Figueroa & Asociado (Trilogía...

By ktlean1986

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Una mujer sube las escaleras del edificio abandonado de calle Independencia con la mirada fija en el último p... More

DEDICATORIA
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO: ENCUADRE
CAPÍTULO DOS: PROFUNDIDAD
CAPÍTULO TRES: CLAROSCURO
CAPÍTULO CINCO: PANORÁMICA
CAPÍTULO SEIS: DIFUMINACIÓN
CAPÍTULO SIETE: INCANDESCENCIA
CAPÍTULO OCHO: PERSPECTIVA
CAPÍTULO NUEVE: SOMBRA
CAPÍTULO DIEZ: BALANCE
CAPÍTULO ONCE: CONTRASTE
CAPÍTULO DOCE: RESPLANDOR
CAPÍTULO TRECE: ILUMINACIÓN
CAPÍTULO CATORCE: REVELACIÓN
CAPÍTULO QUINCE: FIJACIÓN
EPÍLOGO

CAPÍTULO CUATRO: EXPOSICIÓN

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By ktlean1986


Sergio Larraín y Arsenio Marín estaban sentados uno junto al otro, en sillas tan viejas que parecían a punto de sucumbir bajo ellos. Posicionados junto a la puerta, tuvieron la oportunidad de contemplar a Emilia antes de que esta pudiera hacer lo mismo, al menos por unos segundos. Cuando los tres por fin cruzaron miradas, solo la recién llegada no se ruborizó a causa de la vergüenza y los nerviosos.

Por el contrario, lo que hizo Emilia fue estudiar a ambos Médiums de pies a cabeza, esperando detectar quién era el Vinculante. No fue fácil.

El primero, Sergio Larraín, era un joven que no debía pasar los veinte años, con el pelo negro y peinado a medias, como si para hacerlo solo hubiera usado sus propios dedos. Tenía la piel clara y los ojos castaños, los que tenían esa expresión entre perdida y curiosa que ostenta mucha gente joven e inexperta. Vestía un traje a medida, sobrio pero, a todas luces, caro. Había algo en las maneras de Larraín que iba acorde con la factura de su ropa, una especie de relajo a pesar de la extraña situación en la que estaba involucrado. A sus pies se erguía un bolso de cuero y en sus manos sostenía un artefacto que la joven reconoció como una cámara fotográfica portátil.

El segundo Médium era todo lo contrario a su compañero, tanto en ánimo como en apariencia. Si Emilia se hubiese quedado con la primera impresión, le habría dado al menos cuarenta y cinco años de edad, pero tras unos segundos, se dio cuenta que su rostro aparentaba mucho menos. Era la notoria joroba en el lado derecho de la espalda y el aire general de debilidad lo que la llevó a percibirlo como mayor. También tenía el pelo oscuro, pero más largo y despeinado que Sergio Larraín, el tipo de cabello que un espectador cataloga como sucio y descuidado. De entradas amplias, los mechones caían al lado de su cara jaspeado de algunas canas. Debido a su malformación, se inclinaba hacia delante en la silla, apoyándose en el codo y dejando caer el otro brazo sobre las rodillas en ademán tenso. El rostro, de haber tenido otra expresión, tal vez hubiera podido considerarse atractivo. Sin embargo, Arsenio no parecía saber poner otra mueca en la boca más que una que transluciera desprecio o desconfianza, ni tener el ceño liso y libre de surcos de aprehensión. Al contrario del hombre a su lado, cuando Arsenio se supo estudiado por Emilia, se envaró en la silla y acrecentó su gesto de incomodidad. Al escucharlo hablar, la joven supo que de él era la voz que había escuchado antes.

—Pensamos que sería diferente.

—¿Cómo diferente? —preguntó Emilia apretando las manos para no dejarse llevar por la molestia. Sabía que a su espalda, tanto Alonso Catalán como Felicia Figueroa contemplaban la escena con atención.

—No lo sé. —Arsenio movió la mano derecha con gracilidad. A diferencia del resto de su cuerpo, sus manos sí estaban bien formadas—. Diferente, mayor... Más experimentada.

Emilia sonrió y yo, que sé cómo suelen ser sus sonrisas de desafío, me estremecí de lástima por el tal Arsenio mientras ella narraba la escena. Por fortuna para el hombre, Alonso se adelantó, colocándose al lado de la joven.

