Huntress. (Saga Wolf #3.)

By wickedwitch_

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Había pasado un año desde que Chase había decidido regresar a Blackstone; ambos habíamos decidido ir a la uni... More

Prólogo.
1. ¡Bienvenidos a Nueva York!
2. Problemas nada más llegar.
3. La chica suicida.
4. Alice.
5. La mejor amiga de Chase.
6. Agrio recuerdo.
8. La Marca del Cazador (2ª parte.)
9. Devil's Cry.
10. El Alfa de Manhattan.
11. Hogar, dulce hogar.
12. «Nos complace anunciarles... ¡nuestra próxima boda!»
13. Feliz aniversario.
14. «Hasta que la muerte nos separe».
15. En la profundidad del río.
16. Miss Perfección.
17. El juego de la verdad.
18. Ronda de suplicios.
19. Tommy es un niño bueno.
20. Sorpresas agradables.
21. Huntress.
22. Visita sorpresa.
23. Regreso a la realidad.
24. Anfitriona.
25. Anónimo y oscuridad.
26. El secreto del acónito.
27. Combate a muerte.
28. Cuentas pendientes.
29. Cicatrices.
Epílogo. (Versión Chase)

7. La Marca del Cazador (1ª parte.)

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By wickedwitch_

Noté que Chase se quedaba dormido al poco de confesarme aquel episodio tan desagradable de su pasado; su respiración se hizo más pesada y el brazo con el que me había rodeado perdió la fuerza con la que me sostenía. Logré deslizarme hasta fuera de la cama sin despertar a Chase. Él necesitaba espacio en aquellos momentos y, conmigo allí, corría el riesgo de que su herida tardara en curarse.

Miré hacia su mesita, donde reposaba su móvil y comprobé la hora: eran las tres de la mañana. Salí de su habitación con sigilo y entré a la mía; mañana no podría ir a clase y aún no le había dicho nada a Alice…

Alcancé mi propio móvil del escritorio y busqué en la agenda el número de Alice. Esperaba no molestarla con mi inocente mensaje…

Me desplomé sobre la cama y cerré los ojos.

Un estruendo al lado de mi oído hizo que soltara un respingo a la vez que daba un salto en la cama. Tanteé con los ojos casi cerrados la mesita, intentando coger mi móvil; cerré los dedos en torno a él y me lo llevé a la oreja.

-Tienes una salud de mierda, Mina –dijo la voz de Alice al otro lado de la línea-. ¿Qué demonios te pasa?

Puse los ojos en blanco.

-Fiebre –respondí, esperando que eso sirviera.

Alice refunfuñó algo inaudible y se oyó un golpe.

-¡Cielos, se nota que no estás acostumbrada al clima de Nueva York! –bromeó Alice.

Fingí una tos para darle más realismo a mi mentira. Miré distraídamente el reloj y mis ojos se abrieron desmesuradamente; si aquel aparato iba bien, eran las tres de la mañana.

-Alice… ¿me has llamado a las tres de la mañana? –le pregunté, esperando que me lo confirmara.

-Oh, bueno… es posible. Me has pillado justo cuando iba a salir.

Mis ojos se abrieron aún más cuando pronunció la última palabra. Sin duda alguna, aún no había terminado de captar todo ese ambiente que parecía respirarse en la gran ciudad  que incluía salir a altas horas de la mañana en días semanales, teniendo clase al día siguiente.

No sabía qué decir.

-Ah… Lo siento –me apresuré a decirle.

Alice se echó a reír.

-La próxima vez me gustaría que me acompañaras, Mina –dijo, cogiéndome por sorpresa-. Será divertido, te lo prometo.

Me planteé seriamente si el concepto de «divertido» que tenía Alice coincidía con el mío propio.

-Oh, vamos, te lo prometo –insistió Alice, adivinando mis pensamientos. Otra vez-. No habrás probado nada como esto, te lo aseguro. ¡Te divertirás como nunca!

Carraspeé.

-Entonces, ¿me harás ese pequeño favor? –pregunté con cierta timidez.

Esperé pacientemente su respuesta. Al otro lado del teléfono, comenzaron a oírse gritos claramente femeninos que obligó a Alice a gritar algo en japonés que, obviamente, no entendí.

