MACHOS ALFA

By Animalito-de-la-luz

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Todos los derechos reservados. Obra registrada legalmente. Prohibida su copia total o parcial. © Cecilia Vlin... More

INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1 "CARA DE ÁNGEL, MENTALIDAD DE DEMONIO"
CAPÍTULO 2 "BOFETADAS, GOLPES Y MENTIRAS"
CAPÍTULO 3 "PERFUME DE MADERA Y MENTA"
CAPÍTULO 4 "LOS BORRACHOS SIEMPRE DICEN LA VERDAD"
CAPÍTULO 5 "ARDIENDO POR DEBAJO DE LA PIEL"
CAPÍTULO 6 "UN NUEVO COMPAÑERO"
CAPÍTULO 7 "AMENAZAS Y PROMESAS"
CAPÍTULO 8 "UN GIRO INESPERADO EN LA DIRECCIÓN CORRECTA"
CAPÍTULO ESPECIAL "BESOS DE HUMO"
CAPÍTULO 10 "CAYENDO SIN RED"
CAPÍTULO 11 "INCLUSO SI LOS CIELOS SE HACEN ÁSPEROS"
CAPÍTULO 12 "ENTREGARSE PARA SER LIBRE"
CAPÍTULO 13 "GUARDEMOS ESTE AMOR EN UNA FOTOGRAFÍA"
CAPÍTULO ESPECIAL "COMO UNA VELA EN UNA TORMENTA"
CAPÍTULO 14 "COMO ESTAR EN CASA"
CAPÍTULO 15 "LOCO, LLENO DE TI, ENAMORADO"
CAPÍTULO 16 "EL PASADO SIEMPRE NOS ALCANZA"
CAPÍTULO FINAL "UN LUGAR QUE SOLO NOSOTROS CONOCEMOS"
EPÍLOGO "FESTIVAL DE PRIMAVERA"

CAPÍTULO 9 "RENDIDO"

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By Animalito-de-la-luz

Se podían sentir celos por un amigo, una pareja, un novio e incluso por alguien que ni siquiera estaba contigo, pero sentir celos por alguien que además de no estar contigo, ya te había dejado claro que jamás lo estaría, era muchísimo peor. La agonía se volvía insoportable.

Solo una cosa pasaba por la mente de Gabriel. ¿Por qué ese tal Cristian había regresado? ¿Cuáles eran sus intenciones? Ni siquiera René, le había causado tanto desasosiego. La razón era sencilla... Los ojos de Carlos se veían diferentes. El genuino cariño en aquel abrazo, lo decía todo. Y Gabriel sentía que algo inevitablemente se oprimía en su pecho de forma dolorosa.

Las palabras de Santiago seguían haciendo eco en su mente. Lo habían dejado helado. Congelado por completo, como sin voz. No sabía qué decir, porque no tenía nada que decir. A fin de cuentas, Carlos podía estar con quien le diera la gana.

Aún seguía pareciéndole muy ajena la expresión "novio" al referirse a un hombre, pero lo raro no era eso, lo raro era que, si debía imaginarse a alguien con Carlos, aun si esa era la cosa más descabellada que había pasado por su mente, no podía imaginarse a nadie más que no fuera él mismo.

Gabriel envidió a Cristian por un breve instante. Los envidió a ambos. Tan felices y tan libres, mostrándose cariñosos y tan cercanos enfrente de todos, sin sentir vergüenza. ¿Realmente había un motivo para sentir vergüenza? Intentando imaginar ser él en lugar de ese Cristian, sintió miedo. Quizá él no iba a ser capaz de exponerse de esa manera, dejar que todo mundo lo viera queriendo a otro hombre... ¿Queriendo? La sola palabra resonó en su mente y lo hizo sentir escalofríos. Imaginar las miradas, las críticas, el rechazo, hacía que sintiera que la decisión de alejarse de Carlos de una vez por todas, había sido lo mejor. Incluso cuando Santiago lo llamaba cobarde por hacerlo.

