MACHOS ALFA

Por Animalito-de-la-luz

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Todos los derechos reservados. Obra registrada legalmente. Prohibida su copia total o parcial. © Cecilia Vlin... Más

INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1 "CARA DE ÁNGEL, MENTALIDAD DE DEMONIO"
CAPÍTULO 2 "BOFETADAS, GOLPES Y MENTIRAS"
CAPÍTULO 3 "PERFUME DE MADERA Y MENTA"
CAPÍTULO 4 "LOS BORRACHOS SIEMPRE DICEN LA VERDAD"
CAPÍTULO 5 "ARDIENDO POR DEBAJO DE LA PIEL"
CAPÍTULO 6 "UN NUEVO COMPAÑERO"
CAPÍTULO 7 "AMENAZAS Y PROMESAS"
CAPÍTULO 8 "UN GIRO INESPERADO EN LA DIRECCIÓN CORRECTA"
CAPÍTULO 9 "RENDIDO"
CAPÍTULO ESPECIAL "BESOS DE HUMO"
CAPÍTULO 10 "CAYENDO SIN RED"
CAPÍTULO 11 "INCLUSO SI LOS CIELOS SE HACEN ÁSPEROS"
CAPÍTULO 13 "GUARDEMOS ESTE AMOR EN UNA FOTOGRAFÍA"
CAPÍTULO ESPECIAL "COMO UNA VELA EN UNA TORMENTA"
CAPÍTULO 14 "COMO ESTAR EN CASA"
CAPÍTULO 15 "LOCO, LLENO DE TI, ENAMORADO"
CAPÍTULO 16 "EL PASADO SIEMPRE NOS ALCANZA"
CAPÍTULO FINAL "UN LUGAR QUE SOLO NOSOTROS CONOCEMOS"
EPÍLOGO "FESTIVAL DE PRIMAVERA"

CAPÍTULO 12 "ENTREGARSE PARA SER LIBRE"

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Por Animalito-de-la-luz

La noche estaba pasando más lenta de lo que cualquiera de los dos hubiese imaginado. Cada uno estaba tumbado a un lado de aquella enorme y chirriante cama, con expresión inquieta y sin tener realmente intenciones de moverse. Cada movimiento provocaba un nuevo rechinido y con eso, una nueva carcajada que ambos intentaban retener tapando sus bocas con la mano. Aquello era... fantástico.

Parecían haber regresado a la niñez, con esa inocencia de reír por cualquier cosa y sentir en todo instante, que tus padres llegarán a reprenderte por tu mal comportamiento a las tres de la mañana. No hubieran imaginado que en algún momento se encontrarían en una situación como esa. Nunca. Ni en un millón de años. Habían pasado de la intensidad del sexo y de ser adultos, a la ansiedad inocente y bonita de ser adolescentes, de sentir esas cursis mariposas revoloteando en sus estómagos.

Se acercaron poco a poco, en medio de risas ahogadas y un par de maldiciones por parte de Carlos, hacia aquella cama ruidosa. Por fin quedaron de frente el uno del otro. La enorme ventana de aquella habitación, dejaba entrar un poco de la brisa fresca de madrugada, que topaba en sus rostros, además de los luminosos rayos de luna. Cada uno podía percibir las facciones de la cara de su acompañante entre sombras. El momento era mágico, era cursi y diferente a cualquier cosa que hubiesen vivido antes. Era una sensación completamente desconocida, pero a su vez absolutamente placentera.

—¿No tienes sueño? —Por fin fue Carlos quien se atrevió a hablar. A romper aquel armonioso silencio, con la voz bajita, esperando que solo Gabriel pudiera escucharlo.

—Sí tengo. Solo un poco, ¿y tú? —Hubo un largo silencio antes de que Carlos nuevamente respondiera... aunque no lo que le habían preguntado.

—Lo lamento... es decir... por haberte traído aquí, por hacer que te aburras en un pueblo sin gracia y por obligarte a dormir en esta incomoda cama. De verdad yo entendería si prefieres irte. Te podría dar dinero para el tren si decides irte maña...

En un rápido movimiento que Carlos ni siquiera advirtió, una de las manos de Gabriel ya estaba posada en su rostro, acunando su mejilla con delicadeza. Sus ojos mirándolo fijamente. Aquello lo hizo callar de golpe.

—¿Tú realmente quieres que me vaya? —La expresión de Carlos cambió inmediatamente al escuchar las palabras de ese chico frente a él, que lo miraba con expresión casi de súplica. Se sintió estúpido. ¿Qué era lo que estaba haciendo? Lo invitaba y luego le ofrecía dinero para que se fuera. Tendría que recibir un premio al más idiota.

—No quiero —respondió con seguridad—, es solo que...

—Nada, Carlos. Deja de decir tonterías, ¿bien? Tú no quieres que me vaya y yo no quiero irme. Estoy cómodo aquí, incluso con la ruidosa cama de tu abuela. —Ambos dejaron escapar risas bajitas, que se perdían en la cercanía de sus cuerpos—. Solo duerme, ¿sí? Tienes mucho que mostrarme mañana.