Después, oí un resoplido.

-Perdona, Mina –se disculpó ella-. Por supuesto que lo haré; ése y los que haga falta, cielo. ¡Mándame tu dirección y mañana mismito me tendrás con todos los apuntes!

Se me escapó un imperceptible suspiro de alivio que Alice no logró escuchar. Aunque ella no lo supiera, me estaba quitando un gran peso de encima; ahora que tenía solucionado de la universidad, podría dedicarme íntegramente a ayudar a Chase con su recuperación.

-Muchísimas gracias, Alice –le agradecí, de corazón-. No sabes cuánto te lo agradezco…

-¡Tanto que, espero, salgas conmigo en alguna ocasión! –me cortó Alice, en un tono jocoso.

Compartimos un par de frases más antes de colgar.

Antes de irme a dormir no pude evitar pensar en lo afortunada que me sentía al haber encontrado a personas como Alice que, a pesar de conocernos de un solo día, parecía estar dispuesta a hacer tanto por mí.

La recuperación de Chase se extendió hasta el viernes, lo mismo que mi «fiebre». Alice y el resto se pasaron por mi casa en un par de ocasiones, justo cuando el resto de habitantes de la casa estaban fuera. En una ocasión, su visita nos cogió tan de sorpresa que nos pillaron a Chase y a mí en el salón, mientras comprobaba que las heridas de Chase estaban yendo bien.

Recordaba perfectamente la reacción de Alice cuando vio a Chase y los ojos abiertos como platos de Lena. El único que se mostró mínimamente sorprendido fue Caleb, que fue el primero que se acercó a Chase para presentarse debidamente.

Se sentaron en el sofá y, mientras Caleb me tendía un enorme montón de folios, Lena y Alice miraban embobadas a Chase, como si estuvieran delante de un dios o algo por el estilo.

Por otro lado, Grace y su enfado no parecían tener un claro final. Incluso Caroline y el resto parecían haberse puesto de su lado, cosa que no lograba entender… excepto en el caso de Logan; aunque mis sospechas respecto a la postura de Kyle parecían ir en el camino correcto. Y Chase… Chase parecía estar en tierra de nadie: con la única persona con la que se llevaba bien era con Grace, pero se encontraba en un dilema. Yo era su novia, sí; pero Grace se había convertido en su amiga y, sospechaba, que su amistad se había visto fortalecida desde que me rescató del almacén.

El viernes por la tarde, cansada de aquella situación, recordé la petición que Alice me había hecho al pedirle yo el favor de que me cogiera los apuntes mientras yo estaba convaleciente de mi supuesta «fiebre». Algo en mi interior me animaba a que cogiera el móvil y llamara a Alice para proponerle que saliéramos aquella misma noche; incluso podrían venirse Lena y Caleb, quienes se habían convertido en parte de nuestra pequeña pandilla. Además, ahora que parecía encontrarme sola en aquella ciudad, sin el apoyo de los que habían sido mis amigos, necesitaba a alguien; como Alice, Lena y Caleb.

Rodé por mi cama hasta la mesita y cogí el móvil ante la atenta mirada de Chase, que estaba despatarrado en el asiento de la ventana y tenía un libro entre las manos.

Busqué el número de Alice en mi agenda y le mandé un escueto mensaje:

Necesito salir de aquí YA. ¿Dónde tengo que firmar para que salgamos esta noche?

La respuesta de Alice no se hizo esperar y, cuando la leí, se me escapó una carcajada que hizo que Chase enarcara una ceja.

NENA, CREÍ QUE NO ME LO PEDIRÍAS JAMÁS.ESTA NOCHE IRÉ A POR TI. ESPERO QUE TENGAS EN ESE ARMARIO TUYO ALGO DE ROPA INTERESANTE O SINO TE PRESTARÉ ALGO MÍO.

Me quedé pensando en la respuesta. Tenía bastante claro que las salidas en Nueva York no tenían nada que ver con las pocas que había hecho en Blackstone, pero lo que sí tenía más que claro era que los atuendos que debían llevarse no debían ser muy distintos a los que estaba acostumbrada a ver. Seguramente algo de mi armario serviría para aquella noche.