—Tengo que irme. —Gabriel tomó de nuevo su mochila de la mesa. Volvió a sentir ese leve tirón que lo hizo voltear hacia Santiago. Lo estaba mirando de una forma cálida y comprensiva—. Por favor, Santiago. No quiero estar aquí. —La voz de Gabriel salió apenas. Bajita y suplicante. Incluso si nadie se estaba enterado de lo que sucedía, más que Santiago y él mismo, se sentía completamente expuesto.

¿Desde cuándo se había convertido en una persona tan insegura?

—Yo insisto en que tienes que hablar con él. —Santiago soltó lentamente la mochila. Miró a Gabriel de forma amable pero firme. Deseaba poder convencerlo. Ni siquiera él mismo sabía por qué se aferraba tanto a la idea de que ellos dos debían estar juntos, pero así lo sentía. Quizá era algo a lo que algunos llaman corazonada—. Solo dile lo que sientes.

Gabriel le dio una leve sonrisa. Agradecía todo lo que, hasta el momento, había hecho por él. Después de todo, Santiago conocía a Carlos prácticamente desde siempre y a él, tenía pocas semanas de haberle hablado por primera vez. Aun así, se había comportado como un verdadero amigo y el hecho de que era la única persona que sabía lo que él sentía, al menos de forma indirecta, ya que abiertamente nunca se lo había dicho, lo hacía sentir más cercano y aún más agradecido de contar con su amistad.

Santiago dejó que se fuera, porque no tenía caso obligarlo a estar en un lugar en el que se sentía tan incómodo. Al verlo irse, fue justo cuando se dio cuenta de que Carlos y Cristian permanecían conversando todavía, a un lado de la salida. Gabriel no iba a poder evitar toparse con ellos prácticamente de frente, al momento de salir.

Esperaba no tener que intervenir en ninguna pelea más.

✬✬✬✬✬

Carlos intentaba conversar de forma tranquila con el que hubiese sido su novio hacía ya un par de años. Las cosas habían terminado de forma cordial entre ellos y estaba realmente feliz de verlo de nuevo, después de tanto tiempo. Sin embargo, no podía poner atención a lo que decía, por más que lo intentaba. El hecho de saber que Gabriel se encontraba tan solo a unos cuantos metros de distancia, lo hacía sentir con el corazón acelerado y la mente inquieta. Se odiaba a sí mismo por no poder disimular un poquito mejor.

—¿Todo bien? —La voz de Cristian lo sobresaltó, sobre todo porque estaba concentrado observando a Gabriel, mientras conversaba de quién sabe qué con Santiago y no estaba poniendo atención a lo que Cristian acababa de decirle. El pobre muchacho tenía rato hablando como un loro y él se había enterado si acaso de la mitad.

—¿Eh? —Carlos se giró inmediatamente y concentró su atención en Cristian—. Lo siento, tengo la mente en quién sabe dónde —se disculpó.

Cristian dejó escapar una ligera sonrisa.

—El niño dice que no sabe dónde está su mente —comentó en tono burlón. Volteó en dirección a donde se encontraba Santiago con ese chico que él no conocía—. Pues a mí me queda bastante claro dónde tienes la mente. —Levantó ambas cejas de forma sugerente. En otra situación, quizá Carlos se hubiera reído—. Dime quién es el nuevo afortunado.

Carlos prácticamente se atragantó con su propia lengua. Aunque habían sido novios, las cosas entre ellos habían terminado tan bien, que podían hablar prácticamente de cualquier cosa, aun así, a Carlos continuaba haciéndosele raro hablar de sus actuales relaciones con un antiguo novio. Aunque Gabriel no calificara como relación.

—Creo que tú no deberías de estarme preguntando estas cosas. —Sentía que la cara le ardía, sobre todo al darse cuenta de que, a la distancia, Gabriel parecía seguir cada uno de sus movimientos con la mirada.

—¿Y desde cuándo hay temas de conversación prohibidos para nosotros? Es el que está con Santiago, ¿cierto? Anda, dime como se llama.

Carlos se había atragantado un poco con un ataque de tos nerviosa. Incluso si no era su culpa, había recibido varias miradas de molestia, por parte de otros estudiantes que sí estaban ahí para estudiar, no para cotillear acerca de nuevos amores.

