MACHOS ALFA

By Animalito-de-la-luz

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Todos los derechos reservados. Obra registrada legalmente. Prohibida su copia total o parcial. © Cecilia Vlin... More

INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1 "CARA DE ÁNGEL, MENTALIDAD DE DEMONIO"
CAPÍTULO 2 "BOFETADAS, GOLPES Y MENTIRAS"
CAPÍTULO 3 "PERFUME DE MADERA Y MENTA"
CAPÍTULO 4 "LOS BORRACHOS SIEMPRE DICEN LA VERDAD"
CAPÍTULO 5 "ARDIENDO POR DEBAJO DE LA PIEL"
CAPÍTULO 6 "UN NUEVO COMPAÑERO"
CAPÍTULO 7 "AMENAZAS Y PROMESAS"
CAPÍTULO 8 "UN GIRO INESPERADO EN LA DIRECCIÓN CORRECTA"
CAPÍTULO 9 "RENDIDO"
CAPÍTULO ESPECIAL "BESOS DE HUMO"
CAPÍTULO 10 "CAYENDO SIN RED"
CAPÍTULO 11 "INCLUSO SI LOS CIELOS SE HACEN ÁSPEROS"
CAPÍTULO 12 "ENTREGARSE PARA SER LIBRE"
CAPÍTULO 13 "GUARDEMOS ESTE AMOR EN UNA FOTOGRAFÍA"
CAPÍTULO ESPECIAL "COMO UNA VELA EN UNA TORMENTA"
CAPÍTULO 14 "COMO ESTAR EN CASA"
CAPÍTULO 15 "LOCO, LLENO DE TI, ENAMORADO"
CAPÍTULO 16 "EL PASADO SIEMPRE NOS ALCANZA"
CAPÍTULO FINAL "UN LUGAR QUE SOLO NOSOTROS CONOCEMOS"

EPÍLOGO "FESTIVAL DE PRIMAVERA"

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By Animalito-de-la-luz

Gabriel no sabía cómo había terminado metiéndose en aquel embrollo y estaba muy seguro de que todavía podía ponerse peor. Se revolvió el cabello y lo jaló un poco con evidente angustia. ¿Por qué había dicho que él se encargaría de ese asunto? ¡Muy fácil! Porque era tonto, ni más ni menos que por eso.

Eran las cinco de la tarde y la cafetería la cerraban a las ocho, así que aún quedaban poco más de un par de horas de trabajo. A final de cuentas, daba igual, incluso si se escapara de sus obligaciones para ir a recorrer las tiendas del centro, claramente no iba a encontrar ni un solo local abierto. ¡Era domingo! Era un maldito domingo por la tarde y a él se le había olvidado por completo.

Escuchó la puerta de la cocina abrirse y una muy sonriente Sofía apareció frente a él. ¿Esa mujer tenía que estar siempre feliz? ¿Por qué estaba feliz cuando él estaba tan angustiado? Sofía lo miró frunciendo el ceño, por algo era su mejor amiga, lo conocía como a la palma de su mano.

—¡Olvidaste comprarlo! —exclamó con tono de reproche. Gabriel ni siquiera había necesitado hablar. Con solo ver su cara, ella supo que lo había olvidado por completo.

—¿Qué voy a hacer Sofía? Carlos me va a matar.

—Oh, claro que lo hará. Me consta que te lo estuvo repitiendo toda la semana. ¡Por dios, Gabriel! ¿Cómo pudiste olvidarlo? —Gabriel miró a su amiga de mala gana, no estaba ayudando mucho a calmar su preocupación. Tendría que ser comprensiva, ayudarlo de alguna manera, pero no, ahí estaba ella reclamándole por su descuido.

—¿Dónde mierda voy a conseguir un jodido disfraz a esta hora? ¡Y es domingo! ¡Domingo, maldita sea!

Definitivamente de aquello no lo salvaba nadie.