Gabriel soltó por fin el rostro de Carlos. Quería disfrutar de esas vacaciones y para eso necesitaba dormir. Estaba cansado de las horas de viaje.

Estaba a punto de darse la vuelta y acomodarse para dejarse llevar por el sueño, cuando sintió un fuerte tirón y los labios de Carlos estampándose en los suyos de forma sorpresiva. No había sido un beso intenso o con ganas de llegar a más. Había sido un simple choque de labios, con muchísimo cariño y cierto toque de inocencia.

—Buenas noches, Gabriel. —Carlos no dijo nada más. Fue él quien se dio la vuelta dispuesto a dormir, mientras dejaba a Gabriel intentando reaccionar y con una enorme sonrisa en el rostro.

✬✬✬✬✬

A la mañana siguiente la abuela de Carlos tocó a la puerta con insistencia, para después gritar de forma enérgica que el desayuno estaba listo. Pero no fueron los fuertes golpes ni su voz, lo que despertó a Gabriel. Un fuerte peso estaba encima de su estómago haciéndolo sentir incomodidad. Abrió los ojos y parpadeó varias veces para lograr enfocar, hasta que pudo ver a Carlos roncando plácidamente, durmiendo en la posición más extraña que hubiese visto en la vida.

Una de sus largas piernas estaba encima del estómago de Gabriel, mientras que su torso estaba girado en un ángulo extraño. Uno de sus brazos casi encima de su rostro y el otro colgando por fuera de la cama. ¿Qué persona normal dormía de esa incomoda manera sin sufrir una lesión lumbar? Al menos se podía dar cuenta que el chico era flexible, eso podría ser bastante bien utilizado después. Gabriel sacudió la cabeza inmediatamente intentando despejar su mente. Se reprendió mentalmente por tener esos sucios pensamientos.

Carlos se veía completamente adorable y cómodo, aun en esa extraña posición. Tanto así, que era imposible no aprovechar eso. Se acercó lentamente a su rostro, con cuidado de no mover siquiera la pierna que tenía encima de él. Lo tenía a centímetros de distancia y se debatía entre despertarlo con un beso o...

—¡Despierta! —El fuerte grito casi en la oreja de Carlos, lo hizo saltar en su lugar. Intentó moverse tan rápido como le fue posible. Quiso incorporarse tan de prisa, que terminó enredando las mantas en sus piernas. Acabó cayendo al piso por el borde de la cama.

Gabriel no pudo evitar una fuerte carcajada.

—Mierda. —Carlos se sentó en el piso, todavía algo desorientado por el golpe y porque aún se encontraba medio dormido. Se sobó el hombro y observó las mantas enredadas en sus pies. Tenía el cabello desordenado apuntando en todas direcciones y la camiseta arremangada hasta medio torso. Volteo a ver a Gabriel, quien se encontraba sentado aún en la cama, inclinado hacia adelante, con su mano en el estómago y tosiendo a causa de la risa. Detalle aparte, estaba sin camiseta. ¿En qué momento se la había quitado? Apartó la mirada—. ¡Pero serás hijo de puta!

Ni siquiera se detuvo a pensarlo dos veces, se quitó las enredadas mantas a jalones y se levantó del piso, lanzándose encima de Gabriel, atacándolo con cosquillas y almohadazos. Ni siquiera reparaban en los rechinidos de la cama.

—Guille. Dice mi abuela que vayas a... desayunar.

La chica que los miraba a ambos desde la puerta, se había quedado poco menos que con la boca abierta y sin poder continuar hablando. Un chico desconocido y medio desnudo, se encontraba tumbado encima de su primo Guillermo y estaba haciéndole cosquillas como si se tratara de un juego de niños.

Las carcajadas cesaron y ambos se incorporaron rápidamente en sus lugares. Gabriel había salido de encima de Carlos casi por inercia al escuchar la voz desconocida. Terminó de pie a un lado de la cama, con rostro avergonzado.

—Carlos, Carmen. Me llamo Carlos y ¿no te enseñaron a llamar a la puerta?

Carlos y Carmen nunca habían sido primos muy cercanos. Para él, la chica era odiosa por naturaleza y manipuladora como la mejor. Discutían constantemente y su presencia era de las pocas cosas desagradables de visitar la casa de sus abuelos. Era creída, arrogante y criticona. Definitivamente prefería mantenerse alejado de ella.

—También te llamas Guillermo y puedo decirte como yo quiera. No sabía que estabas tan bien acompañado, por cierto.

Carlos sintió que los músculos se le tensaban. Apretó los puños sin siquiera darse cuenta. Su descarada prima estaba ahí, recorriendo a Gabriel con la mirada.

—Toma. —Gabriel reaccionó cuando sintió que algo se estrellaba casi en su cara. Su camiseta. Carlos se la había aventado de bastante mala gana y lo miraba con una cara de molestia que no podía disimular. Su rostro había cambiado drásticamente y aquel buen humor mientras jugaban como niños, se había transformado en una mueca de fastidio que no le gustaba para nada. Era preferible no tentar a la suerte. Se apresuró a ponerse la camiseta.

