El asistente ©

By TatianaMAlonzo

4.5M 734K 541K

Los apodos: Bruja, Víbora, Suripanta, Casquivana, Cruella de Vil, Vampiresa, Maléfica, Anaconda, Rein... More

Presentación
PARTE I
1. Se me asigna el apodo: la carnada
2. No me recuerden que la primera impresión es importante
3. Lo que se aprende viendo Keeping Up with the Kardashians
4. La maldad se celebra bebiendo un cosmopolitan
5. Nuevos apodos para Ivanna
6. ¿Me veo bien?
7. Lucalicius
8. Aquí lo que importa es Henry Cavill en traje de Superman
9. Estrellita
10. Lo que me dijeron que no hiciera
11. ¿Quién tiene la palabra?
12. Trátala bien
13. ¿Cómo se supera ver a tus amigos en lencería?
14. Show Me the Meaning of Being Lonely
15. ¿Lo soñé?
16. Ratoncito
17. Lo que diga el Sinhueso
18. El rosa es rojo diluido
19. El escote
20. La perfecta musa
21. No eres opción, eres privilegio
22. Diabolus in caritate
PARTE II
23. Placer culposo
24. Estrellita dónde estás
26. Una rodilla en el suelo
27. Ahora tengo una amiga especial
28. Juguetito nuevo
29. Clase de sexualidad con Sauron y Han Solo
30. La guillotinadora
31. Ya había dicho que es la perfecta musa
32. Como cuando Ivanna te tiene de las bolas
33. ¿Si Lobo es Aquiles..., Ivanna es Helena y yo Paris? ¿Y Marinaro quién es?
34. Monstruos
35. El amor espera, según Radiohead
36. La importancia de saber sobre Kevin Richardson
37. Cuando él aún usaba pañal yo ya me vestía sola
38. La importancia de la cultura pop, el traductor de Google y...
39. Nunca antes había...
40. Con el mismo final que Titanic... pero sin el iceberg
41. Un par de inconvenientes
42. Dejando claro que no es bueno tener expectativas
43. Los consejos de Marinaro
44. Rosa marchita
PARTE III
45. ¡Hasta que te conocí...!
46. Como advertencia: no negocies con Ivanna Rojo
47. Tequilas, besos y un indudable aliento fresco
48. Sí, Ivanna adora a los niños
49. ¿Pulgar arriba?
50. Pulgar abajo
51. One Direction vs. Backstreet Boys, la teoría de...
52. En el juego llamado «vida» sigo siendo la pelota
53. Esto no es una competencia
54. Prudencia
54. Prudencia. Parte 2
55. Rojo
56. Enamorarse de Afrodita
57. Enamorarse de un niño artista
58. Enamorarse
59. Esa cloaca llamada Doble R
60. Las joyas tardan más que las rosas
61. Calorías
62. Contrato
62. Contrato. Parte II
63. Oso
63. Oso. Parte II
64. La perspectiva es importante
65. María Magdalena
66. Las «inesperadas» confesiones de Alex y Roy.
67. Una luna, arena, palmeras, mar y estrellas que se reflejan en el mar
68. El rojo también es el color del atardecer
69. Je vais le regretter
69. Je vais le regretter. PARTE II
70. Victoria
71. Lady In Red
72. Wǒ ài nǐ
72. Wǒ ài nǐ. PARTE II
73. Post-It
Nota de autora

25. Dulce de menta

69.9K 10.9K 14K
By TatianaMAlonzo

Capítulo dedicado a lisweet_xx por dejar este genial edit en el grupo de facebook:

¿Listos para el fuego? 👀🔥🔥🔥 Comenten mucho o la próxima vez que vean a Ivanna y Luca será en una mezquita ☝🔪
-------

25. Dulce de menta

—¿No te parece que ya es suficiente? —pregunto con miedo, creyendo que hago lo correcto, viéndola coger el vaso de Whisky de las manos del mesero.

—No sabía que traje papá —se burla Ivanna.

