Huntress. (Saga Wolf #3.)

By wickedwitch_

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Había pasado un año desde que Chase había decidido regresar a Blackstone; ambos habíamos decidido ir a la uni... More

Prólogo.
1. ¡Bienvenidos a Nueva York!
2. Problemas nada más llegar.
3. La chica suicida.
4. Alice.
5. La mejor amiga de Chase.
6. Agrio recuerdo.
7. La Marca del Cazador (1ª parte.)
8. La Marca del Cazador (2ª parte.)
9. Devil's Cry.
10. El Alfa de Manhattan.
11. Hogar, dulce hogar.
12. «Nos complace anunciarles... ¡nuestra próxima boda!»
13. Feliz aniversario.
14. «Hasta que la muerte nos separe».
15. En la profundidad del río.
16. Miss Perfección.
17. El juego de la verdad.
19. Tommy es un niño bueno.
20. Sorpresas agradables.
21. Huntress.
22. Visita sorpresa.
23. Regreso a la realidad.
24. Anfitriona.
25. Anónimo y oscuridad.
26. El secreto del acónito.
27. Combate a muerte.
28. Cuentas pendientes.
29. Cicatrices.
Epílogo. (Versión Chase)

18. Ronda de suplicios.

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By wickedwitch_

Aunque me esforcé por intentar dormir un poco, no pude. Todo el enfado y rabia que había sentido hacia Gary por haberme ocultado tantas cosas se había ido esfumando, dejando a su paso un desolador sentimiento de vacío. Tenía que empezar a vivir en el mundo real y darme cuenta que, tras varias semanas sin una sola señal, Chase podría estar realmente muerto.

Se me formó un nudo en la garganta con este pensamiento. Muerto. Por mi culpa. Quizá si no le hubiera exigido tanto seguiría con vida, a mi lado, y yo no tendría este gran peso anclado en el corazón que era la culpabilidad. Me había esforzado mucho por salir de aquel hospital, por demostrarles a todos que estaba más o menos recuperada, pero las fuerzas me iban abandonando poco a poco; ya ni siquiera me atraía la idea de coger cualquier cosa y estamparla contra la pared.

Me estaba perdiendo a mí misma.

O a lo que quedaba de mí.

Di varias vueltas a la enorme cama de Gary, intentando coger una postura que me ayudara a dormir, pero no pude. El despertador que había en la mesita marcaba las ocho en punto de la mañana y Gary aún no había regresado. Comprendía que se sintiera molesto conmigo, por aquella puya que le había lanzado antes, pero él también tenía que comprenderme a mí: había estado guardando todas estas semanas pasadas una mínima esperanza que se había desvanecido por completo. Era como si me hubieran echado un jarro de agua congelada por encima.

Me quedé rígida al oír la cerradura de la puerta y las risitas, tanto masculinas como femeninas, que continuaron. No podía salir porque, era más que evidente, que Gary había decidido traerse a casa a sus conquistas y no quería hacer el ridículo. Los pasos tambaleantes de ambos se acercaron peligrosamente a la puerta que conducía a la habitación, pero se desviaron y oí sus cuerpos cayendo pesadamente sobre uno de los sofás. Mis manos se aferraron con fuerza a la pesada manta con la que estaba tapada y mi mente comenzó a barajar opciones y posibilidades: estaba claro que Gary no se había traído a aquella chica para hablar y yo no tenía ninguna gana de escucharlos.

Intenté deslizarme fuera de la cama con el mayor sigilo posible, pero Gary parecía haber decidido pasar a la acción sin preliminares. Me quedé inmóvil, sin saber muy bien qué hacer en aquella bochornosa situación. A pesar de que me había tomado a broma el comentario de Gary respecto al sofá, parecía haber estado hablando de forma seria.

Los gemidos y jadeos de ambos resonaban en toda la habitación. Me pregunté si la chica sería la misma que había llevado a la fiesta y que me había ofrecido para tomar droga. «Bueno, si es aquella rubita de la fiesta, podré con ello», me animé a mí misma.

Además, estaba segura que podía dejarla KO si se ponía violenta. Podría ser una preciosidad, pero carecía de suficientes neuronas y lo único que sabía hacer de manera correcta era abrirse de piernas.

Reuní todo el valor que me fue posible y me dirigí a la puerta, dispuesta a dejarle bien claro a Gary que, si tanto interés tenía en «protegerme», lo mínimo que podía hacer era llevarse a todas sus conquistas a un hotel o, mucho mejor, dejar que volviera a mi apartamento. No quería estar metida de lleno en la vida de Gary Harlow ni conocer a todas sus amiguitas.

Ni su estilo de vida.

Aferré con fuerza la madera y conté hasta diez. Nada más llegar al último número, no me lo pensé más y abrí de golpe ambas puertas correderas; estaba comenzando a amanecer y había luz suficiente para que pudiera ver perfectamente a Gary sobre una pelirroja que se aferraba a él como si fuera un bote salvavidas. Él alzó la cabeza de golpe, clavando una mirada asustada en mí y poniéndose pálido. Y yo que pensaba que le gustaba tener público…

La chica, al ver la sorpresa de Gary, ladeó un poco la cabeza para comprobar qué había pasado y por qué había decidido parar. Tenía que reconocer que era bastante atractiva, el tipo de mujer que llamaba la atención por donde pasara; sus ojos castaños me estudiaron y su boca perfecta se torció un poco.

Luego me sonrió, como si estuviera encantada de haberlos visto en aquella situación.

