Bajo las montañas de un sauce...

By QueenOfCaspian

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PRÓLOGO. El último rayo de luz de la tarde se ocultó tras la montaña más lejana del reino de Eäril. E... More

PRÓLOGO
Capítulo 1 - Canción de cuna.
Capítulo 2 - Choque de miradas.
Capítulo 3 - ¿Ladrón? De eso nada.
Capítulo 4 - Primera conexión.
Capítulo 5 - Brillante como el diamante.
Capítulo 6 - Futura heredera al Trono.
Capítulo 7 - Muestras sinceras de cariño.
Capitulo 9 - Visita felizmente recibida.
Capítulo 10 - A la vera del lago Syrlea cuentan las leyendas..
Capítulo 11 - Nësteria, ciudad portuaria.
Capítulo 12 - ¿Qué hace aquí este muchacho?
Capítulo 13 - Un encuentro imprevisible con un traidor.
Capítulo 14 - Dragones y Grymera.
Capítulo 15 - Jazmín, Lavanda y Pino.
Capítulo 16 - Camino nevado entre Eäril y Dynirell.
Capítulo 17 - Proseguid hasta el árbol que llora por sus hojas rojizas.
Capítulo 18 - Llegada a Dynirell.
Capítulo 19 - El Templo Sagrado de Eathiäen.
Capítulo 20 - Paseo entre almendros de flor blanca.
Capítulo 21 - El nacimiento de Kairine.
Capítulo 22 - Contando las brillantes estrellas.
Capítulo 23 - Fría y pálida cual luz de estrella.
Capítulo 24 - Rumbo a Gereth, Isla de Paladines.
Capítulo 25 - El eterno viaje a la Isla de Gereth.
Capítulo 26 - Entre las praderas de Merein.
Capítulo 27 - Los gritos de la desesperanza.
Capítulo 28 - Dahälea, mi hogar.
#Wattys2015 - #MyWattysChoice

Capítulo 8 - León, símbolo de poder y protección.

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By QueenOfCaspian

Se quedó mirándola. Se sentía impotente al no poder hacer nada por ella. 

          —Por favor... despierta —le rogó, con el corazón en un puño. Unas cuantas lágrimas recorrieron sus mejillas, llenas de pecas, heredadas de su madre y cayeron en la frente de la muchacha. Su desesperación aumentaba por momentos—. Te lo ruego...

          La cuidadora de esta entró sin hacer ruido, por si se había despertado. Llevaba otro barreño humeante ambientado con hierbas aromáticas.

          —¿Alguna novedad? —cambiando el cubo anterior vacío, colocó el nuevo sobre él.

          —Muy a mi pesar, no —siguió dibujando círculos en la fría mano de Elwën. Fue entonces cuando las pestañas de la chica tintinearon muy lentamente.

          —Mar... —una vocecilla, casi inaudible, sonó al lado de Tharien, haciendo que se girara.

          La mujer, alarmada, corrió hacia donde Elwën se encontraba, cogiendo la mano que tenia libre, acariciándola—. Mi niña... gracias a los dioses que estás bien... —contenta, fue a avisar a Riwen y Theldril para decirles que su hija se estaba despertando.

          —¿Cómo te encuentras? —preguntó nervioso.

          —Tha... — sus ojos se desplazaron hacia una sombra oscura a su derecha, de altura media.

          —Sí, estoy aquí. No me he ido —esbozó una pequeña sonrisa, pero pronto se esfumó.

          Elwën empezó a llorar, girándose para que no la viera, haciendo que unos cuantos mechones de pelo taparan su rostro.

          A trompicones, los padres de ella entraron por la puerta. Preocupados y a la vez contentos, dieron brincos hasta llegar al lado de su hija. Riwen, con ojeras bajo sus ojos color esmeralda resplandeciente, no había dormido apenas nada al estar muy preocupada por lo que podría pasar. Decidió salir al balcón de su alcoba, para que le diera un poco el aire y relajarse. La situación le empezaba a pasar factura. Mientras, Theldril lo llevaba con calma: no quería que algo saliera mal en el proceso de mejora de la salud de Elwën.

          Mareith, con cuidado retiró de la frente de su joven tutelada el trapo que le había colocado la anterior noche, para que le bajara la fiebre. Los síntomas de esta empezaban a disminuir por horas.

          —Cariño, ¿Cómo te encuentras? —se sentó al lado de ella en la cama, para así mecerle el pelo y tranquilizarla—. Ya... ya... ya ha pasado —besó con cariño su cabeza, acurrucándola contra su pecho.

          —Yo... será mejor que os deje a solas —el joven príncipe se inclinó, y antes de salir por la puerta, echó una mirada demoledora a la chica. La reacción de esta fue apartar la vista, ya que si no empezaría a llorar. Tanto ella como él lo estaban pasando muy mal, sobre todo Tharien.

          Cerró la puerta con delicadeza. Bajó los peldaños de la escalera con lentitud, ya que en su cabeza miles de pensamientos se agolpaban. Se cruzó con miembros del servicio, a lo que les respondía con una amable sonrisa, pero justo cuando llegó a uno de los bancos del jardín, se derrumbó. 

          Escondió la cara con sus dos manos, no dejando ningún hueco por el que ver. Fue entonces cuando una mano se posó suavemente en su hombro.

          —¿Qué pasa, Tharien? —unos ojos pardos se posaron sobre los suyos. Estos irradiaban serenidad ante los del chico.

          —La voy a perder, madre... —lloró de nuevo. La situación que estaba viviendo era dura, muy dura. Los sentimientos que sentía por la joven princesa, crecían por momentos, pero él creía que no la iba a corresponder.

