La risa del ángel

By Velveth

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[LIBRO 02] Bruce trata de ser coherente con sus decisiones, pero nunca le resultó tan difícil algo como dejar... More

Antes de empezar
¡Recuerda!
Prólogo
01| Una maldita pesadilla
02| Seguir avanzando
03| El nuevo inicio en la élite
04| Enhorabuena
05| La lista del viaje
06| No existo para ti
07| Con un esguince
08| El viaje [La llegada]
09| El viaje [Primer día]
11| El viaje [Barrio Vintage]
12| El viaje [La fiesta]
13| Regreso a Londres
14| Odio e impotencia
15| La pequeña de los Miller
16| No te rindas
17| Halloween Party [Parte I]
18| Halloween Party [Parte II]
19| Halloween Party [Parte III]
20| Inténtalo
21| Las manecillas del reloj
22| Preguntas y respuestas
23| Más de lo que pensaba
24| La culpa
25| No te odio
26| Resquicios de esperanza
27| Lo que quiero
28| El rostro más triste
29| Preparativos
30| Unas palabras
31| Bueno para ti
32| Un tiempo entre los dos
33| La risa del ángel
34| Un Rimes en la familia [I]
35| Un Rimes en la familia [II]
36| El efecto Spencer
37| Un día corriente [I]
38| Un día corriente [II]
39| Un día especial
40| La graduación: El final del camino
Epílogo
Nota + info Spin-off

10| El viaje [Jared]

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By Velveth

—¿Estás bien? Tienes mala cara. —Quiso saber, intranquilo.

—Sí, no te preocupes. No es nada. —Se rascó la frente—. ¿Qué haces aquí?

Le mostró su teléfono.

—Estaba esto en la mesa en la que estabais sentados esta tarde. Supuse que era de alguno de vosotros.

—De hecho, es mío. —Extendió la mano para cogerlo. Lo miró directamente a los ojos y preguntó—: ¿Has venido sólo para traerlo a estas horas? No tendrías que haberte molestado.

Jared se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se encogió de hombros.

—Sí, bueno, no era molestia porque pensaba dejarlo en recepción. Aunque parece que es mi día de suerte porque te he visto. —Su expresión era afable y la sonrisa calmada que delineaban sus labios lograba transmitirle una sensación de sosiego bastante agradable

En aquel instante, recordó los comentarios que le hicieron sus amigos hacía apenas unas horas atrás y un rubor llegó a sus pómulos sin poder evitarlo. Se preguntaba si las suposiciones de éstos serían ciertas y pronto esfumaba esos pensamientos diciéndose que simplemente estaba siendo amable. Tampoco descartaba la opción de que le estuviera tomando el pelo. No sería nada disparatado teniendo en cuenta su historial.

Mientras todas estas ideas surcaban su cabeza como estrellas en una galaxia, se tocaba las manos levemente alterada. No esperaba estar hablando con aquel chico a esas horas y en aquel lugar.

—No me apetece bromear —contestó fatigada, gestionando sus pensamientos del mejor modo posible.

—No estaba bromeaba —replicó algo más serio, pero sin perder la simpatía que lo caracterizaba–. Dime una cosa, si tienes tiempo libre mañana... ¿Te apetece salir un rato conmigo?

Spencer, cuyo primer impulso fue rechazar aquella petición, revivió en sus recuerdos el suceso que había presenciado escasos minutos atrás y decidió aceptar. Se decía que no tenía por qué ser algo a lo que darle muchas vueltas. No tenía que suceder ningún acontecimiento en especial. Aunque en el fondo sabía que era la primera cita que tendría después de Bruce.

Otra razón por la que sabía que no debía decir que no era que, pese a no le gustara admitirlo, sería una respuesta infundada por el pelirrojo. Por más que lo deseara, no conseguía que se fuera de su cabeza.

—De acuerdo. Pero, ¿no eres un poco mayor para invitar a chicas de 18 años a salir? –cuestionó punzante, reflejando en su rostro una sonrisa burlona.

—Tú me llamas la atención —manifestó alegremente—. Y tengo 21, tampoco soy tan mayor. Además, te puedes fiar de mí. Y si no estás segura, me puedes decir que no y no pasa absolutamente nada. Me parecerá igual de bien.

—Solo intentaba bromear. ¿A qué hora y dónde?

Una vez se hubo despedido de Emma, Bruce se dirigió a la habitación de Spencer. Portaba en sus manos una pequeña bolsita de una tienda, de la cual había tratado de disimular su contenido delante de la morena, fingiendo que había adquirido algo para él.

Fue a tocar la puerta, a ver si había alguien y podía dejarlo allí. Seguidamente pensó que no le apetecía encontrarse con nadie, dado que lo pondría en un compromiso, por lo que lo colgó del picaporte de la habitación y abandonó el lugar apresuradamente.

