Huntress. (Saga Wolf #3.)

By wickedwitch_

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Había pasado un año desde que Chase había decidido regresar a Blackstone; ambos habíamos decidido ir a la uni... More

Prólogo.
1. ¡Bienvenidos a Nueva York!
2. Problemas nada más llegar.
3. La chica suicida.
4. Alice.
5. La mejor amiga de Chase.
6. Agrio recuerdo.
7. La Marca del Cazador (1ª parte.)
8. La Marca del Cazador (2ª parte.)
9. Devil's Cry.
10. El Alfa de Manhattan.
12. «Nos complace anunciarles... ¡nuestra próxima boda!»
13. Feliz aniversario.
14. «Hasta que la muerte nos separe».
15. En la profundidad del río.
16. Miss Perfección.
17. El juego de la verdad.
18. Ronda de suplicios.
19. Tommy es un niño bueno.
20. Sorpresas agradables.
21. Huntress.
22. Visita sorpresa.
23. Regreso a la realidad.
24. Anfitriona.
25. Anónimo y oscuridad.
26. El secreto del acónito.
27. Combate a muerte.
28. Cuentas pendientes.
29. Cicatrices.
Epílogo. (Versión Chase)

11. Hogar, dulce hogar.

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By wickedwitch_

Me quedé observando a Gary, esperando pacientemente su reacción. No podía evitar alegrarme del golpe que había recibido al enterarse que Chase era mi novio, aquel que le había mencionado aquella noche en la fiesta en casa de Caleb y Lena.

Me acomodé más en mi taburete y aumenté mi fuerza en la mano que mantenía entrelazada con Chase. Él había vuelto a adoptar ese aire sumiso que mantenía ante su Alfa mientras que Gary se lamía el labio inferior con un gesto pensativo.

Un segundo después, la sonrisa había vuelto a su rostro y me miraba con cierta malicia en esos ojos verdes.

-¿Te importaría prestarme un momento a tu novia, Chase? –le preguntó, pero claramente sonó a orden-. Me gustaría conocerla mejor.

Noté el titubeo de Chase. El dilema de cumplir con las órdenes impuestas por su Alfa y desobedecerlas era una batalla en su cabeza en esos momentos; en otras circunstancias habría aceptado sin dudar, pero no en temas referidos a mí.

Así de sobreprotector era conmigo. Y, en aquella ocasión, lo agradecí ciegamente.

Sin embargo, la batalla estaba perdida ya desde un principio: Chase no quería arriesgarse a contrariar a su Alfa porque, de hacerlo, supondría un desafío para Gary. Y conocía lo suficiente de los licántropos para saber lo que sucedía a continuación: ambos empezarían a pelear hasta que uno de los dos no pudiera continuar.

Le di un apretón, esperando que captara mi mensaje. «Tranquilo, no me importa. Piensa en tu futuro dentro de la manada», me hubiera gustado decirle.

Sus dedos fueron soltándose de los míos con lentitud hasta que nuestras manos se separaron y Chase dejó la suya sobre su regazo. Vi que la sonrisa de Gary brillaba de satisfacción y su mano se había alzado, una invitación silenciosa para irme con él.

Fulminé con la mirada la mano que me tendía Gary y me crucé de brazos.

-¿Un baile? –preguntó él.

Tras unos instantes de vacilación, acompañé a Gary hasta la concurrida pista de baile. Al contrario que cuando había tenido que cruzarla yo, la gente se apartaba a nuestro paso; la simple cercanía de Gary era más que suficiente para que la gente pusiera distancia entre ellos y él. Nos quedamos enfrentados, estudiándonos con cuidado; las manos de Gary se alzaron hacia mis cinturas y yo interpuse las mías, como si fueran un escudo. Que hubiera aceptado su invitación no quería decir que fuera tan tonta como para permitir que se tomara demasiadas libertades. Como ésa, por ejemplo.

La sonrisa que Gary me regaló estaba cargada de socarronería.

-No puedo creerme que haya tenido que enterarme de este modo de tu nombre, pequeña cazadora –comentó, intentando romper un inmenso y duro bloque de hielo.

-Y yo no puedo creerme que alguien como tú sea un Alfa –respondí, irónica.

Él se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.

-Te sorprenderías de las cosas que puedo hacer, aparte de liderar una de las manadas más numerosas dentro de Manhattan.

Vaya, no perdía oportunidad de lanzar sus frases con doble sentido a pesar de saber que no estaba interesada en él. En absoluto.

Entrecerré los ojos y me crucé de brazos. Ambos estábamos parados en medio de la pista de baile, mientras la gente de nuestro alrededor no dejaba de moverse al ritmo de la música.

-Tu novio es un licántropo interesante –prosiguió Gary, intentando enfadarme-. ¿Qué lugar ocupaba en su otra manada?

«Ésta es su otra manada», quise replicarle, pero su pregunta me había distraído. ¿Para qué querría Gary conocer cosas sobre la manada de Chase? No pude evitar mirarlo con cierto recelo. Presentía que no auguraba buenas intenciones.

-Sé reconocer a un licántropo con potencial –me informó, con tono serio-. Y, en cuanto vi a tu novio aparecer por aquí, pidiéndome un lugar en mi manada… debo confesar que desconfié de inmediato. Pero le debía un favor a alguien y acabé aceptándolo.

-Y lo obligaste a luchar contra otros licántropos –rematé, frunciendo los labios.

Gary se encogió de hombros con indiferencia.

-Así es como lo hacemos nosotros, nena –respondió-. Tenemos que demostrar que no somos débiles para que nadie se aproveche. Si eres débil, no tienes oportunidad de sobrevivir en nuestro mundo.

