Las saetas del Tiempo - Horas...

By CiaraSofi

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«Tres flechas fueron disparadas: una para asesinar al Día, otra para devorar la esperanza, y la tercera dest... More

Para mis Lectores
Terminología de la Hermandad del Sol
Sinopsis, Personajes y Reconocimientos
CLAN ARDERE
CLAN ASTRUM
CLAN AURUM
El tiempo...
Introducción. El Oráculo
2. La historia escrita en nuestra sangre
3. Berlinesas y sueños
4. Obra prima
5. La oscuridad de un designio
6. De Mañanitas...
7 ...Este 12 de Febrero...
8...Día de la Juventud
9. El último
10. La Voz de los Primogénitos
11. Traidor(a)
12. Costa Azul
13. Estar en casa
14. Desde el malecón
15. Maniobra
16. Carnada
17. Plan en marcha
18. Hombre muerto

1. Ocho cero uno

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By CiaraSofi

Me ha dicho: "A quien es bueno, la amargura
jamás en llanto sus mejillas
moja:
en el mundo la flor de la ventura

al más ligero soplo se
deshoja...

Juan de Dios Peza.

A pesar del frío, para Imanol aquella mañana era la más espléndida de todas. A través de la ventana panorámica de una nívea habitación, se colaban con esfuerzo algunos tenues rayos solares que luchaban por imponerse al invierno azteca.

Todo era silencio y paz. La sencilla cama individual estaba cubierta por una colcha blanca, al igual que las fundas de las almohadas, solo el escritorio y la pequeña repisa de caoba le daban un toque de color a la alcoba.

En aquel escritorio reposaban, guardados, algunos viejos libros de carátulas oscuras, cuyos títulos dorados en latín resaltaba en un hermoso rotulado.

Recostado en la cama, despreocupado, Imanol movía su pie al ritmo de la música que reproducía su celular. Su piel trigueña, un poco más clara de lo habitual, restaltaba en el sweater cuello tortuga negro, el cual le llegaba al mentón. Las puntas del liso y castaño cabello caían sobre sus profundos y amplios ojos café. De frente amplia, nariz recta y ligeramente abultada en la punta, labios poco  definidos, de un grosor perfecto, resaltados por una perillita en su barba que adornaba su firme mentón. 

Imanol Rodríguez Madrigal no era un muchacho ordinario. Por sus venas no solo corría la sangre de los gloriosos y enigmáticos Mexicas sino también la herencia de uno de los Clanes más intimidantes de la Tierra: el Clan Astrum, los cuales eran conocidos como los Mártires de la Verdad, debido a que era el Clan que engendraba y formaba a los más valientes soldados de la Fraternitatem Solem.

Luego de que la Hermandad fuese restituida en la Tierra, y nuevamente bendecida por los Dones, los siete Clanes del Solem establecieron un régimen de entrenamiento obligatorio para todos sus miembros: quienes llevaban los Sellos tenían que abandonar la casa paterna a los dieciséis años y recluirse en los Institutos de Entrenamiento que funcionaban como internados, ubicados en distintas ciudades de cada país, para recibir una formación adecuada, según las necesidades de la Hermandad y las caracterrísticas de cada Clan.

La formación solía durar cinco años, tras lo cual dejaban el Instituto, la mayoría a los veintiún años de edad, realizando dos años de prácticas profesionales en un cuartel propio de la Hermandad, para luego volverse a integrar a la sociedad, llevando una vida ordinaria, pero comprometidos a dejarlo todo si la Hermandad corría peligro.

Cada Clan tenía un líder, que más allá de su preparación académica, humana y física,  era escogido por la divinidad de la Hermandad, la cual le otorgaba un Donum, un poder sobrenatural, con el cual podría luchar contra los seguidores del Harusdragum, los non desiderabilias. Estos líderes recibían el título de Primogénitos, y sin importar la posición que ocupaban dentro del Clan, cualquier miembro que fuese escogido pasaba a ser la cabeza del Clan.

