Flor de Fuego

By Lidell

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Los polos colapsan una vez más, poco a poco, la capa protectora desaparece y permite a espíritus torturados e... More

Prefacio - La plegaria del Guardián de la Luz
I - El brote
II - Interferencia
III - Malas decisiones
IV- Intermisión - Guardiana Oscura, Guardiana Soñadora
V - Intermisión - Antes de partir
V - Desbalance
VI - El plan de la Guardiana
VII - Intermisión - El nacimiento de los Oskolem
VII - Despedida
VIII - Despertar
Un antepílogo - Favores y deseos
Epílogo - El deseo de Flor de Fuego
Nota de autora
Escena eliminada/reemplazada

IV - Sintonía y control

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By Lidell


Abrió los ojos, inhalando el aroma a caramelo que inundaba la plaza y enfocó su mirada en las esferas de fuego adornando el cielo.

Una sonrisa llena de nostalgia se dibujó en su rostro al reconocer la escena; las esferas de fuego que flotaban en el cielo nocturno, las estrellas brillando como solo lo hacían en esa fecha. Era una de sus memorias más vívidas, en realidad, solía recordar los sucesos de ese día antes de dormir, saboreando una vez más los dulces y dejándose llevar por la música.

El Festival de las Estrellas se celebraba cada doscientos años y normalmente se veía mejor desde el Reino del Aire pero, esa vez, los astros resplandecerían tanto que se podría ver desde cada rincón del mundo. Por esa razón su familia había estado tan ocupada, deshaciéndose de todas las responsabilidades que tenían para poder vislumbrar el gran espectáculo. Aun así, habían llegado minutos antes de que la función comenzara, justo cuando una voz misteriosa empezaba a recitar la leyenda detrás de la festividad, una historia sobre una hechicera excepcional y la Guardiana de la Oscuridad.

Y, siguiendo el orden de eventos en los que había sucedido el verdadero Festival, la voz contaría la leyenda, representaciones mágicas de los sucesos aparecerían sobre un escenario en el centro del Festival, elevado en el cielo, donde todos pudieran verlo.

Ella enfocó su mirada en el escenario flotante, esperando impaciente que la función comenzara. Humo envolvió el diminuto espacio, siluetas e imágenes apareciendo y desapareciendo rápidamente hasta que se detuvo en la última parte de la historia, la Guardiana arrodillada frente a sus hermanos, lamentándose por sus crímenes, su figura fragmentada, casi irreconocible.

Las esferas de fuego se apagaron con un ligero estallido y pronto lo único que quedó iluminado fue el escenario que, en medio de la oscuridad, causó en Oriel un gran temor.

Se estremeció ¿Se suponía que eso debía suceder o había salido algo mal?

Si recordaba correctamente, durante el Festival la voz relataba la historia sin pausas, las imágenes adaptándose a los giros de la historia, en ningún momento estáticas, siempre claras.

—Flor de Fuego, estás lejos de casa —Oriel retrocedió asustada ante el tono espectral de la voz, sonaba cercana pero no sabía de dónde provenía por lo que sus ojos se movían de un lado a otro, tratando de encontrar a su dueña— ¿Puedes creerlo? Te mandan aquí sin preparación, poco informada y débil. Una niña como tú, en un lugar como este...

Un escalofrió recorrió su cuerpo al mismo tiempo que una figura se materializaba frente a ella. La silueta era difícil de notar por su oscuro color azul pero, tan pronto pequeños puntos empezaron a aparecer en su interior, Oriel logró identificarla.

La Guardiana de la Oscuridad abrió sus ojos, brillantes y del mismo azul pálido característicos de todas las Flores de Salvación, sus labios blancos y resplandecientes.

Oriel se limitó a mirarla sorprendida, sin poder creer que realmente existiera una Guardiana de la Oscuridad, incrédula sobre todo a su aparición durante el Ritual.

—...deben estar desesperados —Continuó, suspirando y dando unos pasos hacia el escenario, visiblemente frustrada—. Estas historias que les gusta contar de mí, las cosas horribles que dicen que hice, ciertas o no —Hizo una pausa—, me hacen sentir bastante mal —Finalizó, suspirando una vez más.

La Guardiana la miró, examinando su rostro en busca de una reacción, esperando una respuesta, sin embargo, a Oriel le costaba concentrarse, la situación la superaba y se encontraba sin palabras.