—Solo me preocupa —aclaro.

—Yo no pierdo la consciencia con un par de tragos —me echa en cara—. Ve a seguir haciendo amigos.

—No era eso lo que intentaba —digo, volviendo a ocupar mi lugar en la mesa—. Averigüe algo —Me aproximo a ella para susurrar—: El chef dice que a Becker no le interesa que le ayuden con la expansión, pero si los contactos que podamos ofrecerle.

Ivanna recibe la información con interés. No obstante, parece decidir si confía, ya sea en mí o en el chef. Al final parece comprender que no tiene alternativa; Becker ni siquiera quiere escucharle.

—Habrá que hallar la manera de hablar con él entonces —decide.

Llegó el momento de demostrar que soy útil.

—Puedo encargarme de eso —propongo y claramente vuelve a dudar. No confía en que pueda servir para algo más que hacer lo que me pide.

—¿Cómo? —cuestiona y, poniéndome en marcha, busco a algún mesero. Necesito lápiz y papel.



Hay muchas maneras de ganarse la vida en la universidad cuando necesitas recursos para libros y otros gastos de última hora: hacer trabajos a compañeros, vender lo que sea, o bien, sacarle provecho a alguna habilidad. Yo hice las tres cosas y la última, por mucho, siempre fue mi favorita.

—Sí, a Luca le encanta dibujar —dice Ivanna a los invitamos que comparten nuestra mesa. Ya estoy dibujando a la primera persona: una señora mayor a la que, con ligeros trazos de caricatura, coloco sentada en un trono como si fuera una reina. Ella está encantada; tanto, que en seguida muestra el dibujo al resto de la mesa.

—A mí dibújame junto a Keanu Reeves —me pide un señor, y así, uno por uno, en lo que sirven la cena, invitados se colocan alrededor de mí a modo de formar un círculo.

Pronto, entre palabras de agradecimiento, recomendaciones de mi trabajo y aplausos, llamamos la atención. El señor Becker se aproxima cuando voy por lo sexto dibujo. Ivanna me lo hace ver con un gesto y, conforme al plan, finge no importarle.

—¿Qué sucede? —pregunta él, sonriente. No comprende por qué motivo ya no es el centro de atención de su propia fiesta. Tanto Ivanna como yo guardamos silencio y dejamos que los invitados digan lo que pasa.

—Este chico dibuja increíble —me halagan.

Becker, dudoso, no deja de ver el lápiz, la hoja y mi mano.

—Bastante bueno —comenta, por fin; lo que me hace sentir orgulloso.

—¿Cómo creen que debería dibujar al señor Becker? —pregunto yo a mi nuevo público.

—También sobre un trono —propone la señora del primer dibujo y Becker finge modestia.

—Lo que yo he logrado ha sido gracias a la ayuda de ustedes —dice, recibiendo halagos por ello, e Ivanna y yo nos miramos.

Comienzo a dibujar.

En el dibujo de caricatura es importante destacar los rasgos más representativos de alguien, por lo que me concentro en el pelo canoso, frente amplia y nariz aguileña de Becker. Sus invitados elogian el parecido. Ivanna, mientras, comienza a buscar una posición que le permita estar cerca de él.

Después, atendiendo el comentario del propio Becker, en el dibujo lo sitúo sobre sus allegados. Tomo los rasgos de los invitados cuya atención ha sido prioridad a lo largo de la fiesta y les dibujo sosteniéndole a él como si entre todos formaran una pirámide.

Becker no deja de reír.

—¡Me encanta! —me felicita.

—Te ves bien, papá —Está de acuerdo Karin, su hija, tomando un lugar entre los espectadores.

—Falta Oliver en el dibujo —comenta él—. Por cierto, ¿dónde está?

«Habla del chef», advierto.

Karin se apresura a justificarle:

—Se le presentó un contratiempo.

