Sin Luz - Emiliaco

By amargotequila

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Amar te marca. Te hace dejar a un lado tu egoismo y entregar tu corazón a otra persona. Exponerte a tal grado... More

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Epílogo

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Maratón 2/3

Emilio



Dos minutos después ya estábamos dentro del coche camino al hospital. Me quede viendo desde la ventana del vehículo en el lugar del copiloto, respirando hondamente sin pensar en cosas innecesarias. Tenia que demostrarle a Humberto que todo estaba bien, y que no perdería el control como él suponía.

-Emilio.- Hablo de repente. Despegue los ojos de la ventana para observarle. -Si aquel cuerpo resulta ser el de Joaquin... Eso no significa el final de la investigación.

-No entiendo...

-El cuerpo que hemos encontrado posee signos de haber sido maltratado. Muy posiblemente lastimado... Hasta la muerte.- Pronuncio en voz baja. Trague saliva.

-Asesinado.- Comprendí en voz baja.

-Exacto.- Los ojos de Humberto giraron un segundo hacia los míos para analizar mi expresión, pero luego se volvieron rápidamente a la calle que estábamos recorriendo. -El caso no se cierra hasta saber que fue lo que le paso a la victima exactamente.

-¿Por eso no pudieron reconocerlo al instante?- Pregunte ignorando lo anterior. Deje que mi visión se posara sobre mi regazo, en donde mis manos descansaban una a lado de la otra, ambas sudadas. -No lo reconocieron porque rostro esta severamente... Lastimado.

-Sí, pero fuera de esto, el cadáver respeta en su mayoría la descripción física que tenemos sobre Joaquin.

-Estoy seguro que es una coincidencia.- Volví a afirmar, y escuche como Humberto suspiraba a mi lado.

-Eres tan obstinado.- Resoplo, pero no hubo atisbo de enojo en su voz. Solo resignación.





Nunca antes había estado en una morgue. Solo había visto algunas en películas que para nada reflejaban la realidad. A la hora de la verdad, todo resultaba mucho más impactante, eso lo tenia bien en claro pero... Definitivamente yo no estaba preparado para algo así, para algo de esta magnitud. Ni siquiera me había imaginado lo que estaba a punto de presenciar mis ojos ignorantes. Para mi desgracia, aquello lo descubrí, recién cuando logramos pasar a los guardias de seguridad gracias a Humberto, y entramos al lugar, que se encontraba sumergido en lo más bajo del hospital. Solo entonces me di cuenta que mis sentimientos no estaban perfectamente bajo control como yo lo suponía, pero ya era tarde para echarse para atrás.

Mientras Humberto cerraba con llave la puerta de entrada de la morgue por si acaso, yo me limite a permanecer inmóvil y casi pegado y encogido por completo en una pared, observando todo con los ojos temblorosos.

El gran cuarto estaba dividido por una gran pared de vidrio ubicada justo en el centro, la cual dejaba ver por su transparencia lo que estaba por el otro lado. Todo el lugar parecía un baño gigante por los tipos de azulejos pequeños y apagados que lucían en la paredes enteramente limpias al igual que el suelo y el techo. Claro que no había artículos de baño en el interior de la gigantesca habitación; solo había grandes estanterías de acero inoxidable pegadas contra una de las paredes de fondo, la cual se encontraba a su vez del otro lado de aquella pared de vidrio.

Eran muchísimas estanterías. Habían otras más pequeñas, muebles metálicos con cajones que supuse, se guardarían elementos para inspeccionar los cuerpos y tal, pero no le preste nada de atención. Mis ojos se habían quedado clavados en aquellas otras estanterías gigantes y largas que seguramente resguardaban camillas en el interior de esas gavetas. Camillas en donde apostaba que se encontraban los cadáveres.

De pronto ya no quise cruzar aquella pared divisoria de vidrio.