—¡Cállate! Además, no... no sé cómo se llama. ¿Podemos irnos ya? —A Carlos le estaba resultando difícil disimular su nerviosismo y Cristian no dejaba de atormentarlo con tanta pregunta, y Gabriel acababa de levantarse de su silla. Se giró inmediatamente, sentía que aun a lo lejos Gabriel se daría cuenta de las reacciones que provocaba en él.

—¡No me lo puedo creer! ¿Por fin ha aparecido la persona que logre ponerte nervioso a ti? Porque déjame decirte que conmigo jamás te sonrojaste de esa manera. —Cristian había sido fulminado con la mirada.

—Gracias por recordarme la razón por la que terminé contigo.

—Por si no lo recuerdas, fui yo quien terminó contigo, Carlos. —Sonrió con burla y le dio un ligero codazo.

—Da igual, se supone que ya no tendría motivo para soportarte. Vámonos de aquí.

Carlos lo jaló del brazo y dio la vuelta para salir de la biblioteca. Se estrelló con quien iba pasando justo en ese momento. Cuando volteó a mirar, pensó que ese día la suerte definitivamente no estaba de su parte.

—¡Mierda!

La mochila y las cosas de Gabriel terminaron regadas por el piso gracias al encontronazo. Las miradas de la mayoría de los estudiantes a su alrededor, se centraron en ellos. Un par quejándose por el ruido, otros más pidiendo que guardaran silencio.

—Jóvenes, voy a tener que pedirles que salgan de la biblioteca. —La encargada de la recepción se había acercado a ellos, mirándolos de mala gana. Tenían suerte de no recibir un reporte, pero las reglas eran claras, la biblioteca debía permanecer en silencio casi absoluto y Carlos y Cristian ni siquiera estaban ahí estudiando. Aun así, Carlos parpadeó sin poder creerlo, con las mejillas ruborizadas y maldiciendo en voz baja. Volteó a ver a Cristian, quien estaba conteniendo la risa a duras penas. Gabriel estaba hincado en el suelo, levantando las cosas que se le habían caído.

Terminaron los tres por salir de la biblioteca y fue entonces cuando Cristian por fin pudo estallar en una escandalosa carcajada. Se ganó un golpe en el hombro por parte de Carlos y una mirada poco amable por parte de Gabriel.

—Esto es tuyo. —Carlos extendió la mano hacia Gabriel, entregándole aquel pequeño llavero plateado que había sido el causante de que pelearan por primera vez, cuando acababan de conocerse. Lo había levantado del piso en la biblioteca. "Para el único hombre de mi vida". No pudo evitar sonreír con algo de nostalgia, antes de poner el llavero en la mano de Gabriel, recordando cómo había empezado todo.

Gabriel no dijo absolutamente nada. Tomó el llavero y después de una intensa mirada que se prolongó por más tiempo del que hubiese esperado, se fue de ahí, dejando a Carlos con una sensación amarga.

✬✬✬✬✬

Los días pasaban y las cosas no parecían mejorar para ninguno de los dos. Tanto Gabriel como Carlos estaban sumidos en algo que no entendían y que los mantenía aislados y alejados de todo eso que en algún momento los había hecho sonreír.

Gabriel por su lado se concentraba en sus entrenamientos, en exigirse hasta el límite de sus fuerzas, tal y como lo hacía siempre que algo de carácter sentimental estaba molestándolo. Siempre había sido un chico algo solitario. Anna era la única persona con la que normalmente salía, e incluso a ella tenía semanas de no verla.

A Gabriel se le iban los días en pensar y pensar. En darle vueltas en su cabeza a las mismas cosas. Las mismas preguntas. Los mismos miedos. ¿Qué pasaría si...?

Carlos, quien siempre había sido un chico alegre y de carácter despreocupado, se pasaba los días renegando de todo, con el ceño fruncido y con expresión de amargura. Casi a diario discutía con Lino por cualquier tontería. Y una de las cosas que más le dolía, era que incluso había terminado alejándose de Santiago. Lo último que quería era tener que encontrarse con Gabriel y como ambos chicos últimamente parecían inseparables, era imposible no ver a uno sin tener que ver al otro.

✬✬✬✬✬

—¿Entonces sí vas a ir a la fiesta?