Luego de que Carlos y Gabriel se hubiesen reconciliado, después de haber pasado cinco años separados, las cosas no habían podido ir mejor. Parecía como si esos cinco años les hubiesen servido para madurar de cierta manera. Para ser capaces de hacer a un lado el egoísmo y para entregarse al otro de forma plena.

Cinco años no habían hecho una diferencia en el amor que se tenían... o quizá sí. Haber estado lejos por tanto tiempo, había hecho que se dieran cuenta, cuan importantes eran el uno para el otro. Cuanto se necesitaban y cuanto deseaban no volverse a separar jamás.

Ahora ellos estaban juntos y felices, unidos por ese lazo invisible que los hacía amarse cada día más. Unidos también por la ley desde hacía ya tres años.

Gabriel y Carlos se habían casado en una sencilla ceremonia, tan solo un año después de su reconciliación, porque, ¿cuál era la necesidad de esperar, si sabían que lo que más deseaban era pasar su vida juntos?

La ceremonia había sido hermosa y emotiva, con un Gabriel lleno de nostalgia y de recuerdos, lleno de sentimentalismo y mucho amor. En algún momento había imaginado que se casaría. En algún momento se había imaginado uniendo su vida con una persona a la que de verdad amaría. Jamás imaginó, sin embargo, que cuando llegara ese día, no se encontraría frente a él, una hermosa chica, sino el más maravilloso hombre que hubiese tenido la fortuna de conocer. El sentimiento era abrumador de todas formas, a pesar de los años que ya tenía de estar cerca de Carlos, a pesar de ser pareja de un hombre desde hacía tanto tiempo, parecía que jamás llegaría a acostumbrarse. Pero ya no era un sentimiento malo. No era algo que lo llenara de temor. Cada día con Carlos era como una aventura diferente. Estar con él le daba una sensación tan cálida, tan tranquila, tan correcta, tan protectora, que la felicidad que sentía iba mucho más allá de todo.

Habían tenido problemas, por supuesto. Las personalidades de ambos eran tan dominantes, que se encontraban a menudo en medio de peleas en las que ninguno quería perder, en las que ambos querían tener la razón. Se habían separado de nuevo en una ocasión en la que ambos quisieron mandar todo a la mierda, solo para volver a verse una semana después y darse cuenta de que algo los hacía siempre regresar.

Se amaban.

—Quiero un hijo —había susurrado Gabriel mientras abrazaba a Carlos por la espalda y lo presionaba contra su pecho. Ambos se encontraban acostados en la cama, en su habitación, en aquella casa que ahora compartían, desde que se habían casado hacía apenas ocho meses. Carlos se removió de forma perezosa. Estaba a punto de entrar en un profundo sueño y apenas había alcanzado a escuchar el murmullo de la voz de Gabriel.

—¿Qué dijiste? —respondió con la voz adormilada. Las caricias en su espalda no estaban ayudando a que recuperara la conciencia.

—Dije que quiero un hijo. —Gabriel repitió fuerte y claro casi en su oreja y hubiese querido escucharse menos efusivo, pero no pudo. Así como Carlos no pudo tampoco controlar su reacción, aunque lo hubiese intentado. Levantó la cabeza tan inesperadamente, que terminó impactándola en la nariz de Gabriel. Se giró de inmediato al escuchar el grito ahogado de su esposo y lo distinguió en medio de la oscuridad, cubriéndose la cara con las manos, en medio de un gemido de dolor.

—¡¿Estás hablando en serio?! —Carlos casi le había gritado a Gabriel en la cara. Gabriel seguía quejándose por el golpe que acababa de recibir en el rostro.

—Estoy sangrando Carlos —se quejó Gabriel, con la voz amortiguada por las manos en su cara.

—Te hice una pregunta, Gabriel. —Carlos no parecía estar muy preocupado.

—¡Me sangra la nariz!

—¡Vamos a ser padres!