Sin embargo, ya había pasado casi un siglo de la última designación de Primógenitos, por lo que aumentaba las esperanzas de todos los miembros de los Clanes de ser escogidos por el Solem. Este privilegio era la motivación de muchos jóvenes por ser los mejores en cada aspecto, pues mientras más perfectos y rectos fuesen, el Solem se fijaría en ellos. Ese era el motor de muchos, menos de Imanol, pues no podía ignorar que para ser elegido también debía descender de algún líder anterior, y su familia jamás había resaltado en nada. 

Aunque en lo más profundo de su ser, como todos, quería ser escogido como Primogénito. Sin embargo, sumado a su origen genealógico, era consciente de que estaba muy lejos de ser el mejor de su Clan, incluso dudaba tener talento para liderar algo. Si bien era empático, con un extraño sentido de humor y respetuoso de las opiniones de otros —aunque sin filtros para expresarse—, vivía en su mundo, sin inmiscuirse en asuntos ajenos.

Desplazó su mano derecha sobre la pared que tenía al frente, haciendo aparecer un reloj digital de enormes números rojos —color representativo de Astrum—. Eran las ocho en punto.

Concentrado en el instrumento diseñado para medir el tiempo, casi no se percató de que la puerta de su habitación había sido abierta por otro chico, el cual tenía su misma edad.

El joven esperó hasta captar su atención. Imanol le echó un rápido vistazo, quitándose uno de los audífonos.

—Wey, ¿jalas(1)? —preguntó, haciéndole una seña con el pulgar para invitarlo a salir de la habitación.

Imanol asintió, haciendo que el joven lo dejara de nuevo en la intimidad de su alcoba. Debía terminar de alistarse para el desayuno.

Con un rápido movimiento de su mano hizo desaparecer el reloj, para luego pasar ambas manos por los pabellones de sus orejas recogiendo los audífonos, los cuales quedaron transformados en un par de tubos flexibles que se adaptaban perfectamente a la parte externa de sus oídos, dejándolos sobre su cama, y tomó la chaqueta negra que se encontraba sobre esta.

Se detuvo frente a la puerta, sin soltar el pomo, con la chaqueta de mezclilla negra en la mano. No podía salir sin antes echarse un vistazo en el espejo. Se levantó el cabello, dejando descubierta sus delineadas, gruesas y tupidas cejas, sonriendo.

—No tendrás la sangre, ni el talento, carnal, pero al menos tendrás un piercing en esa ceja —. Sonrío, revolviendo un poco el lacio cabello que nunca peinaba, y salió de la habitación.

Abrió la puerta, revisando la hora antes de salir.

Eran las ocho y un minuto.

—¿Qué reportaron los medios? —preguntó la chica de cabello blanco.

—Era un hombre de cuarenta y seis años. Su nombre era Alejandro Escudero, extranjero y con varias denuncias de estafas —respondió el hombre.

—Toda una fichita —respondió la chica de cabello blanco, observando a su líder acomodarse—. ¿Haremos una nueva incursión?

—Esa muerte no puede quedarse así —respondió la joven.

—Pero el sujeto era todo un elemento —rezongó la chica pecosa.

—No todos los seres humanos son buenos, siempre hay sus lacras en medio de cada gentilicio, y este pertenecía a uno de los Clanes del Solem —contestó la líder—. No investigar esta muerte y perseguir a sus asesinos puede ser perjudicial para nosotros, porque así como hay buenas almas en la Hermandad que lo dan todo por ella, así los miembros más corruptos pueden alimentar y fortalecer al enemigo, aunque no sepan nada del Harusdragum.

—Puedo entender tu punto —interrrumpió el hombre—, pero son las diez y un minuto de la mañana. ¿No crees que sería algo imprudente internarnos en el bosque del cerro? Cualquier transeunte podrá vernos.

