La marca del lobo (Igereth #1)

By ValeGarbo

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Ganadora Premios Watty 2014!! Él: El nuevo rompecorazones del instituto. Ella: La piedra en su zapato y la ch... More

La marca del lobo
Prólogo
El recién llegado
Chico nuevo
James Sandler
Día número 1
El robo
Interrupción
Salvados
Salvo a los chicos (y de paso a Irina)
Ataque y defensa
El entrenamiento
Cuentos de miedo
Visita a medianoche
La historia de Irina
Interrogatorios
Preguntas rutinarias, respuestas indiscretas
El juego secreto
Ataque en equipo
Sanción ejemplar
Preparativos
Preocupación
Trabajo de rutina
Descanso
El intruso
Perro del infierno
Trabajo en equipo
Temeraria
El colgante olvidado
La carta
A tres metros sobre el suelo
Gruñidos
El libro de la señora Drayton
Halloween
La invitación
Respuestas en latín
Familias antiguas
Preparativos
La fiesta
Cenicienta
El rastro iluminado
El ataque
Ofuscación
El héroe
De pesadillas y besos
La marca
Actividad definitivamente-no-normal
Evasivas
Ala rota
Coincidencias
La biblioteca de Nina
Confianza
El ritual
El portal
Acceso
El hada
La cabaña
Obsesión reciente
La sombra
Persecución
El sótano
El voluntario
Amuletos de plata
Los pergaminos
El ritual de invocación
Driggers
Examen
Posesión
El descubrimiento
La mesa de cuatro
La carta
Estimado señor Anderson
Preguntas Frecuentes

El ángel

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By ValeGarbo

Stella Rathburn se paseaba del brazo de Francesco Boggio en un vestido azul oscuro tan corto que sólo podías maldecir el clima por no enviar un viento más fuerte.

Debido a que por Halloween se daban pases especiales para evadir el hechizo que prohibía aparecer directamente en Diringher, por todos lados deambulaban estudiantes que evidentemente no eran de la academia, intentando localizar a sus parejas en la multitud. A lo lejos,  muchos diringherianos se desaparecían para ir a otras fiestas y en general, se percibía un ambiente festivo de lo mejor. Lástima que fuera a pasarlo sentado en alguna mesa, mientras James intentaba jugar a la ruleta rusa versión “intentemos conversar con Irina Britt”.

De alguna forma, la gente volteaba a mirarnos. Y estaba seguro que muchos apostaban que era la última vez que nos veían ilesos.

Ocupamos una mesa tan alejada que pensé que James intentaba ocultarse.

—Te das cuenta que estamos casi escondidos aquí y que sólo le facilitas las cosas a Irina para que nos asesine, ¿verdad?

—Ella no lo haría frente a Emmeline —sonrió James.

Iba a responder pero entonces dos figuras descendieron por la escalera central y el mundo se puso de cabeza.

En ese momento pasaron muchas cosas. Para empezar, que perdí la respiración y que intenté no romper la silla por la tensión acumulada.

Yo admitía que Irina era bonita. No, corrijamos eso: yo sabía que era hermosísima (incluso para ser vampiro). Pero verla caminar con ese vestido rojo fue cosa de otra dimensión y, créanme, he estudiado bastantes en clase de Harewood.

Irina Britt era perfecta. Listo, tenía que sacarlo de mi sistema. Era alta y esbelta, se movía con una gracilidad infinita. El vestido le marcaba un cuerpo delgado con curvas tan suaves que la hacían ver como un animal demasiado hermoso para describirlo. Sus piernas… ¡por todos los dioses! Eran interminables. El escote que se deslizaba desde la parte alta de su muslo izquierdo hacia abajo, sencillamente exquisito.

Casi podías ver las lágrimas contenidas del resto de las chicas ante su innegable perfección. Pero todas ellas llevaron a cabo su papel de no permitirle ingresar al salón en medio de un silencio lleno de admiración e impotencia, aunque los murmullos se apagaron considerablemente.

James casi me arrastró a través del mar de gente para alcanzarla. Cuando estuvo frente a ella, sólo atinó a tomarla de la mano, inclinarse y depositar un beso mientras se la comía con los ojos. Muy poco sutil, debo acotar.

Irina no desvió la mirada ni su mano. En medio de esa quietud, alguien se movió a su lado. Tardé un segundo en reaccionar pero logré desviar la vista hacia la silueta que apenas había notado. Y, por segunda vez en la noche, perdí el aliento.

Junto a ella, Emmeline era un contraste radical. Mientras Irina tenía el rubio cabello lacio que le caía en una cascada de seda por la espalda, Emmeline llevaba sus rizos castaños enmarcándole el rostro. Irina llevaba el rojo que destacaba su cuerpo; Emmeline se fundía en su vaporoso vestido perlado. Irina parecía la encarnación de la lujuria, Emmeline era inocencia en cada centímetro. Irina era un diablo de fuego, Emmeline… ella era un ángel.