Aquel mundo de oscuridad no se parecía nada al de Blackstone. Era cierto que los miembros de la manada habían tenido problemas en el instituto, pero podía asegurar que no se parecía nada a lo que debía suceder en las noches de Manhattan; los licántropos de la ciudad eran más violentos y oscuros que los que yo conocía.

Si antes había tenido miedo de perder a Chase, ahora tenía miedo de que se convirtiera en alguien como Gary Harlow.

Su tono que demostraba que estaba orgulloso de lo que era y de lo que hacía fue la gota que colmó el vaso. No quería pasar ni un segundo más a su lado; quería regresar junto a Chase y largarnos de allí.

-Se acabó –exclamé-. Me largo de aquí. ¡No te soporto!

Hice un ademán de darme la vuelta para internarme de nuevo entre la multitud de cuerpos que me rodeaban, pero Gary me retuvo. Sus ojos brillaban de satisfacción y su sonrisa era la de un niño que está a punto de abrir sus regalos.

-Cualquiera diría que mi presencia te pone nerviosa –comentó, con una sonrisa sinuosa.

-¡Y a quién no! –respondí-. Eres un pretencioso, un egocéntrico y un hijo de…

Sus carcajadas me cortaron de golpe, antes de que pudiera terminar mi frase. Acercó su rostro al mío y me observó largamente, sin perder la sonrisa.

-Pero te gusto –sentenció el muy arrogante-. Algo me dice que te gusto.

Abrí los ojos de golpe y se me escapó una risita que sonó bastante histérica. Lo único que despertaba en mí Gary Harlow era temor; era un licántropo imprevisible. Su amenaza estaba fresca sobre mi memoria. Incluso lo veía capaz de morderme allí mismo… o algo peor. A veces me había llegado a cuestionar si no sería un poco bipolar, debido a sus continuos cambios de humor.

-Me gusta que te mantengas alejada de mí, si es a lo que te refieres –repliqué.

Conseguí zafarme de Gary y me interné entre la multitud, esquivando a duras penas los cuerpos de la gente que bailaba a mi alrededor. Cada vez estaba más cerca de la barra, donde Chase me esperaba; únicamente tenía que alcanzarla y le pediría que nos fuésemos de allí.

Necesitaba salir de allí.

Una oleada de alivio me inundó cuando vi la espalda de Chase inclinada sobre la barra. Me acerqué a él y le di un toquecito en el hombro, llamando su atención; él se giró hacia mí con una mirada interrogante. «¿Ha ido todo bien?», me preguntaba con sus ojos oscuros.

Compuse la mejor sonrisa que pude y me senté en su regazo. Lo último que quería era que Chase sospechara algo y lo echara todo a perder por mi culpa. Chase perdería más que yo si decidía cometer una estupidez como, por ejemplo, comentarle que su Alfa, en realidad, era un psicópata que parecía sufrir una insana obsesión por mí.

-Me agobiaba estar allí, rodeada de gente –hice un mohín y supe, por el gesto de compresión de Chase, que me había creído.

Los remordimientos empezaron a removerse en mi interior, pero conseguí aplacarlos recordándome qué era lo que Chase perdía de dejarme llevar por ellos. Sus manos habían vuelto a fijarse en mis caderas y me observaba con una media sonrisa. Aún tenía sobre la barra su bebida, y parecía que no la había tocado desde que me había marchado con Gary; quien, por cierto, no se le veía por ninguna parte.

-¿Qué te ha parecido? –me interrumpió la voz de Chase, se notaba un poco ansiosa. Como si mi opinión fuera de vital importancia para él.

«Lo cierto es que pienso que le falta algún que otro tornillo», pensé.

-Ah, ya veo que Julieta ha logrado reunirse con Romeo –bromeó la voz inconfundible de Gary. Al mirarlo, comprobé que sus ojos estaban perdiendo un tono carmín; incluso percibí algo parecido a sangre reseca en la comisura de su labio.

Entrecerré los ojos, evidentemente molesta por su interrupción.

Ajeno por completo a mi persona, Gary se dirigió exclusivamente a Chase, que parecía haber percibido la tensión que se había ido acumulando en el ambiente:

-Falk va a celebrar una fiesta en el ático de sus padres –le informó-. He pensado que podríais venir –tuve que hacer un gran esfuerzo por no mostrarme boquiabierta ante la mención de su plural.

Los ojos de Chase viajaron desde el rostro de Gary hasta mis ojos. Estaba buscando mi aprobación.

«No seas egoísta, Mina –me reprendí a mí misma-. Ve con él. Deja que disfrute un poco de tu compañía… Intenta hacer vida normal». Esbocé una tímida sonrisa y di una leve cabezada con la cabeza, aceptando la invitación de Gary.

-Sería mejor ponernos ya en marcha –continuó Gary, como si temiera que nos echáramos atrás.

-Tengo que avisarles a mis amigos de que me voy –intervine.

-¿Por qué no les dices que vengan? –me propuso Chase, demasiado animado por la idea de que pasáramos una noche juntos. Debido a las clases, su amistad con Rebecca y el hecho de que los viernes eran sagrados para Alice, no habíamos conseguido hacer planes como éste.

Miré a Gary, esperando que se negara en rotundo, pero él se limitó a encogerse de hombros, como si no le importara lo más mínimo.

No necesité más.

Agarré a Chase de la mano, me bajé de su regazo y tiré de él hasta que se puso en pie. Le pedí que me acompañara a buscarlos y Chase aceptó; encantada con la idea de poner distancia con Gary, nos internamos de nuevo en la gente que había en la pista, buscando a mis amigos.

