III - Malas decisiones

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No lo esperaba, realmente no lo había visto venir

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No lo esperaba, realmente no lo había visto venir.

Sintió como si el tiempo corriera lento y el sonido hubiera desaparecido mientras el pequeño príncipe de diez años le entregaba lo que quedó de la existencia de su familia, una foto quemada en los bordes, la réplica de Runa cubierta de sangre seca y la navaja favorita de su abuelo. El príncipe se quedó viéndola mientras sus manos comenzaban a temblar y las lágrimas ardían en sus ojos, para luego ser llamado por la Reina con una voz suave y llena de compasión.

Se lanzó al suelo, incapaz de contener ni un minuto más los sentimientos ocultos en lo profundo de su ser desde que se inscribió como Flor de Fuego, quizás antes. Bajó la cabeza y admiró la réplica, una de las alas de Runa y parte de su cuerpo estaban llenas de sangre, el solo pensar en el porqué de su estado le causaba un nudo en el estómago, como deseaba que no fuera de ninguno de los miembros de su familia, que de alguna manera hubiera llegado a manos de un extraño, que para su infortunio, murió durante el ataque.

Cuando el temblor de sus manos se redujo y el ardor que se producía en sus mejillas por las lágrimas se detuvo, examinó la foto, no lo había notado antes pero esta era vieja, del tiempo en que su padre aún se encontraba con vida y su hermano era solo un bebé. Su cabello llegaba un poco más abajo de sus hombros y, a sus once años, aún se veía como una de siete, en cambio, su madre se veía veinte años más joven.

¿Estarían bien? ¿Realmente eran esas pruebas de su muerte?

Le dolía pensar que los había perdido, que ya no volverían y no disfrutarían de su sacrificio, no podrían vivir la vida que ella creía se merecían.

Los guardias que acompañaban a la Reina y los sobrevivientes veían a su Flor de Fuego quebrarse ante la situación, si bien sentían al menos una pizca de lástima, habían deseado que ella, como todas las demás hubieran hecho, se mantuviera optimista y les dijera que tenía una solución. Pero ella era tan solo una niña, hace solo unos días había acompañado a su hermano a visitar a Runa, cocinó para sus abuelos y complació a su madre permitiéndole probarle los vestidos que había usado en su juventud.

Quizás debió presentirlo, las cosas nunca habían estado tan calmadas en su casa, todo iba demasiado bien como para ser un buen augurio.

Estaba arrodillada en el centro de la aldea, con todas las miradas sobre ella, sin poder contener las lágrimas ni sus ganas de escapar, irse lejos y ahogarse en su propio llanto. Que gran decepción resultaba ser, una Flor de Fuego que no era capaz de controlar sus sentimientos, de salvar a su Reino y proteger a su gente, si no fuera porque ya casi todos habían muerto, los Guardianes hubieran elegido a alguien más, estaba segura.

El hada brillante del día anterior apareció frente a ella, un leve cascabeleo saliendo de su boca al ella hablar, no podía entenderla pero su expresión condescendiente fue suficiente para saber lo que quería decir.

Oriel apretó sus dientes con fuerza cuando el hada se aferró a su pierna, como si la abrazara, intentó parecer fuerte ante ella, no quería la compasión de nadie, sin embargo, fue inútil, si bien logró desviar la mirada las lágrimas no pararon, se intensificaron.

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