Comprendí que debía hacer algo más que quedarme mirándola. No quería carraspear ni sacudir la cabeza y lucir idiota. Empecé a parpadear una milésima de segundo más rápido de lo normal. Imité a James, la tomé de la mano y la besé con delicadeza.

—Feliz Halloween —conseguí decir.

Ella me dio una sonrisa floja y desvió la vista hacia Irina, como si esperara que ella decidiera qué hacer a continuación.

—¿Mesa? —sugirió Irina con voz ronca.

James nos guió hacia el sitio que había elegido, asesinando con la mirada a cualquier chico que se decidiera a posar sus ojos en Irina y agradecí que las miradas no mataran o estaría en medio de una masacre. En el proceso, me di cuenta que muchos también estaban fijándose en Emmeline y sentí la violenta necesidad de pasar mi brazo sobre sus hombros y decirle a todos ellos que dejaran de mirarla así. No la conocían. Eso me hizo reflexionar: ¿Y yo sí? Aunque ese pensamiento no me detuvo de seguir el ejemplo de James y empezar a lanzar cuchillos por los ojos. Habría asesinado a dieciocho tipos si no fuera porque llegamos a la mesa.

Nos sentamos en un silencio solapado por las conversaciones que volvían a alzarse. James se inclinó hacia Irina con tanta seguridad que me dio escalofríos. Preferí volverme hacia Emmeline y tratar de ver más allá de su sobrecogedora apariencia angelical.

—Te ves preciosa.

Mierda, demasiado sincero. Nota mental: no volver a darle libertad de improvisación a mi cerebro.

—Sí, ya sabes, el viejo truco de soltarse el pelo y quitarse las gafas. Magia pura.

—¿Qué?

—Cosas de humanos, lo siento —paseó la vista alrededor del salón—. ¿Ya sabes cómo funciona?

Cada año, igual que el espectáculo de entrada, variaba el tipo de servicio. Un año tuvimos un bufete de “sírvase usted mismo”, el siguiente fuimos servidos por pequeños esqueletos que daban la terrorífica impresión de pertenecer a niños; después, la comida se limitaba a flotar sobre nuestras cabezas y uno tenía que convocarla desde el techo. Esta última, sin embargo, no se volvió a repetir debido a los incontables casos de chicos que aún no podían hacer un encantamiento decente y terminaban volcando todo sobre alguien más. Fue el mejor año: la gente aparecía en Diringher atraída por la guerra de comida y fuimos, de lejos, la fiesta más concurrida. Se habló de eso por semanas.

Por ahora, nada daba una idea de lo que iba a aparecer. Sólo esperaba que no hicieran como el primer año de mi hermano en Diringher, cuando les dieron carne cruda para que ellos cocinaran su propia comida.  O como la historia de mi madre, que me contó que a ellos les hicieron aparecer un pollo vivo para que lo hornearan con un hechizo.

Aunque a juzgar por la larga mesa vacía en un extremo, sería bufete nuevamente.

—Ni idea. Hasta ahora pensamos esperar que los profesores hagan su entrada y seguir su ejemplo.

Acababa de decirlo cuando una lengua de fuego cruzó el techo del salón como un meteorito. Varias chicas soltaron un grito ante las chispas que llovieron sobre la multitud. El fuego se convirtió en una columna gruesa en medio del escenario que se volvió a alejar para revelar la aparición del director en mitad de todo. Rushton se alzó y pidió silencio. Las mesas se llenaron y la pista de baile quedó vacía, excepto por el director.

—Buenas noches a todos, estudiantes, invitados, colegas…. Otro año que Igereth celebra Halloween. En todo el mundo ahora mismo se celebra una fiesta en nuestro honor. O al menos solía serlo. Para nosotros, sin embargo, debe significar más que un acontecimiento de regocijo. Halloween también representa una época oscura, una en la que el mal acecha, cuando los límites entre las dimensiones se vuelven difusos, una advertencia y recordatorio, un llamado a la prudencia. Todos están aquí para renovar un pacto antiguo, el de usar su poder para mantener a cada ser en su propio mundo —alzó las manos y las velas redujeron su brillo, dejándonos sumidos en la penumbra—. Pero sé que no todos han venido a lamentarse… así que demos inicio ¡al banquete de Halloween!

El fuego rugió en lo alto y se dividió en varios espirales largos. La gente aplaudió y empezó a ocupar las mesas. Las llamas se expandieron por el techo, en una coreografía vertiginosa. Los espirales se convirtieron en columnas que surcaron el salón con un potente rugido. Los aplausos se volvieron gritos de emoción cuando se deslizaron por las mesas y mágicamente los platos se llenaron de fuentes de comida. La mesa del otro extremo crujió bajo el peso de tragos de colores exóticos.

Con una vuelta final alrededor, las columnas de fuego aterrizaron sobre las sillas de los profesores, que aparecieron en el segundo en que se apagaron las llamas.

