7 ...Este 12 de Febrero...

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No te rindas, aún estás a tiempo

de alcanzar y comenzar de nuevo... 

Mario Benedetti.

Asier pudo ver el auto de su familia estacionado en una de las calles aledañas a la Plaza de Cervantes, la cual lucía cubierta de nieve

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Asier pudo ver el auto de su familia estacionado en una de las calles aledañas a la Plaza de Cervantes, la cual lucía cubierta de nieve. 

Ajeno a lo que lo rodeaba, observó como un chico de once años, caucásico y pecoso, descendía del auto familiar. Llevaba en su hombro la mochila del colegio, gesto que hizo sonreír a Asier.

—¿Acaso vas al cole, chaval? —preguntó, abriendo sus brazos para fundirse con su hermano.

—El chofer irá a buscar a padre. Lo llevará a uno de nuestros almacenes, luego, vendrá a buscarme.

—Entonces, deberíamos entrar a la pastelería, antes de que el tiempo se nos acabe.

El niño asintió, Asier lo volvió a abrazar, llevándoselo tomado del hombro hasta la pastelería. Francisco iba vestido de negro, como era la tradición en la Fraternitatem Solem, color oficial que debían utilizar hasta el Solsticio de Verano.

Entraron a un recinto acogedor, de piso de madera, donde el aroma del café, del chocolate, los rollos de canela y el azúcar glas se mezclaban. Francisco esbozó una enorme sonrisa, corriendo hacia una mesa con un enorme ventanal que mostraba lo más bonito de la plaza.

—Deberíamos venir en primavera —comentó el niño—. Los rosales deben estar muy bonitos.

—Podemos venir todas las veces que quieras. En cada estación —respondió, levantándola la mano para pedir el servicio.

Un joven se les acercó, saludándolos con amabilidad y entregándole unas cartas.

Francisco la leyó con avidez, escogiendo rápidamente unos churros rellenos de chocolate, unos miguelitos y un pionono.

 —¿No crees que es mucha azúcar? —preguntó Asier preocupado.

—Madre me tiene a dieta. Dice que nada de azúcares pues estoy en entrenamiento.

—Y por eso te aprovechas de tu hermano.

—Sería distinto si estuvieras en casa —confesó Francisco, viéndolo con tristeza—. El Clan se ha vuelto más exigente con sus miembros. Padre no deja de hablar de la pronta aparición del Primogénito, y ¡claro! Cree que si doy el máximo, seré escogido.

—¡Pero eres un chiquillo!

Francisco levantó sus hombros. Asier se distrajo dándole indicaciones al mesonero de lo que comerían.

Sabía que su hermanito no podía darle más información que esa, y pese a todo, era suficiente. Ahora sabía que Ardere estaba a la espera del Primogénito, lo que le hacía suponer que cosas oscuras estaban pasando en la Fraternitatem Solem.

Las saetas del Tiempo - Horas [1er. Libro]Where stories live. Discover now