Mandé un mensaje a Lena y Caleb informándole sobre nuestras intenciones de salir esa noche y ambos me contestaron que estarían encantados de salir con Alice y conmigo.

Cuando dejé el móvil en su sitio, pillé a Chase mirándome con un gesto bastante sombrío para lo que era normal en él.

Alcé ambas cejas, esperando a que dijera algo de lo que se le pasaba por la mente.

-¿Y bien? –pregunté, ante el mudo silencio que se había instalado entre nosotros.

Chase cerró con suavidad el libro y lo dejó sobre su regazo. Sus ojos oscuros me escrutaron y su ceño se frunció.

-Me estaba preguntando cómo han podido cambiar las cosas tanto en este tiempo –respondió y bajó la mirada, aparentando incomodidad.

Me crucé de brazos y lo observé, sopesando en cómo podía explicarle que las circunstancias habían sido las causantes de que todos hubiéramos cambiado. Incluso yo. Ya no era la chica ingenua y errante de hacía dos años; había madurado.

-Las circunstancias –respondí escuetamente.

Chase volvió a alzar sus dos cejas.

-¿Las circunstancias? –repitió, incrédulo-. Me temo que es más que eso, Mina. Apenas te…

Alcé una mano, frenándolo en seco. Sabía por dónde iban los tiros y no iba a permitir que usara esa excusa.

-Si vas a decirme que apenas me reconoces –lo corté, con brusquedad-, te puedo asegurar que es normal, Chase. Completamente normal. Sé que no quieres hablar del tema porque es doloroso para ambos, pero es ahí donde empieza mi cambio. Fuiste tú, con tu huida, quien empezó ese cambio.

La mandíbula de Chase se tensó.

-Por supuesto que sé que el culpable fui yo… que lo sigo siendo –se corrigió-. Pero estoy haciendo todo lo que está en mi mano para intentar compensarte por el abandono en el que te viste –ahora fui yo la que apretó con fuerza los dientes para no recordarle a su “amiguita” Rebecca-. Lo estoy intentando, Mina. Por Dios.

Aparté la mirada y volví a morderme la lengua. Era cierto que, debido a las circunstancias y a sus heridas, apenas habíamos podido salir los dos juntos; pero Chase, con sus secretos, parecía querer demostrarme que no estaba dándolo todo para, según como él había dicho, «compensarme por el tiempo en el que había estado fuera».

Sacudí la cabeza varias veces, alejando aquellos pensamientos.

-Voy a salir esta noche –le informé a Chase.

La mirada que me dirigió fue totalmente de desaprobación. Incluso parecía haber adquirido ese aire paternal que tanto me sacaba de mis casillas y que llevaba mucho tiempo sin aparecer.

-No creo que sea un buen momento para salir –me recomendó-. Antes tendrías que arreglar los problemas que tienes con Grace…

Los ojos casi se me salieron de las órbitas. ¿Estaba Chase insinuando que tenía que ser yo la primera en dar el primer paso a pesar de no haber sido yo la culpable de nuestro enfado? No, por supuesto que yo no iba a dar ese primer paso cuando la que había comenzado todo aquello había sido ella.

Me crucé de brazos, enfurruñada.

-¡Unos problemas que yo no fui la primera en iniciar! –recalqué, poniendo énfasis en mis palabras.

Chase apretó los labios con fuerza.

-Es tu mejor amiga –repitió, con vehemencia-. ¿Por qué no dejáis las disputas a un lado y hacéis las paces de una maldita vez? Me parece un comportamiento completamente pueril…

Las mejillas comenzaron a arderme tras acusar el golpe que las palabras de Chase me habían causado. ¡Acusarme a mí, precisamente a de aquello me parecía una ofensa bastante personal! Y no iba a permitir que Chase me acusara de ser infantil cuando había sido Grace quien había propiciado todo aquello con su incoherente negativa a mi petición.

-¡Tú no lo entiendes! –chillé, golpeando con furia el cojín que tenía más cerca-. ¡No voy a pedirle perdón hasta que me explique por qué no quiso ayudarme cuando se lo pedí!

