Amaretto

By Amaterashian

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HISTORIA GANADORA DE THE WATTY AWARDS 2019 Mi nombre es Irina y soy periodista. Hace poco me mudé de casa de... More

Sinopsis
Introducción
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII

Capítulo XI

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By Amaterashian

La luz, que alguien apague la luz. Me duelen los ojos, ¿por qué prendieron la luz si estoy dormida? Que alguien le diga a mi madre que apague la luz, que aún no es hora de ir a la escuela, si llego muy temprano el señor me va a sacar los ojos.

Es culpa del gato negro, todo es culpa del gato negro. No debí de haberlo escuchado, no debí de haberlo seguido. El paraguas...

Esa mañana desperté con un insoportable dolor de cabeza, sentía los ojos arder. La luz de día se filtraba por el ventanal y sólo hacía que cualquier dolencia se multiplicara. Estaba confundida, tenía esa sensación de no saber ni dónde estaba. Quería abrir los ojos, pero era como si mis párpados no me obedecieran.

Me cubrí por completo con una de las cobijas, y en la oscuridad pude descansar la vista. Empecé a retirar de a poco la cobija, dejando pasar la luz con cuidado. Sentía cada uno de mis latidos empujar la sangre a través de mi cabeza como si fuesen martillazos a mi cerebro.

Levante mis manos para poder apreciarlas en contra luz, estaban temblorosas y parecía que llevaba puesto uno de mis pijamas. Con dificultad me incorporé sobre la cama y retiré por completo el cobertor. ¿Qué había sucedido anoche?

Volví a sentir un punzante dolor en mi cabeza, probablemente por haber cambiado repentinamente de postura. Entonces comencé a sentir acidez en la garganta y tuve que correr rápidamente al baño. Estuve constantemente experimentando esa sensación de querer vomitar, pero nada salía. ¿Qué iba a salir si ni siquiera había cenado algo?, o al menos no recordaba haberlo hecho.

Entonces la sensación se fue, y así como pude, con las piernas temblorosas y débiles me incorporé, para recargarme sobre el lavabo. Al mirarme en el espejo me sorprendí con lo pálida de mi piel, que resaltaba lo rojo de mis párpados. Me veía mal, parecía que mi temor de la noche anterior se había cumplido, había enfermado. ¿La noche anterior?

Los recuerdos eran borrosos, no estaba segura de nada. Traté de hacer un recorrido mental de lo que había ocurrido el día anterior. Pensé en que fui a Informa, Rita me había llamado la atención por culpa de Erika, que regresé del trabajo y a partir de ahí más nada.

Después de toda la confusión decidí tomar una ducha caliente, que de alguna manera ayudó a que mi cuerpo dejara de sentir escalofríos, pero mis manos seguían titiritando y el dolor de cabeza persistía. Si esto era una gripe, era una que jamás había experimentado.

Me tomé la temperatura y no parecía haber nada fuera de lo normal. El baño había ayudado a mi aspecto, pero mis párpados seguían rosados, como cuando uno llora por toda la noche o bebe de más.

«13:01»

Entonces se escuchó a alguien tocar el timbre de la puerta. Salí de mi habitación aún con la bata de baño y miré por el agujero visor de la puerta. Era Zac.

«¿Por qué siempre aparece sin avisar?»

—¡Un momento! —grité.

Corrí a mi habitación y me vestí con lo primero que encontré. Comencé a abultar debajo de la cama todo el desorden que había. Entonces, mientras estaba de rodillas en el suelo junto a la cama, volví a sentir ese punzante dolor en mi cabeza, que ahora había sido tan agresivo que hizo que me llevara una de mis manos a la frente. La aflicción no se parecía al de algún golpe, el dolor venía de adentro, sentía como si algo fuese a explotar. Por unos instantes me dio la impresión de que hasta llegué a ver borroso, pero apenas la sensación se pasó, me incorporé y regresé hacia la puerta a paso torpe para abrirla.

—¿Mi pequeño pony? —preguntó Zac apenas abrí la puerta.

Miré hacia abajo, intentando entender a qué se refería, y vi mi playera...

—Esto... —dije con confusión— Fue lo primero que encontré, llegaste justo cuando acaba de salir de la ducha. Siempre tan importuno —agregué.