Por mi parte, fulminé con la mirada a Gary, que parecía haberse vuelto mudo de repente.

-¡Así que ésta es la chica que te ha tocado cuidar! –exclamó la chica.

La miré con cara de perros. «Chica que le había tocado cuidar», eso era lo que pensaba Gary de mí. Una responsabilidad que él no había deseado y que, lamentablemente, tenía que hacerse cargo.

-La chica cuyo chico licántropo murió en ese accidente –prosiguió, sin tacto alguno.

Si antes sus palabras me habían molestado, aquello me sentó como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Mantuve la compostura, sin perder el control, y Gary se mostró alarmado.

-¡Jia!

La chica se giró hacia él con una expresión de inocencia.

-¿Qué? –se defendió Jia-. ¡Solo he dicho la verdad!

Gary parecía exasperado.

-Mi nombre es Mina –le repliqué a Jia-, no «chica».

Ella me respondió con un desdeñoso gesto de mano.

-Como sea –respondió.

-Mina, esto… esto no es… -barbotó Gary y vi que se había sonrojado.

Clavé mi mirada en su cara y él desvió la suya.

-Me importa una mierda lo que hagas o dejes de hacer –le aseguré, cruzándome de brazos-, pero deberías tener un poco de respeto. Pensar un poco en los demás, quizá. No eres el único ser que vive en la Tierra, Gary.

El rapapolvo que le había echado parecía estar surtiendo algo de efecto: Gary bajó la cabeza, sumiso, mientras Jia parecía dispuesta a seguir dando guerra con su lengua afilada y viperina. Se deslizó por debajo de Gary y se recolocó el minúsculo y sugerente vestido que llevaba.

Me dedicó una media sonrisa demasiado artificial.

-¿Por qué no desayunamos algo y así puedes contarme más cosas sobre ella, Gary? –le preguntó, sin dejar de mirarme.

Sin esperar siquiera respuesta, echó a andar hacia la zona de la cocina sin importarle lo más mínimo en fingir algo de humildad; se contoneaba como si fuera una modelo profesional y, al pasar a mi lado, se sacudió la melena pelirroja con coquetería. Me dieron ganas de darle un buen bofetón y dejarle una marca en su bonita cara.

Gary seguía en la misma posición en el sofá, sin moverse. De cintura para abajo llevaba una vieja manta que lo tapaba, gracias a Dios, pero parecía igual de avergonzado que como si fuera desnudo y a la vista de todos.

-Déjame explicártelo, al menos –me suplicó.

Desvié la mirada y la clavé en la espalda de Jia, que se había instalado en la cocina y no paraba de husmear en todos los armarios. Me pregunté si la vida de Gary sería así siempre: conocía a una chica, la engatusaba, se la traía a su casa, pasaban una buena noche y dejaba, a la mañana siguiente, que le preparara el desayuno.

Como si sintiera mi mirada clavada en su espalda, Jia se giró y me dedicó otra de sus habituales sonrisas artificiales.

-¿Sabes qué, Mina? Gary se ha dejado que te quedes aquí y se está esforzando mucho por ser responsable porque quiere demostrarle a su padre que es capaz de liderar la manada –me explicó amablemente-. ¿No es un encanto de persona?

Mi vista se movió a la velocidad de la luz hasta clavarse en los ojos de Gary. Si antes me había molestado que me ocultara cosas, el hecho de saber que me había mentido sobre sus «buenas y nobles intenciones» hizo que me enfureciera. A Gary le importaba poco Chase, lo único que quería era impresionar a su padre para que no le quitaran la manada. De nuevo era una responsabilidad para él que no deseaba y que, todo aquello, lo estaba haciendo para aparentar que era un buen Alfa.

-Jia, creo que sería mejor que te marchases –intervino Gary, con un tono que no admitía réplica alguna.

La chica hizo un puchero que Gary no vio, se acercó a él con intención de besarlo y Gary se apartó de golpe, sin mirarla siquiera. Una sombra de dolor cruzó sus ojos castaños pero se recompuso de inmediato con su habitual sonrisa; cogió su bolso y salió del apartamento sin tan siquiera decir adiós.

Debía reconocer que me hallaba impresionada de que no hubiera gritado o se hubiera ido recriminándole cualquier cosa a Gary. Era como si nadie pudiera desobedecer una orden de Gary Harlow. La última frase de Jia («¿No es un encanto de persona?») no dejaba de repetirse en mi cabeza con ese tono suyo tan amable y artificial que no lograba entender cómo lo lograba. Era casi como tenerla junto a mi oído diciéndomelo una y otra vez.

Gary junto ambas manos como si estuviera rezando.

-Esto no siempre es así –me aseguró-. No suelo… venir con ellas aquí.

Enarqué ambas cejas.

-¿Hoy ha sido una ocasión especial, quizá? –intenté sonar lo más tranquila posible pero no pude evitar que se notara mi sarcasmo.

Quería darme de bofetadas allí mismo. Estaba discutiendo con un tío cuyas intenciones nunca eran nobles y que había decidido, cada vez tenía más claro sus motivos, acogerme en su lujoso apartamento y cuidar de mí; Gary Harlow solamente pensaba en sí mismo y, en más de una ocasión, me lo había demostrado.

Todo lo que hacía Gary tenía un único propósito, y no era bueno.

Gary se recolocó en el sofá y se tapó con la manta con cierto pudor. Tuve que controlar las ganas de poner los ojos en blanco.

-Jia Wang es la secretaria de mi padre –me confesó, bajando la mirada.

