MACHOS ALFA

By Animalito-de-la-luz

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Todos los derechos reservados. Obra registrada legalmente. Prohibida su copia total o parcial. © Cecilia Vlin... More

INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1 "CARA DE ÁNGEL, MENTALIDAD DE DEMONIO"
CAPÍTULO 2 "BOFETADAS, GOLPES Y MENTIRAS"
CAPÍTULO 3 "PERFUME DE MADERA Y MENTA"
CAPÍTULO 4 "LOS BORRACHOS SIEMPRE DICEN LA VERDAD"
CAPÍTULO 5 "ARDIENDO POR DEBAJO DE LA PIEL"
CAPÍTULO 6 "UN NUEVO COMPAÑERO"
CAPÍTULO 7 "AMENAZAS Y PROMESAS"
CAPÍTULO 9 "RENDIDO"
CAPÍTULO ESPECIAL "BESOS DE HUMO"
CAPÍTULO 10 "CAYENDO SIN RED"
CAPÍTULO 11 "INCLUSO SI LOS CIELOS SE HACEN ÁSPEROS"
CAPÍTULO 12 "ENTREGARSE PARA SER LIBRE"
CAPÍTULO 13 "GUARDEMOS ESTE AMOR EN UNA FOTOGRAFÍA"
CAPÍTULO ESPECIAL "COMO UNA VELA EN UNA TORMENTA"
CAPÍTULO 14 "COMO ESTAR EN CASA"
CAPÍTULO 15 "LOCO, LLENO DE TI, ENAMORADO"
CAPÍTULO 16 "EL PASADO SIEMPRE NOS ALCANZA"
CAPÍTULO FINAL "UN LUGAR QUE SOLO NOSOTROS CONOCEMOS"
EPÍLOGO "FESTIVAL DE PRIMAVERA"

CAPÍTULO 8 "UN GIRO INESPERADO EN LA DIRECCIÓN CORRECTA"

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By Animalito-de-la-luz

Gabriel llevaba al menos media hora con la vista clavada en la pared casi sin parpadear. Se encontraba sentado en el piso, a un lado de la puerta de su habitación, la que compartía con Santiago, quien seguramente se encontraría roncando en ese preciso momento. Eran las cuatro de la mañana y Gabriel no tenía intenciones de moverse de donde estaba.

Los recuerdos se repetían una y otra vez en su mente. ¿De verdad aquello había sucedido? A no ser porque prácticamente podía sentir aún el tacto de Carlos en su piel, empezaría a pensar que aquello había sido solamente un sueño.

Tenía clavada en la mente aquella última mirada que Carlos le había dedicado antes de irse, luego de separarse de él y vestirse a tropezones con su misma ropa mojada y con el cuerpo aún húmedo por el agua de la ducha. No había dicho absolutamente nada al marcharse y Gabriel lo entendía, él tampoco dijo nada. ¿Qué podía decir que resultara coherente en una situación como esa?

Se sentía realmente tonto de estarse agobiando por aquello que a final de cuentas había sido solo sexo, ¿no? Pero le parecía increíble que de verdad hubiese sucedido. Un par de meses atrás quizá le hubiera tumbado unos cuantos dientes a quien se atreviera a insinuar que él terminaría follando con un hombre. ¿Por qué habría alguien de insinuar una cosa tan absurda? Y como siempre, después de haber hecho algo por impulso, le habían llegado los remordimientos y la culpa.

Estaba a punto de levantarse del piso y dejar de lamentarse, pues a fin de cuentas ya no podía dar marcha atrás, cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe. Lo único que pudo sentir fue como se iba de espaldas, estrellando la cabeza contra el piso. No con demasiada fuerza, afortunadamente. Santiago lo observaba desde arriba con rostro desconcertado.

—¿Qué se supone que haces en el piso? —Gabriel casi sentía que era su madre quien lo estaba regañando por estar tumbado en el suelo. Así era Santiago, como la madre abnegada que se preocupaba por todo y que esperaba despierta a que sus hijos regresaran de la fiesta para poder reprenderlos y después dormir en paz.

Al parecer ellos ya habían llegado a ese nivel de amistad. Gabriel ni siquiera sabía en qué momento había pasado eso.

Santiago se apresuró a ayudarlo a levantarse y una vez estuvo de pie frente a él, lo recorrió de arriba abajo con la mirada, como analizándolo de forma silenciosa. Gabriel ya estaba preparado para la lluvia de preguntas que venían detrás de la ceja arqueada de su compañero de habitación.

Aún tenía el cabello húmedo y completamente hecho un desastre. Su ropa tampoco estaba seca. Se había cambiado a la carrera sin tomarse la molestia de pasarse al menos, una toalla por el cuerpo.

No mencionó ni una sola palabra y fue Santiago quien tuvo que volver a hablar.

—¿Piensas decir algo en algún momento? —Gabriel se giró por fin a mirarlo. Podía ver en él, esa expresión que ya creía conocer. Como analizando cada uno de sus movimientos.

Tenía que reconocer que le caía bien, en las semanas que tenía de compartir habitación con él, se había dado cuenta de que era una buena persona. Incluso podía decirse que confiaba en él. Aun así y aunque se moría por gritarle a alguien lo que había sucedido, al menos para desahogarse, no podía hacerlo. No todavía. Mucho menos tratándose de Santiago. Después de todo era uno de los mejores amigos de Carlos.