—¿Sigues molesta por lo del viernes?

—¿Ayer? —pregunté aún más confundida.

—El viernes, Irina, hoy es domingo... —contestó mientras se adentraba con confianza en el departamento.

«¿Domingo?, ¿cómo es eso posible?»

Si lo que decía Zac era verdad, significaba que no tenía idea de qué había sido de mi existencia por al menos las últimas 36 horas.

—¿A qué te refieres con lo de enojada? —inquirí mientras cerraba la puerta.

—No actúes como si no me diera cuenta, sé reconocer bien cuando algo te molesta —continuó—, ya sé que no era el mejor momento para hacer las cosas, que debí de haberte dicho desde hace tiempo, pero todo esto también es nuevo para mí.

No tenía idea de lo que Zac estaba hablando, ¿por qué se supone que debería de estar molesta? Nada de lo que decía parecía darme un indicio.

—Zac, no entiendo de que estás...

Entonces, el sonido del rechinar de una puerta capturó nuestra atención. Era Misael saliendo de su habitación, normalmente se levantaba más tarde, seguro que entre todo el ruido que hicimos se había despertado.

A diferencia de otras ocasiones, que solía llevar totalmente pijama, puesto que era invierno, esta ocasión, extrañamente salió sin camisa. Por lo que en cuanto lo vi salir, inevitablemente sentí vergüenza y miré en otra dirección. Por otro lado, Zac se le quedo mirando desde que salió de su habitación, fue a la cocina y se regresó a su habitual encierro.

—¿Es él con quien vives? —preguntó con seriedad sin apartar la mirada de su habitación.

—S-sí —contesté nerviosa.

—¿Y duermen en la misma habitación?

—¡No! —Me llevé una mano a la boca, como un intento de ahogar mi grito— Tú sólo deja de hacer ruido y vamos a mi cuarto —Terminé diciendo en murmullo.

Estando en mi habitación fui consciente de que Zac cargaba consigo un maletín, que terminó por poner sobre el escritorio, donde también se sentó. Se quedó mirando por unos instantes a la máquina de escribir que me había regalado en Navidad y después prosiguió.

—Sé que no he sido el mejor de los amigos estos últimos días, pero necesito que me ayudes con algo.

—¿Está todo bien?

—Lo mismo te iba a preguntar a ti, tienes los ojos rojos, ¿te sientes bien?

—Así desperté, en un rato más se me quita. ¿Qué me estabas contando? —pregunté evasiva.

No quería decirle nada de cómo me sentía, ni sobre cómo no recordaba nada, se iba a preocupar de más y tal vez yo sólo estaba teniendo un episodio de confusión que después esclarecería.

—Es... algo del trabajo —dijo abriendo su maletín—. Me entregaron cierta información los de Científica, supuestamente porque parecen haber encontrado similitudes en los asesinatos recientes. Pero hay algo que no me cuadra.

—¿Por qué yo sería de utilidad con eso? —dije bostezando.

—Porque eres muy inteligente y sé que te gustan este tipo de casos, o eso me dijo Sam —Soltó una pequeña risa.

—¿Por qué no le pediste ayuda a alguien del trabajo? —inquirí.

—Todos están muy convencidos de que la misma persona está detrás de todo esto. Con esto del ascenso no quisiera llevarle la contraria a los jefes, tal vez yo esté en un error y no quisiera equivocarme ante los ojos de todos, menos de Natalia.

«Natalia...»

Una vez que escuché su nombre volví a sentir una vez más ese intenso dolor en mi cabeza, pero esta vez dolió tan fuerte como nunca, que hasta pude sentir cómo mis ojos se cristalizaban. Entonces las memorias volvieron de golpe, pude recordar lo ocurrido en la comisaría, o al menos parte ello.

—¿Irina estás bien? —preguntó Zac con suma preocupación.

—Yo... —Apreté los ojos—. Iba a estornudar y se me pasó.

Como pude caminé escasos metros hacia mi cama, estaba mareada, pero eso no evitó que lograse conservar el equilibrio.

—Tal vez debería venir en otro momento —dijo mientras tomaba su maletín.