—¿Y así quieres continuar al frente de esto? —ríe burlón Becker, sin importar que otros le escuchen—. ¿Cómo vas a manejar una empresa si ni siquiera puedes controlar a tu novio o solucionar la llegada tarde de arreglos florarles de otra manera que no sea escondiéndolos?

Karin esboza una sonrisa forzada.

—Anda, añade a Oliver hasta abajo —pide Becker, altivo.

Ivanna me da a entender que es hora de nuestra jugada.

—Aquí sin duda están los hombres más importantes de Ontiva —presento, mostrando a todos los avances del dibujo de Becker.

—No los más importantes —reconoce él—, pero si un par.

—Por tratarse de la industria gastronómica, faltan los hermanos Rabagliati, dueños de Saveur —comenta Ivanna.

—¿Tú los conoces? —le pregunta Becker pasando de los demás invitados.

Ivanna finge no dar importancia:

—El año pasado colaboré con ellos.

—Es una lástima que Doble R trabaje con las empresas de forma individual en lugar de servir como alianza entre sociedades.

—Justo en eso he estado trabajando —contesta Ivanna—. La semana pasada, por ejemplo, firmé con Plasticola, dueño Cashba, lo conoces, ¿no? —Becker asiente—. Él también se está expandiendo y está interesado en colaborar con Gorka Amato de la vinícola Andreatto, otro cliente que firmé apenas el lunes, y aunque no llegasen a nada al menos el contacto ya lo tienen. Y a mí como intermediaria. 

Becker demuestra estar interesado.

—Eso sí es ambicioso —dice—. No lo que me propuso Rodwell.

—Es parte de los cambios que tengo en Doble R como futura vicepresidenta y  no quiero trabajar con cualquiera.

Un gancho al ego. 

—Me interesa.

—Lo sé —asegura Ivanna—. No vengo a ofrecerte algo que no te convenga. Sé quién eres. A quiénes deberías conocer.

—Bien —Becker solo presta atención a Ivanna pese a que otros invitados pide su atención—. Entonces lo platicaremos —asegura y noto a Ivanna nerviosa. Hace un par de días dijo que eso no sería garantía. Él tipo tiene que firmar antes de la reunión de ejecutivos.

—Hagamos algo —digo, mostrando cómo va hasta ahora el dibujo—. Este es un dibujo sencillo, hecho con material sencillo, poco menos que un boceto. ¿Qué le parece si me lo llevo a casa, lo perfecciono y se lo entrego de mejor manera el fin de semana? Este fin de semana de una vez para que no piense que lo dejaré pasar —prometo. Estoy comprometiéndome y comprometiéndole.

Ivanna se muestra complacida.

—¿Y si lo develamos el domingo durante la cena? —dice Karin a su padre—. Ese día tendremos un festejo más privado —Nos aclara a nosotros y vuelve a dirigirse a su padre—: Podamos montar una ceremonia que incluya la firma del contrato.

Por algún motivo,  desde el desayuno del miércoles, ella parece estar de acuerdo con que Doble R supervise la expansión.

Los ojos de Ivanna brillan.

—Ni siquiera he visto el contrato —dice Becker.

—Aquí lo traigo —interviene Ivanna alcanzando su bolso—. Déjame mostrarte la presentación que preparé en lo que ambos revisan el borrador del contrato.

Becker mira su reloj.

—No lo sé.

—Apenas van a servir la cena. Nunca has dejado algo para después —comenta Karin, convenciéndole, y el otro cede al notar su renovado interés.

—Está bien. Vamos —indica a Ivanna y esta, con una sonrisa en los labios, les sigue a ambos hasta una oficina aparte.



Cuando Ivanna regresa cada invitado está de vuelta en su mesa esperando que le sirvan la cena.

—Magnifico —susurra triunfante al volver a tomar su lugar. Está feliz.

En cuanto a mí, ni hablar, acabo de ayudarle a conseguir una cuenta.