—¿Tienes miedo? —lo retó la chica trigueña, esbozando una sonrisa sarcástica—. No iremos por el sendero, ni por las zonas transitadas por los deportistas. Los mercenarios no son tan estúpidos como para esconderse a la vista de la policía. No olvides que, pese a la maldad de su corazón, no son más que simple mortales.

—Mortales con una fuerza que supera a un humano ordinario —recordó la chica de cabello blanco.

—Sí, Ainhara, tienes toda la razón. Aun así no es algo que nosotros no podamos afrontar —aseguró la líder, observándolos a ambos—. ¿Están listos?

Caleb y Ainhara asintieron, preparándose para salir.

Ximena aspiraba el fuerte y revitalizante aroma del café arábigo. Cerrando sus ojos, con ambas manos en la cintura, esperó a que cada uno de sus sentidos despertaran. Exhibiendo una jovial y amplia sonrisa, se dio por satisfecha. Recogió un par de puntas de su amplia falda para disponerse a iniciar una nueva faena.

Ciertamente, era domingo, pero para la joven chiapaneca no había mejor actividad para despejar la mente que encargarse del cuidado de los granos de café que estaban madurando, utilizando técnicas ancestrales.

Ese día, su padre Guillermo Cruz, no la acompañaba. En la tarde recibirían la visita de varios familiares, así que su progenitor decidió quedarse en casa con su señora, preparando la mesa que degustarían con los suyos.

Caminando entre las filas de cafetales, verificaba las condiciones del tallo, la hoja y el grano, así como el grado de acidez de los suelos y el pH del agua.

Aquel paraje era su refugio, el único lugar en donde disfrutaba estar sola, pues se convertía en una con la naturaleza, y en días como ese, en donde debía darle la cara a su numerosa familia, gustaba huir de todo.

Y es que, detrás de su habitual alegría, un sueño incumplido, por injustas leyes, le robó el momento que marcaría su vida entera.

La familia Cruz Bernal pertenecía al Clan Aurum, uno de los más poderosos de la Hermandad.

Si Astrum aportaba soldados, los genios estrategas surgían de Aurum.

Considerados como los Defensores de la Justicia, no había ataque que se diera en la Fraternitatem Solem sin la bendición de estos. Pero así como habían llenado de gloria a la Hermandad, también habían cometido terribles errores: como el genocidio que habían ejecutado en contra del Clan Ignis Fatuus, en el siglo XVII.

Sin embargo, el tiempo sanó las heridas entre los Clanes, devolviéndole a cada uno el lugar que le correspondía dentro de la historia de la Hermandad, y Ximena soñaba con ser parte de ese mundo.

—El Solem me bendecirá —repetía cada mañana.

Mas, a pesar de tener veinte años, ella no había recibido el entrenamiento de su Clan, como sí lo había hecho el resto de su familia, incluso algunos primos asistían al Instituto de Aurum en Monterrey.

Cuatro años atrás, una plaga azotó el cafetal de su padre, acabando con la cosecha y la posibilidad de financiar su matrícula y manutención dentro del Instituto. Fue así como, la jovencita de dieciséis años perdió la oportunidad de tener una educación como el resto de los miembros de Aurum.

La economía de su noble familia mejoró notablemente con el tiempo, pero ya era tarde para Ximena. Por más que sus progenitores suplicaron y movieron influencias para que Aurum permitiera el ingreso tardío de la chica, este le fue denegado. Ni siquiera su inteligencia y grandes talentos fueron tomados en cuenta para que el Decanato la aceptara, solo porque la joven tenía diecisiete años.

El aroma del café la hizo volver a la realidad. Le daba vida.

En su espalda, debajo del hombro derecho, un radiante Sol coronado —marcado por la fuerza de los relámpagos— apareció, exhibiéndose a través de la blusa blanca, en un hermoso rojo cobrizo, como todos los Sellos del Populo.

Eran las ocho y un minuto.

***

(1)¿Jalas?: Expresión mexicana que significa "¿vienes?" 

***
Cafetaleras de Chiapas, México.

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