—No —contesté—. No, no, no. Quiero saber de qué estás hablando. Por favor no te vayas. Estoy bien, sólo es el cansancio.

Finalmente, Zac me estaba creyendo capaz de tener estos trabajos y estaba dispuesto a cooperar conmigo, no podía dejar ir esa oportunidad. Además, Sam no mentía al decir que esta información era de mi interés. Siempre había sentido una particular atracción hacia el misterio.

—¿Segura?

—Segura.

Se levantó de la silla y se sentó a mi lado en la cama, para después colocar su mano sobre mi frente, evidentemente no confiaba en mi palabra.

—No tienes fiebre.

—Te dije que estoy bien... —repliqué.

—Ajá... —dijo antes de sentarse en el suelo.

Empezó a acomodar varias hojas con fotografías y expedientes de información confidencial sobre la alfombra. Entre algunas de las fotografías pude identificar a Francine, a la chica de la parcela y a Diego, pero hubo algunas que no pude distinguir. Según lo que me había mencionado Zac, podía intuir que todos estos sucesos se habían vinculado al mismo caso.

—Todos estos asesinatos, se encuentran supuestamente ligados al mismo criminal, o bien, criminales, según la información que ha proporcionado Científica, porque todos poseen el mismo estilo —argumentó Zac.

—¿Porque no tienen ojos?

—Así es, de hecho, algunos tienen incluso más cosas en común —mencionó señalando algunas fotografías que sin darme cuenta había ordenado del lado izquierdo—. Aquí podemos ver que las víctimas, además de la evidente ausencia de sus ojos, tienen un corte transversal en la garganta.

—Pero las del otro lado también, ¿no? —inquirí.

—Sí, pero es diferente, aquí es cuando ya no me cuadra la información de los reportes forenses —dijo ahora señalando las fotografías del lado derecho—. Estos cortes, no están tan perfectamente efectuados como los de la izquierda, de hecho, ni siquiera parecen hechos por la misma arma.

—Los primeros parecen casi realizados por bisturí.

—¡Exacto! —resaltó—. Me atrevería a decir que incluso esos están realizados por la misma persona, ¡la misma persona!, ¿entiendes eso?

—Eso sólo significaría que...

—Tenemos un imitador, alguien se está lavando las manos con el otro asesino —completó.

Dicho eso ambos nos volteamos a ver. Parecía que teníamos las mismas dudas plasmada en el rostro. ¿Quién había sido primero?, ¿quién había estado imitando a quién?, y lo más importante, ¿por qué?

De pronto ambos empezamos a revolver todas las hojas de los expedientes, ordenando por antigüedad la que hubiera ocurrido primero, pero ahora todo tenía menos sentido.

—El primer caso con similitudes registrado fue el 22 de junio del año pasado —dijo Zac sosteniendo el expediente más antiguo en sus manos—. Pero no entiendo, este no encaja con el de los cortes limpios.

—Hay algo que no estamos viendo.

Estuvimos unos cuantos minutos analizando las fichas, revisando dato por dato, hasta que llegamos a la pista que nos ayudaba a reforzar nuestra teoría, pero que, de ser cierta, multiplicaría las preguntas.

—¡Aquí está! —exclamé con euforia—. No puedo creer que no lo hayamos visto antes, mira la fecha estimada de muerte.

Si bien, el primer caso registrado el año pasado se había abierto el 22 de junio, otro cuerpo había sido encontrado el día 25 de ese mismo mes, ambos con características similares. ¿Qué tenían de particular? Que el primero tenía un estimado de 24 horas de muerte y el segundo cerca de los cuatro días.

—¿Quieres decir que...

—Que el imitador ya sabía del asesino incluso antes que la policía —completé.

Ambos nos sincronizamos en un profundo suspiro. Parecía demasiada información para procesar, pero más que nada todo parecía demasiado irreal, como sacado de una novela de Hannibal.

—¡Ah! —dijo Zac mientras se llevaba ambas manos a la nuca y se estiraba desde el suelo de la habitación—. Supongo que tuve razón al pensar que mis ideas eran muy disparatadas, ¿no es así? Qué bueno que nunca hablé de esto con los jefes —finalizó con una risa, que se convirtió en una carcajada.

