijo Nadie con aire ausente. Frunció el ceño, parecía molesto—. Nunca me han gustado esas historias. A decir verdad, nunca me han gustado las historias de nadie. Y la mía, la que menos. Pero,  soy el primero en reconocer que estoy sorprendido... No esperaba que tu historia me interesara, eso te hace...

—¿... interesante? —aventuró Zero.

—Interesante —confirmó Nadie.

—Pero no pareces contento con ello —observó con tristeza.

—Dudo —dijo Nadie—. No sé cuál debería ser mi siguiente paso y empiezo a plantearme que esto ha sido un arrebato estúpido.

—No lo estoy haciendo bien, ¿verdad? —preguntó Zero, pero no necesitaba una respuesta para saber que así era—. No sé tratar a la gente. Tengo que aprender pero... es más difícil de lo que parece.

—Pensaba que eras perfecto —replicó con sorna.

—No —negó Zero—, yo no soy perfecto. Mi cuerpo es perfecto y no vino con manual de instrucciones. Así que debo suponer que estás interesado en mí y de alguna forma yo debería hacerte saber que también estoy interesado en ti, pero... no sé cómo.

—Bueno, decirlo con palabras es una forma de que no haya malentendidos —comentó Nadie, de nuevo parecía divertido—. Aunque seguro que hay formas más sutiles. ¿Quieres que continuemos esta conversación en otro sitio?

—¿Otro sitio? —Zero tragó saliva—. ¿Como una habitación?

—Por ejemplo.

—Sí, claro. —Se movió con brusquedad y volcó las copas de encima de la mesa. Las cazó al vuelo evitando el despliegue de cristales. El temblor de sus manos ahora era evidente a simple vista. Sabía que a Nadie no le había pasado por alto, era imposible que no se hubiera dado cuenta—. Diré que nos traigan la cuenta y...

—No te preocupes —dijo Nadie tocando su hombro. Su roce detuvo al instante el temblor de sus manos pero hizo que su corazón emprendiera una carrera contra reloj—. Ya está todo.

—¿Ya? —preguntó extrañado—. Pero... yo quería...

—La invitación fue mía —recordó Nadie—. La próxima vez, quizá.

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