MACHOS ALFA

بواسطة Animalito-de-la-luz

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Todos los derechos reservados. Obra registrada legalmente. Prohibida su copia total o parcial. © Cecilia Vlin... المزيد

INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1 "CARA DE ÁNGEL, MENTALIDAD DE DEMONIO"
CAPÍTULO 2 "BOFETADAS, GOLPES Y MENTIRAS"
CAPÍTULO 3 "PERFUME DE MADERA Y MENTA"
CAPÍTULO 4 "LOS BORRACHOS SIEMPRE DICEN LA VERDAD"
CAPÍTULO 5 "ARDIENDO POR DEBAJO DE LA PIEL"
CAPÍTULO 6 "UN NUEVO COMPAÑERO"
CAPÍTULO 8 "UN GIRO INESPERADO EN LA DIRECCIÓN CORRECTA"
CAPÍTULO 9 "RENDIDO"
CAPÍTULO ESPECIAL "BESOS DE HUMO"
CAPÍTULO 10 "CAYENDO SIN RED"
CAPÍTULO 11 "INCLUSO SI LOS CIELOS SE HACEN ÁSPEROS"
CAPÍTULO 12 "ENTREGARSE PARA SER LIBRE"
CAPÍTULO 13 "GUARDEMOS ESTE AMOR EN UNA FOTOGRAFÍA"
CAPÍTULO ESPECIAL "COMO UNA VELA EN UNA TORMENTA"
CAPÍTULO 14 "COMO ESTAR EN CASA"
CAPÍTULO 15 "LOCO, LLENO DE TI, ENAMORADO"
CAPÍTULO 16 "EL PASADO SIEMPRE NOS ALCANZA"
CAPÍTULO FINAL "UN LUGAR QUE SOLO NOSOTROS CONOCEMOS"
EPÍLOGO "FESTIVAL DE PRIMAVERA"

CAPÍTULO 7 "AMENAZAS Y PROMESAS"

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بواسطة Animalito-de-la-luz

Gabriel no sabía exactamente a dónde iba. ¿Lo buscaría? ¿Qué iba a decirle? ¿Para qué quería verlo? En realidad, no lo sabía y tampoco le importaba, lo único que sabía era que necesitaba tenerlo de nuevo frente a él. Aquella situación se iba a terminar en ese momento, era completamente necesario. Estaba girando en la esquina del pasillo que conducía al dormitorio de Carlos, cuando lo vio salir de forma apresurada hacia quién sabe dónde. No dudó ni un segundo en seguirlo...

Carlos caminó apresurado hacia las duchas. ¿Quién demonios tomaba una ducha a la una de la mañana? Probablemente nadie, pero en ese momento era lo que él necesitaba, una ducha fría que calmara su agobiante ansiedad. Sentía que incluso sus manos temblaban. ¿Por qué le pasaban esas cosas a él? Solo recordar los labios de Gabriel prácticamente rozando con los suyos, le hacía tener los pensamientos más insanos. ¿Por qué el único chico que jamás podría tener, era al que deseaba más que a ningún otro? Era un castigo, seguramente.

Se despojó de su ropa rápidamente, dejándola regada por todo el lugar. Se dirigió al área de las duchas y encendió la regadera. Se metió bajo el agua de golpe. Casi podía escuchar ese pequeño sonidito que hace algo caliente al entrar en contacto con agua fría. No le sorprendería si estuviese desprendiendo vapor. Dejó que el agua corriera libremente, que empapara por completo su cuerpo, su cabello y cada extensión de piel. La tensión tenía que irse.

Recargó ambas manos en la pared de baldosas y cerró los ojos. Necesitaba aclarar sus pensamientos y poner en orden sus ideas. Aun con todo lo que había pasado entre ellos antes, Gabriel no era un chico que estuviese en su radar de lo posible, tenía que dejar de pensar en él...

O quizá no.

Carlos sintió como un par de manos lo tomaban posesivamente de la cintura, apegando su cuerpo desnudo a quien se encontrara detrás de él. Se sobresaltó por un par de segundos, pero de inmediato pudo percibir ese aroma que ya reconocía tan bien. No sabía si sentirse más tranquilo de saber que no se trataba de un extraño o si debía preocuparse.

—Soy yo... no te asustes. —La voz de Gabriel salió bajita, como un susurro cerca de su oído, que causo que cada vello de su piel se erizara y una sonrisa se pintara en su rostro sin siquiera poder evitarlo.