—¿No vas a presentarme a tu... amigo? —La sonrisa odiosa de Carmen y el pequeño paso que la chica dio hacia adelante, adentrándose aún más en la habitación, fueron suficientes para que Carlos saltara de la cama como un resorte prácticamente interponiéndose entre su prima y Gabriel.

—Gabriel ella es mi prima Carmen, Carmen él es Gabriel. Ahora si no te importa... ¡Sal de la habitación!

Ni siquiera permitió que su prima se acercara un paso más. ¿Un apretón de manos? No mientras él estuviese presente. Incluso aquello le parecía demasiado contacto físico.

Terminó por sacar a su prima de la habitación, poco menos que a empujones. Cerró la puerta con molestia. Se tumbó de sentón en la cama provocando un agudo rechinido, seguido de una maldición balbuceada en voz baja.

—Parece que tu prima no es de tu agrado, ¿no? —Carlos levantó la mirada para encontrarse con la sonrisa de Gabriel.

—No es una buena persona.

—No me dejaste saludarla.

—¿Querías hacerlo?

—Hombre, pues por educación al menos.

—¡Lo único que me faltaba! —Carlos resopló. Se levantó y fue directo a su maleta. Empezó a sacar cosas de mala gana y las lanzó a la cama.

Gabriel lo miró dar vueltas por la habitación, buscando quién sabe qué cosa que al parecer no encontraba, con el ceño fruncido y balbuceando algo en voz baja.

—¿Te enojaste? —Cuando Carlos se dio cuenta ya tenía a Gabriel plantado justo atrás de él. Le recargó su mentón en el hombro y lo observó de reojo con expresión divertida.

—¡No qué va! Si estoy muy feliz, ¿no me ves? —Giró su cara hacia Gabriel, mostrándole su más fingida sonrisa. Se encontró con la cara de este a pocos centímetros de la suya. Sintió que algo revoloteaba en su estómago.

La verdad era que muy internamente se sentía estúpido de estar actuando como un maldito celoso. Estaba comportándose como un novio psicópata, prácticamente saltando a interponerse, cuando su prima había intentado acercarse a Gabriel y el punto era ese... quizá ellos habían compartido mucho, quizá habían tenido sexo, de hecho, lo habían tenido. Se habían besado en varias ocasiones, habían tenido un montón de encuentros íntimos y, aun así, no podía sentir que Gabriel fuera suyo. No eran novios. Gabriel no era Su novio. Sentía toda aquella extraña relación como algo efímero que podía escaparse de sus manos en cualquier momento y eso lo aterraba. No sabía en qué momento aquella lucha de egos, de supremacía, se le había convertido en algo que no tenía rumbo. Se había convertido en él, luchando como un náufrago que deseaba regresar a su sitio seguro. A su hogar.

Nunca había sentido tanto temor. La sensación de pérdida jamás había estado presente en él. Probablemente nunca había tenido algo que perder. Algo verdaderamente importante.

Se había enamorado.

—Estás celoso. —Escuchar aquello que ni siquiera había sido una pregunta, provocó nuevamente que todo su cuerpo se tesara. Ni siquiera respondió. Salió rápidamente con su ropa en la mano, hacia el baño.

✬✬✬✬✬

Después de darse una ducha, ambos chicos habían salido a tomar el desayuno. Esa mañana, su tía Aurora y Carmen los acompañaban en la mesa y para Carlos, el momento no había podido ser más incómodo. Normalmente convivir con Carmen no era un ideal de felicidad para él, pero en esa ocasión, lo era mucho menos. Solo hacía falta ver las miradas y sonrisitas coquetas que le dedicaba a Gabriel, para que Carlos sintiera que ardía de celos.

—Nos vamos —Carlos dejó su plato a un lado y se puso de pie. Prácticamente le había suplicado a Gabriel con la mirada, para que se levantara con él, o al menos eso era lo que el otro muchacho había entendido. No había terminado ni siquiera con la mitad de su desayuno, pero se había levantado rápidamente, pasando el último bocado que estaba en su boca—. Quiero que Gabriel conozca el pueblo.

—Solo asegúrense de regresar temprano, iremos a casa de tu tía Martha.

—¿Qué cosa? —Carlos se detuvo en su camino al escuchar a su madre. Aquello tenía que ser una broma.

—Las vacaciones son cortas, debemos aprovecharlas.

—Precisamente. ¡Vive a tres horas de aquí!

—¿Y cuál es el problema con eso? Nos quedaremos a dormir en su casa. Tus abuelos también irán. Podrán montar a caballo. Vamos, hijo. Será divertido.

La cara de Carlos se desencajaba al escuchar cada palabra de su madre, intentando convencerlo de lo fantástico que sería visitar a su tía Martha. Su mueca de disgusto hacía evidente las pocas ganas que tenía de viajar tres horas más, en medio de la nada.

—¡Estaremos aquí solo una semana! Hace muchísimo que no estoy aquí. Quiero ver a mis amigos. ¡No quiero ir a ver caballos!

—A mí me gustan los caballos.