—No tengo nada que decir. —Fue lo único que contestó. Se sacó la camiseta mojada para cambiarla por otra. La mandíbula de Santiago casi cae hasta el piso y no precisamente por el buen físico de Gabriel. Montones de veces lo había visto sin camiseta. Esta vez, sin embargo, había una pequeña diferencia en ese cuerpo... o muchas.

—¡Me estás jodiendo! —Santiago luchó por reprimir una carcajada mientras miraba el torso de Gabriel con cara de no poder creérselo.

El muchacho entendió hasta que bajó la mirada y descubrió lo que estaba llamando la atención se su compañero. Sintió que se le iba a caer la cara de vergüenza.

No una, no dos, no tres. Montones de marcas rojas y algunas a punto de volverse moradas, pintaban su cuerpo. Rasguños, chupetones y vaya Dios a saber qué cosas más, adornaban su piel como una verdadera pintura surrealista. ¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta? Incluso en lugares visibles del brazo derecho tenía un par de rasguños. Quería que la tierra lo tragara.

—No... esto no es... —Pudo darse cuenta como su voz salía temblorosa y se abofeteó mentalmente un par de veces o más, intentando calmar sus nervios y su vergüenza. La sonrisa amplia y burlona en el rostro de Santiago, no se borraría en un buen rato.

—¡Joder! No creí que Carlos fuera un maldito salvaje. —Por lo visto Santiago no era de los que se quedaban callados. Cuando tenía algo que decir, no le importaba soltarlo tal cual. Gabriel casi se había atragantado al escuchar aquello.

Gabriel quería hablar. Quería decir que él y Carlos no tenían nada que ver. Quería defenderse, aunque tuviese que mentir para hacerlo. Las palabras, sin embargo, se negaban a salir.

—No te preocupes. Yo no voy a decir nada.

Santiago le dio una sonrisa cómplice.

Gabriel sentía que no iba a poder mirarlo a los ojos nunca más.

✬✬✬✬✬

Iban a ser ya las seis de la mañana y Carlos aún continuaba girando en la cama, intentando conciliar el sueño. Cosa que le estaba resultando completamente imposible tomando en cuenta que con cada movimiento que hacía, todos los músculos de su cuerpo se tensaban. No recordaba haber estado tan adolorido en mucho tiempo.

Ni en un millón de años hubiese imaginado que aquello realmente iba a pasar, porque para que negarlo, había fantaseado con Gabriel más veces de las que podía admitir sin sentir vergüenza. La realidad, sin embargo, había sido un millón de veces mejor.

Le molestaba haber perdido su autocontrol tan fácilmente. No se había resistido ni siquiera un poco. ¿Cómo hubiese podido hacerlo? Deseaba poder borrar de su mente todo lo que había sucedido entre él y Gabriel, tan solo unas horas atrás. Sabía que no los iba a llevar a nada bueno. Pero incluso si una pequeña parte de él se arrepentía, otra parte, la testaruda y que no entendía de razones, deseaba poder recordarlo siempre.

Todo se había sentido tan malditamente bien que lo asustaba, porque no se veía capaz de encontrar a alguien que superara lo que Gabriel lo había hecho sentir. Y eso era para preocuparse.

✬✬✬✬✬

Ya había pasado una semana desde aquel acalorado encuentro en las duchas, por describirlo de alguna manera. Desde entonces no se habían visto ni la sombra. Ambos se habían dedicado por completo a sus entrenamientos. Gabriel por su parte trataba de acallar sus pensamientos exigiéndose más de lo que podía dar, en la pista de atletismo o en el gimnasio. Corría tanto hasta quedar completamente sin aliento, hasta que sus músculos ardían, hasta que sentía que iba a desmayarse por el cansancio. La situación ya estaba preocupando a Santiago. Gabriel llegaba a diario al dormitorio con cara de no poder más. Se metía en la cama y no despertaba hasta pasada la media noche. Y salía de nuevo, en medio de la oscuridad y regresaba por la mañana, después de haber estado en quién sabe dónde.

Aquello ya no era saludable.

Carlos por su parte continuaba saliendo con René. Después de aquella discusión en esa fiesta en la cual ambos se habían comportado muy mal, las cosas se habían arreglado. René parecía advertir que algo sucedía, que había alguien más ocupando los pensamientos de Carlos. Estaba dispuesto a estar muy listo para quitar de su camino a cualquier persona que intentara ponerse en medio.

En apariencia, tanto Carlos como Gabriel estaban cumpliendo. Lo que había sucedido entre ellos era pasado. Ambos habían obtenido un poco de lo que querían y eso había sido todo. Cada uno estaba continuando con su vida como mejor podía.

Aunque no se podía decir que las cosas estuviesen bien.

Carlos estaba con una persona por la cual no sentía nada y Gabriel permanecía solo, lamentándose en silencio.

Las cosas no marchaban nada bien, aunque ellos intentaban aparentar lo contrario. Un par de semanas después, cuando volvieron a verse, tuvieron un estallido de realidad ante sus ojos.

Santiago y Gabriel iban rumbo a la biblioteca. Sorprendentemente se habían convertido en muy buenos amigos. Quizá para Gabriel, saber que Santiago estaba guardándole aquel secreto, del que afortunadamente no volvieron a hablar, lo había hecho confiar aún más en él.