Probablemente aquella no había sido una forma seria de decidir acerca de su futuro como padres; como una familia. Ni siquiera lo habían hablado con calma. ¿Para qué? Era algo que ambos querían, incluso sin haberlo mencionado antes. Solo había hecho falta que ambos vieran a la pequeña Evangelina, hija de Santiago y de Lino, para que se dieran cuenta de que querían esa clase de felicidad también.

Ahora, a tres años de su matrimonio, no solamente tenían a Liliana de cuatro años, también había llegado a sus vidas Matías, de tan solo dos. Y aquella casa silenciosa y en calma, se había convertido en un hogar bullicioso, lleno de gritos y risas infantiles. Lleno de pequeñas pisadas resonando por toda la casa, purpurina en los sillones y crayón en las paredes.

Eran felices.

Todo marchaba de maravilla, a excepción de los momentos en los que Gabriel hacía alarde, sin querer, de su naturaleza despistada y olvidadiza. Cuando no olvidaba recoger a Liliana del jardín de niños, olvidaba que Matías se volvía un torbellino si le daban cosas azucaradas después de las seis de la tarde. Ambos padres se veían con frecuencia corriendo detrás de sus dos pequeños hijos, intentando hacerlos ir a la bañera o tratando de ponerles los pijamas. No era sencillo ser padres. No era sencillo saber que tenían una responsabilidad así de grade, pero era una nueva etapa que estaban disfrutando a más no poder.

Haber olvidado que su pequeña Liliana participaría en su primer festival de primavera y que él debía comprar el disfraz de flor, no estaba siendo nada divertido para Gabriel. ¿Cuándo se había convertido él en el padre irresponsable y Carlos en el responsable? No lo sabía. Lo que sí sabía era que se le venía encima un muy merecido regaño. Ya podía imaginarse a su Carlos bufando de molestia.

La puerta de aquella cocina se abrió nuevamente y Carlos apareció con Matías dormido en sus brazos y con Liliana colgando de una de sus piernas. Se veía cansado, pero la sonrisa en su rostro era casi imborrable. Casi. Miró a Gabriel arqueando una ceja y este le sonrió con nerviosismo. No hizo falta nada más que eso.

—¡Olvidaste comprar el disfraz! —El grito de Carlos resonó quizá hasta afuera de aquella cocina. No había sido una pregunta, claro que no, había sido una afirmación con todas sus letras. ¿Cómo podía haber olvidado algo tan importante para su pequeña Lili? La niña solo hablaba de eso desde hacía un par de semanas. Era el primer festival de primavera en el que participaría. Su pequeña tendría que ir vestida de la más hermosa y delicada flor encima del mas colorido carro alegórico. ¡No podía haberlo olvidado!

—Lo siento. —¡Oh, claro que lo había olvidado!

—¿No tengo disfraz de flor? —La pequeña Liliana empezó a hacer pucheros, mientras apretaba con sus manitas la tela del pantalón de Carlos. En segundos, aquella cocina se había convertido en un concierto de llantos infantiles. Liliana lloraba desconsolada y Matías, quien se había mantenido en el mundo de los sueños, despertó solo para encontrarse a su hermanita mayor, llorando y sin saber la razón, simplemente había decidido ser solidario y llorar también.

—Yo lo voy a arreglar, Carlos. Prometo que lo arreglaré.

✬✬✬✬✬

Sofía se había quedado a cargo de la cafetería, mientras Gabriel y Carlos habían llevado a sus dos pequeños a casa de Lino y Santiago. Era prácticamente imposible, pero estaban deseando encontrar alguna tienda que hubiese decidido cerrar tarde ese domingo. Así que con sus hijos al cuidado de sus dos mejores amigos, Carlos y Gabriel tomaron el coche y se dispusieron a recorrer todo el centro de la ciudad, de ser necesario.