Intenté mantenerme seria, pero era verdad. Todo era muy absurdo, ¿qué estábamos pensando? De pronto comencé a seguirlo en la risa, reía tanto que podía sentir que la jaqueca regresaba.

—Es como cuando estábamos en el instituto, ¿No es así? —preguntó.

—Es peor, ya somos unos adultos y seguimos creyendo en esas tonterías.

—Salvar al mundo, atrapar a los malos...

—Descubrir misterios, la paz mundial —Reí.

Entonces las risas se terminaron y tuvimos un momento de serenidad. Momento que así hubiera quedado de no ser porque Zac no sólo venía por mi ayuda, venía porque necesitaba una amiga.

—Estas fechas, son difíciles para mí, ¿sabes? —su voz se escuchaba distinta la de hace un momento—. Creí que, si tenía a alguien a mi lado, creí que, si tenía el trabajo de mis sueños, creí que si... Creí que dejaría de doler, pero duele igual todos los años. Hay ocasiones en las que siento que mi vida ya es tan gris que el dolor jamás se marchará.

Algunas veces era difícil de creer que un ser humano tan integro como él haya salido de la miseria y hubiese llegado hasta donde se encontraba. Mientras muchos que tenían todo se perdían en el camino, él que a sus ocho años de edad lo había perdido todo, nunca había abandonado su esencia.

—¿Será muy temprano para sentirme un fracaso?, ¿para sentir que nunca he hecho la diferencia y que tal vez nunca la haré? —En este punto no estaba segura de si sus preguntas ameritaban una respuesta o si mi silencio era preferible, pero sentía que algo debía intentar.

—Pero sí lo eres, sí eres diferente a cualquier persona que yo haya conocido, si ella estuviera aquí sé que te lo diría, estoy segura.

—Quisiera encontrar el medio para yo... poder hablar con ella, poder decirle a ella, que aquí todo está peor. Pedirle que me perdone por no haber logrado lo que le prometí.

El amor más sincero también es el que más duele, nos hacemos adictos. ¿Pero cómo le explicas eso a un niño? Cómo explicarle a un niño después de haber esperado por su madre dos horas afuera del colegio, que ella no va a llegar, que ya nunca lo va a volver a abrazar, que ya nunca lo va a volver a besar.

Me daba pena verlo lamentándose sentado en el suelo. Irónicamente, pese a mi oficio, siempre se me había complicado encontrar las palabras para dar consuelo a alguien. Así que desde donde me encontraba, sentada al filo de la cama, me incliné hacia adelante para ofrecerle un abrazo. Pero apenas sintió mis brazos rodearle los hombros me quitó y se puso de pie.

—Pero puede que tengas razón, puede que tengamos razón. —concluyó cambiando de tema—. Creo que hay un imitador. Puede que sean incluso más personas de lo que parece, esto no puede estar hecho por un sólo individuo. Tendré que investigar más.

—¿Te molesta si me quedo con esto? —pregunté apenada por lo recién sucedido—. Me gustaría echarle otro vistazo cuando me sienta mejor.

—Todo tuyo, sólo son unas copias que hice a escondidas. Pero prométeme algo —Dicho eso me lanzó una juiciosa y seria mirada—. Nada de esto puede aparecer en tu blog, no quiero problemas, ¿de acuerdo?

—Entendido, señor detective.

Mi blog, hacía mucho tiempo que ni siquiera revisaba los comentarios y las visitas, mucho menos había tenido el ánimo de escribir en él. Desde que René se había ido, mi lado creativo estaba totalmente apagado.

—Zac, sé que tú nunca me mentirías.

—Él está bien —Apresuró a decir.

No pude evitar sonreír ante aquellas palabras, de alguna manera era todo lo que necesitaba escuchar. Pero mi curiosidad no conocía límites, necesitaba saber más. Después de todo, a los humanos nos agrada sentir dolor.

—¿Cuándo crees que él pueda re...

—Irina —dijo interrumpiéndome—. Creo que lo mejor será que sigas con tu vida, que olvides todo lo que sucedió.

—Pero...

—Es por tu bien —replicó con severidad.