—¿El tipo que casi me viola me pide que no me preocupe? No sé cómo tendría que sentirme. —Carlos se giró de golpe para encontrarse con los ojos de Gabriel fijos en él. Estaba esperando que el muchacho apartara la mirada. Esta vez no lo hizo. Sus ojos parecían desprender fuego—. No sé si me tranquiliza saber que eres tu quien está frente a mi cuando me encuentro completamente desnudo, por si no te has dado cuenta.

Gabriel tragó saliva, mirando fijamente el movimiento de los labios de Carlos, se podía decir que había sido difícil para él, poner atención a lo que Carlos acababa de decir. Estaba mucho más concentrado en su boca.

—Necesitamos terminar con esto de una vez. —Gabriel habló, susurrando nuevamente. Afianzó la cintura desnuda de Carlos—. Ya no voy a negar que quiero esto y sé que tú lo quieres también.

—Solo necesitamos saciar nuestras ganas para dejar esto pasar, ¿es así? —Carlos se acercó a Gabriel rozando sus labios mientras hablaba.

—Quizá después de esto quedaremos tan decepcionados que no tendremos ganas siquiera de volver a vernos... sería el fin de todo ¿no? —concluyó sin convicción. Ladeó un poco la cabeza, dando acceso a los labios de Carlos. El muchacho empezó a repartir besos húmedos.

—Será la única vez que esto suceda. ¿Lo comprendes bien, Gabriel? Vas a tener que esforzarte. —Las manos de Carlos se colaron debajo de la camisa mojada de Gabriel. Tiró fuerte de ella, desprendiendo algunos de los botones. Ambos jadearon.

—¿Esforzarme? —Gabriel dejó escapar una sonrisa burlona—. No creo que puedas imaginar lo que soy capaz de hacerte. No pienso detenerme hasta que no puedas siquiera respirar.

—¿Esa es una amenaza, Gabriel?

—Es una promesa, Carlos.

"Es una promesa"

¿De dónde había sacado tanta seguridad? Al escuchar las palabras de ese chico desnudo frente a él, asegurando que esa sería la primera y única vez que aquello sucedería, algo se agitó dentro de su pecho. Tuvo que responder de esa forma soberbia. ¿Realmente Gabriel esperaba que aquello se repitiera?

Si no se iba a volver a repetir, lograría que Carlos nunca lo olvidara.

Una pequeña parte de él le estaba gritando que era la peor estupidez que iba a poder cometer. Aquello iba a hacerlo caer. Y algo le decía que el golpe sería muy doloroso, sobre todo porque no estaba preparado para asumir las consecuencias de sus actos.

Después de tanta confusión, de tanta incertidumbre, de tantas noches de sentir asco por sí mismo, Gabriel había decidido dejarse arrastrar por ese momento. Por la curiosidad. Por la tentación que ese chico le provocaba.

Quizá se estaba equivocando... Pero quizá no.

Su vida regresaría a la normalidad y aquello pronto sería un vago recuerdo. Esperaba que la experiencia completa fuera tan decepcionante, que no le quedarían ganas de ver a Carlos ni siquiera de lejos.

Todo acabaría. Pronto acabaría. Como cuando probabas una comida que se te antojaba muchísimo y descubrías que era tan mala que ya no deseabas probarla más.

Estaba deseando que algo así sucediera.

Mientras tanto, esa noche... esa única noche, Gabriel se dejaría llevar. Dejaría que ese mar tempestuoso lo arrastrara.

—¿Así que no vas a detenerte hasta que no pueda respirar? —La sonrisa burlona de Carlos, luego de decir aquello, muy probablemente hubiese molestado a Gabriel. Pero no en este momento. En este momento, cada mirada, cada palabra, cada sonrisa, se convertían en una provocación.

Gabriel podía ver la altanería de Carlos, en cada uno de sus gestos. Y extrañamente había sido eso lo que en un principio había llamado tanto su atención. Aquella era una lucha de dominios.

Quizá era irónico que Gabriel continuara con esa actitud de macho, cuando estaba a punto de follarse a otro hombre, pero en realidad eso era lo que más lo encendía. No sentía la necesidad de ser sutil, cariñoso, tierno. Sería solo sexo. Solo placer. Dos cuerpos experimentando.