—Un mal propio del ser humano: hacerse ideas preconcebidas sobre las cosas. O las personas, en este caso. Debe saber, Marín, que la señora Emilia Berríos cuenta con mucha...

—No es necesario que me defienda. Puedo hacerlo sola. Es más, ni siquiera veo la necesidad de defenderme ahora. No por el bien del caballero, al menos.

Arsenio, al escucharla, se puso de pie con dificultad. Era alto a pesar de su postura, por lo que Emilia supuso que con una espalda recta le hubiera sacado una cabeza y media de altura con facilidad. Tal vez por lo extraño de su aspecto, a su alrededor todos lo observaron en silencio, amedrentados.

—Usted, Catalán, me dijo que tendría un equipo como corresponde. Pero cuando llego solo tiene a un Vinculante que apenas sabe un par de cosas sobre su don y una muchachita que ni siquiera sé que hace.

—Marín... —murmuró Alonso y a su espalda, la oscura silueta de Felicia suspiró de impaciencia.

—Soy una Cartógrafa —dijo Emilia. Enojada como estaba, la veo dar un paso al frente, porque ella no es de las que pueden discutir a más de dos metros de distancia de su contrincante.

—¿Cartógrafa? ¿Para qué nos sirve eso? ¿Nos dibujará mapas para que no nos perdamos?

Arsenio se rió ante sus preguntas, dándole tiempo a Emilia de cerrar los ojos y entrar en esa especie de trance que le permitía ver lo que ni siquiera otros Médium podían ver. He leído que otros de su tipo, los pocos de los que hay registros, deben usar estímulos para que su psiquis detecte los rastros. Algunos necesitan agua o incluso dormir. A Emilia le basta concentrarse en caso de que quiera solo vislumbrar los rastros (como había hecho en su reciente encuentro con Luisa), o cerrar los ojos y respirar profundo si el objetivo era algo más complejo. La primera vez que presencié una de sus Búsquedas, como ella les llama, hasta me decepcioné un poco por lo burdo del momento.

Pero lo cierto es que no tiene nada de burdo. Cuando su inhalaciones se acompasan a los latidos de su corazón, Emilia vuelve a abrir los ojos, solo que la visión que la espera ya no es la misma. Esa noche, en la oficina de Figueroa & Asociado, lo que vio fueron cinco rastros, dos fuertes y de color plateado surgiendo de las frente de cada detective y tres dorados surgiendo de los pechos de los Médiums y del suyo propio. Los recorridos más recientes, tanto de los fantasmas como de los Desencarnados, eran brillantes, casi palpables a pesar de no ser más que lo que en Parapsicología solemos llamar Ectoplasma. Otros rastros, muchos otros, eran perceptibles pero mostraban distintas fases de desvanecimiento. Bastaban un par de días para que un rastro se desvaneciera del todo, aunque Cartógrafos experimentados como Emilia podían encontrar el residuo de cualquier rastro y seguirlo sin problemas.

Detectados los rastros, Emilia se concentró en el de Arsenio Marín, que le pareció más débil que los otros; aún así, bastaba para lo que pretendía. Ante el silencio aturdido del hombre, la joven cerró los ojos de nuevo y con su mente siguió el rastro de Arsenio en reversa hasta el lugar desde el que había salido esa noche rumbo al número 1006 de calle Independencia. Se sorprendió de lo cerca que quedaba, a solo unas cuadras del río Mapocho, en un edificio oscuro y estrecho de Bandera. Cuando tuvo la ubicación, abrió los ojos y sonrió.

—Bandera #209, presumo que en el tercer piso. Ahí es donde vive. O al menos es de donde salió esta noche para venir aquí —dijo de un tirón. Luego señaló a Sergio Larraín con un movimiento de cabeza—. Si quiere puedo seguir con él, así le demuestro de lo que soy capaz...

Arsenio Marín, y Sergio Larraín a su espalda, la miraron con la boca abierta, a medio camino entre la sorpresa y la confusión.

—Puedo detectar, seguir y revivir rastros psíquicos —continuó Emilia—. En eso consiste ser Cartógrafa. En teoría, puedo encontrar a cualquier fantasma y a cualquier Médium.

—¿En teoría? —preguntó Sergio Larraín, hablando por primera vez. Tenía una voz agradable, juvenil pero aterciopelada.

Emilia se giró hacia él.