Habían decidido estudiar juntos para los próximos exámenes. Iban caminando por el pasillo rumbo a la biblioteca, cuando a la distancia, justo en la esquina por la cual no podían evitar pasar, estaban Lino y Carlos discutiendo para variar de quién sabe qué cosa.

—¡Mierda! —Gabriel no había querido decir aquello tan fuerte, pero había salido solo. Santiago volteó a mirarlo. Luego recorrió su alrededor.

El impulso inmediato de Gabriel fue frenar de golpe, dar vuelta y regresar justo por donde había llegado, pero no podía hacer eso, no cuando Santiago iba a un lado de él y no iba a entender aquella reacción si salía huyendo de ahí. Después de todo, no se suponía que Carlos le afectara tanto, de hecho, ni siquiera él mismo entendió el porqué de aquella necesidad de desaparecer de ese lugar.

Por alguna razón Gabriel no quería verlo, no quería tener que estar frente a él. Cuando reaccionó de nuevo ya estaban a unos cuantos pasos de distancia. La mirada de Carlos estaba clavada en él, mientras su corazón latía tan fuerte que sentía que el molesto sonido sería escuchado por todos los que estuvieran alrededor. Aquello lo incomodaba y su mueca de molestia y ceño fruncido lo delataba.

Santiago se detuvo a saludar a sus amigos y aunque jamás habían hablado de nada de eso, sabía perfectamente que para Gabriel no sería cómodo estar ahí frente a Carlos. De igual forma sería muy raro que pasara de largo sin saludar a dos de sus mejores amigos, así que se detuvo.

Gabriel deseaba haber podido avanzar y dejar a Santiago atrás. Pero no lo hizo, algo lo hizo frenarse también y permanecer a lado de él como una estatua. Carlos no dejaba de mirarlo y aquello lo estaba poniendo más nervioso de lo que hubiese pensado. La mirada de Lino por su parte, se paseaba entre Santiago y Gabriel, como queriendo preguntar algo sin atreverse a hacerlo.

—¡Vaya! Por fin te dignas a brindarnos ti presencia. —La voz de Lino tenía un tono de reproche. Hacía una semana que Santiago no veía a sus amigos y es que, aunque eran compañeros del mismo equipo de relevos, los entrenamientos se suspendían una semana antes de los exámenes teóricos para que los estudiantes pudiesen prepararse y era exactamente esa semana la que tenía sin ver a sus amigos.

—Ya sabes que soy estudioso. ¿No me digas que me extrañaste? —Santiago se acercó a Lino y le dio un abrazo que lo hizo removerse con aparente incomodidad. Una ligera sonrisa pinto los labios de Gabriel al mirar aquella escena, sonrisa que se borró inmediatamente al escuchar aquella voz dirigirse a ellos y ver como el dueño de aquella voz se detenía justo detrás de Carlos y lo tomaba posesivamente de la cintura, mientras apoyaba el mentón por encima de su hombro.

Una fuerte punzada dolorosa golpeó su pecho sin aviso ni piedad. Sintió como su pulso se aceleraba y como una furia asesina, que él ni siquiera creía posible, se acrecentaba con cada segundo que pasaba mientras ese tal René sostenía sus manos en la cadera de Carlos. Esa cadera en la que sus propios dedos habían quedado marcados una semana atrás.

Estaba celoso, sería ridículo negarlo, pero también podía percibir algo diferente, aunque Gabriel no podía definir exactamente qué era.

Cuando el tal René giró de pronto a Carlos para colgarse con los brazos de su cuello y plantarle un ruidoso beso, aun cuando se encontraban a medio pasillo lleno de personas, Gabriel prácticamente sintió que podía ponerse a vomitar en ese momento

Carlos se separó rápidamente como por inercia. Había hecho todo lo posible para no rechazar el beso. No quería ponerlo en vergüenza, pero había sido realmente incómodo. Volteo a mirar a Gabriel, quien aun con el asco que sentía, no pudo apartar la mirada de la melosa y desagradable escena.

El tiempo pareció detenerse. Tanto Santiago, como Lino y el mismo René, miraban a Gabriel y a Carlos y como sus ojos no se apartaban. No era fácil definir lo que había entre ellos. Ni siquiera ellos mismos no lo sabían, mucho menos podían entenderlo los demás que solo eran simples espectadores.

Aquella burbuja de intimidad se reventó, cuando un jalón en su brazo, hizo que Carlos regresara a la realidad. Una realidad en la que René lo miraba con rostro molesto, los puños apretados y la mandíbula tensa.

—¿Podemos largarnos de aquí de una vez? —El tono molesto en la voz de René, fue evidente. Miraba a Gabriel como a punto de saltar encima de él, para sacarle los ojos con sus propias manos.

—¿Qué? —Carlos todavía intentaba salir de su letargo.

—Me pediste que pasara por ti, ¿no lo recuerdas? ¿O te ha surgido algo mejor que hacer? —El tono de voz fue amena y Carlos pudo sentir como el agarre que René mantenía en su brazo, se volvía cada vez más fuerte, hasta el punto de estarle haciendo daño. Un ligero quejido que intentó reprimir, salió de sus labios. Sacudió el brazo fuertemente, deshaciéndose de aquel agarre. Se acercó a René para susurrar en su oído.

—Si vuelves a tomarme de esta manera, yo te voy a arrancar las pelotas de un solo jalón, ¿te queda claro?