No había sentimientos de por medio. No había cariño. No había restricciones. Nadie demandaría su atención después de aquello. Nadie pediría cariños o mimos. Nadie estaría esperando algo más. Eso era precisamente lo que él quería.

Gabriel pasó lentamente su mano por un costado de Carlos, acariciando la piel desnuda y mojada de sus costillas. Lo deseaba tanto, que Carlos tuvo al menos tres orgasmos mentales con únicamente aquella caricia. No podía imaginar cómo iba a terminar después de eso.

—Me gusta. —Por la cercanía, el susurro de había llegado directamente a su oreja. Prácticamente lo había acariciado con su aliento. Carlos bajo la mirada. Gabriel estaba pasando las yemas de sus dedos por la zona donde estaba su rosa de los vientos—. Los tatuajes hacen que parezcas más cabrón, ¿sabías?

Ambos sonrieron.

—Entonces te gusta que sea cabrón. —Aquella ni siquiera había sido una pregunta. Carlos clavó sus dientes en la clavícula de Gabriel, por encima de la tela de aquella camisa que ya estaba completamente mojada. Obtuvo un largo jadeo como respuesta.

La mano de Gabriel se deslizó más abajo, quedando justamente en el hueso de la cadera. Presionó de forma firme, casi posesiva.

—No sabes en lo que te estas metiendo, Gabriel.

La lengua de Carlos seguía recorriendo el cuello de su antiguo compañero de habitación, mientras hablaba. Había levantado sus manos y las mantenía clavadas entre sus cabellos mojados.

En algún momento, Gabriel había extendido su mano para cambiar el agua fría por agua caliente. De pronto quedaron envueltos en una densa nube de vapor.

—¿Ahora eres tú quien me está amenazando, Carlos?

—No es una amenaza, es una advertencia.

Sin apartar en ningún momento la mirada de Gabriel, Carlos encamino su mano hasta el cierre de sus pantalones. Ambos estaban jugando con fuego y al parecer a ninguno de los dos les importaba terminar ardiendo. Desabrochó el botón y los bajó solo un poco. Gracias al peso del agua, cayeron hasta el piso.

Una muy pequeña parte en ambos chicos, todavía deseaba poder detenerse. Cuando Carlos bajó la mirada y pudo observar la tela tirante en la ropa interior de Gabriel, se dio cuenta que aquel pequeño preámbulo, ya había logrado tener efecto en él.

Supo en ese momento que ya no había marcha atrás.

Carlos lo ayudó a quitarse la camisa que ya se había adherido a su piel. La lanzó a un lado y apreció con ojos deseosos, su torso desnudo. Era mucho mejor de lo que había sido capaz de ver a la distancia en aquella primera noche en las regaderas.

Cuando los dos estuvieron completamente desnudos, Gabriel hizo algo que estaba deseando hacer de nuevo. Se acercó a Carlos y pasó la lengua por encima de sus labios. Ya no sentía duda. Ni siquiera tenía tiempo para preguntarse si lo que estaba haciendo estaba mal o no. Nada de eso importaba. La sensación de los labios de Carlos, era adictiva y lograba nublar por completo su mente.

Lo besó con ganas. Abriendo la boca y dando paso a su lengua. Saboreo sus labios y mordió ligeramente. Estuvo a punto de entrar en pánico cuando por un breve segundo, pensó que jamás sería capaz de cansarse de esa sensación de estar flotando.

Había estado con montones de mujeres antes. Y nada se había sentido como lo que estaba sintiendo. Ni en sus sueños más alucinados hubiese imaginado que en algún momento se encontraría en una situación tan íntima con un hombre y el placer que sentía era tan intenso, que lo hacía sentirse mareado.

Carlos jaló a Gabriel un poco más, uniendo sus torsos desnudos. Pasó sus brazos por la espalda, acariciándola de arriba abajo. Solo la tela de su ropa interior, separaba sus miembros. No fue difícil, sin embargo, sentir su notable erección. Él estaba igual o en peores condiciones.

Gabriel jadeó cuando Carlos arrastró los dientes por su cuello. Llevó la mano en medio de sus cuerpos y rozó ligeramente. Estuvo a punto de quedarse sin aliento.

—¡Mierda! Estas muy... duro —balbuceó. Jamás hubiese imaginado que aquellas palabras algún día saldrían de su boca, pero tampoco hubiese imaginado que en algún momento masturbaría a otro chico, a un hombre y eso ya había sucedido. De hecho, Carlos se estaba convirtiendo en muchas de sus primeras veces.