Abrió su boca, pero la respuesta se quedó atorada en su garganta, no se sentía capaz de cumplir con sus expectativas ni contestar de manera correcta ante tal confesión.

Ella sacudió su cabeza, tratando de negar cualesquiera fueran los sentimientos que estaban por derribarla

—Cuando Tallis me desafió y la llevé a mi mundo, al mundo de los espíritus y los sueños, puso la misma cara que tienes ahora —concluyó, y Oriel creyó verla sonreír.

—¿Tallis? —consiguió pronunciar la Flor de Fuego, las letras tropezando una sobre las otras. Se preguntó si la Guardiana habría entendido su intento de continuar la conversación.

—Claro —dijo ella, despectiva—, esa es una parte de la historia que omiten mucho, el hecho de que el nombre de la Gran Hechicera que me condenó es, en realidad, Tallis. Tú sabes, maga excepcional, estudiante empedernida, la que realmente incitó todo este problema con los polos pero de todas maneras dicen que es mi culpa. Por cierto, si ella no me hubiera retado ¡esto no hubiera sucedido!

Oriel se halló de nuevo sin palabras, la Guardiana parecía estar desquitando su ira con ella y, en el proceso, solo lograba confundirla.

—Sí, ya sé lo que piensas, estas confundida —Ella inhaló y exhaló, tratando de calmarse, solo logrando enfadarse más—. Bueno, si tú estuvieras tanto tiempo sin hablar con alguien estarías igual. Estoy atrapada en este lugar, sin poder enmendar lo que hice—Finalizó con un suspiro, cruzando sus brazos.

—Guardiana —Logró pronunciar con claridad, ocultando el tono temeroso en su voz—, por favor, sé que es difícil para usted ayudar desde su posición pero haré lo que sea para salvar nuestro mundo —Trató de acompasar su respiración, de relajarse, respirando con lentitud—. Hay mucha gente que pone sus esperanzas en mí —Continuó, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas al recordar a su familia y a los sobrevivientes del ataque en el Reino del Fuego—, no quiero ser una desgracia para el linaje de Flores y no quiero morir sin haberlo intentado todo.

Oriel se arrodilló frente a ella, sus manos y cabeza tocando el suelo, tenía que funcionar —No tengo nada que perder— La Guardiana arqueó una ceja.

—¿Nada?

—Nada.

—No es cierto —Oriel se levantó del suelo, preocupada.

—¿No confía en mí, Guardiana?

—No es un asunto de confiar —respondió con un tono suave— pero, aunque no lo sepas o lo ignores, tu interior grita Oriel y no Flor de Fuego. Estás muy atada a tu vieja identidad, debes reconocerte como Flor de Fuego, dejar todo atrás —Oriel ladeó su cabeza, confundida.

—Entonces, ¿no hay nada que pueda hacer? —preguntó, mirando al lado contrario, tratando de ocultar su decepción y el torrente de lágrimas que saldría en cualquier momento.

La Guardiana la miró y suspiró, derrotada—Podría no funcionar por lo que no te puedo asegurar el éxito —dijo y una sonrisa llena de esperanza se dibujó en el rostro de Oriel—, debes creer en mí, no tengo razones para mentirte ni para desear que falles en tu misión.

La figura de la Guardiana se desvaneció pero aún escuchaba su voz.

—Flor de Fuego —decía, sonando cada vez más lejos—, esta farsa a la que te has entregado por fin cumplirá su ciclo —Una pequeña burbuja apareció frente a ella—. Mentiras y secretos nublan tu pasado y te impiden avanzar, te ruego no niegues la verdad ni el dolor, pues son ellos quienes te permitirán despertar —La burbuja se expandió, cubriéndola y transportándola a otro lugar.

***

Ella sintió el calor característico de su hogar y la nostalgia la invadió una vez más. Había vuelto a casa, al Reino del Fuego, con sus aguas hirvientes, lava y resplandor.

Su encuentro con la Guardiana parecía haber sido tan solo un sueño, una pesadilla en la que el destino del Reino caía en sus manos, aunque sabía que no era así. Sin tener a una entidad tan poderosa frente a ella, juzgando cada movimiento, sintió el peso de la atmosfera previa caer sobre ella.

Cerró los ojos y aguantó la respiración por unos segundos, deseando que eso detuviera el flujo de terror y preocupación en su cuerpo. Debía concentrarse.