La habitación se llenó de silencio y la incomodidad se hizo presente. Sólo era cuestión de que uno de los dos diera el primer paso para terminar con la tensión.

—Creo que es hora de que me vaya, no quiero que se me haga tarde para ir a la iglesia, hoy Natalia me va a acompañar.

—Qué extrañas citas tienes, Zac.

—Oye, yo tampoco esperaba que ella también fuese una devota creyente, a mi abuela le agrada.

Lo acompañé a la entrada del departamento donde nos despedimos con un abrazo, uno que no duró mucho, pero que seguramente ambos necesitábamos. Después lo vi irse por las escaleras.

—Ese no era tu novio —Escuché decir a mis espaldas—. Ahora que lo pienso, hace tiempo que no lo veo por aquí.

Cerré la puerta y me giré, lo vi sentado en la barra de la cocina comiendo lo que parecía ser un cereal. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?

—Tampoco he visto a tu novia por aquí —Era verdad, sólo la había visto aquella noche que parecían estar peleando y ya no había vuelto a saber de aquella pelirroja.

—Se terminó, parece que no soportaba la idea de que me fuese al extranjero a hacer la especialidad —dijo alzando los hombros, como si le restara importancia al asunto.

«¿Por qué para ti es tan sencillo?»

—Por cierto, ¿ya te sientes mejor? —preguntó.

—¿A qué te refieres?

—El otro día, el viernes creo, te veías mal, supuse que habías bebido mucho.

El viernes... por poco había hecho de lado aquel episodio de amnesia. Rebusqué en mis recuerdos de aquel día, pero en ninguno encontraba a Misael, mucho menos recordaba haber ingerido alcohol. Estaba intentando armar un rompecabezas al que le faltaban piezas.

—Tú eres médico, ¿no es así?

—Vaya, la pregunta ofende —Se cruzó de brazos.

—Quise decir... no sé qué quise decir —Me llevé una de las manos a una mejilla y luego a la frente, a modo de tomarme la temperatura. No había mucho que pudiera decir, sólo que no se sentía caliente. Por poco me había olvidado del dolor, Zac me había ayudado a distraerme.

—¿Aún no te sientes bien verdad?

Negué con la cabeza.

—Deberías sentarte, regreso en un momento —dijo antes de adentrarse en su habitación, para después salir con un maletín en una mano. Dándome tiempo suficiente de sentarme en uno de los sillones de la estancia.

Se sentó a mi lado y se puso a buscar entre los instrumentos que guardaba.

—Necesito que sigas con la vista esta luz —mencionó mientras me apuntaba a los ojos con una lamparita.

La sensación de la luz en los ojos me provocó tanta incomodidad que no pude evitar apartar la mirada. Pero eso no evitó que mis ojos se pusieran llorosos por el ardor que provocaba la luz.

—Perdón —dije en un intento por justificar la primera lágrima que se deslizaba por mi mejilla.

—Va a ser rápido, ya sé que a nadie le gusta ir al doctor, te estoy ahorrando la molestia viniendo a ti.

Entonces levanto mi rostro con una mano debajo de mi barbilla y comenzó a inspeccionar mis ojos con la lampara. No se equivocaba, yo pertenecía a ese montón que prefería esperar hasta agonizar antes de ir al doctor, por muchos motivos, pero uno de los principales era el de tener a un extraño observándome desde cerca. Pero esta vez era yo quien que observaba, porque a esa corta distancia y con su tacto sobre mí, pude encontrar otra pieza del rompecabezas, pude recordar.

—Ahora necesito que abras la boca, voy a poner este instrumento sobre tu...

—Misael —interrumpí—. El viernes, ¿no recuerdas si tú y yo...

—¡No!, —dijo exaltado— eso está en contra de las reglas, siempre termina mal. No te lo aconsejo —concluyó negando con la cabeza.

No sabía si reír o molestarme.

—Eso, no tiene absolutamente NADA que ver con lo que estaba por preguntarte —reclamé indignada. Sentía cómo la jaqueca regresaba una vez más—. Lo que quería saber es si nos vimos el viernes, es todo...

—¡Ah!, eso —dijo aliviado—. Sí, te encontré de camino al departamento, estaba lloviendo y caminabas desorientada. Llegamos juntos aquí, ¿no lo recuerdas?