Carlos miró a Gabriel, tenía los ojos cerrados, el ceño fruncido y los labios apretados en una clara, muy clara expresión de debate interno. Pasó sus dedos lentamente por la orilla de su bóxer, amenazando con bajarlos de un tirón. Aquello hizo que Gabriel abriera los ojos.

—¿Nervioso o arrepentido? —mencionó. La pregunta sorprendió un poco a Gabriel. Lo que dijo después, sin embargo, logró que le hirviera la sangre—. Porque si te has dado cuenta del lío en el que te has metido, puedes irte en este momento. Yo puedo llamar a René y terminar con él lo que tu empezaste.

El solo hecho de escuchar aquel nombre y esa última sentencia, logró que todos los músculos de Gabriel, se tensaran. Algo se arremolinó en su estómago. ¿Acaso estaba probándolo? ¿Estaba tratando de averiguar qué tan lejos era capaz de llegar?

Incluso si Gabriel tenía una nula experiencia con hombres, estaba muy seguro de ser capaz hacer a Carlos gritar por más. No pensaba detenerse en ese momento.

Gabriel tomó nuevamente a Carlos por la cintura y lo estrelló en la pared. El contraste de las baldosas frías con su cuerpo caliente provocaba espasmos placenteros por toda su espalda.

—No menciones a ese hijo de puta aquí.

—Es mi novio. ¿Ha hecho algo para ganarse tus insultos?

El tono irónico en las palabras de Carlos, tenían a Gabriel a muy poco de estrellar su puño en la pared de baldosas. Su mente seguía gritando que aquellos no eran celos. No esa clase de celos.

Carlos lo estaba provocando y había llegado el momento de dejar de ser sutil.

Gabriel se lanzó al cuello de Carlos sin dejarlo siquiera replicar. Repartió besos, mordidas y chupetones. Estaba deseando dejar marcas en su piel. Marcas que ese tal René, fuera capaz de ver.

Quería dejarlo deseando más.

Quería dejarlo deseando más de algo que ya no le daría.

Gabriel quería que, al siguiente día, cuando Carlos se sintiese adolorido, cuando se viera al espejo y notara todas aquellas marcas rojas y moradas en su cuerpo, supiera que él y solo él, había sido el causante de eso.

Estrelló sus labios en los de Carlos una vez más. Llenándose del sabor de su lengua. Conociendo cada uno de sus rincones. Las manos ajenas estaban enredadas en su cabello y él amaba la sensación tirante.

En un momento las manos de Carlos bajaron a la orilla del bóxer de Gabriel. Estiró la tela de ambos lados y terminó por deslizarlos hacia abajo. Cayeron justo a sus pies y se deshizo de ellos empujándolos con el pie, junto con sus zapatos y calcetines. El sonido húmedo de sus bocas, era amortiguado por el agua de la ducha. Gabriel gimió fuerte cuando Carlos rozó los dedos en su erección, pero se obligó a que no le importase lo suficiente como para sentirse avergonzado.

El ligero roce dio paso a la mano de Carlos, deslizándose arriba y abajo, por toda la longitud. Mentiría si dijera que no se había imaginado lo que se sentiría acariciarlo de esa manera.

Gabriel había echado la cabeza atrás y casi tenía los ojos en blanco debido al placer. Gimoteó algo que Carlos entendió como "mas" y no fue capaz de negarle lo que le pedía. Pasó su pulgar por la punta del miembro y pudo sentir como el cuerpo ajeno se estremecía. Sintió unos dientes clavándose en su hombro.

El estar ahí, de pie y no en una cama, bajo el agua de la ducha, con sus cuerpos mojados por completo, envueltos en el vapor, en un lugar público, hacía que todo se sintiera mucho más intenso. Gabriel por fortuna había atinado a cerrar la puerta con seguro, previendo, quizá, lo que estaba a punto de ocurrir.

La mano de Carlos seguía deslizándose por el miembro de Gabriel, mientras este gemía contra su cuello. Notaba como su pecho subía y bajaba, con respiraciones profundas y agitadas. Su cuerpo estaba temblado y Carlos pudo advertir que estaba a punto de llegar al orgasmo y él no quería eso. Al menos no todavía. Alejó su mano, recibiendo un gruñido de protesta.