Después de semejante demostración, las conversaciones llenaron el salón.

Me incliné para pinchar una pierna del gigantesco pavo en medio de la mesa.

—Esto se ve bien —comenté evitando deliberadamente pensar en lo extraño que se sentía tener a Irina Britt tan cerca durante tanto tiempo. Al instante me di cuenta de mi error: los vampiros rara vez se alimentaban de comida humana.

Sin embargo, esta parecía ser la semana de Irina Britt para destrozar todo lo que siempre creímos asumir sobre ella.

—Sí, eso parece.

Se inclinó y pinchó la otra pierna para trasladarla a su plato. Empezó a cortarla elegantemente mientras Emmeline la miraba con los ojos abiertos sin un asomo de sutileza. James, en cambio, estaba llenando su plato con todo lo que encontraba. Se puso de pie y regresó con una colorida fuente en la que descansaban pequeños bocados de comidas irreconocibles. Por ahora, la música provenía de unos violines y violenchelos que tocaban sin necesidad de intérpretes en una esquina.

James era el más entusiasta de los cuatro, haciendo comentarios sobre casi cualquier cosa.

—… papá dice que el hombre gritaba emocionado, diciendo que los celulares revolucionarían el mercado y el abuelo sólo le dijo: “¿de verdad aún no habían descubierto cómo comunicarse a distancia? Realmente debo volver a este mundo más seguido”. Lo que hubiera dado por ver su cara.

Irina le sonrió pacientemente y siguió masticando. A mí me empezaba a doler la cabeza por la tensión hasta que James volvió con otra bandeja, esta vez llena de postres.

—Vamos Irina, prueba un poco —dijo empujando hacia ella un muffin de color azul—. Te juro que te encontrarás en el paraíso de los dulces.

—Bueno —aceptó ella—, habrá que aprovecharlo, ya que es el único paraíso al que podré acceder.

No sé si Irina se echó a reír de su propia broma o del hecho de que todos nos quedamos tan quietos que no habría salido mejor si nos hubieran lanzado un hechizo de congelamiento.

—Irina —la regañó Emmeline—, deja de asustarme.

—No es mi culpa que todos ustedes luzcan como si tuvieran una estaca clavada en el estómago.

Otra vez su risa. James intentó imitarla pero se le oía demasiado tenso. Ya no nos dio tiempo de hacer nada más porque alguien se puso de pie y se acercó al escenario.

Era la señorita Robson. Iba del brazo de un hombre de perilla enroscada pero se soltó para colocarse junto al micro y darle golpecitos animadamente.

—¡Buenas noches! —exclamó con la suficiente emoción como para arrancar silbidos de su audiencia—. Bienvenidos a Diringher y, por supuesto, a la mejor fiesta de todo Igereth. Ahora, sin más aburrimiento, lo que todos estaban esperando. Alisten sus mejores gritos para recibir a… ¡Krathog!

Las luces se apagaron y venidos de ninguna parte, envueltos en torbellinos de fuego, seis hombres aterrizaron en el escenario. Todo en ellos deletreaba se-van-a-divertir.

Conocía a Krathog: mi hermano tenía la mitad de sus discos y siempre me hizo escuchar sus canciones. Incluso me había animado a practicarlas cuando nadie me escuchaba

Alex Kundera, el vocalista, abrió la noche con un solo de guitarra que arrancó una salva de aplausos. Empezó a sonar “Ifigenia”, uno de sus clásicos. Poco a poco, la pista de baile se llenó de adolescentes emocionados y parejas ajenas a lo que los rodeaba.

—¿Vamos a bailar? —preguntó James a Irina.

—No.

James se encogió de hombros.

—¿Kyle? —le fruncí el ceño, no era gracioso.

—No voy a bailar contigo, lo siento.

James e Irina soltaron una carcajada al unísono.

—¿Qué? —me defendí.

De repente, Emmeline empezó a reírse también y yo caí en la cuenta.

—Ahh, claro, en realidad Em puede decidir por ella misma. Si acepta…

—¿Emmeline? —dijo James sacudiéndose las migajas del pantalón y extendiéndole una mano.

Emmeline se elevó lentamente y asintió. Se alejaron en dirección a la pista de baile, ante la sonrisa complaciente de Irina mientras sus dedos se encargaban de un nuevo muffin y lo reducían a migajas.

Me perdí en mis pensamientos hasta que un sonido me sacó de mi sopor. Era hermoso y giré discretamente la cabeza en todas las direcciones intentado discernir de dónde provenía. Parecía parte de la canción pero al mismo tiempo demasiado cercano para que estuviera siendo entonado por uno de los tipos. Además el tono agudo… y entonces lo comprendí.

Irina estaba tarareando con una leve sonrisa en los labios. No parecía consciente de ello y me quedé muy quieto para no distraerla. Su voz era… los dioses me perdonen, pero podría escucharla por siempre y morir en paz.

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1° Parte: "Criada por el vampiro" Portada realizada por @TinaLRoss