Carlos no dijo nada más, tomó algunas cosas de su casillero y se largó de ese lugar sin decir siquiera adiós a sus amigos. Ni siquiera se dignó a esperar a Lino, quien estaba con él antes de todo.

—Tengo que irme —mencionó Lino, antes de ir detrás de Carlos. Se había perdido en el pasillo atestado de personas.

Gabriel y René todavía tuvieron tiempo de intercambiar un par de miradas. Gabriel se había dado cuenta de la forma en que había tomado a Carlos del brazo, cosa que había hecho que su sangre hirviera y sintiera ganas de arrancarle la cabeza. René por su parte, creía saber que Gabriel era el tipo al que posiblemente tenía que quitar de su camino.

✬✬✬✬✬

Gabriel y Santiago tenían aproximadamente una hora en la biblioteca, una hora en la que Gabriel intentaba concentrarse y no podía. Solo una persona ocupaba su mente y aquello ya estaba molestándolo. Se levantó de su asiento, ganándose una mirada preocupada de Santiago.

Él tampoco había podido concentrarse en sus estudios, su naturaleza era preocuparse por todo y ahora no solo era uno de sus amigos por el que debía estar preocupado, lo que le sucediera a Gabriel también le importaba y hacía días que no lo veía nada bien.

—Voy a caminar un rato. —Gabriel ni siquiera volteo a verlo, solo dijo aquello y empezó a caminar hacia la salida de la biblioteca.

—¿Quieres que te acompañe?

Gabriel negó con la cabeza.

Afuera el viento estaba helado. Eran las siete de la tarde, pero ya estaba lo suficientemente oscuro, como para que la mayoría de los estudiantes estuvieran resguardados en un lugar un poco menos frío.

A Gabriel no le importaba el frío, necesitaba un poco de aire, despejar la mente y tratar de pensar con claridad que era lo que estaba pasándole.

Nada más de imaginar que en este preciso momento Carlos podía estar reconciliándose cariñosamente con el estúpido de René, hacía que le dieran ganas de romper cosas. Se acababa de dejar caer en una banca, intentando serenar sus pensamientos, cuando escuchó lo que claramente era una discusión.

Había intentado no poner atención, después de todo, nunca había sido de esas personas que se meten en los asuntos de los demás. Pero la discusión había subido de tono y él sería capaz de reconocer esa voz en cualquier lugar.

Volteó a su alrededor y tras la sorpresa inicial, sintió como la sangre se le arremolinaba en las venas por la rabia. Carlos y René se estaban peleando a gritos.

René manoteaba reclamándole quién sabe qué cosa a Carlos, quien, al parecer, intentaba permanecer en calma. De pronto Gabriel vio algo que lo hizo saltar de la banca en la que se encontraba. René acababa de soltarle a Carlos un fuerte golpe que lo había hecho tambalearse en su lugar. René era un par de centímetros más bajo que Carlos, pero era visiblemente más corpulento. Además de ser miembro del equipo de lucha.

En un segundo un millón de pensamientos se agolparon en la mente de Gabriel. ¿Qué debía hacer? ¿Quedarse como si no hubiese visto nada o ir a ayudarlo? Estaba claro que Carlos no era un niño que necesitara protección, pero...

Cuando se dio cuenta que la fuerza de René estaba superando a la de Carlos y que había logrado tumbarlo al piso, no lo pensó más tiempo y se dejó ir como una bestia encima de aquel tipo.

Estaba dispuesto a desquitar toda su rabia con él.

Tomó a René por la parte trasera de la camiseta, desgarrándola un poco por el fuertísimo jalón. Lo lanzó a un lado con tanta fuerza, que terminó tumbado de culo en el piso, en medio de una nube de polvo.

Por supuesto que estaba preocupado por Carlos, luego de haber visto que el golpe de René le había hecho sangrar la nariz, pero en ese momento, su rabia estaba superando a su preocupación. Se echó encima de René antes de que pudiera tener la oportunidad de ponerse nuevamente de pie.

—¡¿Así que tú eres el hijo de puta con el que se está revolcando mi novio?!

Aquel reclamo dejó a Gabriel prácticamente sin habla. ¿Acaso Carlos se lo había dicho? Casi estaba seguro de que no lo había hecho. Posiblemente el mismo René se había dado cuenta de que algo sucedía. Aun así, lo que más le había molestado a Gabriel no había sido ese reclamo, sino escuchar aquel "mi novio", que había logrado que se le revolviera el estómago.

—¡Yo no soy tu maldito novio!

La voz molesta de Carlos lo único que hizo fue distraer a Gabriel, quien, al girar a mirarlo ya de pie, terminó con el puño de René impactándose brutalmente en su mejilla.

Gabriel sintió el sabor a sangre en su boca de forma inmediata y aquello provocó que su furia incrementara exponencialmente. Giró de nuevo hasta René y se le fue encima como una avalancha humana. Golpe tras golpe, impactaban en el rostro y en el cuerpo de ese tipo que parecía una maldita muralla. No por nada era miembro del equipo de lucha greco-romana. Tenía la fuerza de un maldito camión.

Por puro impulso, Carlos intentó jalar atrás a Gabriel. No quería parecer la damisela en apuros que necesita que el príncipe llegara a rescatarla. Gabriel estaba muy lejos de ser un príncipe y él, mucho más lejos de ser una damisela.