Gabriel tomó a Carlos de los brazos y lo colocó de frente a la pared, de espaldas a él pegándolo a su cuerpo. En ese preciso instante un desagradable recuerdo llego a su mente. Se separó al instante. No fue necesario que Gabriel dijera nada, Carlos giró inmediatamente porque ese mismo pensamiento había cruzado por su mente.

—Dime que quieres esto —mencionó bajito, pero con voz clara y contundente. No quería volver a tener aquel horrible sentimiento de culpa, de ser una persona aborrecible. Quería que Carlos realmente deseara aquello. Incluso si ya habían llegado así de lejos, estaba dispuesto a parar todo si él no quería continuar.

Carlos asintió sin hablar. Gabriel hizo una mueca.

—Necesito que lo digas —pronunció de nuevo—. Necesito saber que de verdad quieres esto.

—Sí. Lo quiero —respondió. Gabriel sintió su cuerpo ardiendo—. Busca en el casillero diecisiete.

—¿Qué cosa? —Gabriel arqueó una ceja

—Hay algo ahí que puede ayudarnos.

Las palabras de Carlos todavía no lograban cobrar sentido para Gabriel, aun así, se separó de él y caminó hasta el área de vestidores.

Nunca se había sentido inseguro con respecto a su cuerpo, pero nunca había caminado completamente desnudo frente a otro hombre. Carlos había seguido sus pasos, hasta que se había perdido detrás de las gavetas y él había sentido un escalofrío recorriéndole la espalda.

El casillero tenía la puerta abierta y aunque le resultó un poco raro hurgar entre las cosas de Carlos, buscó hasta encontrar un paquete de condones y un botecito de lubricante. Hizo una mueca, sintiéndose repentinamente molesto al imaginar con cuantos tipos antes que él, había utilizado esas dos cosas.

Cuando regresó a las duchas, Carlos estaba recargado en la pared. Verlo así, casi había sido como regresar en el tiempo. Regresar a ese momento en el que había iniciado todo. Estaba recargado en la pared con las piernas medio abiertas, acariciando su miembro lentamente, de arriba abajo.

Gabriel había estado a punto de tropezarse por no ser capaz de quitarle los ojos de encima.

—Dudaba si debía traer la asquerosa manzana podrida que tienes en tu casillero o esto. —Gabriel levantó la mano mostrando lo que tenía en ellas.

—¿Estuviste hurgando entre mis cosas? —Gabriel negó con la cabeza.

—Tengo cosas más interesantes que hacer aquí.

—Pues yo creo que...

Un nuevo beso silenció su boca. Un beso de lenguas encontrándose nuevamente y dientes chocando. Un beso húmedo, codicioso y exigente.

Gabriel tomó a Carlos de la cintura y lo giró, pegándolo de nuevo a la pared. La posición era un tanto incomoda, pero él estaba seguro de que lo iba a hacer funcionar. No estaba dispuesto a tumbarse en el piso y solo esperaba tener la suerte de no terminar resbalando y estrellando la cara las baldosas.

Carlos apoyó sus manos en la fría pared de baldosas, mientras que Gabriel acariciaba todo su cuerpo. Era claramente muy diferente a la sensación que daba el acariciar a una mujer. Era agradable, sin embargo. Tanto que lo asustaba.

El cuerpo de Carlos era atlético. Era claramente el cuerpo de un deportista. El cuerpo de un nadador. Su espalda era ancha y sus brazos estaban marcados. Era suave y firme al tacto, en los lugares correctos. Sentirlo bajo sus manos lo hacía llenarse de más deseo. Lo llenaba de ganas de seguirlo explorando. De conocer cada extensión de piel.

En su mano izquierda seguía sosteniendo el paquete de condones y el lubricante, mientras que su mano derecha se deslizaba desde la espalda hasta el abdomen de Carlos. Deslizó sus dedos por cada una de las ondulaciones de sus músculos. Se detuvo cuando se encontró con su miembro duro. Tragó saliva antes de empezar a acariciarlo.

Metió uno de sus pies entre los de Carlos y separó sus piernas ayudándose de su rodilla. Abrió el bote de lubricante y le entregó el paquete de condones a Carlos para que los sostuviera por él.

—¿Estás seguro de que sabes cómo hacer esto? —preguntó Carlos, cuando sintió la mano de Gabriel acariciando entre sus piernas.

—Las mujeres también tienen sexo anal, por si no lo sabías. No creo que sea muy diferente.