—Nunca he fallado —mintió, desechando al instante los recuerdos de la mañana, cuando intentó buscar el rastro de su prima en su habitación o de cualquier Desencarnado que no tuviera que estar ahí. No dio con ninguno—. Pero no soy tan orgullosa para creer que eso sea imposible... o para menospreciar el don de los demás.

Volvió a enfrentarse a Arsenio, quien estaba más encogido aún en su puesto. Tenía el rostro lívido de vergüenza, pero no parecía dispuesto a reconocerlo.

—Nunca había escuchado sobre tales Cartógrafos... —susurró.

—No me sorprende. —Emilia, exhalando el aire contenido, se esforzó por cambiar el tono duro de su voz. Por mucho que no sea fanática de tener gente a su alrededor, no es de las que disfruta llevándose mal con sus compañeros—. No somos muy numerosos, al menos eso escribió mi abuelo. Supongo que usted es... un Conjurador.

Al pronunciar la palabra, tanto la Emilia del pasado como del presente se estremecieron. Yo también. No por nada los Conjuradores son los más temidos que los Vinculantes. Son, por decirlo de algún modo, el motivo por el que los Corpóreos normales tiemblan ante la mención de los Médiums.

—Así es.

—Nunca había conocido a uno —dijo Emilia con sinceridad. Le pareció ver que Arsenio sonreía a medias, complacido. Ella, en cambio, aún se sentía demasiado intimidada por las posibilidades que daba el tener un Conjurador en el grupo.

—Bueno —dijo una voz femenina y por el rabillo del ojo vio a Felicia moverse por su izquierda—, si ya hemos terminado con las presentaciones, lo óptimo sería pasar a la explicación del caso y el plan de investigación.

—Coincido con Felicia —exclamó Alonso, sonriendo—. Después de todo, ya tendrán mucho tiempo para conocerse. Felicia, por favor, ¿puedes proceder con la explicación?


************************************


Antes de cumplir con su cita de esa noche, Emilia había decidido investigar lo más posible sobre el caso. Para ello, fue con Gonzalo a la Biblioteca Nacional, donde pasó toda la tarde entre los diarios de los últimos meses. Mientras leía más y más, se preguntó por qué no había puesto atención a esa serie de muertes ocurridas en la Estación Central antes. Después de todo, tenía los rasgos suficientes para atraer su atención. Si bien Emilia me dio los datos necesarios para que escribiera esto, a mí también me ganó la curiosidad y verifiqué todo en el mismo lugar al que la mujer había recurrido décadas antes. Aún es posible ver las crónicas que escribieron en La Nación y El Mercurio. Claro que, como se dio cuenta Emilia esa noche, dichas crónicas distan mucho de entregar la cantidad de información que Felicia Figueroa les compartió mientras se movía con lentitud por la oficina.

Según les dijo, seis personas habían muerto en Estación Central desde el 23 de Abril y el 19 de Mayo. La postura oficial, al menos al inicio, era que cada una de las víctimas había decidido lanzarse a las vías en el momento exacto en que un tren hacía ingreso a la estación. Lo extraño era que ninguna de las personas había dado luces de tener problemas tan graves como para que invitaran al suicidio. Entre los muertos se encontraba un estudiante de dieciséis años que viajaba todos los días desde Rancagua para asistir al Instituto Nacional, una joven madre que hace ocho meses había dado a luz a su primer hijo y un cura de mediana edad cuyo traslado al Arzobispado de Temuco se había firmado dos semanas antes. Ninguno parecía ser alguien capaz de tomar una decisión tan funesta y definitiva. De hecho, durante mi propia investigación, vi una de las pocas fotografías de las víctimas que compartieron los diarios, la de la joven madre. En la imagen sonreía con tanto entusiasmo que de solo verla me estremecí.

Por supuesto, los muertos no se conocían entre ellos, ni tenían conexión de ningún tipo.

Cuando el número de fallecidos subió de tres a cuatro, en los diarios comenzó a hablarse de un posible asesino. Pero, a pesar de los rumores, no se conocían sospechosos, mucho menos un móvil. Las familias clamaban por justicia, pero no había la más mínima prueba que validara sus peticiones. Según las autoridades, al momento de las muertes los andenes no estaban vacíos, pero tampoco existían indicios de que alguien los hubiera empujado. Y claro, no tenía sentido que una sola persona los hubiera asesinado a todos o que todos fueran asesinatos aislados.

En ese punto de la explicación, Felicia se había detenido para mirar a los Médiums uno a uno.