Santiago caminó por la habitación, husmeando aquí y allá, sin poner verdadera atención en nada. Soltó un suspiro y se dejó caer en la cama vacía, frente a la litera en la que, de hecho, Carlos estaba acostado. Tanía una manta cubriendo casi hasta su cabeza y un libro grueso en la mano derecha. No parecía estar muy concentrado en la lectura, a decir verdad.

Después de varios días que habían parecido más de los reales, habían tenido tiempo para compartir un poco, hablar de cualquier cosa. Ponerse al corriente con sus vidas. Aunque Carlos, de hecho, no había hablado mucho.

—No estoy seguro de tener ganas de toparme con tu nuevo mejor amigo —mencionó sin ocultar el tono de reproche. Dejó a un lado el libro y por fin se enderezó de su posición para observar a Santiago tecleando a velocidad vertiginosa en su celular. Tenía una sonrisilla boba en los labios y Carlos se preguntó con quién estaría hablando. Sacudió la cabeza. Se estaba desviando un poco del tema.

—Hasta donde sé, tú también eres mi amigo, ¿cierto? Y es mi cumpleaños, Carlos —aclaró con las mejillas infladas de forma infantil, pero sin apartar la mirada de la pantalla de su celular—. De todas formas, no te preocupes, Gabriel ni siquiera va a ir.

Carlos se quedó en silencio por un buen rato, intentando no poner demasiada atención a la sensación molesta que acababa de aparecer en su estómago. Justo había dicho que no tenía ganas de verlo, pero por alguna razón, saber que no asistiría, le había causado alguna especie de malestar.

Ahora se sentía molesto.

—¿Y se puede saber por qué no irá? Es raro, tomando en cuenta que ustedes últimamente se la pasan pegados como chicle.

Santiago alejó la vista de la pantalla de su celular. Se concentró en Carlos y su pronunciado ceño fruncido.

—¿Y eso te molesta? ¿Que pasemos tiempo juntos?

Carlos resopló y volvió a tomar el grueso libro que había estado leyendo. Volvió a cubrirse con la manta y aparentó que aquel libro de anatomía era lo más interesante que podían ver sus ojos. Santiago soltó una carcajada. Él volvió a bajar el libro.

—¿Qué te causa tanta gracia? —Lo miró de mala gana y Santiago sabía que estaba a muy poco de ser echado de aquella habitación. Seguramente de no muy buena manera.

—Solo dime que sí irás a mi fiesta de cumpleaños y te dejaré en paz, ¿bien?

—¡Joder! Sí. Sí iré. Ahora déjame tranquilo.

Santiago salió de la habitación de Carlos con una sonrisa en el rostro. No sabía si estaba haciendo bien al haberle mentido a Carlos. Gabriel definitivamente sí iba a asistir a su fiesta, le había hecho prometérselo y se iba a encargar de llevarlo arrastrando si era necesario.

Tenía un presentimiento.

No estaba seguro de si era bueno o malo.

✬✬✬✬✬

La fiesta se iba a llevar a cabo en la casa de uno de los primos de Lino. La casa estaba a unas cuantas calles del instituto, así que todos los invitados podrían ir, incluso si no tenían un coche para trasladarse. Santiago era un chico bastante popular, por lo que no era de extrañar que aquel lugar estuviese lleno de personas, moviendo sus cuerpos desordenadamente al ritmo de la ruidosa música. Algunas que incluso ni siquiera conocía. Sin embargo, él pensaba que en una fiesta nadie estaba de más.

Lino y Carlos habían llegado juntos. En algún momento de la noche Santiago se les había escabullido con el pretexto de que tenía algo que hacer. Incluso si estaba mostrándose muy misterioso, no podía decirles que necesitaba regresar al instituto para asegurarse de que Gabriel asistiera a la fiesta. Santiago quería a todos sus amigos con él y en poco tiempo Gabriel se había convertido en parte de ellos.

