Raanan: la tierra oculta

By RavenYoru

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Gabriel es un hombre de veinticinco años que ejerce como veterinario en su ciudad. Una noche se encuentra con... More

Agradecimientos y notas de autor
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22

Capítulo 11

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By RavenYoru


Escuchaba un sonido ahogado, como si estuviera debajo del agua. Alguien repetía su nombre con ahínco. Abrió los ojos despacio, todavía aturdido. No conseguía recordar el motivo de su enorme malestar, del dolor que iba manifestándose en sus brazos, en sus rodillas, espalda y cabeza. La primer imagen difusa que vio fue el rostro de Jigen.

—¡Gabriel! —exclamó ahora más claro que nunca.

Gabriel pestañeó, todos los sonidos se intensificaron de repente junto al dolor instalado en su nuca. Jigen lo ayudó a incorporarse, ofreciéndole estabilidad. En ese momento vio a Mael y a su padrastro a un par de metros de donde estaban, envueltos en una violenta pelea.

—Hay que ayudar a Mael... —dijo en un hilo de voz, sosteniéndose del delicado cuerpo de Jigen.

—Tú no puedes hacer nada, Gabriel. Tan solo levantó su mano y tú acabaste estrellándote contra el suelo. Su magia es muy poderosa...

—Entonces... Ve con él y ayúdalo. Ustedes dos juntos quizás puedan frenarlo.

Jigen asintió obedeciendo a la petición de Gabriel. Si ese Kiar era capaz de derrotarlos, también podría romper el hechizo y llevarse el libro con él. Necesitaban actuar juntos; unir su magia para detenerlo, al menos hasta que el libro estuviera fuera de su alcance.

—¿Tienes algún plan? —preguntó Mael, con la respiración agitada y varias heridas repartidas por todo su cuerpo.

Jigen negó, mirándolo de soslayo.

—Entonces solo nos queda pelear hasta que se canse.

En ese momento, ambos tomaron su forma de lobos y arremetieron contra su enemigo. Pero justo cuando estaban a punto de golpearlo, él extendió ambas palmas y conjuró un sello que viajó a través de un haz de luz negra, y se grabó en el pecho de Mael. El kiar cayó de rodillas, adoptando nuevamente su forma humana. Se llevó una mano al pecho, gruñendo al sentir cómo el sello le quemaba la piel. Jigen intentó ayudarlo, pero cuando se acercó, Mael lo tomó del cuello y lo alzó.

—Ay Mael... eres un tonto. ¿De verdad eres hijo del gran Maedhros?

Jigen pataleó, apretándole la muñeca con las dos manos. Los ojos de Mael se habían vuelto completamente negros, estaba siendo controlado por el sello.

—Mael... despierta... por favor...

Notó como el chico apretaba la mandíbula, como si estuviera librando una batalla en su interior. Finalmente, sus dedos aflojaron el agarre y Jigen cayó al suelo.

—Atácalo, Mael, acaba con él. Eso era lo que tenías que hacer desde un principio.

Mael obedeció a la voz del hombre; se puso de rodillas y tomó a Jigen del cabello.

—Dijiste... —murmuró Mael, con los dientes apretados—, que no podía atacarte... ¿Qué está... pasando...?

Jigen se quejó cuando Mael cerró la mano alrededor de su cuello nuevamente.

—Mentí —contestó—. El hechizo que puse... solo fue para Gabriel y para el libro. No tenía suficiente magia como para cubrirme a mí también, y además... sabía que no me harías daño.

—Mátalo, Mael, ¡rompe su cuello!

Mael apretó su mano, mientras las lágrimas empapaban su rostro. Sentía los huesos de Jigen crujiendo bajo sus dedos; ya no le quedaban fuerzas para resistirse.

En ese momento, Mael recordó su primer encuentro con Jigen. Las palabras de aquel Joia se habían quedado grabadas en su corazón, y fueron más poderosas que cualquier hechizo que pudiera existir. Mientras estuvo en la tierra, aquel sentimiento nuevo que se alojó en su corazón lo mantuvo inquieto. Aquel cosquilleo era similar a lo que sentía cuando la magia recorría su cuerpo y se concentraba en las palmas de sus manos. O como cuando corría por el bosque y sentía la tierra húmeda y el crujido de las hojas y las ramitas bajo sus pies. Ese sentimiento desconocido que le calentaba el alma y lo hacía sentirse vivo y completo, solo aparecía cuando Jigen estaba cerca. Cuando escuchaba su voz, o cuando sentía sus manos tibias acariciarle la nuca mientras le trenzaba el pelo. Y en ese momento, sintió que si Jigen moría, su alma también se iría con él. Porque Jigen se había convertido en alguien importante para él; el único que había visto la chispa de luz entre tanta oscuridad, el único que le prometió un verdadero hogar.