Había perdido los papeles, lo sabía. Y también sabía que aquello era un claro ejemplo de lo que Chase había denominado «comportamiento pueril», pero él no parecía capaz de entender que su amiga Grace había iniciado todo aquello por negarme su ayuda; una buena amiga no se habría negado a algo así dadas las circunstancias. Grace me había demostrado que no era tan buena amiga como había pensado en todos aquellos años que habíamos compartido juntas.

No en vano me había escondido cosas que conocía de mi pasado.

Cuando miré de nuevo a Chase, sus ojos se habían oscurecido más. Además, me miraban de manera implacable.

-Lo que no entiendo –repuso, con un leve temblor en la voz-, es por qué aún no te has dado cuenta. Tú… tú tienes a Grace; aún conservas a tu mejor amiga mientras que yo… yo lo perdí. Es obvio que me sienta insultado y molesto ante esta situación tan absurda y cuya solución –me señaló con el dedo índice- está en vuestras manos.

Un fuerte nudo en la garganta me atenazó. Mi mente comenzó a revivir los últimos minutos de vida de Lay y cómo se había sentido Chase al sostener su cuerpo inanimado tras haber recibido un golpe que le había supuesto la muerte.

Empezaron a escocerme las comisuras de los ojos y parpadeé varias veces para mantener a raya las lágrimas.

Aquello había sido un golpe bajo. Un duro golpe bajo.

-Vete de aquí –le dije, cerrando los ojos-. Déjame a solas.

Al abrir de nuevo los ojos, la habitación se había quedado desierta.

Alice llamó a la puerta a las diez en punto. Antes me había mandado un mensaje avisándome de ello y amenazándome con hacerme ir andando si, al llegar ella, no estaba lista para largarnos de allí de inmediato. Chase se había encerrado en su habitación y, el resto, parecía bastante absorto en el futbolín que teníamos en la terraza; así que ya estaba lista con el vestido que me había comprado para la fiesta en la que conocí a Chase y que apenas había usado.

Nada más abrir la puerta, el rostro de Alice se contrajo en una mueca de puro júbilo y tiró de mí, sacándome de golpe de la entrada.

-¡Espero que lo tengas todo, cielo, porque esta va a ser una noche inolvidable para todos! –hizo una pequeña pausa para cerrar la puerta tras nosotras-. Por cierto, he quedado con Lena y Caleb en un sitio estupendo, ¡te va a encantar!

Siguió tirando de mí como si me tratara de una niña pequeña hasta que llegamos a su impresionante descapotable, que había congregado a una pequeña multitud de chicos que no paraban de observarlo embelesados. Aquello fue a peor cuando nos vieron aparecer a Alice y a mí: sus miradas se volvieron hacia nosotros y muchos de ellos nos dedicaron sonrisas que no auguraban nada bueno.

No pareció tener ningún efecto en Alice, que avanzó entre la multitud con su sonrisa perenne de pura satisfación.

Solté un respiro de alivio cuando me introduje en el asiento del copiloto y Alice hizo lo mismo en el asiento del conductor.

-¡Chicos! –bufó, como si aquello la molestara aunque, conociéndola, estaba más que encantada-. Son una plaga.

Arrancamos y salimos disparadas hacia algún sitio que desconocía, puesto que Alice no había querido darme ninguna pista más. Avanzamos entre el creciente tráfico que había aquellas horas y que se veía aumentado por el hecho de ser viernes noche, momento perfecto para salir por ahí con tus amigos.

Las habilidades de Alice al volante eran más bien las de un especialista en grabar películas de acción en coche. Adelantábamos a los coches en huecos que jamás creí que cupiera el descapotable de Alice y su velocímetro superaba el límite permitido en la ciudad.

-Algo me dice que este silencio tiene como motivo protagonista el guaperas de tu novio –comentó Alice, lanzándome una rápida mirada-. Y, por tu gesto hosco, me apuesto mil dólares a que he dado en el clavo y que no quieres hablar de ello.

Había dado justo en el clavo.

Por suerte, no tuvo mucho más tiempo de seguir interrogándome sobre mis problemas de pareja porque habíamos llegado al restaurante donde habíamos quedado con Lena y Caleb, que nos esperaban a la puerta. Nos apeamos del descapotable y acudimos a su encuentro.