Cuando Spencer se acercó a su dormitorio, se percató de la bolsita de tela color blanco que había colgada del pomo. La agarró extrañada y lanzó varios vistazos a cada lado del pasillo, comprobando que no había rastro de vida al alcance de su mirada.

Abrió la puerta, entró y se sentó al borde de la cama para abrir dicho objeto. Estaba sacando el contenido y conforme más aparecía en el exterior, más le brillaban los ojos. Se trataba de un bañador íntegro, de un color azul marino decorado con finas rallas blancas que creaban algunas formas abstractas.

"Qué bonito". Pensó y se preguntó si aquello iba dirigido a ella.

Buscó alguna nota en el interior que lo corroborara y pronto dio con ella. «Spencer Turpin». Eso era lo único que ponía. Nada más. Nada acerca de quien había sido tan amable de dejar aquello para ella. Se cuestionó si era buena idea aceptarlo, aunque, en cualquier caso, no había modo de devolverlo si no sabía de parte de quién era.

Aunque en el fondo lo sabía.

—¡¿Qué tal el día, primito?! —Saludó un más que exaltado Parker, irrumpiendo en la habitación de un portazo.

Bruce se encontraba sentado con la espalda recostada en el cabecero de la cama, leyendo. Levantó las dos cuchillas que tenía por ojos del libro que sujetaba entre sus manos para mirar a Thomas.

—¿Has bebido? Pareces contentillo —comentó ásperamente enarcando una ceja.

—Un poco. —Se acomodó al lado del chico, lo cual le molestó—. ¿Te has divertido tú solo?

—No he estado solo.

—¿Con tu futura mujer?

Bruce cerró el libro de un golpe tras escuchar aquella pregunta. No se veía la cara, pero estaba convencido de que había adquirido un tono enrojecido y que las cenas de cuello se marcaban ligeramente.

—Ni puta gracia.

—Perdona, tío... —Estiró el brazo para frotar aquel cabello rojizo como si fuera un cachorro—. ¿Y qué tal ha ido?

—Como siempre. Emma dándome el coñazo.

Parker, que tenía los pómulos sonrosados a causa del alcohol que había consumido, dio una bocanada de aire.

—Ella también debe de sentirse mal. Te ha querido desde que teníais tres años.

Aquello pareció abstraerle por unos segundos.

—Me da igual, ya no somos niños. Ya no vemos el mundo con los mismos ojos.

—Claro que no.

La joven de cabello castaño esperaba en una calle transitada de Honolulu, no muy alejada del barrio del hotel. Iba vestida de un modo informal; con unos vaqueros ajustados y una camiseta roja con rayas blancas cuyas mangas eran cortas y que dejaba ver sutilmente su ombligo. La melena se la había recogido en una coleta alta, dejando apenas unos pelos más cortos sueltos que le rozaban la cara.

Aquella mañana la había pasado con tranquilidad, habían hecho turismo con unos guías que estaban programados en las actividades del viaje y a la hora de comer eran libres de ir a donde estimaran. Apenas había visto a Rimes desde que lo descubrió fundiéndose en un beso con Miller, algo que agradecía puesto que no querría que su cara fuera la de una idiota si se lo encontraba.

Tampoco era algo que hubiera comentado con ninguna de sus personas cercanas allí presentes. Estaba segura de que, si lo hacía, tan solo serviría para martillearle la cabeza y para elucubrar teorías que, a fin de cuentas, solo la machacarían y no obtendría nada en claro. Bastantes noches sin dormir le había dedicado ya. Se negaba a hacerlo de nuevo.

Había quedado con Jared a las 19:00 para ir a cenar y dar una vuelta por la ciudad. Con la buena a la par que ingenua costumbre que tenía, había llegado antes de la hora acordada. Cuando se levantó ese mismo día de la cama se había propuesto mantener cierta distancia con aquel chico, pues no sabía nada de él. No existía ningún tipo de confianza entre ellos.

Repentinamente, sintió como unas manos le tapaban los ojos provocando que pegara un brinco del susto. Un segundo después, pudo escuchar una suave voz cerca de su oído.

—Sí, soy yo. No voy ni a preguntar —susurró y apartó las manos, dejando que se girara para mirarle a la cara—. ¿Has esperado mucho?

—Qué va, he llegado hace poco. —Echaron a andar en la dirección que guiaba el rubio.

—Dime una cosa, ¿te apetece pizza?

A la joven se le iluminó la cara al escuchar aquella maravillosa palabra: «pizza». ¿A quién no le gustaba?

—Siempre me apetece pizza —aseguró con una sonrisa y, acto seguido, su estómago dejó escapar un rugido que corroboraban sus alegres palabras.