          —No digas eso, mi niño. Elwën está pasando un momento delicado. No es culpa suya —Narismae ayudó a su hijo a ponerse en pie, para que así le diera un poco más el aire. Agarrada de su brazo, pasearon juntos por cada rincón del jardín, hasta llegar a una fontana esculpida en piedra maciza, con formas de leones enfrentándose uno con otro, habiendo entre ellos una mujer de delicada belleza, con una tela rodeándole el cuerpo. Con ambas manos, tapó los ojos de Tharien, impidiendo que viera la escena.

          —¿Qué ocurre, madre? —se extrañó. Una torcida sonrisa apareció en sus labios.

          Poco a poco, le arrimó a la fuente, donde le obligó a sentarse. De un pequeño bolsillo que llevaba en la capa con bordes de piel de conejo, sacó un saquito de cuero curtido, con una cuerda negra que la ataba.

          —Ábrelo —sostuvo con ambas manos el saco, apartándolas de los ojos de su hijo. La reacción de sorpresa de este era una gran obertura en su boca.

          —Madre, ¿Qué es esto? —su rostro se transformó poco a poco. 

          —Calla y ábrelo. La verdad es que me ha costado encontrarlo, pero aquí está —con impaciencia, Tharien estiró la cuerda, contemplando así el contenido que tenía dentro.

          —Me encanta, pero... — su frente se arrugó, a la vez que acariciaba la superficie del colgante—. ¿Para quién es? 

          —¿Para quién crees, cariño mío? —una pícara sonrisa se delineó a lo largo de sus labios. Los dientes de Narismae, blancos como perlas de las bahías de la gran ciudad pesquera y comercial de Nestëria, deslumbraban ante la leve oscuridad que se comenzaba a apreciar en el jardín del castillo.

          Alzó la vista hacia su madre. Aquellos ojos que ella había visto nada más nacer su pequeño retoño, irradiaban felicidad, entusiasmo, alegría. Cualquier palabra se quedaba corta para describir la mirada de Tharien.

          —Si quieres dárselo, ve. Sus padres me han dicho que estarían paseando un poco por el jardín de la zona este, para que le de el aire y respire un poco. El ambiente de la alcoba ya le agobiaba.   

          Sin tardar ni un solo momento, salió corriendo hacia donde su madre le había dicho que estarían, dando grandes zancadas para llegar más rápido. Nada más girar la esquina de la pared exterior de las cocinas, se escondió entre setos de lilas y rosas blancas. Theldril, alarmado por los ruidos sospechosos que habían entre la maleza, giró la cabeza, extrañado.

          —¿Hay alguien ahí? Sal si es el caso —estaba un poco asustado. Protegió con su cuerpo a Elwën, por si se atrevían a secuestrarla o a hacerle daño, si se daba el caso.

          —No se asuste mi rey, soy yo —el padre de ella soltó un gran suspiro, al sentirse aliviado. Tharien dio unos cuantos pasos hacia estar a escasos metros de los reyes de Eäril. Riwen iba vestida con ropajes brocados de seda color agua, mientras que Theldril llevaba una indumentaria más sutil: una almilla de terciopelo azul oscura ceñida al pecho, con el escudo del reino en el centro y unos greguescos marrones de cuero negro, a conjunto con unas botas forradas de piel de cuero curtido.

          —Me has asustado, hijo mío, ¿Necesitas algo? —en una de sus cejas, se formó una gran línea fina, de las cuales casi apenas se diferenciaban la una de la otra. La esposa del rey, al notar al chico tan nervioso, comprendió lo que sucedía.

          —Theldril, amor mío, ¿Te importaría acompañarme un segundo a las cocinas? Tenemos que ultimar unos pequeños detalles, para la cena con tu familia, ¿No lo recuerdas? —le susurró a su marido, para que su hija no se enterara. Le guiñó el ojo a Tharien, para hacerle saber que había entendido lo que iba a hacer. Este, a modo de respuesta, inclinó la cabeza.

          — Por supuesto. Si no os importa, acompañaré a tu madre. Tharien, Elwën —salieron apresurados hacia el lugar donde Mareith debía estar, preparando los ricos manjares que la cariñosa y divertida mujer siempre cocinaba. Cuando ya se fueron, el joven, con timidez, sostuvo el brazo de la chica, por si se caía.

          —He traído... una cosa para ti. ¿Te importa? —le indicó que se apartara el pelo, para poder ponerle el colgante del león. Sin querer, acarició su cuello, haciendo que los vellos de la nuca de Elwën se erizaran.

          —¿Te gusta? —esperó unos minutos, por si la reacción de esta era mala. Agachó la cabeza, al no recibirla. 

          Elwën, no sabiendo que decir, besó la mejilla de Tharien. El chico se sonrojó, ante la sorprendente respuesta. Este, avergonzado, le sostuvo de nuevo el brazo para guiarla de nuevo hasta sus aposentos, pero se negó.

          —No quiero irme... —sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas. Se abrazó a él, para ver si así la dejaba quedarse un rato más.

          — Eh, eh, no llores —le levantó el mentón con el dedo índice para que le mirara fijamente a los ojos. La estrechó entre sus fornidos brazos, acariciándole el pelo para calmarla—. Te voy a llevar a tu habitación, necesitas descansar. 

          —Por favor, Tharien, no.. te lo ruego. No quiero encerrarme otra vez —le puso cara de niña buena, como funcionó con Mareith hace unos cuantos años para ver el teatrillo.

          Negó con la cabeza, obligando a Elwën a usar el último recurso posible: juntó sus labios con los de Tharien, haciendo que agarrara con delicadeza su cintura, para acercarla y que no se cayera. Sus labios eran dulces y suaves, tiernos ante el mínimo roce de los labios de los dos. Se quedaron mirándose, enfrentando miradas de reinos distintos.

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