Levanto mi frente para que coloque una estrellita sin importarme que estemos en público, ya lo hemos hecho antes y esta vez me la he ganado con creces. No obstante, en lugar de eso, lo que hace es recorrer con su mirada mi cara para, un segundo después, depositar un beso en la comisura de mis labios.

Perplejo, me echo hacia atrás.

—Esto es increíble —se queja, recuperando el Whisky que dejó a medias.

¿Le molesta que no le corresponda?

Ese beso me quema durante unos minutos hasta que, estólido, como me siento, la miro dividir su atención entre su bolso y yo. Parece estar tomando una decisión. Pensativa, me mira de reojo y vuelve al bolso. Entonces saca de este un dulce, un dulce de menta de envoltorio transparente que se apresura a abrir y colocar dentro de su boca.

Me pregunto por qué si apenas vamos a comer.

Y nada tiene sentido, ese gesto no parece tener que ver conmigo, hasta que haciendo uso de una mirada desafiante, Ivanna saca el dulce de su boca para ofrecérmelo.

Sin reparo lo acerca a mi boca y me invita a tomarlo de su mano. Y me pregunto por qué, y dudo qué hacer, hasta que mi mente regresa cuatro noches antes: Vino del número siete, Ivanna, yo, el Maserati..., dulce de menta.

No...

Mi mente vacila.

No lo soñé.

La miro y me quedo ido una vez coloca el dulce sobre mi lengua. Verla sonreír cuando la comprensión finalmente llega a mí es como morir y resucitar frente al mismo satanás. Ivanna es mala, sin duda malvada.

Se pone de pie y, sin quitarme la vista de encima, sin soltar su Whisky, avanzando los primeros pasos de cara a mí hacia la parte trasera del restaurante escabulléndose entre los invitados.

Tengo que seguirla.



Sin darme un respiro, en cuanto paso el umbral de la puerta, ella, oculta a un lado, tira de mi camisa y se sujeta de mi cuello para besarme como solo ella sabe: sin reservas. Con solo la luz de la luna alumbrándonos, estamos de pie sobre un corredor con una veintena de arreglos florales a un lado.

Así lo soñé.

Con la misma ansia que recordaba tira de mis labios y yo, con este mismo anhelo, vuelvo a ella como en mis mejores sueños... extrañándola. Porque siendo el caso que lo del Maserati si pasó, no es la primera vez que la beso; sin embargo, al mismo tiempo, por estar al fin lúcido, es la primera vez que no estoy ajeno. Acuno su cara entre mis manos y me cuesta convencerme de que debería alejarse.

También es la primera vez que pruebo el Whisky; y no sé si en un vaso, pero en su boca, en la textura de su lengua, me encanta.

Esto es como ser llevado por un remolino; mi respiración, como era de esperarse, es entrecortada, jugó sucio al tomarme por sorpresa. No obstante, aunque mi tonto corazón late rápido y ella es todo cuanto quiero, en un momento de cordura tomo sus manos y la alejo.

No se lo esperaba, me mira atónita, como si hubiera cometido alta traición.

—No lo soñé —digo, dando la impresión de que quiero llorar. A lo mejor quiero.

—¡Ding, ding, ding, tenemos un ganador! —celebra cambiando su semblante de preocupación a diversión. Todo sin mostrar culpa.

—Te has portada mal, Ivanna —protesto—. Muy mal.

Una vez más luce entretenida.

—No me daban estrellitas en el Kinder —admite y reconozco eso como el nivel de infamia más alto—. ¿La revancha? —agrega, extendiendo sus brazos para, en seguida, caminar hacia mí y tomarme de la barbilla y volver a besarme.

Y es enloquecedor.

Nunca antes me habían querido arrancar los labios, el alma y la ropa en un solo respiro. Los besos de Ivanna te despiertan de manera psicodélica, no por su fuerza, sino por la pasión que reside en ellos; son una advertencia de que no hay marcha atrás. Con ella las cosas no son a medias.

Sin embargo, vuelvo a detenernos.

—Merezco una explicación, Ivanna —demando con mi labio inferior temblando. No reconozco mis piernas, me siento liviano, soy un roedor frente a un vendaval.