Bañada por la luz que caía sobre el tejado, sentada en el borde, se preguntaba si debía hacer algo en específico o si tendría algún límite de tiempo para cumplir cualquiera que fuese el objetivo de su visita.

—¡Oriel, te has distraído de nuevo! —Despertando de sus ensoñaciones, ella subió la mirada, previamente fija en la palma de sus manos.

Sintió el tiempo correr lento y su corazón rápido, a medida que una sensación cálida se adueñaba de su pecho. Reconoció al instante el cabello rojo que caía en ondas alrededor de su cara y sus brillantes ojos verdes ¿Qué tenía él que ver con el plan de la Guardiana?

Una gran cantidad de emociones se apoderaron de ella mientras examinaba cada parte de su rostro, sin poder creer que la Guardiana fuera tan cruel y detallista. Ni siquiera podía convencer a su cuerpo de que lo que tenía frente a ella no era real, era una ilusión, una broma pesada jugada por la protectora de los sueños, sin embargo, la imagen era tan vívida, tan correcta que si no fuera por la escultura de Runa en su mano habría pensado que eso era la vida real.

Sacudió su cabeza, sintiéndose tonta. La Guardiana no podría haber recreado un ser con tanta precisión, al menos no sin ayuda de los recuerdos de Oriel, sin ellos se vería como un sueño común, difuminado, rápido, irreal.

Todo era su culpa, si no hubiera pasado tanto tiempo de sus clases grabando cada uno de sus movimientos y cada rasgo de su figura, para luego recrearlos en su mente antes de dormir, no estaría en esa situación.

—¿Oriel? —dijo, tratando de ocultar una sonrisa. Oriel sujetó la escultura con fuerza, no debía dejarse llevar— No te distraigas otra vez, te lo ruego.

—Lo siento, Aster —contestó decepcionada, levantándose de su lugar y evitando mirarlo a los ojos.

—Ven, te mostraré qué debes hacer —Extendió su mano hacia ella.

Aster le había enseñado magia por años, sin embargo en algún momento las lecciones empezaron a salir mal o terminar muy temprano. Quizás el problema se hallaba en el hecho de que, con el tiempo, empezaron a notar las extrañas y complicadas sensaciones que se producían su interior, como les costaba verse a los ojos sin sonreír o lo agradable del calor de sus manos juntas.

Y ahora la Guardiana parecía burlarse de ella, haciéndole recordar lo mucho que disfrutaba estar a su lado antes de que dejaran de verse.

Ella sintió un nudo en la garganta mientras caminaba hacia él.

¿Por qué se le hacía tan difícil enfrentar el recuerdo? Se juraba a sí misma que lo había superado, que las palabras de su padre la hicieron entrar en razón, que su madre la había aconsejado bien, que estaban en lo correcto cuando decían que no podía alimentarse del amor.

Oriel puso sus manos sobre las de él, insegura, y cuando las estrechó sintió un ligero rubor surgir en sus mejillas. Controlar sus deseos de saltar a sus brazos y entregarse al mundo de los sueños y los recuerdos se le hacía cada vez más difícil.

—Necesito que aprendas a sentir y controlar el fuego y calor a tu alrededor en vez de usar tu energía para crearlo —Comenzó, rompiendo, una vez más, su ensoñamiento—. Comencemos con algo pequeño —Entrelazó sus dedos con los de ella, cerró los ojos y respiró profundo—, sentirás calor brotar de mis manos, extráelo y transfórmalo en fuego.

Oriel cerró los ojos también, concentrándose en el calor que empezaba a emanar de las manos de él. Absorbiéndolo lentamente para no lastimarse y, en parte, para que el sueño durara un poco más. Se alejó, dolor adueñándose de su pecho al separarse sus manos, abrió sus ojos al sentir el calor acumulado en la punta de sus dedos.

Una nueva escena se presentó ante ella. Una gran cantidad de personas en trajes elegantes la miraban perplejos, sus joyas brillantes cegándola. Los músicos, postrados en un pequeño escenario, también se habían detenido, buscando la causa de la conmoción.

Oriel supo con rapidez lo que sucedía.

Los lujosos candelabros, el papel tapiz dorado, los vestidos de alta costura y, sobre todo, el adolorido conde postrado en el suelo, cubriendo parte de su cara, ahora quemada gracias a ella. Era bastante obvio, estaba en el castillo. Sus llantos adoloridos y el sonido del impacto contra el suelo atrajeron la atención de todos y, por supuesto, sabían quién era la causante de semejante atrocidad.