¿Debería sentirme privilegiada por ser la primera persona, ya no la primera mujer, que estuviera viendo a Gary Harlow con aquel aire decaído?

Puse los ojos en blanco sin poderlo evitar.

-¿Es así como les paga tu padre un plus? –inquirí-. «Has trabajado bien. ¿Qué te parece que, en vez de darte un plus en metálico dejo que te acuestes con mi hijo? Es todo un semental».

-Me gusta que mis futuras empleadas estén satisfechas –me replicó, claramente molesto.

Me cuadré de hombros, dispuesta a dar por zanjada la conversación y aquella extraña relación que a ninguno de los dos convenía en absoluto.

-Entonces, ¿es cierto lo que ha dicho Jia? –le pregunté, yendo directa al grano-. ¿Estás haciendo todo este papelón de chico bueno y atento porque temes que tu papi te quite tu juguete favorito porque, en realidad, eres un egocéntrico, un cabrón y un hijo de…?

-Me halaga que pienses esas cosas tan bonitas sobre mí –me cortó de golpe Gary, pero en su tono no había ni rastro de humor-, pero lo cierto es que no tengo ningún interés en demostrar a mi padre nada. Él sabe perfectamente como soy; cuando me cedió voluntariamente tomar el relevo como líder de la manada, sabía dónde se metía. Todo lo que ha dicho Jia era porque estaba celosa.

«Como todas las tías con las que te acuestas», dije para mis adentros.

Ladeé un poco la cabeza y entrecerré los ojos, observándolo en silencio. No quería saber la cifra exacta de corazones rotos que había dejado a su paso, pero lo que sí me encantaría saber era por qué; ¿por qué se divertía a costa de mujeres que parecían tener unos firmes sentimientos hacia él? Eso lo convertía en un monstruo a mis ojos.

-Llévame a mi casa, por favor –volví a pedirle.

Negó varias veces con la cabeza.

-Sabes perfectamente que no puedo hacer eso… por el momento –contestó-. Ahí fuera hay algún perturbado que va tras de ti y no podemos correr ningún riesgo; tendrás que quedarte aquí durante un tiempo hasta que las cosas se hayan calmado o hasta que lo encontremos. Después todo volverá a la normalidad –me prometió.

¿Normalidad? ¿Qué normalidad? Mi vida había cambiado por completo y ya no tenía ni idea de qué significaba normalidad para mí. ¿Estar encerrada el resto de mis días en un apartamento que me recordaba tanto a él? Era una opción. ¿Volver a Blackstone y dejar que el resto de vecinos se compadeciera de mí? Era posible.

No sabía si estaba preparada para afrontar el cambio que había supuesto para mí la muerte de Chase. Ni siquiera estaba segura de querer dejarlo atrás.

¿Cómo sería mi “nueva” normalidad para mí?

Pero las sospechas de Gary, el hecho de que pudiera haber alguien que iba detrás de mí por algún motivo que desconocía, me ponía un tanto nerviosa. Recordaba las cartas amenazantes que había recibido Chase y cuya intención era darle a entender que, si actuaban, lo harían contra mí.

Por un instante mi mente barajó la posibilidad de que ambos hechos estuvieran relacionados. Pero aquello era imposible; ¿quién sería tan retorcido de intentar… matarnos?

-No quiero estar aquí más tiempo del estrictamente necesario –le avisé.

Volví a encerrarme en la habitación, que ni siquiera era mía, y me tumbé en la cama, agotada después de aquel enfrentamiento. Gary me había asegurado que no estaba haciendo todo esto por demostrar algo a su padre, pero Jia había dicho que sí; ella era la secretaria del padre de Gary, así que tendría que estar al tanto de todo lo que sucedía en la familia Harlow, incluyendo el hecho de que fueran licántropos.

A pesar de los intentos de Gary de demostrarme que, en el fondo, podía llegar a ser una persona encantadora, no estaba dispuesta a retirar el beneficio de la duda que había sobre él. Sin proponérmelo siquiera, me quedé durmiendo con la sensación de que había algo que se me escapaba de todo esto.

Habiendo conseguido superar la época de las pesadillas, sufrí de nuevo una: el accidente se repetía pero, en vez de ir con Chase, iba acompañada de Betty. Verla de nuevo hizo que se me encogiera el corazón un poco; su aspecto era terrorífico, como si llevara mucho tiempo bajo el agua. Su pelo negro flotaba alrededor de su rostro y su piel estaba pálida, casi azulada; me miraba con lástima.

-Al principio pensé que podría hacerlo –me dijo y, a pesar de estar atrapadas en el coche lleno de agua, pude oírla perfectamente-. Me dije que saldría adelante, que lo haría por él. No pude, Mina; el dolor, con el tiempo, se volvió insoportable. Todo me recordaba a él y me volví casi loca. Me convertí en una farsante…

Abrí la boca para hablar, para decirle lo mucho que lo sentía por todo el daño que le había causado y que no había sido mi intención; también quería decirle lo mucho que la echábamos de menos y la falta que me hizo el día en que Carin se casó. Me hubiera gustado decirle lo mucho que la echaba en falta y que, de seguir con nosotros, sería la única que comprendiera mi dolor.

Únicamente salieron de mi boca burbujas.

-Déjalo ir, Mina –prosiguió Betty, sin percatarse de mi intento de hablar con ella. De decirle todo lo que sentía-. Deja de luchar y ríndete; sabes que jamás superarás todo esto. Por mucho que finjas… No conseguirás escapar al dolor que supone perderlo.