Chase divisó a todos mis amigos, incluida Alice, en la zona de sofás. Estaban hablando entre ellos, bastante agitados, hasta que me vieron aparecer ante ellos de la mano de Chase; Alice me dedicó una sonrisa lasciva y era capaz de leer lo que estaba reproduciéndose en su mente en aquellos momentos. Lena y Caleb, por el contrario, miraron a Chase con aspecto sorprendido.

-Un… un amigo de Chase -¿cómo iba a decirles que mi novio había decidido entrar en la manada de Gary Harlow cuando Alice le tenía tanto odio y rencor por lo que le había hecho a su hermana mayor?- va a celebrar una fiesta en su casa y hemos pensado que podríamos ir.

Por un breve instante, pensé que se iban a negar en rotundo. Sin embargo, y contra mis sospechas, Alice miró a Caleb con un brillo divertido en sus ojos castaños y le dedicó una sonrisa de complicidad a Lena; no parecía necesitar nada más de ellos para aceptar mi invitación. Se pusieron todos en pie y nos acompañaron hasta la salida, en ningún momento vi a Gary y eso me alivió de sobremanera.

La idea de que se cruzara de nuevo con Alice me producía escalofríos.

Chase le dio la dirección a Alice y le pidió si podía ir yo con él en su coche. Mi amiga asintió, entusiasmada ante la idea de más bebida, música y chicos, y se despidió de nosotros mientras ellos tres iban a buscar el descapotable de Alice. En cuanto sus siluetas desaparecieron entre las calles, Chase me volvió a rodear la cintura y me plantó un beso en el cuello, de improvisto. Estos últimos días, apenas se había mostrado cariñoso conmigo; quise achacarlo con el nerviosismo de ser aceptado en una manada. Pero no podía negarme que estuviera encantada con aquello.

Con el regreso del antiguo Chase.

-Fúgate conmigo –me susurró al oído.

Se me escapó una risita y giré un poco la cabeza para poder verlo mejor. Él tenía apoyada su barbilla sobre mi hombro y me miraba fijamente… y parecía que lo decía en serio.

-¿Acaso este viaje a Nueva York para estar juntos no entra dentro de tu concepto de «fuga»? –bromeé-. Pero, si estás pidiéndome que nos vayamos a Las Vegas a casarnos o a hacer algo por el estilo… Déjame que ahorre un par de meses y listo.

Chase esbozó una sonrisita engreída. Hacía tiempo que no veía aparecer esa sonrisa en su rostro y el corazón aleteó dentro de mi pecho.

-¿Casarnos? –ronroneó-. ¿Has estado dándole vueltas al asunto? Pero no, me estaba refiriendo a hacer un viaje juntos. A algún sitio bonito, que te traiga buenos recuerdos cuando seas una pobre viejecita sentada en su mecedora en el porche…

Su ocurrencia me hizo pensar. Yo simplemente era una humana normal con una familia que se había dedicado a perseguir a gente como Chase durante siglos y siglos; él, sin embargo, era un licántropo. Una criatura que, si no me fallaban los pocos conocimientos que tenía sobre la materia, podía vivir un período de tiempo muy superior al mío. En ningún momento desde que estaba con Chase y sabía lo que era me había planteado aquello: mientras que él se mantendría fresco como una rosa durante muchos años más, yo iría convirtiéndome en una vieja decrépita.

Y eso me puso bastante triste.

-Chase –murmuré y el hizo un sonido con la garganta que me invitó a continuar-. ¿Cuántos años podéis vivir los… licántropos? –la última palabra fue apenas un susurro mucho más bajo.

Al lado de mi oreja, Chase chasqueó la lengua con evidente fastidio.

-No he debido decir lo que he dicho –respondió.

-¿Cuánto? –insistí, reacia a abandonar el tema.

Su aliento me hizo cosquillas en la oreja.

-Depende de muchos factores –contestó él, con tono deprimido-. Pero, por lo general, miles de años. Incluso más.

Me imaginé a Chase, conservado tal y como era ahora, visitando mi tumba. Año tras año. Como un círculo vicioso que no pareciera tener fin.

Se me encogió el corazón.

El abrazo de Chase se hizo más fuerte, apretándome más contra él.

-Eh, fíjate en mi padre –dijo-. Parecía un tipo normal, envejecía al mismo ritmo que el resto, ¿verdad? Si nos dejamos de transformar… perdemos esa facultad y nos volvemos como vosotros; envejecemos como vosotros. Aun así, nuestro nivel de curación sigue siendo el mismo, al igual que nuestros sentidos.

-Es como si tu parte loba quedara en un estado latente –improvisé, dándole forma a mi teoría mientras hablaba-. Pero podría volver a despertar en cualquier momento y…

No pude terminar la frase porque Chase me besó en ese preciso instante. Durante un breve período, me olvidé de nuestra conversación y me concentré en el beso; sin embargo, la duda y miedo se habían instalado en mi corazón. Aunque Chase decidiera dejar de transformarse por voluntad propia, cualquier fallo podría volver a activar su parte lobo. Y sería como si hubiéramos regresado al principio.

La mano de Chase encontró la mía y nos separamos. Él empezó a tirar de mí hasta que nos pusimos en marcha.

Llegamos a casa de Falk justo cuando la fiesta estaba en su máximo apogeo. En la portería no había nadie y tuve la sospecha que alguien se había encargado de dejar fuera de juego a quien quiera que se encargara de allí para evitar que pudiera aguarle la fiesta. Subimos en el ascensor hasta el último piso y no hizo falta estar echando a suertes qué puerta era: un torrente de música llenaba todo el pasillo y parecía conducir directamente a la puerta correcta.