Ivanna consume mi mente; siento miedo, anhelo y duda. ¡Maldita sea, con ella es todo al mismo tiempo!

Sin importarle mi renuencia, se acerca de nuevo y puedo sentir su respiración, su sed; lo que ofrece no es un simple beso, es una invitación. Y la quiero, de verdad la quiero.

Aun así...

—Esto no está bien —suplico, insistiendo en apartarla.

Ella ríe... ¡ríe a carcajadas!, pero no lo disfruta; parece querer lanzar su vaso de Whisky a alguna inocente ventana.

—¿No es lo que querías? —pregunta con un tono acusador.

«¡Maldita sea, sí!»

A modo de disculpa, extiendo mi mano hacia ella para que se vuelva a aproximar y, como si fuese una tregua, pegamos nuestras frentes sin besarnos. Los nudillos de sus dedos están sobre mi pecho como si intentara aprisionarla para que no intente más. Pero se trata de Ivanna.

—Pero no de esta manera —admito.

—¡No debías ser tan complicado! —ríe otra vez, con impotencia, como si estuviera al borde del colapso y, temiendo que vaya a caerse, pues aún sujeta el vaso de Whisky, trato de rodearla con mis brazos en caso sea necesario sostenerla.

—Bebiste de más.

—¿Ese es el problema? —Me encara, molesta—. ¿Por eso no cedes? ¿Asumes que lo hago porque bebí de más? —empiezo a asentir—. ¿Qué todo lo que he hecho hasta ahora para provocarte ha sido porque estoy ebria?

—Sí. Eso encabeza la lista —digo y con la misma actitud alborozada ella niega con la cabeza—. No parece oportuno hablar de lo demás.

—La lista —Se burla.

¿Por qué, si no, iba a confesarme lo del Maserati?

¿Por qué, si no, pudiendo tener a cualquiera aquí, iba a querer estar conmigo? Duele, pero es la verdad y no está bien utilizarle. Ella es mi jefa y, pese a todo, la mujer más increíble que conozco..., no podría aprovecharme de su vulnerabilidad. No podría.

Cansada, Ivanna lleva una mano a su cara como muestra de frustración y luego mira el piso; estudia las líneas que separan las baldosas como si hubiera algo fascinante que descifrar y se aleja; camina hasta el otro extremo del corredor. Ahora en una punta está ella y en la otra yo con los arreglos florales de fondo.

De cara a mí, señala el piso con su dedo índice, quiere que mire las baldosas. Yo, con la respiración entrecortada, temeroso de cómo terminará esto, por respeto a ella me muestro atento. ¿Qué intenta? Entonces, colocando un tacón delante del otro, comienza a caminar sobre una de las líneas divisorias; sin equivocarse, manteniendo el equilibrio al mismo tiempo que me mira desafiante. Quiere demostrarme que no está ebria. Además de la música en vivo, solo se escucha el sonido de sus tacones de aguja y mi respiración.

Aunque primero solo miro sus pies, cuando está a medio camino la recorro completita. Empiezo por la silueta de sus piernas, después sus caderas, su vientre y finalmente su escote; su cara es una estación obligada. No se equivoca, no duda, y por primera vez desde que nos escabullimos luce seria.

Ha demostrado su punto.

—¿Entonces? —pregunta al encontrarse a menos de un metro de mí.

¿Entonces?

Entonces estoy desarmado.

Entonces solo me queda pedirle al cielo que se apiade de mí.

Ni siquiera sé que quiero decirle.

Y esta vez soy yo el que se acerca.

Esta vez soy yo el que acorta la distancia, extiende sus brazos y la rodea, mirándola; haciendo lo que jamás imaginé: ser correspondido, por ella, Ivanna... Corres... pondido.

Y de esa manera la beso y me besa.

—Eso es —exclama pegándose lo más posible a mí, metiendo sus dedos entre mi cabello a la vez que beso el resto de su cara y su cuello—. Continua.