La cara que había puesto Carlos al ver a Santiago entrar a la casa, con Gabriel siendo jalado del brazo, probablemente era digna de una fotografía, y no una de la que pudiera sentirse orgulloso. Su quijada estuvo a punto de caer al piso. No solo porque el cabrón que tenía como amigo, le había mentido. Gabriel parecía haberse vestido con el único afán de torturarlo. Con esa camisa negra ajustada a medida, Carlos casi creía ser capaz de ver cada músculo de sus brazos y su torso, dibujado debajo de la tela. O quizá había estado estudiando demasiada anatomía.

—Se afeitó —susurró sin siquiera tomar en cuenta que Lino estaba de pie a su lado, mirando de mala gana a los recién llegados.

Gabriel se veía bien con barba, a Carlos le gustaba. Pero sentía que el tipo había rejuvenecido un par de años con el rostro tan limpio y tan liso. Casi estaba deseando poder pasar su mano para comprobar si su piel era tan suave como parecía. Negó para sí mismo y apretó los puños. Se suponía que estaba en proceso de ignorarlo. No tendría razón para estar deseando pasar su lengua por ese cuello.

—¿Podrías dejar de babear? ¡Gracias!

Carlos sacudió la cabeza y volteó a su costado. Lino lo observaba con esa mirada molesta que juzgaba y escudriñaba todos sus movimientos. Parecía enojado, incluso si el que debería estar enojado era él. Se le acababan de quitar las ganas de saltar encima de Gabriel a arrancarle esa camisa.

—¿Y tú podrías dejar de decir estupideces? ¡Gracias!

Intentó disimular la forma en la que su cuerpo se había tensado al ser descubierto mirando al otro chico de esa manera deseosa. La ansiedad, sin embargo, regresó, cuando se dio cuenta de que, luego de saludar a algunas personas, Santiago y Gabriel se encaminaron hacia ellos.

El hueco que sentía en el estómago era casi doloroso. El golpeteo de su corazón, le parecía casi más estridente que el sonido de la música. Su voz parecía haberse escapado a quién sabe dónde. Sus manos temblaban, sus piernas también y en definitiva él no debería estar experimentando esa cantidad de sensaciones solo por la cercanía de un chico al que se suponía que ya estaba dejando en el olvido. Eso no había pasado antes. Jamás.

Estaba a punto de salir corriendo de ahí, cuando escuchó la voz de Santiago resonando por encima de la multitud. Cerró un segundo los ojos, lamentándose por no haber desaparecido antes, soltó un suspiro y por fin pudo mostrarle a su amigo, su más forzada sonrisa. No pudo evitar desviar un segundo su mirada hacia Gabriel. No había expresión alguna en su rostro. No sabía si estaba triste, feliz o enojado. Su mirada estaba fija en él, sin embargo, y el hecho de no ser capaz de descifrar lo que escondía detrás de aquella expresión vacía, lo llenaba de molestia y ansiedad a partes iguales.

—¡Joder! No imaginé tener tantos amigos. —El tono irónico en la voz de Santiago, lo sacó de su pequeña burbuja de pensamientos caóticos. Carraspeó para aclarar su garganta, aunque no tenía intención de decir nada. Odió su necesidad de bajar la mirada. Gabriel estaba demasiado cerca y el olor de su perfume lo estaba haciendo sentir mareado.

—¡Santiago! Vaya buena fiesta te has montado aquí, ¿eh? Este lugar está llenísimo. —La voz estridente de Cristian hizo voltear a todos hacia él. El muchacho había aparecido de pronto detrás de Carlos, acomodó el mentón sobre su hombro y lo tomó confianzudamente por la cintura.

Santiago casi había creído ser capaz de escuchar a Gabriel maldiciendo.

Quizá se lo había imaginado.

—Soy un chico popular —mencionó intentando quitar la tensión en el ambiente—. Aunque creo que a la mitad de las personas ni siquiera las conozco —concluyó sonriendo.

Nadie más sonreía aparte de Cristian y él.

✬✬✬✬✬

No pasó mucho tiempo para que Gabriel se quedara solo, medio borracho y tumbado en un sillón en una esquina del salón. Perdió de vista tanto a Santiago como a Lino. Aquella casa estaba tan grande y estaba tan llena de personas, que si no volvía a verlos en toda la noche no le sorprendería en lo absoluto. A Carlos sí que lo había mantenido dentro de su rango de visión y aunque por momentos también lo perdía entre las personas, siempre terminaba por encontrarlo. Gabriel no sabía si era él quien estaba pendiente de Carlos o era Carlos quien estaba pendiente de él. ¿Quizá eran ambos?