»Deja de luchar. Abandona.

Su rostro fue transformándose lentamente hasta convertirse en Chase. Me quedé paralizada, con el corazón en un puño y sin saber muy bien a qué se debía todo aquello; mis pesadillas eran retorcidas, sí, pero en ninguna de las que había tenido me había afectado tanto como ésta.

Ver a dos personas a las que quería tanto y de las que me sentía responsable de sus respectivas muertes eran culpa mía fue un duro golpe para mí.

Me quedé observando a Chase, esperando a que dijera algo. Lo que fuera.

-Ayúdame –fue lo único que dijo.

Me obligué a despertarme para evitar seguir con todo aquel suplicio. Abrí los ojos y me quedé quieta, incapaz de moverme y oyendo a mi apresurado corazón retumbar contra mi caja torácica. En mis anteriores pesadillas, siempre el rostro de Chase se mantenía distorsionado, aunque yo sabía con certeza que era él; que en aquella aparecieran Betty y Chase me había dejado demasiado impresionada.

La casa estaba en el más completo silencio. El reloj informaba que había dormido más de diez horas y que Gary no había venido a molestarme, quizá un poco avergonzado de que lo hubiera pillado en una situación tan íntima. Me levanté de la cama y me asomé tímidamente al salón, esperando encontrármelo sobre el sofá o la cocina.

Todo el apartamento estaba oscuro y sin señales de que estuviera allí.

Decidí que, ya que brindaba con tanta intimidad como tiempo a solas, me merecía un buen baño. Me dirigí al baño que había anexionado a la habitación, y que era el único que había en el apartamento, y abrí la puerta con cierto temor de encontrarme con cualquier cosa inesperada. Sin embargo, el baño era completamente normal, el típico de un apartamento de un soltero que pasaba poco tiempo allí; las estanterías estaban casi vacías y apenas había pertenencias de Gary cubriendo las superficies de mármol de la encimera. Era un baño demasiado funcional.

Tras una relajante ducha donde me obligué a no pensar en nada, me puse otra ropa más cómoda que mi viejo pijama y llamé a mi madre; me había saltado un par de llamadas obligadas y no quería preocuparla más de lo que estaba. Cuando me contestó se mostró más tranquila de lo que hubiera esperado y me confesó que Gary la había estado llamando puntualmente para informarle sobre mí. Tendría que estarle agradecida, pero estaba enfadada. Él no era nadie para estar introduciéndose en mi vida de tal modo.

Ni siquiera tenía claro que le cayera del todo bien. Gary lo único que quería era llevarme a la cama y apuntar mi nombre en su interminable lista de conquistas.

Gary decidió hacer acto de presencia justo cuando estaba debatiéndome entre pedir algo de comida o preparármelo yo misma. Aunque él me hubiera asegurado que aquella era ahora era mi casa, no me sentía del todo cómoda usando todas sus cosas.

Me dedicó una sonrisa pícara, como si se hubiera olvidado por completo de la discusión que habíamos tenido aquella misma mañana, y me mostró una botella de tequila. Parecía tener en mente algo no muy bueno.

-Traigo una oferta de paz –me explicó, sentándose al lado de mí-. Tengo que reconocer que no hemos empezado con buen pie todo esto y tampoco quiero que se creen malos rollos entre nosotros. Ambos tenemos mucho carácter, pero eso no significa que no podamos tener una relación cordial…

Me crucé de brazos y me quedé mirando fijamente la botella que sostenía con demasiado cuidado entre sus manos. Era un líquido de color marrón cuya marca me sonaba vagamente pero que, en aquellos precisos momentos, no era capaz de recordar algo sobre ella. Miré con desconfianza a Gary, ya que no era la primera vez que me ofrecía bebida y recordaba lo que había sucedido en la fiesta que habían montado Caleb y Alice en casa de éste.

Gary adivinó lo que pasaba por mi cabeza y su sonrisa se hizo mucho más amplia y divertida.

Las ganas de darle un puñetazo provocaron que me cosquilleara la palma de la mano, como si estuviera suplicándole mi propio cuerpo que obedeciera y sucumbiera a mis deseos.

-La botella está cerrada –apuntó Gary con pericia-. No es posible que haya echado nada raro.

Mi mirada de desconfianza se hizo mucho más profunda.

-Vamos, no seas así –insistió-. Tengo un divertido juego que proponerte. No puedes negar un poco de diversión, ¿eh?

Su tono era persuasivo y, además, estaba el hecho de que era un Alfa, un líder; era más que obvio que, de seguir así, al final iba a terminar cediendo en contra de mi propia voluntad. Sin embargo, había algo que me atraía de aquella botella de tequila, como si me llamara. No podía dejar de pensar en mi madre, cuando se había encerrado en sí misma y se había abandonado a los fármacos y la bebida.

Mi madre nunca me había hablado con claridad sobre por qué y cómo habían empezado sus problemas con la bebida y fármacos; había conseguido salir de ese mundo de una manera fácil, pero tenía que reconocer que, aunque había pasado bastante tiempo, tenía miedo de que volviera a recaer. O que lo hiciera yo.

Pero necesitaba olvidarme un poco de todo lo que había pasado y la invitación de Gary de un poco de diversión me parecía demasiado sugerente. Una salida para mis problemas.

-Espero que todo esto no sea para alguna de tus jugarretas, Harlow –le advertí.

Alzó ambas manos intentando adoptar una postura inocente. Pero Gary Harlow y la palabra «inocente» no casaban; él era el típico chico malo y millonario que conseguía todo lo que se proponía. No era una compañía adecuada.