—¡Paren ya con esta maldita mierda! —El grito de Carlos se escuchó por encima del sonido de los golpes, pero, aun así, ninguno de los dos le hizo el más mínimo caso. Sintió que se llenaba de rabia al darse cuenta que lo habían ignorado—. ¡Entonces mátense! ¡Imbéciles!

Incluso si una pequeña parte de él, sentía preocupación por Gabriel, Carlos estaba lo suficientemente molesto como para obligarse a que no le importara. Se fue del lugar, escuchando todavía la pelea a sus espaldas. Se encontró a Santiago y a Lino en el camino de regreso al edificio.

—¿Qué pasó? ¿No me digas fue el idiota de René? ¡Voy a matarlo! ¿Dónde mierda está?

Lino estaba hecho una furia. Carlos había terminado sangrando del labio y de la nariz.

✬✬✬✬✬

¿En qué momento las cosas habían terminado de aquella manera? Gabriel no lo sabía, lo único que tenía claro. era que sentía unas enormes ganas de destrozar al imbécil de René. Carlos se había ido del lugar hacía un momento y aunque Gabriel deseaba ir a ver cómo se encontraba, su rabia era tal, que no iba a detenerse hasta destrozarle la cara a ese cabrón.

Odiaba que se le acercara a Carlos y ya no podía negar eso. Incluso si no era capaz de aclarar sus motivos.

De pronto sintió un fuerte jalón. Volteó para encontrarse con la mirada preocupada de Santiago. Lino estaba a su lado y le había dado un empujón tan fuerte a René, que había estado a punto de terminar con el rostro en el suelo.

—¡Joder, Lino! Hemos venido aquí a detener esto, no a hacer el problema más grande. —Santiago soltó a Gabriel del brazo y se puso entre Lino y René.

—¿Intentas defender al hijo de puta que golpeó a nuestro amigo? ¡Tú viste como le dejó la cara! ¡Y yo se la voy a dejar peor a él!

Santiago había tenido que detener a Lino, empujándolo por el pecho. No podía hacer gran cosa, sin embargo. Lino era considerablemente más alto y corpulento que él.

—No lo estoy defendiendo. ¿Pero no estás viendo cómo lo han dejado ya? ¡Es suficiente!

—¡Quítate de en medio, Santiago!

No era como si Carlos fuera un tipo debilucho que necesitara que alguien lo protegiera, pero Lino sentía por él, el apego de un hermano. Se conocían desde niños, prácticamente habían crecido juntos. Para Lino, Carlos era como el hermanito que nunca había tenido y que necesitaba cuidar, por más que a Carlos le molestara, pues aseguraba poder defenderse solo. Lino se había liado a golpes por él, más veces de las que podía recordar. Lino podía ser impulsivo a veces, pero era el mejor amigo que alguien pudiera desear tener.

—¡He dicho que te calmes! ¡Maldito terco!

Santiago se plantó desafiante enfrente de Lino, sin intenciones de moverse. Después de aquel fuerte grito y para sorpresa de quienes veían, Lino por fin dio un par de pasos atrás.

Santiago pocas veces gritaba. Por lo general era un chico calmado y pacífico. Pero cuando era necesario, dejaba ver su carácter fuerte. Claramente en ese momento había sido necesario. Cuando Lino se enojaba de verdad, en ocasiones se ponía muy agresivo y testarudo, pero por alguna razón, Santiago era la única persona capaz de calmarlo. Por las buenas o por las malas, él era la única persona a la que Lino le hacía caso.

Lino odiaba que le dijeran lo que debía hacer, pero terminó por echarse para atrás, incluso a regañadientes. No había descubierto cómo decirle que no a Santiago, sin embargo. Discutir con él por problemas reales, era una de sus cosas menos favoritas. Sobre todo, cuando sabía que Santiago tenía razón. Lo que era casi siempre.

—¡Entonces que se largue a la mierda o lo reviento!

No hizo falta que le repitieran aquello. René se sacudió la ropa y se fue del lugar sin decir una sola palabra, aunque claramente para él, las cosas no iban a terminar ahí, prueba de ello había sido esa última y desafiante mirada que le había dado a Gabriel, antes de irse.

—¿A dónde vas? —preguntó Santiago, al ver que Gabriel se marchaba. El chico no se veía bien, ni física ni anímicamente.

—Tengo que ir a... —Pasó saliva, tragándose sus propias palabras. Gabriel quería decir que necesitaba ir a ver como estaba Carlos, pero no se sentía cómodo hablando de eso enfrente de Lino, después de todo no lo conocía. Tanto Santiago como Gabriel voltearon a ver al chico rubio y testarudo que tenían enfrente.

—Quieres que me vaya, ¿cierto? —Lino habló dirigiéndose a Santiago. Negó con la cabeza—. Ahora mi mejor amigo no puede hablar enfrente de mí. ¿Es así? Lo único que me faltaba.

Se dio la vuelta y alcanzó a dar un par de pasos hasta que sintió que la mano pequeña de Santiago, se aferraba a su brazo.

—No es eso. Tú sabes bien que yo...

—Olvídalo, Santiago. —De un jalón se soltó del agarre de su mano—. No te preocupes por mí. Cuando te sobre un poco de tiempo, ya sabes dónde encontrarme.