Sabía que su cara debía estar completamente roja porque sentía como se desprendía el ardor de sus mejillas.

—Ya lo veo. —Rio.

Llegaron al lugar en cuestión. Se trataba de un restaurante italiano de carácter informal que presumía de ser experto en pastas y pizzas. Spencer enarcó las cejas.

—¿Esperabas ir a un sitio con más clase? —Quiso saber él, apoyando con suavidad su mano en la lumbar de ella.

—No, estaba pensando que echaba de menos venir con alguien a un sitio informal —explicó alegre—. Dalia y Thomas siempre me llevan a sitios caros, pero es que no se les ocurre otra cosa de entrada y sé que es a lo que están acostumbrados.

—Pues diles tú de ir a otro sitio si te apetece. No tienes por qué ir siempre a donde ellos quieren.

—¿Sabes qué? Tienes toda la razón. —Mostró su dentadura al inclinar sus comisuras hacia arriba.

Eligieron de primero, una ensalada italiana con salsa rosa y queso provolone con salsa de tomate y de segundo ambos se decantaron por pizzas, cómo no podía ser menos. Jared pidió una cerveza, previamente habiendo preguntado a Spencer si quería otra, a lo que contestó que no.

—Y bueno... —comenzó a decir ella—. ¿Eres de aquí? Quiero decir, ¿es temporal o...?

–No, soy de Londres. Aunque estudio en Oxford.

—¡Vaya! —Parecía impresionada–. Eres de Londres, trabajas en Hawái y estudias en Oxford, ¿cómo está eso? ¿Te tele-transportas?

El chico soltó una carcajada.

—Claro que no. Es solo que este trabajo era solo de verano y tenía el contrato hasta final de septiembre, pero me dijeron de quedarme un par de semanas más y no me viene mal el dinero.

—¿Y no vas a perder muchas clases?

—Me temo que más de lo que me gustaría. Pero ya he pedido a amigos que me vayan pasando apuntes y mi jefe me hará un justificante.

Spencer asintió con la cabeza. Tenía muchas más cuestiones en la punta de la lengua acerca de sus estudios y sobre aquel trabajo en Hawái. Y sobre todo acerca de cómo lo había conseguido. Pero prefirió no hacer un interrogatorio tan de buenas a primeras.

Mientras hablaban, disfrutaban de la comida que les acababan de sacar apenas unos instantes atrás.

—¿Y tú qué? ¿De dónde sois tú y toda la tropa pedigrí? —Ahora era Jared el que quería saber más acerca de ella, la cual soltó una carcajada ante el adjetivo que había escogido el rubio.

—De Londres. Si te digo la verdad me parece mucha casualidad conocerte, estar cenando aquí y que encima seas de Londres también.

—La verdad que parezco sospechoso si lo miras así, pero te puedes fiar de mí. —Guiñó un ojo.

Ambos sonrieron. La velada continuó con tranquilidad y después de cenar estuvieron en un bar tomando unas cervezas y hablando. En dicha ocasión, la joven sí que consumió esa bebida. Estaba bastante tranquila y confiada como para animarse a probar una bebida alcohólica. Estuvieron conversando de tantos temas que Spencer no podía creer lo a gusto que estaba con aquel chico simplemente haciendo eso, hablar.

—Y una pregunta, aquel chico pelirrojo de ayer... —Estudió la expresión de Spencer antes de estar seguro de poder continuar con lo que estaba diciendo—. ¿Es tu novio o algo? ¿De qué os conocéis?

Aquella cuestión fue, para Spencer, una punzada en el pecho. No podía negar que le había molestado que Bruce apareciera en aquella conversación. Era como un maldito "jueves", siempre estaba en medio.

A pesar de ello, esbozó una sonrisa coqueta y dio un sorbo al tercio que tenía en la mano sin apartar su vista de él.

—No, si fuera mi pareja no creo que hubiera venido a una cita contigo hoy.

—Así que es una cita.

Ella levantó ligeramente los hombros.

—Bueno, la verdad que no lo sé. Dependerá de si te vuelvo a ver después de este viaje.

Él la apuntó con el dedo índice.

—Eso tiene fácil solución.

Tras pasar un tiempo más charlando, regresaron al hotel juntos ya que Jared se había ofrecido a acompañarla. Una vez hubieron llegado al lugar en cuestión, ambos se sintieron un poco nostálgicos.

—Me lo he pasado bien hoy —dijo ella.

—Yo también —aseguró con una expresión apaciguada. Posó su mano en su brazo con cuidado—. Si quieres mañana nos podemos ver otro rato.

—Me gustaría. —Sonrió.