Por supuesto ese tal Cristian no se le había despegado a Carlos en toda la noche. Hablaba y hablaba mientras él sonreía constantemente. Y eso dolía. Pensar que él nunca había provocado en Carlos una de esas sonrisas tan sinceras, le daba una amarga sensación a Gabriel.

¿Por qué las cosas entre ellos se habían dado de esa manera? ¿Por qué parecía que todo lo que había sucedido entre ellos se había dado justo al revés?

Primero se habían provocado orgasmos, antes de provocarse sonrisas. Gabriel conocía sus gemidos, pero no conocía sus sueños, sus deseos, sus secretos. Ahora que lo sentía tan lejos era que le atacaban esas incontrolables ganas de conocerlo, de saber qué era lo que pasaba por su mente. Deseaba saber a qué le tenía miedo. Deseaba saber qué lo hacía feliz. Deseaba tantas cosas que no tenía y que muy probablemente no iba a conseguir nunca.

¿Cómo podía sentir tanta necesidad por alguien que prácticamente no conocía?

De pronto empezó a sentirse vacío, incompleto y sobre todo celoso, celoso de ese Cristian, que había aparecido para hacerlo ver tantas cosas a las cuales se había estado negando por tanto tiempo.

No estaba celoso de lo que pudiera pasar entre Cristian y Carlos esa noche. No le dolía que ese chico pudiera tener su cuerpo, tanto como le dolía que tuviera sus miradas, que tuviera su voz, sus palabras y sus sonrisas.

—Estoy muy jodido —susurró para sí mismo, de forma casi inaudible, como si entre aquel montón de gente desconocida y música ruidosa, alguien fuese a escucharlo. Como si a alguien le pudiera interesar lo que él tenía para decir.

Los miró ahí, hablando de quién sabe qué cosa, con amplias sonrisas en sus rostros y sintió rabia. Rabia consigo mismo por ser, como decía Santiago, un maldito cobarde. Demasiado tiempo había estado intentando negarlo y ya no podía. Lo necesitaba. Aún no podía entender cómo o por qué había sucedido. Cómo era que él podía encontrarse en ese momento sintiendo tanto por otro chico. Pero a veces las cosas simplemente sucedían.

Tenía que arriesgarse.

Se levantó tan decididamente y de golpe, que casi sintió que se iba de lado por el mareo. Estaba en sus cinco minutos de valentía, sin embargo, y nadie iba a detenerlo. Tampoco se podía decir que estuviese actuando gracias a la borrachera, porque no estaba borracho. No lo suficiente como para no saber lo que hacía.

Avanzó entre la gente y se detuvo justo a un lado del sillón donde Cristian y Carlos conversaban animadamente. Ni siquiera advirtieron su presencia a un lado de ellos.

—Yo necesito hablar contigo. —Casi había gritado aquello para poder ser escuchado por encima del ruido de la música y de las voces de las personas que los rodeaban. Carlos se giró inmediatamente al escuchar esa voz y al sentir una mano apoyándose en su hombro. Cuando descubrió a Gabriel de pie en frente de él, casi se quedó sin voz. ¿Hablar? ¿Qué podían tener ellos que hablar? Negó con la cabeza—. Por favor.

—Estoy acompañado, ¿no lo ves? No puedo dejar a Cristian solo.

—Por mí no hay problema —aclaró Cristian—. Parece que... ¿Gabriel? Tiene algo importante que decirte.

El muchacho terminó el contenido de su vaso y se puso de pie. Carlos casi había estirado su mano para tomarlo de la chaqueta e impedir que lo dejara solo. Lo miró con reproche y recibió una amplia sonrisa como respuesta.

—Pero yo...

—Anda. Afuera podrán conversar mejor.

Carlos fue jalado del brazo, hasta que Cristian logró ponerlo de pie. El chico prácticamente lo había empujado hacia Gabriel y sin detenerse a pesar en la multitud que los rodeaba, Gabriel lo había tomado de la mano y lo había arrastrado a través del montón de cuerpos arremolinados en el espacio destinado para bailar, hasta llevarlo a un pequeño balcón.