Baje la mirada lentamente cuando Humberto paso a mi lado, y comenzó a caminar con su tranquilidad habitual hacia un armario blanco y de metal que estaba de nuestro lado, y que yo antes no había visto. Lo abrió con la confianza de alguien que sabe lo que esta haciendo y saco de allí una bolsa transparente  que en su interior contenía una bata blanca, un tapabocas y guantes que parecían ser de látex. Volteo a verlos con ojos neutros y luego me tendió aquella vestimenta doblada de hospital sin mencionar palabra alguna.

Trague saliva, quieto en mi lugar.

-Tienes que ponerte esto, Emilio.- Explico él al ver que yo estaba mirando las ropas en sus manos. -Son medidas de bioseguridad. El cuerpo que vamos a ver no murió de causas naturales.- Continuo explicando con voz compresiva. Al parecer ya se había dado cuenta de que yo no me encontraba muy bien. -Hay heridas infecciosas que podrían hacerte daño, ademas tú también podrías ensuciar o modificar el cuerpo. Sus características únicas, son como pistas para nosotros. No podemos arriesgarnos.

-No voy a tocar el cadáver.- Susurre con la mirada aun puesta en la ropa medica. -Solo quiero verlo, y ya.

-No nos podemos arriesgar.- Repitió firmemente, y luego extendió una vez más las ropas que debía usar.

No me quedo de otra más que aceptarlas. Él también se coloco una igual a la mía. Luego de prepararnos finalmente estuvimos listos para cruzar la pared de vidrio.

Esta también requería una llave que, por supuesto, Humberto tenia a su disposición. Abrió la puerta con cuidado y luego me indico que pasara con un movimiento de cabeza. Ingrese intentando aparentar tranquilidad para que él no se arrepintiera de lo que estaba haciendo por mí. Le había insistido muchísimo para que me dejara hacer esto. No podía decepcionarlo y salir corriendo como un niño asustado. Ahora debía afrontar lo que yo mismo me había buscado, ¿no?... Era lo correcto.

Humberto cerro la puerta esta vez sin llave, y una vez más paso por mi lado para dirigirse a un lugar en particular. Yo me quede de pie a un lado del vidrio, sin saber que hacer exactamente. Solo me quedaba esperar indicaciones.

Observe como Humberto descolgaba de la pared lo que parecía una lista. La comenzó a leerla con atención y, luego sin quitarle la vista de encima, camino hacia la estantería de acero inoxidable. Al parecer en aquella lista estaban los datos de todos los cuerpos, ya que después de un pequeño rato, Humberto se paro frente a una hilera de gavetas enumeradas en especifico y coloco su mano sobre una de estas. Dejo la lista a un lado y, con las dos manos retiro la traba de metal que mantenía cerrado el compartimento. Cuando la pequeña puerta de este estuvo al fin abierta, una pequeñísima y casi imperceptible nube de frió salio desde adentro.

-Acércate Emilio.- Ordeno Humberto sin elevar la voz. Camine solo tres pasos y luego ya no pude moverme más. -Los cuerpos están congelados casi por completo. Eso evita que la descomposición avance; o al menos la detiene un poco.- Nuevamente, con sus dos manos sostuvo los extremos de la camilla que estaba dentro de la gaveta, y luego la deslizo hacia afuera con fuerza delicada.

Sentí un estremecimiento en la espalda y cuello cuando identifique la forma del cuerpo humano dentro de una gran bolsa que parecía ser especial para cadáveres. Aquella bolsa era lo único que me impedía ver el cuerpo muerto tendido sobre la camilla de metal completamente extendida frente a mí.

No es Joaquin. Intento gritar mi subconsciente, pero su exclamación solo logro un eco muy lejano en mi cabeza.

-Emilio.- Llamo Humberto, le mire sin pestañear. -Podemos irnos si quieres.- Me sorprendí un poco al ver su expresión preocupada, ¿tan mal me veía?