Lino no dijo nada más, se alejó de ahí sin voltear de nuevo.

Gabriel y Santiago se quedaron en completo silencio después de eso. Ninguno de los dos sabía qué decir. Aquel definitivamente no había sido uno de sus mejores días.

—Lo siento. No quería que tu amigo se enojara contigo

Gabriel intentaba acomodarse la ropa, mientras hablaba mirando al piso. Por alguna razón todo en su forma de actuar en las últimas semanas, lo avergonzaba. Sentía que Santiago le iba a hacer un montón de preguntas que él no iba a poder responder.

—No te preocupes por eso, así es Lino. Él siempre está enojado conmigo. Ya se le pasará. Lo importante aquí es como estas tú. ¿Vas a ir a verlo?

La pregunta había sorprendido a Gabriel, más que nada por la forma en la que Santiago parecía saberlo siempre todo. Por un lado, agradecía que tomara las cosas con la suficiente normalidad. Sin hacer demasiadas preguntas al respecto.

—No lo sé.

—Ustedes son muy parecidos, ¿sabes? —Gabriel lo miró. Esta vez realmente no entendía a qué se refería—. ¿Sabes qué es lo que sucede? Que yo ya pasé por esto una vez y fue precisamente con Carlos. Sé exactamente cómo funcionan las cosas.

—No te entiendo.

—No te esfuerces tanto por negar las cosas. Al menos no lo hagas conmigo. Sé que no tenemos tanto tiempo de conocernos, pero deberías saber que puedes confiar en mí.

Gabriel creyó entender por fin, a qué se refería Santiago. Y sabía que tenía razón en cada palabra. No había necesitado decirle nada y él lo había concluido todo de la forma correcta. Gabriel de verdad deseaba poder negarlo, pero ya no podía. Aun así, no era sencillo reconocerlo en voz alta, sobre todo si seguía causándole tanto temor, que lo dejaba paralizado.

Se pasó la mano por el rostro, sintiendo que su piel ardía. Deseaba más que nada dejar de sentir vergüenza. A veces solo deseaba que las cosas hubiesen ocurrido de otra manera.

—No sé cómo terminé enredado en esta situación —respondió por fin—. Él... él simplemente apareció en mi vida y yo... —Gabriel casi sentía ganas de llorar y se sentía patético y miserable—. Yo no esperaba que esto sucediera.

—¿Enredado? —Santiago sonrió ligeramente—. Es gracioso que lo digas como si fuera algo malo. Porque déjame decirte que Carlos es la mejor persona con la que te pudiste haber enredado y si lo digo es porque lo conozco. A veces la vida te da precisamente eso que no esperabas, porque es exactamente lo que necesitas. Se lo dije a él hace mucho tiempo y ahora te lo digo a ti, jamás sientas vergüenza por querer.

Gabriel jamás hubiese imaginado que terminaría hablando de aquello que tanto lo avergonzaba, precisamente con Santiago, uno de los mejores amigos del muchacho que se había robado su tranquilidad. Pero la verdad era, que Carlos tenía suerte. Tenía a dos excelentes amigos. Quizá a Lino lo conocía muy poco, pero evidentemente era capaz de liarse a golpes por él.

Apreciaba la compañía de Santiago, pero de verdad necesitaba estar un momento a solas. Tenía demasiadas cosas en las cuales pensar. Él nunca había sido una persona cobarde, pero también era verdad que jamás se había tenido que enfrentar a una situación parecida. En ningún momento se imaginó que se tendría que cuestionar algo que creía tener claro desde siempre. A esas alturas, decir que no sentía nada por Carlos, era mentir. Pero si alguien le pidiera definir lo que sentía, tampoco hubiese sido capaz hacerlo.

Era claro que algo había cambiado en él y ni siquiera sabía si iba a poder lidiar con eso. Aun así, el sentimiento ahí estaba y lo paralizaba como pocas cosas habían logrado hacerlo antes. Aquello no era siquiera miedo, era un pánico indefinible por algo que desconocía en todas sus formas.

Caminó sin pensarlo demasiado. Con sus pasos seguros y en la dirección correcta. No sabía que iba a decirle, no había nada claro para él en ese momento, pero necesitaba verlo con urgencia.

Estaba frente a la puerta de la habitación de Carlos. Trataba de tomar valor para golpear, cuando escuchó una voz que lo frenó cuando tenía la mano prácticamente en el aire.

—¿Tú que estás haciendo aquí? —La expresión de Lino no era muy amigable, recorrió a Gabriel de arriba abajo, en espera de una respuesta.

—Necesito hablar con Carlos. —Gabriel se giró de nuevo dispuesto a llamar a la puerta cuando de nuevo la voz de Lino lo interrumpió.

—¿Y qué tendrías que hablar con él? Yo sé que tú y Carlos no se llevan bien, por ese motivo te fuiste de esta habitación, ¿no es así? —Lino ni siquiera esperaba que Gabriel le respondiera. Gabriel no le caía mal, pero no estaba dispuesto a permitir que le hicieran más daño a su amigo—. No sé qué es lo que hay entre tú y él, pero debo advertirte que si te atreves a...

—No voy a hacerle ningún daño. Además, no creo que él necesite que alguien lo proteja. Bastante mal carácter tiene.

Lino se acercó un poco a Gabriel para decir una última cosa antes de irse.