Gabriel casi había sido asesinado por Carlos, con una sola mirada. Él solo estaba intentando ser amable. Al parecer no estaba siendo de mucha ayuda. Decidió quedarse callado y adaptarse a cualquier cosa que viniese. Aunque sí le gustaban los caballos.

✬✬✬✬✬

A Carlos le había costado convencer, sobre todo a su madre, de dejarlo quedarse en la casa de sus abuelos. Finalmente, quizá la presencia de Gabriel había ayudado. No podía obligar al pobre muchacho a hacer un viaje más. La feria del pueblo que iniciaba precisamente esa noche, quizá le llamaría más la atención.

Caminar por las calles empedradas de aquel pueblo que lo había visto crecer, le daba a Carlos una extraña sensación de añoranza. Había pasado algunos de sus mejores momentos ahí. Todas las vacaciones eran obligadamente para visitar a los abuelos y los recuerdos de una infancia feliz, llegaban a su mente con el solo hecho de recorrer aquellos caminos.

—No pensé que fuera tan bonito. —La voz de Gabriel lo hizo salir de sus recuerdos. Volteó a su lado para encontrarse con esa profunda mirada llena de curiosidad—. ¿A dónde vamos?

No hizo falta siquiera que Carlos respondiera, el alboroto que se desarrollaba más adelante, hizo que los ojos de ambos se posaran precisamente en ese lugar. La feria estaba dando inicio.

Parecía que todo el pueblo se había congregado en esa enorme plaza. Había locales de comida, artesanías, adornos y música bastante alegre llenaba el ambiente. Gabriel se sentía como en otro mundo. Él había crecido desde siempre en la ciudad, solo había visitado el pueblo de su madre un par de veces y no se había topado con nada remotamente parecido, además de que recordaba muy poco.

Todo era tan colorido y ruidoso que no sabía en dónde debía posar sus ojos primero.

—Cierra la boca o se te va a meter una mosca. —La expresión del Gabriel, tenía a Carlos con una sonrisa tonta en la cara. Al menos parecía que folklor local le había agradado. Sus ojos parecían brillar con la curiosidad de un niño.

—¿Eh? —Gabriel no pudo siquiera contestar, de hecho, no había escuchado lo que Carlos había dicho. Toda su atención la tenía aquel acróbata que hacía malabares con bastones llenos de fuego.

—Esto es solo el inicio. —Carlos se acercó a Gabriel, pegando los labios a su oído, intentando que este lo escuchara en medio de aquel ruidoso ambiente—. Lo mejor viene en la noche.

Un fuerte escalofrío recorrió a Gabriel desde los pies hasta la punta del cabello. No sabía si eran solo figuraciones suyas, pero esas palabras le habían sonado en bastante doble sentido. Claramente se refería a la feria, pero al mirarlo, la sonrisa ladina de Carlos, le lo confirmaba que esas palabras las había dicho con doble intención. Giró hacia él quedando de frente, a escasos centímetros.

No había experimentado una sensación tan extraña nunca antes. Ahí frente a Carlos, tomándolo posesivamente de la cadera, con montones de personas a su alrededor que no prestaban atención de lo que sucedía entre ellos, Gabriel por fin se sintió libre. No sentía ningún tipo de vergüenza de estar compartiendo esa cercanía, ni esas intimas miradas con otro chico en plena mitad de la plaza.

—Pero mira nada más a quién tenemos aquí. —Esa voz que Carlos conocía tan bien, lo hizo separarse de Gabriel maldiciendo por lo bajo. Al menos se podría decir que era uno de los pocos primos que verdaderamente se alegraba de poder ver.

—¡Frank!

De pronto Gabriel se quedó ahí, parado sin saber qué hacer, debatiéndose entre esperar que Carlos lo presentara o hacerlo por sí mismo. Quizá si aquel chico desconocido no hubiese aparecido, él hubiese terminado estampando sus labios en los de Carlos, justo en medio de la plaza.

El abrazo que se habían dado a manera de saludo, parecía estarse prolongando a ojos de Gabriel. ¿Por qué parecían tener tanta confianza? Estaba a punto de hablar cuando por fin, ambos muchachos pusieron toda la atención en él.

—Oh, lo siento. —Carlos dio un paso atrás hacia Gabriel, como indicándole que se acercara. Lo tomó del brazo y lo acercó de un sutil jalón—. Frank, él es Gabriel. Gabriel, él es mi primo Frank.

Primo. Era su primo y Gabriel sintió que por fin podía dejar de apretar los puños. Lo saludó con entusiasmo y en segundos pasó de ser una odiosa persona a ser el chico con la risa más ruidosa y graciosa que hubiese conocido.

La tarde se pasó volando y aquel lugar cada vez se llenó de más personas, luces, colores y sonidos. Había incluso juegos mecánicos montados a las afueras del pueblo, a un costado de la plaza y allá se dirigían en ese preciso momento. Todo en aquella tarde resultaba agradable, hasta el momento en que Carmen, la prima de Carlos, había aparecido de quién sabe dónde.