Chase se encargó de llamar y una rubia despampanante vestida con un modelito minúsculo que dejaba poco a la imaginación. Se hizo a un lado y nos permitió la entrada; el ático estaba hasta los topes. La gente se hacía hueco a nuestro lado y Chase alzaba el cuello, tratando de divisar a alguien.

Y ese alguien apareció justo en el momento: Gary, acompañado por la misma rubia que nos había abierto la puerta y que iba colgada de su brazo con una sonrisa ebria en sus operados labios.

Gary me estudió, evaluando mi reacción.

-Veo que ya habéis llegado –dijo, con una sonrisita. La Rubia Operada llamó su atención dándole un breve tironcito en el brazo-. Ella es Samantha.

Rubia Operada pareció conforme con su escueta presentación. Nos dedicó una encantadora sonrisa mientras Gary empezaba una interesante conversación sobre un tipo cuyo nombre no reconocía; Rubia Operada Samantha me cogía por la muñeca e intentaba entablar una divertida conversación conmigo.

-¡Me encanta tu vestido! –exclamó.

Esbocé una sonrisa más que convincente.

-A mí me encanta el tuyo –respondí.

Mi apreciación por su trozo de tela que usaba a modo de vestido pareció complacerla aún más, ya que dejó a un lado a Gary, quien la ignoró por completo, y se colgó de mi brazo. Su contacto hizo que casi soltara un respingo: no estaba acostumbrada a atenciones así (tipo amiga del alma) de gente a las que apenas conocía.

Empezó a tirar de mí, convertida en una niña pequeña que estaba deseosa de mostrarme algo.

-¡Ven conmigo al baño! –me pidió.

Me encogí de hombros y la seguí por los abarrotados pasillos, esquivando parejas que se enrollaban entre sí o que parecían estar llegando más lejos. Me quedé sorprendida de su inhibición a hacer lo que estaban haciendo en un sitio tan concurrido como era aquél; me centré de nuevo en Samantha, que aún me llevaba de la mano, y esquivé como bien pude a las parejas que se interponían en nuestro trayecto hasta el baño.

Al alcanzar la puerta del baño, Samantha se giró hacia mí y nos metimos ambas en el imponente baño. La chica cerró la puerta tras nosotras y se dirigió trotando hacia la encimera de mármol del lavamanos; cogió su bolso y comenzó a rebuscar algo en él con insistencia. Apoyé la espalda sobre la pared y me quedé observándola, en silencio; el vestido que llevaba se le había subido por los muslos, mostrándome un poco de su ropa interior, y su pelo rubio le caía en cascada por un lado. No se parecía nada a Hope pero, después de esta noche, tenía la sensación que toda aquella energía y vitalidad iba a desaparecer por completo.

Samantha soltó un chillido pueril y agitó un sobrecito transparente que contenía unos polvos blancos delante de mi nariz. Hice una mueca al comprender qué era y por qué me había invitado a que la acompañara hasta allí.

-Vas a querer un poco, ¿verdad? –me preguntó, mientras espolvoreaba una generosa cantidad sobre la encimera y, con una de sus tarjetas de crédito, empezó a amontonarlo en una fila línea blanca-. Uf, no sabes cuánto llevo deseando hacer esto…

Contemplé, con asco y repugnancia, cómo Samantha se inclinaba sobre la línea y la succionaba por su orificio nasal. Aún tenía un poco de polvo blanco por la nariz cuando se irguió y me miró con un gesto bastante descolocado. Le hice una discreta señal para indicarle que le quedaba algo y ella se frotó la nariz con insistencia, soltando una risita divertida.

-¿Quieres? –preguntó.

Negué con la cabeza varias veces y alguien llamó a la puerta.

Corrí el pestillo con cuidado y abrí la puerta. Gary me observaba con los brazos cruzados al otro lado; Samantha soltó una exclamación de sorpresa y regocijo al verlo allí y se lanzó a sus brazos, literalmente. Él le dirigió una encantadora sonrisa mientras sus manos recorrían los muslos de Samantha y levantó la vista hacia mí, que estaba al lado de la chica, contemplándolos con cierto pudor.

-Chase ha ido a buscar las bebidas –me informó Gary-. ¿Te importaría esperar fuera unos minutos? Me gustaría comentar con Sammy algo.

Me encogí de hombros, dándole a entender que no me importaba en absoluto, y salí del baño, cerrando la puerta tras de mí. Apoyé todo mi cuerpo en la pared mientras aguardaba a que Chase se dignara a aparecer; fue entonces cuando empezaron los golpes y los gemidos dentro del baño. Miré con los ojos abiertos como platos a la pared vacía que tenía enfrente; me parecía bastante difícil de creer que Gary y Samantha estuvieran dando rienda suelta a su pasión dentro del baño.

Justo donde podía escucharlos a la perfección.

«Maldito cabrón», pensé con una media sonrisa. El ego de Gary era tan grande que, el muy idiota, pensaba que con ese numerito podía ponerme celosa. A mí. Me parecía una completa estupidez que se aprovechara de una chica como Samantha por un motivo que, en realidad, no existía. Pero eso Gary no quería verlo.

Oí otro golpe y un agudo y excitado «¡Oh, por Dios, Gary! ¡Hasta el fondo! ¡Hasta el fondo!» y tuve que taparme la boca con ambas manos antes de que pudieran oír ahí dentro mi ataque de risa descontrolada.