Recordé a Alice, Caleb y Lena y me pregunté si sabrían lo que me había sucedido. Los echaba de menos y anhelaba su compañía, añoraba la energía de Alice y cómo conseguía hacer que olvidáramos nuestros problemas y sonriéramos.

-Iré a por vasos y te explicare en qué consiste mi ronda de suplicios –informó y dejó la botella sobre la mesa de café que había delante de nosotros; lo vi dirigirse a la cocina y me pregunté qué escondían sus intenciones.

Gary regresó con dos vasitos y los dejó al lado de la botella de tequila. Se arrellanó en el sofá y me dedicó otra de sus sonrisas. De nuevo llegué a la conclusión que estaba haciendo un gran esfuerzo para olvidar lo que había sucedido aquella misma mañana.

-La ronda de suplicios, creada por mí –empezó, moviendo ambas cejas-, es una versión mucho más oscura que la típica ronda de chupitos: te sirvo uno y tú debes contar algo sobre ti, algo que lleves mucho tiempo guardando. La cuestión es descargar todos nuestros problemas o secretos más oscuros y sentirnos más ligeros. Y el tequila ayuda bastante, créeme –añadió en tono de broma.

Miré de nuevo a Gary. Un chico como él, que estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería no parecía ser alguien que tuviera secretos «oscuros» o problemas, si no contábamos con los corazones rotos que dejaba atrás y que no conseguía desprenderse de ellos con tanta facilidad. Quizá hubiera dejado a alguna chica embarazada y no había querido hacerse cargo del bebé, pensé. No se me ocurría qué podría esconder Gary Harlow.

Él, por su parte, desprecintó la botella y nos sirvió la primera ronda. Me pasó uno de los vasos y el suyo lo sostuvo en alto; cogí con cierta torpeza mi vaso y lo miré fijamente, preguntando por dónde debía empezar. Si aquel juego ayudaba a quitarme peso de encima, me acabaría la botella entera si hiciera falta.

Me estaba comenzando sentir aplastada ante todo lo que había pasado. Quizá tendría que volver a ver a la señorita Fellowes.

-Puesto que es tu primera vez, empezaré yo –me propuso Gary-. Solamente me he enamorado dos veces en mi vida.

Pensé que estaba de guasa, que se lo estaba inventando sobre la marcha para ayudarme a que empezara yo con mis propios «suplicios», pero la mirada que me dirigió Gary hizo que me diera cuenta que hablaba en serio. Vació su vasito de un trago y soltó un placentero suspiro. ¿Cómo era posible que una persona como él siquiera supiera lo que significaba estar enamorado? ¿Alguien le habría roto el corazón alguna vez?

Era mi turno.

Me quedé mirando mi propio chupito durante unos segundos antes de decir:

-Yo debería haber sido la que hubiera muerto en aquel coche.

Gary apretó los labios con fuerza, conteniendo una retahíla de palabrotas. Era duro tener que escuchar eso, estaba segura, pero era lo que sentía. Chase se había sacrificado por mí, había usado sus últimas fuerzas por sacarme del coche y llevarme a la orilla; sabía que tenía que sentirme agradecida de ello, pero no podía. Él me había prometido que siempre estaríamos juntos y me había dejado allí. Sola.

Todos mis sueños y esperanzas se habían evaporado, dejándome con un gran vacío en el pecho y una opresión continua al recordar a Chase y Betty. Me sentía como una criminal.

Vacié mi vaso de golpe y sentí que mi garganta se abrasaba. Las lágrimas se me saltaron mientras sentía el esófago en carne viva; intenté por todos los medios no echarme a toser, pero fue en vano. Comencé a toser ruidosamente mientras Gary hacía unos esfuerzos más que evidentes para soltar una carcajada.

Gary nos sirvió la segunda ronda.

-Has empezado fuerte –dijo, y me sonó como una especie de felicitación-, pero creo que puedo superarlo. Veamos quién cuenta el secreto más inconfesable y oscuro –me retó.

Me tumbé sobre mi espacio del sofá, sintiendo el estómago un tanto revuelto. Jamás había probado el tequila y, después de aquello, tenía más que asegurado que no iba a volver a tomarlo de nuevo. Aún sentía la garganta dolorida por el paso del líquido y sentía las mejillas húmedas por las lágrimas.

El reto de Gary me atraía como si me hubiera convertido en una polilla que quisiera acercarse a la luz. Sentía una gran curiosidad por conocer todos los secretos de aquel chico que me había intentado drogar y me había amenazado. Seguramente, a ojos de Alice, me había vuelto loca por haber confiado en él y haber dejado que me llevara a su apartamento, mi nueva prisión particular. Incluso aquello que estábamos haciendo le parecería digno de alguien que debía ingresar de inmediato en un psiquiátrico con urgencia.

Cogí mi vaso y esperé a que Gary decidiera confesar algo; él repasó el borde del vaso de chupito con el dedo, pensativo. Diría que un tanto dubitativo.

-Mi prometida fue asesinada –confesó al fin, dejándome helada.

Mis ojos se abrieron de golpe al escucharlo. Jamás me hubiera podido imaginar que alguien como Gary hubiera estado prometido alguna vez, ya que el compromiso era algo serio, era como imaginar que los sapos eran capaces de volar.

¿Qué demonios se decían en estos casos? ¿«Sigo pensando que eres un cabrón por lo que haces pero ahora te odio un poquito menos»?