Su mano ardía y sus mejillas también, quizás por la vergüenza e indignación. Sabía que en algún lugar de la exquisita fiesta de debutantes estaría Aster haciendo de mesero y, por alguna razón, eso la enfurecía más que el atrevimiento del conde y los susurros denigrantes del resto de los invitados.

De alguna manera, las frases intercambiadas entres los nobles se hacían cada vez más claras, casi como si ignoraran su decoro para permitirse humillar el nombre de su familia solo un poco más.

Desde novata a engendro plebeyo, pasando por desgraciada mujer insensata hasta la maldición de los Vesta, siendo la última la que tocaba una vena sensible en su interior.

Sabía que su padre había escapado de sus responsabilidades por ella pero, ¿sería realmente su culpa? ¿Fue ella tan grande impedimento?

Bajó la mirada sin poder contenerse más, estaba a punto de entregarse a la enorme tristeza y culpa que se almacenaba en su corazón, sin embargo, aún tenía suficiente dignidad como para retirarse antes de que las lágrimas fueran obvias, antes de que los Reyes la vieran como la gran desgracia que era.

Olvidando por un segundo que todo no era más que un sueño, salió corriendo del salón de baile y, gracias a la extraña manera en la que funcionaban los sueños, llegó rápidamente al jardín del castillo. Ahí, sintiendo las lágrimas arder en sus ojos y el maquillaje correrse, se sintió estúpida.

Aster de alguna manera había logrado que pudieran asistir a la fiesta, pensando que al enamorarse de ella y dejar que ella se enamorara de él le había robado la oportunidad de tener una vida mejor, más fácil y ella, pensando solo en sí misma, la había rechazado, a pesar de los riesgos que debió tomar conseguir esa invitación. Ni siquiera había pensado en lo felices que estarían sus padres estando entre la alta sociedad una vez más, al verlos sonreír entre sus viejos y adinerados conocidos no pasó por su mente que esa era la vida de la que ella les había privado.

Ahora, dejándose caer en el suelo, sin importarle las miradas extrañadas de los guardias, se preguntaba lo que hubiera sucedido si se hubiera dejado llevar, si, cuando el conde le insinuara llevarla a sus tierras, hubiera aceptado.

¿Por qué las posibilidades de una vida mejor al lado de un hombre que ni siquiera conocía eran mejores? ¿Por qué no se le hacía más fácil pensar en su vida junto a Aster?

Las palabras de sus padres resonaron en su mente mientras cerraba sus ojos, reprimiendo la tristeza.

"¿Por cuánto tiempo podrá el amor sustentar a tu familia? Incluso la persona más enamorada puede hacer cosas terribles si tiene hambre y no tiene un techo que las cubra de la intensa luz"

***

Oriel escuchó una burbuja estallar y abrió los ojos asustada.

Estaba de nuevo en medio de la oscuridad, el escenario sobre ella iluminándose una vez más, esta vez con una imagen diferente. Ella en su primer cumpleaños sin su padre.

La Guardiana se presentó ante ella otra vez, viéndose decepcionada.

—Te has derrumbado con tan solo verlo —dijo en un suspiro. Oriel secó sus lágrimas y trató de recuperar la compostura, sin éxito— ¿Qué crees que sucederá cuando te muestre el resto? ¿Serás capaz de mantenerte fuerte o añorarás un mundo en el que no debas tomar estas decisiones?

Ella se mantuvo en silencio, mirando el escenario, las advertencias de la Guardiana la preocupaban pero la imagen en el escenario la desconcertaba y todavía le costaba asimilar lo que acababa de suceder.

—Verás, Flor de Fuego, tu única oportunidad para salvarlos es volverte fuerte, una con el Fuego, la Luz y la Oscuridad —Ella asintió, recordando las palabras de Tinta—, tus compañeras tienen muchas habilidades pero no hay tiempo de hacer que estén en sintonía con sus elementos, por lo que tendrás que ser capaz de llevar la mayor carga porque, si no funciona —Hizo una pausa, visiblemente preocupada—... no podrás despertarme.

—¿Despertarla? —contestó lentamente, sin poder creer lo que decía. Sabía por qué la habían encerrado en primer lugar y no se sentía cómoda siendo la que la liberara ¿Y si era traicionada?