Solo le había hecho falta mirarla, para que Carlos se pusiera de mal humor. Ni siquiera había estado en capacidad de disimular. A Gabriel por un lado le incomodaba verlo tan amargado, pero por el otro una secreta y absurda satisfacción, lo hacía sonreír como tonto. Él se estaba muriendo de celos.

—Quiero irme —Habló por lo bajo, casi en un susurro. De no ser porque Gabriel lo tenía a centímetros de él, no hubiese entendido lo que acababa de decir. Había parecido más un pensamiento en voz alta que el inicio de una conversación.

—Al menos deja que subamos a la noria. —Le dedicó su mejor sonrisa y al parecer funcionó un poco, sus facciones se suavizaron y la mueca de su rostro desapareció—. Después de esto nos iremos a donde tú quieras.

Aunque aquellas palabras habían sido una clara insinuación, a Carlos no parecían haberle molestado en absoluto. Su sonrisa, sin embargo, había durado muy poco.

Cuando fue el turno de Gabriel de subir a la noria, Carmen había aparecido, lo había tomado del brazo y prácticamente lo había arrastrado hasta uno de los asientos. El muchacho volteó de inmediato, intentando alcanzar o llamar a Carlos, pero el chico se había salido de la fila.

Cuando toda la estructura empezó a moverse, el Gabriel logró ver como Carlos se quedaba de pie abajo y se alejaba poco a poco a medida que ellos subían.

Los escasos minutos que duro aquel paseo, fueron los más largos y agobiantes desde que había llegado a ese pueblo. Carmen no paraba de hablar y sin afán de ser grosero, Gabriel tendría que decir que no estaba interesado en nada de lo que tenía para decir.

Toda su atención estaba en ese chico que miraba hacia arriba con expresión de rabia y la mirada a punto de lanzar fuego.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntó la muchacha. Probablemente Gabriel la hubiese ignorado, a no ser porque su pregunta había ido acompañada de un par de jalones en su brazo, del cual parecía haberse apropiado desde que se habían subido a la noria.

—Es un bonito lugar —respondió de forma escueta.

—Es que has estado muy callado. —Le sonrió coquetamente y si es que era posible, se pegó un poco más a su costado. Gabriel hizo una mueca.

—No me gusta dejar solo a mi novio. Alguien podría robármelo. ¿No has visto lo lindo que es?

La chica que quedó callada por un momento y parpadeó varias veces, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Cuando le llegó la comprensión, lo soltó del brazo y se alejó todo lo que le era posible dentro de aquel diminuto asiento. No volvió a decir una sola cosa más.

Para Gabriel, aquel había sido un triunfo.

Cuando bajaron de la noria, Carmen se había alejado sin siquiera despedirse. Con rostro molesto, había esquivado a las personas a su paso y luego de decirle a Carlos, algo que Gabriel no logró entender, se alejó con sus amigos y no volvieron a verla en toda la noche.

✬✬✬✬✬

Iba a ser la una de la mañana cuando Carlos y Gabriel regresaban caminando por las calles empedradas, hasta la casa de los abuelos. Ninguno de los dos había dicho nada y el silencio entre ellos, era todo menos agradable.

—¿Y ahora por qué estás tan callado?

—¿Qué le dijiste a Carmen? —Carlos se había frenado de golpe ignorando la pregunta de Gabriel y se había plantado frente a él, con los ojos entrecerrados y expresión molesta.

—Le dije que no me interesaba. Eso.

—No tenías que haberle mentido diciendo que eras mi novio. ¿No pensaste en que puede ir por ahí diciéndoselo a todo mundo?

—Pensé que tu familia sabía que...

—Por supuesto que toda mi familia sabe que soy gay. —Hizo una pausa para buscar en su bolsillo y sacó la llave de la casa. Ni siquiera encendió la luz y se encaminó rápidamente por el pasillo—. Simplemente no quiero que se imaginen cosas. Que crean en algo que no es y que nunca será.

—¿Qué nunca será? —Gabriel preguntó.

Por tercera vez, Carlos frenó su caminar y lo encaró. Ni siquiera él sabía por qué de pronto se sentía tan molesto. Quizá Carmen lo había hecho ver muchas cosas. Nunca había sido un muchacho celoso, nunca había tenido que serlo. Para él, los celos eran signo de inseguridad. Inseguridad era algo que sentía cuando estaba con Gabriel. El chico no era suyo y ni siquiera se refería a una tonta pertenencia o al hecho de ser posesivo. No podía llamarlo su novio. No lo era y eso hacía que pudiera esfumarse de sus manos en cualquier momento.

—Exactamente. Nunca. ¿O me vas a decir que tu curiosidad se volvió algo permanente? Has entrado al lado oscuro, al lado equivocado de la acera, ¿y piensas quedarte?

La apariencia infantil e inocente que Carlos había mostrado los últimos días, había desaparecido. Mostraba de nuevo esa actitud irreverente y altanera con la que Gabriel lo había conocido y no sabía si era muy masoquista de su parte, pero esa actitud dominante lo volvía un poquito loco. De una buena forma.