—Se mire por donde se mire, no tiene sentido.

—Pudo haber sido un trabajador de la estación —dijo Larraín en voz baja. Era evidente que él mismo no estaba convencido de sus palabras.

—De ser así —murmuró Alonso, quien se había mantenido en silencio hasta el momento—, tendría que ser un trabajador que tuviera un turno extenso, tanto de día como de noche.

—¿Las muertes han ocurrido a horas tan dispares?

—Esa es unas de las cosas que trae de cabeza a los carabineros —dijo Emilia—, que no hay un patrón de horario en las muertes. No hay un patrón de nada.

—Exacto. —Felicia se cruzó de brazos frente a ellos—. Se ha investigado a los trabajadores e incluso a un par de vagabundos que duermen ahí y nada.

—Entonces... ustedes creen que es un fantasma.

Arsenio Marín, con expresión petulante y curiosa al mismo tiempo, suspiró al ver que Felicia y Catalán asentían ante sus palabras.

—Lo que nos convenció fue la primera muerte —dijo la mujer—. La víctima ni siquiera se incluye entre los nombres del caso, pero es evidente que cumple con las características.

—¿Por qué no la incluyen, entonces? —preguntó Emilia, sorprendida ante ese dato.

—Porque ocurrió con meses de diferencia. Cinco meses, para ser exactos. La primera de las muertes incluidas en el caso sucedió el 23 de Abril; esta ocurrió el 30 de Noviembre. —Felicia hizo una pausa, dejando que los Médiums asimilaran la información—. La mujer que murió, que se llamaba Alicia Farías, estaba sola en el andén esperando el último tren nocturno. Según unos trabajadores que se encontraban en el extremo opuesto del lugar, estaba sola, sentada en una banca, tal vez dormitando. Ellos siguieron con su trabajo y cuando el tren se aproximaba, uno de ellos vio a la mujer muy cerca del borde. No alcanzaron a llegar.

Todos en la oficina guardaron silencio y mientras Emilia replicaba esa pausa en su relato, yo me devané los sesos por entender. Las palabras que Sergio Larraín dijo en el pasado verbalizaron mis pensamientos a la perfección.

—Lo siento, pero... eso suena a un suicidio para mí.

Alonso Catalán y Felicia Figueroa cruzaron una mirada en ese instante y Emilia me confesó que, al verlos, un estremecimiento de ansiedad la atacó.

—Ahora entramos nosotros —dijo Catalán, ligeramente inclinado hacia atrás y con las manos en los bolsillos, como si todo eso no fuera más que una charla cualquiera—. Lo que Felicia les ha contado hasta el momento es lo que puede leerse en los diarios. Si se acercan a la estación, además, es posible que se topen con un par de Corpóreos bien dispuestos a contarles lo que saben, sin discriminar entre hechos y rumores. Felicia y yo, sin embargo, optamos por hablar con otro tipo de testigos.

—Desencarnados.

—Así es, Emilia. Como usted sabe, la Estación Central es uno de los puntos de entrada más grandes al Otro Santiago. —Emilia lo sabía, por ese motivo evitaba acercarse al lugar. Claro que eso no se lo dijo al detective, solo a mí—. Por lo mismo, ahí se congregan muchísimos Imitadores y también bastante Intrusos. Estos últimos suelen ser muy buenos informantes.

—Una Intrusa nos contó que esa noche estaba en el andén contrario, pero que aún así escuchó a la mujer gritar antes de que fuera lanzada contra el tren—continuó Felicia—. La víctima dijo. "no, por favor".

Emilia se estremeció, al igual que Arsenio Marín y Sergio Larraín. Al igual que yo.

—¿Vio algo? —preguntó Arsenio—. Los... Intrusos, como los llaman ustedes, ¿pueden ver a otros fantasmas?

En vez de responder, Alonso le hizo un gesto a Emilia para que ella lo hiciera.

—Se cree que sí... Pero una de las cosas sobre las que hay menos certezas es de las relaciones existentes entre Desencarnados. Sobre todo entre Desencarnados de diferente tipo. Los Imitadores no...

—¿Qué es un Imitador?

Emilia, sin poder evitarlo, miró a Larraín, que era el que había hecho la pregunta, con sorpresa y algo de horror. ¿Cómo era posible que un Médium adulto, más aún, el Vinculante del grupo, no supiera qué era un Imitador? Se giró hacia Alonso y vio que este sonreía, a diferencia de Felicia, que contemplaba la escena con impaciencia.