—Solo decía.

—Bien.

Carlos se inclinó ligeramente cuando los dedos llenos de lubricante de Gabriel, acariciaron entre sus nalgas. Sintió que se le doblaban las piernas cuando uno de los dedos tanteó su entrada y se detuvo acariciando ahí por un buen rato.

—Mierda... —balbuceó cuando el dedo por fin se deslizó sin esfuerzo en su interior. Su cuerpo entero se estaba estremeciendo.

Tuvo que recargar su torso en la pared y aferrarse a la llave de la regadera, cuando Gabriel tomó uno de sus muslos y lo elevó para tener un mejor acceso. La posición era incómoda y tenía que intentar mantener el equilibrio en una sola pierna, pero no podía poner atención a eso cuando esas manos maravillosas, seguían acariciándolo y abriéndolo de esa manera.

Respingó un poco cuando un segundo dedo lo penetró, uniéndose al primero y ni siquiera se dio tiempo de sentir vergüenza cuando un fuerte gemido escapó de sus labios.

Pronto eran tres dedos los que estaban extendiendo su interior y se sorprendió al darse cuenta de que no había sentido ni el más mínimo dolor. Gabriel estaba siendo totalmente cuidadoso. Tomándose el tiempo necesario para prepararlo como era debido y él ya estaba muy al borde cuando uno de sus dedos logró rozar el área de su próstata. Ahogó un jadeo. Odiaba ser ruidoso, pero hacía mucho tiempo que no llevaba el rol pasivo en una relación y realmente se había olvidado de lo bien que se sentía. Gimió bajito contra el brazo que tenía recargado en la pared, mordiendo ligeramente su propia piel.

—¿Estoy lastimándote? —susurró Gabriel en su oído. Él negó con la cabeza.

—No. Es solo que hacía mucho tiempo que nadie me hacía esto.

Por algún motivo, una sensación de calidez se extendió en el pecho de Gabriel. No pudo evitar una sonrisa orgullosa y agradeció que Carlos estuviera de espaldas a él y no fuera capaz de verlo.

Gabriel extendió la mano y Carlos le entregó uno de los condones que ya había abierto para él. De inmediato extrañó el contacto de la piel ajena, en los segundos que Gabriel se alejó de él para colocárselo. Sintió como tomaba su muslo derecho y lo elevaba nuevamente. Boqueó por aire cuando la punta del miembro ajeno rozó ligeramente su entrada.

Gabriel fue cuidadoso al entrar en él, deslizándose con lentitud, pulgada a pulgada. Ambos gimieron bajo y contenido, cuando por fin estuvo completamente en su interior.

La sensación era indescriptible.

Gabriel jamás había sentido algo remotamente parecido y había estado con muchas mujeres en su vida y había practicado sexo anal con algunas de ellas. Nada era comparable. Nada. La presión que sentía en su miembro, el cosquilleo, el calor. Fácilmente podría correrse en ese preciso instante sin haberse movido siquiera.

Se quedó quieto un momento, intentando calmarse. Intentando bajar de esa nube sexual que amenazaba con llevarlo al límite. No quería terminar tan rápido. Si aquello no iba a repetirse más, necesitaba disfrutar la sensación tanto como le fuera posible.

Empezó con embestidas lentas y suaves. Deleitándose con los gemidos que recibía como respuesta. Aceleró sus movimientos cuando las caderas de Carlos empezaron a moverse hacia atrás, profundizando las penetraciones.

—Quiero verte —Carlos murmuró. Gabriel salió de él, le dio la vuelta y le dio un beso húmedo y ansioso, antes de levantarlo y hacerlo rodear sus caderas con las piernas.

Carlos levantó los brazos y se sostuvo del tubo de la regadera, para darse algo de estabilidad y soporte. Gabriel lo recargó en la pared y lo sostuvo por debajo de los muslos. Mirándolo de frente, volvió a penetrarlo.

Los movimientos de Gabriel se aceleraron y lo único que Carlos pudo hacer, fue jadear en busca de aire. Con la boca medio abierta y los ojos fijos en Gabriel. Sintiendo como los dedos de sus pies se encogían y su cuerpo se estremecía en sutiles espasmos, al ser capaz de llegar por fin a un glorioso orgasmo, casi al mismo tiempo que él.

Una cosa se repetía sin cesar en las mentes de ambos...

Aquella había sido la primera y la última vez.

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