La lluvia, recordaba que por la lluvia y el frío me había refugiado debajo de un árbol.

"Ya me siento mejor".

De sólo recordarlo pude sentir cómo se enrojecían mis mejillas. Ni siquiera tenía la certeza de si eso realmente había sucedo, pero eso no evitaba que me anticipara a la vergüenza de que así hubiese sido.

—Es que hay algo que recuerdo, pero no estoy segura —dije revolviendo con los dedos el borde de mi playera.

Dicho eso pude ver cómo sonreía con duda, provocando que sintiera aún más pena por aquel recuerdo que se adueñaba de mis pensamientos. ¿De verdad me interesaba tanto saber?

—Tengo un vago recuerdo en el que tú y yo... —hice un confuso ademán con ambas manos —nos abrazamos.

—Bueno, sin con abrazo te refieres a que te ayude a caminar durante algunos tramos, entonces sí, nos abrazamos. Sólo no te vayas a hacer ilusiones —dijo con sarcasmo para después reírse.

No pude evitar torcer los ojos. Me crucé de brazos y me recargué en el respaldo del sillón.

—Por cierto, creo que sólo estás deshidratada, toma bastante agua y se te quitará tu resaca de dos días —Rió una vez más.

Pasé el resto de la tarde encerrada en mi habitación, como lo hacía de costumbre, intentando encontrar más piezas del rompecabezas. Buscaba en los bolsillos de mi ropa sucia, ni siquiera estaba segura de que llevaba puesto aquel día, si Misael no mentía —y no tenía motivo para hacerlo— entonces no podía confiar ni en mis propios recuerdos.

Revisé mis mensajes en el celular, revisé mis redes sociales y según parecía, mi actividad había sido casi nula durante el viernes y ni hablar del sábado, que de ahí no había absolutamente nada que decir. Mi pijama era el único indicativo de que mi consciencia había prevalecido aquel día antes de irme a la cama, pero aquello tampoco me decía mucho.

Entre más buscaba, sentía que más me perdía, llegué a un punto en el que de verdad me convencí de haber estado enferma, de haberme deshidratado, de haberme encontrado tan cansada que dormí durante tal periodo de tiempo. Porque no parecía que algo más hubiese ocurrido, o al menos no algo malo, que poco me consolaba.

Miré las carpetas en mi escritorio, aquellos formularios y fotografías que había dejado Zac más temprano. Tal vez por el aburrimiento, tal vez porque no tenía nada mejor que hacer, me puse a hojear entre los papeles. Acomodé las fotografías tal y como lo habíamos hecho antes.

«Cortes limpios vs Cortes imprecisos»

Muchos casos de los que no sabía antes, que habían estado ocultos para el público. Otros que se habían infiltrado a la prensa, algunos que había redactado Sam, algunos que ya estaban en mi blog. Mi blog...

Tan pronto lo recordé prendí la computadora, no para traicionar la confianza de Zac, sino para confirmar algo que no parecía encontrar en los reportes oficiales.

"Lamentamos informarle que el contenido de este sitio ha sido eliminado porque infringe contra las normas de nuestra comunidad".

Cualquier rastro de mi blog había sido eliminado. Tal vez alguien había levantado un reporte por el contenido explícito. No sería la primera vez que sucede.

Busqué el manuscrito de la nota, que casi siempre guardaba antes de publicar, pero no lo encontré. Busqué los correos en los que Sam me había mandado las fotografías, pero no se encontraban por ningún lado. Incluso me daba la impresión de que me faltaba más información que la que estaba buscando.

Si mal no recordaba en septiembre del año pasado hubo un caso en el que un hombre había sido degollado por algún tipo de represalia vinculada al crimen organizado. Pero en los reportes que dejó Zac, encontraba que ese mismo hombre había sido encontrado muerto degollado y con las cuencas de los ojos vacías, algo que antes no se había mencionado, además de que estaba segura de que en algunas de las fotografías que me había mandado Samuel, se encontraba ese mismo hombre con los ojos abiertos y sus globos oculares intactos.

Pero como lo había pensado antes, parecía ser que ya no podía confiar en mis recuerdos, ya no eran de fiar. Estaba por ponerme a buscar alguna otra nota en Internet cuando escuché el toque en la puerta de mi habitación.