—Pues... —murmuró Emilia, aún sorprendida—. Un Imitador es un Desencarnado... un fantasma que no sabe que está muerto. Continúa en una especie de ilusión de vida, sujeto a un bucle que puede ser un momento de su vida, con frecuencia el último. Todos son Territoriales.

—¿Territoriales? —Sergio Larraín, en vez de mostrarse amedrentado por su falta de conocimientos, la observaba con interés.

—Sus puntales son un lugar.

—Ah, comprendo. Entonces un Intruso sería...

—Fantasmas que sí saben que están muertos. La conciencia de su propio estado los hace más fuertes e independientes. Pueden tener distintos tipos de puntales y también distintas... disposiciones hacia su entorno.

—Muchas gracias por la clase, Emilia —dijo Felicia para luego girarse hacia Larraín—. ¿Alguna otra pregunta?

—De momento, no.

—Muy bien, entonces continuemos: respondiendo a la pregunta de Marín, la Intrusa no nos dio información al respecto de alguna otra presencia además de la víctima esa noche, pero eso puede deberse a que ella solo se fijó en la escena cuando escuchó el grito.

—¿No interrogaron a otros Intrusos sobre el resto de las muertes?

—No, Emilia... Y no es precisamente porque no hubiésemos querido.

La Médium contempló a Alonso y se dio cuenta que su expresión se había oscurecido de pronto.

—No quisieron contarles nada... —dijo y ambos detectives asintieron.

—Hay un gran miedo controlando ese lugar —susurró Felicia. Al escucharla, Emilia creyó detectar algo de ese miedo transparentándose en su voz, pero quiso creer que era fruto de su imaginación—. No sabemos exactamente qué es, pero intuimos que tiene relación con esas muertes. Si el asesino es un Desencarnado, no puede ser cualquier Desencarnado. Y si eso último es cierto, es muy probable que haya otro involucrado.

—Un Médium —dijo Arsenio Marín.

—Así es. Un Médium.

Alonso Catalán contempló a los tres Corpóreos frente a él con calma, dándoles tiempo de tomar una decisión. Me imagino que él, dada su historia (que escribiré aquí pronto), sabía muy bien lo difícil que puede ser embarcarse en una aventura investigativa. Frente a uno se abren mil puertas, algunas de las cuales, la mayoría, serán decepciones. No todos están hechos para esa prueba de constancia y determinación. Así que mientras los observaba, lo imagino dispuesto a aceptar que cualquiera de ellos se echara para atrás. Por eso, a pesar de que cada Médium había respondido la pregunta hace unos días, Catalán la hizo de nuevo.

—Muy bien, señores y señorita... ¿Nos ayudarán?

La respuesta de Emilia llegó de inmediato y en forma de breve asentimiento. Catalán no se mostró sorprendido, únicamente sonrió. Felicia, a su espalda, lo imitó. En cuanto a los dos Médiums restantes, ambos mostraron signos de duda. Sergio Larraín se removió inquieto en su silla y Arsenio Marín, inmóvil, miró el suelo de la oficina con los ojos entrecerrados. Antes de que cualquiera de los Desencarnados pudiera hacer o decir algo para apurarlos, Larraín habló.

—Pues, yo... De verdad me gustaría, como les dije hace unos días, pero ahora me doy cuenta que... Bueno, que todo esto de los fantasmas es más complejos de lo que esperaba. ¿Intrusos? ¿Imitadores? Yo no sé nada de eso... y no sé tampoco si les seré útil así...

—No se preocupe, Larraín. Emilia puede ayudarle con eso. Maneja a la perfección los conceptos más extendidos en lo que a Médiums y Desencarnados se refiere.

—Entonces acepto, Catalán.

—Excelente. ¿Marín?

El aludido tardó varios segundos en reaccionar. Durante su pausa, que para Emilia no fue más que otra manera de llamar la atención, Catalán esperó con el ceño levemente fruncido.

—Tengo un par de preguntas que hacer —dijo Marín de pronto.

—Adelante.

El Médium se puso de pie con la misma dificultad que antes. Era impresionante, según Emilia, la manera en que intentaba parecer dominante a pesar de su físico.

—La primera y la más importante, Catalán, es cómo nos prometen ustedes dos mantenernos a salvo.

—¿A salvo?