Ni siquiera tiene que pedirlo, me siento apresado por mis sentidos, en cada beso que le doy se me va la vida.

—Vamos —dice llevándome de la mano a donde están los arreglos florales.

Aprovechando que está de espaldas, tomándole de la cintura, la vuelvo a acercar a mí en lo que avanzamos; esta vez es mi caballero ambulante el que saluda, estacionándose en la parte baja de su espalda, lo que la hace estremecer.

Para mi satisfacción, no me aleja; por el contrario, espirando sonoramente, me ancla más a ella, dejando entrever que lo disfruta.

Al encontrar el punto en el que conseguimos que nos rodeen los arreglos de flores, se me gira hacia mí y me hala hasta la pared más cerca para, con autoridad, comenzar a desabrochar mi cinturón.

—Yo misma quiero hacerlo —susurra y asiento. Por mí que haga lo que quiera.

Yo no quiero dejar de besarla... sin prisa... sin temor... con la convicción de que el oxígeno, hasta hace unos minutos, comenzó a estar sobrevalorado.

Una vez abajo el pantalón, Ivanna da otro trago a su Whisky para luego colocar el vaso en el piso.

Seguidamente, comienza a subir su vestido; sin embargo, colocando mis manos sobre las suyas, solicito ese honor; acaricia mi mentón y mi cara como muestra de aprobación.

Me arrodillo y, rozándole con las yemas de mis dedos desde los pies hasta los muslos, empiezo a levantar el vestido. Su piel es tersa, un mapa, y, sin contar un lápiz para dibujar, lo mejor que han tocado mis manos.

A continuación, ensimismado, la miro; ella también tiene la vista en mí.

—Sigue. Te lo ordena tu jefa —dice y sonrío.

Tonto como me siento, con la respiración entrecortada sacudo mi cabeza y sonrío; y ella también. Por primera vez desde que la conozco no se siente como si fuéramos dos desconocidos. Inmerso en ello, en lo que parece estar bien ahora, beso su muslo izquierdo reiteradamente y, sujetando el borde del vestido con sumo cuidado, termino de subirlo hasta llegar a la cadera.

Y es perfecta, como se vería La Venus de Milo si Alejandro de Antioquía no la hubiera esculpido con una túnica rodeándole.

Ivanna es toda encaje.

Hundo mi nariz entre sus bragas y después, como si fuera súplica, tiro de ella con mis dientes con la nada honrosa intención de bajarlas.

Me siento esclavizado. Soy un artista, tengo el alma frágil y, por ende, me desbarato ante la belleza. La miro y quiero dibujarla, quiero escribir poesía sobre ella o, como la perfecta musa que ya dije que es, no morir hasta encontrar la manera de inmortalizarla.

—Respira —Me aconseja Ivanna mirando con desconcierto lo frágil que soy y, apiadándose, lleva una mano a mi mejilla y con afecto vuelve a acariciarla. Sabe lo que es, lo que provoca—. Ratoncito —susurra

Con la misma ceremonia que subí el vestido, hago caer las bragas por el contorno de sus piernas. Al llegar a los pies ella levanta un tacón después de otro sin que yo suelte el encaje y luego extiendo su mano hacia mí.

La tomo.

De ese modo, otra vez frente a ella, sin dejar de sonreír, me arrebata las bragas para colocarlas solemnemente en un bolsillo de mi saco. Soy feliz. Inmensamente feliz.

Volvemos a besarnos y de nuevo recorro su pierna con mi mano hasta llegar al mismo Olimpo de Zeus, no hay otra manera de llamarlo. Me detengo al rozar su monte de venus, y ella, haciendo quemar todo bajo mi espalda, coloca su mano sobre la mía y la guía indicándome dónde tocar... cómo tocar.

La palpo sintiendo su humedad, la piel sensible a mi tacto y, anclándome más a ella, la beso con desesperación. Esto solo era real en mis sueños.