La puerta del baño se abrió de golpe y el primero en salir fue Gary, con el pelo completamente revuelto y la ropa arrugada; tras él asomó la cabecita de Samantha, que no parecía darse cuenta que no se había bajado del todo el vestido que llevaba.

-Sammy –la llamó Gary con su voz seductora-, ¿por qué no vas a buscar a Chase y lo traes aquí? Está tardando bastante.

Como si se hubiese transformado en un perrito al que su dueño mandaba a buscar el periódico, Samantha salió por completo del baño. Pasó al lado de Gary y, antes de seguir avanzando, le plantó un baboso y profundo beso en la boca. De mí se despidió con una rápida sonrisa.

La observé marcharse por el largo pasillo con el ceño fruncido. ¿Por qué se dejaba mangonear de aquella manera por el pretencioso de Gary? Era bastante humillante.

-Es bastante fogosa, ¿verdad? –comentó Gary a mi lado.

-Creo que toda la casa se ha enterado –contesté, cruzándome de brazos. «Y todo el edificio», continué para mis adentros.

Algo me rozó el hombro. Ladeé un poco la cabeza y vi que el dedo de Gary se deslizaba por mi brazo, trazando un sendero de escalofríos. « Piensa en esto como si yo fuera el lobo y tú la pequeña cierva que huye por el bosque despavorida. Corras cuanto corras, siempre te alcanzaré y, al final, te comeré». La advertencia que me hizo Gary aquel día en el Devil’s Cry se repitió en mi mente, recordándome que tenía que evitar quedarme con él a solas más tiempo del estrictamente necesario. Y con ello debía decir: nunca.

Me desembaracé con un movimiento del hombro y lo fulminé con la mirada.

-No me toques –le avisé.

Una sonrisa engreída curvó las comisuras de sus labios.

-¿Por qué? –preguntó con inocencia-. ¿Quizá porque te pongo nerviosa? –hizo una pausa para poner a mi misma altura sus ojos verdes-. ¿Has disfrutado oyéndonos, pequeña cazadora? ¿O estabas deseando que fueras tú a la que estuviera haciendo gemir dentro de ese baño?

Le respondí con una sonrisa helada.

-Chase lo hace mejor que tú y no va alardeando de ello como si necesitase demostrar que es todo un hombre –vale, era un comentario bastante vulgar y estaba fuera de lugar, pero no soportaba que Gary se comportara como si fuera un dios.

La sonrisa pareció titubear en los labios de él.

-Eso me recuerda una cosa, pequeña cazadora. ¿Recuerdas aquel día en el Devil’s Cry, cuando te salvé? Debo reconocer que estaba un poco colocado, pero mantengo bastante fresca mi memoria: el mensaje que quiero darte es el mismo –cogió aire y juraría que parecía paladear lo que iba a decir después-. Con este nuevo detalle me lo has puesto más fácil, Mina.

Terminé de girar todo mi cuerpo para encararme a él. Era increíble la facilidad que tenía para sacarme de mis casillas, y todo por gilipolleces que no paraba de soltar por su boca. No parecía querer entender que, entre nosotros dos, jamás ocurriría nada.

Yo era la compañera de Chase.

-A ver si me entiendes de una puta vez, maldito licántropo psicópata –empecé, con mis ojos clavados en los suyos para que recordara bien ese mensaje-: quiero a Chase. Lo quiero. No estoy interesada en ti. Punto final.

-Siempre consigo lo que quiero, nena –repuso-. Y si me he encaprichado de ti, te conseguiré. Tan fácil como eso.

»Soy el Alfa de Chase. Técnicamente tiene que obedecer cualquier orden que le dé si no quiere que lo expulse de la manada –sus ojos brillaron, maliciosos-. ¿Entiendes lo que te quiero decir? Si quiero que seas mía, Chase no podrá negarse, cariño. ¿O prefieres que lo expulse de la manada y se vuelva inestable? De suceder aquello, los cazadores no tardarán en intervenir. Y no son tan amigables como los de tu pueblo, nena.

El peso de sus palabras, de su amenaza velada, me golpeó como una maza. Tuve que apoyarme en la pared que tenía a mi espalda para no caerme al suelo; fulminé con la mirada a Gary, que parecía estar disfrutando de todo aquello.

Su trato estaba claro: o hacía lo que él quería, o Chase sería expulsado de la manada. Y todo sería por mi culpa. No podría soportar ver el gesto de satisfacción de Rebecca cada vez que la viera.

Cerré los ojos y apoyé la cabeza también.

-¡Mina! –el grito preocupado de Chase me llegó con claridad. Abrí los ojos de golpe.

Samantha y él venían a toda prisa hacia donde nos encontrábamos. La mano de Gary se clavó en mi brazo e hice una mueca de dolor.

-Se encontraba un poco mareada –respondió Gary, con un tono de lo más profesional.

Chase me cubrió las mejillas con las palmas de sus manos y me las acarició; sus ojos estaban fijos en los míos. Estaba preocupado por mí. Demasiado. Me aferré a sus muñecas y suspiré.

-Quiero irme a casa –musité.

Era la oportunidad perfecta para que nos marcháramos de allí. Para que me alejara de ese monstruo que fingía estar ayudándome cuando, en realidad, me estaba guiando a su propia trampa. Descubrir que Chase era mi novio y su nuevo miembro le había venido de perlas; era el golpe final para su macabro plan.

Chase me alzó en volandas sin tan siquiera preguntarme, pero no me molesté por ello. Lo único que quería era irme de aquella fiesta, meterme en la cama y tener a Chase cerca de mí. Él se despidió de Samantha y Gary y se dirigió hacia la salida, esquivando a gente que aparecía por los suelos, completamente borracho.