No sabía en qué momento se había acercado tanto a él, hasta que sintió su espalda topar con la pared y el aliento de Carlos muy cerca de su cara.

—¿Y qué pasaría si quiero quedarme?

—Lo que pasa... es que yo no estoy jugando. —Gabriel sintió la calidez de su respiración, muy cerca de su oído. Inmediatamente después, la humedad de su lengua, pasó lentamente por el lóbulo de su oreja—. No quiero ser un rato de diversión para nadie... Si decides quedarte, debes tener algo muy claro, Gabriel. —Puso uno de sus pies entre los de él y le separó las piernas con la rodilla. Sintió su muslo rozándole la entrepierna. La mirada de Carlos, casi quemaba. Caliente y sofocante.

—¿Qué es lo que debo tener claro? —Gabriel luchó para que su voz saliera firme. Claramente no lo logró. Ese chico de apariencia inocente, podía ser realmente intimidante si se lo proponía. Sin darse cuenta, quizá eso había sido algo de lo que más le había gustado de él desde el principio. En ese momento, Gabriel estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que Carlos le pidiera.

—Necesito saber que no vas a irte, que esto no es algo pasajero para ti. Necesito saber que de verdad vas a quedarte... Necesito saber que eres mío.

Nunca hubiese imaginado escucharlo decir aquellas palabras, pero tampoco hubiese imaginado lo bien que se sentía saber que alguien lo deseaba tanto.

"Mío"

Eso era lo que Carlos quería, que fuera solo suyo. Un par de preguntas aparecieron en la mente de Gabriel. ¿Seguir con su vida de siempre... o perder su libertad?

La respuesta fue sencilla. Gabriel nunca había deseado atarse a alguien. Nunca había sentido la necesidad de ser de otra persona y de que esa persona le perteneciera también. No era posesivo y lo que Carlos le estaba pidiendo, no se trataba de ese tipo de pertenencia insana. Él lo sabía.

Aquello lo hacía sentir más libre que nunca.

✬✬✬✬✬

A menos de que alguien lo provocara, Carlos siempre se había considerado una persona calmada. A veces era impulsivo, pero siempre dejando lugar a la razón. Con Gabriel, su razón inevitablemente desaparecía.

Ni siquiera podía creer que acababa de tener ese ataque de sinceridad. No quería compartirlo con nadie, esa era la verdad. No quería que sus besos, aquellos que había tenido la suerte de probar, le pertenecieran a alguien más. El solo hecho de imaginarlo hacía su sangre hervir encolerizada. Pero no eran solamente celos brutos, de esos que siente la gente posesiva y que quiere dominar a su pareja o reducirla hasta acabar con su voluntad. Carlos estaba muerto de miedo.

Se quedó clavado en el piso. Sintiéndose repentinamente perdido y sin saber qué hacer. Toda su seguridad se había esfumado en un segundo y tuvo que dar un paso atrás, alejándose del causante de todos sus desasosiegos. Gabriel lo jaló del brazo, estrellándolo de nuevo en su cuerpo. Lo tomó posesivamente de las caderas, impidiéndole irse.

Y como si fuera capaz de adivinar sus pensamientos, Gabriel dijo algo que lo dejó helado.

—Sería bueno que dejaras de tener tanto miedo —pronunció en un susurro muy cerca de su oreja. Lo acercó un poco más a su cuerpo y aquel agarre posesivo, se transformó en un abrazo cariñoso—. Se supone que soy yo quien debería sentir temor —continuó con el mismo todo íntimo, sin alejarse ni siquiera un poco.

—Yo no tengo miedo.

—Para no tener miedo, pones muchas excusas. Si quieres que me aleje de ti de una vez por todas, solo es necesario que en este momento lo digas y no volveré a molestarte.

Carlos sintió como algo en su pecho se apretaba. Quizá lo estaba diciendo de broma. Quizá Gabriel iba a seguir insistiendo. Pero existía la posibilidad de que realmente deseara rendirse y él no estaba dispuesto a tentar a su suerte. Se encontraba frente a él y parecía querer quedarse. Tenía que dejar de ser cobarde.

Se separó de Gabriel y lo tomó de la mano. Lo llevó a través del pasillo, hasta la habitación que ambos compartían. Cuando entraron, se quedaron por un momento de pie, mirándose a los ojos. Había algo de inocencia en cada movimiento. Como dos adolescentes enamorados, a punto de hacer el amor por primera vez.

Gabriel se sentó en la cama y el primer rechinido del colchón, les sacó una sonrisa amplia a ambos.

—Afortunadamente estamos solos en casa, ¿no? —mencionó con un tono burlón. Se sentó en la orilla de la cama y palmeó a su lado, invitando a Carlos a sentarse con él. El muchacho caminó hasta posicionarse enfrente, pero no se sentó. Gabriel lo miró por un momento y lo tomó por la orilla del pantalón, acercándolo a él. Apoyó la frente en su pecho y con sus brazos rodeó su cintura. Carlos levantó las manos y pasó los dedos por su cabello.

Lo quería, y ya no podía seguir negándolo. Lo quería más de lo que hubiese deseado querer a alguien. Necesitaba tenerlo siempre así. Cerca.