—Genial, pues mañana te llamo. —Se acercó a ella lentamente y, con suavidad, dejó descansar un gentil beso en su frente—. Hasta mañana. —De cerca, pudo ver que sus ojos eran de un azul con muchas tonalidades y le pareció que le hacían poseer una mirada hermosa. Antes de irse, hizo una vez más aquel día, un guiño con su ojo derecho.

La muchacha entró al recinto con cierto cosquilleo en el estómago. Definitivamente Jared era muy buen chico. Reparó en la enorme piscina redonda que había en el jardín del edificio y en lo absolutamente tranquilo que estaba todo. No sabía si era que la gente se había ido ya a dormir o por el contrario habían salido, pero le daba igual.

Entró a su dormitorio sigilosamente y con cuidado de no despertar a Dalia que, como podía corroborar en aquel preciso instante, estaba dormida. Agarró el bañador que había recibido aquella mañana y tras colocárselo, se dirigió a la piscina. Quizá era el alcohol de la cerveza que le había subido un poco, ya que no estaba acostumbrada a beber, pero aquello le pareció, por un momento, una idea fantástica.

Se metió en el agua lentamente y comenzó a nadar. Sumergió su cabeza un rato y cuando la sacó sintió la suave brisa del entorno acariciándole la nuca. Se apoyó en la escalerilla de mano y miró al cielo. A veces estaba mejor que bien disfrutar de aquellos momentos de paz en soledad. Ella no tenía piscina en su casa y estaba segura que no la tendría nunca, por lo que consideraba buena idea aprovechar la ocasión.

Permaneció allí relajada unos minutos cuando el sonido del agua la obligó a que se incorporara, pues era señal de que acababa de llegar alguien. Dirigió la mirada al punto del ruido y allí estaba él.

Cómo no. Su rompecabezas particular: Bruce Rimes.

—Ya me voy —dijo levantándose para salir del agua.

—No hace falta que te vayas —replicó cortante. Parecía molesto.

Se paralizó ante la brusquedad con la que había dicho aquella frase y se percató de que ni si quiera la estaba mirando. Genial, el momento de paz se había esfumado, ahora solo había una incomodidad latente que le ponía los pelos de punta.

—Yo creo que sí hace falta —rebatió finalmente.

Bruce lanzó una mirada que podría pulverizar un ecosistema entero. No obstante, en cuanto su vista cayó en Spencer, pudo apreciar que vestía el bañador que había comprado.

—Te has puesto el bañador —comentó casi sin darse cuenta y, tras decir aquellas palabras, deseó tener un collar que le propinase descargas eléctricas cuando fuera a hacer comentarios que no iban a facilitar su vida. Pero, sin embargo, añadió—: Te queda bien.

La joven lo miró fijamente, entrecerrando un poco los ojos, para luego mirar la prenda que vestía.

—¿Me lo has regalado tú? —En el fondo lo sabía, pero quería creer que no.

—No —mintió nadando hacia ella, que permanecía paralizada, con las manos aferradas a la barandilla de la escalera.

—¿Y ahora por qué te acercas?

Él también apoyó su mano donde las tenía ella, quedando muy cerca el uno del otro.

—Por nada.

Podía notar la voz de Bruce, que le resultaba más ronca de lo normal, muy próxima a su cara.

—Estás demasiado cerca, Rimes —expresó tratando de exagerar el apellido del muchacho. Spencer se giró para verle la cara y se encontró una expresión muy fría que la trasladó, involuntariamente, al inicio de todo: al odio mutuo—. ¿Qué te pasa?

El joven acercó su cabeza a la de Spencer, la cual la volteó rápidamente. No obstante, dicho gesto no pudo evitar que hundiera su rostro en el cuello de la aludida, provocando que se le erizará la piel. A su vez, posó su mano sobre el vientre de Spencer y lo acarició con suavidad, subiendo con calma, pasando por su ombligo, hasta hacer lo mismo con su pecho.

Ella se estaba excitando con aquella situación, pero también se estaba enfureciendo; se irritaba porque estaba mareándola de nuevo. Y cada vez más parecía que habían vuelto al punto de salida. Solo que era un punto de salida manchado de toda la mierda que le había salpicado el estar con Bruce, tanto lo bueno como lo malo.

Dio un codazo hacia atrás, golpeando al chico, que se separó al instante pese que el impacto no era para nada fuerte debido a la presión del agua.

—No soy tu maldito juguete. —Le recriminó ella vocalizando muy lentamente cada sílaba y alzando la voz, sin apartar la mirada de la de él. Y acto seguido, se marchó del agua sin voltearse siquiera una sola vez.

Bruce no dijo nada. Se quedó un rato en silencio allí dentro. Lo único que pudo sentir era cómo se le humedecían los ojos. 

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