Cuando alcanzamos la calle, me permití soltar un suspiro de auténtico alivio. Chase me dirigió una rápida mirada y se encaminó hacia su coche, apretándome contra su pecho.

Hacía frío y el verano estaba tocando su fin.

Era increíble que hubieran pasado ya varias semanas, casi un mes, desde que hubiéramos abandonado Blackstone. Y, en el fondo, añoraba mi vida allí.

Al menos, en Blackstone sabía quién eran mis amigos y en quién podía confiar.

Dos jueves después, tuve una conversación de lo más extraña con Chase. Desde aquel día, cuando me presentó oficialmente a Gary Harlow como su Alfa, lo notaba un poco cambiado. Sobre todo porque veía cortes y moratones en zonas donde antes no las había. Le había preguntado a Chase al respecto y su respuesta fue vaga, inconsistente: «Me habré dado con algo».

Sin embargo, aquella mañana, Chase me hizo una pregunta de lo más curiosa:

-¿No te gustaría que viviéramos solos?

Alcé la mirada de mi desayuno y la clavé en sus ojos negros, sorprendida. Aún no había arreglado nada con Grace y ninguno de los que había considerado mis amigos parecía querer acortar distancias conmigo, parecían haberse puesto de acuerdo para dirigirse a mí para lo más vital («¿Podrías pasarme el agua, por favor?»; «Tendremos que ir pronto a hacer la compra, serán doce dólares»). Pero para nada más.

Aquella circunstancia se acercaba enormemente a «vivir solos».

-Por supuesto que sí, Chase –respondí, y lo decía completamente en serio-. Incluso podríamos tener un perro. Siempre he querido tener uno.

Él se rió entre dientes ante mi broma.

-Lo digo de verdad, Mina –replicó y se puso mortalmente serio-. ¿Te vendrías… te vendrías conmigo a vivir? Podemos buscar un apartamento para dos. Tampoco tiene por qué ser grande, lo suficiente para que podamos estar cómodos ambos.

Sonreí ante su ilusión de que compartiéramos un piso. Sin nadie más que nosotros dos. Tal y como había deseado aquel día en la cabaña del bosque.

Pero eso no podía ser. Pagábamos religiosamente el alquiler de aquel piso junto al resto. ¿Qué haríamos entonces? ¿Abandonarlos? La idea me llamaba bastante la atención, pero no me veía con el valor suficiente para recoger mis cosas y decirles: «Me marcho. Vuestra negativa a escucharme, a intentar arreglar las cosas entre nosotros ha sido la causante de todo esto. Que os vaya bien».

-Claro que me gustaría, Chase.

Pues bien, al volver aquella tarde de clase me encontré a Chase paseándose delante de la puerta de mi habitación, bastante agitado. Giró la cabeza de golpe al oírme ascender los últimos peldaños de la escalera; sus manos se retorcían, nervioso.

De inmediato la alarma de incendios empezó a sonar en mi cabeza. «Algo va mal. Algo va mal», me dije a mí misma mientras acortaba la distancia que nos separaba. Por un segundo, la imagen de Gary Harlow apareció en mi mente, incluyendo su advertencia sobre que él podía hacer lo que quisiera con Chase. Incluso obligándole a que me dejara «en préstamo».

-¿Ha pasado algo? –fue lo primero que se me escapó al llegar a su lado.

-Depende de lo que consideres por algo –respondió, esquivo.

Primera señal de que algo andaba mal.

Lo sujeté por la muñeca y le obligué a que me mirara fijamente. Así me era más fácil descubrir qué le sucedía y si me mentía.

-¿Qué ha pasado? –inquirí, reacia a dejar el tema.

Sus ojos se movían de un lado a otro, evitando clavarlos en los míos.

-¿Recuerdas la conversación de esta mañana? –dijo, en voz baja.

Fruncí la nariz. Ah, estaba refiriéndose a la idea de que tuviéramos nuestro propio apartamento.

-Sí… -dije, dubitativa, y carraspeé-. Sí, claro que lo recuerdo.

Chase liberó una de sus muñecas y tanteó algo en los bolsillos traseros de su pantalón. Le dediqué una mirada inquisitiva, tratando de adivinar qué se traía entre manos; él me mostró un trozo de tela negra. Mis ojos se abrieron un poco más de la cuenta, sin entender a qué venía todo eso.

-Confía en mí –me pidió.

Dejé escapar un suspiro de derrota y cerré los ojos, mostrándole así a Chase que estaba dispuesta a seguirle el juego. Sentía su nerviosismo y el aire juraría que apestaba a miedo. Pero ¿miedo de qué?

Noté sus manos y el trozo de tela sobre mis ojos. Inspiré hondo, procurando calmar el creciente pánico y nerviosismo que comenzaba a dispersarse por todo mi cuerpo; las manos de Chase me acariciaron el cuello, intentando tranquilizarme. La caricia de Chase bajó por los brazos hasta instalarse entre mis manos.

Él empezó a tirar de mí con suavidad.

-¿Estás seguro de esto? –grazné con un tono demasiado estridente.

-Por Dios, Mina, cálmate –me respondió y adiviné una sonrisa en su tono de voz.

Se me escapó un chillido y comencé a patalear cuando Chase me alzó en volandas para evitar que me partiera la cabeza bajando las escaleras; él se echó a reír y yo me sentí como una niña pequeña. Chase bajó trotando las escaleras, provocando que con el bamboleo se me escaparan pequeños gritos de horror por la idea de que resbalara de sus brazos y cayera.

Pero él no iba a permitirlo.