—¡Mátalo, Mael!

—¡No!

En ese instante, un lobo blanco apareció detrás de ellos. Su cuerpo emanaba una luz blanca, tan brillante que consiguió encandilarlos.

—Déjalo ya.

Gabriel abrió los ojos de par en par al escuchar la voz de su madre. El lobo caminó hacia él, y con un soplido curó sus heridas. Luego, tomó su forma humana y caminó hasta el kiar, que aún intentaba que Mael le obedeciera.

—¡Tú deberías estar encerrada, Laetitia!

La mujer comenzó a dibujar un símbolo de magia en el aire. Luego, extendió las dos palmas y empujó el símbolo hacia su enemigo. Este cayó de rodillas cuando el sello se grabó en su piel.

—Mael, suéltalo —dijo ella.

El Kiar abrió sus dedos y tomó una gran bocanada de aire cuando el sello se borró de su pecho. El cuerpo de Jigen cayó inerte sobre el pavimento, y de inmediato Gabriel acudió a ayudarlos.

El hombre permaneció de rodillas, con las palmas apoyadas sobre el suelo. El sello actuó como una prisión de magia que le impedía moverse o hacer cualquier hechizo.

—Esto no lo detendrá por mucho tiempo, hay que ir por el libro y activar el portal —dijo la mujer, acercándose a ellos.

—Pero mamá... tú activaste tu magia y la flor todavía sigue marchita.

La mujer se acercó a su hijo y apoyó una mano en su hombro con suavidad.

—Depende de ellos que la flor de Ataria cobre vida. Hijo... ¿sabes cuál es la magia más poderosa que existe en el mundo? —Gabriel negó, mirándola sorprendido—. Se conoce con distintos nombres, y también tiene distintas formas. Nosotros lo llamamos amor. Cuando el amor se une con la lealtad y la bondad, puede hacer que cualquier cosa sea posible, incluso revivir una flor marchita.

—¿Tú dices que Mael y Jigen...?

—Por supuesto que sí. Pero Mael no conoce ese sentimiento, porque en Raanan las cosas son un poquito distintas. Yo supe lo que era el amor cuando conocí a tu padre, y luego, cuando naciste tú. Ve por el libro, hijo, y espéranos en casa. Confía en mí una vez más.

Gabriel asintió y luego de mirar a sus amigos con pesar, salió corriendo en dirección a su casa.

—Jigen... —Mael sostuvo el cuerpo de Jigen entre sus brazos—. No puedes morir ahora, todavía tenemos mucho por hacer... —el dolor y la angustia cargaba cada una de sus palabras—. Lo siento, nunca quise hacerte daño...

El Joia estiró su mano para recoger un mechón de cabello detrás de su oreja. La lágrimas de Mael mojaron sus mejillas.

—Tenías razón... —dijo en un susurro—, eres mucho más fuerte que yo...

Mael apretó los dientes, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

—No, yo no soy más fuerte que tú. Porque tú no dudaste ni un segundo en dar tu vida por mí y por nuestra tierra. Porque confiaste en mí a pesar de que yo nunca te di motivos para hacerlo, eres más valiente que yo por muchas cosas. Ahora mismo... tengo muchísimo miedo. Si tú no estás conmigo no sé cómo podré rescatar Raanan yo solo, porque desde que éramos pequeños, tú siempre has sido mi guía. Yo no entiendo lo que me sucede, lo único que sé, es que quiero estar contigo para siempre, y que sigas guiándome. Ya no me importa si mi padre me odia, o si no me aceptan en la manada otra vez, con que estés tú... para mí es más que suficiente.

En ese instante, ambos vieron un resplandor que provenía del pecho de Laetitia. La mujer buscó el relicario, y al abrirlo, la pequeña flor de Ataria lucía llena de vida. Se acercó a donde estaban y se inclinó hasta quedar a su altura. Luego se quitó el relicario y lo colocó alrededor del cuello de Mael.

—¡Lo hiciste, Mael! —exclamó entusiasmada.

El chico parpadeó, sorprendido. Miró el relicario brillando en su pecho, y luego a Laetitia, intentando encontrar alguna respuesta.

—¿Qué fue lo que hice?

—Luego te lo explico mejor, es algo realmente muy complicado. —Estiró su mano, y de la misma forma que curó a Gabriel, lo hizo con Jigen—. Ahora tenemos que ir a buscar el libro. Me muero por regresar a Raanan, ¡lo extraño tanto!

Mael se puso de pie y ayudó a Jigen, aún confundido. Las marcas en su cuello todavía no desaparecían completamente, y aún se sentía débil, pero ya no quedaba rastro de dolor en su cuerpo. La magia de Laetitia todavía no había recuperado su fuerza por completo, pero seguía siendo efectiva.

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