Después pego su frente a la mía y, con su boca calando mi oído, la escucho jadear disfrutándolo. No esperaba que fuera capaz de dibujarle la galaxia con mis dedos.

Desesperado, repartiendo besos por su cara, saco una pierna de mi pantalón desparramado sobre el piso para gozar de mejor movimiento; también se van como mago con sombrero mágico mis calzoncillos y, sediento por más, sintiendo cómo su pecho se contrae debido a mi cercanía, retiro mi mano y con las suyas adheridas a mí con fuerza me introduzco en ella con lentitud.

Ella echa su cabeza hacia atrás susurrando algo ininteligible. Creo que es francés.

Una vez dentro me tengo que replantear el sentido de la vida.

—Como si quisieras un aumento —me alienta Ivanna y me dejo ir, claudico permitiendo que en cada embestida mi alma salga y entre. ¿Cómo no tocar los brazos de la muerte con ella adherida a mí?

Duro lo suficiente como para desordenar su cabello y lo más enteco que quede dentro de mí. Somos todo humedad, despojos y celo. Sus quejidos agudos se unen a los sonidos de la noche hasta que, espero gritando La Marsellesa, endeble, se deja desvanecer.

Yo, entretanto, no soy yo un rato más hasta que mi respiración pronto la acompasa y llega por fin la lucidez.

Nos separamos en medio de una temblorina y ella baja su vestido mientras yo subo mis calzoncillos y mi pantalón. Aún respiro acelerado pero ya pienso, ya vuelvo a sentir vergüenza, ya soy de nuevo yo. Sin embargo, para ser sincero, quien quiera que haya sido el tipo que me poseyó hace unos minutos, le estaré eternamente agradecido.

Y al Sinhueso solo lo puedo describir reposando sobre una cama de plumas.

Sin mirarme, Ivanna se agacha para recoger el vaso de Whisky, bebe el contenido de un solo golpe y después, con el mismo ímpetu, lo coloca con firmeza sobre el descansillo de una ventana cerca.

Desde mi posición puedo ver que su respiración también es entrecortada. Luego, para mi aturdimiento, se gira lentamente y seria, me mira desde la punta de los pies hasta la cabeza. Parece intentar reconocerme.

¿Está molesta? ¿De... cepcionada?

Como es mi costumbre con ella, no consigo descifrarlo. Por lo menos no a la primera.

—Volvamos —dice y me apresuro a terminar de abrochar mi pantalón.



De vuelta en la mesa la cena ya está servida. En lo que ella acomoda su cabello, tomamos asiento y pasamos el rato sin mirarnos, lo que me preocupa, en serio necesito saber cómo se siente. Cambió el Whisky por agua y, aunque la comida se ve deliciosa, no ha probado nada de su plato.

¿Tanto la defraudé? ¿Y si al recuperar la razón se arrepintió? Pudo ser el calor del momento. ¿Y si no me quiere volver a ver? Tampoco pruebo nada preocupado por eso.

—¿No vas a comer más? —pregunta, mirando de reojo mi plato —Niego con la cabeza—. Bien. Vamos —dice, levantándose de la mesa. Y como olvida su bolso, lo cojo yo y la sigo.

—Conduce tú —dice al llegar al Maserati y una vez recuperado su bolso me entrega las llaves.

Dentro se deja caer sobre el asiento del copiloto y cierra sus ojos. «Quizá si está ebria», pienso, sintiendo otra vez culpa y con ese sentimiento conduzco.

Ella apenas reacciona durante el camino, tiene una mano sobre su frente y la otra a un costado. Una posición demasiada dramática para mi gusto. En un semáforo me quito el saco y, todavía preocupado, lo coloco sobre ella.

—Caballerito —suspira y se gira para seguir durmiendo.

Yo... me siento mal, pero la miro y quiero volver a besarla. La quiero besar lo que dure la eternidad. Aunque temo que ella ya no quiera verme y, de paso, haya perdido mi empleo. Debí tener más fuerza de voluntad. Debí decirle que no y esperar a que la suerte jugara a mi favor luego y quizá me lo pidiera sobria. Aunque lo dudo.