Vació su vaso y se le escapó una risotada.

-Ahora es cuando te compadeces de mí –prosiguió, en un tono burlón-. «Oh, Gary, lamento mucho haber pensado esas cosas tan horribles de ti…» -imitó mi tono de voz y yo me quedé en silencio, sin saber muy bien cómo reaccionar-. Fue hace tres años. Se encontraba en el sitio equivocado, en el momento equivocado. Pero esos hijos de puta recibieron su merecido –esbozó una sonrisa cruel-. Por supuesto que lo recibieron. Me encargué personalmente de ello.

Me mordí el labio, intentando contener las irresistibles ganas que tenía de preguntarle al respecto. Ahora entendía por qué había ropa femenina en uno de los armarios del dormitorio: pertenecía a la prometida fallecida de Gary; debía ser muy duro para él tener que regresar a aquel apartamento y tener que convivir con tantos recuerdos que ahora le debían resultan tan amargos.

Era increíble, pero no podía evitar sentirme un tanto identificada con Gary. Ambos habíamos perdido a nuestros seres queridos, pero él había logrado seguir adelante, al contrario que yo; aunque Gary intentara aplacar su dolor acostándose con toda fémina que se le cruzara por delante, había conseguido avanzar. Yo me había quedado atascada en el pozo oscuro que me impedía salir.

Me incliné hacia la mesa y cogí la botella de tequila.

-Dejemos tu ronda de suplicios y limitémonos a beber –le propuse y le di un largo trago mientras Gary me observaba con una sonrisa divertida.

Le pasé la botella, limpiándome con cuidado la bebida que se me había derramado por las comisuras, y me permití el lujo de pasarle por encima del regazo mis piernas. Gary apoyó sus piernas sobre la mesita de café e inclinó la botella de tequila, sin decir nada. Observé, sorprendida, cómo el nivel de tequila iba descendiendo.

Cuando nos terminamos la botella, tenía la garganta entumecida y la cabeza no paraba de darme vueltas. Gary había encendido la televisión en algún momento mientras bebíamos y miraba un partido de baloncesto que estaban retransmitiendo. Su pulgar trazaba círculos en mi tobillo de manera inconsciente y automática.

Una placentera sensación de tranquilidad se había apoderado de mí, convirtiéndome en otra persona. El peso en el pecho y el dolor habían desaparecido por completo, como si nunca hubieran estado allí. Tenía ganas de hacer cualquier cosa divertida. Algo que me mantuviera ocupada y no viendo aquel aburrido partido.

Esbocé una sonrisita y le di una juguetona patada en el costado a Gary, atrayendo su atención. Se me quedó mirando y volví a darle otra patada, consiguiendo colar mi pie por debajo de su camiseta; noté sus duros músculos del estómago y el calor que desprendía su piel.

Él alzó ambas cejas.

-Dices que te has enamorado dos veces –empecé, con la voz pastosa-. ¿Quién fue la otra chica?

Gary negó varias veces con la cabeza, divertido.

-Juegas sucio, preciosa –respondió y a mí se me escapó una risita.

-Dime al menos una cosa –le supliqué-, ¿fue antes o después de… tu prometida?

-Después –respondió.

Agarró mi tobillo con fuerza y tiró de mí hasta que resbalé de mi posición, quedando tumbada por completo en el sofá. Ni siquiera me importó que la vieja camiseta que llevaba se me hubiera subido por encima del ombligo.

Aquel juego cada vez me parecía mucho más divertido.

Al igual que a Gary, quien había perdido todo el interés por el partido de baloncesto y ahora toda su atención estaba centrada en  mí. Y eso me complacía.

-¿Le contaste la verdad? –pregunté, refiriéndome a si aquella chica sabría que la prometida de Gary había sido asesinada.

La mano de Gary fue ascendiendo lentamente por mi pierna, provocándome un agradable escalofrío; esbozó una traviesa sonrisa mientras sus dedos jugueteaban con el bajo de mi pantalón corto.

-Sí –respondió con tranquilidad.

Hice un mohín, molesta por no ser la única que conocía el secreto más profundo de Gary. Por unos momentos me había sentido… especial, como si conocer el asunto de la muerte de la prometida de Gary me acercara más a él. Que mejorara así nuestra tan tensa relación.

Aquello pareció divertir aún más a Gary, que trepó por mi regazo hasta quedarse encima de mí, cubriéndome por completo. Sus brazos torneados estaban atrapando mi cabeza entre ellos mientras su mirada verde me traspasaba por completo, provocándome un nuevo escalofrío. De no haber bebido tanto, me hubiera apartado y hubiera huido de nuevo a la habitación que Gary me había prestado, pero me quedé allí. Expectante. Quizá hubiera empezado a ver con otros ojos a ese chico y hubiera empezado a comprobar que no era más que un chico que tenía el corazón destrozado por la lamentablemente muerte de su prometida que intentaba continuar en una vida que ya no le atraía en absoluto.

Quizá Gary Harlow no tuviera el corazón tan negro como todo el mundo creía. Simplemente lo tenía hecho añicos.

-¿Enfadada? –preguntó en un tono burlón.

Me crucé de brazos y lo miré un tanto enfurruñada.

-Más bien decepcionada –respondí-. ¿Sabe ella lo que sientes?

A Gary se le escapó una risita.