Eran las siete con treinta de la noche y las esperanzas de ambos se habían esfumado. Habían recorrido todas las tiendas que se les atravesaban en el camino y las pocas que encontraron abiertas, no tenían lo que ellos necesitaban. Gabriel casi se arrancaba el cabello a jalones de pura frustración. Quizá para alguien más, aquello sería cualquier cosa. No para ellos. Siempre habían deseado ser los mejores padres, poder darles a sus hijos, una vida llena de experiencias y memorias imborrables. Sentían que aquello era uno de sus primeros fracasos, sobre todo porque sabían lo ilusionada que estaba la pequeña Liliana por participar en aquel festival.

Llegaron a casa de Lino y Santiago con el ánimo por los suelos. Carlos había decidido no quejarse más. Reprocharle su descuido a Gabriel, no iba a resolver nada en ese momento.

Hacerle la ley del hielo le iba a doler más.

Lino se encontraba preparando la cena, mientras Santiago intentaba animar a Carlos. Los niños estaban en la habitación de Evangelina viendo Toy Story por milésima ocasión y Gabriel se había escabullido lejos de la atención de los demás, para poder hacer una llamada.

Las cosas no se iban a quedar de esa manera. Su hija iba a ir a ese jodido festival e iba a ser la más adorable flor que alguien hubiese visto en su vida.

—Vale, te espero aquí... sí, sí, trae todo lo que tengas...

—¿Con quién estás hablando?

Gabriel estuvo a punto de saltar en su lugar al escuchar la voz de Carlos a sus espaldas. ¿Por qué era tan sigiloso siempre? Lo hacía a propósito, seguramente para asustarlo. Se giró encontrándose con la mirada acusadora de su muy adorable esposo molesto.

—Con Sofía. Ella viene para acá.

✬✬✬✬✬

Ahí se encontraban los cinco adultos de aquella casa, mirando la enorme pila de cosas que Sofía había hecho el favor de llevar, sin tener idea de por dónde debían empezar. Telas de todos colores, encajes, hilos, moldes de figuras raras, incluso una pequeña máquina de coser. En ese momento estaba siendo muy útil la manía que tenía Sofía de modificar su ropa de forma extraña. Gabriel siempre la había molestado por su alocada forma de vestir. Ahora realmente lo agradecía.

—¿Y qué se supone que vamos a hacer con todo esto? —Lino tomó un pedazo de tela verde en sus manos. Miró a Gabriel esperando explicaciones.

—Voy a hacerle un traje de flor a mi hija y ustedes van a ayudarme —dijo con completa convicción. No había forma de que su hija se perdiera aquel festival.

✬✬✬✬✬

Eran casi las diez de la noche y Sofía, Santiago y Gabriel, median, cortaban y cosían telas coloridas, encima de la mesa del comedor. Carlos correteaba a Matías, quien a su vez correteaba al pequeño gato de Evangelina y Lino... Lino hacía como que ayudaba dando sus opiniones, mientras dormitaba, tumbado en el sofá del salón. De hecho, estaba a punto de quedarse realmente dormido, hasta que el gato de su hija, con el cual mantenía una relación de amor y odio bastante compleja, pasó corriendo por encima de su rostro.

—¡Gato hijo de puta! Me ha rasguñado la cara —gritó dando un salto en el sofá. Nadie le hizo demasiado caso, había mucho que hacer todavía. Hasta que...

—¡Hijo puta! —La vocecita estruendosa e infantil de Matías se dejó escuchar en toda la casa. Todos frenaron en lo que estaban haciendo. Carlos se paró de golpe en su lugar.

—¡¡¿Mi hijo de dos años acaba de decir hijo de puta?!! —Todas las miradas se dirigieron a Lino. El hombre se encogió de hombros, haciéndose el desentendido. Habían pasado los años y Lino no había podido controlar nunca su mal carácter, ni su uso excesivo de palabrotas enfrente de los niños y trataba de evitarlo, de verdad trataba. Pero se le complicaba en ocasiones. —¡Cabezón idio...!