Se separó un poco y lo empujó en la cama, haciendo que se recostara. Le besó el rostro y lo escuchó reír bajito. Colocó las piernas a cada lado de sus caderas y se inclinó de nuevo hacia adelante hasta alcanzar su boca. Gabriel tenía los labios medio abiertos y respiraba de forma agitada. Carlos creyó que iba a decir algo, pero terminó ahogando sus palabras con un beso.

En un movimiento rápido, Gabriel le dio la vuelta. Carlos se vio aprisionado contra el colchón y con ese cuerpo que tanto deseaba, encima de él.

—Yo también quiero que seas solo mío —dijo, mirándolo desde arriba, le acarició la cintura con sus pulgares pasando lentamente por debajo de su camiseta, justo en el borde de su pantalón. Carlos sonrió, porque nunca había deseado estar con alguien, tanto como deseaba estar con Gabriel. Dejó que le elevara un poco la camiseta, dejando expuesta su rosa de los vientos en el área de las costillas y la parte superior del dragón en su bajo abdomen. Gabriel pasó sus dedos de forma delicada delineando el contorno de cada tatuaje—. Sé que ya te lo dije una vez, pero me encantan tus tatuajes.

Carlos sonrió, un poco por el comentario y un poco por las cosquillas que le provocó la boca de Gabriel, dejando besos en sus costillas y en su estómago. Anteriormente habían llegado mucho más lejos que eso y, aun así, aquella caricia se sentía mucho más íntima.

Gabriel estaba muy nervioso. Habían tenido sexo anteriormente, pero por algún motivo lo que estaban haciendo se sentía diferente. No dudaba, estaba seguro de eso. Carlos le gustaba muchísimo, pero si tenía que ser sincero, había momentos en los que por su mente pasaba la idea de... ¿No hubiese sido perfecto que él fuera una chica? Casi tuvo que sacudir la cabeza para borrar esos absurdos pensamientos.

Carlos era un hombre y saberlo no hacía que le gustara menos. Le asustaba incluso más el hecho de darse cuenta, que lo que él le hacía sentir, no lo había sentido antes con ninguna mujer. Creía haber estado enamorado antes. Una vez. Aquella experiencia no era siquiera comparable con la abrumadora sensación que cada día lo arrastraba más y más profundo.

Carlos elevó los brazos para poder quitarse la camiseta y Gabriel se quedó un buen rato solo mirando al hermoso ser que estaba enfrente de él. Quizá la anterior ocasión todo había sido tan rápido, tan intenso, tan pasional, que no había tenido el tiempo de detenerse a admirarlo.

Carlos era realmente hermoso.

Gabriel nunca había estado con un hombre antes. No había un punto de comparación y, aun así, su cuerpo le parecía perfecto, con los huesos de sus clavículas alzándose con elegancia debajo de su piel, con sus hombros anchos y espalda amplia. Con su abdomen plano y brazos y piernas estilizados. Se veía incluso más flacucho estando vestido. Desnudo era algo glorioso. Y él no se sentía menos hombre por desear ese cuerpo.

Sin embargo, la situación se volvió confusa y caótica en su mente, cuando Carlos le dio la vuelta a sus posiciones y se colocó encima de él. Se hizo espacio en medio de sus piernas y Gabriel nunca se había sentido tan vulnerable en toda su vida.

Cuando las caricias se volvieron autoritarias y demandantes, algo dentro de su cabeza hizo click. Supo de inmediato lo que Carlos quería y por algún motivo jamás pasó por su mente, la idea de encontrarse en una situación parecida y la posibilidad lo aterró, porque ya había estado con Carlos íntimamente, pero nunca de esa manera y no sabía si iba a ser capaz de entregarse al nivel que él quería que se entregara.

Su respiración se volvió más agitada a partir de ese momento y sin que pudiera evitarlo, sus piernas empezaron a temblar. Se sentía ridículo por tener tanto miedo y sentirse tan avergonzado, pero era así como se sentía y no podía mentir al respecto.

Carlos le había quitado la camisa y se había mantenido un buen rato repartiendo besos por todo su torso. La sensación era absolutamente placentera, pero su cuerpo y su mente no estaban en sincronía, sin embargo.

—¿Qué sucede? —preguntó Carlos. Se había quedado con las manos en el cierre del pantalón de Gabriel, sin ser capaz de avanzar, porque había sentido la tensión en el cuerpo ajeno y no sabía si estaba haciendo algo mal o simplemente el chico ya se había arrepentido. Se puso de rodillas en medio de sus piernas y vio como Gabriel se llevaba las manos al rostro con frustración—. ¿Ya no quieres hacer esto? —le preguntó mientras ponía la mano derecha en una de sus rodillas. Gabriel se quitó las manos del rostro y lo miró.

—No sé si voy a ser capaz de hacerlo —confesó.

—¿Cómo? —Carlos lo miró confuso y con el corazón latiéndole fuerte contra las costillas—. Lo hicimos antes, por si no lo recuerdas.

—Lo sé, pero yo no...

El entendimiento le llegó como una bofetada.