—Pues solo quiero que sepas que mi mal carácter es muchísimo peor que el de él.

✬✬✬✬✬

Carlos apenas había logrado tumbarse en la cama, después de haberse limpiado un poco las heridas del labio y la nariz, cuando los golpes en su puerta lo hicieron incorporarse. Maldijo en voz baja y se levantó, haciendo una mueca por un dolor especialmente molesto en el área de las costillas. Avanzó en la oscuridad y abrió la puerta sin siquiera preguntar. Estaba seguro de que se trataba de Santiago y si conocía a sus amigos y vaya que los conocía bien, seguramente Lino ya había lesionado gravemente a René. No podía obligarse a que le importaba.

Estaba manoteando en la pared para poder encender la luz, cuando la puerta se abrió de pronto y sin tener tiempo de reaccionar, unos brazos lo rodearon en un apretado abrazo y lo hicieron retroceder sobre sus pasos. La puerta se cerró de golpe.

Ni siquiera había hecho falta que la luz estuviera encendida para que él pudiera reconocer a la persona que tenía delante. El abrazo era tan cálido, pero tan apretado, que estaba haciéndole doler el cuerpo e incluso con eso, no sabía si quería que se alejara. Respiró profundo llenándose de ese aroma que tanto le gustaba y jadeó ligeramente cuando el rostro de Gabriel, se apoyó en el hueco de su cuello.

—¿Qué es lo que me hiciste? —Gabriel preguntó. Carlos no sabía a qué se refería, pero, aunque hubiese tenido una respuesta, el nudo que se había formado repentinamente en su garganta, no le hubiese permitido hablar.

Gabriel se separó solo un poco del cuerpo de Carlos y pudieron verse a los ojos con la luz tenue que entraba por la ventana, proveniente de los focos exteriores.

Gabriel tenía el rostro golpeado y enrojecido y había un poco de sangre secándose en su mentón. Se volvió a acercar a Carlos y rozó sus labios en los ajenos, pero sin llegar a besarlo. Aquello era solamente una caricia. La sensación era maravillosa y tuvo que cerrar los ojos cuando el deseo de besarlo y volver a saborear su lengua, se hizo demasiado fuerte. Temía que lo rechazara, pero Carlos no se movía y él sentía que se estaba ahogando con la cantidad de sensaciones que su cuerpo ya no sabía cómo controlar.

Gabriel sabía que había cometido un error muy grande al pensar que estar con Carlos una sola vez, iba a ser suficiente, que su ansiedad iba a desaparecer, que aquello iba a ser tan decepcionante que iba a olvidarlo rápidamente, que solo había sido curiosidad, que aquella curiosidad ya había sido saciada.

Era absurdo.

Se había equivocado.

Había pensado en Carlos cada día. Todos los días. Incluso si había tratado por todos los medios de no hacerlo, no había sido posible que su mirada dejara de aparecerse en sus pensamientos.

—No hagas esto... —Carlos pronunció sobre sus labios. Se separó de Gabriel, incluso si instantáneamente echó de menos el calor de sus brazos. Se pasó la mano por el rostro con evidente frustración.

—¿A qué te refieres? —Gabriel intentó acercarse nuevamente a él, pero Carlos dio un par de pasos más hacia atrás. Sintió que algo se apretaba en su pecho.

—¿A qué te refieres tú viniendo aquí y haciendo esto? Yo no soy la puta de nadie, Gabriel. Si piensas que puedes venir aquí y estar conmigo cada que se te antoje sin que esto represente nada... ¿Qué es lo que quieres de mí?

Cada una de las palabras de Carlos estaba golpeando en Gabriel peor que puñetazos. Lo peor de todo era que no sabía que debía responder. No tenía una respuesta. ¿Qué era lo que quería de él? ¿Cómo iba a responder a eso si ni siquiera él lo sabía?

—Es que yo no sé...

—Eso. Precisamente ese es el maldito problema, Gabriel. Tú no sabes una mierda, no tienes idea de lo que quieres y yo no voy a ser parte de tu raro experimento para descubrirlo. Esto es como un juego para ti, uno en el que solo quieres satisfacer tu curiosidad, pero yo si tengo muy claro lo que siento, lo que quiero, lo que me gusta y lo que prefiero.

Gabriel se quedó un momento escuchando aquellas palabras. Lo entendía perfectamente y él tenía razón.

—Y entre eso que te gusta y que prefieres... ¿estoy yo?

Esa pregunta tomó completamente por sorpresa a Carlos. Jamás se imaginó que Gabriel iba a preguntarle aquello de forma tan directa. ¿Debía mentirle o decirle la verdad?

—Eso a ti no te interesa. —Respiró profundamente intentando calmar el nerviosismo que le había causado aquella pregunta. No podía decirle que sí y motivarlo a insistir. Tampoco podía decirle que no, porque estaría mintiendo—. Y si no te molesta, me gustaría dormir, así que...

Carlos hizo un gesto con la mano, indicándole a Gabriel que debía irse ya.

Antes de salir, Gabriel se detuvo. Se giró nuevamente hacia Carlos, con los ojos prácticamente suplicantes. Ni siquiera sabía qué era lo que estaba pidiendo. No sabía que era lo que deseaba escuchar, ni lo que esperaba decir. Solo sabía que prácticamente le parecía imposible irse de aquella habitación dejando las cosas así, tan inconclusas. Y se odiaba a si mismo por no ser capaz de aclararse y odiaba a Carlos por haberlo arrastrado a esa situación.