Lino hizo una seña con la mano, haciéndolo frenar sus palabras.

—Carlos —pronunció solemnemente—, controla tu vocabulario. No puedes decir groserías en esta casa.

Recibió un par de cojines estrellándose en su rostro como respuesta.

Aquella definitivamente no iba a ser una noche normal.

Luego de mucho trabajo y unos cuantos pinchazos con la aguja, Santiago, Gabriel y Sofía, miraban con orgullo su creación. No era como si quisieran alabarse a sí mismos, pero realmente habían hecho un excelente trabajo en equipo. Incluso si las ideas habían sido principalmente de Sofía, los tres habían contribuido a que Liliana tuviera el más hermoso traje de flor hecho en casa. Gabriel no podía sentirse más complacido.

✬✬✬✬✬

La mañana del esperado festival llegó con una casa ruidosa, niños soñolientos y dos padres que habían decidido ponerle un poco de emoción a la situación, quedándose dormidos. Tenían el tiempo justo para arreglar a sus dos hijos y llegar a la hora señalada al jardín de niños de Liliana, donde daría inicio el festival y posterior desfile.

La casa era un completo caos. Carlos luchaba con Matías, quien no se estaba quieto mientras él intentaba peinarle los rebeldes cabellos y Gabriel daba los últimos ajustes al disfraz de Lili. Se sentía realmente orgulloso de que aquello hubiese sido hecho con sus propias manos. En la cocina, la calentadora de agua chillaba de forma escandalosa y afuera el perro del vecino ladraba descontrolado.

Aquella iba a ser una mañana movida.

En determinado momento, la mirada de Gabriel se posó en Carlos. Su esposo seguía con el ceño fruncido, batallando para alistar a Matías, sin percatarse de que esos ojos oscuros y amorosos, estaban sobre él. ¿Cómo era que sus vidas habían cambiado tanto? ¿Cómo habían terminado de aquella manera? Gabriel recordaba como si hubiese sucedido tan solo días atrás, el primer momento en el que había visto a Carlos en aquella oficina del director del instituto deportivo. Recordaba ese primer día. Sus propias palabras soberbias, recordaba la actitud irreverente de aquel chico que ahora era el hombre con quien compartía su vida. Tenían hijos. Ellos tenían hijos. Gabriel apenas podía creerlo. Había dos hermosos niños que habían llegado a alegrarles la vida.

Definitivamente Carlos no era nada de lo que él hubiese esperado para su vida, para su futuro, pero no podía estar más agradecido de lo que estaba.

La mirada de Carlos se encontró por fin con la suya y Gabriel le dedicó la más cariñosa sonrisa.

—¿Qué pasa? —preguntó Carlos con una media sonrisa, intentando descifrar la expresión de Gabriel.

—Te amo —respondió. No había nada más que pudiera decirle en ese momento.

El desfile y el festival estaban siendo hermosos para un par de padres primerizos que se emocionaban con todo. Carlos había saturado la memoria de su celular con tantas fotografías que le había sacado a su pequeña flor. Gabriel por su parte, se encargaba de contener a Matías, quien estaba a muy poco de lanzarse encima de cualquier niño con disfraz colorido que le llamara la atención.

Definitivamente el pequeño se encontraba en los terribles dos años de edad. A veces parecía que no había alguien que lo controlara, pero cuando Gabriel lo tomaba en sus brazos y acariciaba cariñosamente su espalda, no pasaba mucho tiempo hasta que el niño se encontraba completamente tranquilo, con su carita recargada en el hombro de su padre.

—No me puedes negar que nuestra Lili no es la más hermosa flor que has visto en tu vida. Es que me la comía a besos en este momento —comentó Gabriel con entusiasmo y el pecho colmado de orgullo—. Ya puedo poner mi negocio de disfraces infantiles.