Oí la puerta de la entrada abrirse y, por un momento, pensé que Caroline o alguno de los chicos había venido. Una bocanada de aire que apestaba a productos desinfectantes me puso sobre la pista. ¿Dónde me llevaba Chase?

Salí de dudas cuando me dejó de nuevo sobre tierra y me empujó por la espalda con suavidad para que avanzara. Una oleada de aroma a madera me inundó por completo, dejándome completamente descolocada.

Me quedé clavada en el sitio, sin querer avanzar más.

-¿Qué es todo esto? –pregunté.

Me lamí el labio inferior, tratando de unir todas las pistas que había ido recolectando desde que había encontrado a Chase en la puerta de mi habitación, deambulando por el pasillo.

-Hablaba en serio, Mina –me susurró Chase al oído, sobresaltándome-. Cuando te dije que quería que viviéramos juntos era de verdad. Por eso he pensado… -se hizo una pausa en la que podía oír su respiración junto a mi oído-… Es mejor que lo veas por ti misma.

La tela que cubría mis ojos cayó, provocando que me diera de lleno un enorme foco de luz. Entrecerré los ojos de manera automática mientras alzaba una mano para detener la molesta luz.

Me quedé perpleja.

Estaba en mitad de una sala de estar. Había varios ventanales dispersos por la pared que tenía enfrente de mí; había una bonita de repisa de chimenea llena de marcos de fotos con… con fotos nuestras. Un par de sofás estaban situados a mi izquierda y la cocina estaba incrustada al fondo, junto con una mesa con cuatro sillas al suelo. Giré sobre mí misma, descubriendo una puerta. Chase se situó a mi lado, con una sonrisa un tanto tensa, aguardando mi reacción.

-¿Es… es nuestra? –pregunté, con un hilo de voz.

Se me hacía increíble que Chase hubiera hecho eso… por mí. Vivir juntos siempre había sido uno de mis mayores sueños y lo había anhelado en silencio, pero no me había atrevido siquiera a plantearlo. A mi madre iba a darle un ataque cuando se enterara.

La mirada que me dirigió una mirada de súplica silenciosa. Estaba esperando mi respuesta.

Me sentí casi como si me estuviera pidiendo matrimonio.

-¿Qué me dices? –preguntó, ante mi mutismo-. No tienes por qué decirme que sí ahora… simplemente, piénsatelo.

«¿Pensármelo? ¡Y una mierda!», gritó mi subconsciente.

Aquel podía ser nuestro espacio. El que no habíamos logrado encontrar en el piso que compartíamos con Caroline y el resto; además, en aquella casa no me encontraba cómoda. Respiraba la tensión e incomodidad cada vez que me topaba con alguno del resto de inquilinos.

Aquel sitio, a pesar de la ilusión que había sentido al poner un pie allí la primera vez, ya no era mi hogar.

Nunca lo había sido.

No había que pensar más.

-¡Sí! –exclamé-. ¡Sí, sí y sí! Me encanta, Chase.

Sus ojos negros resplandecieron de pura felicidad al oír mi respuesta. Parecía un niño pequeño el día de su cumpleaños o el día de Navidad.

-Podemos esperar…

La simple idea de pasar un segundo más en aquel piso cuando podría estar en este se me antojó insoportable. Lo único que quería en esos momentos era sentarme en ese sofá junto a Chase. Viendo la televisión. O haciendo cualquier otra cosa.

Pero en ese apartamento.

Me abalancé a sus brazos e hice un mohín.

-Quiero dormir aquí –le dije, muy seria-. Traigamos nuestras cosas ya. Por favor.

Estaba cerrando mi última caja (era increíble lo fácil que se me había hecho recoger todas mis cosas) cuando alguien llamó a mi puerta. Tuve que apartar varias cajas en mi camino para poder abrir pero, al hacerlo, deseé no haberlo hecho.

Caroline miraba las cajas que había detrás de mí con sorpresa y cierta decepción.

-Dime que no es cierto –fue lo primero que dijo.

Me crucé de hombros y adopté una postura desafiante. Ella me había ignorado desde que tuve mi discusión con Grace, no entendía por qué ahora se ponía en modo «amiga dolida».

Parpadeé varias veces.

-¿Perdón? –inquirí con toda la educación posible.

Sus ojos azules se clavaron en mi rostro. Era la primera vez que me miraba fijamente desde la discusión con Grace y podía percibir la inquietud que había en el fondo de ellos, como si no creyera que todo aquello estaba sucediendo.

-Chase… Chase me ha dicho que os vais –respondió, con la voz temblándole-. Pero no me lo he creído… hasta ahora.

Le di una patada a una de las cajas y esbocé una media sonrisa. Había descubierto una faceta de lo más rencorosa y, en aquellos momentos, quería sacarle su jugo; en el fondo, quería hacerles sufrir un poco por su abandono. Por no haber estado allí.

Yo era su amiga. Su amiga. Y ninguno de ellos hizo nada por intentar arreglarlo.

Me habían decepcionado.

-Pues es cierto –repuse-. Espero que no os importe que lo hagamos de tan improvisto, pero me gustaría disfrutar de mi nueva casa cuanto antes. Por el alquiler no os preocupéis, ya lo hemos pagado.

Vi aparecer a Chase por la espalda de Caroline. Llevaba un par de cajas, así que la mudanza se haría en un solo viaje y de manera rápida; un plus de aquel piso que había encontrado Chase era que estaba en aquel mismo bloque de apartamentos, por lo que no había que correr un largo trayecto; solamente un par de pisos.

Había muchas posibilidades que me los encontrara de ahora en adelante en el rellano de su puerta, pero todo no se podía tener. Y lo importante de todo aquello era que iba a estar con Chase.