Afuera estaba completamente vacío. El viento helado y las pequeñas gotitas de rocío, eran capaces de ahuyentar a cualquiera. Pero era el único sitio silencioso para poder hablar. Si Gabriel no decía lo que quería decir justo en ese momento, dudaba mucho ser capaz de atreverse después.

No sabía en qué momento había soltado su mano, pero en cuando Carlos estuvo libre, se recargó en la barandilla de la terraza, con los brazos encogidos sobre su pecho, esperando impaciente por lo que Gabriel tuviese para decirle. Una parte de él, estaba temerosa. Ni siquiera estaba completamente seguro de la razón.

—¿Vas a decirme de una vez qué es lo que quieres?

Gabriel se acercó un par de pasos al escuchar su pregunta. Se detuvo cuando estaba a unos cuantos centímetros de distancia. ¿Cuánto tiempo hacía que no estaban tan cerca? Ninguno lo sabía, pero en ese momento, tampoco importaba mucho.

—A ti... te quiero a ti.

El cuerpo de Carlos se tensó inmediatamente al escuchar aquellas palabras. Parpadeó muchas veces y sacudió la cabeza, negando ligeramente. No estaba seguro de haber escuchado bien.

—¿Qué es lo que dijiste?

—Dije que te quiero a ti.

Gabriel se acercó un poco más y aunque el primer instinto de Carlos fue retroceder, no había espacio para hacerlo. Podía sentir el frío metal de la barandilla contra su espalda. Y por algún motivo, respirar de pronto se había vuelto más difícil. Esta vez sí había escuchado perfectamente bien lo que Gabriel había dicho, pero se negaba a creer que una cosa como esa.

—No juegues conmigo —murmuró. Había tenido que bajar la mirada, porque el otro chico ya estaba lo suficientemente cerca como para rozar sus torsos si daba un solo paso más. Quizá menos. Había colocado sus brazos extendidos, uno a cada lado de su cuerpo, sostenidos en la barandilla.

—No estoy jugando —respondió con convicción—. Creo que nunca había hablado más en serio en toda mi vida. No sé qué hiciste conmigo. Lo único que sé es que te necesito cerca.

Carlos intentó moverse de su lugar, salir de donde se sentía tan acorralado. No quería que Gabriel lo mirara. No le gustaba sentirse así de vulnerable. Quería ver su expresión al decir todas aquellas cosas, pero no se sentía capaz. Se había pasado la mayor parte de la noche engañándose a sí mismo, fingiendo que Gabriel no estaba ahí. Ahora lo tenía justo frente a él, a escasos centímetros de su cuerpo y el agobio y la ansiedad, eran tales, que sentía los ojos llorosos. Sin un motivo claro. Sin ser capaz de evitarlo.

—Por favor, no me hagas esto. —Carlos apoyó su frente en el hombro de Gabriel, con su voz saliendo apenas. Temblorosa.

—¿Yo? —Gabriel se separó solo un poco. Lo tomó del mentón y prácticamente lo obligó a levantar la mirada. Aquellos ojos que lo esquivaban, tan oscuros y brillantes, le parecieron los más bonitos que hubiese visto en su vida—. ¿No te das cuenta lo que tú me has hecho a mí?

Carlos se atrevió por primera vez a mirarlo fijamente. Esperaba burla en los ojos de Gabriel, esperaba engaño. Esperaba la misma mirada soberbia de aquel chico que había conocido hacía ya varios meses. No encontró nada de eso. Sin que él se diera cuenta siquiera, Gabriel se estaba exponiendo por completo. Le estaba dando a Carlos el control de todo lo que podían llegar a ser.

—Dime qué es lo que quieres de mí, Gabriel.

Un profundo suspiro se escuchó en medio de aquella fría y silenciosa noche. Las manos de Gabriel se entrelazaron en la espalda de Carlos, pegándolo más a su cuerpo. Sintió como temblaba. Quizá por el frío. Quizá por el miedo.

—Lo quiero todo —respondió.

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