—Sí, bueno, la verdad es que, considerando cómo están las cosas ahora, no creo que haya otra opción —Oriel la miró, dudosa—. Como supongo ya debes saber, me encerraron dentro de los polos. En un cofre, para ser específicos.

—Lo sé, la leyenda dice "Oculta en el templo está la puerta, dos polos, una escalera" —La Guardiana la miró incrédula, realmente conocía la leyenda—, no recuerdo mucho a decir verdad pero mi padre estaba muy interesado en ese tipo de historias y me las contaba a menudo.

—Tu padre... —susurró, melancólica. Oriel se preguntó si la Guardiana sabría de su muerte.

—¿Guardiana?

—Hablaremos de eso después —miró al lado contrario, hacia una burbuja que se mantenía estática en su lugar, sin moverse de arriba a abajo como las demás—. Ahora continuemos con tu prueba.

De nuevo, una burbuja apareció frente a Oriel, expandiéndose y cubriéndola.

***

Su padre había muerto en uno de sus viajes, poco antes de que ella cumpliera dieciséis. Su madre no daba detalles sobre su muerte. Oriel dudaba que ella siquiera supiera por qué viajaba esa vez, pero sentía que era por su culpa.

El dinero no hacía más que escasear durante esos días y con su escándalo durante la fiesta de debutantes solo logró empeorar las cosas. Su padre tenía dificultad para conseguir trabajo y su madre era ridiculizada por sus empleadores.

Trataban de mantener el secreto, de ocultar las noches en vela en la que su madre seguía lavando y el hecho de que su padre pasaba días sin ir a su casa. Pero ella sabía, estaba más que consciente de lo que pasaba. Era difícil ignorar los rostros angustiados de sus familiares mientras contaban cada moneda, esperando que fuera suficiente para mantenerlos.

Experimentando el recuerdo bajo las órdenes de la Guardiana, quiso mantenerse fuerte, demostrar que podía hacerlo, pero sus memorias eran vívidas y el dolor aún estaba allí, latente, esperando la mínima provocación para resurgir.

Cerró los ojos.

Sabía que había palabras especiales para encomendar el alma de los caídos a los Guardianes, en realidad, su abuela se las enseñó pero, en ese momento, arrodillada frente a la tumba de su padre, todo lo aprendido se esfumó de su mente.

Y mientras las lágrimas no dejaban de brotar de sus ojos se dijo, resentida consigo misma, que era muy débil.

Durante el funeral realizado en la mañana consiguió mantenerse callada y ocultar su profunda tristeza para darle algo de soporte a lo que quedaba de su destrozada familia, sin embargo, al caer la noche, sus sueños la llamaban al lado de su padre y aunque temía caminar por las calles en dirección al cementerio, no podía quedarse en su cuarto, sintiendo su casa más silenciosa de lo normal.

Por eso estaba allí, quizás esperando una señal o que el fantasma de su padre apareciera y le dijera qué hacer ahora que se sentía tan sola.

Decidió sentarse en la tierra, mirando la lápida solo iluminada por la Luna. Su abuelo no tenía los materiales para darle un lugar de descanso digno de su grandeza, que expresara todo el cariño que sentía por su único hijo, pero se notaba el esfuerzo puesto en ese pedazo de piedra. Una lápida digna de un Rey, tan intrincada y pulida, era el último regalo que podrían darle.

Alicard Vesta.

Tantos detalles de profundidad y cortes en los bordes no permitían que una frase de consuelo ni la fecha de su muerte fuera puesta en la piedra, sin embargo, el diseño de las letras transmitía suficiente y con tan solo leer su nombre Oriel se enfrentaba a los sentimientos que vinieron con su muerte una vez más.

No podía evitar recordar las tantas veces que su padre la salvaba de los regaños de su madre o huían de la realidad por un momento mientras cuidaban de los dragones, su sonrisa reconfortante cuando estaba a punto de quebrarse o la mirada reprendedora pero cariñosa que parecía obligarse a darle cada vez que hacía algo mal. Cinco años después todavía le costaba creer que su amado padre se había ido para siempre.

Miró la figura de Runa en su mano izquierda. Runa era lo único que quedaba de él, el resto de los dragones habían sido vendidos después de su muerte pero, gracias a su testamento, Runa y su compartimiento se mantenían en la familia, o más específicamente, Runa estaba a su nombre.