—¿Entonces esto es todo?

—Parece ser que sí —pronunció, sintiendo de inmediato un vacío en el pecho. No estaba completamente seguro de lo que estaba diciendo. Pero no iba a dar marcha atrás—. De cualquier forma, no hubiese funcionado.

Gabriel ni siquiera había tenido realmente la oportunidad de refutar. Y aunque hubiese tenido tiempo de hacerlo, probablemente se habría quedado callado. Quizá era sencillo pensar que para él hubiese sido fácil tomar una decisión y dejar de ponerlos a ambos en esa lamentable situación. Pero no era fácil. De ninguna manera lo era.

Había terminado molestándose incluso con Santiago, quien le había reclamado por ser cobarde. Por no luchar lo suficiente.

No podía decirse que Carlos estuviese pasándolo muy bien tampoco. Se arrepentía de haberlo echado de su habitación, de haberlo alejado. De haberlo sacado de su vida. Pero... ¿qué se suponía que debía haber hecho? Gabriel no sabía lo que quería. Estaba tan confundido y con los sentimientos tan revueltos, que él no podía arriesgarse a involucrarse más. Gabriel podía largarse en el momento en que se diera cuenta de que aquello no era lo que realmente quería.

Carlos era quien estaba arriesgando más.

No le veía el sentido siquiera, a intentar algo, en lo que prácticamente ya había fallado. Ya la estaba pasando lo suficientemente mal. Se sentía confundido y solo, con esa sensación de pérdida tan extraña. Carlos nunca imaginó que eso le pasaría. Gabriel le gustaba, no podía negar eso, pero no imaginó que su ausencia fuera a afectarle tanto. ¿Por qué aquella sensación dolorosa en el pecho, no se iba? Gabriel era como uno de tantos chicos a los que había conocido a lo largo de su vida. No tendría por qué ser diferente, no tendría por qué sentirse tan mal.

¿Entonces por qué dolía tanto?

✬✬✬✬✬

¿Cuántos días habían pasado ya? De seguro dos o tres ¿Quién lo sabía con exactitud? Gabriel solo estaba seguro de que aquello había sido para él, una eternidad. Desde el día que habían decidido que todo había terminado, Gabriel había tratado de no verlo. No le gustaba la sensación que le provocaba en el pecho, verlo tan ajeno. Tan malditamente cerca y a la vez tan lejano. ¿Estaba haciendo las cosas bien? Si estar lejos era lo correcto... ¿Por qué se sentía tan hecho mierda?

Ese día en particular, Gabriel había pasado la mitad de la mañana, metido en la biblioteca, intentando concentrarse en los estudios. Había evitado con éxito encontrarse con Carlos desde hacía una semana.

Ese día, sin embargo, le esperaba algo diferente.

Lo escuchó hablar a lo lejos y la sensación como de un golpe doloroso en el estómago, le estaba impidiendo respirar con normalidad. Se tensó de inmediato y aunque no quería, no pudo evitar elevar el rostro y buscar sin querer en cada uno de los rostros frente a él.

Cuando por fin encontró sus ojos, la sensación que le dio darse cuenta de que la mirada de Carlos también estaba fija en él, fue indescriptible.

Dolía, porque no se veía capaz de tenerlo enfrente sin desear estar con él y a la vez era algo que sentía que no podía permitirse.

Su desasosiego fue evidente incluso para Santiago, quien estaba sentado del otro lado de la mesa, frente a él. Apartó rápidamente la mirada de Carlos y empezó a levantar sus cosas, guardándolas en su mochila de forma apresurada. No pensaba quedarse más tiempo ahí.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —Santiago lo había detenido, tomándolo por la mochila—. ¿Piensas que puedes evitarlo siempre? No puedes seguir huyendo como un cobarde, Gabriel. Si no va a hacer algo para mejorar esta situación, significa que él no te interesa y si no te interesa, debes poder mirarlo como si fuera un chico más. Pero si realmente quieres algo con él, solo debes decirlo. Deja de buscar pretextos.

Gabriel se soltó del agarre de un jalón.

—No tienes vergüenza, ¿sabías? Tú menos que nadie puede decirme a mí que soy cobarde.

—Si vas a empezar con la misma mierda, te recuerdo que no estamos hablando de mí. Mi situación es muy diferente a la tuya y...

Santiago ni siquiera terminó lo que estaba diciendo, Gabriel había dejado de mirarlo. Sus ojos estaban clavados en Carlos y más que en Carlos, en el muchacho que se encontraba con él, abrazándolo de esa forma tan cercana. Ni siquiera fue consciente de la forma en que volteó a ver a Santiago, como suplicando una explicación, sin tener que pronunciar palabras.

—Cristian. —La voz de Santiago salió baja e incrédula, al parecer él también estaba sorprendido de ver a ese chico de nuevo en el instituto.

—¿Cristian? —El corazón de Gabriel estaba a muy poco de escapársele por la boca.

—Él fue su novio... Se puede decir que es la única persona a la que Carlos ha querido de verdad.

La fuerte punzada dolorosa que sintió Gabriel en el pecho, casi era demasiado para ser real. Si por su estupidez y su indecisión perdía a Carlos, no le iba a alcanzar el tiempo para lamentarlo.

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