Los dos solos.

Ignoré por completo la mirada de desconcierto de Caroline, de averiguar que todo aquello iba demasiado en serio y que iba a ser inmediato, y me centré en mi novio.

-¿Lo tienes todo listo? –le pregunté, con un tono de voz más cálido que el que había usado para hablar con Caroline.

Ella soltó un respingo y miró hacia Chase. Pero él tenía la mirada clavada en mí, ignorándola al igual que yo; Chase también estaba dolido por aquel abandono masivo de los que habían sido mis amigos.

-Lo tengo todo –respondió-. Empezaré a subir las cosas, ¿vale?

Asentí, ya que había captado el mensaje que no había dicho en voz alta. «Te dejaré tiempo de que cierres tus asuntos pendientes y te despidas».

Me quedé mirando la espalda de Chase mientras desaparecía escaleras abajo con un montón de cajas nuestras en sus brazos. Fue entonces cuando me enfrenté al último desafío que me quedaba allí: cerrar mis asuntos pendientes. Deshacerme de todos esos resentimientos que tenía alojados en el fondo de mi corazón.

-Tengo que irme –dije, esperando que pillara la indirecta.

Los ojos de Caroline estaban húmedos cuando me miró de nuevo.

-No… no podéis hacerlo –tartamudeó-. Este… este era nuestro sueño, Mina: venir a estudiar aquí, vivir juntas… ¡incluso salir de fiesta!

Me mantuve impertérrita, escuchando cada una de sus palabras y acusándolas como si fueran puñetazos en el estómago. Recordaba perfectamente las noches de verano, cuando hacíamos alguna fiesta de pijamas y nos quedábamos hasta altas horas de la madrugada hablando de lo que íbamos hacer cuando llegáramos a Manhattan; recordaba el rostro ilusionado y brillante de Caroline y Grace mientras no paraban de hablar. Recordaba mi propia ilusión.

Pero todo aquello se había ido.

-Eso era antes, Caroline –contesté, empezando a cargar las cajas en mis brazos-. Antes –remarqué.

-Mina, por favor –suplicó-. Por favor, podemos hablarlo.

Me mordí el interior de las mejillas para no echarme a reír delante de ella. En su lugar fruncí el ceño.

-¿Hablarlo? –repetí-. Me temo que es un poco tarde para “hablarlo”, Caroline. La decisión está tomada: Chase y yo nos vamos.

Conseguí colocar la última caja que quedaba con mis pertenencias en precario equilibrio de las que llevaba ya y salí de la habitación con una actitud muy digna, incluso alcé la barbilla. Caroline me siguió, como si se hubiera convertido en una perrita que siente que su ama la va a abandonar. Había revisado cada rincón de mi habitación, buscando cualquier detalle que se me pasara por alto.

Ahora lo único que tenía que hacer era cruzar esa puerta.

-Pero… pero… -balbuceó ella-. Mina, ¡por favor! Sé que estás molesta con Grace, pero esto se puede arreglar… Tienes que entender que ella…

Aquel argumento tan simple e irracional que tenía Caroline; ese sentimiento de lealtad ante Grace que sentía que debía defenderla, sin tan siquiera intentar ponerse en mi postura, hizo que me hirviera la sangre. Procurando que no se me cayera nada, me giré hacia Caroline y la fulminé con la mirada.

-¿Y quién me entiende a mí? –le grité, dejándola muda-. ¿Alguno de todos vosotros ha pensado, por un segundo siquiera, cómo me he sentido yo? Me habéis abandonado, habéis elegido a Grace y no habéis hecho nada por solucionarlo –la culpé, apretando los dientes con fuerza-. ¡Me voy de aquí porque estoy cansada de todo esto! Porque quiero alejarme de todos vosotros y estar con Chase, porque él ha sido el único que ha intentado ayudarme todo este tiempo.

Caroline hizo un extraño sonido, como si hubiera inspirado demasiado aire de golpe y se hubiera atragantado con él. Pero era un sollozo contenido.

-Mina, por favor –volvió a suplicarme, pero yo ya estaba más que dispuesta a largarme de allí.

Quería irme de allí ya y olvidarme de todos ellos.

Logré alcanzar la puerta sin derramar ni una sola lágrima. Me mantuve firme e impertérrita, como si todo aquello no significara para mí lo más mínimo. Pero no era así, me dolía que una de las que había sido mis mejores amigas siguiera obcecada en la idea de que Grace había actuado bien y que el hecho de haberme dado de lado había estado bien.

Había pasado toda mi infancia y parte de mi adolescencia con ellas. Tenía miles de recuerdos con ellas dos y la herida que me habían dejado aún estaba abierta, sangrando; sabía que iba a ser difícil para mí curarla, pero no imposible. Con el tiempo podría cerrarse. Pronto todo aquello se convertiría en un viejo y agrio recuerdo.

Chase abrió la puerta y se me quedó mirando, con aspecto preocupado. Hice un imperceptible movimiento negativo con la cabeza, asegurándole que estaba bien.

Ladeé la cabeza para lanzarle una última mirada a Caroline, que se había detenido en mitad de la entrada. Tenía las mejillas empapadas.

-He dejado mis llaves y las de Chase encima de mi escritorio –le informé, con indiferencia-. Adiós, Caroline.

Cerré la puerta tras de mí, dejando a Caroline con la palabra en la boca.

Aquella noche, después de desempaquetar todas nuestras cosas, Chase pidió comida china, mi favorita. Parecía sospechar que aquello había sido más duro para mí de lo que había querido aparentar.

Se lo agradecí en silencio.

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