-No soy un chico al que le guste hacer declaraciones de amor –contestó-. Dejé eso atrás hace mucho tiempo. Pero no, creo que ella aún no lo sabe; cree que soy una alimaña humana e intenta escudarse de mí. Ha sufrido mucho y le cuesta confiar en la gente… en mí –especificó y su tono se volvió mortalmente serio-. Quiero que confíe en mí, que sepa que puede hacerlo y que no está sola. Yo puedo ayudarla, pero ella no quiere mi ayuda. Piensa que puede hacerlo sola.

»Pero no se da cuenta de que, en ocasiones, no está mal aceptar un poco de ayuda.

Por un breve instante creí que estaba hablando de mí. Se me escapó una risotada que le arrancó una amplia sonrisa; una de sus manos comenzó a moverse con lentitud por mi costado, poniéndome el vello de punta. Sus ojos verdes estaban cargados de algún tipo de emoción que no era capaz de interpretar.

De manera inconsciente, pensé en Chase. El nudo que el alcohol había logrado mantener a raya volvió a aparecer con más fuerza, enroscándose sobre mi garganta como si fuera una serpiente; algún día tendría que pasar página y lo sabía. Apenas habían pasado un par de semanas desde que había salido del hospital y desde que me había enterado de la desaparición de Chase pero, en el fondo, tarde o temprano tendría que seguir con mi vida. Tenía miedo que, al hacerlo, olvidara a Chase o sepultara al fondo de mi mente todos los buenos momentos que me había dado; no quería que se convirtiera en un nombre. No quería que desapareciera.

Pero, estaba segura, que Chase habría querido que hiciera una vida normal. Incluso que me volviera a enamorar. No querría que me convirtiera en la persona que era ahora: una criatura frágil y vacía que no era capaz de superar sus propios problemas y que se estaba convirtiendo en alguien que odiaba.

Necesitaba una vía de escape.

Necesitaba olvidar todo lo que me estaba asfixiando.

No quería seguir pensando.

La mano de Gary seguía en mi costado, ardiendo. Le rodeé las caderas con mis piernas y arqueé mi espalda; lo que estaba haciendo estaba mal, lo sabía. Pero prefería un ratito de tranquilidad y alivio, aunque después vinieran los remordimientos, a seguir sufriendo esa agonía que me carcomía por dentro.

Gary me miró con sorpresa y su color de ojos fue oscureciéndose poco a poco hasta convertirse en un conocido color carmesí. Sabía bien lo que significaba y cómo debía proceder si quería que hiciera lo que yo quisiera.

Entrelacé mis brazos en su nuca y le acaricié con suavidad pelo que crecía en esa zona. Me atreví incluso a pasarle una mano por su barba, provocando que cerrara los ojos con fuerza y apretara la mandíbula. Cuando intenté bajar la mano por su pecho me la interceptó de golpe, abriendo los ojos y fulminándome con la mirada.

El brillo carmesí aún no había desaparecido y él respiraba con demasiada dificultad. Para evitar que siguiera pareciendo un tanto brusco lo que había hecho, entrelazó mis dedos con los suyos.

-Te gusta jugar sucio –dijo, con la voz ronca-. Y yo que creía que era el único que lo hacía…

-Oh, por Dios, cállate y hazlo –le espeté, molesta por su rechazo-. ¿No era esto lo que querías desde el principio? Mírame, estoy más que dispuesta a hacerlo. No ofreceré ningún tipo de resistencia.

Gary chasqueó la lengua con evidente fastidio y se quitó de encima de mí. Soltó mi mano y yo me quedé apoyada sobre los codos, mirándolo con los ojos entrecerrados; sabía que mi rabieta era infantil y que tenía que sentirme agradecida de haber conseguido sacar a la luz un poco de la caballerosidad de Gary Harlow, pero lo cierto es que me sentía decepcionada. Y mucho.

-Esto no tendría que estar sucediendo así –respondió él, pasándose las manos varias veces por el cabello.

Lo fulminé con la mirada. ¡Era tan frustrante que te rechazaran de aquella forma! Me sentía enfadada conmigo misma y con Gary. ¿Qué tenían todas aquellas chicas con las que se había acostado que no tuviera yo? ¡Si ni siquiera le pedía un mínimo de compromiso! Lo único que buscaba era olvidarme de mis problemas un buen rato y pasármelo bien.

Gary aguantó mi mirada con aplomo.

-Estás borracha –sentenció y, para mi desagradable sorpresa, me cogió en volandas y me cargó sobre su hombro-. Estás borracha y dolida. Intentas huir por la vía fácil, pensando que es la única salida. Pero estás equivocada.

»Pensemos por un momento que cedo a todo esto y hago lo que tú quieres, ¿qué pasará después? Ah, ya lo sé: me culparías de todo y te creerías que habría abusado de ti debido a tu condición. Aprecio mi vida, ¿sabes?

Comencé a patalear, como era costumbre siempre que Gary cargaba conmigo, y le di un puñetazo entre los omóplatos, consiguiendo que soltara un satisfactorio gruñido molesto.

-Eres un cabrón –gruñí.

Se echó a reír.

-Eso, preciosa, tú sigue con eso –me animó-. Sigue culpándome a mí de todos tus problemas en vez de afrontar que lo que piensas hacer es un grave error. No me gusta cargar con errores ajenos, nena. Pero te propongo un acuerdo: si mañana sigues con estas ganas irrefrenables de seducirme para acostarte conmigo, lo haré. Y te prometo que te haré pasar unas de las mejores noches de tu vida.