—Irina, ¿estás despierta?

Miré por la ventana de mi habitación, estaba tan sumergida en mi búsqueda de respuestas que no me había percatado que ya había caído la noche. Otro fin de semana que se iba volando sin ser consciente de ello, literalmente.

—¿Está todo bien ahí dentro? —preguntó justo después de que abriera la puerta.

—¿Viniste a tocar a la puerta por eso? —cuestioné con una ceja arqueada.

—Sí.

—Entonces, todo está bien —contesté antes de intentar cerrar la puerta.

—No, no —dijo apoyándose sobre la puerta— Quería saber si puedes salir a hablar un momento.

Asentí con la cabeza. Entonces él se dio la vuelta y se fue caminando en dirección a la cocina.

—Ven, hay algo que te quiero mostrar —dijo sin mirar a atrás.

Lo seguí y lo encontré abriendo la ventana grande de la cocina, una que si no me equivocaba daba hacia la calle de atrás del edificio.

—¿Qué haces? —inquirí. Estábamos en el cuarto piso y lo ideal era que las ventanas siempre estuviesen cerradas, él lo había mencionado antes.

—Hay algo que no te mostré la primera vez que estuviste aquí, pero creo que ya es tiempo de que lo conozcas —dijo antes de salir por la ventana.

Aquella acción me había tomado por sorpresa, instintivamente corrí hacia la ventana, despavorida, esperando lo peor.

—¿Te asustaste? —preguntó con voz burlona, seguido de una risa.

Él estaba parado sobre el descanso de una escalera de escape, una que nunca antes había visto.

Me apoyé en el marco de la ventana, de verdad me había llevado un tremendo susto. No sabía si estaba feliz porque él estuviera bien o si estaba más enojada porque no se había muerto.

—No vuelvas a hacer eso —declaré molesta.

—No, ahora te toca a ti —dijo sonriente—. ¿O te da miedo?

Había tenido muchos miedos a lo largo de la vida, pero las alturas nunca había sido uno de ellos. Saqué una pierna por la ventana y después la otra, a modo que quedé sentada en el marco de esta. Misael extendió su mano hacia mí, como queriéndome ayudar a tocar piso, gesto que rechacé.

Subió por la escalera y yo lo seguí hacia la azotea. Esa noche había un poco de viento, no tan helado como en otras ocasiones, pero suficiente como para que sintiera mi nariz enrojecer junto con algo de entumecimiento en los dedos. Comenzaba a sentir arrepentimiento de no llevar puesto algo más abrigador.

—Mencionaste que eres escritora, ¿no?

"Vaya, la pregunta ofende" —contesté remedando nuestra conversación de hace unas horas.

—Tendré muchos motivos para ser arrogante, ser médico sólo es uno de ellos —dijo seguido de un guiño—. Bien, te dije que saliéramos a hablar y supongo que soy yo quien tiene que empezar. Ya tenemos casi dos meses viviendo juntos, sé que no somos amigos, tampoco espero que los seamos, pero creo que podemos hacer nuestra estancia aquí más... amena. Después de todo, no me voy a quedar mucho tiempo —concluyó mirando al cielo.

No había nubes y la noche estaba estrellada.

—El departamento no es muy grande, pero piensa en que vivir en el último piso tiene sus ventajas, nadie más puede subir a este lugar, es sólo para nosotros —Me volteó a ver—. Por eso mencionaba lo de que eres escritora, puedes venir aquí cuando quieras buscar inspiración, cosas de escritores, supongo —dijo alzando los hombros—. Es muy raro que me eche una vuelta por acá, pero algunas veces me ha ayudado a despejar la mente.

—Gracias —contesté sonriente.

Mi mirada se perdió en el cielo, vivir en una ciudad pequeña no tenía muchas ventajas, pero al menos la poca contaminación se agradecía, mis ojos agradecían ese cielo estrellado. Aquello no era mucho, tal vez no era nada, pero esa noche fue la primera vez que no me sentí como una intrusa, que me sentía gustosa de estar ahí.

Nunca me hubiera imaginado que el gusto duraría tan poco.

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