—No lo niego, pero no hiciste el trabajo tú solo, ¿eh? Deja de quitarle crédito a nuestros amigos. —Carlos tomó un par de fotos más, antes de voltear a mirar a Gabriel. Su atención se quedó en el pequeño que descansaba en sus brazos—. Por cierto, ¿Me puedes explicar por qué nuestro Maty terminó siendo una naranja?

Gabriel solo sonrió mirando también a su hijo. El pequeño estaba vestido con un adorable disfraz de naranja que le cubría hasta la cabeza. Lo tenía desde hacía tiempo, pero nunca lo había usado. Gabriel pensó que aquella era la ocasión ideal. Aunque él niño no fuera a participar en el festival, no podía hacer menos a su pequeño. ¡Claro que no! Si Liliana era una flor, Matías sería una naranja.

—Fue solo para que no se pusiera celoso, ya sabes cómo son los niños. Viendo tantos disfraces a su alrededor, seguramente iba a querer uno también —se excusó por su ocurrencia. Carlos no pudo más que reír y voltear nuevamente su vista al frente. Todavía había muchas fotos que quería tomar.

✬✬✬✬✬

Aquel día tan agobiante había llegado a su fin. Incluso se habían tomado el lujo de no abrir la cafetería ese día; avisando con tiempo, por supuesto. Habían tenido una comida muy ruidosa en casa de Lino y Santiago y habían tomado un montón de fotos más, a los tres pequeños. Liliana con su traje de flor, Evangelina vestida de fresa y Matías con su disfraz de naranja. Carlos haría un álbum con todas aquellas fotos.

Pero por fin estaban en casa, con los pies adoloridos, los niños medio dormidos y con la laboriosa tarea de darles un baño y prepararlos para dormir.

—Que se duerman sucios —sugirió Gabriel—. Un poco de mugre no le hace daño a nadie. —La mirada de descontento de Carlos le dio a entender que no estaba para nada de acuerdo con su idea. Negó con la cabeza, sonriendo—. O mejor les damos un baño como todos los días —concluyó.

¿Desde cuándo hacía todo lo que Carlos quería? Probablemente desde que se había dado cuenta de que lo amaba más de lo que hubiese podido imaginar y de que ese hombre podía hacer con él lo que le diera la gana, con tan solo sonreír.

—Espera —Gabriel estaba a punto de quitarle a los pequeños los disfraces, cuando escuchó la voz de Carlos. Lo vio acercarse con aquel objeto tan conocido en la mano.

¿Esa cosa vieja todavía servía?

—¿De verdad esa antigüedad aún funciona? —Carlos lo miró de mala gana.

—No insultes a la cámara de mi abuelo. Nos ha regalado muchos buenos recuerdos. —A Gabriel no le quedó más que asentir reconociendo la verdad. Tenían un álbum con todas las fotografías que habían sacado con esa cámara—. ¿Qué dices de una foto más?

—Me parece perfecto, compañero.

Matías ya se encontraba dormido en los brazos de Gabriel y la pequeña Liliana estaba con los ojos medio cerrados. Se acomodaron los cuatro en el sofá del salón. Carlos con Lili en sus piernas y Gabriel sosteniendo a su adorable naranja, que por más intentos que hicieron para que despertara, se negó rotundamente. Matías no quería saber de fotografías. Carlos pasó uno de sus brazos por la cintura de Gabriel, ambos miraron a la cámara intentando poner su mejor sonrisa.

La fotografía tomada cayó en las piernas de Gabriel. No solo era una fotografía, era un nuevo recuerdo, una nueva etapa de sus vidas, una de las mejores y más plenas. Una fotografía más que acompañaría a aquella donde Gabriel había sorprendido a Carlos, pidiéndole que fuera su novio. Que acompañaría también a aquella que había sido tomada segundos antes de su oficial reconciliación; de su segunda oportunidad.

Ambos habían demostrado que a veces del caos, también podía surgir algo hermoso.

Ya no eran solo ellos dos... Ahora eran una familia.

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