Desde ese momento se dedicó a hacerse cargo de él en un intento por olvidar lo sucedido. En el compartimiento de dragones solo estarían ella y Runa, no habría llantos ni preocupación y su hermano, aún muy joven para comprender, no estaría para preguntar por su difunto padre. Por unos minutos, su vida recobraba color y brillo, desapareciendo al llegar a su casa y no percibir el aura protectora de su padre.

Oriel no tenía mucho interés en libros de ficción pero su prima sí. En realidad, solía contarle de cómo, cuando los personajes estaban sujetos a un gran pesar, empezaba a llover y todo se tornaba oscuro. Quizás, si en el Reino del Fuego hubiera podido llover, una terrible tormenta se posaría sobre su casa y en el cementerio, se inundaría y, con suerte, la mataría.

¿Cómo podía un simple recuerdo ponerla en tal estado? ¿Por qué era tan difícil superarlo todo sin llorar? Esa era exactamente la misma actitud que había tomado en la realidad y, tanto tiempo después, se mantenía débil e inmadura. Tenía el mundo sobre sus hombros, debía protegerlo, pero parecía estar a punto de resbalarse y dejarlo caer.

Se preguntó qué haría su padre si estuviera en su situación, si se enfrentara a recuerdos dolorosos una y otra vez, si el destino del mundo dependiera de su fuerza de voluntad y sus deseos de vivir.

"Él sería mejor Flor de Fuego que yo" Se dijo, entre llanto y risa.

—¡Oriel! —gritó su madre, entre regaño y llanto. No volteó a mirarla, sabía cómo se desenvolverían los eventos desde ese momento— ¿¡Cómo se te ocurre salir de casa así!?

Su madre estaba llorando pero no le prestó atención, quería ignorarlo todo, fingir que nada había sucedido.

—Estaba tan preocupada por ti —su voz se quebraba con cada palabra pronunciada pero Oriel se rehusaba a mirarla, era suficiente dolor por un día—. Sé que tu abuela fue un poco dura contigo pero todos estamos bajo mucha presión, cariño —sabía que su madre estaría fingiendo una sonrisa, sin embargo, la mención de su abuela la estremeció. Ella no había sido muy sabia al elegir sus palabras—. Por favor, vuelve a casa, no queremos perder a nadie más, quién sabe qué tipo de loco este suelto a esta hora.

Trató de retener las lágrimas. Ya no tenía un lugar al que regresar, no había nadie que la esperara en casa, solo un cúmulo de cenizas, lo que quedaba de su hogar.

***

Entre tantas lágrimas no podía ver con claridad, pero sabía que había vuelto con la Guardiana. El ambiente helado y el silencio, la manera en que cada uno de sus movimientos parecían ser más lentos de lo normal, ya había aprendido a reconocer la atmosfera fácilmente, sin embargo, seguía sintiéndose extraña al regresar al lugar, sobre todo después del último recuerdo.

"Vuelve a casa"

Las palabras de su madre seguían frescas en su mente, manteniendo sus lágrimas brotando, derrumbándola cada vez que estaba a punto de recuperarse.

Casa. Realmente quería volver a casa, tan solo un día más, que le dieran tiempo de despedirse y decir todas las cosas que ahora se daba cuenta debió haber dicho. Pero ya no había casa, incluso si el plan de la Guardiana funcionaba, incluso si su hogar seguía en pie, incluso si su familia estaba bien, no importaba, eso no garantizaba su libertad ni tampoco su supervivencia.

Suspiró, en un intento por calmarse.

—Flor de Fuego, sé que es difícil pasar por todo esto una vez más, pero no hay otra forma, necesito estar segura de que puedes soportarlo.

Oriel se mantuvo en el suelo, mirándola fijamente.

—Solo una más —Continuó, tomando una de las burbujas en sus manos—, es la más importante —la Guardiana acercó la esfera a Oriel y esta brilló al tocar sus dedos, mientras su vista se volvía difusa y su capacidad de concentración disminuía—. No te dejaría ir sin que supieras la verdad, aunque no me corresponda ser quien te lo diga.

—¿Qué? —las palabras de la Guardiana sonaban indescifrables en los oídos de Oriel.

—Puede que a tus padres les hubiera gustado que te enteraras en otro momento, bajo otras condiciones pero...—se detuvo, mirando la burbuja envolver a Oriel— es necesario.

Buena suerte.

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