Me dejó sobre la cama y él se quedó de espaldas a mí. Su rapapolvo me había hecho que me enfureciera aún más, incluso su oferta había hecho que tuviera ganas de estrangularlo. Mi mente se quedó en blanco cuando Gary comenzó a quitarse la camiseta, tirándola al suelo, y después siguió con los pantalones.

Aquello hizo que se me dispararan las alarmas.

-¿Qué coño estás haciendo? –grazné.

Él ladeó la cabeza un poco para mirarme de soslayo. Su dentadura perfecta parecía relucir en la oscuridad.

-Desnudarme –respondió.

Cuando se quedó en ropa interior, creí que iba a quedarme sin oxígeno. Mis mejillas estaban ardiendo y la sensación de estar en una nube de antes parecía haberse esfumado, dejándome con un vago y molesto ardor en el estómago; sabía lo que significaba aquello. Pero, ahora, ya un poco más serena, no iba a sucumbir a mis deseos después de haber oído fanfarronear sobre si quería o no acostarme con él.

Todo aquello era una respuesta demasiado visceral, me dije. Estaba desesperada por conseguir algo que me mantuviera ocupada y el alcohol me había hecho creer que lo que necesitaba era un buen revolcón con él. Esa extraña sensación en el estómago que creía que era deseo no tenía nada que ver con ello.

Procuré mirar a la cara a Gary para evitar que él siguiera burlándose de mí de aquella forma. No quería que su ego siguiera creciendo por un maldito malentendido; me crucé de brazos y tragué saliva.

Él, por su parte, se dejó caer sobre la cama y entrelazó sus manos por detrás de la nuca, observándome con un brillo divertido en sus ojos verdes, que habían recuperado su color original.

-¿Vas a quedarte así toda la noche? –se interesó.

Mantuve la mirada en sus ojos, evitando que bajaran para admirar su esculpido cuerpo y sus magníficas dotes masculinas de un Adonis, como lo había llamado en una ocasión mi amiga.

-¿Piensas dormir aquí? –respondí con otra pregunta.

Gary se encogió de hombros.

-No me gusta pasar las borracheras en el sofá –me explicó-. El baño nos pilla más cerca a ambos, aunque creo que a ti te hará más falta que a mí.

Puse los ojos en blanco.

-¿Qué te hace pensar eso?

Él contuvo una risotada.

-Tus ojos están brillantes, tus mejillas están arreboladas –comenzó a enumerar con deleite-, tu respiración está agitada, quieres acostarte con alguien a quien desprecias profundamente –hizo una pausa y me sonrió-. Puedo seguir si quieres.

Como respuesta, me dejé caer sobre mi lado de la cama y me coloqué de costado, evitando deliberadamente a Gary. La cama tembló ante un ataque de risa silenciosa por parte de Gary y yo apreté los dientes con fuerza, evitando que se me escapara la lista de insultos que tenía preparados para él.

Me sentía un poco despechada y dolida por el hecho de haber sido rechazada por alguien a quien había creído que atraía desde un principio. Gary Harlow me había demostrado con eso que las cosas allí se hacían a su manera.

«Al menos te ha dado la oportunidad de no odiarte a ti misma por haberte convertido en otra de sus malditas putas», me consoló mi voz interior.

Y llevaba razón: no quería convertirme en otra de las muchas chicas que formaban parte de la interminable lista de féminas que habían pasado por su cama y que habían terminado con el corazón destrozado.

Al menos, me quedaba el consuelo que mi corazón ya estaba lo suficientemente destrozado como para evitar que Gary lograra rompérmelo más.

Me puse rígida cuando noté que el brazo de Gary se deslizaba lentamente por mi costado hasta rodearme la cintura. Su cuerpo se quedó pegado al mío, poniéndome más nerviosa aún.

-¿Haces esto con todas las chicas que acaban en tu cama? –inquirí, en voz baja. Sabía que él me escucharía sin problemas.

-Eres la primera chica con la que hago esto –me respondió Gary en un susurro-. La primera chica con la que únicamente voy a dormir. Deberías sentirte orgullosa… o especial.

Solté un suspiro.

-¿Nunca has pensado en cambiar? En volverte alguien… alguien diferente. Alguien mejor.

-Preciosa, soy mejor que muchos hombres que pudieras haber conocido –me aseguró-. Soy todo lo que las mujeres y algunos hombres desean. No entiendo por qué crees que tengo que cambiar.

Me encogí sobre mí misma, procurando hacerme mucho más pequeña. Envidiaba la seguridad con la que hablaba Gary, sin rastro de dolor o añoranza por aquella persona que había perdido; era un nuevo Gary, supuse, ya que no había conocido al antiguo, si había llegado a existir alguna vez.

Alguien que no necesitaba a nadie.

Alguien que únicamente contaba consigo mismo, sin importarle el resto.

Lo envidiaba.

El dolor había comenzado de nuevo, implacable y dispuesto a castigarme por haber conseguido burlarlo durante un buen rato; cerré los ojos con fuerza para contener las lágrimas. Echaba muchísimo de menos a Chase y me odiaba a mí misma por no ser tan fuerte. Me odiaba porque no sería capaz de superar esto.

Porque no me convertiría jamás en alguien como Gary. Siempre sería una criatura débil que viviría atrapada en el día del accidente, siempre a cargo de la gente que me rodeaba, como si fuera una niña pequeña que no supiera valerse por sí sola.

-Prométeme, al menos, que no traerás más chicas aquí –le pedí.

Sus brazos se estrecharon aún más contra mi cintura.

-Eso sí puedo prometérmelo, Mina. Ninguna mujer más. Te lo juro.

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