-No.- Negué de inmediato, y mi voz sonó ahogada por el tapabocas. Camine torpemente hacia el otro lado de la camilla de donde se encontraba Humberto, y me coloque frente a él, quedando así la gaveta de acero en medio de los dos. -Muéstrame, estoy seguro de que él no es Joaquin.- Conseguí sonreír levemente y con falsa confianza.

Humberto solo se guardo su comentario y se mantuvo en silencio respetuoso.

Aproximo su mano a la cremallera central que mantenía cerrada la bolsa y, por alguna razón yo también aproxime mis manos, deteniéndolo.

-¿Puedo hacerlo yo?- Pregunte sin mirar sus ojos marrones.

-Emilio no...

-Por favor...- Suplique, y luego pestañeé dos veces con rapidez para impedir que mis ojos se empañaran.

-Dije que no.- Hablo con voz dura, pero a pesar de ello alejo mis manos de la bolsa con las suyas con delicadeza. No me atreví a levantar la mirada, tampoco a poner resistencia a su trato calmado. Ya me había quedado sin fuerza para suplicar. -Esto es mejor que lo haga yo, Emilio.

Bajo la cremallera con actitud precavida, pero para mí aquella lentitud solo fue tortuosa. No fui consciente de nada a mi alrededor. Solo de los dedos cubiertos por los guantes de Humberto, deslizando cada vez más y más el cierre hacia abajo, haciendo que la bolsa se abriera.

Lo primero que se asomo desde la obscuridad muerta, fue el cabello, y quise morirme al identificar esos pequeños chinos castaños desordenados, ya muy conocidos por mí.

Solo con ver su cabello logro helarme el alma.

Humberto se detuvo cuando se percato que mi mano inestable se acercaba con miedo a los pequeños mechones que se habían escapado de la bolsa. El sector de la yema de mi dedo indice cubierto por el guante fue lo primero en rozar la suavidad de su pelo, y los ojos se me entrecerraron al sentir ese simple contacto. El corazón me batía el pecho como si quisiera atravesarlo. Las rodillas me temblaban al igual que las manos.

Humberto me dio un momento muy corto, ya que no tardo mucho para seguir abriendo el cierre hacia abajo. 

Aleje mi mano y me la lleve a la boca cuando el rostro quedo descubierto. Desvié mis ojos abiertos intensamente, y luego me aleje unos pocos pasos, sentía que me caería al suelo en cualquier momento.

El rostro estaba irreconocible, totalmente destruido, literalmente. Tan desfigurado que casi no se podía notar los rasgos de la cara. Parecía que lo habían golpeado con una fuerza brutal, demasiado cruel y filosa. La cual le había dejado infinidad de cortadas y moretones que resaltaban demasiado por culpa de su pálida piel muerta.

Cuando recupere un poco el ritmo normal de mi respiración alterada volví los ojos al cuerpo, aunque en realidad no quería hacerlo.

Me quede viendo fijamente la cara del cadáver, y también su cuello; Humberto había bajado un poco más el cierre.

Observe con mucha atención su cuello, totalmente exento de lunares en su piel.

Cuando descubrí eso solté una carcajada corta y quebrada que resonó en todo el lugar con demasiada fuerza e hizo sobresaltar a Humberto.

Sin decir una palabra me di la vuelta y camine rápido hacia la pared de vidrio. La abrí y la cruce sin atender los llamados de Humberto y luego comencé a quitarme la bata que seguía descansando sobre mi ropa original, como si me quemara. Me arranque el tapaboca y los guantes y luego me apoye en una pared porque el mareo en serio estaba a punto de hacerme caer al suelo.

Humberto se acerco preocupado y me sostuvo de los hombros para llamar mi atención.

-No es él.- Es lo único que logre articular en un jadeo sonriente. -¡No es él! ¡No es él, Humberto! Joaquin tiene  un lunar justo en el centro del cuello.- Solté una risa sin aliento, y luego cerré los ojos con fuerza. -¡No es él!