Tenía que reconocer que ambos estaban muy sexis.

Aunque Alice parecía superarnos a todos con creces.

Dio una palmada, atrayendo nuestra atención.

-Bien, chicos, me gustaría daros un largo y aburrido discurso sobre lo emocionada que me encuentro pero creo que va a ser mejor que pasemos a cenar algo –dijo Alice, con tono solemne-. ¡Que empiece nuestra primera salida en grupo!

Entramos entre risas al restaurante y, cuando fuimos conscientes del lujo y la sobriedad del sitio, la risa se nos cortó de golpe. Todos miramos a Alice de manera interrogante, preguntándonos si aquello se trataba de algún tipo de truco o broma; ella, por su parte, compuso su mejor sonrisa y se acercó al maître, que aguardaba detrás de una pequeña mesa. No fuimos capaces de escuchar la conversación entre ellos pero pude entender que Alice ya parecía haber reservado una mesa para todos nosotros en aquel sitio tan opulento y con pinta de ser demasiado caro.

El maître nos guió con su sonrisa que dedicaba a los clientes más selectos hasta un reservado, donde nos dejó que nos acomodásemos antes de traer consigo las cartas. Todos nosotros, a excepción de Alice, estábamos estupefactos y no sabíamos muy bien cómo actuar.

-No admito ningún tipo de réplica –nos advirtió, mirándonos a cada uno fijamente a los ojos- o, por el contrario, intente gafarme la cena con la cuenta. Hoy pago yo.

Lena fue la primera en replicarle.

-¡Pero todo esto es demasiado caro, Alice! –exclamó, procurando no alzar mucho la voz-. No me sentiría cómoda conmigo misma…

-Bobadas –la cortó Alice, con un movimiento de muñeca-. Ya os lo he dicho: hoy pago yo. Permitidme que cumpla bien con mi papel de guía oficial. No me lo negaréis, ¿verdad? –nos preguntó, haciendo un tierno mohín.

Estar en aquel sitio tan exclusivo me recordó al restaurante de mi madre. En aquellos años que habían trascurrido tras la muerte de mi padre y su posterior recuperación de la depresión a la que se había visto sometida, su restaurante había conseguido mejorar y recuperarse; incluso había conseguido algunas menciones gracias a un par de críticos de cocina que habían decidido pasarse por allí ante su resurgimiento.

Había hablado casi a diario con mi madre pero, en momentos como éste, notaba su ausencia y la de mi familia como una losa en el pecho. Echaba de menos mi antigua vida, cuando iba al instituto, y también añoraba a la antigua Mina.

Al menos, en aquellos momentos, tenía conmigo a mis dos mejores amigas.

La animada conversación de Alice me distrajo de mis sombríos pensamientos, permitiéndome disfrutar de la cena. El maître no tardó en acudir de nuevo a nuestra mesa para comprobar si ya habíamos decidido qué íbamos a cenar; cada uno de nosotros le repitió lo que tenía pensado cenar aquella noche y nos recogió las cartas entre suaves reverencias.

-Adoro cuando te sugieren cosas –comentó Alice, desdoblando su servilleta y colocándosela sobre las rodillas. Nosotros no tardamos en imitarla-. Recuerdo una vez, cuando vine con mi familia, que mi hermana Eri se puso echa un basilisco y le volcó su comida al camarero. Creo que fue la primera vez que vi a mi madre enrojecer por completo, como si fuera un tomate.

Ninguno de nosotros habíamos tenido el placer a la señora Iwata pero, por las anécdotas que nos había contado, debía ser una persona bastante correcta y un tanto tímida. Me pregunté si Eri sería la hermana mayor o menor de Alice y si tendrían una buena relación.

De nosotros cuatro, únicamente Alice y yo teníamos hermanos. Lo que hacía que me sintiera un poco más unida a ella.

Seguimos hablando de cosas sin importancia, de temas que no aludían a ningún tema espinoso, y me sentí relajada. Por una vez en todo aquel tiempo que llevaba en Nueva York, me sentía como una adolescente completamente normal: una cena con mis amigos y sin ningún tema que tuviera que ver con licántropos o cazadores.

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