—A salvo, sí, a salvo. ¡Estamos hablando de asesinatos, Catalán! Siete por lo que pude contar. Y a ustedes dos no parece importarles.

—Las investigaciones acarrean peligros, Marín. Estamos conscientes de eso...

—Pero no peligros para ustedes...

—¿De qué habla, Marín? —preguntó Felicia en voz baja.

Arsenio se giró hacia ella y la contempló con expresión furiosa.

—Que ustedes son fantasmas, señorita. Fantasmas. ¿O es que acaso no se dan cuenta? ¿Son uno de esos famosos Imitadores?

—No lo somos, Marín. —Catalán, irguiéndose un poco más, mostró por fin algo de enfado en su rostro—. Pero aún no comprendo a dónde pretende llegar.

—Pues bien, se lo explicaré lentamente para que entienda: los únicos que sufrirán algún riesgo en esta investigación somos Larraín, Berríos y yo. Ustedes, en cambio, están a salvo debido a su naturaleza. Nadie puede hacerle daño a un fantasma...

—Se equivoca —espetó Emilia desde su posición junto a la puerta. Todos en la habitación se giraron para mirarla—. Un fantasma sí puede ser dañado.

—¿Cómo? —preguntó Marín cuando salió de su sorpresa. Emilia, en cambio, la única respuesta que le dio fue una mirada acerada.

—La cosa es muy fácil, Marín —los interrumpió Alonso Catalán—. ¿Está o no dispuesto a correr el riesgo?

Ante la pregunta, Arsenio Marín, que seguía mirando a Emilia, hizo un movimiento con uno de sus hombros, el izquierdo. Pareció recomponerse al girar hacia el par de detectives que esperaban su respuesta.

—Está bien... Acepto.

Catalán asintió y aunque estoy tan seguro como Emilia que mientras lo hacía sintió la mirada de esta sobre su rostro, no se dignó a mirarla. Así que la joven Médium no tuvo más remedio que guardarse todo lo que estaba pasando por su mente en ese instante.

—Muy bien —dijo Felicia—. Mañana iremos al lugar de los hechos.

—¿De noche?

—Creemos que ir de día es más conveniente para nuestros propósitos, Larraín.

—Está bien.

—¿Entonces no encontramos allá? —preguntó Emilia, metiendo en ese momento las manos en los bolsillos de su abrigo y tocando por fin la llave que Luisa le había dejado como regalo. La apretó contra la palma hasta que se hizo daño.

—Creo que es lo mejor —dijo Alonso, volviendo a su pose de relajo habitual—. Ahora pueden retirarse... Aunque, nos gustaría hablar un momento con usted, Emilia.

La joven asintió, evitando mirar a los otros Médiums mientras se retiraban en silencio. Aún así, estuvo casi segura de que Arsenio la miraba con rencor antes de salir.

En ese punto, ya carcomido por la curiosidad y la impaciencia, la interrumpí.

—¿Lo supo? —pregunté, reprimiendo las ganas de morder el lápiz que sostenía entre los dedos—. ¿Ese día... lo supo?

Emilia asintió sin mirarme.


**************************************



Cuando la puerta del primer piso se cerró tras Sergio Larraín y Arsenio Marín, Emilia se atrevió a mirar a los detectives, nerviosa ante lo que pudieran estar a punto de decirle. Sin embargo, ni Catalán ni Felicia mostraban ya la tensión que los había embargado durante la última media hora.

—Siéntese, Emilia.

—Gracias, pero prefiero seguir de pie.

Ante su respuesta, Alonso sonrió.

—¿Por qué?

—Porque soy muy inquieta. Estar sentada me altera.

—¿A quién te recuerda, Felicia? —Catalán se giró hacia su compañera, pero de esta no recibió más que una mirada de reojo. Luego de encogerse de hombros, el fantasma caminó hacia el escritorio y prácticamente se dejó caer en la silla—. Pues yo tengo un talante más contemplativo, así que me sentaré... Dígame, Emilia, ¿qué piensa sobre sus compañeros?

—¿Para eso pidió que me quedara? ¿Para hablar a sus espaldas?

—Sí, pero no es lo que usted piensa. No busco que se transforme en una traidora o en una chismosa. Más bien busco la opinión de una experta.

—¿Experta?

—Creo que quedó claro que ninguno de ellos saben mucho de fantasmas...

—Larraín evidentemente no...