-Tranquilízate, Emilio. Estas respirando muy rápido.- Alertó él con seriedad en su voz. -No te hagas falsas ilusiones, por favor. Se que suena cruel pero luego sera peor para ti. Que no le hayas visto un lunar no significa nada, aun hay que estudiar el cuerpo, ¿entiendes?

-Gracias Humberto.- Ya no lo estaba escuchando. Estaba ahogado en un alivio ciego que hacia muchísimo no sentía. Era como tomar una larga bocanada de aire luego de semanas sin respirar. -Quiero irme. Déjame irme.

-Emilio.

-Necesito salir de aquí.

Humberto comprendió entonces que seria difícil razonar conmigo ahora mismo, así que solo asintió con pesadez.









-¿Seguro que estas bien?- Pregunto una vez más luego de detener el coche.

Asentí con el rostro relajado por la falta de expresión. Luego de salir del hospital había conseguido calmarme, y Humberto se había ofrecido a traerme a mi departamento. Definitivamente ya lo consideraba como una clase de amigo. Había hecho mucho por mí.

-Gracias.- Murmure, volví mis ojos a los suyos para que supiera que hablaba en serio y él asintió sin decir nada. Ya no había más que decir de todos modos.

Salí del auto y luego observe con la mente adormecida como arrancaba y se iba unos segundos después. Desapareció en una esquina y solo entonces decidí empezar a caminar hacia mi hogar. Ya estaba a punto de hacerse de noche y lo único que mi cuerpo anhelaba era echarse en la cama y desconectarse de todo.

Seguía sintiéndome levemente mareado y perdido. Pero estaba seguro que no estaba alucinando cuando divise las figuras de Nikolas y Diego sentados frente a la puerta de mi hogar.

-¡Mira, ahí esta!- Exclamo Niko cuando me vio. Me detuve algo desconcertado mirando como ellos se ponían de pie torpemente. -¿En donde estabas? Tenemos horas esperando, trajimos algo para comer, pero creo que esto ya se volvió cena...

-Niko detente...- Susurro Diego.- Lo observe con pesadez y descubrí que había muchísima preocupación en su mirada rasgada clavada en la mía. -Emilio ¿qué paso? Te vez... Pálido. Muy pálido.- Se acerco a mí con pasos lentos. Retrocedí inconscientemente.

-¿Mailo?- Pregunto Nikolas desconcertado al ver mi movimiento.

Me falto la voz para responder.

Las rodillas no había parado de temblarme y al verme acorralado, por mis dos amigos que me observaban sumamente extrañados... Mis ojos comenzaron a arder abruptamente.

-¿Estas llorando?- Se sorprendió Niko, pero yo no supe que decir. Solo sentía que se me encogía la garganta dolorosamente.

Nos quedamos inmóviles, sin saber que decir; ellos observándome con atención y yo sin entender porque me estaba costando tanto pronunciar palabra para explicar todo lo sucedido. Lo cierto es que no me encontraba bien del todo. Aun no podía sacarme de la cabeza el rostro de aquel cuerpo escalofriantemente similar a Joaco.

Cuando Diego se aproximo un poco más y me abrazo con fuerza sin preguntar, el llanto emergió sobre mi pecho como si lo hubiera tenido ahí atascado por demasiado tiempo. Todo de golpe. Mis ojos ardieron y mis parpados se cerraron, y entonces al fin sentí que todas las lagrimas se me escaparon y mojaron mi mejilla. Sonidos lastimeros y desconocidos por mí escapaban de mis labios temblorosos.

Me aferre a Valdéz como pude aunque la verdad... Fue él el que me sostuvo para que no cayera.

Era insoportable.

Aun podía sentir el efímero tacto de aquel cabello castaño hormigueado en mi dedo.





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¿Les esta gustando el maratón?

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH

Anahí. 



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