—No eras tú quien estaba abajo.

Las palabras habían salido casi como un susurro, que hubiese querido que sonara menos lastimoso, pero no había pensado al decirlo. Interiormente sabía que aquello iba a ocurrir, sin embargo, había sido tan iluso al pensar que Gabriel iba a ser capaz de formar una pareja con él. Una real.

Carlos no estaba dispuesto a ser quien se sometiera todo el tiempo... por decirlo de alguna manera. A través de los pocos años en los que había descubierto su sexualidad, también se había dado cuenta de que le gustaba que la cosas fueran para ambos lados. Disfrutaba de ambos roles en una relación sexual y no estaba planeando cambiar eso por una persona que incluso si estaba punto de tener sexo con otro hombre, seguía sintiéndose completamente heterosexual.

—Es que yo...

—Es que nada, Gabriel. Nada.

Había tardado medio segundo en estar de pie, con el rostro enrojecido por la rabia y la vergüenza. Que Gabriel no estuviese dispuesto a entregarse a él de esa manera, no solamente indicaba que no quería ser con él una pareja real. Significaba que Gabriel creía que aquello era humillante, que lo avergonzaba y si eso era lo que pensaba, ¿por qué estaba dispuesto a hacer con él, algo que no querría para sí mismo? ¿Seguía viéndolo como alguien inferior?

—Las cosas no son solo blancas o negras, Carlos. Entiende que no es simplemente que no quiera por...

—No. Tú entiende. Esto estaba bien cuando era el maricón quien se dejaba dar por culo, ¿cierto? ¿Pero para el hombre macho, resulta muy humillante?

Gabriel ni siquiera supo que responder a eso. Porque pensaba que no lo estaba viendo de esa manera, pero realmente era de esa manera en la que lo veía, incluso sin querer. Por algún motivo había asumido que para Carlos tendría que ser algo sencillo. Después de todo era gay y ya lo había hecho antes.

¿Y entonces él qué era?

Casi parecía ridículo que siguiera luchando tanto por demostrarse, quizá solamente a sí mismo, que seguía siendo heterosexual.

No lo era.

Había tenido sexo con un hombre. Le gustaba un hombre... Estaba enamorado de Carlos. Tenía que asumirlo. ¿No acababa de decirle que debía dejar de tener miedo? Él también tenía que dejar de tenerlo.

No estaba dispuesto a perderlo por sus miedos e inseguridades. Incluso si aquello había llegado a cambiar su concepto de las cosas y no era ni de lejos lo que había imaginado para su vida. Era lo que tenía y mucho más que eso, era lo que realmente quería.

Entregarse a un hombre no tendría que hacerlo sentir menos hombre.

Se puso de pie de inmediato y se acercó a él. Sintió como el pecho se le apretaba cuando lo vio dar un par de pasos hacia atrás, alejándose, con miedo y con reproche dibujado en su mirada. Era lógico. ¿Quién querría estar con alguien que no sabía lo que quería? Pero Gabriel sí sabía lo que quería y lo quería a él.

Lo quería cada día. Y no solo deseaba su cuerpo. Deseaba su felicidad y sus sonrisas. Deseaba cada una de sus miradas y sus sueños. Deseaba estar con él y contenerlo. Deseaba alejar cada uno de sus miedos.

Carlos se resistió cuando Gabriel intentó tomarlo de las manos y bajó la mirada, porque estaba temblando y ya no sabía si era de rabia o del miedo que tenía de que aquello hubiese sido todo para ellos. Odiaba pensar que se hubiese enamorado del único hombre que no podría tener.

—Te quiero. —Lo escuchó decir, e incluso si no quería, tuvo que voltear a verlo, porque esperaba otras palabras antes que esas. Y le chocó mucho ver tanta sinceridad en sus ojos, porque parecía que realmente sentía lo que decía que sentía y eso lo hacía llenarse de más confusión—. Lamento haberte hecho sentir así de mal con todas mis inseguridades. No necesito probarle nada a nadie, más que a ti y a mí mismo. Deseo tenerte en todas las formas posibles... y quiero que me tengas también.

El pulgar de Gabriel acarició el dorso de su mano. Recorrió desde la muñeca hasta su brazo y siguió subiendo, hasta que su mano acunó una de sus mejillas. Se sentía tibio a su tacto y furiosamente enrojecido.

—Yo ya no sé lo que quiero.

—Sí lo sabes, Carlos... y yo también lo sé.

—No quiero que hagas algo de lo que te arrepientas después. No quiero pensar que te estoy obligando a hacer algo que no quieres, algo que no vas a disfrutar. Pero las cosas son así para mí. No se trata solo de algo sexual, ¿sabes? Esto va mucho más allá. Significa que me ves como a alguien igual a ti. Que no piensas que soy menos hombre por el hecho de ser gay. Que estás dispuesto a experimentar y a disfrutar de la misma forma en la que lo hago yo, porque no es algo de lo que debas sentirte avergonzado.

—Lo sé...

—¿Y quieres esto de verdad? ¿quieres estar conmigo?

—Con toda mi alma.

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