Al llegar al edificio en el que vive, muestro al de seguridad que vengo con ella, le entrego mi identificación y nos permiten entrar. Aparco en el mismo lugar que utilizó ella el lunes. Cuánto ha pasado desde entonces.

—Llegamos —digo y ella despierta; y creo que dormir ayudó porque parece más relajada. No obstante, sigue sin mirarme, lo que me mantiene en zozobra.

«Debiste decir que no», me vuelvo a recriminar.

«Dale a tu cuerpo alegría Macarena, que tu cuerpo es pa' darle alegría y cosa buena»

—Tú cállate —digo al Sinhueso.

—Estoy bien —asegura Ivanna al salir del coche y coloca por encima de sus hombros mi saco

¿Ahora debería irme?

—Lleva eso —pide, señalando su bolso; impidiéndolo.

Alcanzo otra vez el bolso y la sigo por el estacionamiento, llegamos al elevador y dentro ella misma elige su piso.

Nos mantenemos en silencio, yo no sé qué decir porque me siento culpable y ella tampoco parece querer hablar.

En el apartamento la miro pasar del vestíbulo a la sala de estar y continuar su camino hasta el pasillo que conduce a su habitación.

¿Dejo el bolso aquí y me voy? ¿Debería seguirla?

Sin nada que perder, elijo lo segundo y al llegar al pasillo la miro ahí de pie. Parece decidir si continuar hasta su habitación o abrir la puerta de la habitación que me prestó; avanza, pero luego da dos pasos hacia atrás y abre la que fue mi puerta.

De nuevo la sigo y desde el umbral de la puerta la miro comenzar a desabrochar sus zapatos. Estos hacen ruido al caer sobre la alfombra, lo mismo sus joyas al ser colocadas sobre la mesa de noche y mi saco al tocar las sábanas de la cama.

Sabe que estoy aquí, ya van dos veces que mira de reojo para comprobar si la seguí. Todo dentro de mí de nuevo se mueve a la velocidad de la luz.

—¿Entonces... no hay ningún problema si llegas tarde? —pregunta, recordando nuestra conversación más temprano cuando le dije que no.

—No —confirmo, viéndola inclinarse para alcanzar el borde de su vestido.

«Divino redentor»

—¿Y si no llegas? —pregunta a continuación.

—Me las puedo arreglar —digo, tragando saliva, volviendo a recorrer con mi mirada su silueta.

Ella asiente

—Entonces ayúdame a quitarme el vestido —solicita.

—Como usted ordene, jefa —digo y, sin miedo, me acerca a ella.


---------

Válgame la osa 😮

Nada más les aviso que en el siguiente capítulo continuamos donde nos que da mos y estará dedicado al mejor comentario 🙌

Instagram: TatianaMAlonzo 👈

Por último, ¿cuántas estrellitas se ganó Luca hoy? 💪👀⭐⭐⭐⭐⭐ ¡Gracias por dejar su voto y de esa manera apoyarme!

Continue Reading

You'll Also Like

21.6K 3.1K 43
¿Conoces ese momento de tu vida como escritor cuando se te acaban las ideas? ¿Cuando te encuentras en un horrible y espantoso bloqueo? Eso mismo le...
3.6K 598 26
Ella es sensible, ingenua e insegura. Él es alegre, expresivo y directo. Ella intenta ocultar sus imperfecciones. Él parece no tener ninguna. Ella si...
10.8K 1.4K 51
La vida de Madeline da un giro de 180° grados en cuanto aquella pregunta llega a sus oídos: ¿Cómo sería su chico ideal? La vida Logan da una vuelta c...
135K 5.6K 26
Katy odia a Pablo, y Pablo odia a Katy. Por cosas de la vida sus madres son mejores amigas y los han obligado a convivir juntos desde pequeños, ¿que...