—Marín tampoco —dijo Felicia con los brazos otra vez cruzados contra el pecho—. Que no la engañe, Emilia. Él sabe tanto o menos que Larraín, la diferencia es que es demasiado orgulloso para quedar como un ignorante.

—Pues... —Emilia miró a ambos fantasmas con el ceño fruncido, debatiéndose consigo misma—. Disculpen mi franqueza, pero eso me parece demasiado peligroso. Quieren resolver este caso y solo tienen a un Vinculante y a Conjurador que apenas saben gran cosa sobre los Desencarnados... Yo...

—Olvida que también tenemos a una Cartógrafa que sabe mucho de ambas cosas: Médiums y Fantasmas.

—No soy suficiente.

—No tiene que serlo. Solo tiene que cumplir con su trabajo. —Alonso sonrió aún más al ver la expresión confundida en el rostro de Emilia.

—¿Y cuál es ese trabajo?

Felicia se movió hacia el escritorio, dispuesta a ocupar su puesto habitual a la izquierda de Alonso. A causa de esto, su voz fue como una brisa cuando habló, suave y deslizante.

—Si Catalán y yo estamos en lo correcto, este caso no solo involucra a los de nuestro tipo, sino también a los del suyo. Sabemos mucho sobre los Desencarnados, Emilia, pero muy poco sobre los Médiums. Por eso quisimos tener un representante de las tres categorías, para estudiarlas al tiempo que trabajábamos con ellos. La ventaja con la que no contábamos era usted.

—Olvidaba que Luisa les contó sobre las memorias de Almonacid...

—Nos dijo que usted tenía información de primera mano, pero no fue muy específica al respecto. —Alonso se inclinó hacia atrás en la silla con gesto de incomodidad—. Por fortuna, entre los Intrusos de Santiago se habla mucho de su abuelo, Emilia. Algunos aún lo recuerdan. Y dicen que todo lo que vivía, lo que aprendía de ellos, lo anotaba... No saben para qué, pero nosotros sí. Lo hacía para usted.

Emilia, de pronto, pudo escuchar su propia respiración agitada.

—¿Ustedes... lo conocieron?

Ambos asintieron al mismo tiempo.

—No pudimos estar mucho con él, pero nos hubiera gustado —murmuró Alonso—. Su abuelo era un hombre excepcional. Usted nos recuerda mucho a él. —Si los fantasmas notaron la manera en que Emilia, tensa, apretaba la llave que tenía en el bolsillo, no dieron muestras de ello—. Queremos que nos ayude en tres cosas: primero, claramente, en resolver este caso; segundo, compartiendo los conocimientos que estime necesarios con sus compañeros; y tercero, que los vigile.

—¿Cómo?

—Lo que escuchó: queremos que los vigile, que nos diga qué piensa de ellos, el nivel de sus dones, el manejo de sus habilidades, etc. Todo lo que pueda averiguar de Sergio Larraín y Arsenio Marín, compártalo con nosotros.

Catalán esperó una respuesta de la joven, pero esta se encontraba demasiado sorprendida para decir cualquier cosa. Así que el detective, sonriendo, se puso de pie con calma.

—Tal vez le gustaría saber cómo dimos con ellos...

Emilia asintió.

—A Sergio Larraín lo conocimos hace unos cuatro años, en la Plaza de Armas. ¿Se fijó en lo que cargaba en las manos?

—Una cámara.

—Así es... Por lo que pudimos averiguar, viene de una buena familia, con dinero y bienes como para poder dedicarse a lo que quiera, pero al muchacho le gusta la fotografía. Lo que él no supo por mucho tiempo es que a veces, en las imágenes que captaba, aparecían Desencarnados...

—¿Eso es posible...?

—Lo es —murmuró Felicia desde su posición—. Es más, lo conocimos porque intentó tomarnos una a nosotros.

—De inmediato supimos que era un Vinculante —continuó Alonso—. Fue por... la forma en que nos afectaba.

—¿Y Marín?

—Ah, lo de Marín es una historia más compleja... ¿Recuerda el caso ocurrido hace dos años en una casa de Quinta Normal? ¿La del poltergeist?

Emilia lo recordaba. Ella misma había hecho su propia investigación al respecto después de que todo pasara. Los Poltergeist, o Violentos, como los llamaba su abuelo, eran los Intrusos que más rastros dejaban a su paso.

—Lo recuerdo.

—Pues bien. Marín lo conjuró. 



GRACIAS POR LEER :)

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